Psicoanálisis por un tubo
Justo cuando la jerga freudiana
complejos de Edipo y de castración, envidia del pene... empezaba a sonar
antigua, la resonancia magnética 'reivindica'a Sigmund Freud y puede
asignarle el lugar que él buscaba entre los científicos. Pero hay más.
La tecnología que sostiene la neurociencia no solo sirve para sustituir
al diván: tiene también insospechadas aplicaciones, desde el tratamiento
del autismo o el control de las adicciones a dictar pautas de consumo.
Se lo contamos.
Si el doctor Sigmund Freud levantara la cabeza...puede que
siguiese tomando notas (aunque es probable que le tentase la grabadora),
pero tendría que renunciar al diván.
El cómodo diván donde se tumbaban sus pacientes sería sustituido por una camilla hospitalaria; una camilla que habría que introducir en un tubo de resonancia magnética. Un escáner recogería imágenes de sus cerebros mientras hablan de su infancia. Cuando rememorasen los pasajes más dolorosos, se iluminarían las regiones del cerebro que están asociadas a los traumas. Se pintarían de colores las porciones del cerebro donde anidan la vergüenza o la frustración; las neuronas que chisporrotean en un ataque de ira, las sinapsis que atizan el impulso sexual o la melancolía...
El diagnóstico sería tan fácil como identificar el cachito de cerebro coloreado. Y para poder comprobar los progresos de los pacientes a medida que fuera avanzando la terapia, solo habría que observar cuando revivieran el recuerdo traumático si las conexiones neuronales habituales vuelven a emitir relámpagos o permanecen apagadas, señal de que la tormenta ya pasó.
Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva ciencia: el neuropsicoanálisis, esto es, la terapia que perfiló Freud hace unos 120 años pero asistida con herramientas tecnológicas, sobre todo la imagen por resonancia magnética funcional (IRMf). Así lo afirma la estadounidense Casey Schwartz, autora de In the Mind Fields: Exploring the New Science of Neuropsychoanalysis [En los campos de la mente: explorando la nueva ciencia del neuropsicoanálisis], que publica Pantheon Books el 25 de agosto. Y es algo que está sucediendo precisamente cuando el psicoanálisis corría el riesgo de quedar arrinconado por los avances científicos. La tesis de Schwartz, con un máster en Neurociencia por el University College de Londres, es que el formato del psicoanálisis lo condenaba a la extinción porque viene a ser una autoexploración guiada por el terapeuta de las intimidades del paciente mediante conversaciones que se producen a lo largo de muchos meses e incluso años. Y vaya, no tenemos todo el tiempo del mundo. ¿Y qué compañía de seguros va a pagar una tratamiento que tiende a eternizarse? Sí, la gente sigue angustiándose. Pero prefiere terapias rápidas y expeditivas. Pastillas. Nunca se consumieron tantos antidepresivos... Y el psicoanálisis puede ser controvertido, pero al menos va al meollo de la cuestión, a la fuente de nuestras miserias. No busca atajos. Y por eso merece salvarse.
Pero que lo salve una ciencia pura resulta chocante. «A simple vista, el psicoanálisis y la neurociencia [que estudia todo lo referente al cerebro y no hay que confundir con la neurología, rama de la medicina que se ocupa de las enfermedades del sistema nervioso] son bestias muy diferentes y han vivido despreocupadas la una de la otra, incluso en ocasiones se han enfrentado. Los materiales del psicoanálisis son intuitivos, personales, subjetivos; por el contrario, la neurociencia explora el tráfico de los datos cuantificables, las verdades que se pueden demostrar», explica Schwartz.
Los investigadores que están tendiendo puentes entre ambas disciplinas son cada vez más numerosos e influyentes. Ahí está António Damásio, premio Príncipe de Asturias: «Creo que las reflexiones de Freud sobre la naturaleza de la conciencia concuerdan con los puntos de vista más avanzados de la neurociencia contemporánea». O Eric Kandel, premio Nobel de Medicina (curiosamente Freud, que era médico de formación, fue candidato en doce ocasiones y nunca lo consiguió): «No hay una concepción más coherente sobre la mente que el psicoanálisis». Pero incluso sus mayores defensores creen que necesita una revisión.
El psicoanálisis necesita un cambio de cultura», dice Andrew J. Gerber, psicoanalista y profesor de la Universidad de Columbia. «Hay aspectos que parecen asentados en una cuestión de fe. Tienes que creértelos porque Freud lo dijo... Y eso no es razón suficiente». Bradley Peterson, psicoanalista y psiquiatra infantil en el Hospital Pediátrico de Los Ángeles, también piensa que el psicoanálisis precisa un nuevo enfoque: «Necesita asociarse a la ciencia contemporánea para transmitir a la siguiente generación algunas de sus enseñanzas». Peterson y Gerber llevan diez años trabajando juntos en la fusión de psicoanálisis y neurociencia. Y utilizan las resonancias magnéticas para saber qué ocurre en el cerebro del paciente durante la terapia. Y lo que ocurre es que el cerebro cambia; unas neuronas se conectan a redes diferentes, y otras se desconectan, como farolas del alumbrado público, iluminando unos barrios y ensombreciendo otros; el mapa de la actividad cerebral se altera a medida que el individuo aprende a lidiar con sus impulsos y deseos.
Y los científicos se esfuerzan por conocer cada vez mejor esos barrios: su cableado eléctrico, sus calles y hasta sus alcantarillas... Jaak Panksepp, profesor de la Universidad de Washington State, habla de siete regiones que se corresponden con nuestros instintos primarios y que están bien localizadas: la curiosidad, la ira, el miedo, la lujuria, el juego y, por último, el pánico y el duelo, que comparten territorio, el de la ansiedad. Así que Freud no iba desencaminado cuando intuyó que nuestros impulsos biológicos eran el sexo y la agresión, las dos grandes avenidas; le faltaba el resto del callejero. Sirva de atenuante que en aquella época hasta la misma noción de neurona estaba en entredicho.
Este cambio de paradigma no sería posible sin la técnica. Aunque es una técnica que también tiene detractores. Porque una resonancia genera un aluvión de información, pero también mucho ruido superfluo que hay que filtrar. Y según cómo lo hagas, puedes quedarte solo con los datos que te convengan para sostener tu investigación. Un científico, Craig Bennett, cuestionó la fiabilidad de la IRMf con un experimento absurdo: le hizo una resonancia a un salmón que compró en la pescadería y al que mostró varias fotografías. Filtró los resultados de tal modo que el salmón muerto, cuyo cerebro aún conservaba restos de sangre y grasa, mostraba distintas 'emociones'.
Hay otro aspecto inquietante. Si esta tecnología consigue leer lo que pensamos, y termina aceptándose en los tribunales como prueba, o en las empresas para contratar, o en las aseguradoras para saber si un cliente intenta engañarlas, o en Hacienda para descubrir a los defraudadores... «habremos perdido el último bastión que defendía la frontera de nuestra privacidad», como advierte Burkhard Schafer, de la Universidad de Edimburgo. Francia ha revisado su ley sobre bioética para limitar el uso de las resonancias del cerebro en estudios con fines comerciales.
Y luego está el factor humano. Kandel opina que la neurociencia no debería avasallar al psicoanálisis. «El psicoanálisis tiene una vision mucho más amplia de la experiencia humana, del arte, la cultura, los productos intelectuales de la humanidad. Y los neurocientíficos también pueden aprender mucho de él». Al fin y al cabo, nada como un ser humano para entender a otro.
Teórico y... ¿científico?
El neurólogo austriaco Sigmund Freud (1856-1939),uno de los más grandes investigadores de la historia, fue el padre del psicoanálisis, nunca reconocida como ciencia por no haber logrado dar base científica a sus teorías.
Las otras aplicaciones de la resonancia magnética
Adicciones: drogas, alcohol, el móvil... Observando la parte del encéfalo que busca la recompensa inmediata, y la amígdala, que sopesa las consecuencias del riesgo, se puede predecir qué personas son propensas a las adicciones.
Memoria:Alzhéimer, demencia senil...No solo rastrea los biomarcadores para el diagnóstico precoz de las personas que desarrollarán alzhéimer y demencias seniles, también estudia la memoria para retrasar y mitigar su pérdida.
Cáncer: tratamiento de Tumores, prótesis...La detección y localización de tumores para facilitar la cirugía fue una de las primeras aplicaciones. Pero hay cientos de nuevos ensayos médicos, como las prótesis dirigidas con la mente.
La raíz del odio: Falta de empatía, racismo, psicopatías...Científicos del MIT están ya aplicando la resonancia para estudiar el odio entre israelíes y palestinos y para entender la ausencia de empatía. También sirve para estudiar el racismo o la psicopatía.
Bienestar: Terapia conductista, sexo...La felicidad se puede entrenar. Psicólogos conductistas utilizan la resonancia en la valoración y seguimiento de sus pacientes. También algunos sexólogos para tratar problemas de erección, frigidez...
Fracaso escolar:Dislexia, trastornos de aprendizaje.Los niños con riesgo de padecer dislexia y otros trastornos muestran diferencias en su actividad cerebral antes de aprender a leer. Un uso temprano de la resonancia reduciría el fracaso escolar.
Uso forense: Detector de mentiras. Se producen cambios detectables en el flujo sanguíneo cerebral cuando se miente. Hay empresas que diseñan detectores de mentiras basados en la neuroimagen para sustituir a los polígrafos.
Neuromarketing: Investigaciones de mercado. Sirve para meterse en la cabeza del consumidor y conocer qué estímulos lo impulsan a comprar. Por ejemplo, la aversión a perderse algo. El marketing la fomenta con promociones, rebajas...
Cómo funciona la resonancia
La resonancia magnética o IRMf combina dos procedimientos: campos magnéticos y ondas de radio. Básicamente es como meter la cabeza en un imán gigante para sacar instantáneas del cerebro. ¿Cómo? Los protones de los átomos del cerebro son alineados con el campo magnético y luego se les saca de la fila con un pulso de onda de radio. Cuando vuelven a su posición, emiten sus propias ondas, que un ordenador captura para traducirlas en imágenes. Esto sirve, por ejemplo, para detectar tumores. «Pero en los años 90 se descubrió que podíamos usar estas máquinas de modo diferente», relata Read Montague, uno de los pioneros. La sangre contiene hierro y también oxígeno y azúcar. Cuando una neurona se activa, la sangre oxigenada acude a irrigarla (las neuronas no tienen reservas de glucosa y necesitan combustible). Y el imán detecta el hierro y se 'chiva' de su presencia. ¿Y eso qué tiene que ver? Pues que los cambios en la actividad neuronal están relacionados con los cambios de flujo sanguíneo. Si se hace un vídeo del flujo sanguíneo, se obtiene una representación de la actividad cerebral. Esto ha revolucionado la ciencia cognitiva. No importa el área, ya sea la memoria, el movimiento de brazos y piernas, pensar acerca de nuestra suegra, enfadarse, una reacción emocional... Si metemos a alguien en una máquina de resonancia magnética, veremos estas variables mapeando su actividad cerebral.
TÍTULO: SILENCIO POR FAVOR - El nuevo periodismo, con Jeff Jarvis,.
El cómodo diván donde se tumbaban sus pacientes sería sustituido por una camilla hospitalaria; una camilla que habría que introducir en un tubo de resonancia magnética. Un escáner recogería imágenes de sus cerebros mientras hablan de su infancia. Cuando rememorasen los pasajes más dolorosos, se iluminarían las regiones del cerebro que están asociadas a los traumas. Se pintarían de colores las porciones del cerebro donde anidan la vergüenza o la frustración; las neuronas que chisporrotean en un ataque de ira, las sinapsis que atizan el impulso sexual o la melancolía...
El diagnóstico sería tan fácil como identificar el cachito de cerebro coloreado. Y para poder comprobar los progresos de los pacientes a medida que fuera avanzando la terapia, solo habría que observar cuando revivieran el recuerdo traumático si las conexiones neuronales habituales vuelven a emitir relámpagos o permanecen apagadas, señal de que la tormenta ya pasó.
Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva ciencia: el neuropsicoanálisis, esto es, la terapia que perfiló Freud hace unos 120 años pero asistida con herramientas tecnológicas, sobre todo la imagen por resonancia magnética funcional (IRMf). Así lo afirma la estadounidense Casey Schwartz, autora de In the Mind Fields: Exploring the New Science of Neuropsychoanalysis [En los campos de la mente: explorando la nueva ciencia del neuropsicoanálisis], que publica Pantheon Books el 25 de agosto. Y es algo que está sucediendo precisamente cuando el psicoanálisis corría el riesgo de quedar arrinconado por los avances científicos. La tesis de Schwartz, con un máster en Neurociencia por el University College de Londres, es que el formato del psicoanálisis lo condenaba a la extinción porque viene a ser una autoexploración guiada por el terapeuta de las intimidades del paciente mediante conversaciones que se producen a lo largo de muchos meses e incluso años. Y vaya, no tenemos todo el tiempo del mundo. ¿Y qué compañía de seguros va a pagar una tratamiento que tiende a eternizarse? Sí, la gente sigue angustiándose. Pero prefiere terapias rápidas y expeditivas. Pastillas. Nunca se consumieron tantos antidepresivos... Y el psicoanálisis puede ser controvertido, pero al menos va al meollo de la cuestión, a la fuente de nuestras miserias. No busca atajos. Y por eso merece salvarse.
Pero que lo salve una ciencia pura resulta chocante. «A simple vista, el psicoanálisis y la neurociencia [que estudia todo lo referente al cerebro y no hay que confundir con la neurología, rama de la medicina que se ocupa de las enfermedades del sistema nervioso] son bestias muy diferentes y han vivido despreocupadas la una de la otra, incluso en ocasiones se han enfrentado. Los materiales del psicoanálisis son intuitivos, personales, subjetivos; por el contrario, la neurociencia explora el tráfico de los datos cuantificables, las verdades que se pueden demostrar», explica Schwartz.
Los investigadores que están tendiendo puentes entre ambas disciplinas son cada vez más numerosos e influyentes. Ahí está António Damásio, premio Príncipe de Asturias: «Creo que las reflexiones de Freud sobre la naturaleza de la conciencia concuerdan con los puntos de vista más avanzados de la neurociencia contemporánea». O Eric Kandel, premio Nobel de Medicina (curiosamente Freud, que era médico de formación, fue candidato en doce ocasiones y nunca lo consiguió): «No hay una concepción más coherente sobre la mente que el psicoanálisis». Pero incluso sus mayores defensores creen que necesita una revisión.
El psicoanálisis necesita un cambio de cultura», dice Andrew J. Gerber, psicoanalista y profesor de la Universidad de Columbia. «Hay aspectos que parecen asentados en una cuestión de fe. Tienes que creértelos porque Freud lo dijo... Y eso no es razón suficiente». Bradley Peterson, psicoanalista y psiquiatra infantil en el Hospital Pediátrico de Los Ángeles, también piensa que el psicoanálisis precisa un nuevo enfoque: «Necesita asociarse a la ciencia contemporánea para transmitir a la siguiente generación algunas de sus enseñanzas». Peterson y Gerber llevan diez años trabajando juntos en la fusión de psicoanálisis y neurociencia. Y utilizan las resonancias magnéticas para saber qué ocurre en el cerebro del paciente durante la terapia. Y lo que ocurre es que el cerebro cambia; unas neuronas se conectan a redes diferentes, y otras se desconectan, como farolas del alumbrado público, iluminando unos barrios y ensombreciendo otros; el mapa de la actividad cerebral se altera a medida que el individuo aprende a lidiar con sus impulsos y deseos.
Y los científicos se esfuerzan por conocer cada vez mejor esos barrios: su cableado eléctrico, sus calles y hasta sus alcantarillas... Jaak Panksepp, profesor de la Universidad de Washington State, habla de siete regiones que se corresponden con nuestros instintos primarios y que están bien localizadas: la curiosidad, la ira, el miedo, la lujuria, el juego y, por último, el pánico y el duelo, que comparten territorio, el de la ansiedad. Así que Freud no iba desencaminado cuando intuyó que nuestros impulsos biológicos eran el sexo y la agresión, las dos grandes avenidas; le faltaba el resto del callejero. Sirva de atenuante que en aquella época hasta la misma noción de neurona estaba en entredicho.
Este cambio de paradigma no sería posible sin la técnica. Aunque es una técnica que también tiene detractores. Porque una resonancia genera un aluvión de información, pero también mucho ruido superfluo que hay que filtrar. Y según cómo lo hagas, puedes quedarte solo con los datos que te convengan para sostener tu investigación. Un científico, Craig Bennett, cuestionó la fiabilidad de la IRMf con un experimento absurdo: le hizo una resonancia a un salmón que compró en la pescadería y al que mostró varias fotografías. Filtró los resultados de tal modo que el salmón muerto, cuyo cerebro aún conservaba restos de sangre y grasa, mostraba distintas 'emociones'.
Hay otro aspecto inquietante. Si esta tecnología consigue leer lo que pensamos, y termina aceptándose en los tribunales como prueba, o en las empresas para contratar, o en las aseguradoras para saber si un cliente intenta engañarlas, o en Hacienda para descubrir a los defraudadores... «habremos perdido el último bastión que defendía la frontera de nuestra privacidad», como advierte Burkhard Schafer, de la Universidad de Edimburgo. Francia ha revisado su ley sobre bioética para limitar el uso de las resonancias del cerebro en estudios con fines comerciales.
Y luego está el factor humano. Kandel opina que la neurociencia no debería avasallar al psicoanálisis. «El psicoanálisis tiene una vision mucho más amplia de la experiencia humana, del arte, la cultura, los productos intelectuales de la humanidad. Y los neurocientíficos también pueden aprender mucho de él». Al fin y al cabo, nada como un ser humano para entender a otro.
Teórico y... ¿científico?
El neurólogo austriaco Sigmund Freud (1856-1939),uno de los más grandes investigadores de la historia, fue el padre del psicoanálisis, nunca reconocida como ciencia por no haber logrado dar base científica a sus teorías.
Las otras aplicaciones de la resonancia magnética
Adicciones: drogas, alcohol, el móvil... Observando la parte del encéfalo que busca la recompensa inmediata, y la amígdala, que sopesa las consecuencias del riesgo, se puede predecir qué personas son propensas a las adicciones.
Memoria:Alzhéimer, demencia senil...No solo rastrea los biomarcadores para el diagnóstico precoz de las personas que desarrollarán alzhéimer y demencias seniles, también estudia la memoria para retrasar y mitigar su pérdida.
Cáncer: tratamiento de Tumores, prótesis...La detección y localización de tumores para facilitar la cirugía fue una de las primeras aplicaciones. Pero hay cientos de nuevos ensayos médicos, como las prótesis dirigidas con la mente.
La raíz del odio: Falta de empatía, racismo, psicopatías...Científicos del MIT están ya aplicando la resonancia para estudiar el odio entre israelíes y palestinos y para entender la ausencia de empatía. También sirve para estudiar el racismo o la psicopatía.
Bienestar: Terapia conductista, sexo...La felicidad se puede entrenar. Psicólogos conductistas utilizan la resonancia en la valoración y seguimiento de sus pacientes. También algunos sexólogos para tratar problemas de erección, frigidez...
Fracaso escolar:Dislexia, trastornos de aprendizaje.Los niños con riesgo de padecer dislexia y otros trastornos muestran diferencias en su actividad cerebral antes de aprender a leer. Un uso temprano de la resonancia reduciría el fracaso escolar.
Uso forense: Detector de mentiras. Se producen cambios detectables en el flujo sanguíneo cerebral cuando se miente. Hay empresas que diseñan detectores de mentiras basados en la neuroimagen para sustituir a los polígrafos.
Neuromarketing: Investigaciones de mercado. Sirve para meterse en la cabeza del consumidor y conocer qué estímulos lo impulsan a comprar. Por ejemplo, la aversión a perderse algo. El marketing la fomenta con promociones, rebajas...
Cómo funciona la resonancia
La resonancia magnética o IRMf combina dos procedimientos: campos magnéticos y ondas de radio. Básicamente es como meter la cabeza en un imán gigante para sacar instantáneas del cerebro. ¿Cómo? Los protones de los átomos del cerebro son alineados con el campo magnético y luego se les saca de la fila con un pulso de onda de radio. Cuando vuelven a su posición, emiten sus propias ondas, que un ordenador captura para traducirlas en imágenes. Esto sirve, por ejemplo, para detectar tumores. «Pero en los años 90 se descubrió que podíamos usar estas máquinas de modo diferente», relata Read Montague, uno de los pioneros. La sangre contiene hierro y también oxígeno y azúcar. Cuando una neurona se activa, la sangre oxigenada acude a irrigarla (las neuronas no tienen reservas de glucosa y necesitan combustible). Y el imán detecta el hierro y se 'chiva' de su presencia. ¿Y eso qué tiene que ver? Pues que los cambios en la actividad neuronal están relacionados con los cambios de flujo sanguíneo. Si se hace un vídeo del flujo sanguíneo, se obtiene una representación de la actividad cerebral. Esto ha revolucionado la ciencia cognitiva. No importa el área, ya sea la memoria, el movimiento de brazos y piernas, pensar acerca de nuestra suegra, enfadarse, una reacción emocional... Si metemos a alguien en una máquina de resonancia magnética, veremos estas variables mapeando su actividad cerebral.
TÍTULO: SILENCIO POR FAVOR - El nuevo periodismo, con Jeff Jarvis,.
El nuevo periodismo, con Jeff Jarvis
Washington, 1954. Influyente bloguero y profesor,
respetado y discutido por sus reflexiones sobre el periodismo digital.
Su nuevo libro: 'El fin de los medios de comunicación de masas' (Ed.
Gestión 2000).
XLSemanal. El título original del libro es Geeks bearing gifts (geeks, o frikis, que traen regalos).
Jeff Jarvis. Es de una frase de La Eneida, de Virgilio ['griegos que traen regalos'; 'greeks bearing gifts', en inglés]. Y se parece mucho a algo que dijo sobre mí Les Hinton, CEO de Dow Jones.
XL. ¿Qué dijo?
J.J. Nos llamaba visionarios digitales, y decía que las noticias cuestan y que la calidad tiene un precio. Y que lo gratis, al final, sale caro.
XL. ¿Y usted qué responde?
J.J. Mi argumento es que los geeks no traen regalos. Pero la tecnología nos aporta el potencial para reinventar el periodismo.
XL. ¿Fijándonos en Google o Amazon?
J.J. Son ejemplos de cómo triunfar en internet. Hay que entender cómo lo ven ellos. Sus plataformas nos pueden ayudar mucho a extender las noticias.
XL. ¿Cómo?
J.J. Una de las lecciones a aprender es el énfasis en el servicio. A muchos les parece una herejía. Tendemos a pensar que estamos en el negocio del contenido, que somos contadores de historias. Yo cuestiono eso, aunque muchas escuelas de periodismo entrarán en shock.
XL. ¿Y por qué lo cuestiona?
J.J. Creo que hablar de contenido nos limita. Es una idea que pertenece a la era de Gutenberg. El contenido rellena cosas, el servicio las consigue. Y el periodismo busca eso: conseguir mejorar las cosas. ¿Por qué haríamos si no un trabajo que no se paga muy bien?
XL. ¿Y ahora es más fácil mejorar el mundo?
J.J. Hoy tenemos más oportunidades que nunca de escuchar a la gente a la que servimos y ver qué necesita. Antes solo podíamos tratar de averiguarlo. Ahora podemos escucharla directamente. Debemos repensar el periodismo como un servicio.
XL. ¿Y escuchar a la gente?J.J. Eso hace Google, ellos saben qué piensas. Si no, es como si un fontanero llega a tu casa y dice: «Vengo a arreglar el grifo», «¡Pero si no está roto!», «Ya, pero es lo que yo sé hacer».XL. Frente a big data usted habla de pequeños datos.
J.J. Muchas veces no sabemos qué hacer con los big data. Lo que yo necesito son datos pequeños. Debemos conocer nuestro mercado directo: dónde vives, dónde trabajas... Así puedo darte historias sobre cosas que pasan en tu entorno: el asfalto en tu calle, o un restaurante cercano. Si tú me cuentas dónde estás, ganamos ambos.
XL. ¿Y la privacidad?
J.J. Tiene mucho que ver con la ética: una vez que comparto la información, pierdo el control sobre ella. Y lo que pase tendrá mucho que ver con lo que tú hagas con ella.
XL. ¿Y qué podemos hacer?
J.J. Digamos que yo comparto en las redes que tengo cáncer de próstata; quizá otro hace lo mismo, y también otro. Y nos damos cuenta de que hay muchos casos en el barrio y de que puede haber una causa medioambiental. Habremos ganado mucho.
XL. Usted la lio en Twitter con su #F*ckYouWashington.
J.J. Una vez escribí una serie de normas sobre las redes sociales. Una de ellas era la 'ley Cabernet': no tuitees después de tomar demasiado Cabernet.
XL. ¿Eso le pasó esa noche?
J.J. No. Pero sí escribí con un tremendo enfado: estaba viendo las noticias y me enfadé mucho con el Congreso. Muchos se enojaron conmigo, otros hicieron suyo el lema, que se convirtió en un hashtag muy extendido. Aprendí una gran lección.
XL. ¿Cuál?J
.J. Un hashtag es una plataforma, algo que la gente puede utilizar para iniciar un diálogo. Como pasó meses más tarde con #occupyWallStreet. Se extendió y conectó a mucha gente.
XL. ¿Eso es periodismo?
J.J. Desde luego. Y mucho más sistemático que creer que hacemos un producto un diario o una revista que debemos rellenar con historias.
Pregunta a bocajarro
Gutenberg, dice, fue el primer geek. ¿Y el de hoy?
Es Sir Tim Berners- Lee, el creador de la Web. El link es un invento crucial. ¡Aún no sabemos adónde nos llevará! El primer periódico salió 150 años después de Gutenberg.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - Tomasín en Ruiloba ,.
XLSemanal. El título original del libro es Geeks bearing gifts (geeks, o frikis, que traen regalos).
Jeff Jarvis. Es de una frase de La Eneida, de Virgilio ['griegos que traen regalos'; 'greeks bearing gifts', en inglés]. Y se parece mucho a algo que dijo sobre mí Les Hinton, CEO de Dow Jones.
XL. ¿Qué dijo?
J.J. Nos llamaba visionarios digitales, y decía que las noticias cuestan y que la calidad tiene un precio. Y que lo gratis, al final, sale caro.
XL. ¿Y usted qué responde?
J.J. Mi argumento es que los geeks no traen regalos. Pero la tecnología nos aporta el potencial para reinventar el periodismo.
XL. ¿Fijándonos en Google o Amazon?
J.J. Son ejemplos de cómo triunfar en internet. Hay que entender cómo lo ven ellos. Sus plataformas nos pueden ayudar mucho a extender las noticias.
XL. ¿Cómo?
J.J. Una de las lecciones a aprender es el énfasis en el servicio. A muchos les parece una herejía. Tendemos a pensar que estamos en el negocio del contenido, que somos contadores de historias. Yo cuestiono eso, aunque muchas escuelas de periodismo entrarán en shock.
XL. ¿Y por qué lo cuestiona?
J.J. Creo que hablar de contenido nos limita. Es una idea que pertenece a la era de Gutenberg. El contenido rellena cosas, el servicio las consigue. Y el periodismo busca eso: conseguir mejorar las cosas. ¿Por qué haríamos si no un trabajo que no se paga muy bien?
XL. ¿Y ahora es más fácil mejorar el mundo?
J.J. Hoy tenemos más oportunidades que nunca de escuchar a la gente a la que servimos y ver qué necesita. Antes solo podíamos tratar de averiguarlo. Ahora podemos escucharla directamente. Debemos repensar el periodismo como un servicio.
XL. ¿Y escuchar a la gente?J.J. Eso hace Google, ellos saben qué piensas. Si no, es como si un fontanero llega a tu casa y dice: «Vengo a arreglar el grifo», «¡Pero si no está roto!», «Ya, pero es lo que yo sé hacer».XL. Frente a big data usted habla de pequeños datos.
J.J. Muchas veces no sabemos qué hacer con los big data. Lo que yo necesito son datos pequeños. Debemos conocer nuestro mercado directo: dónde vives, dónde trabajas... Así puedo darte historias sobre cosas que pasan en tu entorno: el asfalto en tu calle, o un restaurante cercano. Si tú me cuentas dónde estás, ganamos ambos.
XL. ¿Y la privacidad?
J.J. Tiene mucho que ver con la ética: una vez que comparto la información, pierdo el control sobre ella. Y lo que pase tendrá mucho que ver con lo que tú hagas con ella.
XL. ¿Y qué podemos hacer?
J.J. Digamos que yo comparto en las redes que tengo cáncer de próstata; quizá otro hace lo mismo, y también otro. Y nos damos cuenta de que hay muchos casos en el barrio y de que puede haber una causa medioambiental. Habremos ganado mucho.
XL. Usted la lio en Twitter con su #F*ckYouWashington.
J.J. Una vez escribí una serie de normas sobre las redes sociales. Una de ellas era la 'ley Cabernet': no tuitees después de tomar demasiado Cabernet.
XL. ¿Eso le pasó esa noche?
J.J. No. Pero sí escribí con un tremendo enfado: estaba viendo las noticias y me enfadé mucho con el Congreso. Muchos se enojaron conmigo, otros hicieron suyo el lema, que se convirtió en un hashtag muy extendido. Aprendí una gran lección.
XL. ¿Cuál?J
.J. Un hashtag es una plataforma, algo que la gente puede utilizar para iniciar un diálogo. Como pasó meses más tarde con #occupyWallStreet. Se extendió y conectó a mucha gente.
XL. ¿Eso es periodismo?
J.J. Desde luego. Y mucho más sistemático que creer que hacemos un producto un diario o una revista que debemos rellenar con historias.
Pregunta a bocajarro
Gutenberg, dice, fue el primer geek. ¿Y el de hoy?
Es Sir Tim Berners- Lee, el creador de la Web. El link es un invento crucial. ¡Aún no sabemos adónde nos llevará! El primer periódico salió 150 años después de Gutenberg.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - Tomasín en Ruiloba ,.
Tomasín en Ruiloba - foto
Es peligroso hacer indagaciones acerca de los buenos
recuerdos de infancia, porque suelen estar idealizados. Es mejor
mantenerlos intactos, como un territorio sentimental al que acudir para
encontrar compensación a los fracasos, las pérdidas, el desgaste
espiritual, la hipocondría y la ansiedad del tiempo que se acaba. Es
decir, compensación al hecho de ser adulto. Los recuerdos infantiles y
los espacios donde nacieron son el campo de centeno de Salinger.
Someterlos a escrutinio es como expulsarse uno mismo de allí. Vean, si
no, lo que le ocurrió el otro día a un primo mío, que además es uno de
mis mejores amigos de siempre, en Ruiloba, el pueblo de la Montaña al
que ambos estamos apegados desde que nacimos. Él más, porque él es de
allí, porque en su casa solariega hasta llamaron una vez a la puerta los
maquis Juanín y Bedoya para contrabandear con algo robado, mientras que
yo apenas alcanzo el grado de veraneante al que obligaban a masticar
cangrejitos vivos que echaban pompas y tocaban las castañuelas con las
pinzas para sacudirle la pátina urbanita.
Mi primo se encontró por Ruiloba, por el barrio de la Iglesia, junto a la bolera y el mesón La Cigoña cuya cocina tantas veces saqueamos de críos, con Tomasín. Llamarlo Tomasín es una reminiscencia, un hábito adquirido, porque ha de ser un tipo metido ya en la cincuentena que no se parecerá nada a aquel muchacho enjuto que pasaba petardeando con la moto en aquellos veranos de cuando entonces. Tomasín lo llamaban en el pueblo y también nuestros padres. No sé si él es consciente, pero Tomasín fue siempre un personaje inolvidable en nuestras vidas, las de todos los primos y hermanos, porque nuestros padres nos confiaban a él para que nos sacara al monte. Estos días azules y este Sol de la infancia. Jugábamos al escondite dentro de maizales enormes, observábamos bichos en los ríos, escalábamos, asábamos chorizo, volvíamos sucios y agotados, y Tomasín era un capitán que nos tenía a todos jerarquizados en grados militares en función de lo responsable que veía a cada cual. De verdad que lo amábamos todos. Ese hombre es una estatua de nuestro campo de centeno.
Hasta aquí, todo va bien. La cosa empezó a torcerse el otro día, con el encuentro junto a la bolera. Tomasín y mi primo se abrazaron con gran afecto, y mi primo volvió a decirle que atesoraba los recuerdos de entonces, que estaban entre lo mejor de una vida que últimamente ha sufrido algunos golpes. El refugio sentimental, ya lo he dicho. Nada ocurrió durante el encuentro en sí. Tomasín y mi primo se dieron otro abrazo de despedida, supongo que hicieron votos para encontrarse algún día para comer o beber un tinto, porque para jugar al escondite en un maizal estamos todos muy grandes. El desastre ocurrió después.
Mi primo vino a casa a almorzar luego de encontrarse con Tomasín. Estábamos varios de la familia, por lo que enseguida, mojado Tomasín en el café con leche proustiano, la conversación derivó directamente hacia aquellos años. En algún momento, como de pasada, tuve la curiosidad de preguntar a mi madre qué propina daban los padres a Tomasín a cambio de las hazañas bélicas que nos inventaba. Mi primo se quedó lívido: «¿Cómo? ¿Lo hacía por dinero? ¿Él también?». Mi primo ha llegado a una edad ya algo avanzada sin ser padre. Por eso no comprende algo obvio para los que somos cabezas de familias numerosas: que cualquier padre pagaría gustoso en vacaciones para que le sacaran los niños de encima durante días enteros y que nadie se quedaría a solas con una horda infantil sin obtener a cambio algún tipo de compensación. La presencia del dinero me parece por tanto lógica y no me arruina el recuerdo. Pero para mi primo fue fatal. Porque, viniendo de algunos golpes, de muchas decepciones y de personas que se aprovecharon de él, a lo mejor llegó a creer que el de Tomasín había sido el único amor puro, familia aparte, que la vida le había dispensado. A los 44 años, tuvo que enterarse de que Tomasín también fingía los orgasmos.
Mi primo se encontró por Ruiloba, por el barrio de la Iglesia, junto a la bolera y el mesón La Cigoña cuya cocina tantas veces saqueamos de críos, con Tomasín. Llamarlo Tomasín es una reminiscencia, un hábito adquirido, porque ha de ser un tipo metido ya en la cincuentena que no se parecerá nada a aquel muchacho enjuto que pasaba petardeando con la moto en aquellos veranos de cuando entonces. Tomasín lo llamaban en el pueblo y también nuestros padres. No sé si él es consciente, pero Tomasín fue siempre un personaje inolvidable en nuestras vidas, las de todos los primos y hermanos, porque nuestros padres nos confiaban a él para que nos sacara al monte. Estos días azules y este Sol de la infancia. Jugábamos al escondite dentro de maizales enormes, observábamos bichos en los ríos, escalábamos, asábamos chorizo, volvíamos sucios y agotados, y Tomasín era un capitán que nos tenía a todos jerarquizados en grados militares en función de lo responsable que veía a cada cual. De verdad que lo amábamos todos. Ese hombre es una estatua de nuestro campo de centeno.
Hasta aquí, todo va bien. La cosa empezó a torcerse el otro día, con el encuentro junto a la bolera. Tomasín y mi primo se abrazaron con gran afecto, y mi primo volvió a decirle que atesoraba los recuerdos de entonces, que estaban entre lo mejor de una vida que últimamente ha sufrido algunos golpes. El refugio sentimental, ya lo he dicho. Nada ocurrió durante el encuentro en sí. Tomasín y mi primo se dieron otro abrazo de despedida, supongo que hicieron votos para encontrarse algún día para comer o beber un tinto, porque para jugar al escondite en un maizal estamos todos muy grandes. El desastre ocurrió después.
Mi primo vino a casa a almorzar luego de encontrarse con Tomasín. Estábamos varios de la familia, por lo que enseguida, mojado Tomasín en el café con leche proustiano, la conversación derivó directamente hacia aquellos años. En algún momento, como de pasada, tuve la curiosidad de preguntar a mi madre qué propina daban los padres a Tomasín a cambio de las hazañas bélicas que nos inventaba. Mi primo se quedó lívido: «¿Cómo? ¿Lo hacía por dinero? ¿Él también?». Mi primo ha llegado a una edad ya algo avanzada sin ser padre. Por eso no comprende algo obvio para los que somos cabezas de familias numerosas: que cualquier padre pagaría gustoso en vacaciones para que le sacaran los niños de encima durante días enteros y que nadie se quedaría a solas con una horda infantil sin obtener a cambio algún tipo de compensación. La presencia del dinero me parece por tanto lógica y no me arruina el recuerdo. Pero para mi primo fue fatal. Porque, viniendo de algunos golpes, de muchas decepciones y de personas que se aprovecharon de él, a lo mejor llegó a creer que el de Tomasín había sido el único amor puro, familia aparte, que la vida le había dispensado. A los 44 años, tuvo que enterarse de que Tomasín también fingía los orgasmos.
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