- Me encantó un piropo que recibí hace unos días. Y no porque me hiciera sentir más guapa, no tenía que ver con eso, sino porque me hizo ...Edurne Uriarte,.-fotoMe encantó un piropo que recibí hace unos días. Y no porque me hiciera sentir más guapa, no tenía que ver con eso, sino porque me hizo sentir mejor, más positiva y cercana a los demás. Me lo dijo un empleado de seguridad del aeropuerto de Madrid, cuando pitó el detector a mi paso: “Es que lo tengo programado para que pite cuando pasan las mujeres guapas”. Y sé que lo dijo como respuesta a la amplia sonrisa con la que me asombré del pitido tras haberme despojado de casi todo lo que llevaba encima. Una sonrisa por otra sonrisa.
Una respuesta agradable a una actitud simpática. Hace todavía no mucho tiempo, seguramente me habría irritado, habría mirado con impaciencia al detector y a aquel chico, hasta me habría puesto a perorar sobre los controles absurdos, y él me habría devuelto una mirada de cansancio por te- ner que trabajar con gente impaciente y desagradable. Y, sin embargo, una sonrisa cambia a los demás y, aún más, te cambia a ti. No solo me sé la teoría, sino que creo firmemente en ella, pero me cuesta aplicarla, sumida como estoy buena parte del tiempo en cavilaciones o en el estrés profesional.
Estoy por incluir el propósito de la sonrisa en los consejos sobre la filosofía de la Cábala que me han dado mis amigas argentinas. Ellas, como buenas argentinas que son, tienen, por supuesto, su psicólogo de cabecera, pero, además, se lo saben todo sobre prácticas de equilibrio emocional y felicidad. Y me recomiendan uno de los consejos de la Cábala: expresar confi anza en el logro de los propósitos más deseados cada mañana antes de poner el pie en el suelo. Aprender a sonreír puede ser uno.
Porque lo que sí practico abundantemente es la segunda receta del equilibrio emocional: hablar mucho. Y desde antes de haber leído al psiquiatra Luis Rojas Marcos y su idea de que “la mujer española vive mucho porque habla mucho”. Lo dice para explicar que sea la tercera más longeva del mundo, porque cree firmemente, yo también, en la influencia del cerebro, de las emociones, en la fortaleza física. Y es que, dice Rojas Marcos, hablar es muy sano porque relaja la tensión emocional, te conecta a los demás y mejora tu capacidad para enfrentarte a malos momentos.
Una pena que no podamos contar demasiado con los hombres para esta práctica. Porque un científico británico ha demostrado que es verdad esa sospecha de que no nos escuchan a partir de cierto momento. Pero hay una explicación biológica: la voz femenina agota sus cerebros. Una amiga y yo enviamos el recorte de prensa sobre tal investigación a dos hombres, pensando que se reirían. Pero no, se lo tomaron completamente en serio. Por fin, la ciencia había entendido lo que les pasaba. No contemos con ellos para llegar a la longevidad a través de la conversación. De esto tendremos que ocuparnos solas.
TÍTULO: Tan lejos, tan cerca --Isabel Menéndez ...
Tan lejos, tan cerca ... Isabel Menéndez ... recoger a las niñas, Jorge estaba tan tranquilo porque sabía que ella lo arreglaría.
Aunque no siempre, las mujeres y los hombres buscamos entendernos y, por lo general, lo conseguimos. Para complicar las cosas aún más, ciertos aspectos de nuestras vidas están cambiando. ¿Qué señala estos cambios? ¿Qué diferencia a hombres y mujeres y qué nos une?La identidad sexual no tiene unas fronteras claras. No somos solo un cuerpo biológico, también interviene nuestro psiquismo. Freud consideraba que la anatomía es el destino. Cada ser humano busca una identidad psíquica para el cuerpo que posee. Pero esta identidad es el resultado de una construcción, un proceso que se lleva a cabo merced a una serie de identifi caciones, tanto masculinas como femeninas, que dan como resultado una subjetividad única para cada uno de nosotros. Sigmund Freud pensaba que la mujer, al igual que el hombre, no nace, se hace.
La identidad sexual, desde esta perspectiva, nunca está asegurada por el mero hecho de poseer una u otra anatomía. Nos pasamos los primeros años de vida aprendiendo que hay dos sexos y el resto llegando a ser lo que ya somos. Las mujeres tenemos aspectos masculinos y los hombres femeninos; el hecho de que nos inclinemos hacia uno u otro lado depende de una posición inconsciente que no dominamos.
Nuestro cuerpo psíquico, que existe aunque no se pueda tocar, es determinante para reconocernos como hombres o mujeres después de un complejo proceso psicológico. Dicha evolución está determinada por influencias familiares y culturales. Somos dos sexos complementarios, lo que quiere decir que ambos tenemos carencias. Si tanto los hombres como las mujeres pueden desear a otro u otra, es porque algo les falta, algo que suponen que conseguirán a través de ese otro u otra.
Hay mujeres que afirman que ya no quedan hombres libres, que ellos tardan mucho menos en encontrar una pareja. Esa diferencia puede estar relacionada con que la mujer ha cambiado y el varón ha tratado de adaptarse, pero en alguna medida ambos encuentran confl ictos para una relación de pareja armoniosa y gratificante.
Sin sentirse culpable
Ana llega a casa enfadada. Había salido más tarde del trabajo y al avisar a Jorge, su marido, para que recogiera a las niñas del colegio, él le había respondido que no podía. Tuvo que pedirle el favor a la madre de una compañera de sus hijas. “En mi trabajo se creen que no tengo vida privada”, le dice Ana a Jorge esa noche, a lo que este responde: “Haz lo que puedas y no te preocupes”. “Ya hago lo que puedo y no pienso dejarlo porque me gusta lo que hago. ¿Por qué no me escuchas?”, le recrimina ella. “Pero si te estoy escuchando. No sé para qué te digo nada, nunca lo hago bien”, le contesta Jorge.
Lo que irrita a Ana es que mientras ella se sentía agobiada por no haber podido recoger a las niñas, Jorge estaba tan tranquilo porque sabía que ella lo arreglaría. Se siente muy exigida y quiere que su marido la escuche, la ayude y valore su trabajo como valora el suyo propio. Por su parte, Jorge tiene la impresión de que trata de ayudarla y solo recibe rechazo.
Mujeres y hombres se asemejan cada vez más en que ambos tienen sueños e intentan cumplirlos. La diferencia está en que mientras el hombre se siente con derecho a ello, la mujer lo vive con culpabilidad, sobre todo si tiene hijos, porque cree que dedica demasiado tiempo a esas otras facetas.
Nuestra sexualidad también es diferente. La mujer posee una sensualidad más difusa, que mira hacia dentro, mientras que la del hombre mira hacia fuera. El deseo que la mujer tiene de dar y recibir palabras se explica por la necesidad de nombrar su mundo interior y entender su cuerpo, que le envía mensajes turbadores de manera continua como la menstruación, el embarazo... Aunque el hombre también atraviesa momentos complicados en su vida, estos cambios son menos llamativos en él.
Ellos también sufren un descensos de libido con la edad, por ejemplo, cuando estrenan la década de los 50. Pero muchos varones prefieren referir esos cambios en su relación a lo que le pasa a su compañera y niegan que también están cambiando por temor a sentirse menos viriles. Lo que ambos sexos tienen en común es la necesidad de expresar lo que sienten. Si bien es cierto que los modos de hacerlo son diferentes.
Qué nos pasa
El hombre busca sentirse seguro y reconocido por la mujer a la que ama. Ella busca ser escuchada y un compañero que la ayude en la tarea de vivir. Los hombres, cuando sobrevaloran el objeto amoroso, pueden esperar tanto que nunca es suficiente lo que encuentran. Entonces buscan a otra mujer. Las mujeres, si piden al hombre más de lo que puede dar, acaban decepcionándose.
Qué podemos hacer
Investigar los aspectos masculinos que la mujer tiene, sin sentir que compite con el hombre, y los aspectos femeninos que el hombre tiene, sin sentir que se fragiliza. Dejar de idealizar al otro. Si aceptamos nuestras debilidades también aceptaremos las de los demás. Si, por el contrario, el grado de idealización es alto, entonces el hombre depende en exceso de la mujer y esto le produce rabia.
sábado, 31 de mayo de 2014
Sonríe y habla, por Edurne Uriarte,./ Tan lejos, tan cerca --Isabel Menéndez ...
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