-foto- Abu Abdullah: "¡No soy un carnicero! lo hice por la yihad"
Abu Abdullah ocupaba un puesto clave en
el Estado Islámico. Era el responsable de organizar los atentados
suicidas en Bagdad. Ahora es uno de los poquísimos líderes de este grupo
terrorista que ha sido capturado con vida. Hablamos con él en una
cárcel de máxima seguridad en la capital iraquí.
La pesada puerta se abre con lentitud después de que
los guardias hayan confirmado nuestra identidad. En el interior hay
unas paredes en zigzag de cuatro metros de altura con dos Hummer
equipados con ametralladoras en cada esquina
Esta prisión de máxima seguridad se encuentra en Bagdad, pero no estamos autorizados a revelar su nombre o emplazamiento concreto. Son las condiciones que hemos aceptado a cambio de entrevistar al preso más 'célebre' de todos aquí, un hombre demacrado de casi cuarenta años y conocido por un apodo: Abu Abdullah. Durante año y medio fue el logista en jefe de los atentados suicidas llevados a cabo por el Estado Islámico en Bagdad. Es uno de los pocos líderes del Estado Islámico que ha sido capturado vivo. La mayoría se autoexplosionan o engullen las cápsulas con veneno que llevan encima para no ser apresados. O mueren acribillados a tiros. Ser capturados con vida no forma parte de los planes del grupo terrorista.
Pero Abu Abdullah fue reducido tan rápidamente que no pudo matarse. Hacía algún tiempo que estaba siendo vigilado, y la detención se produjo a finales de julio de 2014. Su fábrica de bombas, camuflada como un taller de reparación de coches, estaba intacta cuando las autoridades se hicieron con ella. En contra de todo pronóstico, el hombre hoy está contando cosas a sus captores. El Estado Islámico es una organización donde existe una división y hasta una compartimentación de las responsabilidades internas. Cada militante tan solo sabe de las operaciones lo justo; es una simple pieza en la máquina, susceptible de ser reemplazado en cualquier momento. La mayoría de los militantes del Estado Islámico únicamente tiene información limitada sobre la estructura general del grupo. Abu Abdullah, sin embargo, ocupaba un cargo clave en Bagdad, un puesto vital en lo referente a los atentados terroristas que se sucedían en la ciudad. Era el hombre encargado de escoger los escenarios de los atentados y de equipar a los terroristas suicidas, a los que acompañaba personalmente poco antes de que saltaran por los aires.
Alto riesgo de fuga. Los funcionarios han hecho lo posible por mantener en secreto la situación geográfica y los horarios del recluso. «Como otros presos de importancia, Abu Abdullah está siendo constantemente trasladado de una prisión a otra a fin de prevenir posibles intentos de fuga», explica el capitán Safar, de la policía criminal.
Durante la administración del ex primer ministro Nouri al-Maliki, la corrupción en Irak era tan omnipresente que hasta los terroristas más peligrosos del Estado Islámico se escapaban de las cárceles. Los jueces, políticos y mandos policiales que aceptaban sobornos eran otro problema. «Por entonces, lo que queríamos era ejecutar cuanto antes a los terroristas encarcelados para que no se largaran de la cárcel delante de nuestras narices», recuerda un investigador del servicio secreto. Este hombre afirma que la situación ha mejorado un poco bajo el gobierno del nuevo primer ministro, Haider al-Abadi, y que algunos de los funcionarios corruptos han sido cesados. En su opinión, la única razón para no eliminar a los miembros del Estado Islámico capturados es que proporcionen información. «Abu Abdullah nos ha dado nombres, conoce datos sobre los sospechosos, coopera... con cuentagotas, pero coopera», dice el investigador. Mientras siga hablando no será condenado a muerte.
Tanto la policía como el servicio secreto insisten en que no han recurrido a la tortura para hacerle confesar. «Ha estado cooperando desde el primer día. Porque es su única forma de seguir con vida», asegura Safar. El propio Abu Abdullah va a decirnos que le han estado tratando más o menos bien, pero no tenemos manera de confirmarlo. Sus interrogadores lo describen como un fanático con la cabeza fría. ¿Se arrepiente de lo que hizo? «No, no demasiado», responde un investigador.
La entrevista se desarrolla en una celda vacía vigilada por un policía. Cuando lo conducen al interior, Abu Abdullah lleva puesta una venda marrón en los ojos, que tan solo le quitan una vez que se ha sentado en la silla. Durante gran parte de la conversación tiene la venda en las manos esposadas y juguetea con ella mientras habla con voz monótona.
XLSemanal. ¿Qué criterio seguía a la hora de escoger el lugar de un atentado?
Abu Abdullah. La idea era la de matar a cuantas más personas mejor, sobre todo a policías, soldados y chiíes.
XL. ¿Qué tipo de lugares escogía?
A.A. Controles policiales, mercados, mezquitas... Lugares frecuentados por chiíes, naturalmente.
XL. ¿Se arrepiente de haber matado a todas esas personas?
A.A. ¡Eran infieles! Los chiíes son infieles, eso siempre lo he tenido claro.
XL. Pero también eran musulmanes, lo mismo que usted.
A.A. Más a mi favor; siempre tenían oportunidad de arrepentirse y convertirse al sunismo.
XL. ¿Cuántos atentados organizó en total? ¿Y de dónde sacó los explosivos para llevarlos a cabo?
A.A. No me acuerdo del número exacto, pero durante los tres meses anteriores a mi detención fueron 15... no, 19, en total. En el caso de los coches bomba, empleábamos explosivo plástico del tipo C4 y bombas fabricadas a partir de proyectiles de artillería. Y con los cinturones explosivos, lo que hacía era perforar los cascos de proyectiles antiaéreos, pues el efecto de la pólvora así era más intenso. Y luego confeccionaba los cinturones y chalecos en tallas distintas.
XL. ¿Cómo escogía a los hombres que saltarían por los aires?
A.A. No era yo quien los escogía. De eso se encargaban los jefes militares, que estaban por encima de mí en el escalafón. Los hombres que me traían procedían de Faluya en su mayor parte. Yo únicamente me ocupaba de la fase final de la operación, esto es, de equipar a los hombres en mi taller y llevarlos al lugar seleccionado. Antes de que me los trajeran me daban sus medidas corporales, para que pudiera hacerles cinturones a medida. Pero yo siempre tenía una remesa de cinturones de distintas tallas.
XL. Una vez cometidos los atentados, ¿informaban a las familias de los voluntarios?
A.A. Eso tampoco era mi responsabiliad. La persona que me enviaba al voluntario también se encargaba de notificar lo sucedido a sus familiares.
XL. ¿De qué países procedían estos hombres?
A.A. De Arabia Saudí, Túnez y Argelia, sobre todo. Uno de cada diez solía ser iraquí. También me trajeron a dos occidentales: un australiano y un alemán, Abu al-Qaqa al-Almani. (Ahmet C. fue un alemán de 21 años y origen turco que combatió en las filas del Estado Islámico bajo dicho nombre).
XL. Este militante alemán no hablaba árabe, y usted no habla inglés. ¿Cómo se comunicaban?
A.A. Sí que entendía algunas palabras, pero por lo general nos entendíamos por señas. Fue el operativo más corto de todos. Le recogí en un punto situado muy cerca del lugar de la explosión. Era la primera vez en su vida que estaba en Bagdad y 45 minutos después estaba muerto. Me dije que ahora estaban viniendo hasta alemanes deseosos de hacerse estallar. Me sentí muy contento al encontrarme con un cristiano [en realidad era musulmán; se había pasado del chiísmo al sunismo] que se había convertido al islam e iba a sacrificarse. Pensé que teníamos cosas en común, porque yo mismo abracé la fe a edad tardía.
XL. ¿Alguno de los voluntarios tuvo dudas de última hora sobre su misión?
A.A. No. En tal caso no la hubieran llevado a cabo. Llevaban tiempo preparándose para el momento. Cuando me los traían se mostraban tranquilos, incluso alegres. Se ponían el cinturón y bromeaban: «¡Hecho a medida!». Abu Mohsen Qasimi, un joven sirio, estuvo haciendo bromas hasta el último minuto, y hasta se despidió alegremente de un amigo cuando se marchó al volante de su coche. En el caso de un joven saudí, nos equivocamos de asiento y yo me encontré sentado frente al volante. Tuvimos que fingir una avería para poder cambiar de asientos; estuvimos empujando el coche un rato. Nadie se fijó. Y a los dos nos entró la risa.
XL. Ha enrojecido un poco al contar esta historia, como si fuera un recuerdo agradable. ¿Volvería a hacer lo mismo?
A.A. Mmm... [Es la única vez en la entrevista en que Abu Abdullah titubea. Empalidece, como si le hubiéramos pillado con las manos en la masa. Finalmente dice que prefiere no responder a la pregunta].
XL. ¿Nadie reparó en el continuo flujo de visitantes desconocidos a su taller de reparaciones?
A.A. Siempre nos asegurábamos de que tuvieran un aspecto normal. Iban afeitados o con la barba recortada, en camiseta, con el pelo peinado y con fijador. Yo estaba al mando de un equipo de conductores, y en el taller también había minas explosivas a disposición de los militantes, aunque yo no era responsable de las minas. Tan solo me encargaba de los cinturones y los chalecos para los voluntarios.
XL. ¿Cuántos años tenían estos voluntarios?A.A. El más joven, 21; el mayor, unos 30.XL. ¿Cómo llegó a convertirse en el logista en jefe de Bagdad?
A.A. Los jefes militares del Estado Islámico fueron los que me nombraron. Y pronto les dejé claro que valía para el cargo. Yo no era un simple militante; era un organizador, un pensador.
XL. Y conocía Bagdad perfectamente.
A.A. Sí, esta es mi ciudad. Yo he nacido aquí.
XL. ¿Qué recuerdos tiene de su niñez en esta ciudad?
A.A. Mis padres solían llevarme al parque de Saura o al zoológico los fines de semana. Mi padre me compraba un helado. Otras veces íbamos a los mercados de Shorjah.
XL. ¿Diría que son unos recuerdos bonitos?
A.A. Sí que lo son.
XL. ¿Cómo puede matar a los habitantes de su propia ciudad de forma indiscriminada? ¿Evita los lugares que le traen recuerdos personales?
A.A. ¡Nada de eso! Eso no tiene nada que ver. No hice lo que hice porque estuviera sediento de sangre. Lo hice porque se trataba de la yihad. A veces me decía que ojalá estos chiíes se convirtieran o se fueran de la ciudad para siempre. Yo no soy un carnicero. Lo que hacía era seguir un plan.
XL. Un plan que no dio resultado, por muchas muertes que causara. Su plan solo sirvió para acrecentar los odios.
A.A. Yo me decía que quien hubiera pasado por una explosión empezaría a pensárselo todo bien, que tendría miedo...
XL. El plan no dio resultado.
A.A. Eso no importaba. Yo estaba dispuesto a seguir hasta que todos ellos se convirtieran. O emigraran. Más tarde o más temprano. ¡Lo demás no importaba!
XL. ¿Usted mismo estaba dispuesto a hacerse saltar por los aires?
A.A. Nunca pensé en esa posibilidad. No era mi trabajo. A mí me nombraron para planificar las operaciones, no para llevarlas a cabo en persona. Yo era un coordinador, no un ejecutor.
XL. ¿Cómo ve su futuro personal?
A.A. Incierto.
El suicida alemán
Este póster de la propaganda de ISIS muestra al joven alemán Ahmet C. poco antes de inmolarse guiado por Abdullah.
'Obras de arte'
Cuando los investigadores hablan de los atentados en Bagdad, lo hacen con cierto cinismo. «Esos automóviles eran obras de arte», dice el capitán Safar. «Eran tan perfectos que lo destruían todo; del coche no quedaba ni rastro. No se podía investigar la carga».
TÍTULO: ENTREVISTA - Wednesday Martin: "A la gente le gusta odiar a las mujeres ricas",.
Entrevista / foto
Esta prisión de máxima seguridad se encuentra en Bagdad, pero no estamos autorizados a revelar su nombre o emplazamiento concreto. Son las condiciones que hemos aceptado a cambio de entrevistar al preso más 'célebre' de todos aquí, un hombre demacrado de casi cuarenta años y conocido por un apodo: Abu Abdullah. Durante año y medio fue el logista en jefe de los atentados suicidas llevados a cabo por el Estado Islámico en Bagdad. Es uno de los pocos líderes del Estado Islámico que ha sido capturado vivo. La mayoría se autoexplosionan o engullen las cápsulas con veneno que llevan encima para no ser apresados. O mueren acribillados a tiros. Ser capturados con vida no forma parte de los planes del grupo terrorista.
Pero Abu Abdullah fue reducido tan rápidamente que no pudo matarse. Hacía algún tiempo que estaba siendo vigilado, y la detención se produjo a finales de julio de 2014. Su fábrica de bombas, camuflada como un taller de reparación de coches, estaba intacta cuando las autoridades se hicieron con ella. En contra de todo pronóstico, el hombre hoy está contando cosas a sus captores. El Estado Islámico es una organización donde existe una división y hasta una compartimentación de las responsabilidades internas. Cada militante tan solo sabe de las operaciones lo justo; es una simple pieza en la máquina, susceptible de ser reemplazado en cualquier momento. La mayoría de los militantes del Estado Islámico únicamente tiene información limitada sobre la estructura general del grupo. Abu Abdullah, sin embargo, ocupaba un cargo clave en Bagdad, un puesto vital en lo referente a los atentados terroristas que se sucedían en la ciudad. Era el hombre encargado de escoger los escenarios de los atentados y de equipar a los terroristas suicidas, a los que acompañaba personalmente poco antes de que saltaran por los aires.
Alto riesgo de fuga. Los funcionarios han hecho lo posible por mantener en secreto la situación geográfica y los horarios del recluso. «Como otros presos de importancia, Abu Abdullah está siendo constantemente trasladado de una prisión a otra a fin de prevenir posibles intentos de fuga», explica el capitán Safar, de la policía criminal.
Durante la administración del ex primer ministro Nouri al-Maliki, la corrupción en Irak era tan omnipresente que hasta los terroristas más peligrosos del Estado Islámico se escapaban de las cárceles. Los jueces, políticos y mandos policiales que aceptaban sobornos eran otro problema. «Por entonces, lo que queríamos era ejecutar cuanto antes a los terroristas encarcelados para que no se largaran de la cárcel delante de nuestras narices», recuerda un investigador del servicio secreto. Este hombre afirma que la situación ha mejorado un poco bajo el gobierno del nuevo primer ministro, Haider al-Abadi, y que algunos de los funcionarios corruptos han sido cesados. En su opinión, la única razón para no eliminar a los miembros del Estado Islámico capturados es que proporcionen información. «Abu Abdullah nos ha dado nombres, conoce datos sobre los sospechosos, coopera... con cuentagotas, pero coopera», dice el investigador. Mientras siga hablando no será condenado a muerte.
Tanto la policía como el servicio secreto insisten en que no han recurrido a la tortura para hacerle confesar. «Ha estado cooperando desde el primer día. Porque es su única forma de seguir con vida», asegura Safar. El propio Abu Abdullah va a decirnos que le han estado tratando más o menos bien, pero no tenemos manera de confirmarlo. Sus interrogadores lo describen como un fanático con la cabeza fría. ¿Se arrepiente de lo que hizo? «No, no demasiado», responde un investigador.
La entrevista se desarrolla en una celda vacía vigilada por un policía. Cuando lo conducen al interior, Abu Abdullah lleva puesta una venda marrón en los ojos, que tan solo le quitan una vez que se ha sentado en la silla. Durante gran parte de la conversación tiene la venda en las manos esposadas y juguetea con ella mientras habla con voz monótona.
XLSemanal. ¿Qué criterio seguía a la hora de escoger el lugar de un atentado?
Abu Abdullah. La idea era la de matar a cuantas más personas mejor, sobre todo a policías, soldados y chiíes.
XL. ¿Qué tipo de lugares escogía?
A.A. Controles policiales, mercados, mezquitas... Lugares frecuentados por chiíes, naturalmente.
XL. ¿Se arrepiente de haber matado a todas esas personas?
A.A. ¡Eran infieles! Los chiíes son infieles, eso siempre lo he tenido claro.
XL. Pero también eran musulmanes, lo mismo que usted.
A.A. Más a mi favor; siempre tenían oportunidad de arrepentirse y convertirse al sunismo.
XL. ¿Cuántos atentados organizó en total? ¿Y de dónde sacó los explosivos para llevarlos a cabo?
A.A. No me acuerdo del número exacto, pero durante los tres meses anteriores a mi detención fueron 15... no, 19, en total. En el caso de los coches bomba, empleábamos explosivo plástico del tipo C4 y bombas fabricadas a partir de proyectiles de artillería. Y con los cinturones explosivos, lo que hacía era perforar los cascos de proyectiles antiaéreos, pues el efecto de la pólvora así era más intenso. Y luego confeccionaba los cinturones y chalecos en tallas distintas.
XL. ¿Cómo escogía a los hombres que saltarían por los aires?
A.A. No era yo quien los escogía. De eso se encargaban los jefes militares, que estaban por encima de mí en el escalafón. Los hombres que me traían procedían de Faluya en su mayor parte. Yo únicamente me ocupaba de la fase final de la operación, esto es, de equipar a los hombres en mi taller y llevarlos al lugar seleccionado. Antes de que me los trajeran me daban sus medidas corporales, para que pudiera hacerles cinturones a medida. Pero yo siempre tenía una remesa de cinturones de distintas tallas.
XL. Una vez cometidos los atentados, ¿informaban a las familias de los voluntarios?
A.A. Eso tampoco era mi responsabiliad. La persona que me enviaba al voluntario también se encargaba de notificar lo sucedido a sus familiares.
XL. ¿De qué países procedían estos hombres?
A.A. De Arabia Saudí, Túnez y Argelia, sobre todo. Uno de cada diez solía ser iraquí. También me trajeron a dos occidentales: un australiano y un alemán, Abu al-Qaqa al-Almani. (Ahmet C. fue un alemán de 21 años y origen turco que combatió en las filas del Estado Islámico bajo dicho nombre).
XL. Este militante alemán no hablaba árabe, y usted no habla inglés. ¿Cómo se comunicaban?
A.A. Sí que entendía algunas palabras, pero por lo general nos entendíamos por señas. Fue el operativo más corto de todos. Le recogí en un punto situado muy cerca del lugar de la explosión. Era la primera vez en su vida que estaba en Bagdad y 45 minutos después estaba muerto. Me dije que ahora estaban viniendo hasta alemanes deseosos de hacerse estallar. Me sentí muy contento al encontrarme con un cristiano [en realidad era musulmán; se había pasado del chiísmo al sunismo] que se había convertido al islam e iba a sacrificarse. Pensé que teníamos cosas en común, porque yo mismo abracé la fe a edad tardía.
XL. ¿Alguno de los voluntarios tuvo dudas de última hora sobre su misión?
A.A. No. En tal caso no la hubieran llevado a cabo. Llevaban tiempo preparándose para el momento. Cuando me los traían se mostraban tranquilos, incluso alegres. Se ponían el cinturón y bromeaban: «¡Hecho a medida!». Abu Mohsen Qasimi, un joven sirio, estuvo haciendo bromas hasta el último minuto, y hasta se despidió alegremente de un amigo cuando se marchó al volante de su coche. En el caso de un joven saudí, nos equivocamos de asiento y yo me encontré sentado frente al volante. Tuvimos que fingir una avería para poder cambiar de asientos; estuvimos empujando el coche un rato. Nadie se fijó. Y a los dos nos entró la risa.
XL. Ha enrojecido un poco al contar esta historia, como si fuera un recuerdo agradable. ¿Volvería a hacer lo mismo?
A.A. Mmm... [Es la única vez en la entrevista en que Abu Abdullah titubea. Empalidece, como si le hubiéramos pillado con las manos en la masa. Finalmente dice que prefiere no responder a la pregunta].
XL. ¿Nadie reparó en el continuo flujo de visitantes desconocidos a su taller de reparaciones?
A.A. Siempre nos asegurábamos de que tuvieran un aspecto normal. Iban afeitados o con la barba recortada, en camiseta, con el pelo peinado y con fijador. Yo estaba al mando de un equipo de conductores, y en el taller también había minas explosivas a disposición de los militantes, aunque yo no era responsable de las minas. Tan solo me encargaba de los cinturones y los chalecos para los voluntarios.
XL. ¿Cuántos años tenían estos voluntarios?A.A. El más joven, 21; el mayor, unos 30.XL. ¿Cómo llegó a convertirse en el logista en jefe de Bagdad?
A.A. Los jefes militares del Estado Islámico fueron los que me nombraron. Y pronto les dejé claro que valía para el cargo. Yo no era un simple militante; era un organizador, un pensador.
XL. Y conocía Bagdad perfectamente.
A.A. Sí, esta es mi ciudad. Yo he nacido aquí.
XL. ¿Qué recuerdos tiene de su niñez en esta ciudad?
A.A. Mis padres solían llevarme al parque de Saura o al zoológico los fines de semana. Mi padre me compraba un helado. Otras veces íbamos a los mercados de Shorjah.
XL. ¿Diría que son unos recuerdos bonitos?
A.A. Sí que lo son.
XL. ¿Cómo puede matar a los habitantes de su propia ciudad de forma indiscriminada? ¿Evita los lugares que le traen recuerdos personales?
A.A. ¡Nada de eso! Eso no tiene nada que ver. No hice lo que hice porque estuviera sediento de sangre. Lo hice porque se trataba de la yihad. A veces me decía que ojalá estos chiíes se convirtieran o se fueran de la ciudad para siempre. Yo no soy un carnicero. Lo que hacía era seguir un plan.
XL. Un plan que no dio resultado, por muchas muertes que causara. Su plan solo sirvió para acrecentar los odios.
A.A. Yo me decía que quien hubiera pasado por una explosión empezaría a pensárselo todo bien, que tendría miedo...
XL. El plan no dio resultado.
A.A. Eso no importaba. Yo estaba dispuesto a seguir hasta que todos ellos se convirtieran. O emigraran. Más tarde o más temprano. ¡Lo demás no importaba!
XL. ¿Usted mismo estaba dispuesto a hacerse saltar por los aires?
A.A. Nunca pensé en esa posibilidad. No era mi trabajo. A mí me nombraron para planificar las operaciones, no para llevarlas a cabo en persona. Yo era un coordinador, no un ejecutor.
XL. ¿Cómo ve su futuro personal?
A.A. Incierto.
El suicida alemán
Este póster de la propaganda de ISIS muestra al joven alemán Ahmet C. poco antes de inmolarse guiado por Abdullah.
'Obras de arte'
Cuando los investigadores hablan de los atentados en Bagdad, lo hacen con cierto cinismo. «Esos automóviles eran obras de arte», dice el capitán Safar. «Eran tan perfectos que lo destruían todo; del coche no quedaba ni rastro. No se podía investigar la carga».
TÍTULO: ENTREVISTA - Wednesday Martin: "A la gente le gusta odiar a las mujeres ricas",.
Wednesday Martin: "A la gente le gusta odiar a las mujeres ricas"
Cuando esta antropóloga se trasladó al
Upper East Side de Manhattan, esperaba encontrar excelentes tiendas y
buenos colegios, pero no creía que tendría que enfrentarse a un hábitat
donde la 'supervivencia' es más dura que en una manada de chimpancés en
la selva. El resultado de la experiencia es el libro 'Primates de Park
Avenue'. No faltan las traiciones, los cotilleos ni las drogas... pero
ella misma acabó uniéndose a la tribu. Nos lo cuenta.
Buscaba un barrio más tranquilo y con mejores colegios. Pero
cuando la investigadora social y escritora Wednesday Martin y su marido
se trasladaron del West Village neoyorquino al Upper East Side, el
barrio más elitista de Manhattan, encontró mucho más que eso.
Su instinto de antropóloga Martin es doctora por la Universidad de Yale, donde también impartió clases se encendió como una bombilla cuando vio por primera vez a las glamurosas madres del barrio recogiendo a sus niños del colegio. Que la aceptaran en su nueva tribu no fue fácil, pero le proporcionó un asiento de primera fila a ese universo de mujeres ricas de vidas opulentas, pero también enganchadas al alcohol y los ansiolíticos para combatir elÿ estrés de tanta presión social. Un mundo segregado por sexos donde en las cenas ellas (treintañeras formadas en las mejores universidades y escuelas de negocios) van por un lado y ellos (altos ejecutivos e inversores de altos vuelos), por otro. El resultado son unas polémicas memorias, Primates of Park Avenue, que llegaron a las librerías norteamericanas en junio y que tendrán su propia adaptación a la gran pantalla. El libro ha caído como una bomba entre la alta sociedad neoyorquina, y algunos medios, como el New York Post, han puesto en duda algunos de los datos que aporta, como el polémico 'bonus de esposa'. Hablamos con Martin sobre su controvertido libro y sobre cómo consiguió sobrevivir (e incluso encajar) en una de las tribus más elitistas del planeta.
XLSemanal. ¿Qué fue lo primero que le impactó cuando llegó al Upper East Side?
Wednesday Martin. La belleza y elegancia de las mujeres. Parecía que estaban listas para ir a un desfile de alta costura cuando dejaban a sus hijos en el colegio a las ocho de la mañana.
XL. ¿Y cuándo se dio cuenta de que su nueva vida en el barrio tenía potencial para convertirse en un libro?
W.M. La primera vez que vi a aquellas mamás tan glamurosas entendí que esa era una versión de la maternidad que tenía que estudiar. Al principio, me costó bastante encajar y pensé que el libro debería contar la experiencia de alguien que trata de meter la patita en una sociedad tan cerrada, elitista y fascinante como esa.
XL. Desde un punto de vista antropológico, ¿cómo describiría a las mujeres que se encontró allí?
W.M. Viven en un estado de extrema liberación ecológica, que es lo que en antropología se entiende cuando no existen restricciones como el hambre, la desgracia o la enfermedad. También forman parte de una cultura de exhibición del cuerpo que puede ser tan exigente o más que Hollywood. Además, experimentan inesperados niveles de estrés y ansiedad por dos razones. Por un lado, está su dependencia económica; por otro, se sienten responsables de enriquecer las vidas de sus hijos en cada aspecto y cada segundo del día.
XL. ¿Cómo funciona exactamente la jerarquía social de esta tribu?
W.M. Las sociedades más elitistas son muy jerárquicas y están muy estratificadas. Pero en Estados Unidos, y sobre todo en Nueva York, al contrario de lo que ocurre en Europa, hay mucha movilidad social. No les importan los títulos nobiliarios, solo veneran el dinero. Y no hacen distinciones entre viejos y nuevos ricos. Además, en Nueva York a menudo el dinero 'viejo' se convierte en riqueza intergeneracional en la que los grandes empresarios e inversores se aprovechan del dinero y la reputación de sus padres y de sus abuelos o, a veces, de los padres y abuelos de sus mujeres.
XL. ¿Cuál diría que es el objetivo vital de estas mujeres?
W.M. La tribu que estudié tiene un guion de género muy rígido y tradicional: los hombres viven en el mundo del trabajo; las mujeres, en la esfera doméstica. Aun así, muchas de ellas tienen currículos brillantes, pero deciden quedarse en casa porque sus hijos aún no van al colegio. La socióloga feminista Sharon Hayes lo llama 'maternidad intensiva'. Esta forma de entender la maternidad, sumada a la crisis del sistema de guarderías que vive Estados Unidos, hace que el objetivo en esta etapa vital sea ser las mejores madres, esposas y, a veces, filántropas que puedan llegar a ser.
XL. ¿Y qué pasa cuando sus hijos van por fin al colegio?
W.M. Algunas piensan en volver al trabajo o entrar en el mercado laboral por primera vez. Otras intensifican su trabajo como voluntarias e invierten todo su tiempo y su energía en ayudar en el colegio de sus hijos: organizan las galas escolares, publican el newsletter del centro, recaudan dinero... Aunque esto puede mejorar las posibilidades de sus hijos de entrar en un colegio prestigioso más adelante, no tiene compensación económica alguna. El voluntariado es algo estupendo, pero tiene un lado oscuro...
XL. ¿A qué se refiere?
W.M. Para empezar, puede retrasar su regreso al mercado laboral. Pero también es una forma de devaluar a estas mujeres como trabajadoras. Es algo que hay que valorar antes de lanzarse a organizar ventas de galletas y fiestas escolares.
XL. ¿Cómo se explica que mujeres tan bien preparadas renuncien al mundo laboral, la independencia económica y la posibilidad de forjarse una carrera?
W.M. Para empezar, estas mujeres viven en una sociedad elitista y tradicional donde las expectativas para hombres y mujeres también lo son. Y luego está lo que yo llamo 'falsa elección'. En este país no existe un sistema de guarderías de calidad. Nadie te dice: «Puedes venir al trabajo y tener a tu hijo cerca con un gran cuidador. Y no te preocupes: tu carrera no sufrirá, podrás seguir ascendiendo incluso si no quieres viajar o trabajar muchas horas». A menudo la única elección que les queda es quedarse en casa a cuidar de los niños. Si las mujeres más ricas no tienen opciones reales, ¿qué quiere decir eso para el resto de las mujeres?
XL. Supongo que sus maridos se desentienden completamente de los hijos, ¿no?
W.M. No necesariamente. Durante los seis años que viví allí, me di cuenta de que los padres cada vez están más implicados en las vidas de sus hijos: los llevan al colegio o a sus actividades extraescolares y pasan más tiempo con ellos. Creo que es el único aspecto en el que esta tribu es culturalmente progresista. En todos los demás, tanto en las dinámicas domésticas como en las de pareja, son claramente regresivos.
XL. Describe un mundo en el que las mujeres consumen demasiado alcohol y ansiolíticos y viven con la presión constante de estar siempre perfectas...
W.M. Efectivamente, se automedican para combatir el estrés y la ansiedad con alcohol, ansiolíticos y marihuana. Lo hacen, por otra parte, como muchas madres a lo largo y ancho del país, aunque quizá en ellas el hábito es más pronunciado.
XL. ¿Y son felices?
W.M. Sí, algunas de ellas son felices... Pero todas ellas sienten mucha ansiedad por ser las madres y esposas perfectas, por representar a sus hijos y al capital social de la pareja de la manera adecuada, por mejorar la carrera de sus maridos a través de sus afiliaciones sociales... Es lo que yo llamo 'perfeccionismo tenso'. Cosas como quedar con otra madre para que los niños jueguen o asistir a una comida benéfica no son eventos divertidos, siempre hay un propósito detrás. El objetivo es escalar en la jerarquía social o, al menos, no descender.
XL. También explica cómo pueden llegar a ser muy crueles entre ellas...
W.M. En el Upper East Side el número de mujeres duplica al de los hombres. Esto, sumado a la dependencia económica y a esa cultura de la exhibición del cuerpo de la que hablábamos, lleva a lo que en antropología se conoce como 'competición intersexual', en la que miembros del mismo sexo compiten por el acceso a la reproducción. Sucedía de manera sibilina, a través de comportamientos destinados a excluir, como el cotilleo o el ataque a la reputación de una persona.
XL. ¿Usted lo sufrió en sus propias carnes?
W.M. Sí. Al principio las otras madres eran muy poco receptivas ante mis intentos de entablar una amistad. Me daban la espalda, no respondían a los e-mails o mensajes que les enviaba para organizar actividades con los niños y, a veces, ni siquiera me contestaban cuando les decía 'hola', 'adiós' o 'buenos días'. Es una sociedad muy cerrada y, si quieres formar parte de ella, primero te tratarán como a una intrusa. Y luego tendrás que demostrar que puedes ser una más.
XL. A pesar de todo, admite que terminó convirtiéndose en una de ellas. ¿Se sorprendió a sí misma?
W.M. Los antropólogos asimilan las culturas en las que viven y sufren shocks culturales constantemente. Y yo no fui ninguna excepción.
XL. Algunos críticos han desacreditado su obra. ¿Por qué cree que ha generado reacciones tan adversas?
W.M. La maternidad y la riqueza son temas muy delicados. Parece que, si escribes sobre mujeres ricas, tienes que ser superficial y mereces ser despreciada.
XL. Usted atribuye estos ataques a un «nuevo tipo de misoginia». ¿A qué se refiere?
W.M. A la gente le encanta juzgar a las mujeres y, sobre todo, les gusta odiar a las mujeres ricas. Toda esa ira contra ellas no va dirigida hacia sus maridos, los grandes inversores, sino hacia ellas. Las mujeres ricas son un blanco fácil. ¿Por qué es aceptable ese tipo de misoginia? ¿Por qué odiar a las mujeres ricas y despreciarlas se considera una postura progresista? Creo que haber escrito sobre mujeres ricas sin la intención de parodiarlas o satirizarlas me ha convertido a mí también en un blanco fácil.
XL. Como investigadora, ¿qué tipo de debate quería suscitar con este libro?
W.M. Exactamente la clase de debate que ha provocado: una discusión sobre las dinámicas de poder en los matrimonios, la dependencia económica, los roles de género, la maternidad y el feminismo. También quería demostrar que la antropología puede ser una forma divertida y accesible de observar este tipo de cosas.
XL. ¿Cuál es la moraleja que podemos extraer de la experiencia de estas mujeres?
W.M. Que la maternidad intensiva crea mucho estrés y ansiedad. Que el dinero no puede comprar la felicidad. Y que cuando más nos alejamos de nuestra prehistoria evolutiva como criadores cooperativos y más presión ejercemos sobre las madres, más estresante y difícil resulta tener hijos.
XL. Por cierto, ¿cómo han encajado sus amigas del Upper East Side la publicación de su libro?
W.M. Lo escribí con su ayuda y les prometí que protegería su privacidad. Para que nadie pudiera reconocerse a sí misma o a una amiga, modifiqué muchos detalles, incluida la cronología. Me aseguré de protegerlas y, por eso, me han apoyado mucho.
XL. ¿Echa de menos el Upper East Side?
W.M. Me mudé al otro lado de Central Park, ¡no al otro lado del mundo! Además, voy mucho porque es un mundo bello, sosegado y elegante que me resulta muy atractivo.
El Bonus de Esposa
Martin describe en su libro el llamado 'bonus de esposa', que ha generado mucha controversia. «Creo que el término en sí mismo es lo que más polémica ha creado. Muchas mujeres ricas y que no trabajan, pero tienen maridos poderosos, negocian con ellos su dependencia económica. Y lo hacen mediante un acuerdo por el que reciben parte del bonus anual de sus maridos a través de una asignación. Algunas usan ese dinero para ropa o gastos personales, pero muchas lo invierten o lo ahorran».
El Talismán
Martin explica cómo el Birkin, el famoso bolso de Hermès, es un símbolo en el Upper East Side. «El Birkin es un talismán para estas mujeres. Y un talismán es, por definición, algo que se cree tiene un poder en sí mismo y confiere poder a quienes lo poseen. Dado que es un bolso supuestamente escaso, difícil de conseguir y muy caro es objeto de fetichismo. Tener uno le explica a la gente que te rodea que eres uno de ellos: rico, poderoso y bien conectado. El deseo por el Birkin es un rasgo muy tribal».
Su instinto de antropóloga Martin es doctora por la Universidad de Yale, donde también impartió clases se encendió como una bombilla cuando vio por primera vez a las glamurosas madres del barrio recogiendo a sus niños del colegio. Que la aceptaran en su nueva tribu no fue fácil, pero le proporcionó un asiento de primera fila a ese universo de mujeres ricas de vidas opulentas, pero también enganchadas al alcohol y los ansiolíticos para combatir elÿ estrés de tanta presión social. Un mundo segregado por sexos donde en las cenas ellas (treintañeras formadas en las mejores universidades y escuelas de negocios) van por un lado y ellos (altos ejecutivos e inversores de altos vuelos), por otro. El resultado son unas polémicas memorias, Primates of Park Avenue, que llegaron a las librerías norteamericanas en junio y que tendrán su propia adaptación a la gran pantalla. El libro ha caído como una bomba entre la alta sociedad neoyorquina, y algunos medios, como el New York Post, han puesto en duda algunos de los datos que aporta, como el polémico 'bonus de esposa'. Hablamos con Martin sobre su controvertido libro y sobre cómo consiguió sobrevivir (e incluso encajar) en una de las tribus más elitistas del planeta.
XLSemanal. ¿Qué fue lo primero que le impactó cuando llegó al Upper East Side?
Wednesday Martin. La belleza y elegancia de las mujeres. Parecía que estaban listas para ir a un desfile de alta costura cuando dejaban a sus hijos en el colegio a las ocho de la mañana.
XL. ¿Y cuándo se dio cuenta de que su nueva vida en el barrio tenía potencial para convertirse en un libro?
W.M. La primera vez que vi a aquellas mamás tan glamurosas entendí que esa era una versión de la maternidad que tenía que estudiar. Al principio, me costó bastante encajar y pensé que el libro debería contar la experiencia de alguien que trata de meter la patita en una sociedad tan cerrada, elitista y fascinante como esa.
XL. Desde un punto de vista antropológico, ¿cómo describiría a las mujeres que se encontró allí?
W.M. Viven en un estado de extrema liberación ecológica, que es lo que en antropología se entiende cuando no existen restricciones como el hambre, la desgracia o la enfermedad. También forman parte de una cultura de exhibición del cuerpo que puede ser tan exigente o más que Hollywood. Además, experimentan inesperados niveles de estrés y ansiedad por dos razones. Por un lado, está su dependencia económica; por otro, se sienten responsables de enriquecer las vidas de sus hijos en cada aspecto y cada segundo del día.
XL. ¿Cómo funciona exactamente la jerarquía social de esta tribu?
W.M. Las sociedades más elitistas son muy jerárquicas y están muy estratificadas. Pero en Estados Unidos, y sobre todo en Nueva York, al contrario de lo que ocurre en Europa, hay mucha movilidad social. No les importan los títulos nobiliarios, solo veneran el dinero. Y no hacen distinciones entre viejos y nuevos ricos. Además, en Nueva York a menudo el dinero 'viejo' se convierte en riqueza intergeneracional en la que los grandes empresarios e inversores se aprovechan del dinero y la reputación de sus padres y de sus abuelos o, a veces, de los padres y abuelos de sus mujeres.
XL. ¿Cuál diría que es el objetivo vital de estas mujeres?
W.M. La tribu que estudié tiene un guion de género muy rígido y tradicional: los hombres viven en el mundo del trabajo; las mujeres, en la esfera doméstica. Aun así, muchas de ellas tienen currículos brillantes, pero deciden quedarse en casa porque sus hijos aún no van al colegio. La socióloga feminista Sharon Hayes lo llama 'maternidad intensiva'. Esta forma de entender la maternidad, sumada a la crisis del sistema de guarderías que vive Estados Unidos, hace que el objetivo en esta etapa vital sea ser las mejores madres, esposas y, a veces, filántropas que puedan llegar a ser.
XL. ¿Y qué pasa cuando sus hijos van por fin al colegio?
W.M. Algunas piensan en volver al trabajo o entrar en el mercado laboral por primera vez. Otras intensifican su trabajo como voluntarias e invierten todo su tiempo y su energía en ayudar en el colegio de sus hijos: organizan las galas escolares, publican el newsletter del centro, recaudan dinero... Aunque esto puede mejorar las posibilidades de sus hijos de entrar en un colegio prestigioso más adelante, no tiene compensación económica alguna. El voluntariado es algo estupendo, pero tiene un lado oscuro...
XL. ¿A qué se refiere?
W.M. Para empezar, puede retrasar su regreso al mercado laboral. Pero también es una forma de devaluar a estas mujeres como trabajadoras. Es algo que hay que valorar antes de lanzarse a organizar ventas de galletas y fiestas escolares.
XL. ¿Cómo se explica que mujeres tan bien preparadas renuncien al mundo laboral, la independencia económica y la posibilidad de forjarse una carrera?
W.M. Para empezar, estas mujeres viven en una sociedad elitista y tradicional donde las expectativas para hombres y mujeres también lo son. Y luego está lo que yo llamo 'falsa elección'. En este país no existe un sistema de guarderías de calidad. Nadie te dice: «Puedes venir al trabajo y tener a tu hijo cerca con un gran cuidador. Y no te preocupes: tu carrera no sufrirá, podrás seguir ascendiendo incluso si no quieres viajar o trabajar muchas horas». A menudo la única elección que les queda es quedarse en casa a cuidar de los niños. Si las mujeres más ricas no tienen opciones reales, ¿qué quiere decir eso para el resto de las mujeres?
XL. Supongo que sus maridos se desentienden completamente de los hijos, ¿no?
W.M. No necesariamente. Durante los seis años que viví allí, me di cuenta de que los padres cada vez están más implicados en las vidas de sus hijos: los llevan al colegio o a sus actividades extraescolares y pasan más tiempo con ellos. Creo que es el único aspecto en el que esta tribu es culturalmente progresista. En todos los demás, tanto en las dinámicas domésticas como en las de pareja, son claramente regresivos.
XL. Describe un mundo en el que las mujeres consumen demasiado alcohol y ansiolíticos y viven con la presión constante de estar siempre perfectas...
W.M. Efectivamente, se automedican para combatir el estrés y la ansiedad con alcohol, ansiolíticos y marihuana. Lo hacen, por otra parte, como muchas madres a lo largo y ancho del país, aunque quizá en ellas el hábito es más pronunciado.
XL. ¿Y son felices?
W.M. Sí, algunas de ellas son felices... Pero todas ellas sienten mucha ansiedad por ser las madres y esposas perfectas, por representar a sus hijos y al capital social de la pareja de la manera adecuada, por mejorar la carrera de sus maridos a través de sus afiliaciones sociales... Es lo que yo llamo 'perfeccionismo tenso'. Cosas como quedar con otra madre para que los niños jueguen o asistir a una comida benéfica no son eventos divertidos, siempre hay un propósito detrás. El objetivo es escalar en la jerarquía social o, al menos, no descender.
XL. También explica cómo pueden llegar a ser muy crueles entre ellas...
W.M. En el Upper East Side el número de mujeres duplica al de los hombres. Esto, sumado a la dependencia económica y a esa cultura de la exhibición del cuerpo de la que hablábamos, lleva a lo que en antropología se conoce como 'competición intersexual', en la que miembros del mismo sexo compiten por el acceso a la reproducción. Sucedía de manera sibilina, a través de comportamientos destinados a excluir, como el cotilleo o el ataque a la reputación de una persona.
XL. ¿Usted lo sufrió en sus propias carnes?
W.M. Sí. Al principio las otras madres eran muy poco receptivas ante mis intentos de entablar una amistad. Me daban la espalda, no respondían a los e-mails o mensajes que les enviaba para organizar actividades con los niños y, a veces, ni siquiera me contestaban cuando les decía 'hola', 'adiós' o 'buenos días'. Es una sociedad muy cerrada y, si quieres formar parte de ella, primero te tratarán como a una intrusa. Y luego tendrás que demostrar que puedes ser una más.
XL. A pesar de todo, admite que terminó convirtiéndose en una de ellas. ¿Se sorprendió a sí misma?
W.M. Los antropólogos asimilan las culturas en las que viven y sufren shocks culturales constantemente. Y yo no fui ninguna excepción.
XL. Algunos críticos han desacreditado su obra. ¿Por qué cree que ha generado reacciones tan adversas?
W.M. La maternidad y la riqueza son temas muy delicados. Parece que, si escribes sobre mujeres ricas, tienes que ser superficial y mereces ser despreciada.
XL. Usted atribuye estos ataques a un «nuevo tipo de misoginia». ¿A qué se refiere?
W.M. A la gente le encanta juzgar a las mujeres y, sobre todo, les gusta odiar a las mujeres ricas. Toda esa ira contra ellas no va dirigida hacia sus maridos, los grandes inversores, sino hacia ellas. Las mujeres ricas son un blanco fácil. ¿Por qué es aceptable ese tipo de misoginia? ¿Por qué odiar a las mujeres ricas y despreciarlas se considera una postura progresista? Creo que haber escrito sobre mujeres ricas sin la intención de parodiarlas o satirizarlas me ha convertido a mí también en un blanco fácil.
XL. Como investigadora, ¿qué tipo de debate quería suscitar con este libro?
W.M. Exactamente la clase de debate que ha provocado: una discusión sobre las dinámicas de poder en los matrimonios, la dependencia económica, los roles de género, la maternidad y el feminismo. También quería demostrar que la antropología puede ser una forma divertida y accesible de observar este tipo de cosas.
XL. ¿Cuál es la moraleja que podemos extraer de la experiencia de estas mujeres?
W.M. Que la maternidad intensiva crea mucho estrés y ansiedad. Que el dinero no puede comprar la felicidad. Y que cuando más nos alejamos de nuestra prehistoria evolutiva como criadores cooperativos y más presión ejercemos sobre las madres, más estresante y difícil resulta tener hijos.
XL. Por cierto, ¿cómo han encajado sus amigas del Upper East Side la publicación de su libro?
W.M. Lo escribí con su ayuda y les prometí que protegería su privacidad. Para que nadie pudiera reconocerse a sí misma o a una amiga, modifiqué muchos detalles, incluida la cronología. Me aseguré de protegerlas y, por eso, me han apoyado mucho.
XL. ¿Echa de menos el Upper East Side?
W.M. Me mudé al otro lado de Central Park, ¡no al otro lado del mundo! Además, voy mucho porque es un mundo bello, sosegado y elegante que me resulta muy atractivo.
El Bonus de Esposa
Martin describe en su libro el llamado 'bonus de esposa', que ha generado mucha controversia. «Creo que el término en sí mismo es lo que más polémica ha creado. Muchas mujeres ricas y que no trabajan, pero tienen maridos poderosos, negocian con ellos su dependencia económica. Y lo hacen mediante un acuerdo por el que reciben parte del bonus anual de sus maridos a través de una asignación. Algunas usan ese dinero para ropa o gastos personales, pero muchas lo invierten o lo ahorran».
El Talismán
Martin explica cómo el Birkin, el famoso bolso de Hermès, es un símbolo en el Upper East Side. «El Birkin es un talismán para estas mujeres. Y un talismán es, por definición, algo que se cree tiene un poder en sí mismo y confiere poder a quienes lo poseen. Dado que es un bolso supuestamente escaso, difícil de conseguir y muy caro es objeto de fetichismo. Tener uno le explica a la gente que te rodea que eres uno de ellos: rico, poderoso y bien conectado. El deseo por el Birkin es un rasgo muy tribal».