Refugiados: ¿Qué pasa cuando llegan aquí? / fotos
Este año pedirán asilo en España 35.000
personas, 17.000 de ellas son las que nos adjudica la Unión Europea. Es
la mayor crisis migratoria de la historia de Europa. Y para nuestro
país, todo un reto, no fácil de resolver. Faltan centros de acogida,
recursos y el trámite burocrático que debería llevar poco más de seis
meses, se alarga, en la práctica, hasta tres años. Así es el laberinto
de los migrantes que solicitan refugio en nuestro país.
Tuvo que ahogarse un niño en una playa para que la historia de Europa cambiase. Un niño que había huido con su familia de la escabechina del Estado Islámico en Siria y al que pudimos poner nombre, Aylan, a diferencia de otros miles de niños anónimos.
Un niño al que se sometió a una última violencia: que se exhibiera su cadáver. Solo entonces, sacudidos por esa fotografía, los ciudadanos agarraron a los políticos de sus largos pescuezos de avestruz para obligarlos a sacar la cabeza del agujero y afrontar de una vez la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.
¿Y ahora qué? ¿Estamos preparados para acogerlos? ¿Podemos mantener el impulso de la generosidad o será flor de un día? ¿Afectará a la convivencia si la jugada sale mal, no se integran y brota la xenofobia? «Lo siento, hay muchos como tú...», le decía Angela Merkel a una niña palestina que lloraba porque la iban a expulsar de Alemania. La misma Merkel que días después cambiaba de opinión, algo inaudito en ella, y organizaba el reparto de cuotas de asilo en la UE, con sus socios europeos apretando los dientes; unos para esbozar una mueca que pareciese una sonrisa (caso de España, que guarda el portal oeste) y otros para expresar su rechazo (caso de Hungría, que vigila la entrada este). Y, mientras, todos añadiendo metros a las vallas fronterizas.
El ministerio del interior hace sus cuentas. Este año llegarán a España unos 35.000 demandantes de asilo. A saber, unos 17.000 entre sirios, eritreos e iraquíes que nos 'tocan' por mandato europeo y otros tantos de diferentes nacionalidades (malienses, somalíes, ucranianos, palestinos, centroamericanos...) que ya han venido o vendrán por su cuenta. El Gobierno decide quién consigue el estatuto de refugiado y quién deberá hacer las maletas de nuevo y errar por esos mundos. Se estudia caso por caso para evitar, por ejemplo, que a río revuelto se cuelen yihadistas y migrantes económicos. En teoría tiene seis meses para decidir. Pero en la práctica la resolución puede tardar años porque hay un atasco, agravado desde que empezó a gestarse el alud que ahora amenaza con sepultar el derecho comunitario y liquidar la noción misma de Europa.
Hay pocos recursos y no han aumentado, por aquello de los sacrificios para salir de la crisis económica. Solo el 20 por ciento logró el asilo en 2013, según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), porque no es fácil aportar pruebas de que tu Gobierno, en vez de protegerte, quiere darte matarile. La tendencia cambió cuando empezaron a llegar los sirios. Los trámites se agilizaron algo con ellos, porque se les suele conceder la protección subsidiaria, muy parecida en la práctica al estatuto de refugiado, pero sin la necesidad de acreditar que sus vidas corren peligro... Total que en 2014 se resolvieron favorablemente el 45 por ciento de los 6000 expedientes. Aun así, España no llegó ni al 1 por ciento de los que tramitó la UE.
Las entidades que atienden a los refugiados también hacen sus cuentas. Solo hay 900 plazas en los ocho centros de acogida, cuatro de la Dirección General de Migraciones y otros cuatro de CEAR. Pero son optimistas. María Jesús Vega, portavoz del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en España, opina que estamos ante una encrucijada histórica. «La opinión pública ha tomado las riendas de la política, y eso hay que aprovecharlo. El sistema, tal y como está organizado, no es operativo. Es una lotería. Cada país europeo lo hace a su manera. Pero tenemos una oportunidad de oro para sentar las bases de un cambio. La respuesta ciudadana es impresionante, pero hay que encauzar esa solidaridad para que se beneficien no solo los que llegan ahora, sino los que ya estaban aquí y llevan años esperando a que se resuelva su situación. Es muy difícil integrarse cuando arrastras el estrés de la huida, el sentimiento de culpa por haberte salvado tú después de haber dejado familiares atrás y, encima, vives con el miedo de que te devuelvan», explica. Vega puntualiza que no se trata solo de solidaridad, sino que es una obligación, pues existen convenios internacionales que España ha firmado.
Julia Fernández, directora de la Asociación Comisión Católica Española de Migraciones (Accem), también es optimista. «Estas crisis son cíclicas, pero sabemos reaccionar. Tenemos la experiencia con los refugiados bosnios y kosovares. Y la de los cayucos en Canarias, cuando llegaron 30.000 personas en poco tiempo».
Y alerta de los peligros. «No puede haber refugiados de primera y de segunda, dependiendo de su nacionalidad. Los sirios las han pasado canutas, pero también los que llegaron antes. Y hay que explicar muy bien a la opinión pública las cosas. Porque tarde o temprano la generosidad se va a enfriar. A esta gente no se le va a dar una casa de por vida. Ni se les va a dar trabajo. Tendrán que buscárselo ellos, con las dificultades de no tener una red social que los apoye, no dominar el idioma... Pero también hay que decir que estas familias vivían autónomas, tenían su casa y su trabajo. No pretenden vivir de los servicios sociales. Son gente fuerte, que aporta valor y dinamismo a la sociedad. Y no son tantos. Somos un país de 45 millones. El esfuerzo para integrarlos no es tan brutal como lo pintan algunos». Y pone un ejemplo. Un médico de cabecera atiende 1500 tarjetas sanitarias. Con 23 médicos quedarían cubiertas sus necesidades sanitarias. «No van a colapsar la sanidad». Pero reconoce que esta crisis va para largo.
Y va para largo porque un país entero ha sido desmantelado. Hay cuatro millones de refugiados sirios, y la gran mayoría está en Turquía, Jordania y el Líbano. Ibrahim Abayat, refugiado palestino, lo tiene claro: «Si la guerra se para, los sirios regresan mañana. Tienen la vida allí. Por eso hay que atajar la raíz del problema, la guerra». Y opina que los países árabes no han estado a la altura y que Europa debería exigirles un esfuerzo. «Un solo día de producción de petróleo de Arabia Saudí puede sostener a los refugiados».Cristina Manzanedo, abogada del Servicio Jesuita a Inmigrantes, expone que es necesaria la complicidad de toda la sociedad. «Que se impliquen los ayuntamientos y las comunidades autónomas». El sistema español tiene excelentes profesionales: trabajadores sociales, intérpretes, psicólogos, abogados... Pero el atasco de las tramitaciones provoca listas de espera en los centros. Cruz Roja, CEAR y Accem, que son las organizaciones en primera línea, además de la Fundación La Merced o los jesuitas, con sus pisos tutelados, no tienen capacidad para atenderlos a todos. Y eso condena a algunos a quedarse en la calle antes de estar preparados para integrarse. Hacen falta voluntarios que sirvan de mediadores entre los refugiados y el barrio, una figura que da excelentes resultados para evitar la exclusión. En la práctica, son como hermanos mayores a los que el refugiado puede acudir.
Abdirizak, somalí de 33 años, es la prueba viviente de que no hay fronteras para los desesperados. Cuenta su historia con serenidad. Cómo huyó de las guerras de clanes, primero, y de los islamistas de Al Shabab, después; su periplo de miles de kilómetros por dos desiertos y una decena de países africanos. Lo que pagó a las mafias. Cómo llegó en una patera a Tarifa en la que se ahogaron 12 personas... Vino a España sin nadie. Pero no siempre fue solo. «Conocí a una chica por el camino, una paisana, y nos casamos en Libia». Antes de que Abdirizak probase suerte en el Estrecho, la pareja intentó llegar a Italia. «Rumbo a Sicilia o Malta, eso nunca se sabe, porque depende de las condiciones del mar. Y de la suerte. No tuvimos suerte...». Y Abdirizak se calla. Un silencio incómodo. La gente que no está acostumbrada necesita llenarlo como sea. La grabadora tampoco está diseñada para soportar el silencio. Registra el sonido ambiental, el tráfico de una carretera madrileña que parece amplificarse, atronador. El silencio de Europa suele estar lleno de ruidos. Abdirizak recupera el habla, pero sé lo que va a decir: «Ella...».
Amr Sbahi es sirio, tiene 20 años y huyó hace ya tres de Alepo a Egipto, por vía aérea. Desde allí solicitó el permiso a España. Hoy vive y trabaja en Madrid.
El vía crucis de los refugiados
1. Toma de huellas. Tu país de entrada es tu destino
Fatima Hossaini, Afgana
Yo no quería vivir con el burka. Mi marido y yo queríamos una vida normal. Lo vendimos todo, cogimos a los niños el mayor tenía cinco años y el pequeño era bebé y nos fuimos en 2009. No teníamos estudios y ni siquiera sabíamos en qué año estábamos. Tampoco sabíamos dónde empezaba Europa. Hicimos la mayor parte del camino a pie, tardamos un año desde Afganistán hasta Hungría, sin más documentos que el libro de familia. Allí, nos tomaron las huellas dactilares y nos llevaron a un centro. Teníamos a un niño malito, con fiebre, pero nadie nos hacía caso. Así que nos escapamos. Cogimos varios trenes Austria, Italia... y vinimos a España.
Cuando llegamos a Madrid, nos atendió el Samur Social. Enseguida, un médico vio a los niños. De allí nos mandaron a un hostal. Pedimos el asilo, pero salió denegado por tener las huellas en Hungría. Nos expulsaban... Pero un abogado de Accem se hizo cargo y nos comentó que los niños tienen protección automática. Estuvimos viviendo unos meses en un centro de acogida y pudimos matricular al mayor en un colegio. Mientras se resolvía nuestro expediente, estudiamos español. Queremos integrarnos. Por fin conseguimos el permiso de residencia. Me ofrecieron trabajo en una lavandería y acepté encantada. He aprendido más oficios y me he sacado el carné de conducir. Quiero hacer el bachillerato. Mis hijos aquí tienen un futuro».
* Huellas dactilares. Al solicitar el asilo, se le toman huellas al migrante y se envían a una base de datos de la Comisión Europea en Luxemburgo. Si se comprueba que ha entrado a la UE por otro país, la ley dice que se le debe trasladar a ese país.
2. Ministerio de interior. Cuéntame tu historia
Soy de Alepo y tengo 20 años. Salí hace tres. Mi familia se quedó en Siria. Compré un billete de avión para Egipto. Pero durante quince días el aeropuerto estuvo cerrado por las bombas. En Egipto estuve ocho meses esperando un visado para Europa. Mi padre tenía un amigo en Toledo, así que pedí España. Fui el único de seis amigos que lo consiguió. No sabía nada de español, pero en tres meses ya me defendía.Cuando llegas, tienes que pedir cita para hacer la solicitud de asilo. Un funcionario te hace una entrevista y le cuentas tu historia. La mía es sencilla. Mi padre es abogado y mi madre, profesora de arte. Soy el mayor de cuatro hermanos. Teníamos de todo. Yo quiero estudiar. Hice el bachillerato en Siria. Pero si te quedabas allí, te reclutaban a la fuerza: unos u otros. Nunca me ha interesado la política. Toco la guitarra, tenía un grupo de rock, jugaba a la Xbox con mis hermanos... Los echo de menos. Tengo permiso de trabajo y estoy en una obra, aprendiendo de albañil. Ya sé amasar cemento y poner ladrillos. La vida no es fácil. Pensaba estudiar un grado, pero no me dieron la beca».
* Oficinas de asilo. Las solicitudes las centraliza la Oficina de Asilo y Refugio de Madrid. Hay atasco y se está dando cita para febrero. También se tramitan en comisarías... o en frontera: aeropuertos, Ceuta y Melilla; y en los CIE...
3. La tarjeta roja o el miedo de volver al infierno
Mamadou Dicko, Maliense
En Malí hay guerra, aunque no sale por la tele. Tengo 21 años. Era vendedor en mi pueblo. Intenté saltar la valla de Ceuta nueve veces. Y las nueve me cogieron y me devolvieron 'en caliente' a Marruecos. Al final llegué a España en zódiac. Me internaron en el CETI de Ceuta y luego en un centro de extranjeros. Ahora estoy en un piso de acogida de la Fundación La Merced con otros africanos. Pedí el asilo el año pasado y ahora me han dado la tarjeta roja. Durante los seis primeros meses no puedes trabajar. De todos modos, es difícil que te contraten, porque en cualquier momento te pueden expulsar si te deniegan el asilo. Estudio hasta las doce de la noche. Quiero ser cocinero».
*La tarjeta roja. Admitida a trámite la solicitud, el Estado tiene, en teoría, seis meses para estudiarla. En la práctica, esta fase de análisis dura varios años. Durante este periodo se concede al solicitante una documentación provisional: la tarjeta roja.
4. Ya soy refugiado. Tengo el estatuto de protección
Familia Alazem, sirios
Vivíamos muy bien en Siria -cuenta Batoul-. Mi marido tenía una carpintería con 20 empleados; yo soy profesora. Teníamos dos casas, tres coches... Las bombas destrozaron nuestras casas. Y cuando un francotirador mató a una maestra del colegio, decidimos marcharnos».«Eso fue hace dos años -relata Fawaz-. Al llegar a España, tuvimos que rebuscar en la basura para comer. Empezamos de cero. Cáritas y Cruz Roja nos ayudaron con el alquiler, la comida y la ropa. Los niños van al cole, tienen amigos; pero lloran si oyen petardos. Hemos hecho cursos de español, informática... pero aún no hemos encontrado trabajo. Recibimos una ayuda de 621 euros».
*Protección subsidiaria. Se otorga a las personas que reúnen los requisitos para el asilo, pero hay motivos para creer que si refresan a su pasís sus vidas corren peligro. Como el estatu de refugiado, permite residir y trabajar cinco años.
5. Ya soy refugiado. Tengo el estatuto de asilo
Ahmed Jaffa, palestino
Mi abuelo lanzaba un puñado de arena al viento y nos decía que los palestinos somos como esos granos de arena. Él tuvo que huir de su casa en Jaffa (la actual Tel-Aviv). Yo nací en un campo de refugiados en la Franja de Gaza, igual que mi padre. Conseguí salir con una beca para estudiar fisioterapia en Irak. Empezó la guerra y estuve en un hospital cosiendo cadáveres. Cayó Bagdad y tuve que escapar porque el nuevo régimen perseguía a los palestinos. Volví a Gaza, donde trabajé en varias ONG de ayuda a mujeres y niños. Denuncié la corrupción, el islamismo, el machismo... Y tuve que irme. Tardé tres años en conseguir la autorización.Volé a El Cairo, pero no me dejaron salir del aeropuerto. Cogí un avión a Kuala Lumpur porque no hacía falta visado. Y de allí fui a Siria. Me aconsejaron comprar un billete a Cuba en un vuelo que hiciera escala en Madrid. Pedí asilo en Barajas. Estudié español mientras esperaba a tener un permiso de trabajo. Hoy estoy casado y trabajo como telefonista. En mi tarjeta pone que soy de 'No consta'. Voy a hacer el examen para ser español. Por primera vez tendré una nacionalidad».
*Estatuto de refugiado. Es la protección que se da a las personas que han demostrado con pruebas que son perseguidas por su raza, religión, nacionalidad, orientación sexual... Se les da permiso de residenccia y trabajo por cinco años.
TÍTULO: SILENCIO POR FAVOR - ENTREVISTA - "Soy el resultado de las decisiones de mi madre",.
-fotos--Matilde Asensi: "Soy el resultado de las decisiones de mi madre",.
Ha vendido más de 30 millones de
libros, sus aventuras se han traducido a 15 idiomas... y ahora da el
campanazo con 'El regreso del Catón' (Planeta), la segunda parte de uno
de sus mayores 'best sellers'. A pesar de su éxito, esta antigua
periodista ha sabido guardar en secreto las claves de su vida privada.
Sin embargo, en esta ocasión ha hecho una excepción.
Contesta rápido, como una ametralladora, y hace que una hora
de conversación parezca una entretenidísima velada hasta el amanecer;
eso sí, siempre que tenga una cajetilla de Ducados a mano y un par de coca-colas light,
porque ella nunca bebe alcohol. Matilde Asensi [Alicante, 1962] fue la
primera mujer best seller en nuestro país. De varios de sus libros se
vendieron millones de ejemplares, hasta sumar casi los 30 millones. Es
una escritora activa en las redes sociales y muy entrevistada en todos
los medios; sin embargo, poco o casi nada se sabe de su vida. Con su
nuevo libro recién salido del horno, 'El regreso del Catón' (Editorial
Planeta), la escritora alicantina nos cita en su ciudad natal y nos
muestra su lado más oculto. Eso sí, con mucho sentido del humor, siempre
que no hablemos de política.
XL Semanal. Es su novela número 13, ¿supersticiosa?
Matilde Asensi. ¡No me lo gafes! No había caído.
XL. En 15 años, 13 novelas...
M.A. Pero me las he currado todas. Con 'El regreso del Catón' han sido casi tres años.
XL. Dejó su trabajo como periodista de informativos en la radio e hizo una oposición de administrativa al Centro Valenciano de Salud para tener más tiempo libre y poder escribir.
M.A. Tenía clarísimo que me tiraba a la piscina, pero también que no podía seguir siendo periodista porque quería escribir novelas.
XL. Dos novelas sin encontrar quien se las publicara y empezó a escribir la tercera... ¿Era rica por su casa?
M.A. ¡Nooo! Mi padre era ATS; mi madre, ama de casa, y éramos cuatro hermanos: no sobraba el dinero. Mi abuelo fue periodista y quiso ser escritor, pero su sueño quedó roto por la guerra y eso quedó en la mitología de la familia.
XL. ¿Y usted decidió cumplirlo?
M.A. Fue mi madre la que quería que yo fuera escritora. ¡Es alucinante cómo se van cumpliendo los sueños de las madres! Ella me jaleaba mucho cuando ganaba todos los premios infantiles de literatura... ¡La manipulación materna!
XL. He leído que lo que realmente quería ser es espía.
M.A. Sííí, yo quería ser Mata Hari.
XL. No se enfade, pero... ¡nada más lejos! [Risas].
M.A. Es que no le añadía yo el componente erótico-sexual que tenía Mata Hari, solo veía que era una espía mujer.
XL. Pero ¿cómo iba a ser Mata Hari una alumna piadosa del colegio de las teresianas del padre Poveda?
M.A. Es que en Alicante solo había dos colegios de chicas Jesús María y teresianas y mi madre, que era muy religiosa, se quedó deslumbrada cuando conoció a unas monjas modernas y vestidas de calle; entonces decidió que cuando tuviera una hija la llevaría allí. ¡Soy el resultado de las decisiones de mi madre!
XL. Ahora, usted se declara abiertamente atea.
M.A. Es que las teresianas nos dieron la opción de dudar y yo he tenido la suerte de que mi madre era, a la vez que muy devota, una mujer muy dialogante a la que le gustaba hablar mucho con sus hijos, algo que no hacía mi padre. Aunque a ella no le sentaba nada bien que yo fuera tomando la derrota de la duda y del ateísmo, lo respetaba. Luego, me siguieron mis hermanos, y mi madre se resignó. Ella sigue siendo muy creyente, muy devota, muy de misa, pero los hijos no hemos tirado ninguno por ahí.
XL. Dejó de vivir con sus padres cuando se fue a Barcelona para estudiar Periodismo.
M.A. Cuando terminé la carrera y volví a Alicante, me instalé en un apartamento miserable de tres metros y medio porque quería ser independiente, aunque mi sueldo era igual de miserable que el apartamento.
XL. ¿Dejó el periodismo SER, RNE y EFE por buscar una vida mejor?
M.A. No era tanto por una cuestión económica como por lo que tenía que tragar en el terreno político. Aquí había mucha corrupción, pero no se podía contar nada; las cosas se sabían y se consentían. Se me hinchaba la vena de tragar y empecé a calcular cuántos años me quedaban de vida laboral. ¡Más de 40! Estaba claro que yo no iba a poder soportarlo y mi hígado me dijo: «¡Hasta aquí hemos llegado!».
XL. 'El último Catón', su tercera novela, supuso su consolidación como escritora. Con ella ha vendido casi cinco millones de ejemplares en todo el mundo. Catorce años después, 'El regreso del Catón' ¿es una apuesta segura?
M.A. Yo tenía El Catón cerrado, pero a través de las redes entré en contacto con miles de lectores que no paraban de pedirme su regreso; quizá porque a la gente le gusta la continuidad de las series y yo lo tenía comprobado con la trilogía Martín Ojo de Plata.
XL. Esta vez, los protagonistas buscan los osarios de Jesús, de sus hermanos y de la Virgen, apuntando a la línea de flotación de la doctrina católica y negar la Resurrección, ¿la polémica está servida?
M.A. He vendido millones de libros con temas de lo más variados y nunca ha estado en mi cabeza que este vaya a vender más por esta razón. Ya me han dicho de todo y estoy acostumbrada a todo tipo de palos; pero te aseguro que esa idea de la polémica no ha estado en mi cabeza en ningún momento. Yo no busco provocar y procuro no ofender a nadie. Yo no escribo Historia, no soy historiadora, me documento sobre hechos reales y, a partir de ahí, escribo una novela de ficción.
XL. Está claro que la Iglesia y el sexo son dos temas recurrentes para ser best sellers.
M.A. Yo he llevado el letrero best seller desde cuando era vergonzoso serlo. Cuando empecé a escribir género [aventura], solo lo hacía Arturo Pérez-Reverte en este país y él se llevó todas las bofetadas. O escribías literatura seria sin apellidos, como decía Cela, o eras escritor del género B. Los mandarines de la literatura dictaban desde los semanales de los periódicos qué libro era bueno y cuál era malo. ¡Y no había más! Para atreverse a hacerlo en aquella época, había que tener muchas narices porque era totalmente despreciable. Yo admiraba a Arturo que me abrió el camino, como admiraba a Umberto Eco por El nombre de la rosa.
XL. ¿Internet ha quitado fuerza a los mandarines, como usted los llama?
M.A. ¡Totalmente! La vida es muy larga y da muchas vueltas. El boca a boca ha sido lo que ha permitido que a mí me vaya bien. Con los críticos nunca me llevé, fueron durísimos conmigo con El salón de ámbar; y, como me dolieron y me hicieron mucho daño sus críticas, decidí no leerlos más. Me hicieron creer que estaba ofendiendo al mundo y haciendo daño a la humanidad... Pero tampoco leo las buenas, no vaya a ser que me hagan creer que soy una maravilla. Es mejor vivir al margen de esas cosas.
XL. Sobre si se tienen cubiertas las necesidades de por vida... reconozca que se ha hecho de oro.
M.A. También pago impuestos hasta aburrir. Ahora, Hacienda se lleva el 45 por ciento, pero se ha llevado el 52 por ciento de todo lo que he ganado. Cuando hacía números, pensaba: «¡Estoy pagando el alumbrado de todo el país!».
XL. Comentario recurrente: «¡Ya quisiera yo tener que pagar esa cantidad de impuestos!».
M.A. ¡Vale! Es verdad que he ganado mucho y no me duele pagar el alumbrado, lo que me duele es ver la corrupción que hay; lo que me cabrea y me indigna es que se lo lleven puesto. Si hay algo por lo que siento desprecio absoluto y no sé si se puede decir con la ley mordaza es por los políticos; por todos, por todo el arco. Esta gente nos ha engañado a todos: no creo en nadie ni en nada.
XL. En las últimas elecciones han empezado a gobernar partidos nuevos que parece que han hecho reaccionar a la casta.
M.A. No comparto los populismos, me parecen peligrosos, no estoy de acuerdo con ellos y no me gustan; pero creo que es bueno que hayan aparecido. Nuestra democracia todavía es joven y tenemos que pasar cosas que otros países más avanzados ya han vivido. Habíamos cogido un camino muy malo, el de la corrupción, y este revulsivo es el de la navaja que corta la parte podrida.
XL. Hablemos de sexo para relajar ánimos. En esta novela, poquito y solo entre casados.
M.A. Te digo como le dije a una lectora que se quejaba de lo mismo: «Hay literatura para todo. Léete Cincuenta sombras de Grey si quieres sexo». Yo disfruto al montar mis estructuras, mis puzles, mis piezas... mucho más que perdiendo el tiempo en describir escenas de sexo.
XL. ¿Es por pudor?
M.A. No, es porque no me sale; a lo mejor es que todavía llevo dentro algo de la madre beata que tuve.
XL. El perfil de protagonista femenino es el de una exmonja a la que le molesta cualquier gesto de cariño en público.
M.A. Tampoco lo planifico, voy escribiendo lo que va pidiendo el libro. Yo no estoy en contra del sexo ni soy una reprimida ni nada por el estilo, pero no me planteo que tenga que 'des-cri-bir' una acción sexual. Cada uno escribe lo que le sale.
XL. Pues esta vez le ha salido el guardia de la porra que lleva dentro.
M.A. ¡Lo que tú digas! [Risas]. Pero vamos a ver: si están dentro de una montaña metidos y en grupo, sorteando todo tipo de peligros..., ¿qué quieres? ¿Que se vayan dos a una esquina? ¡Pues no!
XL. ¡La vida misma! Más encerrados están en Gran Hermano y mire lo que pasa en cuanto se descuidan.
M.A. No veo Gran Hermano y no me dejo influir por determinadas cosas. Yo solo veo el telediario y, por la noche, el capítulo de alguna serie extranjera que me gusta y que he grabado durante el día. ¡Nada más! Vivo una vida de escritora bastante encerrada en su trabajo y procuro estar informada de lo que pasa, porque fui periodista, y eso no se deja de ser jamás. Yo no boto barcos, ni soy madrina de nada, ni leo pregones ni voy a comer con según qué gente.
XL. Sin duda, es una best seller muy atípica. Las escritoras de éxito se sueltan la melena, se suben a unos buenos tacones y derrochan glamour: María Dueñas, Carmen Posadas, J. K. Rowling, Camilla Läckberg...
M.A. ¡Ya! Ya las he visto y a mí me parece estupendo: escritoras y glamurosas, ¡genial!; pero es que a mí me duelen las piernas si me pongo tacones.
XL. ¡Como a todas!
M.A. ¡Ya! Pero es que yo no quiero sufrir, no he nacido para sufrir. Y créeme que los he llevado cuando mi madre me obligaba a ponerme faldas, medias y tacones. Y de ahí vino el momento de la rebelión: «Ni voy a misa contigo los domingos ni me pongo más tacones». Igual me pasaba con las medias, que me picaban las piernas. Por eso, un día mandé a la porra faldas, medias y tacones.
XL. Entiendo que ir vestida de John Wayne es mucho más cómodo, pero la gente trata de cuidar su imagen pública.
M.A. ¡Oye, que yo no voy como John Wayne! [Ríe]. Voy arregladita, voy mona: voy bien. Yo veo a todas esas mujeres que me has citado y me doy cuenta de que soy la escritora menos agraciada de las ferias y lo asumo. Siempre digo que mi encanto está en mi personalidad, no en mi físico: no soy alta, ni delgada ni estilosa, pero soy simpática.
XL. ¡Eso sí! Y mucho. Y también inteligente.
M.A. A cambio tengo la suerte de tener pocas arrugas; en eso he sacado la genética de mi madre: hasta los 70, ni una arruga, pero muchas canas. Genéticamente soy idéntica a ella.
XL. Y tampoco se tiñe las canas, muy en su línea.
M.A. ¿Me vas a hacer contarlo? [Se ríe]. Es que también me pica el tinte y no quiero aguantar el picor. Como ves, soy de poco sufrir.
XL. ¡Eso es una excusa! La mayor parte de los tintes ya no llevan amoniaco.
M.A. ¡Vale! Me gustan mis canas; todas mis hermanas las llevamos, y mi hermana Chus que es la segunda lleva melena y tiene unos mechones de canas preciosos. Pero a lo que íbamos: siempre he pensado que mi tarjeta de presentación son mis libros y tampoco creo que tenga una imagen tan desagradable. Lo que pasa es que yo no soy glamurosa ni tengo ganas de serlo, la verdad. No sé si vendería más libros por tener otra imagen; pero, si se vendieran, no estoy dispuesta a condicionar mi aspecto. Lo siento, cada uno es como es.
XL. Se sabe que es una mujer soltera, que no tiene hijos, aunque sí muchos sobrinos... y poco más de su vida privada.
M.A. ¡Porque fui periodista! [Ríe]. A veces me preguntan por qué no escribo sobre Alicante y siempre digo que porque aquí es donde están mis amigos, mi vida, mi familia, mis afectos, mi mundo... y los protejo exactamente igual que mi privacidad. Lo mismo que no me pongo bótox, la puerta de mi casa está cerrada. Es mi rinconcito y lo protejo con uñas y dientes. Pero también te diré que yo no me oculto, simplemente no hago bandera de nada.
XL. La mayoría de los lectores son mujeres, al igual que la mayor parte de las editoras... ¿Por qué desde Fernán Caballero hasta J. K. Rowling [Joanne Kathleen] las hay que siguen usando seudónimos masculinos?
M.A. Porque la jefatura de las empresas editoriales sigue estando en manos de hombres y porque las mujeres seguimos creyendo poco en nosotras mismas. Yo alucino en colores, pero no hay otra explicación porque nosotras sabemos que intelectualmente somos iguales a los hombres.
XL. Al final educamos, casi sin querer, con los mismos patrones con los que hemos sido educadas...
M.A. Es así. Pienso que la figura materna es fundamental para todos, quizá porque para mí lo ha sido, para lo bueno y para lo malo. La de mi padre no era una figura importante en mi familia. Me he pasado la vida enfrentándome a ella y, a la vez, adorándola. Ahora, a sus 78 años, solo es amor porque ya no es la misma. Me gustaría que siguiera siendo genio y figura, pero está perdiendo la cabeza y lo que me da más tristeza es que, habiendo sido una gran lectora, cuando acaba de leer un libro me dice: «Me lo voy a tener que volver a leer, porque ya no me acuerdo de nada».
XL. Cuentan que tiene un serio desencuentro con las productoras de cine y que ninguna de sus obras se ha llevado a la gran pantalla por la cantidad de problemas que pone.
M.A. Sé que los jóvenes son audiovisuales y que cada vez leen menos libros, que Internet ha cambiado nuestras vidas, que las novelas llevadas al cine adquieren otra dimensión, que es muy rentable para el escritor... Pero también quiero las cosas bien hechas y, cuando me plantean lo que quieren hacer con mis personajes, me aterrorizo y se me desencaja la mandíbula.
XL. Pero las novelas que ha mencionado como referentes han sido adaptadas al cine: Alatriste, El nombre de la rosa... Piense en El tiempo entre costuras, las películas de Harry Potter...
M.A. ¡Jo! Eres más dura que una piedra y tiras a matar [risas]. A lo mejor tengo un problema, sí; empezaré a admitirlo. El día que vea una adaptación que respete la esencia de lo que yo he escrito, habrá película. ¡Pero si lo estoy deseando!
XL. Y tiene otro problema, aunque de distinta índole: sufre ornitofobia, solo sale a pasear de noche y procura estar siempre en sitios cerrados.
M.A. Lo de los pájaros es otra cosa: es temor irracional a cualquiera de ellos, por pequeño que sea, porque pienso que me va a atacar. Lo tengo desde niña porque me picó una paloma y es horrible porque me limita mucho la vida. Por eso, a mí me van bien las noches, tanto para escribir como para salir, soy como los vampiros.
XL. Tampoco le gustan los aviones, ¿porque tienen forma de pájaro?
M.A. No, porque me da miedo morir, pienso que si me subo a un avión se va a estrellar. Antes de ser escritora, no tenía miedo a volar; creo que he desarrollado una fantasía tan enorme en mi cerebro que es la que me hace tener todos estos miedos.
XL. ¿Conduce?
M.A. Sí, bastante bien y me gusta correr, pero porque yo llevo el control; al piloto del avión no lo conozco. Corro cuando no hay peligro, no soy ninguna loca; soy una persona madura con la cabeza bien amueblada, pero con mis taras. No tengo ninguna gana de morirme y sé que voy a llegar a los cien años, me lo he propuesto.
XL Semanal. Es su novela número 13, ¿supersticiosa?
Matilde Asensi. ¡No me lo gafes! No había caído.
XL. En 15 años, 13 novelas...
M.A. Pero me las he currado todas. Con 'El regreso del Catón' han sido casi tres años.
XL. Dejó su trabajo como periodista de informativos en la radio e hizo una oposición de administrativa al Centro Valenciano de Salud para tener más tiempo libre y poder escribir.
M.A. Tenía clarísimo que me tiraba a la piscina, pero también que no podía seguir siendo periodista porque quería escribir novelas.
XL. Dos novelas sin encontrar quien se las publicara y empezó a escribir la tercera... ¿Era rica por su casa?
M.A. ¡Nooo! Mi padre era ATS; mi madre, ama de casa, y éramos cuatro hermanos: no sobraba el dinero. Mi abuelo fue periodista y quiso ser escritor, pero su sueño quedó roto por la guerra y eso quedó en la mitología de la familia.
XL. ¿Y usted decidió cumplirlo?
M.A. Fue mi madre la que quería que yo fuera escritora. ¡Es alucinante cómo se van cumpliendo los sueños de las madres! Ella me jaleaba mucho cuando ganaba todos los premios infantiles de literatura... ¡La manipulación materna!
XL. He leído que lo que realmente quería ser es espía.
M.A. Sííí, yo quería ser Mata Hari.
XL. No se enfade, pero... ¡nada más lejos! [Risas].
M.A. Es que no le añadía yo el componente erótico-sexual que tenía Mata Hari, solo veía que era una espía mujer.
XL. Pero ¿cómo iba a ser Mata Hari una alumna piadosa del colegio de las teresianas del padre Poveda?
M.A. Es que en Alicante solo había dos colegios de chicas Jesús María y teresianas y mi madre, que era muy religiosa, se quedó deslumbrada cuando conoció a unas monjas modernas y vestidas de calle; entonces decidió que cuando tuviera una hija la llevaría allí. ¡Soy el resultado de las decisiones de mi madre!
XL. Ahora, usted se declara abiertamente atea.
M.A. Es que las teresianas nos dieron la opción de dudar y yo he tenido la suerte de que mi madre era, a la vez que muy devota, una mujer muy dialogante a la que le gustaba hablar mucho con sus hijos, algo que no hacía mi padre. Aunque a ella no le sentaba nada bien que yo fuera tomando la derrota de la duda y del ateísmo, lo respetaba. Luego, me siguieron mis hermanos, y mi madre se resignó. Ella sigue siendo muy creyente, muy devota, muy de misa, pero los hijos no hemos tirado ninguno por ahí.
XL. Dejó de vivir con sus padres cuando se fue a Barcelona para estudiar Periodismo.
M.A. Cuando terminé la carrera y volví a Alicante, me instalé en un apartamento miserable de tres metros y medio porque quería ser independiente, aunque mi sueldo era igual de miserable que el apartamento.
XL. ¿Dejó el periodismo SER, RNE y EFE por buscar una vida mejor?
M.A. No era tanto por una cuestión económica como por lo que tenía que tragar en el terreno político. Aquí había mucha corrupción, pero no se podía contar nada; las cosas se sabían y se consentían. Se me hinchaba la vena de tragar y empecé a calcular cuántos años me quedaban de vida laboral. ¡Más de 40! Estaba claro que yo no iba a poder soportarlo y mi hígado me dijo: «¡Hasta aquí hemos llegado!».
XL. 'El último Catón', su tercera novela, supuso su consolidación como escritora. Con ella ha vendido casi cinco millones de ejemplares en todo el mundo. Catorce años después, 'El regreso del Catón' ¿es una apuesta segura?
M.A. Yo tenía El Catón cerrado, pero a través de las redes entré en contacto con miles de lectores que no paraban de pedirme su regreso; quizá porque a la gente le gusta la continuidad de las series y yo lo tenía comprobado con la trilogía Martín Ojo de Plata.
XL. Esta vez, los protagonistas buscan los osarios de Jesús, de sus hermanos y de la Virgen, apuntando a la línea de flotación de la doctrina católica y negar la Resurrección, ¿la polémica está servida?
M.A. He vendido millones de libros con temas de lo más variados y nunca ha estado en mi cabeza que este vaya a vender más por esta razón. Ya me han dicho de todo y estoy acostumbrada a todo tipo de palos; pero te aseguro que esa idea de la polémica no ha estado en mi cabeza en ningún momento. Yo no busco provocar y procuro no ofender a nadie. Yo no escribo Historia, no soy historiadora, me documento sobre hechos reales y, a partir de ahí, escribo una novela de ficción.
XL. Está claro que la Iglesia y el sexo son dos temas recurrentes para ser best sellers.
M.A. Yo he llevado el letrero best seller desde cuando era vergonzoso serlo. Cuando empecé a escribir género [aventura], solo lo hacía Arturo Pérez-Reverte en este país y él se llevó todas las bofetadas. O escribías literatura seria sin apellidos, como decía Cela, o eras escritor del género B. Los mandarines de la literatura dictaban desde los semanales de los periódicos qué libro era bueno y cuál era malo. ¡Y no había más! Para atreverse a hacerlo en aquella época, había que tener muchas narices porque era totalmente despreciable. Yo admiraba a Arturo que me abrió el camino, como admiraba a Umberto Eco por El nombre de la rosa.
XL. ¿Internet ha quitado fuerza a los mandarines, como usted los llama?
M.A. ¡Totalmente! La vida es muy larga y da muchas vueltas. El boca a boca ha sido lo que ha permitido que a mí me vaya bien. Con los críticos nunca me llevé, fueron durísimos conmigo con El salón de ámbar; y, como me dolieron y me hicieron mucho daño sus críticas, decidí no leerlos más. Me hicieron creer que estaba ofendiendo al mundo y haciendo daño a la humanidad... Pero tampoco leo las buenas, no vaya a ser que me hagan creer que soy una maravilla. Es mejor vivir al margen de esas cosas.
XL. Sobre si se tienen cubiertas las necesidades de por vida... reconozca que se ha hecho de oro.
M.A. También pago impuestos hasta aburrir. Ahora, Hacienda se lleva el 45 por ciento, pero se ha llevado el 52 por ciento de todo lo que he ganado. Cuando hacía números, pensaba: «¡Estoy pagando el alumbrado de todo el país!».
XL. Comentario recurrente: «¡Ya quisiera yo tener que pagar esa cantidad de impuestos!».
M.A. ¡Vale! Es verdad que he ganado mucho y no me duele pagar el alumbrado, lo que me duele es ver la corrupción que hay; lo que me cabrea y me indigna es que se lo lleven puesto. Si hay algo por lo que siento desprecio absoluto y no sé si se puede decir con la ley mordaza es por los políticos; por todos, por todo el arco. Esta gente nos ha engañado a todos: no creo en nadie ni en nada.
XL. En las últimas elecciones han empezado a gobernar partidos nuevos que parece que han hecho reaccionar a la casta.
M.A. No comparto los populismos, me parecen peligrosos, no estoy de acuerdo con ellos y no me gustan; pero creo que es bueno que hayan aparecido. Nuestra democracia todavía es joven y tenemos que pasar cosas que otros países más avanzados ya han vivido. Habíamos cogido un camino muy malo, el de la corrupción, y este revulsivo es el de la navaja que corta la parte podrida.
XL. Hablemos de sexo para relajar ánimos. En esta novela, poquito y solo entre casados.
M.A. Te digo como le dije a una lectora que se quejaba de lo mismo: «Hay literatura para todo. Léete Cincuenta sombras de Grey si quieres sexo». Yo disfruto al montar mis estructuras, mis puzles, mis piezas... mucho más que perdiendo el tiempo en describir escenas de sexo.
XL. ¿Es por pudor?
M.A. No, es porque no me sale; a lo mejor es que todavía llevo dentro algo de la madre beata que tuve.
XL. El perfil de protagonista femenino es el de una exmonja a la que le molesta cualquier gesto de cariño en público.
M.A. Tampoco lo planifico, voy escribiendo lo que va pidiendo el libro. Yo no estoy en contra del sexo ni soy una reprimida ni nada por el estilo, pero no me planteo que tenga que 'des-cri-bir' una acción sexual. Cada uno escribe lo que le sale.
XL. Pues esta vez le ha salido el guardia de la porra que lleva dentro.
M.A. ¡Lo que tú digas! [Risas]. Pero vamos a ver: si están dentro de una montaña metidos y en grupo, sorteando todo tipo de peligros..., ¿qué quieres? ¿Que se vayan dos a una esquina? ¡Pues no!
XL. ¡La vida misma! Más encerrados están en Gran Hermano y mire lo que pasa en cuanto se descuidan.
M.A. No veo Gran Hermano y no me dejo influir por determinadas cosas. Yo solo veo el telediario y, por la noche, el capítulo de alguna serie extranjera que me gusta y que he grabado durante el día. ¡Nada más! Vivo una vida de escritora bastante encerrada en su trabajo y procuro estar informada de lo que pasa, porque fui periodista, y eso no se deja de ser jamás. Yo no boto barcos, ni soy madrina de nada, ni leo pregones ni voy a comer con según qué gente.
XL. Sin duda, es una best seller muy atípica. Las escritoras de éxito se sueltan la melena, se suben a unos buenos tacones y derrochan glamour: María Dueñas, Carmen Posadas, J. K. Rowling, Camilla Läckberg...
M.A. ¡Ya! Ya las he visto y a mí me parece estupendo: escritoras y glamurosas, ¡genial!; pero es que a mí me duelen las piernas si me pongo tacones.
XL. ¡Como a todas!
M.A. ¡Ya! Pero es que yo no quiero sufrir, no he nacido para sufrir. Y créeme que los he llevado cuando mi madre me obligaba a ponerme faldas, medias y tacones. Y de ahí vino el momento de la rebelión: «Ni voy a misa contigo los domingos ni me pongo más tacones». Igual me pasaba con las medias, que me picaban las piernas. Por eso, un día mandé a la porra faldas, medias y tacones.
XL. Entiendo que ir vestida de John Wayne es mucho más cómodo, pero la gente trata de cuidar su imagen pública.
M.A. ¡Oye, que yo no voy como John Wayne! [Ríe]. Voy arregladita, voy mona: voy bien. Yo veo a todas esas mujeres que me has citado y me doy cuenta de que soy la escritora menos agraciada de las ferias y lo asumo. Siempre digo que mi encanto está en mi personalidad, no en mi físico: no soy alta, ni delgada ni estilosa, pero soy simpática.
XL. ¡Eso sí! Y mucho. Y también inteligente.
M.A. A cambio tengo la suerte de tener pocas arrugas; en eso he sacado la genética de mi madre: hasta los 70, ni una arruga, pero muchas canas. Genéticamente soy idéntica a ella.
XL. Y tampoco se tiñe las canas, muy en su línea.
M.A. ¿Me vas a hacer contarlo? [Se ríe]. Es que también me pica el tinte y no quiero aguantar el picor. Como ves, soy de poco sufrir.
XL. ¡Eso es una excusa! La mayor parte de los tintes ya no llevan amoniaco.
M.A. ¡Vale! Me gustan mis canas; todas mis hermanas las llevamos, y mi hermana Chus que es la segunda lleva melena y tiene unos mechones de canas preciosos. Pero a lo que íbamos: siempre he pensado que mi tarjeta de presentación son mis libros y tampoco creo que tenga una imagen tan desagradable. Lo que pasa es que yo no soy glamurosa ni tengo ganas de serlo, la verdad. No sé si vendería más libros por tener otra imagen; pero, si se vendieran, no estoy dispuesta a condicionar mi aspecto. Lo siento, cada uno es como es.
XL. Se sabe que es una mujer soltera, que no tiene hijos, aunque sí muchos sobrinos... y poco más de su vida privada.
M.A. ¡Porque fui periodista! [Ríe]. A veces me preguntan por qué no escribo sobre Alicante y siempre digo que porque aquí es donde están mis amigos, mi vida, mi familia, mis afectos, mi mundo... y los protejo exactamente igual que mi privacidad. Lo mismo que no me pongo bótox, la puerta de mi casa está cerrada. Es mi rinconcito y lo protejo con uñas y dientes. Pero también te diré que yo no me oculto, simplemente no hago bandera de nada.
XL. La mayoría de los lectores son mujeres, al igual que la mayor parte de las editoras... ¿Por qué desde Fernán Caballero hasta J. K. Rowling [Joanne Kathleen] las hay que siguen usando seudónimos masculinos?
M.A. Porque la jefatura de las empresas editoriales sigue estando en manos de hombres y porque las mujeres seguimos creyendo poco en nosotras mismas. Yo alucino en colores, pero no hay otra explicación porque nosotras sabemos que intelectualmente somos iguales a los hombres.
XL. Al final educamos, casi sin querer, con los mismos patrones con los que hemos sido educadas...
M.A. Es así. Pienso que la figura materna es fundamental para todos, quizá porque para mí lo ha sido, para lo bueno y para lo malo. La de mi padre no era una figura importante en mi familia. Me he pasado la vida enfrentándome a ella y, a la vez, adorándola. Ahora, a sus 78 años, solo es amor porque ya no es la misma. Me gustaría que siguiera siendo genio y figura, pero está perdiendo la cabeza y lo que me da más tristeza es que, habiendo sido una gran lectora, cuando acaba de leer un libro me dice: «Me lo voy a tener que volver a leer, porque ya no me acuerdo de nada».
XL. Cuentan que tiene un serio desencuentro con las productoras de cine y que ninguna de sus obras se ha llevado a la gran pantalla por la cantidad de problemas que pone.
M.A. Sé que los jóvenes son audiovisuales y que cada vez leen menos libros, que Internet ha cambiado nuestras vidas, que las novelas llevadas al cine adquieren otra dimensión, que es muy rentable para el escritor... Pero también quiero las cosas bien hechas y, cuando me plantean lo que quieren hacer con mis personajes, me aterrorizo y se me desencaja la mandíbula.
XL. Pero las novelas que ha mencionado como referentes han sido adaptadas al cine: Alatriste, El nombre de la rosa... Piense en El tiempo entre costuras, las películas de Harry Potter...
M.A. ¡Jo! Eres más dura que una piedra y tiras a matar [risas]. A lo mejor tengo un problema, sí; empezaré a admitirlo. El día que vea una adaptación que respete la esencia de lo que yo he escrito, habrá película. ¡Pero si lo estoy deseando!
XL. Y tiene otro problema, aunque de distinta índole: sufre ornitofobia, solo sale a pasear de noche y procura estar siempre en sitios cerrados.
M.A. Lo de los pájaros es otra cosa: es temor irracional a cualquiera de ellos, por pequeño que sea, porque pienso que me va a atacar. Lo tengo desde niña porque me picó una paloma y es horrible porque me limita mucho la vida. Por eso, a mí me van bien las noches, tanto para escribir como para salir, soy como los vampiros.
XL. Tampoco le gustan los aviones, ¿porque tienen forma de pájaro?
M.A. No, porque me da miedo morir, pienso que si me subo a un avión se va a estrellar. Antes de ser escritora, no tenía miedo a volar; creo que he desarrollado una fantasía tan enorme en mi cerebro que es la que me hace tener todos estos miedos.
XL. ¿Conduce?
M.A. Sí, bastante bien y me gusta correr, pero porque yo llevo el control; al piloto del avión no lo conozco. Corro cuando no hay peligro, no soy ninguna loca; soy una persona madura con la cabeza bien amueblada, pero con mis taras. No tengo ninguna gana de morirme y sé que voy a llegar a los cien años, me lo he propuesto.
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