domingo, 2 de septiembre de 2018

EL ACTOR QUE MURIO INTERPRETANDO UNA MUERTE,./ LA CASA DE LAS FLORES - (serie de televisión) ,.

TITULO: EL ACTOR QUE MURIO INTERPRETANDO UNA MUERTE,.

Un ataque al corazón en el momento justo,.

 foto.

El mundo de la farándula anda repleto de muertes tragicómicas, de ésas en las que cuesta discernir dónde está la línea que separa el ridículo de la pena. ¿Cuántas estrellas del rock hay que, tras una borrachera monstruosa, han acabado ahogadas en su propio vómito? Jimi Hendrix, Bon Scott... Luego está el lugar comprometido en el que dejas el cadáver: en el retrete, como Elvis, tras su ataque al corazón, o dentro de un armario, practicándote una autoasfixia, como Michael Hutchence (INXS) o David Carradine. Podríamos seguir: ahí está el pañuelo traicionero de la bailarina Isadora Duncan, que siendo tan largo como una bufanda de Lenny Kravitz se le expandió por fuera de la ventanilla del coche, se atoró en una rueda y le rompió el cuello cuando pisó el acelerador. O el tapón del bote de barbitúricos que se tragó Tennessee Williams por error, en un momento de urgencia yonqui. Son ese tipo de muertes de las que te ríes por no llorar.
Ahora bien, en el espectáculo hay también una idea de final perfecto que tiene que ver con la armoniosa confluencia de la vida -el final de la misma, se entiende- y el arte. ¿De dónde viene este concepto del bel morir, o el espiche como masterpiece? Los toreros lo tienen claro: si hay que hacerlo en un sitio, que sea en la plaza. En el teatro, quizá porque Molièrefalleció durante la representación de una obra vestido de amarillo, se evita ese color pero se coquetea morbosamente con la idea de concluir una actuación antológica y palmarla allí, en acto de servicio, como Davy Crockett en la batalla de El Álamo.
Decíamos Molière, pero también podríamos remitirnos a esa famosa escena de Hamlet en la que el príncipe danés atraviesa con su espada a Polonio tras la cortina mientras parece estar actuando dentro de otra obra, pensándose que lo que se mueve fuera del escenario pudiera ser una rata gigante. El final de Polonio es puramente teatral: actor involuntario en una tragedia ajena, termina mezclando realidad y ficción en un final impecable. Y algo así fue lo que le ocurrió a Gareth Jones, un joven actor que hubiera sido titular incuestionable en cualquier alineación de Shakespeare.
Jones resulta memorable precisamente por su última noche en el escenario, el 30 de noviembre de 1958. No hay nada en sus anteriores 33 años de vida que le hubiera hecho ser merecedor de recuerdo entre sus contemporáneos: era un simple actor de teatro inglés, un obrero de la interpretación que había aparecido en piezas emitidas por la tele y en tablas locales, uno de esos jóvenes esforzados que buscaban su oportunidad para convertirse en el nuevo Laurence Olivier y, llegado el momento, alcanzar la cima de su reputación con un Hamlet para los anales, o un Macbeth más sangriento que una película gore.
En los años 50 del siglo pasado, el teatro había encontrado un nuevo canal para extenderse entre el público, o sea, la televisión. En Gran Bretaña la BBC detectó rápidamente el filón, antes de que en España el ente público se llenara también de adaptaciones a la pequeña pantalla de La venganza de don Mendo, algunas cosas de Benavente y, si había suerte, Buero Vallejo, y cada 31 de octubre la reglamentaria emisión de Don Juan Tenorio. El programa estrella durante un par de décadas fue Armchair Theatre [Teatro de sillón], una manera adecuada de descubrir al público británico nuevas obras de teatro con una compañía estable que iba devorando repertorio para disfrute de una audiencia millonaria. Gareth Jones estaba allí: de haber tenido una carrera larga y fructífera, podría haber sido como nuestro Jaime Blanch, un actor de teatro en televisión con un historial vertiginoso, si no fuera porque sufrió un ataque al corazón en plena emisión de una obra titulada Underground, precisamente con un papel en el que su personaje debía morir de esa forma.
La transmisión oral de la historia ha contribuido a distorsionar y embellecer la realidad, lo que hoy, en el lenguaje de las redes sociales, llamaríamos un invent. Hay interpretaciones de lo sucedido que indican que Gareth Jones murió en escena, de un infarto, justo cuando el guion especificaba que tenía que simular, como dijo aquella señora tan viral, una miaja de apechusque. En realidad murió en su camerino, retocándose el maquillaje, antes de volver a entrar en escena y, ahora sí, tener su dramático infarto. Lo que sucedió después te sorprenderá: en lugar de cancelar la obra y detener la emisión, el resto del reparto, por orden del director de la función, tuvo que elaborar una compleja improvisación que permitiera reconducir la obra al momento de la muerte del personaje de Gareth, ante la imposibilidad de que él pudiera culminar su papel. Se dice, se cuenta, que fue una maravilla de improvisación, una salida del paso prodigiosa, mientras a pocos metros el pobre Gareth empezaba a quedarse tieso del todo.

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