Joshua Wong, el adolescente que desafía al régimen chino (con un paraguas)
Con solo 16 años lideró la Revolución
de los Paraguas en Hong Kong, que obligó al gobierno chino a afrontar
una protesta popular como no se había visto desde Tiananmén. Sin haber
cumplido todavía los 18, Joshua Wong se enfrenta ahora a una condena de
cárcel y es persona non grata en varios países. Pero no tiene intención
de parar. Cuando se cumple un año de la revuelta que le dio proyección
internacional, él mismo nos cuenta por qué su lucha no ha hecho más que
empezar.
Figura menuda, rostro barbilampiño y gafas de pasta. Joshua Wong parece cualquier cosa menos peligroso.
Con su aire despistado y una reconocida adicción al móvil, es el arquetipo del adolescente hongkonés. Sin embargo, el régimen chino lo teme. De hecho, el Partido Comunista ha ejercido incluso su influencia internacional para evitar que participase en una conferencia sobre la masacre de Tiananmen en Malasia, país que lo expulsó nada más aterrizar. La razón: es el líder de la organización estudiantil Escolarismo (Scholarism), que él mismo fundó con solo 14 años, y el principal rostro de la Revolución de los Paraguas, el movimiento prodemocracia que hace un año se atrincheró en varias calles del centro de la excolonia británica. Entre el 26 de septiembre y el 11 de diciembre, más de un millón y medio de personas mostraron su rechazo a los dirigentes de Pekín y les exigieron una democracia real.
Lo inusitado de la afrenta, y su repercusión global, hizo que la revista 'Fortune' considerase a Wong uno de los grandes líderes del mundo en 2015. Pero él resta importancia a su proyección mediática y se centra en un discurso político que elabora en torno a su cita favorita, prestada de la película V de Vendetta: «El pueblo no debe temer a su Gobierno, es el Gobierno quien ha de temer al pueblo». Por eso, a pesar de que ha sufrido incluso un ataque físico y se enfrenta a una condena de cárcel por obstrucción a la Policía y por haber participado en una asamblea ilegal, continúa exigiendo a China que no solo garantice el sufragio universal en las elecciones que Hong Kong celebrará en 2017 para elegir al jefe de su Ejecutivo local, sino que también permita a cualquier ciudadano ser candidato. Y es consciente de que en China eso supone poco menos que una declaración de guerra.
XLSemanal. Cuando los británicos devolvieron Hong Kong en 1997, la mayoría creyó que en 50 años sería China la que se pareciese a Hong Kong y no al revés. ¿Qué opina ahora?
Joshua Wong. Es verdad que, si hace diez años alguien nos hubiese dicho que China se parecería a Hong Kong en 2047, lo habríamos creído. Pero en la última década hemos visto cómo lo que el Partido Comunista busca es que Hong Kong sea cada vez más similar al resto de China. Y utiliza todo su poder para que así sea. Por ejemplo, la mayoría de nuestros recursos proceden del continente, lo cual es un arma muy poderosa en manos del Partido Comunista. Además, somos víctimas de una colonización cultural que se ve claramente en el desmantelamiento que se está llevando a cabo de la industria cinematográfica de Hong Kong.
XL. Pero Pekín sí contempla el sufragio universal para las elecciones de 2017.
J.W. Claro, pero con el prerrequisito de que todos los candidatos «amen al país y al Partido Comunista». Los políticos que consideren que se ha de erradicar el sistema de partido único en China no podrán presentarse. Eso es una tomadura de pelo y, afortunadamente, el Parlamento (local, similar al autonómico en España) ha votado en contra.
XL. ¿Cuál es su objetivo? ¿La independencia?
J.W. Yo quiero que Hong Kong adopte una democracia. Siento temor por lo que pueda pasar después de 2047. No tenemos tanto tiempo, por ello debemos caminar hacia el derecho de autodeterminación. El pueblo debe ser soberano para decidir si quiere un país, dos sistemas, un país, un sistema, o incluso la independencia.
XL. ¿Cuál es su hoja de ruta para alcanzar esa meta?
J.W. Lo que yo propongo son tres objetivos: a corto, medio y largo plazo. Para empezar, es necesario incorporar la figura del referéndum como sistema para que Hong Kong tome las decisiones más importantes, como pueden ser el salario mínimo o la política de viviendas sociales. En esta fase inicial también creo que sería interesante la creación de movimientos sociales más horizontales al estilo de Podemos, que ha sabido convertir una protesta masiva, similar a la Revolución de los Paraguas, en un partido político que permite a todos participar en la toma de decisiones. Me gustaría visitarlos para ver cómo funcionan en el día a día y adoptar su modelo. A medio plazo se debería organizar una consulta para modificar la ley orgánica y adquirir más competencias. Finalmente, como ha hecho Escocia, Hong Kong debería votar qué sistema quiere para después de 2047.
XL. ¿Y usted qué votaría?
J.W. La independencia no sería necesaria si China nos concede más autonomía y democracia. De hecho, no creo que esa opción tuviese fuerza en ese escenario. De hecho, si en 2007 Pekín hubiese cumplido con lo pactado, la Revolución de los Paraguas no habría tenido lugar. Desafortunadamente, China solo nos depara decepciones.
XL. La Revolución de los Paraguas sorprendió por su carácter pacífico. No hubo un solo muerto. ¿Pero estaría dispuesto a utilizar la violencia para alcanzar su objetivo?
J.W. Primero debemos acordar la definición de 'violencia'. Asaltar la sede del Gobierno no creo que sea violencia, porque no se hace daño a nadie. Si se refiere a violencia física contra las personas, no creo que debamos promoverla. Y no tiene nada que ver con la filosofía de paz y amor que surgió el año pasado. No creo que el problema de la gente en Hong Kong es que sea poco radical, como han dicho algunos, sino que no está dispuesta a pagar el precio que puede exigir una lucha política contra China.
XL. Entonces se puede decir que su revolución fracasó.
J.W. Es cierto que no logramos ningún cambio en el sistema político, pero sí plantamos una semilla en las generaciones más jóvenes, que son las que más nutrieron la protesta. A diferencia de lo que sucede entre quienes tienen más de 40 años, que en un 70 por ciento se opusieron a nuestras acciones, miles de estudiantes de instituto se han interesado por la política gracias a la ocupación que protagonizamos.
XL. Realmente el suyo es un movimiento muy joven...
J.W. Los jóvenes nos apoyan, sobre todo los nacidos a partir del año 2000. A los 13 años han participado en huelgas, a los 14 han protagonizado una ola de desobediencia civil y a los 15 se involucran en acciones directas e incluso son arrestados. Puede que hayamos perdido esta batalla, pero no la guerra.
XL. Ahora que habla en términos bélicos, ¿ve posible en Hong Kong una nueva matanza como la de Tiananmen en 1989?
J.W. No. Incluso si utilizásemos la violencia en manifestaciones, la Policía puede controlar la situación. Además, el mundo entero está mirando. Si se produce una masacre de este tipo, ¿cómo puede convertirse China en la potencia global que tanto ansía?
XL. ¿Y cree que la Revolución de los Paraguas podría calar en el resto de China?
J.W. Tampoco. Por lo menos ahora. Compartimos un mismo enemigo, que es la dictadura del Partido Comunista, pero nuestra coyuntura es muy diferente.
XL. Aunque también hay protestas en China.
J.W. Claro que hay multitud de protestas en el continente, por asuntos laborales o medioambientales, y son incluso más radicales que las nuestras, pero todo lo relacionado con reformas políticas es cortado de raíz. Ningún país ha conseguido la democracia en un sistema comunista. Si lo logramos, habremos hecho historia. O quizá hayamos obrado un milagro.
XL. Pero le puede costar caro. Usted incluso ha sufrido un ataque en plena calle. ¿No teme cruzar la línea roja del Gobierno chino?
J.W. Habíamos salido del cine y nos dirigíamos al metro cuando un hombre joven, veinteañero, se nos acercó y me golpeó en la cara. No sé cuál fue su motivo y no lo hemos identificado. Supone una gran presión para mí y reconozco que siento temor por mi seguridad. Sé también que me pueden encarcelar, y estoy preparado para ello, pero no creo que vaya a convertirme en un Liu Xiaobo Premio Nobel de la Paz, condenado a 11 años de prisión por su disidencia política o en un Ai Weiwei artista contestatario que sufrió una detención ilegal de casi tres meses. Porque si actúan contra mí de esa forma, y me convierten en un mártir, el movimiento ganaría mucha fuerza.
XL. Le veo seguro...
J.W. Mi familia me apoya y no voy a dejar a un lado mi responsabilidad de luchar por el futuro de Hong Kong. Porque nuestros políticos no lo hacen. Puede que su tibieza esté relacionada con el hecho de que la mayoría tiene ya más de 50 años y no verá lo que suceda en 2047. Pero espero que yo sí, porque entonces será cuando tenga esa edad.
XL. De hecho, lo han acusado de estar al servicio de la CIA.
J.W. Uno de los periódicos pro-Pekín ha llegado a decir que he recibido entrenamiento militar de Estados Unidos y que soy uno de sus espías. Pero es algo absurdo. Jamás he recibido una donación del Gobierno americano. ¡Si todavía voy a clase para terminar mi carrera de Ciencias Políticas!
"Nunca ha habido democracia en un sistema comunista. Si lo logramos, habremos hecho historia. O un milagro..."
Hong Kong, ciudad inestable
Hong Kong es una Región Administrativa Especial que se rige por el lema «un país, dos sistemas», que Deng Xiaoping acuñó para que los británicos devolviesen sin cargo de conciencia el territorio que ocuparon durante siglo y medio. Según la Declaración Sino-Británica de 1984, el territorio podrá mantener durante 50 años su peculiar sistema político y económico: un capitalismo en el que están garantizados derechos que no tienen cabida en la China continental, como son la libertad de expresión, la de prensa o la de manifestación. No obstante, en 2047 esta ciudad de siete millones de habitantes se integrará por completo en la República Popular, y abundan quienes temen que la hoz y el martillo acaben en ese momento con el progreso del territorio más rico del país.
TÍTULO: A FONDO - PRIMER PLANO - La guerra sin guardia.
A fondo...El salvador / fotos
Con su aire despistado y una reconocida adicción al móvil, es el arquetipo del adolescente hongkonés. Sin embargo, el régimen chino lo teme. De hecho, el Partido Comunista ha ejercido incluso su influencia internacional para evitar que participase en una conferencia sobre la masacre de Tiananmen en Malasia, país que lo expulsó nada más aterrizar. La razón: es el líder de la organización estudiantil Escolarismo (Scholarism), que él mismo fundó con solo 14 años, y el principal rostro de la Revolución de los Paraguas, el movimiento prodemocracia que hace un año se atrincheró en varias calles del centro de la excolonia británica. Entre el 26 de septiembre y el 11 de diciembre, más de un millón y medio de personas mostraron su rechazo a los dirigentes de Pekín y les exigieron una democracia real.
Lo inusitado de la afrenta, y su repercusión global, hizo que la revista 'Fortune' considerase a Wong uno de los grandes líderes del mundo en 2015. Pero él resta importancia a su proyección mediática y se centra en un discurso político que elabora en torno a su cita favorita, prestada de la película V de Vendetta: «El pueblo no debe temer a su Gobierno, es el Gobierno quien ha de temer al pueblo». Por eso, a pesar de que ha sufrido incluso un ataque físico y se enfrenta a una condena de cárcel por obstrucción a la Policía y por haber participado en una asamblea ilegal, continúa exigiendo a China que no solo garantice el sufragio universal en las elecciones que Hong Kong celebrará en 2017 para elegir al jefe de su Ejecutivo local, sino que también permita a cualquier ciudadano ser candidato. Y es consciente de que en China eso supone poco menos que una declaración de guerra.
XLSemanal. Cuando los británicos devolvieron Hong Kong en 1997, la mayoría creyó que en 50 años sería China la que se pareciese a Hong Kong y no al revés. ¿Qué opina ahora?
Joshua Wong. Es verdad que, si hace diez años alguien nos hubiese dicho que China se parecería a Hong Kong en 2047, lo habríamos creído. Pero en la última década hemos visto cómo lo que el Partido Comunista busca es que Hong Kong sea cada vez más similar al resto de China. Y utiliza todo su poder para que así sea. Por ejemplo, la mayoría de nuestros recursos proceden del continente, lo cual es un arma muy poderosa en manos del Partido Comunista. Además, somos víctimas de una colonización cultural que se ve claramente en el desmantelamiento que se está llevando a cabo de la industria cinematográfica de Hong Kong.
XL. Pero Pekín sí contempla el sufragio universal para las elecciones de 2017.
J.W. Claro, pero con el prerrequisito de que todos los candidatos «amen al país y al Partido Comunista». Los políticos que consideren que se ha de erradicar el sistema de partido único en China no podrán presentarse. Eso es una tomadura de pelo y, afortunadamente, el Parlamento (local, similar al autonómico en España) ha votado en contra.
XL. ¿Cuál es su objetivo? ¿La independencia?
J.W. Yo quiero que Hong Kong adopte una democracia. Siento temor por lo que pueda pasar después de 2047. No tenemos tanto tiempo, por ello debemos caminar hacia el derecho de autodeterminación. El pueblo debe ser soberano para decidir si quiere un país, dos sistemas, un país, un sistema, o incluso la independencia.
XL. ¿Cuál es su hoja de ruta para alcanzar esa meta?
J.W. Lo que yo propongo son tres objetivos: a corto, medio y largo plazo. Para empezar, es necesario incorporar la figura del referéndum como sistema para que Hong Kong tome las decisiones más importantes, como pueden ser el salario mínimo o la política de viviendas sociales. En esta fase inicial también creo que sería interesante la creación de movimientos sociales más horizontales al estilo de Podemos, que ha sabido convertir una protesta masiva, similar a la Revolución de los Paraguas, en un partido político que permite a todos participar en la toma de decisiones. Me gustaría visitarlos para ver cómo funcionan en el día a día y adoptar su modelo. A medio plazo se debería organizar una consulta para modificar la ley orgánica y adquirir más competencias. Finalmente, como ha hecho Escocia, Hong Kong debería votar qué sistema quiere para después de 2047.
XL. ¿Y usted qué votaría?
J.W. La independencia no sería necesaria si China nos concede más autonomía y democracia. De hecho, no creo que esa opción tuviese fuerza en ese escenario. De hecho, si en 2007 Pekín hubiese cumplido con lo pactado, la Revolución de los Paraguas no habría tenido lugar. Desafortunadamente, China solo nos depara decepciones.
XL. La Revolución de los Paraguas sorprendió por su carácter pacífico. No hubo un solo muerto. ¿Pero estaría dispuesto a utilizar la violencia para alcanzar su objetivo?
J.W. Primero debemos acordar la definición de 'violencia'. Asaltar la sede del Gobierno no creo que sea violencia, porque no se hace daño a nadie. Si se refiere a violencia física contra las personas, no creo que debamos promoverla. Y no tiene nada que ver con la filosofía de paz y amor que surgió el año pasado. No creo que el problema de la gente en Hong Kong es que sea poco radical, como han dicho algunos, sino que no está dispuesta a pagar el precio que puede exigir una lucha política contra China.
XL. Entonces se puede decir que su revolución fracasó.
J.W. Es cierto que no logramos ningún cambio en el sistema político, pero sí plantamos una semilla en las generaciones más jóvenes, que son las que más nutrieron la protesta. A diferencia de lo que sucede entre quienes tienen más de 40 años, que en un 70 por ciento se opusieron a nuestras acciones, miles de estudiantes de instituto se han interesado por la política gracias a la ocupación que protagonizamos.
XL. Realmente el suyo es un movimiento muy joven...
J.W. Los jóvenes nos apoyan, sobre todo los nacidos a partir del año 2000. A los 13 años han participado en huelgas, a los 14 han protagonizado una ola de desobediencia civil y a los 15 se involucran en acciones directas e incluso son arrestados. Puede que hayamos perdido esta batalla, pero no la guerra.
XL. Ahora que habla en términos bélicos, ¿ve posible en Hong Kong una nueva matanza como la de Tiananmen en 1989?
J.W. No. Incluso si utilizásemos la violencia en manifestaciones, la Policía puede controlar la situación. Además, el mundo entero está mirando. Si se produce una masacre de este tipo, ¿cómo puede convertirse China en la potencia global que tanto ansía?
XL. ¿Y cree que la Revolución de los Paraguas podría calar en el resto de China?
J.W. Tampoco. Por lo menos ahora. Compartimos un mismo enemigo, que es la dictadura del Partido Comunista, pero nuestra coyuntura es muy diferente.
XL. Aunque también hay protestas en China.
J.W. Claro que hay multitud de protestas en el continente, por asuntos laborales o medioambientales, y son incluso más radicales que las nuestras, pero todo lo relacionado con reformas políticas es cortado de raíz. Ningún país ha conseguido la democracia en un sistema comunista. Si lo logramos, habremos hecho historia. O quizá hayamos obrado un milagro.
XL. Pero le puede costar caro. Usted incluso ha sufrido un ataque en plena calle. ¿No teme cruzar la línea roja del Gobierno chino?
J.W. Habíamos salido del cine y nos dirigíamos al metro cuando un hombre joven, veinteañero, se nos acercó y me golpeó en la cara. No sé cuál fue su motivo y no lo hemos identificado. Supone una gran presión para mí y reconozco que siento temor por mi seguridad. Sé también que me pueden encarcelar, y estoy preparado para ello, pero no creo que vaya a convertirme en un Liu Xiaobo Premio Nobel de la Paz, condenado a 11 años de prisión por su disidencia política o en un Ai Weiwei artista contestatario que sufrió una detención ilegal de casi tres meses. Porque si actúan contra mí de esa forma, y me convierten en un mártir, el movimiento ganaría mucha fuerza.
XL. Le veo seguro...
J.W. Mi familia me apoya y no voy a dejar a un lado mi responsabilidad de luchar por el futuro de Hong Kong. Porque nuestros políticos no lo hacen. Puede que su tibieza esté relacionada con el hecho de que la mayoría tiene ya más de 50 años y no verá lo que suceda en 2047. Pero espero que yo sí, porque entonces será cuando tenga esa edad.
XL. De hecho, lo han acusado de estar al servicio de la CIA.
J.W. Uno de los periódicos pro-Pekín ha llegado a decir que he recibido entrenamiento militar de Estados Unidos y que soy uno de sus espías. Pero es algo absurdo. Jamás he recibido una donación del Gobierno americano. ¡Si todavía voy a clase para terminar mi carrera de Ciencias Políticas!
"Nunca ha habido democracia en un sistema comunista. Si lo logramos, habremos hecho historia. O un milagro..."
Hong Kong, ciudad inestable
Hong Kong es una Región Administrativa Especial que se rige por el lema «un país, dos sistemas», que Deng Xiaoping acuñó para que los británicos devolviesen sin cargo de conciencia el territorio que ocuparon durante siglo y medio. Según la Declaración Sino-Británica de 1984, el territorio podrá mantener durante 50 años su peculiar sistema político y económico: un capitalismo en el que están garantizados derechos que no tienen cabida en la China continental, como son la libertad de expresión, la de prensa o la de manifestación. No obstante, en 2047 esta ciudad de siete millones de habitantes se integrará por completo en la República Popular, y abundan quienes temen que la hoz y el martillo acaben en ese momento con el progreso del territorio más rico del país.
TÍTULO: A FONDO - PRIMER PLANO - La guerra sin guardia.
La guerra sin guardia
El Salvador ha vivido su verano más
sangriento. Las maras han llegado a causar 55 muertos en un solo día. La
Corte Suprema ha declarado a estas pandillas, con más de 100.000
integrantes, grupo terrorista, y el Gobierno las combate en las calles.
Le explicamos cómo es esta guerra que deja un cotidiano reguero de
cadáveres. Por Carlos Manuel Sánchez / Fotos: Tomás Munita
Un día como otro cualquiera en El Salvador. Mauricio
Renderos conduce un autobús de la línea 2 en San Salvador, la capital.
En una parada cercana al zoo, el vehículo es rodeado por un grupo de
pandilleros armados con fusiles M16. Disparan contra las ventanillas.
Los pasajeros se tiran al suelo, plagado de cristales rotos. Los mareros
suben al autobús y buscan al chófer. Lo ejecutan a tiros. Ese mismo día
son asesinados siete conductores de autobús más y varios pasajeros en
otros tantos ataques de las maras, las pandillas que intentan tomar el
control del país y cuyos cabecillas, desde las cárceles, han ordenado un
paro general de los transportes.
Hoy mismo, si es otro día normal y se cumplen las estadísticas de 2015, morirán asesinadas 16 personas. Es un conteo incesante que ya registra 3830 muertos este año y que ha llegado a sumar 51 homicidios en apenas 24 horas, las más letales del pequeño país centroamericano (6,3 millones de habitantes) en lo que va de siglo. ¿Qué está pasando para que El Salvador, con una tasa de 92 asesinatos por cada 100.000 habitantes (0,8 en España), se haya convertido en el país más violento del mundo, desbancando a Honduras, donde las maras también están muy asentadas, y en pugna con Siria, inmersa en una guerra civil?
Terreno abonado
Oficialmente, El Salvador está en paz, pero lucha contra sus propios demonios, que se remontan a su guerra civil (1980-1992). Miles de salvadoreños emigraron a Estados Unidos. La mayoría se asentó en Los Ángeles. Allí nacieron las maras, pandillas de jóvenes que imitaban a las bandas latinas ya instaladas. Desorganizadas al principio, luchando por la mera supervivencia en unos barrios con overbooking de matones, fueron las grandes beneficiadas del vacío de 'poder' generado por las redadas policiales ordenadas en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1984 para limpiar las calles. Con sus competidores entre rejas, los recién llegados, no fichados aún, medraron rápido. Los que tenían adiestramiento militar, por haber sido soldados o guerrilleros, se convirtieron en jefes, aunque las maras mantienen una estructura descentralizada, de tela de araña. Se dividen en 'clicas' (bandas), cuyo territorio natural es el barrio. En los años noventa, Estados Unidos comenzó las deportaciones masivas de ilegales a Centroamérica. Por entonces, los acuerdos de paz en El Salvador y Guatemala habían dejado en manos de la población civil más de medio millón de armas de fuego. Un arsenal que sirvió a los pandilleros, que exportaron a sus países de origen un modelo de delincuencia capaz de disputarle el poder a sus gobiernos.
Una estructura mafiosa
Dos grandes constelaciones, la Mara Salvatrucha o MS-13 (unos 70.000 miembros) y Barrio 18 (35.000), agrupan a la mayoría del millar de grupúsculos que se han hecho fuertes en El Salvador, Honduras y Guatemala. Funcionan como Estados paralelos, que cobran sus propios 'impuestos' o 'rentas' a comerciantes y empresarios. En las 250 calles que componen el centro de San Salvador, cinco 'clicas' de la Mara Salvatrucha y una de Barrio 18 se disputan cada palmo de terreno. Cobran a los dueños de las tiendas y bares y a los vendedores ambulantes una tasa variable. Los extorsionados ascienden a unos 40.000. Los 'bichos', como llama la población a los pandilleros, gobiernan de facto en el centro de la ciudad. Y los que no quieren pagar, como es el caso de los empresarios de autobuses, se arriesgan a ser asesinados.
Es la estrategia del terror. Y cada mara tiene su propia 'firma', desde el uso de hachas y machetes hasta granadas de mano. La crueldad extrema se convierte en mensaje intimidatorio, algo que los pandilleros ya practicaban mucho antes que el Estado Islámico. Informes de inteligencia afirman que las maras se han hecho demasiado grandes para territorios que no dan más de sí y que pretenden saltar a Europa. José Nieto, jefe del Centro de Análisis de Riesgo de la Comisaría General de Extranjería, asegura que «dos de los mayores problemas fronterizos que tiene España y que más preocupan son el yihadismo y las maras latinoamericanas». Según el mando policial, estas últimas usan el aeropuerto parisino Charles de Gaulle como cabeza de puente, ante las dificultades que encuentran en los aeropuertos españoles.
La Corte Suprema de El Salvador acaba de declarar a las maras como grupos terroristas. Y el Gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén, asesorado por el exalcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani, lleva meses aplicando mano dura. Una política que acabó por dinamitar la tregua entre las principales maras, que habían firmado un alto el fuego en 2012 gracias a la mediación de la Iglesia católica y grupos pacifistas. El Gobierno no apoyaba la tregua, aunque, según la prensa ha desvelado, prometió beneficios penitenciarios para pandilleros presos. La tasa de asesinatos llegó a bajar así a cinco diarios. Sin embargo, el armisticio solo duró hasta el año pasado.
La actual espiral de violencia tiene tres frentes. Por una parte, hay una lucha generacional entre los líderes pandilleros que están presos y los que pretenden tomar el relevo, lo que está desencadenando purgas internas y ajustes de cuentas. Por otra parte, los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad: desde la ruptura de la tregua en 2014, más de 40 policías y militares han sido asesinados. Y, por último, la sociedad civil, víctima del fuego cruzado. La ciudadanía está extenuada y las noticias sobre el posible regreso de otro de los fantasmas de la guerra civil -los Escuadrones de la Muerte- han polarizado a la opinión pública. «Desde las redes sociales, la población festeja cada vez que un pandillero es asesinado: '¡Ya no hagan más capturas, caramba!', '¡Plomo, plomo!'», cuenta el periodista Carlos Martínez en su bitácora.
Las maras están muy infiltradas en la sociedad. Se calcula que el diez por ciento de los salvadoreños tienen algún vínculo con un pandillero. Los reclutadores se fijan en los estudiantes de secundaria. Les ofrecen una forma de ganarse unos billetes y la sensación de ser respetados... Y la 'vida loca', como dicen los mareros. Las maras sustituyen a la familia y la religión. A veces compran a los hijos de gente que no puede pagar la 'renta'. Se entra con doce años. Y ya no se sale.
Heridas de guerra
A menudo expresan su jerarquía a través de tatuajes, que se van ganando con acciones brutales. Pero los nuevos pandilleros están sustituyendo los tatuajes por códigos de vestuario, para evitar ser identificados en las redadas.
Jefes del terror
Dirigentes de una mara en la prisión de Zacatecoluca. Hay tantos pandilleros encarcelados, unos 13.000, que copan casi todas las prisiones. La mayoría viven hacinados, pero los jefes tienen trato de favor y dirigen sus pandillas entre rejas.
La muerte de cada día
Una mujer identifica el cadáver de su hijo, marero, en la morgue. Más de un diez por ciento de los salvadoreños tienen algún vínculo con un pandillero.
Hoy mismo, si es otro día normal y se cumplen las estadísticas de 2015, morirán asesinadas 16 personas. Es un conteo incesante que ya registra 3830 muertos este año y que ha llegado a sumar 51 homicidios en apenas 24 horas, las más letales del pequeño país centroamericano (6,3 millones de habitantes) en lo que va de siglo. ¿Qué está pasando para que El Salvador, con una tasa de 92 asesinatos por cada 100.000 habitantes (0,8 en España), se haya convertido en el país más violento del mundo, desbancando a Honduras, donde las maras también están muy asentadas, y en pugna con Siria, inmersa en una guerra civil?
Terreno abonado
Oficialmente, El Salvador está en paz, pero lucha contra sus propios demonios, que se remontan a su guerra civil (1980-1992). Miles de salvadoreños emigraron a Estados Unidos. La mayoría se asentó en Los Ángeles. Allí nacieron las maras, pandillas de jóvenes que imitaban a las bandas latinas ya instaladas. Desorganizadas al principio, luchando por la mera supervivencia en unos barrios con overbooking de matones, fueron las grandes beneficiadas del vacío de 'poder' generado por las redadas policiales ordenadas en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1984 para limpiar las calles. Con sus competidores entre rejas, los recién llegados, no fichados aún, medraron rápido. Los que tenían adiestramiento militar, por haber sido soldados o guerrilleros, se convirtieron en jefes, aunque las maras mantienen una estructura descentralizada, de tela de araña. Se dividen en 'clicas' (bandas), cuyo territorio natural es el barrio. En los años noventa, Estados Unidos comenzó las deportaciones masivas de ilegales a Centroamérica. Por entonces, los acuerdos de paz en El Salvador y Guatemala habían dejado en manos de la población civil más de medio millón de armas de fuego. Un arsenal que sirvió a los pandilleros, que exportaron a sus países de origen un modelo de delincuencia capaz de disputarle el poder a sus gobiernos.
Una estructura mafiosa
Dos grandes constelaciones, la Mara Salvatrucha o MS-13 (unos 70.000 miembros) y Barrio 18 (35.000), agrupan a la mayoría del millar de grupúsculos que se han hecho fuertes en El Salvador, Honduras y Guatemala. Funcionan como Estados paralelos, que cobran sus propios 'impuestos' o 'rentas' a comerciantes y empresarios. En las 250 calles que componen el centro de San Salvador, cinco 'clicas' de la Mara Salvatrucha y una de Barrio 18 se disputan cada palmo de terreno. Cobran a los dueños de las tiendas y bares y a los vendedores ambulantes una tasa variable. Los extorsionados ascienden a unos 40.000. Los 'bichos', como llama la población a los pandilleros, gobiernan de facto en el centro de la ciudad. Y los que no quieren pagar, como es el caso de los empresarios de autobuses, se arriesgan a ser asesinados.
Es la estrategia del terror. Y cada mara tiene su propia 'firma', desde el uso de hachas y machetes hasta granadas de mano. La crueldad extrema se convierte en mensaje intimidatorio, algo que los pandilleros ya practicaban mucho antes que el Estado Islámico. Informes de inteligencia afirman que las maras se han hecho demasiado grandes para territorios que no dan más de sí y que pretenden saltar a Europa. José Nieto, jefe del Centro de Análisis de Riesgo de la Comisaría General de Extranjería, asegura que «dos de los mayores problemas fronterizos que tiene España y que más preocupan son el yihadismo y las maras latinoamericanas». Según el mando policial, estas últimas usan el aeropuerto parisino Charles de Gaulle como cabeza de puente, ante las dificultades que encuentran en los aeropuertos españoles.
La Corte Suprema de El Salvador acaba de declarar a las maras como grupos terroristas. Y el Gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén, asesorado por el exalcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani, lleva meses aplicando mano dura. Una política que acabó por dinamitar la tregua entre las principales maras, que habían firmado un alto el fuego en 2012 gracias a la mediación de la Iglesia católica y grupos pacifistas. El Gobierno no apoyaba la tregua, aunque, según la prensa ha desvelado, prometió beneficios penitenciarios para pandilleros presos. La tasa de asesinatos llegó a bajar así a cinco diarios. Sin embargo, el armisticio solo duró hasta el año pasado.
La actual espiral de violencia tiene tres frentes. Por una parte, hay una lucha generacional entre los líderes pandilleros que están presos y los que pretenden tomar el relevo, lo que está desencadenando purgas internas y ajustes de cuentas. Por otra parte, los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad: desde la ruptura de la tregua en 2014, más de 40 policías y militares han sido asesinados. Y, por último, la sociedad civil, víctima del fuego cruzado. La ciudadanía está extenuada y las noticias sobre el posible regreso de otro de los fantasmas de la guerra civil -los Escuadrones de la Muerte- han polarizado a la opinión pública. «Desde las redes sociales, la población festeja cada vez que un pandillero es asesinado: '¡Ya no hagan más capturas, caramba!', '¡Plomo, plomo!'», cuenta el periodista Carlos Martínez en su bitácora.
Las maras están muy infiltradas en la sociedad. Se calcula que el diez por ciento de los salvadoreños tienen algún vínculo con un pandillero. Los reclutadores se fijan en los estudiantes de secundaria. Les ofrecen una forma de ganarse unos billetes y la sensación de ser respetados... Y la 'vida loca', como dicen los mareros. Las maras sustituyen a la familia y la religión. A veces compran a los hijos de gente que no puede pagar la 'renta'. Se entra con doce años. Y ya no se sale.
Heridas de guerra
A menudo expresan su jerarquía a través de tatuajes, que se van ganando con acciones brutales. Pero los nuevos pandilleros están sustituyendo los tatuajes por códigos de vestuario, para evitar ser identificados en las redadas.
Jefes del terror
Dirigentes de una mara en la prisión de Zacatecoluca. Hay tantos pandilleros encarcelados, unos 13.000, que copan casi todas las prisiones. La mayoría viven hacinados, pero los jefes tienen trato de favor y dirigen sus pandillas entre rejas.
La muerte de cada día
Una mujer identifica el cadáver de su hijo, marero, en la morgue. Más de un diez por ciento de los salvadoreños tienen algún vínculo con un pandillero.
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