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María Isabel Rodríguez, el reto de educar e integrar,.
EXTREMADURA EN FEMENINO
Maribel es la directora del colegio público Manuel Pacheco de Badajoz,.
Esta pacense llegó precisamente en 1997 al colegio público Manuel Pacheco como maestra de Infantil y lo dirige desde el curso 2004/2005. El centro está en la barriada de Suerte de Saavedra, el típico lugar del extrarradio de cualquier ciudad donde la cota de delincuencia es mayor de lo deseable, igual que la de absentismo escolar.
ALGUNOS DATOS
- Orígenes
- Estudió Magisterio en la Universidad de Extremadura y su primer trabajo fue montar una guardería privada con otras amigas. También se preocupó de impulsar talleres de arte y teatro.
- Familia de docentes
- En su familia son cuatro hermanas y un hermano. Ella es la del medio. Los cinco son docentes.
- Cuatro colegios en total
- Antes de ser maestra en el C. P. Manuel Pacheco (desde 1997) y de dirigirlo (desde 2004) pasó por tres colegios, todos en la provincia de Badajoz, en Valdelacazada, Valdebótoa y Cheles.
«En este barrio vienen a hablar al colegio las mujeres porque ellas llevan el peso de la casa»
En este ambiente de exclusión social Maribel
y su equipo docente son optimistas, y eso que reconoce que parte del
profesorado no se adapta. «Es un trabajo duro y la falta de educación se
nota mucho, por eso algunos docentes piden la comisión de servicio y se
marchan. Otros, sin embargo, quieren trabajar en este centro, donde se
necesita un compromiso personal muy fuerte».Esta pacense afrontará el curso que comienza este miércoles al frente de una plantilla de 17 maestros más un profesor de portugués, otro de religión católica y otro de religión evangélica, éste último debido a que el 55% del alumnado es gitano.
Según dice, está contenta con lo conseguido en su etapa como directora. Un ejemplo: ya no se dan casos de vandalismo casi a diario, como ocurría cuando ella empezó en el centro. Además, afirma que cada curso que pasa la Consejería de Educación les deja avanzar un pasito y ello redunda en la mejora del barrio. Pero subraya que ese camino hacia la normalización tiene que ver con el trabajo en equipo que realizan con otros profesionales implicados, desde el centro social o la asociación de vecinos al centro de salud que abrió en el barrio recientemente, cuyo equipo se empeñó en detectar las enfermedades predominantes para hacer un mejor diagnóstico del barrio. «Había demasiada diabetes, tensión alta y depresión, fruto de una ansiedad de muchos padres por que sus hijos no tuvieran que vivir una vida como la suya», explica la directora del Manuel Pacheco. En este punto es donde cobra importancia el centro escolar: «Nuestro objetivo en la mayoría de los casos es que el alumno que sale de aquí siga estudiando educación secundaria y consiga un trabajo normalizado», dice.
Educando en la igualdad
Maribel es consciente de que, pese a que en Extremadura hay muchas más maestras que maestros, la proporción de directores y directoras es prácticamente la misma. En su caso, el equipo directivo lo componen tres mujeres. «Esto aún extraña a alguna gente, por ejemplo a los representantes de las editoriales, que cuando nos visitan les llama la atención». Por supuesto, al principio también costó a las familias hacerse una idea de que la máxima autoridad del colegio empezaba a ser una mujer después de muchos años con un director varón al frente.«Con el tema de la igualdad hay que trabajar mucho en el aula», afirma Maribel Rodríguez. Hay demasiadas reacciones machistas, dice, tanto entre los niños y niñas como entre los padres y madres. «Mi opinión es que la sociedad aún no sabe qué significa la palabra feminismo (...). Aquí trabajamos la parte social para luchar contra la exclusión, pero también luchamos por enseñar paridad e igualdad de hombres y mujeres, por ejemplo explicando que todos deben colaborar en las tareas de la casa».
Según cuenta, la relación con el centro escolar la llevan la madres por mayoría abrumadora -«en un ochenta por ciento de los casos es ella la que va al centro», calcula la directora del Manuel Pacheco-, fiel reflejo de lo que significa la mujer en una barriada de estas características. «Aquí son las mujeres las que llevan todo el peso, son las que salen a trabajar, muchas de ellas como limpiadoras, y las que se encargan de todo en la casa», señala.
TITULO: La leyenda de Mágico González en Valladolid: mucho frío, mucha noche y un Ford Escort rojo en préstamo,.
La leyenda de Mágico González en Valladolid: mucho frío, mucha noche y un Ford Escort rojo en préstamo,.
Antes que Ronaldo Nazario, otro genio bohemio del balón pasó por el club castellano. El Cádiz, harto de su indisciplina, lo cedió en el invierno de 1985,. fotos.
"Junto a él descubrí sitios y gentes que no imaginaba que existían en la ciudad", cuentan sus ex compañeros,.
No se presentó con la camisa abierta, la americana ceñida y una sonrisa poderosa, como apareció este agosto Ronaldo Nazario en Valladolid para hacerse dueño del club. La entrada en la ciudad castellana de Mágico González,
otro genio bohemio del balón, fue muy distinta. Era enero de 1985. Y el
salvadoreño temblaba al descubrir el voraz invierno de la meseta.
«Tengo sueño y mucho frío» fueron sus primeras palabras en el José
Zorrilla. Si el brasileño ha irrumpido para darle un impulso a la
institución, el menudo futbolista procedente del Cádiz llegó
entonces para ayudar a mantener la categoría. Su corto paso por el
club, sólo cinco meses, reflejó con fidelidad toda su disoluta
trayectoria profesional. Ronaldo, por calidad e interés, aprovechó sus virtudes para completar una carrera fabulosa, sin que los desahogos fuera del campo le impidieran reinar en su momento. A Mágico le sucedió todo lo contrario, preguntándose los que le vieron jugar dónde podría haber llegado si se hubiera tomado el oficio de otra manera. Hasta el emperador del balón en aquella época, Diego Armando Maradona, le colocó en alguna ocasión por encima de él en el podio de los mejores.
Tras darse a conocer en el Mundial 82, Mágico comenzó a escribir su leyenda gaditana, sólo interrumpida por ese breve paso vallisoletano que él interpretó como una castigo, harto el Cádiz de sus cosas. Al presidente Manuel Irigoyen, famoso en el fútbol español por sus agónicas celebraciones en el palco cada vez que los amarillos se salvaban in extremis, se le agotó la paciencia con la estrella del equipo, la que metía a miles de aficionados en los entrenamientos y la que quedó incrustada para siempre en la cultura popular de la ciudad carnavalera.
Ni las multas constantes ni sus retahílas de perdones impidieron que en el mercado de invierno de la temporada 1984/85, el Cádiz ofreciera a su figurón al Valladolid. Mágico no evitó lo inevitable, tan amante de su vida en el sur del sur de España que una vez, ante unos ojeadores italianos, jugó mal a posta. «Allí no hay pescaito frito», dijo para justificar su nulo interés por el calcio. Aquel 1985 lo estrenó saltándose, un día más, el entrenamiento matutino del Cádiz, según relata Enrique Alcina en el libro Mágico, la leyenda. Sólo se acercó al Carranza por la tarde, a darse una ducha. En su casa, refugio after hour de lo mejorcito de la noche gaditana, la caldera seguía rota. Como le pasó después en Valladolid, las llaves de su piso rulaban de mano en mano entre amigos y conocidos. Incluso algún día, abarrotado el suyo, tuvo que buscar acomodo fuera.
Tan tensa era la relación con Irigoyen, que el traspaso estuvo a punto de estropearse por no llegar entre ellos a un acuerdo económico. De los ocho millones de pesetas que pagaban los castellanos, el jugador quería tres. El presidente del Cádiz, enfadado, se levantó de la mesa y dio por frustrado el fichaje. Sólo la cancelación de su vuelo nocturno a Sevilla le hizo volver a retomar las negociaciones.
Un asistente personal y un 'jet lag' crónico
«Fue una sorpresa. Era como si ahora te llega en invierno al Valladolid, no sé, Benzema, Bale o alguien así», compara Jorge Alonso, delantero en aquel conjunto pucelano que logró salvar la categoría sin apenas aportación de su refuerzo estelar. Mágico sólo jugó 10 partidos en cuatro meses, marcando tres goles. Uno de ellos fue de falta al Barça, la misma tarde que falló un penalti ayudando al alirón azulgrana. En la víspera, en el hotel Melia donde se concentraba el Valladolid, se produjo un suceso extraordinario, inconcebible en el fútbol actual. Fernando Redondo, el recto entrenador del equipo, no sabía ya que hacer con el salvadoreño para que cumpliera con los mínimos del reglamento interno.Entre lesiones, el frío que no tragaba y las noches sin fin, su presencia era fantasmal. Ese mismo día, antes del duelo contra los catalanes, a la hora de comer todavía no había aparecido. «El mister hizo una votación con toda la plantilla para preguntarnos qué hacer con el Mágico, si ponerle en el once titular o no», recuerda Juan Carlos, jovencito lateral que después levantó la Copa de Europa en el Barça. Ganó el sí. «Aunque viniera con resaca, era un espectáculo. Yo no he visto a nadie hacer con el balón tantas virguerías», relata el ex futbolista sobre series de 10 córners olímpicos sin fallo, primero de interior y luego con el exterior de la bota, malabares con naranjas o rutas subiendo escaleras y abriendo puertas por las tripas de Zorrilla sin dejar que la pelota tocara el suelo.
«Y de noche con él, descubrí sitios y gente que no me podía imaginar que existieran en Valladolid», confiesa Juan Carlos, asombrado todavía por las hazañas noctámbulas del menudo futbolista que mal comía bocadillos de mejillones y dormitaba en una silla junto a la ventana de su piso, en busca de los enclenques rayos de sol que filtraba el crudo invierno de aquel destino que sus colegas andaluces llamaban Siberia.
Ni el asistente personal que se llevó desde Cádiz conseguía despertarle para ir a entrenar, víctima Mágico de una somnolencia crónica que él siempre achacó al jet lag mal curado de sus primeros días en España. En Valladolid, al marcharse, dejó un Ford Escort rojo al dueño de un garito como pago por las deudas acumuladas. Meses después, Irigoyen se presentó en la ciudad en busca del coche. Resulta que era suyo.
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