El último adiós a Vicente Paniagua, gran defensor del vino de pitarra,.fotos,.
Lo conocí en su bar de la plaza mayor de Plasencia, La Pitarra del
Gordo. Charlamos tranquilamente durante un par de horas y debimos de
caernos bien porque durante años nos escribimos mensajes y también nos
llamábamos para comentar lo que nos entretenía. Y había una llamada suya
que no faltaba: era la que seguía a cualquier comentario positivo que
se hiciera sobre el vino de pitarra. Les hablo del placentino Vicente
Paniagua Gil, que falleció a los 70 años, hace hoy justamente una
semana.
Los padres de Vicente eran de Ahigal. A su padre, la metralla de una bomba le arrancó un riñón durante la guerra en Madrid y se vino a vivir a Plasencia, donde fue guardia municipal y conserje de la plaza de abastos durante 40 años. Vicente empezó a trabajar en 1962 en Sederías Numancia, una tienda de confección, hasta que puso comercio propio en la Puerta del Sol placentina. Pero le pilló una crisis exclusivamente extremeña. La crisis de los pantanos.
«Me cogió de lleno y no fui capaz de levantar cabeza. Con los pantanos, había trabajo para todos, pero se acabaron y llegó el boom de irse a Alemania. Me lo planteé también. Tenía para elegir: o poner un bar o irme a Alemania. Y bueno, me dio por poner un bar», me contaba mientras tomábamos café en La Pitarra, local heredero de su primer bar: La Ría, en la calle del Sol, que inauguró en 1969.
Después se trasladó a la calle Pantalón, la popular calle placentina de los vinos, donde abrió su primera Pitarra, basada en servir vino y jamón.
«Yo veía entrar por la puerta a cinco personas, ponía cinco vasos de vino y mi mujer preparaba cinco tapas de jamón. Si querían otra cosa, yo les aclaraba que aquí no había cerveza ni otra cosa, nada más que vino y jamón». Y le fue de maravilla. A aquel bar ya lo llamó La Pitarra del Gordo. Porque Vicente, en efecto, era gordo. Y sin complejos.
«Mire, a mí me pasa una cosa, yo sé que soy gordo, no puedo negarlo, es absurdo esconderlo. La gente cuchichea, yo me doy cuenta, lo oigo. No hombre, no, esto hay que quitarlo, el bar se va a llamar La Pitarra del Gordo. Del Gordo, que la gente diga el gordo y es la única forma de que no vuelvan a decirlo en plan despectivo. Luché contra la familia porque ninguno quería. Quizás es de las pocas veces que se ha hecho lo que yo dije», contaba con ironía.
Sin complejos y con entusiasmo, Vicente llegó a tener cinco 'pitarras': cuatro en Plasencia y una en Salamanca.
Sobre el vino extremeño más singular, tenía su propia opinión y no la escondía: «El vino de pitarra hay que tomarlo del año, que es cuando más graduación tiene y cuando más se puede paladear. Los vinos de Ribera del Guadiana ni los conozco, ni los tomo, ni me gustan. Como el pitarra, no perdiendo la madre, no hay nada igual». Vicente lo traía de Santa Cruz de Paniagua, de Ahigal, de Cilleros.
Vicente echaba de menos la época de los pantanos. «Antes, los de Plasencia íbamos a Cáceres a presumir porque éramos más que Cáceres. Los viajantes de Medicina hacían cuartel general en Plasencia porque Plasencia era más divertida que Cáceres. Le hablo de la época de los pantanos. Había mucha mano de obra y los fines de semana venían todos aquí a gastar dinero. Los martes, día de mercadillo, no se cerraba. Plasencia era una gran capital, pero al acabarse los pantanos, la gente se fue», recordaba cuando le podía la nostalgia.
Ahora, quien se ha ido es él, un hombre sencillo que confesaba que no le gustaba pasear, que no tenía estrés, que entretenía las tardes de domingo jugando al mus y que la felicidad estaba donde estuviera su señora, Soledad, «un nombre muy bonito».
En su chalé había un pasillo largo lleno de fotografías suyas desde que tenía 18 años. Cuando se paraba a mirarlas, le daban ganas de llorar. Ahora, le lloraremos nosotros como se llora siempre que se marcha un personaje.
Los padres de Vicente eran de Ahigal. A su padre, la metralla de una bomba le arrancó un riñón durante la guerra en Madrid y se vino a vivir a Plasencia, donde fue guardia municipal y conserje de la plaza de abastos durante 40 años. Vicente empezó a trabajar en 1962 en Sederías Numancia, una tienda de confección, hasta que puso comercio propio en la Puerta del Sol placentina. Pero le pilló una crisis exclusivamente extremeña. La crisis de los pantanos.
«Me cogió de lleno y no fui capaz de levantar cabeza. Con los pantanos, había trabajo para todos, pero se acabaron y llegó el boom de irse a Alemania. Me lo planteé también. Tenía para elegir: o poner un bar o irme a Alemania. Y bueno, me dio por poner un bar», me contaba mientras tomábamos café en La Pitarra, local heredero de su primer bar: La Ría, en la calle del Sol, que inauguró en 1969.
Después se trasladó a la calle Pantalón, la popular calle placentina de los vinos, donde abrió su primera Pitarra, basada en servir vino y jamón.
«Yo veía entrar por la puerta a cinco personas, ponía cinco vasos de vino y mi mujer preparaba cinco tapas de jamón. Si querían otra cosa, yo les aclaraba que aquí no había cerveza ni otra cosa, nada más que vino y jamón». Y le fue de maravilla. A aquel bar ya lo llamó La Pitarra del Gordo. Porque Vicente, en efecto, era gordo. Y sin complejos.
«Mire, a mí me pasa una cosa, yo sé que soy gordo, no puedo negarlo, es absurdo esconderlo. La gente cuchichea, yo me doy cuenta, lo oigo. No hombre, no, esto hay que quitarlo, el bar se va a llamar La Pitarra del Gordo. Del Gordo, que la gente diga el gordo y es la única forma de que no vuelvan a decirlo en plan despectivo. Luché contra la familia porque ninguno quería. Quizás es de las pocas veces que se ha hecho lo que yo dije», contaba con ironía.
Sin complejos y con entusiasmo, Vicente llegó a tener cinco 'pitarras': cuatro en Plasencia y una en Salamanca.
Sobre el vino extremeño más singular, tenía su propia opinión y no la escondía: «El vino de pitarra hay que tomarlo del año, que es cuando más graduación tiene y cuando más se puede paladear. Los vinos de Ribera del Guadiana ni los conozco, ni los tomo, ni me gustan. Como el pitarra, no perdiendo la madre, no hay nada igual». Vicente lo traía de Santa Cruz de Paniagua, de Ahigal, de Cilleros.
Vicente echaba de menos la época de los pantanos. «Antes, los de Plasencia íbamos a Cáceres a presumir porque éramos más que Cáceres. Los viajantes de Medicina hacían cuartel general en Plasencia porque Plasencia era más divertida que Cáceres. Le hablo de la época de los pantanos. Había mucha mano de obra y los fines de semana venían todos aquí a gastar dinero. Los martes, día de mercadillo, no se cerraba. Plasencia era una gran capital, pero al acabarse los pantanos, la gente se fue», recordaba cuando le podía la nostalgia.
Ahora, quien se ha ido es él, un hombre sencillo que confesaba que no le gustaba pasear, que no tenía estrés, que entretenía las tardes de domingo jugando al mus y que la felicidad estaba donde estuviera su señora, Soledad, «un nombre muy bonito».
En su chalé había un pasillo largo lleno de fotografías suyas desde que tenía 18 años. Cuando se paraba a mirarlas, le daban ganas de llorar. Ahora, le lloraremos nosotros como se llora siempre que se marcha un personaje.
TÍTULO: MARTES CINE, SURCOS,.
- Reparto
- Luis Peña, María Asquerino, Francisco Arenzana, Marisa De Leza, Félix Dafauce, Francisco Bernal, Félix Briones, José Prada, Rafael Calvo Revilla, Montserrat Carulla, Chano Conde, Ramón Elías, Casimiro Hurtado, Pilar Sirvent, Marujita Díaz,.
- En los años 40, finalizado el conflicto de la Guerra Civil Española, una familia abandona el campo y emigra a Madrid con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, la vida en la ciudad es cruel y está llena de desengaños y penalidades. Manuel, el padre, encuentra trabajo en una fundición, pero no puede soportar el ritmo de trabajo. Pepe, el hijo mayor, se dedica a turbios asuntos relacionados con el estraperlo. Manolo, el hijo menor, encuentra trabajo como chico de los recados, y Tonia, la hermana, empieza a trabajar como asistenta.
- TÍTULO: REVISTA FOTOGRAMA, CINE--SI QUIERO,.
- Reparto
- Cayetana Guillén Cuervo, Joseba Apaolaza, Marta Belaustegui, Verónica Moral, Isidoro Fernández, Juan Luis Galiardo, José Ramón Sordiz, Mikel Garmendia, Idelfonso Tamayo,.
- Jon (Joseba Apaolaza) va a casarse con Cristina (Verónica Moral), hija de D. Jaime (Juan Luis Galiardo), director del banco en el que trabaja Jon. Por casualidad, el día antes de su boda, Jon se encuentra con Carmen (Marta Belaustegui), su antigua novia, que ha vuelto a San Sebastián después de haber estado trabajando en África para la organización no gubernamental Médicos sin Fronteras. Este encuentro va a marcar el futuro inmediato de Jon aunque él no lo sepa, pues al día siguiente, de manera inconsciente, durante la boda, cuando el cura le pregunta si quiere a Cristina, dice que no. Esta palabra cambia radicalmente su vida: lo despiden del banco, le bloquean su cuenta y, además, se ve implicado de manera fortuita en el robo de las sacas del dinero del banco que, casualmente, ese día contienen más de cien millones de pesetas. A partir de ese momento habrá chantajes, intentos de asesinato, dinero que pasa de mano en mano, padres de familia que solucionan sus problemas económicos, parejas que vuelven a unirse y, en definitiva, un enredo de primera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario