sábado, 12 de diciembre de 2015

SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO - Madres que fueron adoptadas: "La historia empieza en mí",./ MUJERES EN PRIMERA LINEA - JULIANA AWADA,.

TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO - Madres que fueron adoptadas: "La historia empieza en mí",.

Madres que fueron adoptadasfoto

Tener un hijo dispara emociones, estrecha lazos y establece roles en la familia. Recuerdos, consejos y rasgos físicos pasan de generación en generación... salvo si la cadena se rompe.
"Soy adoptada! ¡Soy adoptada!", gritaba como loca de contenta Camino Rodríguez. Era el día siguiente a su cuarto cumpleaños y más de 30 años después lo recuerda como si fuera ayer. Sus padres (no le gusta el añadido de adoptivos, porque para ella no hay más que estos) se lo explicaron con tal cariño y se sintió tan querida y especial que le pareció algo maravilloso.
"Evidentemente, al crecer, y pese al amor recibido, vas siendo consciente de las luces y las sombras de tal acontecimiento", puntualiza en su relato. Porque tras la infancia entre algodones llegan la adolescencia con sus inseguridades y sus búsquedas, la juventud con sus decisiones y sus arrebatos, y la edad adulta con sus grandes cambios.
La adopción es un hecho que está presente durante toda la vida. Las emociones del niño adoptado van mutando de la incertidumbre al miedo, a la culpa, a la tristeza, a la rabia, hasta que, alcanzada la edad adulta, tal vez llega la aceptación. Y con ella, la paz. Es así como se van tejiendo los sentimientos de pérdida, de abandono, de búsqueda de las raíces, y la forja de la identidad que acompañan a su crecimiento y que asaltan, especialmente, durante los episodios vitales cargados de emoción, como el matrimonio, el fallecimiento de un padre o la maternidad.
"Es un momento en el que se mira al futuro, pero que obliga también a volver la vista al pasado", explica el profesor David M. Brodzinsky, autor de Soy adoptado, uno de los libros de referencia sobre el tema. En España, la doctora Cristina Negre Masià, doctora en Psicología y especializada en adopción, orígenes y diversidad familiar, ha arrojado algo de luz sobre las relaciones familiares de las adoptadas adultas, un campo en el que los estudios son escasos. Sus investigaciones evidencian que existen algunas diferencias entre cómo afrontan la maternidad las mujeres adoptadas y las que no lo son.
  • Muchas preguntas, pocas respuestas
Durante el embarazo, mientras que la mayoría de las gestantes suelen pensar en el futuro y la crianza del bebé, las adoptadas focalizan sus pensamientos en su propia historia. Los conflictos emocionales que despierta este estado son múltiples y tienen que ver con la relación con la madre biológica, el abandono, el sentimiento de pertenencia, la herencia genética... "¿Cómo fue el embarazo de mi progenitora? ¿Y el parto? ¿Quién me abrazaba cuando lloraba? ¿Quién me daba de comer? Estas son algunas de las preguntas que se hacen", enumera Negre.
Convertirse en padre o madre plantea algunas cuestiones particulares: se estremecen los vínculos con la familia adoptiva, que tendrá que hacer frente a los fantasmas del pasado. Además, cuando se planea un embarazo, y a medida que se acerca el momento del parto, se puede pensar por primera vez en la posibilidad de transmitir problemas genéticos desconocidos. "La ausencia de historial reviste una importancia mayor cuando se proyecta en la siguiente generación. El vacío de su pasado ya no es solo suyo, se convierte en el legado de sus hijos", explica Brodzinsky.
Exactamente lo que le ocurrió a Camino Rodríguez: "No he pasado tanto miedo como cuando, en la primera consulta, el médico me bombardeó con preguntas sobre antecedentes médicos... Solo tenía ganas de llorar. Me sentía culpable de no saber si mi bebé estaría bien o tendría algún problema hereditario. Sentí hasta vergüenza". Cecilia Rodelgo se convirtió en madre siendo apenas una adolescente.
En aquel momento, cuidar de su bebé copaba sus preocupaciones, pero años después, con el nacimiento de sus nietos, sí acusó esas lagunas de información: "No puedo decirles a mis hijas si en la familia los partos son difíciles o si ha habido muchas cesáreas. Simplemente, no tengo las respuestas. La historia empieza en mí".
Las implicaciones del ADN van más allá. Está, además, esa cuestión casi poética de los lazos de sangre. Beatriz Benéitez hace mucho que hizo las paces con su condición: "Fui adoptada, ¿y qué? Es una circunstancia más de la vida, igual que mi profesión, mi estado civil, mi maternidad... Yo no sería quien soy si faltase alguna de ellas". Nunca se sintió abandonada, sino más bien privilegiada por haber llegado a nacer, a pesar de haber sido "un imprevisto" y por haber tenido unos padres que la ayudaron a crecer.
"Soy las dos caras de la misma moneda: la cruz para mi madre de nacimiento; la cara, para mis padres. Lo de la sangre ni me lo planteo, creo que las familias se forman con el cariño". Cecilia Rodelgo tiene una opinión distinta: "A un hijo adoptado lo quieren tanto o más que si fuera biológico, pero no lo es. Y hay diferencia, el vínculo no es el mismo".
  • ¿A papá o a mamá?
Y luego está el asunto de los parecidos. ¿Tan importante es tener los ojos de papá o la cabellera rizada de todo el clan? Lo es muchas veces. Tanto que en ocasiones la persona adoptada se cuestiona la pertenecía a la familia por esa falta de referentes físicos. Por eso, el primer hijo despierta sentimientos intensos. El momento más emocionante para Camino el día que nació su hijo mayor fue cuando el padre dijo: "Es igual que tú". "Para quien ha buscado, sin encontrar, un espejo donde reflejarse, es maravilloso".
Porque, aunque hay un porcentaje significativo de adoptadas que se muestran reticentes a tener hijos, para muchas el impulso es el contrario: la necesidad de formar una familia, "intentando cerrar el círculo que se abrió con su adopción y poder contar con alguien con quien se comparta un vínculo biológico, una persona a la que parecerse y con la que consolidar un sentimiento de pertenencia", explica Negre. Mar Boto se casó con Luis Javier y junto a él cumplió su sueño de ser madre: "Por fin iba a tener algo mío de verdad".
Beatriz Benéitez.
  • 44 años y madre de tres hijos: Hugo (25), Jorge (20) y Marta (9).
Siempre quiso ser madre y no cree que su maternidad haya sido distinta a la del resto. Explica que la posible diferencia viene dada por ser hija única y desear tener una familia numerosa. "Durante los embarazos pensé en cómo lo pasaría mi madre de nacimiento, sola durante los nueve meses y el parto... Y, sin embargo, yo he contado con el apoyo de mi familia. Sentí por ella una especial ternura".
Reconoce que ha echado de menos poder consultar con una madre biológica algunas cosas sobre el embarazo y el parto pero que, después, con la crianza, la experiencia es compartida: el sueño, los pañales, los cólicos, el llanto, las papillas, la guardería... "El apego, la transmisión de valores y la herencia familiar son independientes de la procreación". Aunque Beatriz ha formado una gran familia natural, sí se planteó la adopción: "Tenía decidido que, si no podía engendrar, adoptaría a mis hijos. Y lo mismo a la inversa: si no podía hacerme cargo de una criatura, le daría la oportunidad de vivir y a otras personas, de ser sus padres igual que hicieron conmigo".
Lo de compartir el ADN para ella es secundario: "Creo que las familias se forman no por la sangre ni por una sentencia, sino por el roce y el cariño, que no entiende de genes ni de leyes. Y menos mal, porque si no, ¿cómo nos íbamos a enamorar de otras personas?".
Mª del Camino Rodríguez.
  • 36 años y madre de dos hijos: Daniel (11) e Iker (6).
describe su primer embarazo como toda una odisea emocional. Pasó los nueve meses hablándole al bebé: "Me horrorizaba pensar que a mí no me hubiera hablado mi madre biológica. Lloraba y me enfadaba con ella, sin conocerla", recuerda. Pero aún le quedaba el momento más delicado: "Cuando vi la cara de mi hijo mayor, Daniel, experimenté en cuestión de segundos mil sentimientos demoledores que se pisaban unos a otros, creándome una confusión que cuando la recuerdo se me hace todavía un nudo en la garganta.
Felicidad absoluta y, de repente, una pena enorme que respondía, quizá, a experimentar lo que mi madre biológica no quiso o no pudo hacer: mirarme y sonreírme. Sentí rabia, incluso odio, porque no entendía cómo pudo desprenderse de mí. Pensaba: "¡Si me hubiera mirado!". Me bloqueé y cuando me pusieron en brazos a Daniel, no fui capaz de colocarlo sobre mi pecho.
No sé que me pasó. Sigo sin poder entenderlo y es la primera vez que lo cuento. Todavía siento vergüenza o yo misma me juzgo, pues no responde a lo normal: que una madre abrace a su hijo nada más nacer. Es extraño, sentí miedo, incapacidad. A veces pienso que reviví algo relacionado con el parto de mi madre biológica. ¡Todavía es confuso!".
Cecilia Rodelgo.
  • 48 años y es madre de tres hijas y abuela de dos nietos.
"Cuando a los 17 años tienes una hija y ni se te pasa por la cabeza dejarla, claro que piensas en cómo pudo hacerlo tu madre, en qué sentiría en esos momentos... Pero tras nacer la niña me dediqué a cuidarla. Y, realmente, no hay tiempo para nada más. Pensé más en esas cosas cuando fui abuela: entonces sí afloraron los miedos, empezaron a salir casos de bebés robados. Tenía pavor de que le pasara a mi hija y le decía: "¡Que no lo separen de ti!".
Además, su hija mayor tuvo problemas para quedarse embarazada y un día le dijo: "No te preocupes, si no se puede así, pues adoptas". Me contestó tajante: "Eso jamás. No quiero ver a mi hijo sufrir buscando sus orígenes como te ha pasado a ti". Y Cecilia la entendió; ella tampoco lo hubiera hecho. "Esa nunca fue una posibilidad, no. Jamás. A un adoptado lo quieren tanto o más que si fuera biológico, pero no lo es. De hecho, mi madre lo notaba, se nos quedaba mirando a mi hijas y a mí, y decía que ella no tenía esa afinidad conmigo. El vínculo natural sí existe y ella se daba cuenta".
María del Mar Boto.
  • 50 años. Tiene un hijo, Israel (25 años).
"De pequeña, un día encontré en un libro una tarjeta de visita en la que ponía: "Gracias por las flores. La niña se la enviaremos el miércoles". Las sospechas estaban ahí, pero Mar acabó confirmando que era adoptada a los 17 años y de la peor manera. "Un conocido de mi padre me soltó a bocajarro: "Entonces, tú eres la niña que adoptaron". Me quedé impactada", cuenta y aún se le llenan los ojos de lágrimas al rememorarlo.
"Mis primeros pensamientos fueron que, si mis padres no eran mis padres, entonces mis primos no eran mis primos y mis tíos tampoco serían mis tíos... y que todo era mentira". Pocos años después, cuando se casó, enseguida quiso tener niños: "Siempre deseé ser madre. Por fin iba a tener algo mío. Al notar los movimientos del bebé, me preguntaba cómo se puede abandonar a un hijo después de sentirlo dentro, de llevarlo dentro nueve meses. Pensaba que la mía tendría problemas muy fuertes o que sería una madre desnaturalizada, que son las menos, pero las hay".
Después, el marido de Mar murió y ya no hubo más hijos. ¿Adoptar? "No me lo he planteado, pero sí hubiera sido bonito hacer lo mismo que hicieron por mí".

TÍTULO: MUJERES EN PRIMERA LINEA - JULIANA AWADA

Juliana Awada y Mauricio Macri-foto--Juliana Awada, la primera dama de la Casa Rosada,.

  • Conoce a Juliana Awada, mujer de Mauricio Macri, presidente de la Nación Argentina.
Todo en la vida de la tercera esposa del gaucho porteño Mauricio Macri, flamante nuevo presidente de la República argentina, suena a bandoneón. A un tango rioplatense bailándose en los arrabales del glamour. Hay en Juliana Awada tanto mestizaje como en la canción popular argentina. Es católica, hija de un inmigrante libanés y de una descendiente de sirios, ambos musulmanes, y tiene una hermana casada con un judío. Las tres culturas conviven en una misma familia, conocidísima en el país de Borges.
Antes de ser la primera dama de la Casa Rosada fue durante 10 años compañera de un conde belga multimillonario, Bruno Laurent Barbier. Le conoció en las alturas, en un vuelo de Air France, después de pasearse por medio mundo de la mano de una madre que le inculcó su pasión por la moda, y de haber contraído primeras nupcias a los 23 años con Gustavo Capello.
Con el honorable Macri no se topó en los aledaños del Gobierno de Buenos Aires, que él entonces presidía, sino en el gimnasio Ocampo, un club aristocrático donde compartían entrenador personal. Fue un flechazo, en 2009, que Juliana, guardiana celosa de su intimidad, esquivó. Le dijo repetidas veces "no" hasta que llegó a la conclusión de un "sí", en una boda que se celebró solo un año después.
Desde entonces, juntos, practican una elegancia sobria que les ha glorificado como la pareja ideal en el cono sur, presumiendo de una felicidad doméstica, besos de película incluidos, a prueba de focos. Ella, desde Awada la empresa textil familiar que su padre fundó en los años 60, para la que diseña, y como la asesora de su propia y alabada imagen; y él, desde los púlpitos de la política.
No hay estridencias en el placard de la nueva inquilina de la Quinta de Olivos, solo colores neutros, por algo se define como "monocromática". No acumula ropa porque la regala, admira el arte de la aguja de Valentino y es fan de Chanel, pero dice no sucumbir a los encantos de la moda y asegura que no gasta "mucha plata".
En cambio, le apasiona cocinar (sobre todo, un asado), ver cine ('Los puentes de Madison' está entre sus elegidas), leer (se queda con Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa), hacer deporte, en vez de dieta, e ir de galerías de arte; eso sí, llevando en su brazo un bolso icónico, tal vez lo único que comparte con Cristina Fernández de Kirchner, la antecesora de su marido en la Presidencia. A Julia no le tienta la política. Y el recién estrenado presidente declara: "Mi estado civil es feliz". Los cronistas argentinos no dejan de aplaudir.
¿Quién es?
  • Nació en Buenos Aires (Argentina), en 1974.
  • Es hija del libanés Abraham Awada y de Elsa Esther Baker.
  • Es la más pequeña de cinco hermanos.
  • Estudió en el Chester College del barrio de Belgrano y perfeccionó su inglés en Oxford. Luego entró en la empresa familiar.
  • Se casó a los 23 años con Gustavo Capello.
  • Su segunda pareja fue el conde belga Bruno Barbier, con quien tuvo a su hija Valentina.
  • En 2010 se casó con Mauricio Macri, y en 2011 nació su hija Antonia.
Por sus palabras la conoceréis
"Yo me visto para mí. Si le gusta a otro o no, no me importa. Hace poco llegué a una fiesta con jeans y una camisa. Me equivoqué, pero no me importa". (La Nación, abril de 2012),.

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