LOS AGUILAS, EL SEÑOR DE LOS PAJAROS,. fotos,.
Para encontrar a Larry Reddick hay que seguir las señales del cielo. En concreto
Dos tipos mataron a su mujer y a su hijo de 2 años. Él les cortó la cabeza. Ahora Larry Reddick acerca las palomas de Washington Square a los turistas. El parque representa la libertad que perdió tras su sangrienta venganza,.
Para encontrar a Larry Reddick hay que seguir las señales del cielo.
En concreto, las bandadas de pájaros de Washington Square. Allí donde se
concentren está Larry. Y no porque él las busque, sino porque todos los
animales del parque saben ya quién les da comer. Y los turistas, quién
es capaz de bajarle los pájaros para que les acaricien dócilmente.
A una orden suya, se suben al hombro de quien haga falta. Le reconocen la voz, pero también las dos bolsas negras cruzadas al pecho que lleva cargadas de semillas. Todos los días antes de llegar al parque se pasa por la tienda de animales de la Sexta Avenida y la Calle Ocho para recargar su almacén ambulante. Cuando los niños se acercan les llena las manos y disfruta viéndolos convertirse en el centro de atención de la fauna urbana. No son solo pájaros de todos los tamaños y colores, sino también las ardillas que corretean por los árboles. Algunas se dejan acariciar mientras devoran un grano de maíz, siempre que él esté cerca, que es del que se fían. Por algo lleva cuatro años sentado en el ala oeste del parque, sin faltarles con la comida ni un solo día.
Al principio ésa era su casa, dormía en un banco o en la puerta de la iglesia. Pero incluso cuando la Coalición para los Sin Techo le consiguió un piso en Brooklyn, él siguió viniendo cada mañana a Washington Square. Ahí tiene a sus mejores amigos, y no todos son pájaros. Ricky Syers, el de las marionetas, le ha hecho una a su imagen y semejanza. Juntos mueven los hilos a partir de las 2.30 de la tarde. Paul Zig, con su mostacho y sus gafas de pasta, es quien le ha enseñado todo sobre los pájaros que viven en el parque. Larry lleva un catálogo para identificarlos y le ha puesto nombre a un centenar de ellos, que acuden cuando los llama.
Maureen es la más sociable. Le encantan los seres humanos. Se posa delante y te mira fijamente a los ojos con una mirada penetrante. Wind-fu bate las alas con un golpe de kárate. Pero también están Jacko, Gloria, Sparky... Y qué decir de Rosie y Bobby, la pareja de halcones de cola roja que habitan en uno de los edificio de la Universidad de Nueva York.
Larry no necesita telescopio para mirar al piso 12 donde anidan, en la oficina del presidente de la universidad. Apunta sus ojos de águila y señala con el dedo desde el centro del parque. «Allí, ¿los ves?». Pues no. Cualquiera no es capaz de distinguir a lo lejos que la ardilla que sube por ese árbol es un bebé porque tiene la cola roja, que el pajarillo del pico afilado es un macho adulto porque tiene una mancha negra, y que la paloma que camina con el pecho erguido y la mirada desafiante es una hembra a la que el macho de al lado está cortejando.
Distinguir el sexo de las palomas es «extremadamente difícil», reconoce, y más de una vez él mismo se ha equivocado al bautizarlas. «Pero a ellas no les importa, reconocen su nombre cuando las llamas». Allí donde un avezado ornitólogo fallaría, Larry acierta observando su conducta.
Sin remordimientos
El parque representa para él la libertad. Esa que perdió con una condena de 20 años por cortarle la cabeza a los dos hombres que asesinaron a su esposa y a su hijo de dos años. Eran los tiempos en los que vivía como un burgués en San Diego. «Supe que algo iba mal en cuanto aparqué frente a la casa», dice sin apartar la mirada de las palomas. «La puerta estaba abierta y el periódico sin recoger». Fue un robo que salió mal. Los habían asfixiado con la almohada. Larry, que trabajaba como prestamista de fianzas para presidiarios, no lo dudó. Se fue a buscar a los tipos y les degolló con un cuchillo de cocina. No tiene el menor remordimiento. Cuando se presentó ante el juez pidió que lo condenaran a muerte, «sin mi mujer y mi hijo no tenía nada por lo que vivir». Hoy se alegra de que no se la concedieran, admite con una sonrisa infantil, casi avergonzado de haberlo pensado.
«La cárcel es mucho peor de lo que se ve en las películas», dice sacudiendo la cabeza, pero por mucho que se le pregunta no termina de aclarar por qué. Larry se ha vuelto un maestro zen de forma natural. Es difícil desviar su atención hacia el pasado, sobre todo cuando está acechando a una paloma que cojea para quitarle el hilo que se le ha enganchado en la pata. Tiene los dedos atrofiados en un muñón y le cuesta caminar. «Se le han puesto blancos, los va a perder», se lamenta. «No creo que pueda hacer ya nada por ella, aunque la agarre». Y así, el hombre que no vacila en cortarle el cuello a otro con sus propias manos, se estremece al pensar en esa pobre paloma que se va a quedar sin pata.
TÍTULO: A QUEMARROPA, MIKEL ERENTXUN TRABAJO EL DOBLE Y COBRO LA MITAD,.
A una orden suya, se suben al hombro de quien haga falta. Le reconocen la voz, pero también las dos bolsas negras cruzadas al pecho que lleva cargadas de semillas. Todos los días antes de llegar al parque se pasa por la tienda de animales de la Sexta Avenida y la Calle Ocho para recargar su almacén ambulante. Cuando los niños se acercan les llena las manos y disfruta viéndolos convertirse en el centro de atención de la fauna urbana. No son solo pájaros de todos los tamaños y colores, sino también las ardillas que corretean por los árboles. Algunas se dejan acariciar mientras devoran un grano de maíz, siempre que él esté cerca, que es del que se fían. Por algo lleva cuatro años sentado en el ala oeste del parque, sin faltarles con la comida ni un solo día.
Al principio ésa era su casa, dormía en un banco o en la puerta de la iglesia. Pero incluso cuando la Coalición para los Sin Techo le consiguió un piso en Brooklyn, él siguió viniendo cada mañana a Washington Square. Ahí tiene a sus mejores amigos, y no todos son pájaros. Ricky Syers, el de las marionetas, le ha hecho una a su imagen y semejanza. Juntos mueven los hilos a partir de las 2.30 de la tarde. Paul Zig, con su mostacho y sus gafas de pasta, es quien le ha enseñado todo sobre los pájaros que viven en el parque. Larry lleva un catálogo para identificarlos y le ha puesto nombre a un centenar de ellos, que acuden cuando los llama.
Maureen es la más sociable. Le encantan los seres humanos. Se posa delante y te mira fijamente a los ojos con una mirada penetrante. Wind-fu bate las alas con un golpe de kárate. Pero también están Jacko, Gloria, Sparky... Y qué decir de Rosie y Bobby, la pareja de halcones de cola roja que habitan en uno de los edificio de la Universidad de Nueva York.
Larry no necesita telescopio para mirar al piso 12 donde anidan, en la oficina del presidente de la universidad. Apunta sus ojos de águila y señala con el dedo desde el centro del parque. «Allí, ¿los ves?». Pues no. Cualquiera no es capaz de distinguir a lo lejos que la ardilla que sube por ese árbol es un bebé porque tiene la cola roja, que el pajarillo del pico afilado es un macho adulto porque tiene una mancha negra, y que la paloma que camina con el pecho erguido y la mirada desafiante es una hembra a la que el macho de al lado está cortejando.
Distinguir el sexo de las palomas es «extremadamente difícil», reconoce, y más de una vez él mismo se ha equivocado al bautizarlas. «Pero a ellas no les importa, reconocen su nombre cuando las llamas». Allí donde un avezado ornitólogo fallaría, Larry acierta observando su conducta.
Sin remordimientos
El parque representa para él la libertad. Esa que perdió con una condena de 20 años por cortarle la cabeza a los dos hombres que asesinaron a su esposa y a su hijo de dos años. Eran los tiempos en los que vivía como un burgués en San Diego. «Supe que algo iba mal en cuanto aparqué frente a la casa», dice sin apartar la mirada de las palomas. «La puerta estaba abierta y el periódico sin recoger». Fue un robo que salió mal. Los habían asfixiado con la almohada. Larry, que trabajaba como prestamista de fianzas para presidiarios, no lo dudó. Se fue a buscar a los tipos y les degolló con un cuchillo de cocina. No tiene el menor remordimiento. Cuando se presentó ante el juez pidió que lo condenaran a muerte, «sin mi mujer y mi hijo no tenía nada por lo que vivir». Hoy se alegra de que no se la concedieran, admite con una sonrisa infantil, casi avergonzado de haberlo pensado.
«La cárcel es mucho peor de lo que se ve en las películas», dice sacudiendo la cabeza, pero por mucho que se le pregunta no termina de aclarar por qué. Larry se ha vuelto un maestro zen de forma natural. Es difícil desviar su atención hacia el pasado, sobre todo cuando está acechando a una paloma que cojea para quitarle el hilo que se le ha enganchado en la pata. Tiene los dedos atrofiados en un muñón y le cuesta caminar. «Se le han puesto blancos, los va a perder», se lamenta. «No creo que pueda hacer ya nada por ella, aunque la agarre». Y así, el hombre que no vacila en cortarle el cuello a otro con sus propias manos, se estremece al pensar en esa pobre paloma que se va a quedar sin pata.
TÍTULO: A QUEMARROPA, MIKEL ERENTXUN TRABAJO EL DOBLE Y COBRO LA MITAD,.
«Trabajo el doble y cobro la mitad» .
Entrevista a Mikel Erentxun. FRANCISCO APAOLAZA. 31 julio 201409:52. Ahora están en su segunda gira, pero he escuchado que después de estos ...foto,.
Ahora están en su segunda gira, pero he escuchado que después
de estos conciertos van a volver a separar Duncan Dhu, que es como si
los Abba se volviera a juntar y de pronto se separaran de nuevo...
Es que esta vuelta iba a ser mucho menos de lo que ha sido. Si hubiera resultado como planeado, habría un recopilatorio y uno o dos conciertos para presentarlo y llevamos año y medio de gira... La gente se ha acostumbrado a estas cosas. Los dos escribimos canciones y tenemos vidas distintas. Diego es un artista que pinta, yo tengo mi familia... Haremos una despedida en octubre. Igual volvemos al año...
¿Se ve en un reality?
Soy muy tímido, pero todos tenemos un precio.
Es que esta vuelta iba a ser mucho menos de lo que ha sido. Si hubiera resultado como planeado, habría un recopilatorio y uno o dos conciertos para presentarlo y llevamos año y medio de gira... La gente se ha acostumbrado a estas cosas. Los dos escribimos canciones y tenemos vidas distintas. Diego es un artista que pinta, yo tengo mi familia... Haremos una despedida en octubre. Igual volvemos al año...
¿Se imagina una tercera etapa de Duncan Dhu?
Dicen que no hay dos sin tres.
¿Cuántas veces han cantado 'Cien gaviotas'?
La hemos cantado demasiadas veces. Es una gran canción y es lo que
la gente quiere escuchar. Forma parte de nuestras vidas, pero empieza a
cansar. Da pereza tocarla, pero después empiezas y cuando ves la
reacción energética de la gente, te contagias.
¿Dónde fueron las gaviotas?
Andarán revoloteando por San Sebastián, no sé.
Tenía una vespa rosa...
Sigo teniéndola en el garaje.
¿Se reconoce en esa época?
Tengo un buen recuerdo de aquella época. Cuando miro atrás veo que
ya apuntaba maneras. Me regalaron una moto nueva y a la semana la pinté
de rosa. También llevaba una bandera sureña en la espalda.
¿Qué no sabía entonces que sí sabe ahora?
A los veinte años no eres consciente de lo que se te viene encima.
Me casé dos veces y tuve cinco hijos de dos mujeres distintas y creo que
la vida no te prepara para ser padre. Creo que en esa época no sabía
compaginar una carrera de éxito con pasar tiempo fuera de casa, y la
juventud con ser marido y padre. Me resultó muy difícil.
¿Cómo es la crisis de los 50?
No me ha llegado, pero me llevo muy mal con la edad. Mi crisis fue
la de los 30, que me costó un disco, 'El abrazo del erizo'. La de los 40
fue una década maravillosa y la de los 50, veremos. Pero el paso del
tiempo me quita el sueño.
¿Qué es lo que más echa de menos de la primera etapa de Duncan Dhu?
Creo que nada. Fue muy bonito porque todo era inocencia y la vida
por delante. Todo era nuevo, todo era la primera vez. El ser humano es
bastante sabio y estamos más pendientes del futuro que del pasado. No me
gustan los ejercicios de nostalgia. Musicalmente, mis discos actuales
son mejores que los pasados. Me gusta más como canto ahora, me encuentro
en forma, está todo bien. Quizás, en los 80, la música era más
importante y generábamos más conciertos y más dinero. Quizás añoro eso.
Ahora, la música es un bien escaso de usar y tirar en el que si miramos
los 80 y los 90, ha habido un paso atrás.
Nació venezolano y siguió siéndolo para librarse de la mili...
Me hice español cuando la mili dejó de ser obligatoria.
¿Cómo se lleva con el chavismo?
Afortunadamente no tengo mucha relación, pero no me cae demasiado bien.
¿Qué le parece la monarquía?
No tengo nada en contra. Tuve la suerte de conocer a los Reyes y me
caen muy bien. Nos hicimos fotos e incluso les firmamos un disco. Sí que
siento que ahora mismo debería haber algún tipo de encuesta para ver si
la ciudadanía apoya al Rey. Si sale que se quiere monarquía, me parece
estupendo, pero siento que debe ser el pueblo el que lo diga porque
Felipe VI tiene que sentirse apoyado. Soy un republicano moderado, pero
si reviso el papel de Juan Carlos I, ha estado muy bien.
El otro día se perdieron en Cádiz y aparecieron en la casa de Isabel Pantoja. Hay gente que pide dueto.
Pasamos por allí y me hice una foto para mi madre, porque le
encantan los cotilleos. Somos personas muy distintas, pero me resulta
muy simpática.¿Se ve en un reality?
Soy muy tímido, pero todos tenemos un precio.
¿Qué es lo que ha rechazado por timidez?
Me hicieron una oferta suculenta en 'Mira quién baila' y lo rechacé. Ahora, igual lo aceptaría.
Con todo lo que ha vendido, no le faltará el dinero.
Soy terriblemente afortunado comparado con la mayoría de españoles,
pero en los últimos años ha cambiado la cosa a peor. Ahora trabajo el
doble para cobrar la mitad. Antes si tenía un concierto en Cádiz, iba
en avión; ahora conduzco yo.
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