¿ A quién le importa?
Su primera oración fue una pregunta: ¿por qué guardas la mierda junto a las joyas de la abuela? Quedé congelado y no supe responder. Sus joyas son un auténtico tesoro; el inventario contiene una amplia variedad de sentimientos de los cuales sobresale el miedo que nos invade al contemplar el abismo residente en un par de ojos ajenos.
Es una pena que los tesoros sean valiosos sólo hasta que notamos su ausencia. Despertamos a mitad de la madrugada y buscamos con desesperación al menos el rastro de un cigarrillo en la cajetilla vacía. Después de confirmar que el empaque es una caja solitaria, comenzamos a inventar mentiras que lograremos creer con enorme derroche de estupidez. Decimos que las farolas estaban encendidas al medio día, que por años la luna dejó huérfanas a las estrellas y que Ricky Martin es un poeta. Cuando ya no tenemos petróleo hacemos guerra, cuando llega la sequía también hacemos guerra, hay mensajeros de paz pero a nadie realmente preocupan las guerras porque incluso las hacemos por ocio y mucho menos la ausencia, que es una milicia sigilosa, nos arrebata de pronto el sueño. Lo que nos ocupa es reencontrar los tesoros perdidos que casi nunca se hallan colgados en la pared y tampoco responden llamadas porque los números telefónicos tienen fecha de caducidad. La pre-ocupación no parece ser una cualidad humana y sobre todo cuando sin escrúpulos desechamos, por ejemplo, las palabras que algún día se convertirán en diamantes perdidos en la historia de la existencia.
¿Cómo se siente descubrir que las risas se agotaron? Tal vez hallas algunas en la televisión, pero sabes muy bien que no fueron hechas para ti... que no son tus risas sino las de ellos. Yo no recuerdo cómo se siente, pero sé que al extrañar esos hilarantes momentos me refugiaré de inmediato en las viejas manchas del suelo o en lejanos planetas que brillan en el cielo. Mientras tú respondes mi pregunta, yo continúo: el tesoro de la abuela estuvo oculto en un cajón.
TÍTULO; LA MUJER DE ROJO,.La Juez Alaya,.
La Juez Alaya-foto,.
Kelly LeBrock fue
la mujer de rojo en aquella película de los 80 que recordamos por su
belleza en un espectacular vestido rojo, pero no por su calidad. Y
una famosa jueza española fue también la mujer de rojo hace unos días
en las portadas de la prensa que recordaremos por la operación judicial
contra unos sindicalistas, pero quizá también por otro espectacular
vestido rojo. Un vestido rojo muy ajustado con el que vimos el
vestido y no a la mujer, como habría dicho Coco Chanel. Y que me hace
pensar nuevamente en ese eterno problema no resuelto de las mujeres con
la vestimenta y el trabajo.
Piensan muchos
que tal problema es inexistente, que podemos ponernos lo que no dé la
gana para trabajar, sea un vestido ajustado de estrella de cine para
detener sindicalistas, sea una minifalda estilo Twiggy como se puso otra
juez, de Melilla, para dirigir un registro en el Ayuntamiento.
O sean unos leggins como los que lució la presidenta argentina para un
mitin. Y que todo cuestionamiento de tales atuendos constituye una
actitud machista. Porque no criticamos igualmente la vestimenta de los
hombres y juzgamos a las mujeres por su aspecto y a los hombres por sus
acciones. Y porque una mujer se puede poner lo que le parezca, el
vestido rojo ajustado, la mini o los leggins, que para eso somos libres e
iguales.
Pero resulta que los hombres no
se ponen lo que les da la gana. Para actividades como las anteriores
visten generalmente traje y corbata o camisa y pantalones anchos y
clásicos. Ni camisetas o camisas ajustadas ni pantalones
estrechos y caídos como lucen algunos chicos “fashion”. Los jueces y los
políticos, por ejemplo, optan más bien por el look Angela Merkel, es
decir, chaquetas y trajes discretos, sin concesiones a la ruptura y a la
imaginación. Es que la moda masculina es discreta y aburrida, alegan en
este punto algunos. Nada tiene que ver con la moda femenina. Y
es verdad, pero sí tiene unos códigos profesionales estrictos que ningún
hombre se salta en determinadas profesiones con presencia pública. Por
eso no comentamos su ropa, pero lo haríamos, estoy segura, si se
saltaran esos códigos.
Pero, además, la
moda es comunicación, de una imagen, de una idea, de una personalidad,
de unos objetivos. Vestimos para presentarnos a los demás de una
determinada manera, discreta, provocadora, atrevida, imaginativa,
valiente, prudente, clásica, moderna. Por lo que las mujeres
tenemos que prestar doble atención a esta cuestión. Porque las opciones
de mensaje alternativo que nos da la moda femenina son muchas más que
las que tienen los hombres. Y las posibilidades de
equivocarnos, también. Y porque la moda cuenta mucho en esa evolución
desde las mujeres objeto, tan relevantes en el pasado, a las mujeres
profesionales, iguales a los hombres. Aquellas vestían para
impactar con su cuerpo; estas, para impactar con su trabajo. Y lo malo
de impactar con tu cuerpo, o con tu vestido, es que dejas en segundo
plano tu trabajo, por bueno que sea.
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