" ¿ HOMBRES ? NO ME FIO DE ELLOS",.LA MODELO HEIDI KLUM,.fotos
Tiene 42 años, cuatro hijos, un novio veinteañero y
una fortuna de 66 millones. La top alemana habla con libertad de la
maternidad en solitario, de su relación con los hombres y su larga vida
en la moda.
"Siempre he tenido cabeza para los negocios", se jacta con una sonrisa de complicidad, "y ya sabes que quien ríe el último ríe mejor". Y es que efectivamente, de todas las modelos del mundo, con las notables excepciones de Bündchen y Tyra Banks, se diría que Heidi Klum es la que más motivos tiene para presumir de estatus.
En la actualidad, con 42 años es, además, toda una celebridad en el mundo del espectáculo (es la presentadora y productora ejecutiva de 'Project Runway' un 'reality' para modelos-, y también presenta su versión alemana, 'Next Top Model') y una mujer de negocios muy astuta. Durante las últimas dos décadas, ha promocionado de todo: desde joyas para QVC hasta una línea de ropa deportiva para New Balance y su propia colección de sandalias Birkenstock. "Con toda sinceridad, si quisiera dejar de trabajar mañana mismo, no tendría ningún problema". Y se echa a reír.
Estamos hablando de una mujer cuyo emporio está valorado en 66 millones de euros, y no deja de crecer. Además, le acaba de coger el testigo a Elle Macpherson para ser la cara y el cuerpo de la línea Intimates de lencería. Elle Macpherson tenía 26 años cuando la fichó Intimates. Por eso, que se eligiera para sustituirla a una mujer de más de 40, madre de cuatro hijos y que la última vez que había anunciado ropa interior fue hace cinco años, es un paso más que significativo.
"A mí también me sorprendió. Elle y yo nos llevamos 10 años (Macpherson ha cumplido 51). Y en esta industria lo normal es que se fijen en las chicas mucho más jóvenes. Creo que es importante no ser solo la imagen del producto, sino su mejor embajadora. Y eso es algo que me encanta hacer: soy muy parlanchina".
Y sí, es cierto que Heidi Klum habla por los codos. También es una persona cordial y, sobre todo, la viva imagen de una modelo que encarna el sueño americano, con su melena rubia y espesa (cada tres semanas renueva el tinte), su figura nada esquelética y de largas piernas (que tiene aseguradas en 1.800.000 euros), su aspecto lleno de vitalidad y alegría, y esa sensualidad suya tan poco envarada.
Nunca la veremos con unas plataformas de piel de cocodrilo o un vestido asimétrico de Alexander McQueen. Hoy viste un conjunto infaliblemente sexy a base de pantalones de cuero ajustados y unos Louboutin de 12 centímetros de tacón, a lo que se suma un jersey de ganchillo que deja ver un sujetador balconet satinado en verde oscuro. Es decir, nada demasiado estrafalario ni demasiado chic, sino más bien lo propio de una chica franca y directa. En eso radica el motivo por el que Heidi Klum esté donde está: las mujeres se identifican con ella.
Durante la entrevista, se libera de sus tacones de aguja. "Espero que no te importe". Apenas nos estamos acomodando y, de su enorme bolso de Chanel, emerge un pitido inquietante que hace que su cara se ilumine con gesto cómplice: "Es mi chico. Tengo un tono especial para él en el móvil". Le pregunto qué tal les va. "Genial -responde entusiasta- pero, ya sabes..., luego todo el mundo opina lo que le da la gana".
La vida privada de Heidi Klum es una fuente inagotable de interés para la prensa. Con 23 años se casó por primera vez (con Ric Pipino, 18 años mayor que ella), un enlace que duró exactamente cinco años. Su matrimonio con el músico Seal se prolongó durante casi siete y dio de sí tres hijos, hasta la definitiva separación en 2012. A partir de entonces, mantuvo una relación durante un par de años con el guardaespaldas de la familia, Martin Kristen, y, desde el año pasado, sale con Vito Schnabel, el hijo del artista neoyorquino Julian Schnabel, que tiene 28 años.
Está claro que no tiene un tipo de hombre ideal (Schnabel, al contrario de Seal, casi necesita una cinta para recogerse el pelo), pero a la modelo no le interesa en absoluto todo ese mundo de las mujeres ricas y con poder que presumen de éxito en su relación sentimental. "Creo que es importante tener a tu lado a un hombre fuerte, porque, cuando una es famosa, hay mucha presión", comenta frunciendo el ceño.
Sí, claro. Pero ¿qué hay de la imagen que transmite de sí misma en términos de mujer rica, autosuficiente y madre soltera, en cuya vida parece no haber sitio para un hombre? "Bueno...Mi madre no era mucho de dar consejos, pero sí me ofreció uno que no olvido: No confíes en los hombres". A mis hijos les inculco la idea de que "no necesitan a nadie para sobrevivir en este mundo. Me parece importante que cada uno aprenda a valerse por sí mismo".
Heidi Klum es madre de una niña de 10 años, Leni, cuyo padre es el empresario italiano Flavio Briatore, y de otros tres hijos en común con Seal: Henry, de nueve años; Johan, de ocho y la pequeña de cinco, Lou. (El músico adoptó a Leni en 2009).
Lo que más le preocupa a la modelo por encima de todo es la seguridad de su prole. "Soy un poco agonías, la verdad", confiesa. Siempre viajan con escolta en las excursiones del colegio, deben acatar una regla estricta en Instagram ("nada de caras") y están bien entrenados en el trato con los casi ubicuos paparazzi. "No hables, ni se te ocurra abrir la boca y nada de interactuar con ellos".
Klum se define a sí misma como una madre hiperactiva. Lleva a sus hijos a la escuela, les ayuda con los trabajos y se levanta todos los días a las seis de la mañana para preparar batidos de frutas para todos: "Decidí, hace dos años, que no habría desayuno sin esos batidos (que, por cierto, salen por un ojo de la cara) -comenta arqueando las cejas-. Mis hijos están verdaderamente en forma y no comen nada de comida basura".
Por supuesto, la modelo es consciente de que gozan de una vida privilegiada: "Vivimos en Beverly Hills. Cada uno tiene su propia habitación. Tenemos una bonita piscina. Yo no crecí con nada de eso. Tenía que compartir el cuarto con mi hermano y nos bañábamos en la piscina municipal". ¿Y no le preocupa que sus hijos puedan salir demasiado mimados o consentidos? "No, soy una madraza alemana". ¿Y eso qué significa? "Me importan los modales".
En la cocina hay una pared de pizarra en la que Klum va anotando cosas sobre el buen comportamiento de los niños, así como los objetivos que deben alcanzar a final de cada mes y las tareas propias de la semana. Suena a cuartel, la verdad, pero es un modelo que ella defiende a ultranza.
"Todos necesitan una motivación". Así pues, todo está organizado en su más mínimo detalle, hasta que llega la hora de acostarse y... "Y entonces la mayoría de las noches mis hijos duermen conmigo en la cama". Eso no parece que encaje mucho con la disciplina infantil que pretende la alemana. "Lo sé -se disculpa-, pero a mí me encanta y a ellos también. Algún día se acabará. Me dirán: "Bah, mamá, no me pienso meter contigo en la cama". Por eso, me encanta que, de momento, les guste acurrucarse junto a mí en el lecho. Es precioso". Pensándolo bien, dice que, como madre, "a veces debería de ser un poco más intransigente, pero no me sale".
Heidi Klum se crio en Bergisch Gladbach, una ciudad cercana a Colonia, y recibió una educación menos distinguida y bastante más severa. Erna, su madre, era peluquera, mientras que su padre, Günther, trabajaba como ejecutivo para una empresa de cosméticos. Su progenitor era mucho más estricto que la propia Klum... "Bueno, yo no les pego a mis hijos. No quiero decir que mi padre fuera un ogro. A veces, me ganaba una bofetada rápida. Si me ponía pesada con algo una vez y otra vez y otra vez... ¡plaf!, ya sabes". Pero quiere dejar claro que no le dejó ningún trauma. "No te quepa duda de que le cojo el teléfono a la primera, sin resentimientos".
Sus padres están muy presentes en su vida (su madre solía acompañarla en los viajes, "y allá donde fuéramos, dormía conmigo en la misma cama") y, en este momento, son ellos los que cuidan de los niños en Beverly Hills.
Por su parte, Günther ha estado presente, cámara en mano, en cada nacimiento de los hijos de Klum. "¡Sí!", confirma la modelo, aparentemente divertida ante mi estupor. "Quiero que cada uno tenga su propia película. Si luego no quieren verla, pues la tiramos a la basura". Me atrevo a replicarle que no es la grabación lo que me perturba, sino su relación con el realizador. Klum arruga la frente en un gesto de perplejidad. "Yo quería que Seal estuviera a mi lado, no atareado en una filmación. Y tampoco quería contratar a alguien que no conociese. Soy su hija. ¡Él fue quien me engendró! Tenía todo el derecho del mundo de ver nacer a mis hijos. Para mí, es normal".
Heidi Klum tiene un lado un poco hippy, pero una hippy fanática del orden, "demasiado hiperactiva para hacer yoga, pero con una relación absolutamente desacomplejada con mi cuerpo. "Es muy raro que me ponga la parte de arriba del biquini cuando me tumbo en la playa. No me gusta taparme. Y no es algo que haya cambiado con la edad. Sé que mi cuerpo no es el mismo de antes: les he dado el pecho a cuatro hijos durante ocho meses a cada uno, y eso es algo que literalmente te succiona. Pero lo llevo muy bien".
La constancia y el trabajo duro han sido las claves de su éxito. Desde el primer momento, ha demostrado una determinación para el trabajo fuera de lo común: "Día tras día, cuando en la agencia de modelos me pasaban cinco ofertas, yo respondía:"¡Dadme 10!". Visto con perspectiva, la experiencia de Klum dejándose el alma para entrar en el circuito de las top models, mientras a las demás (Naomi Campbell, Kate Moss y compañía) no dejaban de lloverles contratos de lujo, fue para Heidi una gran lección.
"Me convertí en alguien todavía más disciplinado". Como es obvio, dicha disciplina conlleva el cuidado de su figura. "La gente come lo que le da la gana y luego me pregunta: "¿Cómo haces para mantenerte en forma?". Pues porque hay una pequeña diferencia entre lo que como yo y lo que coméis vosotros. Yo siempre elijo lo mejor para mi cuerpo".
Y se muestra algo escandalizada por ese empeño de algunas personas de atentar contra su salud. "A mí me encanta poder entrar en unos pantalones ajustados. Hay mujeres a las que sí les da vergüenza mirarse en el espejo. Si tú eres una de ellas -y da una palmada con todas sus ganas-, haz algo al respecto. Me siento mucho más feliz cuando estoy en forma".
TÍTULO: SI TIENES DESCANSO Y MINUTOS - FANATISMO Y EDUCACIÓN,.
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La crónica de sucesos de los últimos meses ha venido plagada de episodios de violencia brutal. Observando la masacre de Susa (Túnez), o aquella otra de la iglesia baptista en Charleston (Estados Unidos), o la de la mezquita de Yemen, la espiral destructiva del ser humano parece no tener fin. Como bien ha dicho el papa, estamos viviendo ya una tercera guerra mundial. Se trata de una guerra que no presenta frentes claros ni ejércitos dispuestos el uno contra el otro, sino que se desliza por nuestras sociedades a través de esas líneas sutiles e impredecibles que caracterizan la locura y el odio humanos. Las vidas de todos y en cualquier lugar del mundo están en riesgo.
"¿Cómo es posible que pase esto?", nos preguntamos siempre, llenos de asombro y dolor, después de cada suceso sangriento. Sin embargo, la rabia y la indignación están destinadas a durar únicamente unos pocos días, los necesarios hasta que todo vuelva a ser barrido por la ráfaga de otras noticias.
¿Quién habla hoy de esas colegialas secuestradas por Boko Haram en Nigeria? Parece que se las haya comido la tierra, sepultadas por su terrible destino. ¿Y de aquellas estudiantes envenenadas con gas por los talibanes? ¿Y de esas otras que perecieron en Pakistán, al estallar una bomba en el autobús que las conducía a una universidad femenina? Por no hablar de los niños tiroteados en un colegio de Beslán (Osetia del Norte, Rusia) en el año 2004. Es una cadena de acontecimientos que solo de vez en cuando sufre alguna interrupción. Hay veces en las que la noticia en sí se gana el derecho a ocupar los titulares. Pero en otras ocasiones, la tragedia únicamente merece unas pocas líneas de letra pequeña.
En todos estos países (y, por desgracia, no solo en ellos), hay algo que despierta verdadero pavor y que no es más que la educación. ¿Por qué da tanto miedo? Pues porque hace que las personas que viven en una nación tribal puedan evolucionar hacia un estado estable, en el que las normas aprobadas por todos no corren peligro de involución, ni el poder absoluto es detentado por unos pocos con la capacidad para sojuzgar al resto.
Se trata de una verdad incontestable para el hombre que es consciente de su propia complejidad como especie, una auténtica zona de sombra en nuestra herencia evolutiva que tenemos en común con los grandes simios: nuestro semejante, de pronto, puede llegar a convertirse en nuestro peor enemigo, alguien a quien debemos aniquilar, pulverizar, reducir a escombros. De ahí viene el "ojo por ojo, diente por diente".
Y resulta evidente que esto no lleva a ninguna parte, porque un dolor trae consigo otro, y luego otro, y otro, en una escalada sin fin. La historia universal de nuestra civilización humana es una especie de confirmación de que la sangre solo llama a la sangre. Si no queremos que el espanto y la indignación se queden en nada, tenemos que intentar comprender cuál es el mejor camino para conseguir romper de una vez esta cadena.
Desde hace 15 años, mi fundación lleva a cabo una tarea de apoyo a varios proyectos educativos y de desarrollo en muchas naciones en todo el mundo (incluida Italia, mi país). Nunca podré olvidar la alegría de esos muchachos y esas muchachas a los que ayudamos, de esa luz en sus ojos, de su felicidad por poder estar haciendo aquello que se les había vedado a sus padres. Su energía positiva y su voluntad de crecer y de mejorar son la única medicina de la que disponemos para sanar las heridas de este mundo. La única guerra verdadera que debemos lidiar es la que se libra contra la ignorancia: la de mente y la de corazón. Y es que "la ignorancia, como asegura la Premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi, se combate con un solo tipo de bombardeo: los libros".
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