Si senor, efectos especiales, ye, ye, ye
Si senor, una tentacion, ye, ye, ye
Tu y yo a la fiesta
Tu y yo toda la noche
Tu y yo a la fiesta
Tu y yo
Bailando bailando amigos adios, adios el silencio loco
Bailando bailando amigos adios, adios el silencio loco
Si senor, corona de cristales, ye, ye, ye
Si senor, una emocion, ye, ye, ye
Bailando bailando amigos adios, adios el silencio loco
Bailando bailando amigos adios, adios el silencio loco
Bailando bailando amigos adios, adios el silencio loco
Bailando bailando amigos adios, adios el silencio loco
La luna estava Ilenasone, sone de un palacio
un paraisio que se Ilama Paradisio
Bailando bailando amigos adios, adios el silencio loco
Bailando bailando amigos adios, adios el silencio loco
Bailando bailando amigos adios, adios el silencio loco
Bailando bailando amigos adios, adios el silencio loco
Bailo sensual
noche romantica melodia
TÍTULO: MUÑECAS Y ESPADAS,.
Mi hijo Alex ha esperado a que
pasaran unos días después de Reyes
para decirme, con guasa: “No te
imaginaba regalando barbies”. Y es
que Maya, la pequeña de la familia,
ha escrito este año sus cartas a Papá
Noel y a los Reyes pidiendo barbies
y su madre me había advertido que
la niña las tendría fuera cual fuera
mi opinión, sin imaginar que yo
estaba más que dispuesta a pasar
por el aro, así que la sorprendí con
las tres que pedía. Cuando yo tenía
muchos menos años, me negaba a
comprar barbies.
Me parecían un
juguete sexista, que representaba
una manera de ser mujer que me
producía rechazo. En casa sabían
que conmigo no podían contar
para hacer esos sueños realidad.
Claro que lo mismo me sucedía con
espadas, pistolas... Ya me encargaba yo de dejar claro
a Papá Noel y a los Reyes que no podían dejar esos
juguetes, aunque no siempre con éxito. El tiempo
a veces cura ciertas tonterías, como esta. Porque es
evidente que jugar con barbies no convierte a las
niñas en estúpidas dispuestas a perpetuar el rol de
mujer objeto. Igual que jugar con una espada no
hace que un niño se vuelva psicópata.
Alex se ríe recordando que, cuando tenía
seis o siete años y pedía las armas de las Guerra
de las Galaxias, yo le respondía con insoportables
discursos sobre la maldad de las armas. Mea culpa
tanta estupidez. Menos mal que su padre no me
hacía demasiado caso y pasaba del enfado que me
cogía cuando los Reyes Magos aparecían con un
arco y unas flechas, una pistola
galáctica o una espada y un escudo
de “romanos”. Ahora Maya juega
con Barbies, le encantan los
vestidos rosas y se coloca todo tipo
de lazos en el pelo.
Maya estaba empeñada en tener una caja de maquillaje, que los Reyes trajeron sin rechistar. Con sus seis años, es la primera de la clase, lee en dos idiomas a la perfección y escribe cuentos, prueba de que ni Barbie ni la caja de maquillaje le afectan a las neuronas. Y no hay niño, ni siquiera su hermano, que se atreva a rechistarla. Tiene una seguridad aplastante y con dos palabras pone a cada uno en su sitio. Tengo un par de sobrinas que también se ríen de mí por mi manía a Barbie, porque ellas de pequeñas jugaban con la muñeca y es evidente que tampoco les ha “afectado”. Son chicas estupendas, buenas estudiantes antaño y hoy estupendas profesionales.
Vamos, que los lazos y el vestido rosa no impiden pensar y ser lo que quieren. De la misma manera que Alex, que se divertía jugando a la Guerra de las Galaxias, es una persona pacífica, dispuesto a ayudar a quien lo necesita, a proteger a los débiles, incapaz de hacer daño a una mosca. Estaba equivocada. Mis prejuicios me impedían ver la realidad: la pulsión que sienten los niños por ciertos juguetes y que lo importante no es el juguete sino la educación que reciban. Sé que muchas de mis amigas me llamarán para ponerme “verde”. Creerán que los años me están volviendo blanda y que ya no soy capaz de negar nada a los pequeños de la casa. Y es verdad que los juguetes son parte de la educación, pero les aseguro que mi experiencia me ha enseñado que jugar con barbies o espadas no tiene efectos secundarios. Palabrita del Niño Jesús.
Maya estaba empeñada en tener una caja de maquillaje, que los Reyes trajeron sin rechistar. Con sus seis años, es la primera de la clase, lee en dos idiomas a la perfección y escribe cuentos, prueba de que ni Barbie ni la caja de maquillaje le afectan a las neuronas. Y no hay niño, ni siquiera su hermano, que se atreva a rechistarla. Tiene una seguridad aplastante y con dos palabras pone a cada uno en su sitio. Tengo un par de sobrinas que también se ríen de mí por mi manía a Barbie, porque ellas de pequeñas jugaban con la muñeca y es evidente que tampoco les ha “afectado”. Son chicas estupendas, buenas estudiantes antaño y hoy estupendas profesionales.
Vamos, que los lazos y el vestido rosa no impiden pensar y ser lo que quieren. De la misma manera que Alex, que se divertía jugando a la Guerra de las Galaxias, es una persona pacífica, dispuesto a ayudar a quien lo necesita, a proteger a los débiles, incapaz de hacer daño a una mosca. Estaba equivocada. Mis prejuicios me impedían ver la realidad: la pulsión que sienten los niños por ciertos juguetes y que lo importante no es el juguete sino la educación que reciban. Sé que muchas de mis amigas me llamarán para ponerme “verde”. Creerán que los años me están volviendo blanda y que ya no soy capaz de negar nada a los pequeños de la casa. Y es verdad que los juguetes son parte de la educación, pero les aseguro que mi experiencia me ha enseñado que jugar con barbies o espadas no tiene efectos secundarios. Palabrita del Niño Jesús.
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