TITULO: EL BLOC DEL CARTERO ¡ ATENCION Y OBRAS ! - CINE - NOOSFERA TECNOLOGICA,.
¡ ATENCION Y OBRAS ! CINE,.
¡Atención y obras! es un programa semanal que,
en La 2, aborda la cultura en su sentido más amplio, con especial
atención a las artes escénicas, la música, los viernes a las 20:00 presentado por Cayetana Guillén Cuervo, etc, foto,.
NOOSFERA TECNOLOGICA,.
foto
Un reportaje de
Informe semanal me descubre
la existencia de unas redes de extorsión que se dedican a echar el lazo a primos que se masturban ante el ordenador. El timo, al parecer, exige que el pajero se exhiba ante su
webcam,
mientras se sacude el manubrio, para que la señorita zalamera que lo
incita pueda grabarlo; y, una vez rematada la faena, la señorita en
cuestión (tal vez un macho pirulo con peluca) manda al primo un guasá,
advirtiéndole que ha sido grabado y que, si no paga al instante tal
cantidad, el video será enviado a sus allegados. En el reportaje, sin
embargo,
se lanzaba un mensaje de tranquilidad a la audiencia,
anunciando que ya existe en la Policía española una unidad encargada de
proteger a los internautas pajeros de estas extorsiones. Me
sorprendió que se anunciara tan alegremente la creación de esta unidad
en un país de alimañas donde, por ejemplo, hubo gente que protestó
airadamente cuando un misionero español fue evacuado de Sierra Leona,
para poder recibir en España tratamiento contra el ébola. Pero vivimos
en una época que considera más indignante sufragar con dinero público la
repatriación de un enfermo grave que crear una unidad policial
encargada de evitar que los internautas pajeros sean extorsionados.
Esta paradoja vuelve a probarnos que la inmoralidad primeramente aspira a convertirse en un uso socialmente admitido,
para reclamar después amparo legal y por último exigir que la moralidad
sea arrinconada como conducta indeseable. Es un camino de ida y vuelta
inevitable, porque la inmoralidad, una vez que logra ser admitida en
sociedad, anhela que nadie la señale como lo que es; lo que, a la larga,
exige proscribir la conducta de los hombres morales, que poco a poco se
va tornando odiosa.
Por el momento, quienes utilizan su ordenador para conectar con señoritas a través de su webcam ya han conseguido que una unidad policial los proteja contra posibles extorsionadores;
y, paralelamente, los reclamos publicitarios que incitan a los usuarios
de interné a imitar a los pajeros protegidos policialmente son cada vez
mayores. Se calcula que más de un treinta por ciento de las páginas de
interné que diariamente se visitan en todo el mundo son de naturaleza
pornográfica; y en este porcentaje no se incluyen las numerosísimas
páginas que ofrecen enlaces y publicidad de esta índole, todas ellas de
manera perfectamente legal, ni las ‘agencias de contactos’ que incitan
alegremente al adulterio. Aquí siempre el fariseo asegura que nadie nos
obliga a mirar pornografía en interné ; pero se trata de un sofisma del
tamaño de un castillo, pues lo cierto es que la pornografía y las
incitaciones sexuales en interné son omnipresentes; y pretender que
quien mira pornografía en interné lo hace libremente es tan cínico
como afirmar que el señor que vive encerrado en una tienda de dulces es
diabético porque quiere.
El reportaje de
Informe semanal me resultó perturbador, sobre todo, porque se dedicaba a desenmascarar una lacra menor (las redes de extorsiones de pajeros)
a costa de ocultar unas lacras infinitamente mayores, cuales son la
adicción compulsiva a la pornografía o la plaga de adulterios virtuales
que interné ha desatado en apenas un par de décadas. Sobre esta
cuestión se calla de manera oprobiosa. los que mandan porque, además de
enriquecerse con la pornografía, saben que su consumo es uno de los
métodos de control y sometimiento social más baratos y eficaces jamás
inventados; los que no mandan, pero creen hacerlo, porque la bandera de
la liberación sexual es un caramelito venenoso al que no piensan
renunciar tan fácilmente, pues les permite posar de desprejuiciados ante
la galería (además de proporcionarles la caricia paternalista de los
que mandan); y los que no mandamos nada (o sea, el grueso de la
población) porque no soportamos que nuestras lacras sean señaladas como
tales (pues nada hay tan humano como pretender que la propia enfermedad
sea considerada inocua).
Pero la dura y triste realidad es que el consumo de
pornografía en interné está generando adicciones y patologías cada vez
más intrincadas y devastadoras. La dura y triste realidad es
que la pornografía aniquila nuestra afectividad y nos incapacita para
las relaciones sexuales sanas, llenándonos el alma de fantasías
purulentas y tenebrosas que poco a poco infectan nuestra alma, destruyen
infinidad de matrimonios y condenan a la angustia y a la soledad a
millones de personas. Pero a esta forma mucho más pavorosa de
‘sextorsión’ jamás se dedicarán espacios en
Informe semanal, ni se destinarán fondos públicos para su combate.
TITULO: LA CARTA DE LA SEMANA - VIAJANDO CON CHESTER - LA VÍA DE AGUA,.
VIAJANDO CON CHESTER
Viajando con Chester es un programa de televisión español, de género
periodístico, presentado por Pepa Bueno, en la cuatro los domingos las 21:30, foto, etc.
LA VÍA DE AGUA,.
foto
Es cada vez más frecuente que los informativos de la tele, sobre todo
TVE, antes de mostrar alguna imagen relacionada con alguna tragedia,
dispongan que el presentador o presentadora pongan cara muy seria, hagan
una pausa dramática, y acto seguido digan: «
Les advertimos que las imágenes que van a ver son muy duras».
Y cuando en casa, alarmado por la advertencia, el espectador se
apresura a sacar a los niños de la habitación, tapar los ojos de su
esposa y retener aire en los pulmones él mismo, apartando la vista de la
pantalla o poniendo a mano una caja de kleenex, o bien, en otro tipo de
sensibilidades, todo cristo en la casa se agolpa ante el televisor,
expectantes, disfrutando de antemano con lo que suponen una orgía de
violencia y sangre, el telediario de turno va y muestra desde muy lejos,
en un video de aficionado, cómo un policía mata a un delincuente, o al
revés, pegándole un tiro, con la precaución previa de haber pixelado, o
emborronado, o como se diga, la pistola del policía y la figura del
fiambre. O pasan las imágenes de casas reventadas por un atentado
terrorista con sólo una manchita de sangre en el suelo. O un niño
llorando ante una alambrada turca. Cosas así. Y después de haber emitido
tan duras y bestiales imágenes, a salvo ya la conciencia social de la
tele de turno, pasa el telediario y ya se pueden emitir, sin problemas
ni sensibilidades heridas de nadie, una película de zombies
antropófagos, la secuencia inicial de
Salvando al soldado Ryan o a la heroica chusma lancera de Tordesillas acuchillando impunemente al desamparado toro de la Vega.
No voy a preguntarme si nos hemos vuelto gilipollas, porque la
respuesta ya la conozco. Y buena parte de ustedes, también. En efecto,
nos hemos vuelto gilipollas. Y vamos a más. Pero incluso en la
gilipollez hay grados y matices. Y en esto de la dureza de las imágenes
televisadas, como en tantas otras cosas, nos estamos pasando varios
pueblos y una gasolinera. Porque la vida -y me refiero a la vida real,
no a la que algunos tontos del ciruelo se empeñan en vendernos como tal-
es bronca de cojones. A lo mejor no es así en el metro de Barcelona, o
en las terrazas de la Castellana, ni en la tomatina de Buñol. Vale. Yo
me refiero a los sitios donde la vida está verdaderamente próxima a lo
que es: un lugar incierto de horror y azar donde a cada momento puede
salir tu número. Ese lugar, o sea, la vida tal como es, se encuentra
lleno de imágenes duras, o muy duras, como dicen los de la tele. Lo que
pasa es que no queremos verlas. Preferimos mantenernos en la nube
aséptica mientras podamos, cerrando los ojos, o entornándolos, para no
aceptar el hecho contundente de en qué mundo de mierda vivimos. Para no
herir nuestra delicada sensibilidad. Y así vamos trampeando día tras
día, empeñados en pasear por Disneylandia. Hasta que el ratón Mickey se
levanta el refajo, grita
Alá Akbar y nos vamos todos a tomar por saco.
Y todo eso, señoras y señores, niños, niñas y militares sin
graduación, conviene saberlo. Conviene recordarlo. Porque recordándolo
vivimos prevenidos, atentos al pajarito, preparados intelectualmente
para pagar el precio que la vida, a veces, o casi siempre, acaba por
pasarnos como factura. Y saber que las bombas descuartizan, que con los
tiros se sangra, que el rostro del dolor y la angustia poseen tal o cual
matiz, que el cuerpo humano tiene dentro cinco litros de sangre que se
vacían a toda leche, es fundamental para la conciencia del ser humano.
Otra cosa es que los hijos de la grandísima puta que viven del
escándalo, de restregar por la cara el espanto para convertirlo en
cling-clang de caja registradora, deban ser controlados y vituperados
cuando se pasan en su catálogo de basura barata. Pero estamos hablando
de dos cosas distintas: del periodismo veraz, necesario, que obliga a
mirar el horror cara a cara, frente al oportunismo mercenario que sólo
busca rentabilizar casquería sin reparo (estoy autorizado a decir esto,
pues en 1994 dimití públicamente de un programa de TVE cuando pasó de
ser una cosa a ser la otra). De mis tiempos de reportero recuerdo las
largas discusiones que, tanto en las guerras como en las redacciones,
teníamos sobre este asunto. Y siempre prevaleció la necesidad de
informar, sacudir conciencias, estremecer al espectador con la verdad de
lo que ocurría; con el no siempre fácil equilibrio entre informar y
mostrar, sin que eso fuera, o vaya, más allá de lo estrictamente
necesario para que el espectador sepa, asuma y comprenda. Porque, a
menudo, para reflejar el horror ni siquiera hacen falta cadáveres. Basta
un plano de las botas de un reportero, después de un bombazo, dejando
huellas de sangre en el asfalto.