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La escritora Julia Navarro, con casi cinco millones de libros vendidos, decidió hacer un cambio en su registro narrativo para viajar al fondo del ser humano en su nueva novela "Historia de un canalla", ambientada en Nueva York por ser el paradigma de las campañas publicitarias o las nuevas tecnologías.
Con una tirada de 300.000 ejemplares, una cifra de vértigo, llega hoy esta "Historia de una canalla" a las librerías de España, publicada por Plaza y Janés, de Penguin Random House, y a lo largo de la primavera saldrá en América Latina.
En Estados Unidos, el libro estará en las librerías en marzo, editada por Vintage español en marzo.
Un libro que Julia Navarro presentó en Nueva York, otro personaje más de la novela, y la ciudad de las oportunidades, donde el mundo de los grandes grupos de la comunicación y la publicidad irradian tanto los buenos haceres como sus malas practicas al resto del mundo, explicó la autora superventas en una entrevista con Efe.
"Nueva York es una ciudad muy individualista y creo que las ciudades cada vez lo son más. Cada persona va a lo suyo y la única preocupación es triunfar. Una situación que crea individualismo, poca empatía y gente solitaria. La verdad me horroriza pensar en ese tipo de sociedad", argumentó esta autora que ha dedicado 35 años de su vida al periodismo, antes de ser una "best seller".Así, la autora de novelas tan exitosas como "La Hermandad de la Sában Santa", "La Biblia de barro" o "La sangre de los inocentes", contextualizó su historia más humana en Nueva York y Londres para plasmar su reflexión sobre el mal, en un libro que comienza cuando un niño, de unos siete u ocho años, que camina por la calle junto a su hermano y su niñera ve un bulto junto a la acera.
Una maldad que solo es el presagio de otras muchas que llevara a cabo este protagonista que al final de su vida asegura que no se arrepiente de nada de lo que ha hecho.
"Ese no me arrepiento de nada que dice mucha gente es lo que me ha guiado para bucear en ese comportamiento -sostiene la autora-; yo siempre me arrepiento de algo, porque pienso que siempre se pueden mejorar cosas".
"El protagonista no se arrepiente de nada y es consciente del impacto que ha tenido su comportamiento en los demás. Sabe que las cosas hubieran ido de otra manera si el hubiera hecho las cosas de diferente modo", añade.
"Pero otro elemento del que quería hablar -advierte- es el cambio en el mundo de la comunicación en los últimos 30 o 40 años que ha cambiado a su vez el paradigma de la sociedad, su impacto ha sido enorme".
"La comunicación -continúa- se ha profesionalizado, no solo ante los medios de comunicación sino a través de las grandes empresas de comunicación, que lo mismo sirven para vender un coche que para vendernos una sociedad de consumo permanente. Antes que ciudadanos nos hacen consumidores", dice.
TITULO: ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - UN OSCAR FUNDIDO A NEGRO,.
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Son los dos rostros más internacionales del cine español. Almodóvar vuelve con su musa, Penélope Cruz, la primera española en ganar un Oscar. 'Los abrazos rotos' es su incursión en el género negro. El director nos descubre los secretos -y los dolores- que se esconden detrás de este canto al amor loco.
Un cineasta paralizado por una accidental ceguera, una mujer perseguida por la fatalidad, el amour fou, la muerte y el cine, esa misteriosa pasión capaz de redimirlo todo o casi todo. Con Los abrazos rotos, Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1951) vuelve al noir, un género en el que, según él, caben el thriller, el drama y el humor.
Los abrazos rotos es su película número 17 y una de las más complejas de su filmografía. "Un drama seco", dice el director. "Aquí, los personajes ya han llorado lo que tenían que llorar, pero fue antes de que empezara la película". Amor loco a tres y cuatro bandas. Y en el eje, Penélope Cruz en su primer estreno tras obtener, el 22 de febrero, el Oscar a la mejor actriz de reparto. Ella es Lena, de la que están locamente enamorados su marido, el magnate Ernesto Martel (José Luis Gómez), y el cineasta Mateo Blanco (Lluís Homar), alias Harry Cane. Entre ellos, un pasado reducido a un puzzle de pedazos rotos que se esconde en un cajón que sólo conoce Judith (Blanca Portillo).
En su despacho de El Deseo, el director da el visto bueno al cartel definitivo del filme (un guiño sutil a Warhol en el rostro dramático de la omnipresente Penélope Cruz), estrena un jersey de Hermès verde manzana y bebe un café americano. Por delante, casi dos horas de conversación en las que habla de sus migrañas (oscuro dolor donde nació esta nueva película), del futuro del cine, de la España del pelotazo, de su amiga y musa Blanca Sánchez (fallecida hace un año) y de la parálisis de la fama: "Suena extraño, pero ya no puedo pararme en la calle".
La película nace de unos dolores de cabeza terribles, algo de lo que no le gusta hablar demasiado.
Lo que no me gusta es quejarme. Mis dolores de cabeza vienen de lejos, pero la cosa empeoró en la gira de promoción de Volver, en 2006. Casi todos los días los padecía; los combatía con un cóctel de analgésicos que me traían de Argentina que se llama Migral. Según me enteré después, si abusas, y yo abusaba, tiene el efecto contrario: produce cronicidad.
¿Cómo se manifiestan esos dolores? Los dolores de tipo migrañoso se anuncian antes de irrumpir de manera irrefrenable; por eso hay que tomar el analgésico cuando empiezas a sentir, de modo casi imperceptible pero con claridad, que el dolor está llegando. A esta sensación premonitoria, cada paciente le da un nombre distinto; yo le llamo "rumor". Y es infalible; lo he comprobado en múltiples ocasiones en que he esperado para ver cómo se desarrollaba el dolor. A veces te invade en media hora, a veces tarda dos o tres. No tiene nada que ver con las jaquecas o cefaleas, es como comparar un boquerón con un tiburón. La migraña aparece en la parte posterior de la cabeza, en la base de los occipitales, y se extiende por los lados, a veces con una intensidad insoportable. Cuando es muy intensa, incluso cuando es de intensidad media, no soportas la luz, por lo que desaparece la posibilidad de ver la televisión, el ordenador, o simplemente leer. Y, por supuesto, escribir. Tampoco te permite charlar. Tu sensibilidad está absolutamente dominada por el dolor. No existe nada más.
El personaje del cineasta ciego, interpretado por Lluís Homar, nace de este dolor, de esa ceguera.
La migraña es una enfermedad misteriosa. Son tantas las causas que la provocan y dependen de tantas circunstancias que acertar es poco menos que casual. Poco a poco me fui acostumbrando a la idea de que mis problemas no tendrían una solución inmediata. En el silencio y en la oscuridad, sin darme cuenta, empecé a imaginar situaciones y personajes. Así apareció Mateo Blanco, en ese momento claramente mi álter ego, un director de cine que vive en la oscuridad. Ciego. Empecé a tomar notas a lápiz en la habitación. Es interesante descubrir que el dolor no anula la imaginación. Al final de 2007 noté una ligera mejoría. Sin darme cuenta, me encontré con que había terminado el guión de Los abrazos rotos.
La fotofobia derivada de las migrañas, ¿no fue un problema a la hora de rodar?
Soporté la fotofobia ante los mil kilovatios con los que el director de fotografía Rodrigo Prieto había decidido achicharrarnos. Me protegía con gafas negras y sombreros, con lo mal que me sientan, intentando todo el tiempo que no me llegara la luz. Mi vida ha estado siempre llena de paradojas, desde mi más tierna infancia. No me parecía extraño padecer fotofobia y a la vez trabajar con la luz. Porque el cine es luz. Ya se lo dijo Joseph von Sternberg a Marlene Dietrich antes de que ella se entregara a una dieta devastadora para ofrecerle el rostro más anguloso posible a su creador. Sternberg la convenció de que no se sacrificara, que esos ángulos que la harían inmortal los crearía él con la luz. ¡Y vamos si lo consiguió! Sólo interrumpí un día el rodaje por un dolor insoportable, y lo corté cuando quedaban dos horas para terminar la jornada. Lo cual me demuestra que de momento la mejor terapia para mí es rodar. Es lo que debería seguir haciendo. Octubre, noviembre y diciembre pasados, sin embargo, han sido meses muy malos. Ha sido una posproducción muy dura.
Uno de los personajes principales es un millonario, un magnate que se hace productor de cine para concederle a su mujer el capricho de ser actriz. Es un prototipo de la 'cultura del pelotazo'.
¡Hay tantos magnates que han pagado películas a sus queridas! Mi experiencia con hombres poderosos, esos ricos que se meten a hacer cine, ha sido nefasta. Pero no deja de parecerme conmovedor que desde Ciudadano Kane hasta hoy en día sigan existiendo esos hombres, diletantes, amantes del arte pero básicamente muy catetos, capaces de pagar el capricho de ser actriz a una mujer si con eso consiguen retenerla a su lado. Son hombres que se condenan a un doble fracaso: primero, porque la persona a la que aman no tiene talento, y segundo, porque esa persona se irá igualmente de su lado. En Los abrazos rotos, al personaje de Penélope no le basta con vivir en un palacio atada a cadenas de oro. En este caso, además de actriz, es buena, y tiene escrúpulos. De todas formas, aunque los personajes puedan estar inspirados en personas que yo he conocido, no se trata de cine terapéutico, ni de revancha, ni de ajuste de cuentas con nada ni con nadie. Ni siquiera una película tan anticlerical como La mala educación era antirreligiosa.
Esa España del pelotazo en la que transcurre parte de la trama de 'Los abrazos rotos' parece que está otra vez de actualidad.
Es que nunca se fue. Es increíble cómo se repiten estos tipos, y lo que más me sorprende es que no se hayan hecho más películas sobre ellos. En otros países, como Italia, ya habría varias. Aunque a mí lo que me interesa es la magnitud de los sentimientos de estos hombres.
Sentimientos que giran alrededor del personaje de Penélope Cruz, en un papel que probablemente es el más maduro de su carrera.
Es un papel que teóricamente no le va y por eso le ha costado mucho, pero a la vez es la ocasión en la que muestra más versatilidad, y yo no puedo estar más contento. De alguna manera quería forzarla a un registro nuevo, al de esa heroína del noir que tanto me gusta. Ella es joven para entender del todo a este tipo de mujer, una mujer de 38 años muy baqueteada, que por su belleza ha caído en muchas trampas. Una mujer que siempre quiso ser actriz pero no tuvo suerte, que trabaja de secretaria, y de prostituta de vez en cuando, pero que no le interesa medrar, que no es la arribista que quiere ligarse al jefe. Es un ángel caído, una mujer endurecida por su trayectoria. Y eso era complejo para Penélope, porque está muy lejos de ella que ahora mismo explota vitalidad y de las relaciones que ha podido tener. Penélope ha sufrido, claro, pero no ha estado en contacto con algo tan tremendo como el personaje. Pero yo estaba seguro de que podía hacerlo y ella confía enormemente en mí. Creo que, además, en este momento, después de demostrar lo gran comedianta que es en la película de Woody Allen, le viene muy bien este personaje.
Es un personaje muy triste.
Sí, y a mí me daba mucha pena, porque no podía hacer nada para salvarla. No sé, cuando escribes hay muchas cosas que no se pueden decidir. Y ésa era una de ellas. Penélope, además, se mueve perfectamente por las distintas etapas del personaje. Da perfecta como chica pop vestida de Pierre Cardin, y después con ese Chanel maravilloso de cadenas doradas, y con ese otro, de 1994, ¡tan de nueva rica!
El año 2008 ha sido muy malo para el cine español. En 2009 se prevén cifras mejores gracias a este estreno, el de Alejandro Amenábar, el de Isabel Coixet, Fernando Trueba...
Los primeros datos de 2009 están siendo muy distintos a los de 2008. Se ha medido la tendencia en enero y febrero, y la taquilla del cine está subiendo, así que las cifras mejorarán, y no es porque vayamos a estrenar Amenábar, Trueba, Sánchez Arévalo o yo. La crisis está afectando positivamente al cine. La gente deja de ir a cenar, pero quiere seguir saliendo a la calle, y el cine es un entretenimiento asequible, bueno para estos tiempos. Sobre la bajada de espectadores, creo que la piratería tiene muchísimo que ver. Sin duda. Vivimos en un cambio muy fuerte en todo lo relacionado con el consumo de imágenes y sólo hay una salida: estructurar ese consumo. Yo no creo que el cine en la sala esté muerto, como no creo que estén muertos los periódicos, algo que también se está diciendo ahora. Yo no me voy a una cafetería a leer el periódico con mi ordenador, y como yo, mucha gente. Hay muchas cosas paradójicas, como la de que veo mucho mejor las películas en mi televisión de plasma que en una sala de cine, y eso me da escalofríos, porque a mí lo que me gusta es ir al cine, sentarme con otras personas que no conozco. Las nuevas tecnologías dan una calidad extrema para ver el cine en casa, pero, a la vez, esas mismas tecnologías y la cantidad de posibles ventanas están maleducando el gusto de los jóvenes y han degradado el producto cinematográfico, de igual manera que lo han degradado en la música los iPods.
Esta película es una historia de amor loco a tres bandas, o incluso a cuatro, pero usted incluye una secuencia de 'Viaje a Italia (Te querré siempre)', de Rossellini, en la que Ingrid Bergman no puede estar más lejos de ese tipo de amor, una mujer que al contemplar a una pareja que ha muerto carbonizada y abrazada, piensa en el deterioro y la mezquindad de su propio matrimonio.
Hay dos emociones en esa escena que me interesan. Una es la de Ingrid Bergman al ver que su matrimonio no se parece en nada a esa pareja carbonizada por la lava del volcán; esa emoción coincide con Magdalena / Penélope al ver a una pareja a la que la muerte ha sorprendido durmiendo juntos y abrazados. Y luego está la de Lluís Homar, que quiere congelar en una foto ese abrazo suyo con Penélope y cuya voz también nos recuerda su deseo no cumplido de morir abrazado a ella. Frente a todo esto, lo que subyace en esta película es la mala suerte, una mala fortuna que contagia a todos los personajes, aunque recae especialmente en ella. Pese a todo, creo que es una de las películas que he hecho con final más feliz.
Y ahí entra el cine, con su capacidad redentora. El cine lo ordena todo y también lo cura todo. Quizá el gran amor de esta película es ése: el cine.
El cine es una pasión irracional, todo mi cine está impregnado de cine y el cine es para mí la realidad. Toda la película es un canto de amor a esta profesión, que es algo más que un trabajo: es una forma de vida. Pero eso no estaba cuando escribí el guión, eso surgió poco a poco. Las intenciones no siempre están desde el principio, van saliendo. Y sí, siento que es la primera vez que hago una declaración tan expresa de amor al cine; no con una secuencia en concreto, sino con toda una película. Huston rodó Los muertos en una silla de ruedas y enganchado a un catéter. Ésa no es una imagen patética, sino armónica, de gran belleza. Yo me veo exactamente así a su edad.
'Los abrazos rotos' es un drama con tintes negros. Un género que ya tocó en 'Carne trémula' y luego en 'La mala educación'. ¿Por qué esa fascinación por este género?
En mi madurez me he ido interesando por los géneros, y uno me ha llevado a otro. Por ejemplo, jamás vi un western de pequeño y sin embargo me ha ido interesando más y más hasta convertirse en uno de mis géneros favoritos. Y no hago uno porque no se me ocurre.
Tenía una idea -sobre dos vaqueros homosexuales-, pero luego se la pisaron.
[Risas]. Bueno, bueno, ésa es otra historia. El caso es que el drama y el melodrama siempre me han gustado, desde muy joven. Y al cine negro llego precisamente desde ahí. El cine negro es drama con un poquito más de oscuridad, con alguna pistola y algún muerto. Cuando el drama y el noir se pisan, conviven perfectamente y el drama se convierte en algo muy duro. El género negro se permite tener sentimientos. Yo siempre cito Que el cielo la juzgue, de John M. Stahl, como la unión perfecta del melodrama con el thriller, y la convivencia de esos dos géneros me parece terriblemente atractiva, como director y como espectador.
Pero habría que sumar un tercer género: la comedia. Porque en la película hay al menos dos escenas, la de la lectura de labios de Lola Dueñas y la final de Carmen Machi, que son pura comedia.
Es que el thriller admite mucha ironía; lo que admite menos es la carga sentimental. Pero Laura es una gran historia de amor, como lo es Retorno al pasado. No hay mayor historia de amor que la de ese hombre que interpreta Robert Mitchum. Me encanta ese thriller que no sólo no evita los sentimientos, sino que los hace aún más patentes y rotundos. Me encantaría, además, que hubiera canciones, que también las hay en el thriller, y que yo espero incluir algún día. Viendo los grandes noir de John Huston o de Howard Hawks, los diálogos son pura ironía, los de ellos y los de ellas. Para mí, El halcón maltés es alta comedia. ¡Con esa mujer, Mary Astor, que miente cada vez que abre la boca! Así que claro que el thriller admite el humor. Por eso, yo recurro a esa lectora de labios que interpreta Lola Dueñas y me permito el humor.
Se supone que debería ser uno de los momentos más dramáticos de la película.
La idea me vino de la boda de nuestros príncipes doña Leticia y don Felipe y de una idea que tuvo una canal de televisión, creo que Tele 5, de leerles los labios durante la ceremonia. Fue ese gran momento, cuando estaban en el punto álgido del sacramento, en el que ella le dijo a él: "Es todo tan hermoso". A partir de ese momento, yo me dije que la persona que había leído los labios se merecía un personaje en alguna de mis películas. Y así surgió la idea. Luego se ha utilizado mucho, en entrenamientos de fútbol o entre políticos, pero a mí me impresionó mucho aquella vez de la boda por lo tópico de la frase. Recuerdo que cuando ensayé, en este mismo despacho, la escena por primera vez, José Luis [Gómez] se cabreó mucho porque se estaba dando cuenta de que Lola le robaba la escena.
José Luis Gómez interpreta a ese magnate enamorado de Lena (Penélope Cruz) y es el padre de Ray X (Rubén Ochandiano). La película habla mucho de paternidades conflictivas, incluso el personaje que interpreta Lluís Homar relata el caso, recientemente conocido, de Arthur Miller y su hijo secreto Daniel.
La historia del hijo de Arthur Miller, como la del hijo de Heming-way, me sirve para hablar de esos padres enormes que aplastan a sus hijos. En la creación del personaje de Ray X hay ecos de la historia de Hemingway y su hijo Gregory, al que le gustaban de niño el contacto de la seda y el tafetán, y que después de beber más que el padre, cazar elefantes más grandes que los que él cazaba y tener más hijos de los que el escritor tuvo, acabó cambiándose de sexo cuando tenía casi 60 años, 15 después de que su padre muriera. La historia del hijo de Arthur Miller también me parece terrible, ese niño con síndrome de Down al que nunca quiso ver y que años más tarde se acerca a su padre, después de una conferencia, para presentarse. Es sobrecogedor.
En la película hay un homenaje explícito a casi todas las 'chicas Almodóvar': Chus Lampreave, Kiti Manver, Mariola Fuentes, Lola Dueñas, Blanca Portillo y, por supuesto, Penélope Cruz. Usted dice que la mayor parte de los papeles femeninos que ha escrito son una mezcla de su madre y sus vecinas de La Mancha, con Holly Golightly, la Giulietta Masina de 'La strada' y la Shirley MacLaine de 'El apartamento'.
Falta una, Blanca Sánchez, que ha fallecido recientemente y de la que, por pudor, he hablado poco. En realidad, mi gran fuente de inspiración han sido mi madre y sus vecinas, y Blanca. Ella representaba a todas esas mujeres modernas y urbanitas, echadas para adelante, sin prejuicios y enormemente vitales. Cinematográficamente añadiría a la Gena Rowlands de Opening nights y a Romy Schneider, a la que le hago un pequeño homenaje en la película. Pero Blanca era más del tipo Holly Golightly, sin ser prostituta, claro.
¿Y cómo era Blanca?
Enormemente sofisticada y moderna, y, a la vez, terriblemente ingenua para el amor. Ella representa a esas mujeres listísimas que se desenvuelven por igual en todos los ambientes, de los más altos a los más bajos. Recuerdo que Blanca se compró en Londres todos los modelos que lucía Cecilia en Laberinto de pasiones y rodamos Pepi, Luci, Bom... en su casa. Ella me inspiraba tantas cosas... Era una chica finísima, muy culta, de muy buena familia; sabía muchísimo de arte, y gracias a ella, la galería Vijande montó la exposición de Andy Warhol.
¿Ella inspiró a la Candela (María Barranco) de 'Mujeres...', ¿no?
Sí. Yo no pude poner la verdad, que los chiíes (algo que con el tiempo casi ha resultado más acertado) habían sido terroristas etarras. Pero sí, ella se enamoró de un hombre sin saber que era un terrorista y que la estaba utilizando. Él metió a otros etarras en su casa, porque Blanca era generosísima, y allí prepararon sin ella saberlo un asalto a la cárcel de Carabanchel para liberar a otros presos. Aquello le costó a Blanca, que era inocente, nueve meses de cárcel. Cuando salió, ya nunca fue la misma. Yo iba a visitarla y volvía hundido. Pero lo increíble era su ingenuidad para el amor. Cuando se destapó lo de los etarras, lo que ella no podía entender, y lo que la destrozó, era que aquel hombre no hubiese confiado en ella, le daba igual todo lo demás. Lo que le dolía era que su amante no había tenido la confianza suficiente como para decirle en la cama la verdad. Yo no daba crédito y le decía: "Pero Blanca, mujer, que era un etarra". Aquello cambió de manera radical su relación con los hombres y la cárcel la marcó. Recuerdo que antes de entregarse al juez me llamó por teléfono para que sacara de la casa, de mi vieja habitación, porque yo viví bastante tiempo con ella, las cajas y cajas de turrones y chocolates que los etarras habían comprado para llevarse por Navidad. Ella sólo me decía que no me preocupara por ella, pero que, por favor, sacara todo aquello de su casa. Lo absurdo, esas paradojas que me pasan en la vida, es que yo, que no sabía qué hacer con aquel arsenal de dulces navideños, se los di a mi cuñado, que era guardia civil y que se pasó las navidades papeándose los turrones y chocolates que habían comprado los etarras.
¿Por qué era una amistad tan fuerte?
Pues porque ella era más consciente de mí mismo que yo. Tenía una fe ciega en mí. En una entrevista, el guionista de Mujeres de-
sesperadas decía que si en la vida conoces a fondo a una mujer, a una sola mujer, puedes escribir sobre mujeres toda tu vida. Pues yo a Blanca la conocí al cien por cien, y por eso tantas, tantísimas veces, mi referencia ha sido ella. Su generosidad sin límites, su inteligencia, su capacidad para arriesgarse en la vida, su enorme discreción, ella nunca alardeó de nuestra amistad...
Alguna vez se ha quejado de cómo la fama ha modificado su relación con el mundo.
La fama me afecta en el sentido de que no me puedo quedar quieto en la calle. Si tengo una cita con alguien, no puedo esperar en ningún sitio. A mí no me importa hablar con la gente que se me acerca por la calle, pero no puedo con las fotografías de los móviles; ése es el peor invento que existe. Yo ya he renunciado hace tiempo a manifestarme tal y como soy en la calle o en el bar. No poder llorar si tienes un problema... Es sin duda una pérdida enorme. La única costumbre con la que no he roto es la de ir dos o tres veces por semana al cine. Pero apenas voy a bares, sobre todo por lo de las migrañas, no porque me falten ganas de salir, que no me faltan.
Por cierto, ¿ahora cómo va esa cabeza?
Un misterio. Los neurólogos no acaban de ver bien el origen, así que sólo me falta acudir a la santería y, desde luego, estoy dispuesto a hacerlo. Pero es que, además, junto a las migrañas, tengo ahora otra dolencia que es directamente de ciencia-ficción: tengo pitidos que son como niños gimiendo en mi pecho; se llama broncoespasmo. Y otra más que se llama acúfenos o tinnitus, y que es un pitido muy intenso que al parecer no existe y que genera tu cerebro. Yo, encima, lo tengo en el oído bueno y es como una chicharra agudísima que te impide escuchar al de al lado. No son dolencias orgánicas, ni psicosomáticas; son muy misteriosas y, desde luego, te pueden fastidiar directamente la vida. Aunque yo, al menos, espero sacarles partido y ponérselas algún día a otro personaje, a algún tipo realmente malvado, uno de esos cuyo organismo se rebela.
'Los abrazos rotos' se estrena en España el 18 de marzo.
Los abrazos rotos es su película número 17 y una de las más complejas de su filmografía. "Un drama seco", dice el director. "Aquí, los personajes ya han llorado lo que tenían que llorar, pero fue antes de que empezara la película". Amor loco a tres y cuatro bandas. Y en el eje, Penélope Cruz en su primer estreno tras obtener, el 22 de febrero, el Oscar a la mejor actriz de reparto. Ella es Lena, de la que están locamente enamorados su marido, el magnate Ernesto Martel (José Luis Gómez), y el cineasta Mateo Blanco (Lluís Homar), alias Harry Cane. Entre ellos, un pasado reducido a un puzzle de pedazos rotos que se esconde en un cajón que sólo conoce Judith (Blanca Portillo).
En su despacho de El Deseo, el director da el visto bueno al cartel definitivo del filme (un guiño sutil a Warhol en el rostro dramático de la omnipresente Penélope Cruz), estrena un jersey de Hermès verde manzana y bebe un café americano. Por delante, casi dos horas de conversación en las que habla de sus migrañas (oscuro dolor donde nació esta nueva película), del futuro del cine, de la España del pelotazo, de su amiga y musa Blanca Sánchez (fallecida hace un año) y de la parálisis de la fama: "Suena extraño, pero ya no puedo pararme en la calle".
La película nace de unos dolores de cabeza terribles, algo de lo que no le gusta hablar demasiado.
Lo que no me gusta es quejarme. Mis dolores de cabeza vienen de lejos, pero la cosa empeoró en la gira de promoción de Volver, en 2006. Casi todos los días los padecía; los combatía con un cóctel de analgésicos que me traían de Argentina que se llama Migral. Según me enteré después, si abusas, y yo abusaba, tiene el efecto contrario: produce cronicidad.
¿Cómo se manifiestan esos dolores? Los dolores de tipo migrañoso se anuncian antes de irrumpir de manera irrefrenable; por eso hay que tomar el analgésico cuando empiezas a sentir, de modo casi imperceptible pero con claridad, que el dolor está llegando. A esta sensación premonitoria, cada paciente le da un nombre distinto; yo le llamo "rumor". Y es infalible; lo he comprobado en múltiples ocasiones en que he esperado para ver cómo se desarrollaba el dolor. A veces te invade en media hora, a veces tarda dos o tres. No tiene nada que ver con las jaquecas o cefaleas, es como comparar un boquerón con un tiburón. La migraña aparece en la parte posterior de la cabeza, en la base de los occipitales, y se extiende por los lados, a veces con una intensidad insoportable. Cuando es muy intensa, incluso cuando es de intensidad media, no soportas la luz, por lo que desaparece la posibilidad de ver la televisión, el ordenador, o simplemente leer. Y, por supuesto, escribir. Tampoco te permite charlar. Tu sensibilidad está absolutamente dominada por el dolor. No existe nada más.
El personaje del cineasta ciego, interpretado por Lluís Homar, nace de este dolor, de esa ceguera.
La migraña es una enfermedad misteriosa. Son tantas las causas que la provocan y dependen de tantas circunstancias que acertar es poco menos que casual. Poco a poco me fui acostumbrando a la idea de que mis problemas no tendrían una solución inmediata. En el silencio y en la oscuridad, sin darme cuenta, empecé a imaginar situaciones y personajes. Así apareció Mateo Blanco, en ese momento claramente mi álter ego, un director de cine que vive en la oscuridad. Ciego. Empecé a tomar notas a lápiz en la habitación. Es interesante descubrir que el dolor no anula la imaginación. Al final de 2007 noté una ligera mejoría. Sin darme cuenta, me encontré con que había terminado el guión de Los abrazos rotos.
La fotofobia derivada de las migrañas, ¿no fue un problema a la hora de rodar?
Soporté la fotofobia ante los mil kilovatios con los que el director de fotografía Rodrigo Prieto había decidido achicharrarnos. Me protegía con gafas negras y sombreros, con lo mal que me sientan, intentando todo el tiempo que no me llegara la luz. Mi vida ha estado siempre llena de paradojas, desde mi más tierna infancia. No me parecía extraño padecer fotofobia y a la vez trabajar con la luz. Porque el cine es luz. Ya se lo dijo Joseph von Sternberg a Marlene Dietrich antes de que ella se entregara a una dieta devastadora para ofrecerle el rostro más anguloso posible a su creador. Sternberg la convenció de que no se sacrificara, que esos ángulos que la harían inmortal los crearía él con la luz. ¡Y vamos si lo consiguió! Sólo interrumpí un día el rodaje por un dolor insoportable, y lo corté cuando quedaban dos horas para terminar la jornada. Lo cual me demuestra que de momento la mejor terapia para mí es rodar. Es lo que debería seguir haciendo. Octubre, noviembre y diciembre pasados, sin embargo, han sido meses muy malos. Ha sido una posproducción muy dura.
Uno de los personajes principales es un millonario, un magnate que se hace productor de cine para concederle a su mujer el capricho de ser actriz. Es un prototipo de la 'cultura del pelotazo'.
¡Hay tantos magnates que han pagado películas a sus queridas! Mi experiencia con hombres poderosos, esos ricos que se meten a hacer cine, ha sido nefasta. Pero no deja de parecerme conmovedor que desde Ciudadano Kane hasta hoy en día sigan existiendo esos hombres, diletantes, amantes del arte pero básicamente muy catetos, capaces de pagar el capricho de ser actriz a una mujer si con eso consiguen retenerla a su lado. Son hombres que se condenan a un doble fracaso: primero, porque la persona a la que aman no tiene talento, y segundo, porque esa persona se irá igualmente de su lado. En Los abrazos rotos, al personaje de Penélope no le basta con vivir en un palacio atada a cadenas de oro. En este caso, además de actriz, es buena, y tiene escrúpulos. De todas formas, aunque los personajes puedan estar inspirados en personas que yo he conocido, no se trata de cine terapéutico, ni de revancha, ni de ajuste de cuentas con nada ni con nadie. Ni siquiera una película tan anticlerical como La mala educación era antirreligiosa.
Esa España del pelotazo en la que transcurre parte de la trama de 'Los abrazos rotos' parece que está otra vez de actualidad.
Es que nunca se fue. Es increíble cómo se repiten estos tipos, y lo que más me sorprende es que no se hayan hecho más películas sobre ellos. En otros países, como Italia, ya habría varias. Aunque a mí lo que me interesa es la magnitud de los sentimientos de estos hombres.
Sentimientos que giran alrededor del personaje de Penélope Cruz, en un papel que probablemente es el más maduro de su carrera.
Es un papel que teóricamente no le va y por eso le ha costado mucho, pero a la vez es la ocasión en la que muestra más versatilidad, y yo no puedo estar más contento. De alguna manera quería forzarla a un registro nuevo, al de esa heroína del noir que tanto me gusta. Ella es joven para entender del todo a este tipo de mujer, una mujer de 38 años muy baqueteada, que por su belleza ha caído en muchas trampas. Una mujer que siempre quiso ser actriz pero no tuvo suerte, que trabaja de secretaria, y de prostituta de vez en cuando, pero que no le interesa medrar, que no es la arribista que quiere ligarse al jefe. Es un ángel caído, una mujer endurecida por su trayectoria. Y eso era complejo para Penélope, porque está muy lejos de ella que ahora mismo explota vitalidad y de las relaciones que ha podido tener. Penélope ha sufrido, claro, pero no ha estado en contacto con algo tan tremendo como el personaje. Pero yo estaba seguro de que podía hacerlo y ella confía enormemente en mí. Creo que, además, en este momento, después de demostrar lo gran comedianta que es en la película de Woody Allen, le viene muy bien este personaje.
Es un personaje muy triste.
Sí, y a mí me daba mucha pena, porque no podía hacer nada para salvarla. No sé, cuando escribes hay muchas cosas que no se pueden decidir. Y ésa era una de ellas. Penélope, además, se mueve perfectamente por las distintas etapas del personaje. Da perfecta como chica pop vestida de Pierre Cardin, y después con ese Chanel maravilloso de cadenas doradas, y con ese otro, de 1994, ¡tan de nueva rica!
El año 2008 ha sido muy malo para el cine español. En 2009 se prevén cifras mejores gracias a este estreno, el de Alejandro Amenábar, el de Isabel Coixet, Fernando Trueba...
Los primeros datos de 2009 están siendo muy distintos a los de 2008. Se ha medido la tendencia en enero y febrero, y la taquilla del cine está subiendo, así que las cifras mejorarán, y no es porque vayamos a estrenar Amenábar, Trueba, Sánchez Arévalo o yo. La crisis está afectando positivamente al cine. La gente deja de ir a cenar, pero quiere seguir saliendo a la calle, y el cine es un entretenimiento asequible, bueno para estos tiempos. Sobre la bajada de espectadores, creo que la piratería tiene muchísimo que ver. Sin duda. Vivimos en un cambio muy fuerte en todo lo relacionado con el consumo de imágenes y sólo hay una salida: estructurar ese consumo. Yo no creo que el cine en la sala esté muerto, como no creo que estén muertos los periódicos, algo que también se está diciendo ahora. Yo no me voy a una cafetería a leer el periódico con mi ordenador, y como yo, mucha gente. Hay muchas cosas paradójicas, como la de que veo mucho mejor las películas en mi televisión de plasma que en una sala de cine, y eso me da escalofríos, porque a mí lo que me gusta es ir al cine, sentarme con otras personas que no conozco. Las nuevas tecnologías dan una calidad extrema para ver el cine en casa, pero, a la vez, esas mismas tecnologías y la cantidad de posibles ventanas están maleducando el gusto de los jóvenes y han degradado el producto cinematográfico, de igual manera que lo han degradado en la música los iPods.
Esta película es una historia de amor loco a tres bandas, o incluso a cuatro, pero usted incluye una secuencia de 'Viaje a Italia (Te querré siempre)', de Rossellini, en la que Ingrid Bergman no puede estar más lejos de ese tipo de amor, una mujer que al contemplar a una pareja que ha muerto carbonizada y abrazada, piensa en el deterioro y la mezquindad de su propio matrimonio.
Hay dos emociones en esa escena que me interesan. Una es la de Ingrid Bergman al ver que su matrimonio no se parece en nada a esa pareja carbonizada por la lava del volcán; esa emoción coincide con Magdalena / Penélope al ver a una pareja a la que la muerte ha sorprendido durmiendo juntos y abrazados. Y luego está la de Lluís Homar, que quiere congelar en una foto ese abrazo suyo con Penélope y cuya voz también nos recuerda su deseo no cumplido de morir abrazado a ella. Frente a todo esto, lo que subyace en esta película es la mala suerte, una mala fortuna que contagia a todos los personajes, aunque recae especialmente en ella. Pese a todo, creo que es una de las películas que he hecho con final más feliz.
Y ahí entra el cine, con su capacidad redentora. El cine lo ordena todo y también lo cura todo. Quizá el gran amor de esta película es ése: el cine.
El cine es una pasión irracional, todo mi cine está impregnado de cine y el cine es para mí la realidad. Toda la película es un canto de amor a esta profesión, que es algo más que un trabajo: es una forma de vida. Pero eso no estaba cuando escribí el guión, eso surgió poco a poco. Las intenciones no siempre están desde el principio, van saliendo. Y sí, siento que es la primera vez que hago una declaración tan expresa de amor al cine; no con una secuencia en concreto, sino con toda una película. Huston rodó Los muertos en una silla de ruedas y enganchado a un catéter. Ésa no es una imagen patética, sino armónica, de gran belleza. Yo me veo exactamente así a su edad.
'Los abrazos rotos' es un drama con tintes negros. Un género que ya tocó en 'Carne trémula' y luego en 'La mala educación'. ¿Por qué esa fascinación por este género?
En mi madurez me he ido interesando por los géneros, y uno me ha llevado a otro. Por ejemplo, jamás vi un western de pequeño y sin embargo me ha ido interesando más y más hasta convertirse en uno de mis géneros favoritos. Y no hago uno porque no se me ocurre.
Tenía una idea -sobre dos vaqueros homosexuales-, pero luego se la pisaron.
[Risas]. Bueno, bueno, ésa es otra historia. El caso es que el drama y el melodrama siempre me han gustado, desde muy joven. Y al cine negro llego precisamente desde ahí. El cine negro es drama con un poquito más de oscuridad, con alguna pistola y algún muerto. Cuando el drama y el noir se pisan, conviven perfectamente y el drama se convierte en algo muy duro. El género negro se permite tener sentimientos. Yo siempre cito Que el cielo la juzgue, de John M. Stahl, como la unión perfecta del melodrama con el thriller, y la convivencia de esos dos géneros me parece terriblemente atractiva, como director y como espectador.
Pero habría que sumar un tercer género: la comedia. Porque en la película hay al menos dos escenas, la de la lectura de labios de Lola Dueñas y la final de Carmen Machi, que son pura comedia.
Es que el thriller admite mucha ironía; lo que admite menos es la carga sentimental. Pero Laura es una gran historia de amor, como lo es Retorno al pasado. No hay mayor historia de amor que la de ese hombre que interpreta Robert Mitchum. Me encanta ese thriller que no sólo no evita los sentimientos, sino que los hace aún más patentes y rotundos. Me encantaría, además, que hubiera canciones, que también las hay en el thriller, y que yo espero incluir algún día. Viendo los grandes noir de John Huston o de Howard Hawks, los diálogos son pura ironía, los de ellos y los de ellas. Para mí, El halcón maltés es alta comedia. ¡Con esa mujer, Mary Astor, que miente cada vez que abre la boca! Así que claro que el thriller admite el humor. Por eso, yo recurro a esa lectora de labios que interpreta Lola Dueñas y me permito el humor.
Se supone que debería ser uno de los momentos más dramáticos de la película.
La idea me vino de la boda de nuestros príncipes doña Leticia y don Felipe y de una idea que tuvo una canal de televisión, creo que Tele 5, de leerles los labios durante la ceremonia. Fue ese gran momento, cuando estaban en el punto álgido del sacramento, en el que ella le dijo a él: "Es todo tan hermoso". A partir de ese momento, yo me dije que la persona que había leído los labios se merecía un personaje en alguna de mis películas. Y así surgió la idea. Luego se ha utilizado mucho, en entrenamientos de fútbol o entre políticos, pero a mí me impresionó mucho aquella vez de la boda por lo tópico de la frase. Recuerdo que cuando ensayé, en este mismo despacho, la escena por primera vez, José Luis [Gómez] se cabreó mucho porque se estaba dando cuenta de que Lola le robaba la escena.
José Luis Gómez interpreta a ese magnate enamorado de Lena (Penélope Cruz) y es el padre de Ray X (Rubén Ochandiano). La película habla mucho de paternidades conflictivas, incluso el personaje que interpreta Lluís Homar relata el caso, recientemente conocido, de Arthur Miller y su hijo secreto Daniel.
La historia del hijo de Arthur Miller, como la del hijo de Heming-way, me sirve para hablar de esos padres enormes que aplastan a sus hijos. En la creación del personaje de Ray X hay ecos de la historia de Hemingway y su hijo Gregory, al que le gustaban de niño el contacto de la seda y el tafetán, y que después de beber más que el padre, cazar elefantes más grandes que los que él cazaba y tener más hijos de los que el escritor tuvo, acabó cambiándose de sexo cuando tenía casi 60 años, 15 después de que su padre muriera. La historia del hijo de Arthur Miller también me parece terrible, ese niño con síndrome de Down al que nunca quiso ver y que años más tarde se acerca a su padre, después de una conferencia, para presentarse. Es sobrecogedor.
En la película hay un homenaje explícito a casi todas las 'chicas Almodóvar': Chus Lampreave, Kiti Manver, Mariola Fuentes, Lola Dueñas, Blanca Portillo y, por supuesto, Penélope Cruz. Usted dice que la mayor parte de los papeles femeninos que ha escrito son una mezcla de su madre y sus vecinas de La Mancha, con Holly Golightly, la Giulietta Masina de 'La strada' y la Shirley MacLaine de 'El apartamento'.
Falta una, Blanca Sánchez, que ha fallecido recientemente y de la que, por pudor, he hablado poco. En realidad, mi gran fuente de inspiración han sido mi madre y sus vecinas, y Blanca. Ella representaba a todas esas mujeres modernas y urbanitas, echadas para adelante, sin prejuicios y enormemente vitales. Cinematográficamente añadiría a la Gena Rowlands de Opening nights y a Romy Schneider, a la que le hago un pequeño homenaje en la película. Pero Blanca era más del tipo Holly Golightly, sin ser prostituta, claro.
¿Y cómo era Blanca?
Enormemente sofisticada y moderna, y, a la vez, terriblemente ingenua para el amor. Ella representa a esas mujeres listísimas que se desenvuelven por igual en todos los ambientes, de los más altos a los más bajos. Recuerdo que Blanca se compró en Londres todos los modelos que lucía Cecilia en Laberinto de pasiones y rodamos Pepi, Luci, Bom... en su casa. Ella me inspiraba tantas cosas... Era una chica finísima, muy culta, de muy buena familia; sabía muchísimo de arte, y gracias a ella, la galería Vijande montó la exposición de Andy Warhol.
¿Ella inspiró a la Candela (María Barranco) de 'Mujeres...', ¿no?
Sí. Yo no pude poner la verdad, que los chiíes (algo que con el tiempo casi ha resultado más acertado) habían sido terroristas etarras. Pero sí, ella se enamoró de un hombre sin saber que era un terrorista y que la estaba utilizando. Él metió a otros etarras en su casa, porque Blanca era generosísima, y allí prepararon sin ella saberlo un asalto a la cárcel de Carabanchel para liberar a otros presos. Aquello le costó a Blanca, que era inocente, nueve meses de cárcel. Cuando salió, ya nunca fue la misma. Yo iba a visitarla y volvía hundido. Pero lo increíble era su ingenuidad para el amor. Cuando se destapó lo de los etarras, lo que ella no podía entender, y lo que la destrozó, era que aquel hombre no hubiese confiado en ella, le daba igual todo lo demás. Lo que le dolía era que su amante no había tenido la confianza suficiente como para decirle en la cama la verdad. Yo no daba crédito y le decía: "Pero Blanca, mujer, que era un etarra". Aquello cambió de manera radical su relación con los hombres y la cárcel la marcó. Recuerdo que antes de entregarse al juez me llamó por teléfono para que sacara de la casa, de mi vieja habitación, porque yo viví bastante tiempo con ella, las cajas y cajas de turrones y chocolates que los etarras habían comprado para llevarse por Navidad. Ella sólo me decía que no me preocupara por ella, pero que, por favor, sacara todo aquello de su casa. Lo absurdo, esas paradojas que me pasan en la vida, es que yo, que no sabía qué hacer con aquel arsenal de dulces navideños, se los di a mi cuñado, que era guardia civil y que se pasó las navidades papeándose los turrones y chocolates que habían comprado los etarras.
¿Por qué era una amistad tan fuerte?
Pues porque ella era más consciente de mí mismo que yo. Tenía una fe ciega en mí. En una entrevista, el guionista de Mujeres de-
sesperadas decía que si en la vida conoces a fondo a una mujer, a una sola mujer, puedes escribir sobre mujeres toda tu vida. Pues yo a Blanca la conocí al cien por cien, y por eso tantas, tantísimas veces, mi referencia ha sido ella. Su generosidad sin límites, su inteligencia, su capacidad para arriesgarse en la vida, su enorme discreción, ella nunca alardeó de nuestra amistad...
Alguna vez se ha quejado de cómo la fama ha modificado su relación con el mundo.
La fama me afecta en el sentido de que no me puedo quedar quieto en la calle. Si tengo una cita con alguien, no puedo esperar en ningún sitio. A mí no me importa hablar con la gente que se me acerca por la calle, pero no puedo con las fotografías de los móviles; ése es el peor invento que existe. Yo ya he renunciado hace tiempo a manifestarme tal y como soy en la calle o en el bar. No poder llorar si tienes un problema... Es sin duda una pérdida enorme. La única costumbre con la que no he roto es la de ir dos o tres veces por semana al cine. Pero apenas voy a bares, sobre todo por lo de las migrañas, no porque me falten ganas de salir, que no me faltan.
Por cierto, ¿ahora cómo va esa cabeza?
Un misterio. Los neurólogos no acaban de ver bien el origen, así que sólo me falta acudir a la santería y, desde luego, estoy dispuesto a hacerlo. Pero es que, además, junto a las migrañas, tengo ahora otra dolencia que es directamente de ciencia-ficción: tengo pitidos que son como niños gimiendo en mi pecho; se llama broncoespasmo. Y otra más que se llama acúfenos o tinnitus, y que es un pitido muy intenso que al parecer no existe y que genera tu cerebro. Yo, encima, lo tengo en el oído bueno y es como una chicharra agudísima que te impide escuchar al de al lado. No son dolencias orgánicas, ni psicosomáticas; son muy misteriosas y, desde luego, te pueden fastidiar directamente la vida. Aunque yo, al menos, espero sacarles partido y ponérselas algún día a otro personaje, a algún tipo realmente malvado, uno de esos cuyo organismo se rebela.
'Los abrazos rotos' se estrena en España el 18 de marzo.
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