Para entender Alconchel, lo mejor es subir hasta el castillo de
Miraflores y allí, desde lo alto, mientras Toni explica la fortaleza,
hacerse una composición de lugar. Toni es una joven graduada en Turismo
que muestra los tres recintos murarios del castillo: el central, con su
torre, del siglo IX (Abderramán II), el que convierte la atalaya en
castillo, del siglo XIII (Fernando III), y el baluarte exterior del
siglo XVII, defendiendo el lugar por su flanco menos abrupto, más
expuesto.
El castillo de Alconchel está preparado para celebrar congresos y
eventos y cuenta con diez habitaciones, listas para convertirse en
hospedería cuando acabe la crisis. Pero lo que nos interesa son los
aljibes, las almenas y, sobre todo, la situación estratégica de este
pueblo y de este castillo, punta de lanza de España o de Castilla en
Portugal durante siglos.
Porque hasta hace 200 años, Alconchel era el pueblo más rodeado de
España: Portugal lo envolvía por el norte (Olivenza), el este (Táliga) y
el oeste (fortalezas de Alandroal y Terena). Solo por el sur había
escapatoria hacia Villanueva del Fresno. Esta situación ha provocado
que, a lo largo de la historia, Alconchel haya recibido y haya dado
leña, estopa y caña sin tregua ni descanso. Aun cuando las guerras con
Portugal se habían acabado, no por ello acababan las desgracias porque
la ocupación del pueblo por las tropas de Franco el 25 de agosto de 1936
acabó con 110 alconcheleros fusilados en las tapias del cementerio (en
el bando contrario no se acredita ninguna víctima).
Las guerras y la geografía marcan el presente de Alconchel. Así, su
museo está enclavado en una antigua cárcel, donde eran recluidos los
contrabandistas, su casa de cultura ha aprovechado la prisión donde
fueron encerrados los presos republicanos en 1936 y su iglesia ha
perdido el retablo del Divino Morales por culpa de las guerras contra
los portugueses.
Ese carácter de punta de lanza fronteriza, que siempre provoca cierto
aislamiento, se troca en ventaja a la hora de la etnografía. Así,
Alconchel conserva un conjunto de fiestas tradicionales, que convierten
el pueblo no solo en uno de los más sandungueros de Badajoz, sino en uno
de los que celebran festejos más particulares. Por ejemplo, Los Mastros
en junio, la noche de San Juan, cuando se queman monigotes con
alegorías satíricas. Por ejemplo, La Zaragatúa Mora, una fiesta en torno
a la historia de este monstruo o coco exclusivo de los niños
alconcheleros. Por ejemplo, El Entregá o juego de lanzamiento de botijos
y cántaros viejos en corros populares. Por ejemplo, Los Tosantos, que
así se llama la tradicional fiesta de las castañas del uno de noviembre,
que en Alconchel incluye higos y nueces, lo cual es lógico pues esta es
tierra de nogales hasta el punto de que varios vecinos del pueblo
trabajan en la finca de nueces y pistachos que Borges tiene más allá de
Olivenza.
Alconchel llegó a tener 4.570 habitantes en 1960. Después, la
emigración y el pueblo quedó diezmado: hoy viven en Alconchel 1.790
vecinos que cuentan con un alcalde del PSOE, Óscar Díaz, que tiene 39
años y es arqueólogo, profesión muy útil para gobernar un pueblo que
cuenta con tanta historia detrás. De ese pasado provienen las minas de
Las Herrerías, de hierro y cobre, donde se vuelven a hacer
prospecciones.
Alconchel tiene instituto, cuatro entidades bancarias, cuatro
supermercados y cuatro talleres; tres peluquerías, tres ferreterías y
tres panaderías... Y así, de cuatro en cuatro y de tres en tres, el
pueblo resiste, revive y mantiene un encanto que se fraguó cuando era
punta de lanza y eclosiona ahora, cuando es punta de comarca.
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