TÍTULO: DE CERCA, Sharon Stone Cuando el cerebro explota te vuelves más exigente,.
- Ha sobrevivido a un infarto cerebral, al drama de no poder concebir y a numerosos desengaños amorosos, pero con 55 años ha encontrado ...
Ha sobrevivido a un infarto cerebral,
al drama de no poder
concebir y a numerosos desengaños
amorosos, pero con 55
años ha encontrado por fi n la serenidad.
Galardonada por los
Nobel de la Paz por luchar contra
el sida, espera el estreno de cinco
películas.
Todo parecía en
calma en los estudios Milk, en -foto.Hollywood: Sharon
Stone estaba sentada
tranquilamente
en una silla frente
a un espejo plagado
de bombillas.
Fuera, los “paparazzi” andaban
al acecho ansiosos por
continuar el culebrón de
su relación con un modelo
argentino de 27 años. La
actriz (que nunca se ha caracterizado por su temperamento calmado)
estaba serena y echamos un vistazo en su iPhone a unas
fotos de sus hijos: “Este es Roan, un bombonazo, de verdad.
Son todos guapísimos”. La maternidad, sumada a un derrame cerebral casi mortal que sufrió hace poco más de una década, han apagado en la actriz las llamaradas de su vanidad. “Estoy muy bien ahora. ¿Es que no lo ves?”, susurra. Como prueba, agarra el brazo de una camarera del catering. “No me gustan los pimientos rojos –murmura–. Pero gracias por traérmelo”. La chica se sonroja y, entonces, un asistente, tableta en mano, entra en acción preguntando algo sobre una cita con el médico.
Al parecer, hay una confusión con las fechas y Stone pasa de la calma a la furia en menos que un Fórmula 1 se pone a 100 km por hora. Agarrando el aparato, se dirige a la infeliz que cogió la llamada: “Llamé la semana pasada. Perdí el tiempo hablando con tres o cuatro personas diferentes... ¡Le agradecería que escuchara lo que le estoy diciendo sin interrumpirme! Todos me dijeron que me llamarían al día siguiente. Nadie lo hizo. Así que esto es lo que nos gustaría que tuvieran claro: no vamos a responder a sus preguntas. Les estamos ofreciendo la misma cortesía que ustedes nos han brindado. Gracias por su llamada” Y con un “¡Joder!”, tan enérgico como para se escuche hasta en la última fila de un concierto de rock, cuelga el teléfono. Es un alivio constatar que no ha perdido ese aire de mujer fatal que la convirtió (gracias, sí, a “Instinto básico”) en una de las divas más famosas del mundo.
En una época de estrellas sosas, que solo comparecen en entrevistas promocionales hiperdirigidas, ella es un recordatorio de una era más libre, lo que no quiere decir que la hora de Stone haya pasado. Todo lo contrario, con 55 años y tres hijos adoptados (Roan, de 13; Laird, de 8; y Quinn, de 7 años), tiene casi media docena de películas pendientes de estreno y trabaja muy activamente en distintas tareas de la lucha contra el sida. Comenzó esta labor en 1995 y en octubre recibió su último galardón: el Peace Summit Award, que otorga la fundación World Summit of Nobel Peace Laureates, creada por Mijail Gorbachov para promover la democracia, la paz y la libertad, y en la que participan ganadores del Nobel de la Paz y otras personalidades.
MÁS SEGURA . Hablamos ahora de las películas. La primera que se estrenará en nuestro país es “Aprendiz de gigoló”, junto a John Turturro (que actúa y dirige), Sofía Vergara y Woody Allen. Precisamente fue Allen quien dio a Stone su primer papel en “Recuerdos”. Antes, estrenará en Estados Unidos el drama “What about love”, en el que interpreta a la esposa de un senador cuya hija sufre un grave accidente. Luego vendrán “Mother’s Day”, en la que ella y Susan Sarandon interpretan a dos madres; y el título de suspense de Tony Kaye, “Attachment”.
Si profesionalmente no puede se quejar, su vida privada sigue siendo tan agitada como siempre (entre sus parejas se cuentan el periodista Phil Bronstein; el productor de “Acosada”, Bill MacDonald; y el director Bob Wagner, al que al parecer le devolvió el anillo de compromiso por un mensajero). Sin embargo, otras cosas sí han cambiado: insiste en que ahora se siente más segura y no se mata de hambre antes de cada papel. “Veo a mujeres de mi edad y lo único que hacen es beber zumos. ¿Quién puede discurrir bien con un vaso de zumo? Yo apenas puedo conseguirlo con un par de filetes”, asegura antes de reconocer que, cuando era joven, “solía perder 10 o 12 kilos cada vez que tenía que rodar una película.
Hasta que un día tiré mi ropa de delgada y mi ropa de gorda y me dije: “No voy a volver a hacer esto. Voy a ser simplemente feliz, manteniendo una regularidad. Y en esa regularidad, en esa disciplina, puedo ganar, puedo tener éxito y puedo ser libre”. Por lo mismo, no volvió a fumar. “Cuando me toca fumar en una película, me lleva semanas recuperar mi aspecto previo al rodaje. Hace poco tuve que fumar un cigarrillo sin filtro y creí que me iba a desmayar”, asegura. No es difícil de creer: en contra de lo que pudiera parecer, los que la conocen dicen que su gran reto ha sido siempre su falta de confianza, no un exceso de ella. Todas las actrices arrastran inseguridades, sin embargo Stone nunca fue una actriz propiamente dicha.
De familia obrera, se crió junto a tres hermanos en Meadville, un pequeño pueblo de Pensilvania, que describe así: “Un semáforo, un bar, unas cuantas iglesias, una fábrica de cremalleras, una vía ferroviaria y una mina de carbón, la mayoría propiedad de la mafia”. Sharon era introvertida y un ratón de biblioteca: “Era como la chica de “Beetlejuice”, un poco excéntrica, pero sin el éxito de algunos excéntricos. No transmitía encanto ni iniciativa”. Su extravagancia se agudizaba por su alto coeficiente intelectual, con el que sus profesores no sabían qué hacer. Al final, entró directamente en segundo grado (para niños de siete a ocho años), sin tener en cuenta el impacto psicológico en una niña menor que sus compañeros. Las pruebas sobre su capacidad intelectual continuaron hasta que la llevaron a una unidad para niños superdotados.
EL ÉXITO. Su carrera comenzó el día que sus compañeras de clase la presentaron a un concurso de belleza. “Cuando me enteré no paré de llorar. Pensé que era una broma pesadísima. Me sentía horrorizada. Y toda mi familia estaba en plan: “¡Vaya! ¿Y ahora qué hacemos?”. Su familia era un clan muy unido y fue su tío Beaner, un veterano de la Armada, quien le aconsejó que lo mirase con espíritu práctico. Al fin y al cabo, el premio era una beca de estudios. Lo siguiente fue una temporada en la agencia Ford Models, en Nueva York. Luego Hollywood, Woody Allen, la sesión de fotos para Playboy y el papel secundario junto a Arnold Schwarzenegger en “Desafío total”.
Aunque su intervención en “Desafío total” fue breve, su estancia en Hollywood quedó asegurada. Después, gracias a “Instinto básico”, llegaron “Acosada” y “Casino”, por la que logró una nominación al Oscar y el Globo de Oro. Tras la buena racha profesional, sufrió varios desastres sentimentales, varios abortos y el derrame cerebral. “Me caí sobre el sofá; mi cuerpo se estrelló contra la mesa de café y mi cabeza rebotó en el suelo”, detalla. Lo peor fue que, cuando la llevaron al hospital, los médicos pensaron que era una llamada de atención propia de una diva. “Mi mejor amigo tuvo que explicarles que la gente no finge 23 horas seguidas de pérdida de conocimiento”, protesta.
De hecho, la lesión cerebral que sufrió suele ser letal. “Cuando estuve en la unidad de cuidados intensivos neurológicos, muchos a mi alrededor murieron”. Su arteria vertebral tiene desde entonces 22 espirales de platino y sospecha que, durante años, estuvo sufriendo mini infartos, incluido el del rodaje de “Instinto básico”, por el que el director la acusó de estar colocada.
Sin embargo, todos estos problemas también han tenido su parte positiva. “Cuando el cerebro explota, te vuelves más exigente con respecto a las cosas que le das”, dice riéndose. Quizá por eso ignora las críticas sobre su carácter o las bromas sobre su manera de vestir. “Bueno, no siento una gran devoción por la moda –dice con sarcasmo–. Podría sobrevivir sin ella. Lo que me gusta es la arquitectura de la moda.
Pero soy algo más que una chica vestida de Issey Miyake. Solo necesito un jersey negro de cuello alto y unos pantalones de cuero”. Sin embargo, no es reacia a arreglarse. “Me encanta cuando me ofrecen ropa de pasarela para lucir sexy... Aunque es un milagro que, a mi edad, aún me quede bien. Debo ser un monstruo de la naturaleza, pero mientras me lo sigan pidiendo, lo haré. Seré feliz vistiendo esos modelos a los 70 años”. Y esta es la clave: Sharon Stone está por encima de las circunstancias (salvo algún ataque de ira con motivo de una cita con el médico). No obstante, el derrame no es responsable de esa metamorfosis y confiesa que, hace años, una amiga le dijo: “Nena, la Coca-Cola no era nada hasta que empezaron a hablar de ella”.
TÍTULO: MUNDO, EN DIRECTO . Separación HollandeTrierweiler Amor y poder entre lo público y lo privado ,.
La crisis de pareja del presidente francés y su anuncio de separación han destapado
de nuevo el debate sobre el derecho a la intimidad de
los cargos públicos. La psicoanalista Mariela Michelena
analiza las claves que marcan la relación entre dos de los
motores que mueven el mundo: el sexo y el poder.
No se habla de otra cosa.-foto ¡El
presidente François Hollande
tiene una amante! ¿Otra? ¡Sí,
otra! La revista del corazón
francesa Closer publicó la
noticia en su portada que le ha costado su separación: fotos
del presidente de la República
francesa, con aspecto de adolescente
satisfecho, subido a
una moto, cubierto por un
casco que no oculta sus facciones
y que saca a la luz su
clandestinidad. Los detalles
íntimos, como que los cruasanes
del desayuno los compraba
el guardaespaldas, casi nos
permiten compartir sábana y
café con los protagonistas. La
noticia ha saltado a las primeras páginas de los periódicos
más importantes de todo el
mundo y goza de los privilegios
de ser cuestión de Estado
y de los inconvenientes propios
del cotilleo más rastrero.
El derecho a la intimidad
Un tema como el que nos ocupa obliga a preguntarnos sobre el frágil límite que separa la esfera pública del terreno privado. La mayoría de las voces, incluida la de su mayor opositora –la ultraderechista Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional–, defiende el derecho a la intimidad del presidente. Pero también hay quienes piensan que un político, y más aún alguien que ha sido elegido por todo un país para que conduzca su destino, es mucho más que un simple gestor, es alguien que libremente ha optado por una carrera pública que, además de muchos privilegios, supone también ciertas renuncias. Entonces, ¿un jefe de Estado tiene prohibido enamorarse?
Con la que está cayendo
Lo cierto es que con la delicada situación social que vive Francia –con un paro que crece, con una mala gestión de la crisis, con una multiculturalidad que no termina de integrarse ni de ser aceptada (todavía late en la memoria de todos el caso de Leonarda Dibrani, la chica kosovar expulsada del país, a quien se permitió permanecer en Francia... pero sin su familia)–, la popularidad de Hollande ya se desinflaba por momentos y es inevitable preguntarse si era el momento más oportuno, no ya para su imagen sino para el país, de estar tan ocupado con el casco, la moto y los cruasanes. Claro que ¡nunca es un momento oportuno para que una infidelidad acabe saliendo a la luz! Pero en este caso, parece que no solo están en juego los participantes del culebrón, sino un público que, más allá de tomar o no partido, depende directamente de sus protagonistas.
¿En qué pensaba?
Nos gusta pensar que nuestros dirigentes no tienen ninguna otra cosa en la cabeza, excepto los problemas que nos afectan. Es una ilusión que surge de un modelo infantil, según el cual mamá y papá solo están allí para colmar nuestras necesidades. Así, el descubrimiento de la vida sexual de los padres supone más que un impacto, una pequeña hecatombe en nuestra economía mental. El niño puede negarlo, o bajar la cabeza y cargar con el peso de esa exclusión radical... Pero, ese descubrimiento nos obliga a cambiar de perspectiva: ya no somos una prioridad, no somos los únicos ni los primeros, sino, como mucho, los terceros.
Cuando descubrimos a Bill Clinton o François Hollande con líos de faldas, no podemos evitar la perplejidad, porque una ilusión –como la del ratoncito– nos ha explotado en las narices. ¡Por supuesto que los padres (y los políticos) tienen derecho a una vida sexual! ¡Faltaría más! Pero también es cierto que los padres (y los políticos) deberían mantener cerrada la puerta de la habitación y defender en la práctica su intimidad. Por eso los psicólogos insistimos tanto en la importancia de que los niños no duerman en la misma habitación de los padres y en que los padres mantengan su sexualidad a buen recaudo.
Modelos de identificación
El límite entre la esfera pública y el ámbito privado es muy ambiguo, ya lo sabemos, pero también es verdad que nada nos despierta más curiosidad que la publicación de lo privado. Nada excita con más alegría nuestro morbo que los dramas ajenos. ¡Y muchísimo más si quienes suben al escenario están ocupando posiciones de poder! Nuestros gobernantes, lo quieran o no, ejercen para nosotros una cierta función como figuras de identificación, para bien y para mal. Por una parte, pedimos de ellos que se comporten de una manera intachable, que se encarnen en seres prodigiosos, en ideales éticos a los cuales podamos emular, con los cuales estemos deseosos de identificarnos para ser, nosotros mismos, mejores personas. Cuando observamos sus miserias, algo en nosotros queda huérfano, sí.
¿Qué fue de nuestro modelo? ¿A quién querremos imitar? Simultáneamente, desde un aspecto menos altruista, algo en nosotros queda reconfortado: “En todas partes cuecen habas”, nos decimos. ¿Qué diferencia existe hoy entre Belén Esteban, Rosa Benito y Valérie Trierweiler? Las tres son víctimas de una pena de amor; las tres sufren los estragos de una traición; y las tres acuden al hospital a curarse de una infidelidad.
La pasión por el poder
Cuando vemos a Nicolas Sarkozy con Carla Bruni, o a Hollande con cualquiera de las mujeres que lo han acompañado, nos preguntamos: ¿qué le vio? Si hubieran sido simples funcionarios de ministerio y se dedicaran a hacer recados o a sacar fotocopias, ¿tendrían el mismo éxito con las mujeres? Puede que sí. La inteligencia y el sentido del humor son atributos invisibles a los que es fácil sucumbir. Pero no hay duda de que la fama y el poder embellecen. Funcionan como afrodisíacos y ejercen una especie de Photoshop inmediato, que hace más altos, más apuestos y muchísimo más encantadores a quienes los ostentan.
En este punto, otra fantasía universal entra en juego. La diferencia de estatus tan trillada entre el hombre rico y la corista, entre la secretaria y el ministro o entre la auxiliar de enfermería y el jefe de servicio remiten a la diferencia de rango originaria entre la niña pequeña y el gran poder que ostenta el padre. Hay algo de una ilusión de rescate, de salvación, de triunfo, que funciona sin que nos demos cuenta y que en ocasiones nos arrastra a los brazos que imaginamos fuertes de una figura protectora. Es fácil sucumbir a la pasión por el poder.
El poder de la pasión
“Moral y luces son nuestras primeras necesidades”, dijo Simón Bolívar para marcar un rumbo ético a una América recién liberada. Sexo y poder son los motores que nos mueven, dirá Freud, para poner de manifiesto la verdadera esencia del ser humano. En la historia que nos ocupa, el sexo, la moral, las luces y el poder se dan la mano. Si el concepto “moral y luces” nos remite a la cultura, a la palabra, a lo que nos hace propiamente humanos trascendiendo la condición animal; el sexo y el ansia de poder siguen todavía vigentes y nos reúnen con el ser primitivo que seguimos siendo. La Escuela de Estudios Superiores de Comercio y el Instituto de Estudios Políticos de París, en las que estudió Hollande, no vacunan a nadie contra los efectos del amor. Es muy difícil resistirse al poder de la pasión.
La “Otra”
Lo primero que supimos de Valérie Trierweiler fue que humilló públicamente a Sègoléne Royal, la ex mujer del presidente y madre de sus cuatro hijos, a través de Twitter. Entonces, nos pusimos de parte de la despreciada, de la abandonada, nos pareció gratuito su desprecio y excesiva su saña. Hoy, cuando sabemos que Valérie ha ingresado en un hospital presa del dolor y ahogada por la angustia, hay quienes dicen “Quien a hierro mata a hierro muere” y quienes se ponen otra vez del lado del más débil y se compadecen de su pobre suerte. En este caso tenemos servido –en la misma bandeja de los cruasanes del desayuno–, el tema de la “Otra”, así, con mayúsculas.
Ese juego de tronos entre las ex, las actuales, las futuras y las clandestinas mujeres de un mismo hombre. La “Otra”, coloquialmente, es “la querida”. Sin embargo, desde el punto de vista de la amante, la “Otra” es la mujer oficial. La “Otra”, quien quiera que ella sea, es siempre un personaje de ficción. Y es que, por muy real que sea, a ella le atribuimos tal cantidad de sabiduría que resulta sospechoso. Suponemos que ella sí sabe, con precisión, en qué consiste ser una mujer. ¡Como si alguien pudiera! Y la pregunta “¿Qué tiene ella que no tenga yo?” nos atormenta. La “Otra” conjuga su poder en todos los tiempos verbales. En pasado hablamos de la ex, de cualquier mujer que haya ocupado el lugar de primera dama antes que ella. Esta mujer tiene un poder asombroso.
Allí donde hubo “Otra”, quedan los pliegues de su cuerpo entre las sábanas, quedan su aliento y su olor. Solo si pensamos que Ségolène seguía siendo una rival peligrosa, comprendemos la crueldad de aquel tuit. La “Otra”, en presente, es la rival propiamente dicha, el enemigo a batir. Es la “Otra” oficial con la que cada mujer tendrá que competir en vivo y en directo. La “Otra” del futuro tiene una fuerza y una contundencia imposibles de enfrentar, porque es una pura invención. Con ella –con la próxima posible–, la batalla está perdida de antemano. No sabemos qué aspecto tiene, ¡pero sí que será perfecta!
El mito de don Juan
Con su carita de “yo no fui”, el presidente Hollande ha resultado ser un don Juan. El mito de don Juan es más una fantasía femenina que masculina. El burlador de cada quién aparece como un ser excepcional, al que no le falta de nada, un hombre hiperpotente que puede satisfacer, una por una, a todas las mujeres del mundo (“mille e tre”, las cuenta, una por una, el Don Giovanni de Mozart), ni más ni menos que ¡un padre todopoderoso! El don Juan es un trofeo y una trampa a la vez. Es trofeo porque el objetivo consiste en ser la elegida, la primera dama, y es una trampa porque, si alguna de ellas lograra esa rendición y consiguiera ser la única, el halo de misterio heroico de su don Juan acabaría por desvanecerse y perdería su atractivo y su valor. ¡Una pena! Pero la historia casi nunca termina ahí. Ambos participantes volverán al punto de partida.
Tropezar de nuevo
Y es que otra de las características que define la condición humana es la repetición, el nuevo trayecto que emprendan será muy parecido al anterior. Los hombres y las mujeres tropezamos con la misma piedra una y otra vez. La piedra adquiere vocación de imán y nuestro entusiasmo en tropezar sugiere que, como poco, le tenemos cariño. ¡Pasión por la piedra!, diría yo. Si un hombre abandona a su primera mujer por la segunda, y deja a la segunda por la tercera, es muy probable que repita el patrón. “Está en su naturaleza”, dirá el chiste. Él irá a por otra conquista; ella, a por otro don Juan... Así que, yo en el lugar de Julie, no me apresuraría a deshacer las maletas...
El derecho a la intimidad
Un tema como el que nos ocupa obliga a preguntarnos sobre el frágil límite que separa la esfera pública del terreno privado. La mayoría de las voces, incluida la de su mayor opositora –la ultraderechista Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional–, defiende el derecho a la intimidad del presidente. Pero también hay quienes piensan que un político, y más aún alguien que ha sido elegido por todo un país para que conduzca su destino, es mucho más que un simple gestor, es alguien que libremente ha optado por una carrera pública que, además de muchos privilegios, supone también ciertas renuncias. Entonces, ¿un jefe de Estado tiene prohibido enamorarse?
Con la que está cayendo
Lo cierto es que con la delicada situación social que vive Francia –con un paro que crece, con una mala gestión de la crisis, con una multiculturalidad que no termina de integrarse ni de ser aceptada (todavía late en la memoria de todos el caso de Leonarda Dibrani, la chica kosovar expulsada del país, a quien se permitió permanecer en Francia... pero sin su familia)–, la popularidad de Hollande ya se desinflaba por momentos y es inevitable preguntarse si era el momento más oportuno, no ya para su imagen sino para el país, de estar tan ocupado con el casco, la moto y los cruasanes. Claro que ¡nunca es un momento oportuno para que una infidelidad acabe saliendo a la luz! Pero en este caso, parece que no solo están en juego los participantes del culebrón, sino un público que, más allá de tomar o no partido, depende directamente de sus protagonistas.
¿En qué pensaba?
Nos gusta pensar que nuestros dirigentes no tienen ninguna otra cosa en la cabeza, excepto los problemas que nos afectan. Es una ilusión que surge de un modelo infantil, según el cual mamá y papá solo están allí para colmar nuestras necesidades. Así, el descubrimiento de la vida sexual de los padres supone más que un impacto, una pequeña hecatombe en nuestra economía mental. El niño puede negarlo, o bajar la cabeza y cargar con el peso de esa exclusión radical... Pero, ese descubrimiento nos obliga a cambiar de perspectiva: ya no somos una prioridad, no somos los únicos ni los primeros, sino, como mucho, los terceros.
Cuando descubrimos a Bill Clinton o François Hollande con líos de faldas, no podemos evitar la perplejidad, porque una ilusión –como la del ratoncito– nos ha explotado en las narices. ¡Por supuesto que los padres (y los políticos) tienen derecho a una vida sexual! ¡Faltaría más! Pero también es cierto que los padres (y los políticos) deberían mantener cerrada la puerta de la habitación y defender en la práctica su intimidad. Por eso los psicólogos insistimos tanto en la importancia de que los niños no duerman en la misma habitación de los padres y en que los padres mantengan su sexualidad a buen recaudo.
Modelos de identificación
El límite entre la esfera pública y el ámbito privado es muy ambiguo, ya lo sabemos, pero también es verdad que nada nos despierta más curiosidad que la publicación de lo privado. Nada excita con más alegría nuestro morbo que los dramas ajenos. ¡Y muchísimo más si quienes suben al escenario están ocupando posiciones de poder! Nuestros gobernantes, lo quieran o no, ejercen para nosotros una cierta función como figuras de identificación, para bien y para mal. Por una parte, pedimos de ellos que se comporten de una manera intachable, que se encarnen en seres prodigiosos, en ideales éticos a los cuales podamos emular, con los cuales estemos deseosos de identificarnos para ser, nosotros mismos, mejores personas. Cuando observamos sus miserias, algo en nosotros queda huérfano, sí.
¿Qué fue de nuestro modelo? ¿A quién querremos imitar? Simultáneamente, desde un aspecto menos altruista, algo en nosotros queda reconfortado: “En todas partes cuecen habas”, nos decimos. ¿Qué diferencia existe hoy entre Belén Esteban, Rosa Benito y Valérie Trierweiler? Las tres son víctimas de una pena de amor; las tres sufren los estragos de una traición; y las tres acuden al hospital a curarse de una infidelidad.
La pasión por el poder
Cuando vemos a Nicolas Sarkozy con Carla Bruni, o a Hollande con cualquiera de las mujeres que lo han acompañado, nos preguntamos: ¿qué le vio? Si hubieran sido simples funcionarios de ministerio y se dedicaran a hacer recados o a sacar fotocopias, ¿tendrían el mismo éxito con las mujeres? Puede que sí. La inteligencia y el sentido del humor son atributos invisibles a los que es fácil sucumbir. Pero no hay duda de que la fama y el poder embellecen. Funcionan como afrodisíacos y ejercen una especie de Photoshop inmediato, que hace más altos, más apuestos y muchísimo más encantadores a quienes los ostentan.
En este punto, otra fantasía universal entra en juego. La diferencia de estatus tan trillada entre el hombre rico y la corista, entre la secretaria y el ministro o entre la auxiliar de enfermería y el jefe de servicio remiten a la diferencia de rango originaria entre la niña pequeña y el gran poder que ostenta el padre. Hay algo de una ilusión de rescate, de salvación, de triunfo, que funciona sin que nos demos cuenta y que en ocasiones nos arrastra a los brazos que imaginamos fuertes de una figura protectora. Es fácil sucumbir a la pasión por el poder.
El poder de la pasión
“Moral y luces son nuestras primeras necesidades”, dijo Simón Bolívar para marcar un rumbo ético a una América recién liberada. Sexo y poder son los motores que nos mueven, dirá Freud, para poner de manifiesto la verdadera esencia del ser humano. En la historia que nos ocupa, el sexo, la moral, las luces y el poder se dan la mano. Si el concepto “moral y luces” nos remite a la cultura, a la palabra, a lo que nos hace propiamente humanos trascendiendo la condición animal; el sexo y el ansia de poder siguen todavía vigentes y nos reúnen con el ser primitivo que seguimos siendo. La Escuela de Estudios Superiores de Comercio y el Instituto de Estudios Políticos de París, en las que estudió Hollande, no vacunan a nadie contra los efectos del amor. Es muy difícil resistirse al poder de la pasión.
La “Otra”
Lo primero que supimos de Valérie Trierweiler fue que humilló públicamente a Sègoléne Royal, la ex mujer del presidente y madre de sus cuatro hijos, a través de Twitter. Entonces, nos pusimos de parte de la despreciada, de la abandonada, nos pareció gratuito su desprecio y excesiva su saña. Hoy, cuando sabemos que Valérie ha ingresado en un hospital presa del dolor y ahogada por la angustia, hay quienes dicen “Quien a hierro mata a hierro muere” y quienes se ponen otra vez del lado del más débil y se compadecen de su pobre suerte. En este caso tenemos servido –en la misma bandeja de los cruasanes del desayuno–, el tema de la “Otra”, así, con mayúsculas.
Ese juego de tronos entre las ex, las actuales, las futuras y las clandestinas mujeres de un mismo hombre. La “Otra”, coloquialmente, es “la querida”. Sin embargo, desde el punto de vista de la amante, la “Otra” es la mujer oficial. La “Otra”, quien quiera que ella sea, es siempre un personaje de ficción. Y es que, por muy real que sea, a ella le atribuimos tal cantidad de sabiduría que resulta sospechoso. Suponemos que ella sí sabe, con precisión, en qué consiste ser una mujer. ¡Como si alguien pudiera! Y la pregunta “¿Qué tiene ella que no tenga yo?” nos atormenta. La “Otra” conjuga su poder en todos los tiempos verbales. En pasado hablamos de la ex, de cualquier mujer que haya ocupado el lugar de primera dama antes que ella. Esta mujer tiene un poder asombroso.
Allí donde hubo “Otra”, quedan los pliegues de su cuerpo entre las sábanas, quedan su aliento y su olor. Solo si pensamos que Ségolène seguía siendo una rival peligrosa, comprendemos la crueldad de aquel tuit. La “Otra”, en presente, es la rival propiamente dicha, el enemigo a batir. Es la “Otra” oficial con la que cada mujer tendrá que competir en vivo y en directo. La “Otra” del futuro tiene una fuerza y una contundencia imposibles de enfrentar, porque es una pura invención. Con ella –con la próxima posible–, la batalla está perdida de antemano. No sabemos qué aspecto tiene, ¡pero sí que será perfecta!
El mito de don Juan
Con su carita de “yo no fui”, el presidente Hollande ha resultado ser un don Juan. El mito de don Juan es más una fantasía femenina que masculina. El burlador de cada quién aparece como un ser excepcional, al que no le falta de nada, un hombre hiperpotente que puede satisfacer, una por una, a todas las mujeres del mundo (“mille e tre”, las cuenta, una por una, el Don Giovanni de Mozart), ni más ni menos que ¡un padre todopoderoso! El don Juan es un trofeo y una trampa a la vez. Es trofeo porque el objetivo consiste en ser la elegida, la primera dama, y es una trampa porque, si alguna de ellas lograra esa rendición y consiguiera ser la única, el halo de misterio heroico de su don Juan acabaría por desvanecerse y perdería su atractivo y su valor. ¡Una pena! Pero la historia casi nunca termina ahí. Ambos participantes volverán al punto de partida.
Tropezar de nuevo
Y es que otra de las características que define la condición humana es la repetición, el nuevo trayecto que emprendan será muy parecido al anterior. Los hombres y las mujeres tropezamos con la misma piedra una y otra vez. La piedra adquiere vocación de imán y nuestro entusiasmo en tropezar sugiere que, como poco, le tenemos cariño. ¡Pasión por la piedra!, diría yo. Si un hombre abandona a su primera mujer por la segunda, y deja a la segunda por la tercera, es muy probable que repita el patrón. “Está en su naturaleza”, dirá el chiste. Él irá a por otra conquista; ella, a por otro don Juan... Así que, yo en el lugar de Julie, no me apresuraría a deshacer las maletas...
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