domingo, 4 de mayo de 2014

LOS JOVENES DEL FUTURO,.Si buscas facilidad y comodidad, el camino no es el emprendimiento ./ EL PASILLO DE LOS NIÑOS FELICES,..


  1. Fernando Fuentes estudió Bellas Artes soñando con convertirse en un diseñador gráfico reconocido. Natural de Talavera de la Reina (Toledo) ...-foto
    • Fernando Fuentes Cofundador y director creativo de Homeland Studios,.

      • «En España somos aficionados a los booms y muy dados a la exageración y el emprender parece otra burbuja que algún día explotará», asegura,.

        Fernando Fuentes estudió Bellas Artes soñando con convertirse en un diseñador gráfico reconocido. Natural de Talavera de la Reina (Toledo), decidió dejar un exitoso trabajo fijo en un estudio de diseño en Madrid para crear en Extremadura Homeland Studio, su propio proyecto empresarial. Eligió esta tierra porque se hunden en ella sus raíces y las de su mujer y socia pero, sobre todo, porque buscaban calidad de vida y poder dirigir sus destinos profesionales en un entorno más amigable que la gran urbe. En tres años ha conseguido realizar trabajos con proyección internacional y valora positivamente el clima colaborativo que han encontrado dentro del sector en la región. Y aunque no daría un paso atrás, confiesa que es mucho más fácil y cómodo trabajar por cuenta ajena.
        -¿Por qué estudió Bellas Artes?
        -No creo que hubiera podido estudiar otra cosa. Tomé la decisión en el último curso de secundaria, cambiando radicalmente mi especialidad -que por aquel entonces era científica-técnica- a estudios de Arte. La verdad es que siempre me habían interesado todas aquellas materias, me encantaba estudiar la Historia del Arte y perderme en los colores y los volúmenes. Digamos que estudiar Bellas Artes no es precisamente considerado como la mejor decisión en el entorno familiar, y hasta diría que socialmente está mal visto, seguramente por desconocimiento de lo que significan las Humanidades. En mi caso fue una de las mejores decisiones de mi vida.

        TÍTULO:  EL PASILLO DE LOS NIÑOS FELICES,..


        1. En el pasillo de los niños felices, Ainhara (siete años), cuerpecillo estirado en una camilla con sábanas del SES, piernas cruzadas y sonrisa ...

          Más de 200 extremeños tienen implantes cocleares, una cirugía que soluciona la sordera y cambia la vida,.

          La región es referente nacional en este tipo de operaciones, que cada vez más se practican a críos de un año y en los dos oídos a la vez,.

          En el pasillo de los niños felices, Ainhara (siete años), cuerpecillo estirado en una camilla con sábanas del SES, piernas cruzadas y sonrisa fija en la cara, le hace gracias a la doctora que le limpia los oídos ayudándose de una pantalla en la que la oreja parece una mansión con todas sus puertas abiertas. Lorena (a punto de cumplir tres) echa carreras de puerta a puerta con un globo hinchado en cada mano. Y David (cinco), gafas de montura azul y verde, maneja con extraordinaria soltura una 'tablet' mientras parlotea con Juan (25 meses), un terremoto al que conviene no perder de vista por su querencia a trepar por las barandillas.
          En ese pasillo del buen rollo también hay sitio para que la doctora Lavilla despida a golpe de besazos y achuchones a una anciana ciega que sale de la consulta con sus brazos entrelazados a los de dos mujeres, una a cada lado. Y para que Víctor Trancón (78 años, de Rosalejo, al lado de Navalmoral de la Mata) le pida a su hija con la mirada que le deje hablar, que es él quien quiere contar en primera persona lo contento que está, o que le ha cambiado la vida ese aparato redondo, marrón, que asoma entre su pelo blanco, tres dedos por encima de la oreja derecha. Eso es un implante coclear, este es el pasillo de la Unidad de Implantes Cocleares e Hipoacusia del Servicio Extremeño de Salud, en el Hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres, y Ainhara, Lorena, David, Juan, la anciana y Víctor son implantados cocleares. Esas dos palabras -que probablemente, ni los padres de los críos ni los hijos de los mayores conocían hasta cierto momento triste de sus guiones existenciales- son el motivo de tanta felicidad.
          Todos ellos padecen sordera severo-profunda, en el caso de los niños desde su nacimiento. A ninguno le funciona bien la cóclea, un conducto enrollado en espiral, parecido a un caracol y que es parte fundamental del oído interno. Su misión consiste en transformar los sonidos en impulsos nerviosos y enviarlos al cerebro. Cuando no es capaz de realizar esta función, falla el sentido del oído. Y esto significa mucho más que no escuchar: dificulta y puede llegar a imposibilitar la comunicación, afecta al cerebro, y de forma especial al desarrollo de las capacidades en el caso de los niños. A estos efectos, suele distinguirse entre dos tipos de población: quienes son sordos desde antes de haber adquirido el lenguaje (prelocutivos), normalmente al nacer o en los meses siguientes, y quienes ya escuchaban y hablaban y dejan de oír (postlocutivos), como es el caso de Víctor Trancón.
          «A mí, el implante me ha cambiado la vida», resume el hombre, que no sale de casa sin el paquete de pilas en el bolsillo del pantalón, por si el aparato se apaga. «En el año 2005 -cuenta- me quedé sordo del oído izquierdo, de un día para otro, me levanté por la mañana y no oía». El otro, el derecho, no le valía para nada desde hacía cuarenta años, «cosas de antes, enfermedades de aquella época...», sugiere. «Fui al médico, me pusieron audífonos durante nueve meses pero no me valieron para nada, no oía, me acomplejé y no quería salir de casa, hasta que me hicieron el implante». Recuperó el buen humor y la autoestima, volvió a conducir su coche y retomó la costumbre de salir con los amigos a pasear o a tomar algo en el bar. Si hay partido de fútbol y la clientela da voces, Víctor pulsa un botón de su implante, cambia el programa y asunto resuelto.
          Mari Ángeles, madre de Lorena: "La operación con 14 meses, va a cumplir tres ayños y es una niña que se pasa el día hablando". / marisa núñez
          Su conversación sincera tiene como fondo los gritos y las risas de Lorena, carrera va carrera viene. Él sabe quién es esa cría de pelo rizado «que está todo el día hablando y a la que no se le pone nada por delante», en palabras de su madre. Víctor Trancón la conoce bien porque el jubilado y la niña se han visto muchas tardes una planta más arriba, en este mismo hospital. En concreto, a las puertas de la consulta de Ana Palomino, una de las logopedas de la Unidad, que tiene en su despacho una mesa con una decena de fotos enmarcadas de niños y niñas vestidos de primera comunión.
          La tarea del logopeda
          «Unos más y otro menos, pero todos han progresado», dice la logopeda, a la que le quedan unos días para jubilarse, y a quien le entran ganas de llorar -lo admite ella cuando se le tuerce el gesto- al recordar la tarde en que la avisaron para que saliera un momento, lo hizo y se llevó una sorpresa. Fuera de la consulta, se encontró con unos cuantos padres, y junto a ellos, sus hijos, esos niños a los que entre juego y juego, risa y risa, regañina y regañina, Ana Palomino va enseñando a escuchar, a hablar, a pronunciar. Da fe de aquel episodio emocionante la limpiadora de la planta, que atiende a lo que cuenta Ana y se echa la mano al bolsillo de la bata para sacar su teléfono móvil y buscar las fotos de ese momento.
          «Son críos a los que ves varios días a la semana durante meses», justifica ella, que tiene claro que «eso que se dice a veces de que con ciertos casos, el trabajo no vale para nada es mentira». «Este tipo de trabajo con pacientes con implantes cocleares -asegura la logopeda a punto de la retirada- vale siempre, porque siempre mejoran, siempre se logran resultados, y no digamos ya si la operación se la han hecho siendo pequeñitos».
          Su reflexión tiene una base científica, se apoya en un concepto que conocen de primera mano los padres de los pequeños que han pasado por esta Unidad. Es la plasticidad cerebral. «Se refiere a la capacidad del cerebro para recuperar funciones perdidas», resume María José Lavilla, aragonesa, otorrinolaringóloga y jefa de la Unidad. «Esa capacidad -amplía la especialista- se mantiene hasta los seis años de edad, pero es máxima hasta el año de vida». O sea, en los implantes cocleares también se juega con el reloj vital. Cuanto antes se hagan, menos le costará al niño aprender, y en definitiva, más fácil le resultará comunicarse con el mundo.
          La doctora Lavilla limpia los oídos de Ainhara, que no pierde la sonrisa. De pie, María, la madre. / MARISA NÚÑEZ
          Desde el año 2001, cuando empezó a funcionar esta Unidad en la región, se han realizado 252 implantes, 89 de ellos a menores de edad. Y desde hace unos años, por esta consulta del Hospital San Pedro de Alcántara pasan cada vez niños más pequeños. «Extremadura -explica la doctora Lavilla- fue pionera en desarrollar un programa de detección universal de la sordera, gracias al trabajo del doctor Germán Trinidad, del Hospital Perpetuo Socorro de Badajoz, que empezó hace unos quince años». Ese plan establece que a los dos o tres días de vida, al bebé se le practica una prueba denominada otoemisiones, que permite comprobar si la cóclea funciona bien. Si se intuyen problemas, se pasa al siguiente escalón, en el que nuevos exámenes determinarán el alcance de la enfermedad. «A los seis meses de vida tenemos un diagnóstico, y antes de los doce se le puede estar operando», resume la jefa de la Unidad.
          Si los audífonos no solucionan el problema, hay que pasar por el quirófano, donde cada vez es más frecuente que se haga lo que la jerga médica denomina 'implante simultáneo o secuencial', esto es, uno en cada oído en la misma intervención. Extremadura es una de las pocas regiones cuya sanidad pública cubre este tipo de doble cirugía. Ya se han hecho 23 implantes bilaterales, 12 de ellos simultáneos (en los dos oídos a la vez) y 11 diferidos (en dos tiempos). Y se han realizado treinta implantes a menores de quince meses.
          Uno de ellos es David Caballero (cinco años), que «nació sordo por un problema durante el parto», recuerda Valentina López, su madre. Les dieron la noticia cuando el crío tenía 48 horas de vida, y a los trece meses le estaban operando. ¿Cuál es el balance a día de hoy? «Como pasar de cero a cien», define Manuel, el padre. «Estupendo», dice la madre, que cada noche, antes de acostarse, pone a cargar las baterías del implante de David. Ese aparato no se lo tapa su media melena. El día que tenga que pasar por el peluquero, volverán a hacer lo de otras veces: cortarle primero una mitad de la cabeza y luego otra, para no fastidiarle quitándole los dos aparatos a la vez y por tanto, dejándole sordo durante un rato.
          En la bañera y la piscina
          «Mi hijo -apunta el padre- lleva una vida normal, excepto cuando hay agua». El implante es tecnología, y funcione con pilas o con batería, no puede mojarse. «En la piscina -cuenta Manuel Caballero-, él entiende sin problemas palabras que escucha habitualmente, órdenes y cosas así, porque ha desarrollado la capacidad de lectura labial». «No sólo no tiene ningún retraso respecto a sus compañeros de clase -explica el padre de David-, es que va incluso un poco por delante, porque va al logopeda a diario en el colegio y también a otro en el pueblo, y entre uno y otro le dan muchísima información y está muy estimulado, y si en algún momento sufre un parón, que sería normal, no se quedaría tan atrás».
          Manuel y Valentina, los padres de David, hablan, y les escuchan con atención Juan Manuel y Eva, los de Juan Caballero, que tiene 25 meses. El próximo 6 de junio hará un año que se sometió al implante coclear simultáneo. «Desde entonces, todo ha ido fenomenal», asegura ella. «Ha sido como pasar de la noche al día», apostilla él.
          Juan está a dos pasos de ellos. Sentado en el suelo, con su amigo David. Y no hay nada en ellos, en lo que hacen, en cómo responden cuando un adulto les llama o en su forma de hablar que invite a pensar que tienen un problema. No hay nada más allá de que no paran. Y lo mismo Lorena, que un día, viendo la tele en casa, hizo un gesto que a su madre le llamó la atención. «No sé explicar qué fue, pero hizo algo raro, lo hizo y le dije a mi marido 'esta niño no oye'», recuerda María Ángeles, la madre. Después, supieron que todo lo que hacía y decía la niña era por imitación a Inés, su hermana melliza.
          Aquel gesto definitivo fue a finales de mayo, y en septiembre, Lorena pasó por el quirófano. Entre una fecha y otra, la niña y los padres estuvieron en consultas de especialistas en Granada, Pamplona y Bilbao. «Y nos dijeron -explica María Ángeles- que para qué íbamos a ningún sitio siendo de Mérida y teniendo en Cáceres una unidad estupenda». Algo de lo que no tiene duda la doctora que dirige ese equipo.
          Juan, de 25 meses, se agarra por el hombro de su padre, Juan Manuel, en el pasillo de la Unidad de Implantes cocleares. / MARISA NÚÑEZ
          «Un paciente que salga de Extremadura no va a encontrar nada mejor, aunque se vaya a Houston», asegura María José Lavilla, la única persona a quien Ainhara deje que le limpie los oídos. Ella se tumba, sonríe, mira a sus padres, echa un vistazo de reojo a la cámara en la que se ve su oído, habla con la doctora... «El momento más duro es cuando te dicen que es sorda profunda bilateral, ahí se te cae el mundo encima», cuenta María, la madre de la criatura. Ni ella ni Alfonso, el padre, necesitan hacer un esfuerzo para recordar cómo pasó todo. «En la prueba de cribado -cuenta el padre-, Ainhara dio todo bien, pero a los seis meses o así notamos que algo no marchaba, la niña no reaccionaba a los estímulos».
          El primer paso fue ir al pediatra, que no advirtió en la cría, según recuerda la madre, nada preocupante. Después, tres consultas en especialistas de la sanidad privada. Pero el panorama no se aclaró hasta que pasaron por el Hospital San Pedro de Alcántara. «Al día siguiente de la primera consulta ya se estaba planteando la posibilidad de operarla», recuerda Alfonso, a quien no le costó dar el paso, físico y emocional, de aceptar que operaran a su única hija. «La doctora Lavilla me convenció a mí y yo convencí a mi mujer», recuerda ahora el padre de Ainhara, que mira hacia atrás y sólo se arrepiente de una cosa. «De no haberle hecho el segundo implante antes», afirma.
          A la hija de Alfonso y María le pusieron el primero cuando tenía dos años y medio, y el segundo dos años más tarde. La primera de las dos intervenciones duró cinco horas y media, y seis horas después de salir del quirófano, Ainhara ya corría por los pasillos. La semana pasada volvió allí. A que la doctora le limpiara los oídos y a despedirse de Ana, la logopeda. Todo lo hizo con una sonrisa en la cara. Y corriendo. De aquí para allá. De puerta en puerta. Por un pasillo que no parece el de un hospital.

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