El
verano pasado, cuando recibió la llamada de un canal de televisión,
Ronan Farrow estaba viviendo en Oxford, en una residencia de ...
Ronan Farrow: "Todos podemos ser hijos de Frank Sinatra"
A los 15 años fue portavoz de Unicef; a
los 23, asesor de Hillary Clinton; ya ha publicado en 'The Washington
Post'... Sin embargo, ha saltado a la fama por un comentario de su
madre, Mia Farrow, en el que insinuaba que su verdadero padre podría ser
Frank Sinatra y no Woody Allen. Aunque odia hablar de su vida privada,
algunas veces baja la guardia... Esta es una de ellas.-foto
Farrow,
de 26 años, ha nacido para aparecer ante las cámaras. Tiene un pedigrí
impresionante: es el único hijo biológico de Woody Allen y Mia Farrow;
su abuela hizo de Jane en las películas de Tarzán de Johnny Weissmuller;
su abuelo fue un director de cine premiado con el Óscar...
POR PRIMERA VEZ DA LA CARA
Pero
Ronan ha estado eludiendo el famoseo toda su vida. Su trayectoria es
impecable, propia de un niño prodigio: empezó la universidad a los 11
años, y a los 18 logró ingresar en Yale. Después fue asesor de Hillary
Clinton cuando era secretaria de Estado. Así que su decisión de trabajar
en la tele resulta extraña; va a poner en el punto de mira todo aquello
que él ha luchado por situar en segundo plano: su físico, su familia,
su vida privada. «Está claro que muchos me criticarán, pero creo que con
el tiempo, teniendo en cuenta el programa que queremos hacer, la gente
terminará por detestarme o admirarme por los temas que tratemos, no por
quién soy».
EL ESCÁNDALO DE SU FAMILIA
Conocí
a Farrow hace dos años en Amman (Jordania), cuando estaba a las órdenes
de Clinton. Hacía un año que había estallado la Primavera Árabe, y
Ronan estaba recorriendo Jordania, Israel, Cisjordania, Túnez y Argelia;
estuve siguiéndolo durante aquel periplo, en el que se reunió con
jóvenes emprendedores, universitarios y grupos juveniles. Hay que
recordar que a principios de los años noventa la familia de Farrow se
convirtió en la más famosa de los Estados Unidos. Y en la más atacada.
La separación de sus padres; las enconadas declaraciones públicas; la
relación entre su padre y su hermana adoptiva, Soon Yi... Todo parecía
sacado de un culebrón. Veinte años después, cada vez que alguien le
pregunta por su familia, Farrow se prepara para lo peor.Sin embargo, en
Oriente Medio, la mayoría de los jóvenes no habían oído hablar de él.
Así que cuando una chica jordana le preguntó por su familia, Ronan no se
puso a la defensiva: «Crecí en una familia en la que había niños
adoptivos procedentes de todos los lugares del mundo», dijo.Otra joven
le preguntó a qué se dedicaban sus hermanos. «Tengo uno que es maestro,
una hermana que es diseñadora gráfica, otro abogado... respondió él,
otro carpintero».«Tu familia es muy grande, ¿no?», preguntó otra
persona.«Éramos 14 hermanos», fue la respuesta de Farrow. Cuarenta pares
de ojos se abrieron de par en par.
SU INFANCIA LEJOS DE HOLLYWOOD
«Crecí
en una familia en la que nunca podías ser el centro de atención», me
dijo Farrow en Argel. «Siempre me mantuvieron alejado del típico
ambiente de Hollywood», agregó, recordando su niñez en una gran finca
rural en Connecticut. «Los de mi familia representábamos la totalidad de
los grupos étnicos minoritarios que había en el pueblo». A la hora del
almuerzo, el comedor de Mia Farrow parecía una asamblea general de la
ONU. Sin embargo, el mundo exterior no era tan acogedor. Farrow recuerda
que «a mis hermanos de raza negra siempre los llamaban 'negratas' y
'macacos'». Su hermana Quincy respondía a los insultos «invitando a casa
a los atacantes. Les decía: 'Para que veáis que todos podemos ser
amigos'. Quincy siempre ponía buena voluntad. Mi hermano Isaiah se lo
tomaba peor».
EL DRAMA DE SUS HERMANASTROS
Muchos
de sus hermanos adoptivos habían escapado de la miseria en Vietnam,
Calcuta..., y arrastraban serios problemas de salud. Uno estaba
desnutrido; había sido abandonado a las puertas de un orfanato de
Calcuta tras vivir años encadenado a un poste. Ronan recuerda que, según
la parte de su cuerpo que uno mirase, lo mismo podía tener 8 que 12
años. La familia optó por el término medio y decidió que tenía 10, los
mismos que Ronan entonces. Farrow ingresó en la universidad un año
después. «De niño era una especie de Pitagorín; todo me interesaba. Mi
madre siempre me apoyó, pero dudaba... '¿Por qué tienes que ir a la
universidad?' me decía. '¿Por qué no sigues en el colegio? ¿Por qué no
llevas una vida normal?'». Pero normalidad y Ronan no conjugan bien. A
los 10 años viajó con su madre a Sudáfrica, donde conversó en privado
con Mandela sobre la efectividad de las protestas no violentas. Antes de
su ingreso en Yale, ejerció como portavoz de la Unicef y recorrió zonas
africanas en guerra. A raíz de sus viajes a Sudán y, al descubrir las
inversiones chinas en ese país, Ronan publicó con Mia un artículo en The
Wall Street Journal en el que decían que los Juegos Olímpicos de Pekín
2008 iban a ser «las Olimpiadas del genocidio».
CONDENADO A UNA SILLA DE RUEDAS
Después
de trabajar para Unicef, Farrow dirigió una investigación para la
sanidad pública estadounidense sobre el trastorno por estrés
postraumático. La realizó en Kibera, un barrio de chabolas de Nairobi.
Durante una estancia en Sudán contrajo una infección ósea. Pasó por
varias operaciones y se vio obligado a usar una silla de ruedas; durante
años anduvo con muletas y tobilleras especiales. «Aquello hizo que mi
carácter se volviera menos ingenuo y más complejo. Es posible que
también me volviera un poco neurótico, pero me aportó la empatía
necesaria para tratar con gente que tiene que lidiar con problemas más
graves».
SU TEORÍA POLÍTICA PREFERIDA
El
día que nos vimos para comer en Nueva York, charlamos de libros, de
películas y de música [Farrow a veces hacía de músico callejero en
Washington y tocaba las canciones que había estado componiendo para un
álbum]. En un momento dado hizo una asombrosa imitación de la actriz
Katherine Hepburn. La conversación pasó a centrarse en su último libro,
cuyos derechos ha vendido a Penguin. En él desarrolla su teoría política
preferida: la costumbre estadounidense de financiar y armar a «sujetos
despreciables del mundo entero» ha tenido efectos desastrosos. «La
historia siempre es la misma. Los Estados Unidos crean Shabab, y este
grupo comete una matanza terrorista en Nairobi», dice. Al momento se
disculpa y matiza: «Lo he explicado de la forma más simplista posible,
para que todo el mundo lo entienda».
LOS CHISMORREOS Y LA PUBLICIDAD
El
día que Farrow y MSNBC iban a anunciar la producción del nuevo programa
de televisión, empezaron a circular ciertos chismes. Su madre sugirió a
una revista, de forma un tanto picarona, que el padre de Ronan
seguramente no había sido Woody Allen, sino Frank Sinatra, su primer
marido. [«Frank y yo en realidad nunca llegamos a separarnos del todo»,
dijo]. ¿El chismorreo sobre su paternidad afectará a su programa de
televisión? Ronan Farrow lo tiene muy claro: «Voy a ser un cenizo. ¡Ya
lo creo que sí!».Pero también es muy listo y respondió a la polémica con
un ingenioso comentario en Twitter: «Una cosa está clara: todos somos
posibles hijos de Frank Sinatra». Y no dijo más. Dejó que pasara el
tiempo y los rumores perdieron fuelle. «Es evidente que la historia
tiene un gancho irresistible, es tan escandalosa como divertida me dijo
en el almuerzo. Como todo el mundo, soy perfectamente capaz de apreciar
lo picante de la historia. Pero bueno, la cuestión ahora es pasar página
y concentrarnos en asuntos más importantes».Ninguna publicidad es mala para un presentador de televisión. «En cierta forma, me viene bien que tanta gente se interese por mí. Porque lo importante son las historias que contamos. Lo que quiero es que, cuando el espectador termine de ver un reportaje, tenga el conocimiento del tema que podría tener un estudiante de primer año de universidad, que se sienta capaz de debatir la cuestión en una reunión o una cena con amigos, que entienda lo que puede pasar en el futuro».
UN CHICO SIN PELOS EN LA LENGUA
Ronan
se siente liberado al no tener que seguir ejerciendo como portavoz del
Gobierno, como en sus tiempos con Hilary Clinton. «Soy libre de decir lo
que quiera. Y no pienso andarme con medias tintas. Tan solo hay una
cosa con la que me ando con cuidado. Y es hablar de mí mismo. Se trata
de una trampa en la que muchos caen... Si uno evita ese peligro,
entonces puede dejar de morderse la lengua y decir todo cuanto se le
pase por la cabeza».
Sus 'tuits' incendiarios
Su
chispa y desparpajo en Twitter le han valido a Ronan Farrow para tener
180.000 fieles seguidores y también algunas 'víctimas'. Ahí van unos
ejemplos:-Edward Snowden se quita su máscara de Rafael Nadal. Ahora necesitará una nueva cubierta".
-En 1964, el Comité Olímpico japonés presentó Tokio como el nuevo Japón post-Segunda Guerra Mundial; en 2020, los Juegos harán lo mismo tras el tsunami y Fukushima".
-Me he perdido el tributo a Woody Allen [en los Globos de Oro]. ¿Han puesto la parte en que una mujer confirmó públicamente que él abusó de ella cuando tenía siete años, antes o después de Annie Hall?".
-Mi hermana Lark murió en Navidad hace cinco años. No he encontrado un alma más generosa. Este es el tatuaje-tributo de su hermana".
-Teniendo un momento Dolly con la adorable @MileyCyrus".
-El 96% de los fuegos artificiales y el 94,7% de las banderas que entraron en los Estados Unidos el año pasado estaban fabricados en China. ¡Feliz Día de la Independencia!".
-El 1% de los americanos más ricos poseen el 40% de la riqueza del país. El 80% de los americanos más pobres poseen el 7%. Es bueno que el término 'igualdad' no esté en la Constitución".
-Yo, como muchos americanos, siempre divido mi vida en dos partes: antes de que Beyoncé se cortara el pelo y después".
-La polio ha reaparecido en Siria por primera vez en 16 años. Recordatorio: la única razón de su vuelta es la falta de visión política".
-TÍTULO: A FONDO,.Mi vida en el gulag,.
El magnate del petróleo y archienemigo
de Vladimir Putin Mijaíl Jodorkovski está en libertad. Las chicas del
grupo punk Pussy Riot también. Pero miles de reclusos entre ellos,
algunos presos políticos siguen malviviendo en los campos penitenciarios
rusos en condiciones terribles, como en los tiempos de la Unión
Soviética. Así es su día a día.
A primera vista, Mijaíl Jodorkovski no tiene a sus 50 años
el aspecto de un hombre que ha pasado diez años en las prisiones
rusas.Pero hay que mirarle a los ojos.
Cara a cara se ven en ellos el temor y un dolor profundo. «Al final ya no me hacía muchas ilusiones declaró en Berlín en su primera aparición en libertad. Un preso está acabado cuando ve que sus esperanzas son destruidas una y otra vez». Ahora es un hombre libre gracias a la clemencia de Putin, aunque no tiene muy claro qué es lo que llevó al amo y señor del Kremlin a tomar esa decisión. Jodorkovski, en tiempos presidente de la compañía Yukos y uno de los más poderosos magnates del nuevo capitalismo ruso, ha aprendido en la cárcel que todo el mundo está sujeto a la arbitrariedad del sistema... por mucho que te puedas permitir contratar a los mejores abogados del mundo.
Una persona acusada en Rusia tiene muy pocas probabilidades de librarse de una condena. La ley de procedimiento penal establece que todos los acusados asistan a su juicio dentro de un recinto cerrado con barrotes o acristalado, detalle que basta para hacer que la presunción de inocencia suene a chiste. Algunos abogados llevan recogiendo datos sobre los juicios celebrados en el país desde 2012. El resultado: de un millón de procedimientos penales, solo 716 terminaron en la absolución del acusado. Las cárceles están abarrotadas. Hay 680.000 reclusos, más de 100.00 están en prisión preventiva. Una persona juzgada no solo pierde su libertad. A menudo pierde también todo contacto con su familia si tiene la desgracia de ser enviada a un campo de trabajo en la otra punta de este inmenso país. Y pierde, además, su dignidad como ser humano. Jodorkovski está dispuesto a luchar para cambiar esto. «Hay muchos que lo han pasado peor que yo». Desde su detención en octubre de 2003 ha estado en dos colonias penitenciarias y en dos cárceles preventivas. Tras el juicio fue enviado a Krasnokamensk, cerca de la frontera con Mongolia. En su traslado pasó seis días dentro de un vagón penitenciario. Ni él ni su familia fueron informados del destino.
EL CAMPO PENITENCIARIO era el número JaG 14/10; el suyo era el octavo de los 13 barracones con un dormitorio común y capacidad para 100 hombres. Uno de sus compañeros de encierro le cedió la litera inferior, lo que se considera una señal de respeto. Jodorkovski pasó muchos días en la celda de castigo por haber bebido té a escondidas o no haber colocado las manos a la espalda de forma reglamentaria al salir al patio. Una noche, un preso lo atacó en la oscuridad y lo hirió con un cuchillo en la cara. Su mujer, Inna, tenía autorización para visitarlo cuatro veces al año. El aeropuerto más cercano está a nueve horas en coche. Solo le permitían permanecer tres días. En agosto de 2008, un tribunal de Chita la ciudad a la que lo habían trasladado rechazó su puesta en libertad. El juez argumentó que carecía de propósito de enmienda, además de que se había negado a aprender «un oficio sensato» en la cárcel. Antiguos compañeros y amigos describen a Jodorkovski como una persona dura e inflexible. Es cierto que el antiguo oligarca podría haberse ahorrado los diez años de cárcel. Le habría bastado con desaparecer en el extranjero llevándose su fortuna consigo. En vez de eso decidió quedarse en Rusia, acusó a Putin de fomentar la corrupción y financió a la oposición.
El propio Jodorkovski cuenta que prácticamente todos los días de su encierro se planteaba si ahora haría las cosas de otra manera. «Y tengo que admitirlo: en lo que se refiere a nuestro sistema judicial, fui muy ingenuo... Si hubiese sabido que tendría que pasar diez años en la cárcel, creo que me habría pegado un tiro». La situación de los centros penitenciarios rusos es en algunos lugares tan dramática que los presos tienen que dormir por turnos porque no hay camas para todos. O las duchas están estropeadas y no pueden lavarse durante semanas. La ley de amnistía aprobada por la Duma en diciembre solo supondrá un ligero alivio de la situación. Estos días están siendo puestos en libertad unos 20.000 hombres y mujeres condenados por delitos leves, como vandalismo.
Según datos de la organización de defensa de los derechos humanos Memorial, entre ellos figuran 37 de los 70 presos políticos. A los opositores al régimen se les suele acusar de delitos que poco tienen que ver con las actividades políticas. Ese fue el caso de Jodorkovski. Y también ha sido el del opositor más conocido en la actualidad, Alexéi Navalni, condenado en julio a cinco años en un campo penitenciario por malversación. Es verdad que la condena fue suspendida poco después, pero sigue pendiendo sobre él como una espada de Damocles.
También fueron amnistiadas por Navidad las componentes del grupo Pussy Riot María Aliójina y Nadezhda Tolokónnikova. Ambas fueron condenadas a dos años por su actuación musical contra Putin en una catedral. Tolokónnikova, de 24 años, fue enviada primero a la colonia correccional número 14, situada en Mordovia. En una entrevista contó: «Mi día era levantarme a las 5:45, 12 minutos de ejercicios matutinos, luego el desayuno y los trabajos forzados. Poder ir al baño o fumarte un cigarrillo dependía del humor de los guardias». Luego escribió: «En junio gané 29 rublos (60 céntimos). En mi departamento cosemos cada día 150 uniformes de policía. Las manos se te llenan de pinchazos de agujas y arañazos y el banco de trabajo, de sangre, pero tienes que seguir cosiendo. Mi grupo cose de 16 a 17 horas diarias. Desde las 8 de la mañana hasta las 12:30 de la noche. Si tenemos suerte, dormimos cuatro horas».
AHORA, UNA VEZ LIBERADAS LAS DOS, LAS PUSSY Riot quieren implicarse en la defensa de los derechos de las reclusas: «El sistema penitenciario ruso se basa en la represión sistemática de la personalidad. Las personas son empujadas a la perfidia. Cualquier escrúpulo desaparece». El preso ruso más famoso a día de hoy es el antiguo vicepresidente de Yukos, Platon Lebedev, de 57 años. Todavía tiene que pasar otros cuatro meses en prisión. Está internado a 700 kilómetros al norte de Moscú y sufre hepatitis. A otros directivos de Yukos encarcelados les ha ido bastante peor. Vasili Alexanian, anterior director del departamento legal, fue diagnosticado de sida; enfermó de tuberculosis y cáncer de hígado, por lo que fue puesto en libertad tras depositar una fianza de 1,25 millones de euros. Cuando murió, acababa de cumplir 40 años.
No se sabe cómo entró en contacto con el virus del sida, pero unos 55.000 presos están infectados y 35.000 padecen tuberculosis. Según datos oficiales, el año pasado murieron en prisión 4121 personas. A los casos de enfermedad se suman los suicidios y las muertes por malos tratos. Lev Ponomariov, de la Fundación por los Derechos de los Presos, afirma: «Muchas veces recibimos explicaciones increíbles, como que un recluso se golpeó él solo contra la pared, hasta caer muerto». «Gulag light» es el término que Jodorkovski utiliza para referirse a las condiciones de vida en las cárceles rusas. Empezó a escribir sobre su estancia en 2011. Los textos aparecían en un pequeño periódico de la oposición. Jodorkovski habla de presos que trabajan como guardianes, como el borracho Sergei, encargado del mantenimiento del orden en el campo y cuya especialidad era golpear a los presos para no les quedaran marcas externas, «pero a los pocos días aparecía sangre en la orina». Otras formas de castigo eran, según relata, las «correcciones faciales» y las llamadas «extensiones de piernas»: el preso tiene que mantenerse durante horas de pie con las piernas abiertas.
Una historia que le afectó mucho fue lade un joven llamado Kolia, de 23 años. «Como la mitad de los presos, había sido condenado por posesión de drogas», escribe Jodorkovski. Para maquillar las estadísticas, la Policía quiso atribuirle también el robo de un bolso. Cuando Kolia se enteró de que tenía que reconocer que había robado el bolso a una jubilada, protestó: «¡Nunca le haría nada a una mujer!». Los agentes lo golpearon y lo mandaron de vuelta a su celda para que «reflexionara». Al poco tiempo, Kolia empezó a aporrear la puerta de su cubículo. Cuando los policías abrieron la trampilla por la que se introduce la comida, vieron que el joven se estaba sujetando los intestinos. «Se había abierto las tripas, cuenta Jodorkovski. Sobrevivió de milagro. Hoy es un inválido, pero no se arrepiente de nada».
A las 731 colonias correccionales que perviven en Rusia se las sigue llamando popularmente 'zona', como en los tiempos de Stalin, y todavía cumplen con muchas de las tradiciones del gulag, un entramado penitenciario dirigido con una cruel perfección. El paradigma del terror del gulag lo constituían los campos situados en la Siberia oriental, a lo largo del río Kolimá, donde en invierno se alcanzan los 60 grados bajo cero. Los presos de Stalin estaban obligados a trabajar en las minas de oro y uranio; también tuvieron que construir la carretera de Kolimá para llevar las materias primas hasta el puerto de Magadan.
Cada dos kilómetros se levantaba un campo de prisioneros. Sorprende ver que apenas había vallas. Pero no eran necesarias, explican los yakutos, el pueblo nativo del lugar: los que intentaran huir no sabrían ni en qué dirección correr. En sus agrestes paisajes se puede caminar durante semanas sin encontrarse con un alma. Una fuga solo tendría ciertas posibilidades de éxito si dos hombres se pusieran de acuerdo y llevaran a un tercero... como comida. A finales de los cincuenta se puso fin al sistema del gulag, pero el último campo penitenciario de Kolimá siguió activo hasta 1987. En la Rusia actual, la revisión histórica de aquellos crímenes no despierta mucho interés. Siempre que se plantea levantar un monumento en algún lugar de Rusia, la idea choca con la oposición de la población. Muchos prefieren que no les recuerden el pasado. «¿Para qué? dicen muchos. El presente ya es bastante duro».
Cara a cara se ven en ellos el temor y un dolor profundo. «Al final ya no me hacía muchas ilusiones declaró en Berlín en su primera aparición en libertad. Un preso está acabado cuando ve que sus esperanzas son destruidas una y otra vez». Ahora es un hombre libre gracias a la clemencia de Putin, aunque no tiene muy claro qué es lo que llevó al amo y señor del Kremlin a tomar esa decisión. Jodorkovski, en tiempos presidente de la compañía Yukos y uno de los más poderosos magnates del nuevo capitalismo ruso, ha aprendido en la cárcel que todo el mundo está sujeto a la arbitrariedad del sistema... por mucho que te puedas permitir contratar a los mejores abogados del mundo.
Una persona acusada en Rusia tiene muy pocas probabilidades de librarse de una condena. La ley de procedimiento penal establece que todos los acusados asistan a su juicio dentro de un recinto cerrado con barrotes o acristalado, detalle que basta para hacer que la presunción de inocencia suene a chiste. Algunos abogados llevan recogiendo datos sobre los juicios celebrados en el país desde 2012. El resultado: de un millón de procedimientos penales, solo 716 terminaron en la absolución del acusado. Las cárceles están abarrotadas. Hay 680.000 reclusos, más de 100.00 están en prisión preventiva. Una persona juzgada no solo pierde su libertad. A menudo pierde también todo contacto con su familia si tiene la desgracia de ser enviada a un campo de trabajo en la otra punta de este inmenso país. Y pierde, además, su dignidad como ser humano. Jodorkovski está dispuesto a luchar para cambiar esto. «Hay muchos que lo han pasado peor que yo». Desde su detención en octubre de 2003 ha estado en dos colonias penitenciarias y en dos cárceles preventivas. Tras el juicio fue enviado a Krasnokamensk, cerca de la frontera con Mongolia. En su traslado pasó seis días dentro de un vagón penitenciario. Ni él ni su familia fueron informados del destino.
EL CAMPO PENITENCIARIO era el número JaG 14/10; el suyo era el octavo de los 13 barracones con un dormitorio común y capacidad para 100 hombres. Uno de sus compañeros de encierro le cedió la litera inferior, lo que se considera una señal de respeto. Jodorkovski pasó muchos días en la celda de castigo por haber bebido té a escondidas o no haber colocado las manos a la espalda de forma reglamentaria al salir al patio. Una noche, un preso lo atacó en la oscuridad y lo hirió con un cuchillo en la cara. Su mujer, Inna, tenía autorización para visitarlo cuatro veces al año. El aeropuerto más cercano está a nueve horas en coche. Solo le permitían permanecer tres días. En agosto de 2008, un tribunal de Chita la ciudad a la que lo habían trasladado rechazó su puesta en libertad. El juez argumentó que carecía de propósito de enmienda, además de que se había negado a aprender «un oficio sensato» en la cárcel. Antiguos compañeros y amigos describen a Jodorkovski como una persona dura e inflexible. Es cierto que el antiguo oligarca podría haberse ahorrado los diez años de cárcel. Le habría bastado con desaparecer en el extranjero llevándose su fortuna consigo. En vez de eso decidió quedarse en Rusia, acusó a Putin de fomentar la corrupción y financió a la oposición.
El propio Jodorkovski cuenta que prácticamente todos los días de su encierro se planteaba si ahora haría las cosas de otra manera. «Y tengo que admitirlo: en lo que se refiere a nuestro sistema judicial, fui muy ingenuo... Si hubiese sabido que tendría que pasar diez años en la cárcel, creo que me habría pegado un tiro». La situación de los centros penitenciarios rusos es en algunos lugares tan dramática que los presos tienen que dormir por turnos porque no hay camas para todos. O las duchas están estropeadas y no pueden lavarse durante semanas. La ley de amnistía aprobada por la Duma en diciembre solo supondrá un ligero alivio de la situación. Estos días están siendo puestos en libertad unos 20.000 hombres y mujeres condenados por delitos leves, como vandalismo.
Según datos de la organización de defensa de los derechos humanos Memorial, entre ellos figuran 37 de los 70 presos políticos. A los opositores al régimen se les suele acusar de delitos que poco tienen que ver con las actividades políticas. Ese fue el caso de Jodorkovski. Y también ha sido el del opositor más conocido en la actualidad, Alexéi Navalni, condenado en julio a cinco años en un campo penitenciario por malversación. Es verdad que la condena fue suspendida poco después, pero sigue pendiendo sobre él como una espada de Damocles.
También fueron amnistiadas por Navidad las componentes del grupo Pussy Riot María Aliójina y Nadezhda Tolokónnikova. Ambas fueron condenadas a dos años por su actuación musical contra Putin en una catedral. Tolokónnikova, de 24 años, fue enviada primero a la colonia correccional número 14, situada en Mordovia. En una entrevista contó: «Mi día era levantarme a las 5:45, 12 minutos de ejercicios matutinos, luego el desayuno y los trabajos forzados. Poder ir al baño o fumarte un cigarrillo dependía del humor de los guardias». Luego escribió: «En junio gané 29 rublos (60 céntimos). En mi departamento cosemos cada día 150 uniformes de policía. Las manos se te llenan de pinchazos de agujas y arañazos y el banco de trabajo, de sangre, pero tienes que seguir cosiendo. Mi grupo cose de 16 a 17 horas diarias. Desde las 8 de la mañana hasta las 12:30 de la noche. Si tenemos suerte, dormimos cuatro horas».
AHORA, UNA VEZ LIBERADAS LAS DOS, LAS PUSSY Riot quieren implicarse en la defensa de los derechos de las reclusas: «El sistema penitenciario ruso se basa en la represión sistemática de la personalidad. Las personas son empujadas a la perfidia. Cualquier escrúpulo desaparece». El preso ruso más famoso a día de hoy es el antiguo vicepresidente de Yukos, Platon Lebedev, de 57 años. Todavía tiene que pasar otros cuatro meses en prisión. Está internado a 700 kilómetros al norte de Moscú y sufre hepatitis. A otros directivos de Yukos encarcelados les ha ido bastante peor. Vasili Alexanian, anterior director del departamento legal, fue diagnosticado de sida; enfermó de tuberculosis y cáncer de hígado, por lo que fue puesto en libertad tras depositar una fianza de 1,25 millones de euros. Cuando murió, acababa de cumplir 40 años.
No se sabe cómo entró en contacto con el virus del sida, pero unos 55.000 presos están infectados y 35.000 padecen tuberculosis. Según datos oficiales, el año pasado murieron en prisión 4121 personas. A los casos de enfermedad se suman los suicidios y las muertes por malos tratos. Lev Ponomariov, de la Fundación por los Derechos de los Presos, afirma: «Muchas veces recibimos explicaciones increíbles, como que un recluso se golpeó él solo contra la pared, hasta caer muerto». «Gulag light» es el término que Jodorkovski utiliza para referirse a las condiciones de vida en las cárceles rusas. Empezó a escribir sobre su estancia en 2011. Los textos aparecían en un pequeño periódico de la oposición. Jodorkovski habla de presos que trabajan como guardianes, como el borracho Sergei, encargado del mantenimiento del orden en el campo y cuya especialidad era golpear a los presos para no les quedaran marcas externas, «pero a los pocos días aparecía sangre en la orina». Otras formas de castigo eran, según relata, las «correcciones faciales» y las llamadas «extensiones de piernas»: el preso tiene que mantenerse durante horas de pie con las piernas abiertas.
Una historia que le afectó mucho fue lade un joven llamado Kolia, de 23 años. «Como la mitad de los presos, había sido condenado por posesión de drogas», escribe Jodorkovski. Para maquillar las estadísticas, la Policía quiso atribuirle también el robo de un bolso. Cuando Kolia se enteró de que tenía que reconocer que había robado el bolso a una jubilada, protestó: «¡Nunca le haría nada a una mujer!». Los agentes lo golpearon y lo mandaron de vuelta a su celda para que «reflexionara». Al poco tiempo, Kolia empezó a aporrear la puerta de su cubículo. Cuando los policías abrieron la trampilla por la que se introduce la comida, vieron que el joven se estaba sujetando los intestinos. «Se había abierto las tripas, cuenta Jodorkovski. Sobrevivió de milagro. Hoy es un inválido, pero no se arrepiente de nada».
A las 731 colonias correccionales que perviven en Rusia se las sigue llamando popularmente 'zona', como en los tiempos de Stalin, y todavía cumplen con muchas de las tradiciones del gulag, un entramado penitenciario dirigido con una cruel perfección. El paradigma del terror del gulag lo constituían los campos situados en la Siberia oriental, a lo largo del río Kolimá, donde en invierno se alcanzan los 60 grados bajo cero. Los presos de Stalin estaban obligados a trabajar en las minas de oro y uranio; también tuvieron que construir la carretera de Kolimá para llevar las materias primas hasta el puerto de Magadan.
Cada dos kilómetros se levantaba un campo de prisioneros. Sorprende ver que apenas había vallas. Pero no eran necesarias, explican los yakutos, el pueblo nativo del lugar: los que intentaran huir no sabrían ni en qué dirección correr. En sus agrestes paisajes se puede caminar durante semanas sin encontrarse con un alma. Una fuga solo tendría ciertas posibilidades de éxito si dos hombres se pusieran de acuerdo y llevaran a un tercero... como comida. A finales de los cincuenta se puso fin al sistema del gulag, pero el último campo penitenciario de Kolimá siguió activo hasta 1987. En la Rusia actual, la revisión histórica de aquellos crímenes no despierta mucho interés. Siempre que se plantea levantar un monumento en algún lugar de Rusia, la idea choca con la oposición de la población. Muchos prefieren que no les recuerden el pasado. «¿Para qué? dicen muchos. El presente ya es bastante duro».
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