domingo, 13 de octubre de 2013

EL BLOC DEL CARTERO, SE HABLA DE BORIS BECKER, EX TENISTA ALEMAN,./ LA CARTA DE LA SEMANA, Y A ESTAS ALTURAS, STING,.

TÍTULO; EL BLOC DEL CARTERO, SE HABLA DE BORIS BECKER, EX TENISTA ALEMAN,.

Boris Becker-foto.


Boris Becker
BECKER Boris-24x30-.jpg
País Flag of Germany.svg Alemania
Residencia Schwyz, Suiza
Fecha de nacimiento 22 de noviembre de 1967 (45 años)
Lugar de nacimiento Leimen, Alemania
Altura 1,90 m (6 pies 3 pulg)
Peso 85 kg (187 lb)
Profesional desde 1984
Retiro 1999
Brazo hábil Diestro; revés a una mano
Dinero ganado $25,080,956
Individuales
Récord de su carrera 713-214
Títulos de su carrera 49
Mejor ranking 1 (28 de enero de 1991)
Resultados de Grand Slam
Abierto de Australia G (1991, 1996)
Roland Garros SF (1987, 1989, 1991)
Wimbledon G (1985, 1986, 1989)
Abierto de EE. UU. G (1989)
Dobles
Récord de su carrera 254-136
Títulos de su carrera 15
Mejor ranking 6 (22 de septiembre de 1986)
Última actualización: 17 de septiembre de 2007.
Medallero
Tenis Masculino
Juegos Olímpicos
Oro Barcelona 1992 Dobles
Boris Franz Becker es un exjugador alemán de tenis. Nació el 22 de noviembre de 1967 en Leimen, Alemania.
Es hijo único de un arquitecto que construyó el lugar en donde Becker y Steffi Graf jugaban al tenis cuando eran pequeños. El 1 de julio de 1985 se convirtió en el primer jugador que no era cabeza de serie, el primer alemán y el más joven (17 años y 7 meses) en ganar Wimbledon.
Becker ganó 49 singles (incluyendo 3 Wimbledon en 1985, 1986 y 1989), el Abierto de Australia en 1991 y 1996 y el Abierto de los Estados Unidos en 1989); 15 dobles y 2 Copa Davis. también ganó en los Juegos Olímpicos de 1992 junto con Michael Stich el título en dobles masculino. Las ganancias por su carrera totalizan u$s 25.080.956.
El 17 de diciembre de 1993 se casó con Barbara Feltus. Antes del matrimonio, ambos impactaron al país por posar desnudos para la portada de la revista "Stern". Aunque más tarde se convirtieron en el modelo para una "Nueva Alemania". Becker ganó el respeto de sus compatriotas por su postura en contra del racismo y la intolerancia.
Sin embargo, todo esto cambió cuando le pidió a Barbara separarse. Becker declaraba que sólo quería tomarse un tiempo. Pero ella viajó a Miami, Estados Unidos junto a sus hijos Noah y Elias y completó una petición en la Corte, esquivando su acuerdo prematrimonial, la cual la hacía con derecho sobre 2,5 millones de dólares de beneficio. En enero de 2001, la audiencia previa al juicio se transmitió por toda Alemania. Él le concedió el divorcio el 5 de enero de 2001; ella consiguió un arreglo por 14,4 millones de dólares, una propiedad en Florida, Estados Unidos y la custodia de sus dos hijos.
Después de dejar el tenis se ha visto envuelto en algunos escándalos. El 8 de febrero de 2001 los resultados de un análisis de ADN lo llevaron a tener que admitir la paternidad de una niña, Anna (nacida el 22 de marzo de 2000), hija de la modelo Angela Ermakova. Al principio, él negaba la paternidad, y sus abogados le sugirieron que Ermakova formaba parte de un chantaje armado por la mafia rusa. En julio de 2001, el acordó pagarle a la modelo cinco millones de dólares.
También fue acusado de evasión de impuestos el 24 de octubre de 2002, cuando admitió que vivió en Alemania desde 1991 hasta 1993, a la vez que declaraba vivir en el paraíso fiscal de Montecarlo. Fue dejado bajo libertad condicional durante dos años, multado por 500.000 dólares y se le ordenó pagar todos los gastos de la corte.
Ahora es jugador profesional de póquer en Poker Stars.
Becker juega en el Senior ATP Tour. Su autobiografía completa fue publicada en noviembre de 2003. Es miembro de la International Tennis Hall of Fame en Newport, Rhode Island.

TÍTULO;  LA CARTA DE LA SEMANA, Y A ESTAS ALTURAS, STING,.


La señal inequívoca de que me he hecho mayor es que, por vez primera, me ha gustado un disco de Sting. Como siempre que hago una afirmación de ese estilo, soy consciente de que puedo ser apedreado, aunque no importe: asumo resignadamente el riesgo de todo columnista viviente que se atreve a rozar a un mito del rock o del pop o, aún peor, a un héroe del fútbol. Es como si dijera que Neymar me parece una castaña o que Benzemá es un capricho inútil. O como si me meto con Mourinho. Siempre hay una yihad dispuesta al asalto o a la reprimenda. Me pasó hace un año cuando en estas mismas páginas relaté un hecho parecido teniendo como protagonista a la Gran Iguana, Iggy Pop, tampoco santo de mi devoción hasta que me robó la cartera con La javanaise. Con todo, Iggy es más contracultural; Sting, en cambio, parece sistema puro, corrección política al máximo, ídolo al estilo Bono (el de U2), artista muy de la sección de cultura de El País, para entendernos. No me interesó un carajo nada de The Police, la banda que formó al final de los setenta con Summers y Copeland, quizá porque yo andaba muy poco británico entonces y porque cualquier ritmo que resultara salpicado por el reggae empezaba a saturarme, aún más si quienes lo perpetraban eran europeos. The Police no eran reggae al estilo de los verticales y elegantes UB40, pero mezclaban alguna pincelada con destellos jazzísticos y rockeros, y me resultaban secos y ásperos como un membrillo. Sin más.
Luego hube de reconocerle a Sting personalidad. No era un simple compositor de melodías extremadamente coyunturales. Era más. Pero jamás me motivó sentarme una tarde a escuchar algún trabajo suyo. Menos aún esos años en los que le ha dado por motivarse con el Medievo (a mí, el único Medievo que me conmociona es el que recopila y canta el grandioso maestro Joaquín Díaz, que merece por toda su obra veinte artículos como el presente)... Hasta que apareció José Luis Salas con el adelanto de su trabajo editado en España The last ship. Ojo. Esto no sé qué parece, me dije, pero aquí me ha salido un moratón por un pellizco. Es el disco de un hombre cansado, aburrido, que se deshace de casi todo lo que ha sido... y que vuelve a la infancia, a sus años mozos, donde todo era fantasía brumosa de Newcastle, donde barcos de verdad venían a cubrir las ausencias de barcos de juguete, donde los astilleros de Wallsend empleaban a tipos rudos y simples, algo melancólicos, brumosos y perdedores.
¿Y por qué vuelve a ese escenario?: indudablemente le brinda una confianza que le permite volver a crear después de una década. Sting cantaba, participaba en discos, recopilaba su obra, la interpretaba en conciertos... pero no componía, no creaba. Hasta que el cierre de sus astilleros infantiles y el destino de todos aquellos hombres le conmovió.
Así nació este disco que será la base de una futura comedia musical de Broadway, que habrá que ir a ver. Ya sabemos que no tendrá la alegría de Hello, Dolly! (Sting no es Jerry Herman), pero sí la hondura de un permanente otoño como el que guarda en cada estrofa este disco que me atrevo a calificar de monumental. Las cuerdas y armónicas le dan bruma inglesa de reconversión industrial, pero, entre ese permanente castillo derrumbado, surge el brote luminoso de alguna pieza sublime. Todo disco, por muy bueno que sea, no se libra de contar con dos o tres ladrillos, y este no va a ser una excepción, pero una pieza como The night the pugilist learned how to dance justifica toda la inversión. Una hermosa historia calzada en una más que sugerente melodía. August winds o la misma pieza que da titulo al disco merecen una tarde calma, recogida, solitaria. Tras la que he pasado yo, estoy dispuesto a pedirle perdón a Sting por tantos años difamándole y a darme con una piedra en la boca por haber dicho que nunca jamás, ¿oyen bien?, nunca jamás perderé un minuto de mi vida en escuchar a este pelma. Toma, Jeroma. Quién te ha visto y quién te ve, Carlitos.

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