«Winnipeg es mi ciudad y, al mismo tiempo, un espacio
mental». Con semejante declaración, el realizador canadiense Guy Maddin
apuntaba al lugar en que la realidad cohabita con recuerdos
distorsionados y fantasmas del inconsciente. Hay quien afirmaría que ese
sitio existe y se llama Beverly Hills.
Una ciudad que nunca hemos visitado y, sin embargo, somos
capaces de reconstruir en nuestra cabeza gracias al celuloide y el papel
satinado. Ejerzan de viajeros imaginarios, contraten un tour con la
empresa Starline y recorran en autocar sus calles.
Hileras de palmeras que parecen no tener fin. Galerías de
arte, vehículos de gama alta y los escaparates de Cartier, Channel y
Versace dominando el paisaje de Rodeo Drive, la arteria comercial más
famosa del mundo. Mansiones con bolera, pista de patinaje, jardines
asiáticos, sala de cine, helipuerto y piscina. Palacios de todos los
tamaños y colores que ridiculizarían a la mismísima Xanadu.
Sus dueños, ricos maniáticos que legan la fortuna familiar a
su mascota y enclaustran a sus retoños en alguno de los selectos
colegios católicos que pueblan la manzana. Quizás alguna pertenezca a
Nicolas Cage, Jack Nicholson o Brad Pitt, ilustres residentes de este
pedazo de tierra hermanado con Cannes, la metrópoli más chic de la Costa
Azul. Un parque de atracciones para ricos que en sus orígenes estuvo
vetado a judíos y negros.
La pequeña localidad del condado de Los Ángeles, la que
alumbró al auténtico 'Rat Pack' de Sinatra antes de que Las Vegas lo
elevase a la inmortalidad, celebra este año su primer centenario. En
1911, un grupo de inversores compró lo que hasta entonces había sido una
plantación de habas. Seguían la pista del oro negro y se toparon con un
pozo de agua. Sin petróleo, pero con miles de acres de terreno fértil a
su disposición, se percataron de que el paraíso podía levantarse allí.
Un ayuntamiento oficializó sus intenciones tres años después.
Burton Green, cabecilla de aquellos pioneros, fue el
visionario que construyó sus cimientos. Claro, los del hotel Beverly
Hills. Luego llegarían Bel Air y los distritos financieros, los
paparazzi y la luna de miel de los Kennedy. ¿Alguien ha dicho 'Sensación
de vivir'? Para toda una generación sería el hogar de los hermanos
Walsh. De Dylan McKay y Kelly Taylor. Un censo de 34.000 habitantes y
mucho dinero que gastar. Por supuesto, ya nadie rememora el 3 de agosto
de 1769, fecha en la que el aventurero catalán Gaspar de Portolá
transitó lo que hoy se conoce como Wilshire Boulevard, en aquel tiempo
una senda indígena.
Un plató de película
Beverly Hills es cine. Porque el 'star-system' se reparte
sus parcelas. Porque allí tienen su sede los estudios
Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), los del icónico león, que se trasladaron a la
zona el 22 de agosto de 2011 tras superar la quiebra que desencadenó un
agujero de 4.000 millones de dólares. Empero el común de los mortales
la evocamos como escenario de algunas películas más o menos memorables.
En Greystone Park, por ejemplo, se halla el caserón en el
que moraba 'el otro gran Lebowski', el millonario paralítico que ponía
en un serio aprieto a El Nota (Jeff Bridges) en uno de los títulos de
culto de los hermanos Coen. Sus estancias también han cobijado los
rodajes de 'El truco final (El prestigio)', 'X-Men', 'La red social' o
'Pozos de ambición'.
Allí se localiza la Casa Beverly, la suntuosa villa del
magnate de la prensa William Randolph Hearst, un emplazamiento del que
Coppola dio buena cuenta en 'El padrino'. A Tarantino tampoco le falló
el olfato. La casa de Mia Wallace, el personaje por el que recordaremos
siempre a Uma Thurman, se encuentra en el número 1541 de Summitridge
Drive. Ben Affleck desplazó a su equipo hasta el Hospital de Veteranos
de la calle Plummer para registrar una escena de su oscarizada 'Argo'.
Michael Douglas, víctima del síndrome Amok ('un episodio
aleatorio, aparentemente no provocado, de un comportamiento asesino o
destructor de los demás, seguido de amnesia y/o agotamiento', citando a
la OMS), caminaba por el lado salvaje de la vida en 'Un día de furia',
desatando su ira en algunas de sus localizaciones. En la trilogía
'Superdetective en Hollywood', que catapultó la carrera de Eddie Murphy,
el agente Axel Foley abandonaba su Detroit natal para asentarse en
Beverly Hills y, de paso, aspirar a genio del desorden público, para
crispación del cuerpo de Policía y los criminales de guante blanco. Ni
siquiera en aquella época tenían gracia las muecas del humorista de
Brooklyn.
No obstante, lo más probable es que la Beverly Hills de
carne y hueso se parezca a la que retrataba Amy Heckerling en 'Fuera de
onda', una adaptación caricaturesca de una novela de Jane Austen
ambientada en un instituto privado para niños bien de 'la aristocracia
californiana'.
La ruta de Cenicienta
Aunque sea pasto de múltiples reposiciones (el 'Qué bello
es vivir' de la comedia romántica), la audiencia nunca falla cuando
alguna 'cadena amiga' emite por enésima vez 'Pretty Woman'. Vivian, esa
Cenicienta contemporánea interpretada por una principiante llamada Julia
Roberts, era una pizpireta prostituta que le robaba el corazón a uno de
los galanes de la década de los noventa, Richard Gere, en las
inmediaciones de Hollywood Boulevard. El cuento de hadas por excelencia
de Beverly Hills tiene, como no podía ser de otro modo, su ruta para
turistas y cinéfilos.
En la avenida Santa Mónica se ubica Boulmiche, el templo de
la alta costura donde unas dependientas atendían con desprecio a la
estrella. Gran parte del metraje transcurría en el Regent Beverly
Wilshire, el lujoso hotel donde se hospedaba el personaje de Gere. Si lo
visitan, quizás se sientan decepcionados, pues las escenas en
interiores se filmaron en un estudio. Para resarcirse del disgusto,
pueden personarse en otros establecimientos de leyenda que sirvieron de
decorado a grandes clásicos y taquillazos recientes del séptimo arte:
prueben con el Millennium Biltmore ('Vértigo' de Hitchcock o 'New York,
New York' de Scorsese), el Hollywood Roosevelt ('Casi famosos' de
Cameron Crowe) o el Westin Bonaventure ('Rain Man' de Barry Levinson).
Si no se dejan obnubilar por esta travesía de excesos, en
el hotel Las Palmas les espera un regalo para mitómanos. En una de sus
fachadas descubrirán la escalera de incendios que trepaba Gere con un
ramo de flores para declararle amor eterno a la novia de América. Y a la
hora del almuerzo, nada como imitar a Roberts en su frustrado intento
de comer caracoles en el restaurante Cicada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario