TITULO: Atención obras - Cine - Joaquín de Luz ,. Viernes - 12 - Enero ,.
Viernes - 12 - Enero ,. a las 20:00 horas en La 2, fotos,.
Atención obras - Cine - Joaquín de Luz ,.
Joaquín de Luz: "La danza es la expresión más directa hacia nuestro ser",.
- El director de la Compañía Nacional de Danza cumple tres años en el cargo con un programa triple en Teatros del Canal,.
- "La danza está a años luz de su lugar en la sociedad", opina,.
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Ni una pandemia ha podido frenar la ilusión con la que Joaquín de Luz (Madrid, 1976)asumió la dirección artística de la Compañía Nacional de Danza con el objetivo de elevar su relevancia. Cumplidos los tres primeros años, inicia su cuarta temporada con un programa triple en el Teatro del Canal que incluye dos estrenos: Where you are, I feel, del coreógrafo italianoValentino Zucchetti y Passengers Within, del propio De Luz.
Dice que la musicalidad era primordial en el New York City Ballet, donde ejercía de bailarín principal. “La chispa de un bailarín musical la capta el público no entrenado en la danza”, opina. Y que, por eso insiste mucho a sus bailarines y bailarinas en trabajar esa musicalidad aunque "el verdadero duende" sea un don.
P.: ¿Qué ha sido lo más satisfactorio y lo más complicado de estos tres años al frente, pandemia al margen?
R.: Lo más satisfactorio es que se empiezan a ver los frutos de la cosecha de esos tres años. No me gusta hablar de la pandemia, pero la hemos aprovechado porque es bueno tener también un tramo de inflexión. Se pueden aprovechar hasta los momentos malos. Estamos haciendo un trabajo con mi equipo artístico muy bueno y que se pueda presentar este programa ahora es un logro. Todavía tenemos que mejorar y eso es lo que me da más ilusión. En la parte negativa, que también se aprende de ello, es lo difícil y disfuncional que es a veces el sistema. Hay muchas trabas. La danza está a años luz de donde tendría que estar en nuestra sociedad. Venimos ahora de una gira en Cuba y, cuando estás en sitios en los que se aprecia tanto la cultura, al volver es todavía más shock.
P.: Passengers Within es una propuesta ambiciosa: 18 bailarines y una crítica de la sociedad moderna.
R.: Más que una crítica, es una reflexión que hago desde que iba a ser padre: ¿qué se va encontrar mi hijo?, ¿qué le voy a dejar?, ¿qué valores le puedo enseñar? Es una reflexión, no literaria, de hacia dónde va la sociedad, con este ritmo trepidante y a la vez con una monotonía de pensamiento. La pareja principal de Passangers se empiezan a cuestionar y a despertar, empiezan a sentirse individuos, a salir del grupo, y por ello también son criticados y son mirados un poco como los raros.
P.: ¿Qué te aporta la música minimalista de Philip Glass?
R: Es perfecta porque es un bucle dinámico que va in crescendo. Es dinámica excitante y a la vez te hipnotiza. Refleja ese paradigma en el que estamos sumergidos como sociedad: no hay tiempo para estar presente y a la vez, paradójicamente, estamos dormidos.
P.:¿Tienes la sensación de haber salido de ese paradigma al que te refieres?
R.: Quiero pensar que estoy saliendo y que estoy despertando. Quizá me ha llegado un poco tarde porque no me he cuestionado hasta la llegada de mi hijo, que es cuando me he preguntado si él iba a conocer a una persona conectada con el ser o a un mero pasajero. Es un proceso que nunca acaba y eso es lo bonito de esta vida: aprender y seguir caminando hacia estar más conectado. Creo que es lo que falta en la sociedad. Por eso hay tanto conflicto y tanta guerra.
P.:¿Y cuál es el papel de la danza en esa conexión?
R.: La danza te conecta con el yo. Se ha usado desde que somos humanos ya sea como celebración, en un funeral o para traer la lluvia. El cuerpo humano está hecho para moverse y dentro tenemos música y ritmos. La sangre es ritmo, el corazón es otro ritmo. Todo en la vida es ritmo y movimiento. La danza es la expresión más directa hacia nuestro ser. Además, la danza como espectador te puede llevar a un mundo de sueño o a una evasión de este bombardeo de guerras al que estamos expuestos.
P.: Hablando de guerras. ¿Cuál es la situación de las bailarinas ucranianas que acogisteis esta primavera?
R.: Muchas han vuelto porque el ballet Nacional de Kiev ha regresado también. Otras se han quedado por Europa para seguir con su carrera. Fue un gran placer para nosotros acogerlas e incluso que fueran parte de la producción de Giselle. La danza somos una pequeña gran familia y abrir los brazos y las puertas a nuestros hermanos es lo mínimo que podemos hacer. Fueron majísima, se integraron completamente y, a pesar de lo que estaban pasando, estaban llenas de amabilidad y de humildad.
P.: En mayo se anunció el acuerdo entre el Ayuntamiento de Madrid, el Ministerio de Transportes y Adif, para que la Compañía Nacional de Danza tuviera una sede fija cerca de la estación de Delicias. ¿En qué punto está el proyecto?
R.: El proyecto no está ni un en punto ni en otro. Está ahí y es lo que hay. Es lo que te he dicho antes: hay trabas. Sería una gran ventaja para la danza y es un bien que hemos reivindicado desde hace mucho tiempo, pero parece que no vaya adelante y tenemos que adaptarnos. La danza también tiene el deber de viajar por toda España y llegar a toda la población. Tiene que quitarse la etiqueta de elitista y llegar a muchos sitios.
TITULO: Detrás del instante - La fotografia en el medio - Robert Doisneau, más allá de la fotografía de un beso ,.
Miércoles - 10 - Enero a las 20:00 horas en La 2 / foto,.
La fotografia en el medio - Robert Doisneau, más allá de la fotografía de un beso,.
FotoNostrum acoge la primera retrospectiva en Barcelona dedicada al fotógrafo francés,.
París, los parisinos anónimos y conocidos, las calles, las callejuelas, las orillas del Sena. Todo ello fue captado por la cámara de Robert Doisneau, una de las miradas más importantes del siglo pasado, un autor que supo fusionar la realidad con el lirismo del blanco y negro. El responsable de una de las más icónicas fotografías de todos los tiempos es el protagonista de una importante exposición que puede verse en FotoNostrum.
Hablamos, y realmente sin exagerar, de un verdadero acontecimiento porque es la primera retrospectiva que se le dedica a su obra en Barcelona y que cuenta con el apoyo del Atelier Robert Doisneau, gestionado por las hijas del artista.
La muestra reúne medio centenar de imágenes, probablemente las más representativas del maestro, prácticamente siempre con la capital francesa como protagonista. Los grandes temas que pasaron ante el objetivo de Doisneau están presentes en Barcelona, en un viaje que abarca desde 1934 hasta 1971.
El gran fotógrafo, pese a que se definía como alguien que no ocultaba su timidez, siempre demostró una gran comunicación con sus modelos, tanto los accidentales como los que voluntariamente habían posado para su cámara. Pero la magia de Doisneau es también lograr que el entorno sea el otro protagonista, produciéndose un diálogo único. Por esa razón le gustaba decir que «toda mi vida me divertí, hice mi propio pequeño teatro». Hasta el final estuvo trabajando, como demuestran los más de 45.000 negativos que dejó.
Robert Doisneau ha pasado a la historia por muchas imágenes, pero hay una que lo perseguirá siempre y es la protagonizada por una pareja que se besa en las calles parisinas sin importarles el entorno urbano que los rodea. Todo ello ocurre frente al Ayuntamiento de París, poco después de que la ciudad hubiera sido finalmente liberada de los nazis. Ese beso sí puede verse ahora en Barcelona y no se rehúye la polémica que lo ha perseguido, con las muchas teorías sobre cómo y cuándo fue capturado ese instante. Titulada «Le baiser de l’hôtel de ville», la imagen fue preparada por el fotógrafo y se convirtió con el tiempo en un verdadero quebradero de cabeza para su autor. Convertida en protagonista de carteles y postales, una pareja demandó a Doisneau asegurando que eran ellos. También lo hizo la modelo que el artista contrató. Todos lo único que querían eran los beneficios económicos logrados por el talento del artista.
El director de Foto Nostrum, Julio Hirsch-Hardy, apuntó ayer, durante la presentación de la muestra que Doisneau ofrece «una perspectiva romántica, que yuxtapone lo ordinario con humor e ingenio, y encuentra la belleza en la rutina de la vida cotidiana». Esa cotidianidad se apoya, por ejemplo, en los anónimos clientes de los cafés o en los niños que se piensan su intervención en el colegio.
La mayoría de los protagonistas de estas fotografías son gente anónima, pero también hay algunos iconos culturales. Es el caso del poeta Jacques Prévert que aparece mirando distraído mientras descansa en la terraza de un café en compañía de su perro. Pero probablemente la más celebrada de esas instantáneas fue la que tuvo como protagonista a Pablo Picasso. Sin saberlo, el fotógrafo fue el responsable del más conocido de los retratos que se hicieron al genio malagueño. Pese al blanco y negro, podemos deducir que Picasso está moreno gracias al sol de la Costa Azul, concretamente de Vallauris en 1952. Vestido con su inconfundible camiseta de rayas, el pintor esconde sus manos bajo la mesa sobre la que hay dos panes.
Igualmente curioso y, sobre todo, divertido, es ver retratado a Jacques Tati como el protagonista de «Un día de fiesta», aunque con la bicicleta desmontada para sorpresa de todos,.
TITULO:TARDE DE CINE CON - El hombre del presidente,.
El hombre del presidente,.
Las teorías sobre el asesinato de JFK configuran el terreno perfecto para un cine del miedo y la conspiración como reflejo paranoico del pensamiento moderno de la sospecha. «Un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma»...
foto / «It's a mystery, it's a mystery wrapped in a riddle inside an enigma!». En la voz de rata de Joe Pesci, el laberinto de erres y eses de la frase adquiere el brillo apagado de una amenaza. Casi de una profecía. Ocurre en 'JFK', de Oliver Stone, donde el actor da vida a David Ferrie, el hombre que mintió cuando negó conocer a Oswald. Se trata de una pista falsa más entre la multitud de caminos a ninguna parte que cruzan la frente del mayor magnicidio de la historia moderna. Y es ahí, en el mismo trabalenguas que Churchill empleó para referirse a su odiada e idolatrada Rusia, donde se adivina el sentido de un género cinematográfico (pues hablamos de cine) que convirtió la sospecha, el miedo, la certeza de la incertidumbre, en su razón de ser.
De alguna manera, el asesinato de Kennedy dio la razón a todos los que sospechaban. Eso, o simplemente enseñó a sospechar a los que, cobijados en la placidez de posguerra, aún no habían empezado a dudar. ¿Qué fue primero: la duda o la sospecha? Poco después del mediodía de aquel viernes de 1963, la muerte del presidente no hizo sino confirmar que algo raro estaba pasando, que detrás (o debajo) de la aparente tranquilidad acechaba la bestia. De repente, la sospecha de la sospecha.
La sospecha es así. Desasosiega, enreda, confunde. De alguna forma, Oliver Stone resume, y hasta parodia involuntariamente, una de las más nutritivas obsesiones que ha presidido el 'thriller' conspirativo (llamémoslo así) que tiene sus mejores ejemplos en la década de los 70. La idea motriz es el complot, la certidumbre de que siempre es otro el que mueve los hilos. Detrás de cualquier falsa apariencia de certeza, algo nos domina, nos enreda, nos confunde. Basta recordar 'La conversación' (Coppola, 1974), 'Los tres días del Cóndor' (Sydney Pollack, 1975), 'Marathon man' (John Schlesinger, 1976) o 'The French Connection' (William Friedkin, 1971) para entender lo creativa que puede ser la paranoia.
Y por encima de todas las filmografías imaginables, la del maestro indiscutible del género: Alan J. Pakula. El director de 'Klute' (1971), 'El último testigo' (1974) y 'Todos los hombres del presidente' (1976) configura en esta trilogía las claves de un cine tan quirúrgicamente perfecto como preciso. Los hechos discurren ajenos al drama que levantan a su paso. Dos periodistas se guían por una voz extraña detrás del mayor fraude de la democracia reciente y lo hacen como si siguieran las claves ocultas de un procedimiento estándar. La sospecha no es en este caso, como en 'JFK', el resultado de un montaje prodigioso de casualidades, mentiras y medias verdades, sino simplemente la pautada descripción de una realidad que necesariamente oculta algo.
La idea es antigua y no necesariamente cinematográfica. Quizá todo empezó un buen día de finales del siglo XIX en el que alguien denunció que las condiciones económicas de la existencia encuentran en la conciencia de los hombres su reflejo y expresión. Hablamos, obviamente, de Marx, el primer gran ‘sospechador’ (o masturbador, en la terminología daliniana). Para los hijos del marxismo académico, sin embargo, lo incuestionable es el sujeto humano, el sujeto de conocimiento y, ya que estamos, las mismas formas del conocimiento. Las condiciones económicas, sociales y políticas del buen o mal existir no hacen sino imprimirse en este sujeto, que se da de manera definitiva.
Habrá que esperar, y seguimos fuera de la pantalla, a Freud para entender que la sospecha puede ser radical y alcanzar hasta la misma raíz del sujeto que el marxismo consideraba intocable. De hecho, lo que entendemos por sujeto de conocimiento en el más elemental psicoanálisis no es más que un cruce de carreteras en las que las pulsiones corren desenfrenadas. Si Marx puso en duda el origen de las creencias (reflejo de las condiciones económicas), el doctor de Viena cuestionó lo más íntimo, la consciencia de nuestros deseos (reflejo de la pulsión subconsciente). En cualquiera de los dos casos, y a esto íbamos, la edad madura del hombre moderno llegó con la sospecha de lo evidente. Y de ahí hasta el mediodía extraño en que Kennedy fue acribillado por... ¿quién? Su asesinato, a su manera, trasladó al escenario real de la política el mayor debate filosófico y antropológico del siglo pasado. Suena tremendo. Y, en efecto, lo es.
Al fin y al cabo, ése y no otro es el proyecto de Norman Mailer en su idea tan genial como descabellada de atrapar el sentido del siglo en la biografía desmesurada del asesino. El tomo de casi 1.000 páginas 'Oswald' sigue puntillosamente la pista a lo que el autor denomina «el primer fantasma americano». ¿Quién fue realmente este sujeto que 'desertó' a la ciudad bielorrusa de Minsk huyendo de la placidez del hogar americano? «Inocente o culpable, un hombre común y corriente se echa hacia atrás cuando se enfrenta al ojo implacable del cañón de un revólver. El estado de Oswald debía de ser extraordinario, de calma bajo la excitación, como inmóvil en el centro sin vibraciones de un sueño», escribe sobre lo que imagina que se mueve en el interior del asesino justo antes del momento decisivo: «Psicológicamente, equivalía a atravesar la barrera del sonido».
Recientemente, el festival de Venecia exhibió 'Parkland'. La idea de la película de Peter Landesman era recrear en paralelo la existencia de la víctima y el verdugo desde la sala de operaciones del hospital de Dallas que les atendió. Uno con el cráneo perforado entre el desconsuelo de los médicos; el otro, con el vientre acribillado ante la indiferencia de todos. Más allá de lo rutinario del desarrollo, la propuesta del director de situar en la misma mesa del quirófano a los dos se antoja el último intento, quizá estúpido, por dar solución al misterio.
Cuando Martin Scorsese de la mano del guionista Paul Schrader colocó a Travis Bickle delante del espejo justo antes de su particular magnicidio, ¿quién apretaba realmente el gatillo? 'Are you talking to me?'. De repente, ‘Taxi driver’ se antoja la imagen perfecta por condensación de la forma más esquiva del miedo. El enemigo está en todas partes, puede ser cualquiera, un sujeto tan anodino como Lee Harvey Oswald o tan desequilibrado como el ex combatiente interpretado por Robert De Niro.
Cuando la pregunta se traslade al asesino del asesino, en una especie de bucle autorreferencial, el enigma se mantiene intacto. O peor, envuelto en un misterio. «El misterio de Oswald», escribe Mailer, «incluye el enigma de Jack Ruby. Si el primero ha obsesionado al sistema de la inteligencia estadounidense, Jack Ruby agota el entendimiento y la razón del resto». Y concluye sorprendido: «Este matón de menos cuantía de las calles de Chicago, con una madre desequilibrada, tuvo conexiones con la Mafia». 'La conspiración de Dallas' (1992), de John Mackenzie, intentaba una aproximación al personaje y apenas se quedaba en la superficie pálida de la sospecha.
Si se quiere, la sospecha ha vivido un 'remake' en nuestros días. No en balde, de repente, aquellos años de Guerra Fría se parecen demasiado a éstos de enemigos invisibles. Y, sin duda, el agente Jason Bourne es el aquilatado paradigma que continúa una tradición infectada por el miedo de la sospecha. En 2002, Doug Liman rodaba la primera adaptación de las novelas de Robert Ludlum, 'El caso Bourne'. Poco más tarde, Paul Greengrass convertía al hombre sin memoria y sin nombre en icono del cine moderno. El cerebro limpio de un Bourne a la búsqueda de su identidad actúa como la mejor y más acertada imagen del hombre sin atributos que toda buena y radical teoría conspirativa necesita para funcionar. Bourne somos nosotros.
Y, sin embargo, entre el laberinto de lo sospechoso, siempre cabe la sospecha del embuste; la sospecha de que los que sospechan mienten. El 22 de noviembre de 2011, ‘The New York Times’ publicaba un cortometraje de Errol Morris de apenas seis minutos. Se trata simplemente de una entrevista a Josiah Thompson. En ella, este infatigable desvelador de misterios desmontaba la hipótesis conocida como la del hombre del paraguas. El súper 8 casero de Zapruder localizaba a un tipo extraño refugiado bajo un paraguas negro cerca del lugar en el que el presidente fue alcanzado en la cabeza. ¿Qué hacía un tipo de semejante guisa en un día tan soleado como aquél? Durante años, este enigma ha dado pábulo a todo tipo de hipótesis disparatadas y hasta a una serie de televisión entera. Los hombres calvos de ‘Fringe’ están directamente inspirados en él. Pues bien, el hombre (Louie Steven Witt) simplemente protestaba no contra JFK sino contra su padre cuando apoyó en calidad de embajador la política del primer ministro británico Neville Chamberlain dialogante con el régimen nazi. El paraguas era el complemento que identificaba al mayor de los Kennedy.
De golpe, el misterio se desvanece y «los acertijos envueltos en misterios dentro de enigmas» no son más que distracciones, estrategias de disuasión de los sistemas y artefactos de poder. Y en ese momento, la sospecha de la sospecha se vuelve sospechosa. Y disculpen el mareo. Porque, como dejó escrito Foucault en 'La verdad y las formas jurídicas': todo, incluido el conocimiento, es quizá una ficción, el resultado del estado de permanente pelea por el poder que nos define. «Solamente en las relaciones de lucha y poder, en la manera como se oponen las cosas entre sí, en la manera como se odian entre sí los hombres, luchan, procuran dominarse unos a otros, comprenderemos en qué consiste el conocimiento». Conocer es sospechar. Es el momento de volver a leer ‘El hombre que fue Jueves’, de Chesterton. Y no me pregunten por qué.
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