lunes, 21 de octubre de 2013

Cómo matarse escribiendo,./ Como matarse sin morir en el intento,.


  1. El maestro uruguayo del relato breve Horacio Quiroga se dejó de cuentos a los 58 años. Puso el punto final a su vida con un vaso de cianuro ...
     
    El maestro uruguayo del relato breve Horacio Quiroga se dejó de cuentos a los 58 años. Puso el punto final a su vida con un vaso de cianuro en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, al enterarse de que tenía un cáncer de próstata incurable. A lo largo de su trágica existencia, Quiroga tuvo que superar la muerte de su padre y el suicidio de su padrastro, las muertes de sus dos hermanos, Prudencio y Pastora; la muerte accidental de su amigo Federico Ferrando, los suicidios de su primera esposa y de su amiga Alfonsina Storni, además del abandono de su segunda esposa. Tras su muerte, se quitaron asimismo la vida sus tres hijos y su amigo Leopoldo Lugones.
    Sylvia Plath, Anne Sexton, Alejandra Pizarnik, Cesare Pavese, Ernest Hemingway, Yukio Mishima, Virginia Woolf y Mariano José de Larra, entre muchos otros escritores, también cruzaron la fina línea que separa la cordura de la locura y la vida de la muerte. Línea sobre la cual se sostuvieron como expertos equilibristas Emil Cioran, Thomas Bernhard, Arthur Schopenhauer, Dylan Thomas, Charles Baudelaire, Franz Kafka, Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, por citar algunos ejemplos.
    «A una persona que vive plenamente no se le ocurre hacer arte», dice José Guimón, catedrático de Psiquiatría de la Universidad del País Vasco. Y remite al trabajo de Robert Post, psiquiatra del National Institute of Mental Health, que realizó un estudio de las biografías 'post mortem' de 100 escritores americanos y británicos y comprobó que el 48% de ellos había sufrido trastornos depresivos mayores y un 8% se había suicidado. Y al de Nancy Andreasen, directora del Andrew Woods de Psiquiatría en la University of Iowa, que examinó a un grupo de estudiantes especialmente dotados para la literatura, miembros del Taller de escritores de Iowa, y encontró un 80% de trastornos del humor, un 43% de trastornos bipolares y un 30% de alcoholismo, frente a los respectivos 35%, 10% y 7% de la población general.
    «Las personas normales pueden acabar siendo ingenieros de Altos Hornos o empresarios de Iberdrola, pero los genios simpatizan con la extrañeza», añade el doctor Guimón. Y la profesora de Literatura Española y Crítica Literaria Josebe Martínez suscribe esta opinión: «Hay escritores templados con muy buena técnica e ingenio y después están los imprescindibles: los que cruzan el ámbito de la cordura para adentrarse en lo brillante pagando con tragedia su experiencia genial».
    Genios bipolares
    Una noche de febrero de 1963, la poeta Sylvia Plath (Estados Unidos, 1932-Londres, 1963) cerró la puerta del cuarto de sus hijos, Frieda y Nicholas, dejó preparados sus desayunos, abrió la llave del gas y metió la cabeza en el horno. Su afán de perfeccionismo era incompatible con el abandono de su marido, el también poeta Ted Hughes, cuya talla literaria propagó una enorme sombra sobre su propia obra. Anne Sexton (Estados Unidos, 1928-1974) tomaba copas con Plath y hablaba con ella acerca de sus respectivos intentos de suicidio. Empezó a escribir porque su médico, el doctor Martin Orne, le sugirió que lo hiciera, a modo de terapia, después de intentar quitarse la vida. Cuando su amiga Sylvia introdujo la cabeza en el horno, ella dijo: «Esa muerte era mía». Alcohólica y asidua de los hospitales, acertó con el monóxido de carbono en 1974.
    «El suicidio formó parte de su identidad, como la escritura. Una cosa no lleva a la otra, pero las dos son propias de sensibilidades destacadas», explica Martínez. Para Guimón esa sensibilidad destacada a la que se refiere la profesora recibiría el nombre de 'trastorno bipolar' y estaría relacionada con el suicidio y otras conductas violentas, igual que el consumo de drogas: «Ojo, también los bipolares poco dotados para la escritura se suicidan», aclara.
    La psiquiatra Kay Jamison estudió la creatividad de distintas personas en la Universidad de Yale y descubrió que obtenían mejores resultados aquellas que sufrían un trastorno bipolar. El citado Robert Post demostró que la psicosis maníaco depresiva era más frecuente entre los poetas que entre las personas de otros gremios. Y el doctor Guimón, por su parte, reconoce que «la fase de euforia controlada por la que pasan los enfermos bipolares, llamada 'hipomanía', aumenta considerablemente la creatividad».
    Ni Ernest Hemingway (Estados Unidos, 1899-1961) ni Virginia Woolf (Reino Unido, 1882-1941) eran poetas, pero también sufrieron un trastorno de este tipo. El doctor Christopher D. Martin realizó uno de los más elocuentes estudios psicológicos del novelista norteamericano. De acuerdo con su tesis, el autor de 'El viejo y el mar' acarreaba un trauma infantil provocado por la extraña conducta de su madre, Grace Hall, que le vestía con ropa de niña y le dirigía apelativos femeninos. Sea como fuere, a las siete de la mañana de un domingo de junio, Ernest Hemingway se levantó del lecho que compartía con su esposa Mary Welsh, cogió una de sus muchas escopetas y se pegó un tiro en la cabeza emulando a su padre, el médico Clarence Edmonds, a quien debía su rudeza y su pasión por las armas.
    La patología de Virginia Woolf era similar a las anteriores. Insegura de su aspecto físico y de su obra, abominaba de posar para retratos y de leer sus propios manuscritos. Coleccionó intentos de suicidio hasta que lo consiguió: en 1904 se tiró por la ventana y en 1913 se recetó seis gramos de Veronal, inútilmente. Es posible que tanto los episodios depresivos como los eufóricos por los que atravesaba fueran acompañados de síntomas psicóticos con alucinaciones, habida cuenta de las voces que decía escuchar en sus escritos. En marzo de 1941, se metió en el río Ouse con varias piedras en los bolsillos de su abrigo. Antes de hacerlo, escribió una carta a su marido Leonard Woolf donde podía leerse: «Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión... Estoy haciendo lo que me parece mejor».
    A Yukio Mishima (Japón, 1925-1970) le ataviaba de niña y le forzaba a jugar con muñecas su abuela paterna Natsu, quien también le adiestró en el código samurái y en sus rituales de muerte. Por eso no sorprende la recurrencia con la que trató el tema del 'hara-kiri' en sus obras, ni la obsesión que tenía con ofrecer su vida al Emperador -una tuberculosis le apartó de este sueño durante la Segunda Guerra Mundial-. En noviembre de 1970, a los 45 años, el tres veces candidato al Premio Nobel de Literatura entró en el cuartel de la División Oriental del Ejército y soltó un delirante speech ante los soldados del Regimiento 32, a fin de sumar fuerzas para llevar a cabo un golpe de Estado. Sin embargo, al término de su soflama solamente se escucharon burlas y carcajadas. Entonces caminó hasta la oficina del comandante e introdujo en su vientre una pequeña daga.
    «Olía a muerte próxima»
    Según Josebe Martínez, «la escritura, como creación, tiene un trasfondo de dolor, insatisfacción y búsqueda. No obstante, todos estos autores representan «lo más escénico y sensacionalista del arte». Para la experta, «la realidad es otra muy distinta: el escritor tiene que escribir como un perro para ganarse el pan». En opinión del psiquiatra José Guimón, la obra de estos escritores no podría entenderse sin la vinculación con una patología médica específica. Cosa que explicaría la repetición de patrones que se da a menudo entre los miembros de una misma familia. También se suicidaron el hermano y el padre de Hemingway, así como varios hermanos del filósofo Wittgenstein, a quien siempre le atrajo la idea.
    El periodista Mariano José de Larra (España, 1809-1837) y el poeta Cesare Pavese (Italia, 1908-1950) tuvieron en común, aparte de su natural pesimismo, su propensión a embarcarse en relaciones tormentosas. Larra, el periodista de los mil nombres, escribió en uno de sus últimos artículos, titulado 'El día de difuntos de 1836': «Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima (.) Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro». Ya en su época de estudiante en Valladolid se enamoró de la amante de su padre. En 1829 contrajo matrimonio con Josefa Wetoret Velasco, a quien empezaría a engañar con Dolores Armijo solo dos años después. Tras muchas idas y venidas, el 13 de febrero de 1837 Dolores le devolvió todas sus cartas de amor y le pidió que se olvidara de ella. Acto seguido, Larra se metió una bala en la sien derecha.
    Cesare Pavese tenía muchas amigas, pero ninguna le hizo caso la noche del 26 de agosto de 1950, cuando escribió sus últimas palabras en el libro 'Diálogos con Leucó', que llevó hasta el albergo Roma de Turín en una maleta: «Perdono a todos y a todos pido perdón. No chismorreen demasiado». Antes de eso, había escrito en su Diario: «Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más». Eternamente enamorado, nunca logró sentirse correspondido por una mujer. Aquella noche se aflojó la corbata y pensó en la actriz Constance Dowling, a quien dedicó el famoso verso «vendrá la muerte y tendrá tus ojos», después de tomarse varios tubos de barbitúricos.
    «La obra de un autor es el objeto de su libido, es decir, el objeto de su amor; aquello que el autor identifica con su mismo yo». Según José Guimón, el ejercicio de la escritura supuso un bálsamo para estos autores, que no hubiesen podido adaptarse a una existencia acomodada, dadas sus particularidades psicológicas: «Las personas que tienen dificultades, inquietudes o rarezas, enseguida reniegan de la vida burguesa y empiezan a buscar ambientes excitantes que estimulen su creatividad. No es nada nuevo, ni exclusivo de los escritores. Pasó con los pintores surrealistas franceses y con los músicos de la Movida madrileña», declara el psiquiatra. Desde este punto de vista, Horacio Quiroga, Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, Anne Sexton, Ernest Hemingway, Virginia Woolf, Yukio Mishima, Mariano José de Larra y Cesare Pavese se habrían suicidado a pesar del enorme consuelo que hallaron en la literatura. «Creo que muchos escriben para no suicidarse», concluye Josebe Martínez. «Y aunque ellos estén sufriendo horrores, la buena literatura contribuye a la felicidad de quien la lee». Quién sabe. Tal vez Emil Cioran, Thomas Bernhard, Charles Baudelaire, Franz Kafka y los demás sobrevivieran gracias a sus magníficas obras.

    TÍTULO; Como matarse sin morir en el intento,.

    A todos nos pasa, nos viene el arranque suicida y queremos matarnos, olvidar todo, los problemas, las dudas, todo. Pero sabemos que al rato se nos va, y seguimos nuestra vida varios meses mas hasta que nuestro cerebro tiene otro arrebato de violencia interna y quiere morirse, y repetimos la accion mencionada una y otra vez, creando un circulo vicioso capaz de hacernos adictos a la Coca-Cola.
    Pero en el chivito blog tenemos la solucion, esa forma de matarse sin morirse. ¿Duda? Pruebe usted mismo estos tips que lo haran sentirse un autentico suicida:
    A. Tirarse de un primer piso:
    Tiene un alto grado de efectividad. El deseo de matarse con la realidad de tener que seguir viviendo.
    B. Sobredosis de aspirineta:
    La aspirineta es un potente farmaco capaz de detener nuestro corazon por un instante si se consume en grandes cantidades.
    C. Dispararse con una pistola de agua:
    ¿Quien nunca lo soño? Se trata de crear el clima, bajar las persianas, apagar las luces, escribir una carta de despedida y tirarse un potente chorro de agua directo en la sien.
    D. Hombre bomba:
    Todo queremos sentirnos martires. Basta con poner una bomba brasilera en una mochila e ir directamente a esa escuela en el que queremos inmolarnos.
    E. Cortarse las venas:
    Una simple cuchara y un brazo dispuesto a todo, la mezcla perfecta. No hay heridas ni sangre, pero la sensacion de locura esta alli presente.
    F. La horca
    Como en los siglos pasados. Basta con un palo lo suficientemente alto, un rollo de hilo de coser, y el deseo de sentir esa presion en el cuello quitandonos el aire.

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