TITULO: Revolver concierto Canción - El Dorado,.
foto,.
He pasado mil años viendo cómo mi madre
trabajaba y llegaba a casa siempre tarde,
una vez, y otra vez, treinta días al mes.
Cada noche, después de estar yo acostado,
la sentía abrir la puerta de mi cuarto.
Cambió el verme crecer por comer a diario,
por comer a diario.
Vi a mis padres correr en busca de Eldorado,
vi a mis padres luchar, cada uno por su lado.
Lo mejor de sus vidas, dónde se ha quedado.
Quizás yendo detrás del maldito Eldorado.
Vi a mi padre luchar contra los elementos,
naufragar con su vida contra el muro del tiempo.
No tuvo otra oportunidad.
Y llegaba a casa con las manos cortadas
de montar con las manos armarios de chapa.
No tuvo otra oportunidad,
otra oportunidad.
Vi a mis padres correr en busca de Eldorado,
vi a mis padres luchar, cada uno por su lado.
Lo mejor de sus vidas, dónde se ha quedado.
Quizás yendo detrás del maldito Eldorado.
Intenté resolver solo todas mis dudas,
y, veinte años después, aún me quedan algunas.
La vida sigue y yo también.
Y aunque dicen que el tiempo no pasa en balde,
cometí mis errores más bien pronto que tarde.
No usé su ejemplo en aprender,
y en mi propio universo vi a mis padres caer,
vi a mis padres caer.
Vi a mis padres correr en busca de Eldorado,
vi a mis padres luchar, cada uno por su lado.
Lo mejor de sus vidas, dónde se ha quedado.
Quizás yendo detrás del maldito Eldorado.
TITULO: EL RELOJ DE CUCO Y LOS DOS PAJAROS,.
foto,.
El reloj de cuco señalaba las nueve de la noche. Los amantes de
porcelana salían de su escondite para besarse de manera autómata y
volver a la caseta. Hasta la hora siguiente no se volverían a ver.
El hombre se acercó al reloj y abrió la cajita situada justo debajo de
donde reposaban las figuras pálidas. Introdujo un pequeño objeto en ella
y cerró con llave.
Héctor no perdió detalle, aunque no pudo observar qué introdujo en la
cajita e ignoraba por qué el hombre actuó de forma tan misteriosa
delante de él. Pensó que no tenía nada que ocultar o su sangre era fría
como los témpanos de hielo que surcan el ártico. Se extrañó que le
viniera esa imagen de súbito.
Se disponía a despedirse del hombre, pero se paró en el umbral de la
puerta y apoyándole una mano en el hombro le preguntó por el objeto que
había guardado en la cajita ante sus ojos. Curiosidad, simplemente,
alegó.
-Es una llave de un apartado de correos, donde me escribe una amiga muy
particular. Ya sabe, hay cosas que es mejor que la mujer no se entere
-lo decía con unas risitas nada sospechosas, pero Héctor se molestó por
la chulería.
-He venido porque soy investigador privado, pero esto ya lo sabe, como
sabe que me ha contratado su esposa por posibles infidelidades...
Entonces no comprendo por qué me cuenta lo del apartado de correos -dejó
caer la frase sin esperanzas que dieran ningún fruto.
-A lo mejor no es lo que usted se piensa, o lo que piensa mi mujer y, a
lo mejor no es una llave lo que guardé. No le voy a contar nada más, me
empieza a gustar los celos de mi esposa. Sinceramente, jamás me lo los
hubiera imaginado, y me gusta, sí, me gusta que se preocupe por mí, por
lo que usted continúe con su trabajo, ganará un buen dinero, y no se
preocupe mucho por el dinero, mi mujer tiene en abundancia y por lo que
veo se aburre. Vayámonos, por hoy ya es suficiente.
Bajaron al parking del edificio y Héctor arrancó antes su coche,
dejándolo atrás, pero se camufló tras un camión que estaba aparcado unas
calles adelante y esperó el paso de su investigado. Al momento este
pasó de largo. Lo siguió.
Le daba la sensación que el hombre se había percatado de su presencia,
aunque era imposible, ya que se situaba varios vehículos detrás, sin
visión posible al retrovisor del coche perseguido.
Llevaban un buen rato dando vueltas por el centro de la ciudad cuando,
ante la sorpresa de Héctor, el hombre retornaba a las oficinas. Como los
amantes del reloj de cuco, pensó.
No entró al garaje, sino que estacionó una calle antes. Había logrado
colocar una cámara oculta sin que se diera cuenta su hombre. Encendió el
ordenador y esperó, relajando la espalda en el asiento.
Se acariciaba la punta de la nariz viendo cómo el hombre volvía al reloj
de cuco y sacaba otra vez el objeto guardado hacía un rato. Sin poder
comprobar de qué dichoso objeto se trataba.
Lo portaba con mucho cariño entre las manos, acurrucándolo, hasta el
cómodo sillón de su despacho. Se echó para atrás en él y suspiró
profundamente. Dejó entre las piernas el objeto, fuera de la visión de
la cámara. Abrió un cajón de la mesa de su despacho y de él extrajo un
cuadrado negro con vetas plateadas y doradas -mármol, seguramente, pensó
Héctor-. Lo puso encima de la amplia mesa, a la que despojó de
carpetas, pisapapeles y todo tipo de documentos, dejando encima de ella
al cuadrado de piedra.
De sus muslos asió el enigmático objeto y con un rápido movimiento lo
encajó en una pequeña apertura del mármol, si es que era mármol. No
logró verlo claramente, pero hubiera jurado que se trataba de una
especie de diamante.
El hombre apagó las luces y entonó unas palabras, susurradas muy bajo, por lo que no descifró ningún significado.
Estaban a punto de dar las diez de la noche. El cántico en susurros se
aligeraba. El pequeño diamante comenzaba a destellar haces de luz de mil
colores diferentes, intensificando su potencia y luminosidad a medida
que se acercaban las diez.
Llegaron las diez. De los dos amantes del reloj de cuco, sólo salía
ella. Al llegar al punto donde se daba el encuentro cada hora, se paró,
miró al frente y, ante los ojos atónitos de Héctor, saltó al suelo del
despacho corriendo hacia el hombre y creciendo a cada paso que le
acercaba a él, hasta convertirse en una mujer real y palpable, ágil y
bella, riendo y feliz, dando vueltas en sí con los brazos abiertos y los
pies de puntillas. El hombre se levantó, abrazándola fuertemente por la
cintura, besándola y dando vueltas con ella. Eran realmente una pareja
feliz, la más feliz que había visto Héctor.
-No puedo enseñarle esto a mi cliente, creería que es un montaje, o
peor, que estoy loco -se dijo un Héctor apesadumbrado por haber perdido
un buen dinero y, cosa curiosa, apenado por el pobre amante que quedó
solitario en su reloj de cuco.
Arrancó el coche y se marchó. El hombre y la amante de porcelana, ahora
buena moza, comenzaban a realizar actos que no deberían ver ojos de
menores.
-Aunque yo no soy ningún menor -se dijo-. Pero bueno... mejor que me vaya.
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