Era una completa desconocida... Hasta
que llegó 'Juego de tronos'. Hoy, la actriz británica Emilia Clarke es
la madre de dragones, la que no arde, la princesa Khaleesi... es decir,
Daenerys Targaryen, uno de los personajes más fascinantes de una serie
convertida ya en un fenómeno global. Hablamos con ella.
Si la ve usted por la calle, le costará reconocerla.
La
actriz británica Emilia Clarke, Daenerys Targaryen Dany para los
íntimos en la serie 'Juego de tronos', tiene un envidiable pelo castaño
que le cae por debajo de los hombros y no llega al 1,60. Su
presencia no deslumbra tanto como la de esa princesa rubia de luminosa
piel y mirada inexpugnable a la que Clarke ha convertido en un icono
catódico planetario. Una mujer cuyo proceso transformador, de frágil
princesa a comandante de un poderoso ejército con tres dragones a su
servicio, proseguirá su avance en la nueva temporada de la serie, la
quinta ya, recién estrenada.
Una completa desconocida
hace unos años, Clarke fue una apuesta decidida de los productores de la
cadena HBO en su proyecto de llevar a la televisión la saga literaria
de George R. R. Martin, Canción de hielo y fuego. Un lustro
después, a sus 28 años, la actriz es uno de los rostros más requeridos
de Hollywood, con nominación al Emmy en el zurrón, y capaz de
protagonizar una producción de Broadway o de revivir a la mítica Sarah
Connor en la nueva entrega de Terminator [estreno: el 10 de julio], en
el regreso de Arnold Schwarzenegger a su papel más emblemático.
XLSemanal. Cada temporada de Juego de tronos supera en intensidad a la anterior. ¿Ocurrirá lo mismo esta vez?
Emilia Clarke.
Sin duda. Estamos todos muy animados, espero que los fans disfruten con
lo que hemos hecho. Aunque hay capítulos, como el de la boda roja, de
la tercera temporada, cuya intensidad sigue siendo difícil de superar
hasta hoy.
XL. ¿Qué podemos esperar de Daenerys Targaryen en esta quinta temporada?
E.C. A
medida que Dany consolida su poder, lidiará con más dificultades, algo
inevitable cuando alguien se convierte en un líder tan poderoso. Deberá
responder preguntas como: «¿En quién confiar?», «¿quién intentará
detenerme?». Seguirá luchando por su derecho al Trono de Hierro, para
gobernar los Siete Reinos. Desde la primera temporada ha ido
evolucionando y en esta seguirá creciendo. El suyo es un viaje hacia el
poder, pero, sobre todo, hacia el autodescubrimiento. No deja de
sorprenderse cada vez que descubre lo poderosa que puede ser. En el
fondo, sabe que no tiene elección. Debe ser fuerte si quiere sobrevivir.
XL. ¿Cuál es la característica de Dany que usted admira más?
E.C.
Es compasiva en un mundo donde no existe la piedad. Consigue ser
imparcial en función de las circunstancias, aunque esté inmersa en una
lucha a vida o muerte.
XL. Ella, sin embargo, toma decisiones cada vez más drásticas, derivadas de su creciente poder...
E.C.
Es cierto, y eso le está afectando muchísimo. Ha empezado a darse
cuenta de que no puede hacer siempre lo correcto, que debe complacer a
las masas. En ese aspecto, a veces necesita quizá un poco más de maldad
que de bondad para tomar la decisión adecuada. Esta es la gran
dificultad a la que se enfrenta ahora, la delicada línea por la que debe
caminar.
XL. Usted era una desconocida cuando se subió a
este barco. ¿Le asustaba meterse en la piel de uno de los personaje más
populares de las novelas de George R. R. Martin?
E.C.
Era consciente de que los fans de las novelas vigilarían todos mis
movimientos. Llevan años conviviendo con estos personajes [la primera
entrega, titulada precisamente Juego de tronos, se publicó en 1996] y
tienen ideas preconcebidas sobre cada uno de ellos. Por eso, los libros
han sido siempre mi referencia, la base que me ayuda a abordar este
trabajo sabiendo quién era, quién es y en quién se va a convertir.
XL. Siendo una novata, ¿cómo afrontó las escabrosas escenas de desnudos al comienzo de la serie?
E.C.
Estaba aterrorizada. Pero sin aquellas escenas, en las que era
entregada al líder de unos bárbaros salvajes, el triunfo de su viaje
personal no sería tan significativo. La superación de todo el
sufrimiento es la expresión de la fuerza del personaje.
XL. ¿Y cómo lleva lo de dirigir un ejército de miles de hombres?
E.C.
Es estupendo, me ayuda a mantener la cabeza erguida. Soy muy afortunada
de poder actuar con todos ellos y no con creaciones de efectos
especiales. Tener al ejército a mi lado me ayuda a meterme en el
personaje, a sentirme al mando.
XL. ¿Qué se siente al convertir en realidad una fantasía tan deslumbrante como Juego de tronos?
E.C.
La gran suerte que tenemos es contar con unos guionistas excepcionales.
Son capaces de hacer que algo tan increíble sea verosímil. Tú ves la
serie y no te cuestionas si los dragones existen. Simplemente, lo
aceptas.
XL. ¿Se identifica con el personaje en algún aspecto?
E.C. En
cierto modo, sí. A lo largo de la serie, ambas nos hemos enfrentado a
desafíos impensables y hemos evolucionado muchísimo. Dany tuvo que
luchar para alcanzar el lugar que ella cree que le corresponde y yo
aprendí mucho sobre mí. Al comienzo, todo me impresionaba, pero ahora me
siento más estable y capaz. Al igual que Dany, me siento más segura.
Del mismo modo, ella y yo somos opuestas en varios sentidos. Dany sabe
cuál es su destino y está centrada en conseguirlo, características de
las cuales yo carezco. Ella es una tipa dura, una guerrera, mientras que
yo soy muy tímida y odio ser el centro de atención.
XL. ¿En serio? ¿Por qué quiso ser actriz entonces?
E.C.
¡Pues precisamente por eso! Cuando subo al escenario o estoy ante una
cámara, ya no soy yo. Me transformo, soy el personaje. Como actriz puedo
ser todas esas personas que nunca tendría el valor de ser en la vida
real.
XL. ¿Qué papel desempeñaron sus padres? ¿La animaron?
E.C. Mi
padre trabaja en el teatro, es ingeniero de sonido, así que sabía bien
lo duro que iba a resultar todo para mí. Su preocupación, en todo
momento, consistió en que fuera realista, que no me ilusionara en
exceso.
XL. ¿Cuándo decidió tomárselo en serio?
E.C.
No recuerdo un momento de mi vida en que no pensara en dedicarme a
esto. Por supuesto, cuando era niña, no tenía ni idea de lo que iba todo
esto, pero siempre me pareció que sería algo muy divertido. Me
encantaba ir a los teatros donde trabajaba mi padre, verlo inmerso en
ese ambiente, con toda la gente que trabajaba con él, era algo mágico.
XL. Sin embargo, nunca fue a la escuela de interpretación...
E.C. Es que, con franqueza, aquello no era para mí. Cuando era joven, no tenía la intensidad necesaria para hacer algo así.
XL. En lugar de eso, acabó yendo usted a un internado...
E.C.
Sí, fue una época muy especial de mi vida. Lo pasé en grande. Me
apuntaba a todo: deportes, juegos, lo que fuera. Me gusta pensar que esa
actitud me ha ayudado mucho en mi carrera.
XL. Era usted
una novata, como quien dice, hasta que llegó Juego de tronos. ¿Cómo fue
esto de meterse, de repente, en la mayor produción de la historia de la
televisión?
E.C. Jamás olvidaré el
primer día de rodaje. Estaba aterrada. Perdí el control de uno de los
caballos frente a centenares de personas. Quería que se me tragara la
tierra. Eso me hizo ver las cosas de otro modo; la adrenalina, en
realidad, te ayuda a esforzarte más. Yo, de hecho, sabía montar a
caballo, pero aquello me hizo entender que necesitaba mejorar en ese
aspecto para continuar.
XL. El sacrificio mereció la pena, ¿no? En 2013 fue nominada al Emmy a mejor actriz de reparto...
E.C. Sí.
Y todavía no me lo creo. Me pilló completamente por sorpresa. Ese año
nominaron también a Peter Dinklage [Tyrion Lannister] y Diana Rigg
[Olenna Tyrell], dos actores de la serie a los que admiro mucho.
Detalles como ese significan mucho para mí.
XL. ¿No le molestó perder?
E.C. No,
con estar allí, de invitada a una fiesta como esa, me conformo. Es más,
rodamos siempre tan lejos de Hollywood que nunca pensamos que se
acordarán de nosotros a la hora de los premios y los eventos.
XL. Tengo entendido que no conoció a muchos de sus compañeros de reparto hasta aquella noche...
E.C. Así
es. Es algo que nos hace mucha gracia a todos. Nos parece muy divertido
esto de que la mayoría de nosotros solo nos veamos en galas y eventos
promocionales. Cuando veo la serie en televisión, me quedo impresionada
al ver el trabajo de esos otros actores. Mis tramas nunca se relacionan
con las suyas, de momento, pero me dan ganas de actuar juntos algún día.
XL. En 2013 protagonizó Desayuno con diamantes en Broadway. Las críticas no fueron muy buenas. ¿Qué tal le vino todo aquello?
E.C.
No me arrepiento de nada. Sabía desde el principio que tendría que
competir con Audrey Hepburn, pero me atraía la idea de hacer un
personaje como ese a mi manera. Con eso me quedo. Me encanta
arriesgarme. A veces sale bien, a veces no. Pero no cambiaría por nada
un segundo de aquella experiencia. Algún día volveré a hacer teatro, sin
duda. Amo el teatro, ya sea en el escenario, entre bastidores o en la
platea.
XL. El éxito de Juego de tronos le habrá abierto puertas. ¿Le abruman las ofertas?
E.C. Lo
importante para mí, ahora, es ver con quién voy a trabajar. Como el
papel que hice en Dom Hemingway. ¿Qué chica rechazaría actuar con Jude
Law?
XL. ¿Aunque él hiciera de su padre?
E.C. Bueno,
eso fue un poco decepcionante [se ríe]. De hecho, hicimos cuentas.
Cuando yo nací, su personaje debía de tener unos 14 años.
XL. ¿Decirle que no a Arnold Schwarzenegger, en la nueva entrega de Terminator, también habría sido difícil?
E.C. Arnold
es un icono, desde luego, pero es que hacer de Sarah Connor era algo
que, simplemente, no podía rechazar. Es uno de los papeles femeninos más
emblemáticos de la historia del cine.
XL. ¿Qué me puede decir de Schwarzenegger?
E.C.
La primera vez que lo vi fue el día que empezamos a leer el guion.
Estábamos todos esperando como si fuera a llegar un Terminator de verdad
[se ríe]. Una tensión... En cuanto apareció, con su encanto, su
tranquilidad y su sentido del humor, todo eso desapareció. Fue muy fácil
trabajar con él.
Las teorías que vuelven locos a los fans (Solo para iniciados)
-La
quinta temporada de Juego de tronos tiene como base el cuarto y quinto
libro de la saga literaria Canción de hielo y fuego, de George R. R.
Martin, una ficción cuyo primer tomo se publicó en 1996. Los fans de los
libros, por tanto, van un paso por delante de los espectadores y llevan
años especulando sobre el final de la saga literaria que, según lo
prometido, llegará a las siete entregas. Recogemos algunas de las
teorías más repetidas.
La verdadera identidad de Jon Nieve
Según
esta teoría, Jon no es el hijo bastardo de Ned Stark el señor de
Invernalia, sino de su difunta hermana, Lyanna, y de Rhaegar Targaryen
(hermano de Daenerys). Ned habría ocultado el verdadero origen del bebé
para protegerlo del rey Robert Baratheon, obsesionado con exterminar a
toda la estirpe Targaryen.
El romance entre fuego y hielo
Algunos
fans mantienen la hipótesis de que Daenerys Targaryen con sus dragones
(fuego) y Jon Snow con su ejército de El Muro (hielo) terminarán
casándose y gobernando juntos. Incluso aunque Jon fuera un Targaryen, es
bien sabido que en esta familia suelen casarse entre primos o hermanos
para mantener «la sangre del dragón».
Porra necrológica
En
la casa de apuestas británica Ladbrokes, los que más probabilidades
tienen de seguir con vida son personajes como Cersei y Jaime Lannister.
Sin embargo, sus hijos lo tienen peor. Según una profecía, Cersei verá a
sus hijos coronados y muertos. Por tanto, primeras papeletas para pasar
al otro barrio: Tommen y Myrcella.
Tyrion: cómo entrenar a tu dragón
El
encuentro entre el «enano» y Daenerys es de los más esperados. En los
libros se hacen constantes referencias a la profecía sobre «las tres
cabezas del dragón», es decir, los tres jinetes que domarán a los
retoños alados de Daenerys. Algunas voces hablan ya de Tyrion como uno
de ellos. La temporada televisiva en emisión ya arranca con una alusión a
esta posible alianza.
George R. R. Martin: El autor... Presiones, las justas
"Los guionistas de la serie son todavía más sanguinarios que yo"
-Su objetivo es sorprender.
Curtido
como guionista de series de televisión, George R. R. Martin quiso dar
el salto al mundo literario con una historia que rompiera con todas las
reglas impuestas por la narrativa de Hollywood: un protagonista
asesinado a las primeras de cambio, princesas maltratadas por su
príncipe azul, relaciones incestuosas, malos que se vuelven buenos...
Estas son algunas de las claves de su éxito. Pero los fans piden más.
Ansiosos por conocer el final de la saga, que el autor ha prometido
resolver en siete libros, se desesperan ante el lento ritmo de escritura
de Martin.
-La temporada en emisión recoge parte del cuarto y
del quinto volumen, pero el autor se niega a dar una fecha de
publicación para la sexta entrega:
Vientos de invierno.
Con 66 años, sobrepeso y una desmedida afición a las hamburguesas, a
sus fans les preocupa que se muera antes de rematar su obra.
Mientras hacen chascarrillos sobre sus festines carnívoros y piden que
alguien le controle el colesterol, él se siente presionado y amenaza con
destruir el mundo de
Juego de tronos enviando un cometa rojo.
Su frase literal para quienes auguran su defunción ha sido: «¡Que se
jodan!». Son muchos ya los fans que piden que la serie evolucione por su
cuenta. Y los guionistas se han puesto a ello.
El propio autor
ha declarado: «En la serie va a morir más gente que en mis libros. Los
guionistas, Benioff y Weiss, son más sanguinarios que yo».
TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA, POR TONTOS,.
foto,.
Leo un interesante, aunque a la postre cobardón, reportaje
en el diario The Guardian, donde se sostiene que los políticos tontos
son preferidos por una mayoría de los votantes.
El periódico
británico aporta diversos ejemplos irrebatibles de políticos botarates,
tanto autóctonos como foráneos, que resultaron elegidos, en clara
predilección frente a otros candidatos que parecían mucho más
inteligentes; y llega a afirmar, incluso, que son muchos los políticos
que, para ganarse las simpatías populares, se fingen estúpidos, o
exageran su estupidez congénita. El reportaje prueba luego a
averiguar las razones de tal preferencia, para lo que recurre a morralla
'políticamente correcta' que no moleste a nadie. Así, por ejemplo,
sostiene que, según el 'efecto Dunning-Kruger', las personas más tontas,
quizá por irreflexivas, suelen ser las más confianzudas y echadas
palante (frente a las inteligentes, que se plantean dilemas que las
hacen titubear); y que esta inconsciencia disfrazada de resolución del
tonto gusta más al votante que las dudas del hombre inteligente. También
sostiene The Guardian que, conforme a la «ley de la trivialidad de
Parkinson», el político tonto resulta siempre más persuasivo que el
inteligente, porque plantea soluciones más sencillas, incluso triviales,
a los problemas más enrevesados, frente al político inteligente, que
suele proponer a su vez soluciones arduas que provocan el repeluzno del
votante.
En ambos intentos de explicación psicologista se evita
afirmar que los políticos tontos sean los predilectos... de los votantes
tontos, o siquiera atontados. Sin embargo, del mismo modo que el gordo
suele alabar más encomiásticamente la genialidad de los gordos, o la
rubia celebrar con mayores alharacas la belleza de otras rubias (porque
es natural sentir solidaridad hacia nuestro semejante), no parece
descabellado pensar que los políticos tontos sean los preferidos de los
votantes tontos. Claro que, para no ser del todo injustos, habría que
distinguir entre tontos y tontos.
En su Genealogía de los
modorros, Quevedo distinguía tres tipos de tontos: el necio, que es el
hombre al que se necesita tratar a fondo para descubrir que es tonto,
«porque al primer toque no se puede percibir»; el majadero o mazacote,
que delata su tontería con sólo comenzar a hablar; y el modorro, al que
basta con ponerle los ojos encima para distinguirlo.
Y
Leonardo Castellani proponía otra hilarante clasificación de tontos,
atendiendo al grado de conciencia que tienen sobre su tontería: 1)
Tonto a secas, esto es, ignorante; 2) Simple, esto es, tonto que se
sabe tonto; 3) Necio, esto es, tonto que no se sabe tonto; 4) Fatuo,
esto es, tonto que no se sabe tonto y quiere hacerse el listo; y 5)
Insensato, esto es, tonto que no se sabe tonto y encima quiere gobernar a
otros. Parece evidente que el político tonto, según la clasificación de
Quevedo, sería necio; y, según la de Castellani, insensato; mientras
que quien lo vota, si aceptamos que lo hace engañado por sus promesas o
embaucado por sus encantos de farsante, sería un quevedesco modorro (o,
en el mejor de los casos, un mazacote) y un tonto o simple
castellaniano.
De este modo, la tontería del político sería una
tontería alevosa y con agravantes, como de tonto venido a más, tonto
crecido y subido al machito que se las ha ingeniado socarronamente para
vivir mucho mejor que el listo, a costa de la simpleza ajena; mientras
que quien le vota sería tan sólo un tonto bienintencionado, despistado,
incluso bondadoso. Salvo que...
Salvo que
aceptemos, como afirmaba Unamuno, que «no hay tonto bueno»; y también
que todo tonto «rumia el pasto amargo de la envidia». Es decir,
que en el tonto, aun en el más aparentemente desprevenido, hay un
entrevero de mala voluntad que lo lleva a votar premeditadamente al
político tonto como él, por envidia del que es listo; o porque se
regodea pensando que, votando al tonto y dándole la victoria, las
personas que envidia sufrirán más calamidades; o, simplemente, porque
piensa que, siendo gobernado por un tonto, su propia tontería quedará
encumbrada.
Aquí ya no nos encontraríamos con el votante
simplón, sino con un votante malicioso, incluso depravado, que actúa al
modo de esos tontos aprovechateguis a los que la policía pilla in
fraganti, robando melones o tocando el culo a una señora, y con
tan sólo dejar caer la baba, encogerse de hombros y sonreír
bobaliconamente logran que los suelten, porque al ser tontos se los
juzga inimputables.
Pensar estas cosas da un poco de miedo; por
eso los del periódico británico se conformaban bellacamente con explicar
el fenómeno con psicología mansurrona.
Nosotros, qué le vamos a hacer, somos un poco más inquietos (y así nos luce el pelo).
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO, 40 AÑOS DESDE EL SAHARA,.
foto
Hacerse mayor, o viejo, es que de todo cuanto recuerdas
hayan pasado veinte años. Miras atrás, haces un poco de memoria, y
resulta que todo ocurrió en pretérito pluscuamperfecto. Y no digamos
cuando lo que han pasado son cuarenta. Ocurre a menudo al mirar viejas
fotos o escuchar antiguas canciones, o cuando se te cruza un rostro que
ya se cruzó antes, y tras escrutarlo como quien interroga a la esfinge
reconoces a un amigo de la mili, un amor de juventud, un compañero de
colegio. O no lo reconoces en absoluto, y a veces ni siquiera te
reconoces a ti mismo.
Hace tres días me dijo una señora: «Soy la
hija del comandante Labajos», y disparó una intensa cadena de recuerdos y
sentimientos. Hace muchísimos años, cuando aún era un joven reportero,
me acerqué a un hotel donde se casaba esa misma señora, entonces
jovencita. Su padre era el militar español al que más quise y respeté en
mi vida, y él me quería tanto como yo a él; así que cuando aparecí por
el hotel del convite, el comandante Labajos -quizá ya era teniente
coronel, pero para mí siempre fue el comandante-, vestido de azul oscuro
de gran gala, dejó a la hija y a los invitados, se vino al bar a beber
conmigo, y a los tres cuartos de hora tuvo que ir su hija, enfadada, a
devolverlo a la fiesta. Estábamos hablando de sus recuerdos y de los
míos. Estábamos hablando del Sáhara.
Aterricé en El Aaiún con
veintitrés años -ahora hace cuarenta-, y permanecí allí nueve meses que
cambiaron mi vida. El joven reportero que sólo llevaba en la mochila un
par de guerras en plan pardillo, sur del Líbano y Chipre, se forjó allí
en la disciplina de la crónica diaria, la brega local, la censura, las
autoridades militares. Fue una aventura fascinante. En el Sáhara me hice
de verdad periodista, y allí, testigo de la agonía de aquel pintoresco
mundo africano y colonial, fui amigo de muchos de sus protagonistas,
legionarios, paracaidistas, soldados de Nómadas o de la Territorial, y
compartí con ellos patrullas, sobresaltos, episodios que nunca conté
-aquellas incursiones clandestinas en Marruecos-, y también borracheras
en el antro de Pepe el Bolígrafo y confidencias en compañía de una
botella, un cartón de cigarrillos y alguna chica guapa -Silvia, la
Franchute- de las que venían de la Península para animar el cabaret
Oasis.
El comandante Labajos y otros -capitán Gil Galindo,
capitán Sandino, teniente Albaladejo, teniente de nómadas Rex Regúlez-
me adoptaron casi como padres y hermanos. Ahora unos están muertos y
otros envejecen jubilados, recordando. Como hago yo ahora. Fui hace un
rato a mirar sus viejas fotos y ahí están todos, aún jóvenes, apuestos,
curtidos por el sol y la arena, en el desierto junto a sus tropas
nativas: soldados magníficos, de leyenda, que parecen sacados de las
páginas de Beau Geste. Presencié su sacrificio, su valor, su
calderoniana disciplina de hombres honrados, y también su amargura y su
vergüenza, su desesperación, cuando sus jefes, los generales y los
políticos que pasteleaban con Washington y con Rabat, ordenaron desarmar
a las tropas nativas y entregar el territorio a Marruecos. Algunos, los
que se atrevieron, ayudaron a sus hombres a escapar y unirse al
Polisario. Más tarde, durante muchísimo tiempo, cuando nos tomábamos una
copa en Madrid después de que yo regresara de algún reportaje en la
frontera con Argelia, todos me preguntaban lo mismo: «¿Has visto al cabo
Belali, o al sargento Embarek?... ¿Siguen vivos Laharitani, Sidahmed,
Brahim?... ¿Se acuerdan de mí?».
Cuarenta años, ya. Cuatro décadas
de esa aventura y esa vergüenza. El Sáhara ya es marroquí sin remedio, y
aquel sueño de arena no es más que una quimera de campamentos de
refugiados, en la frontera perdida de ninguna parte. Mis amigos de
entonces, los que siguen vivos -Mayandía, Roberto, Olegario, Yoyo-,
echan tripa y envejecen añorando lo que fueron. Los demás se fueron, su
lista aumenta a medida que envejezco, y algún día también yo me uniré a
ellos: Rex Regúlez, Diego Gil Galindo, el teniente coronel López Huerta,
el teniente Albaladejo, el comandante Labajos, el cabo Belali uld
Maharabi... Como en esos momentos finales de las películas de John Ford,
sus rostros de entonces se superponen en mi recuerdo, con el rumor del
viento soplando entre las dunas. Cuarenta años ya, desde el Sáhara.
Rediós. Eso es toda una vida. Me veo en el espejo, luego miro las viejas
fotos, y apenas reconozco al muchacho flaco que sonríe con los brazos
en los hombros de tantos amigos muertos.