TÍTULO; REVISTA CULTURA Y Sociedad,. ARQUITECTURA La casa por el tejado,.
Edificios que queman, enferman o
arruinan a sus habitantes son la prueba de que a la arquitectura
moderna le fallan los cimientos,.
Hace unas semanas, en el corazón de la City londinense,
los rayos solares reflejados en un edificio de nueva construcción
conocido como 'el walkie talkie' achicharraron un lujoso Jaguar aparcado
enfrente, la alfombra de una barbería y hasta un huevo puesto a freír
en la acera. El mismo arquitecto que lo perpetró, el uruguayo Rafael
Viñoly, había dotado a otro de sus edificios, el hotel Vdara de Las
Vegas, de parecidos 'superpoderes': sus huéspedes se quejaban de que el
'efecto lupa' les chamuscaba el pelo en la piscina.
En Leeds, también en Reino Unido, la torre de Bridgewater
Place se ha apuntado ya un muerto y varios heridos graves por el túnel
de viento huracanado que genera su diseño. La torre Taipei 101 de
Taiwán, hasta hace poco el edificio más alto del mundo, es sospechosa de
haber abierto con su peso una falla sísmica en la zona. Santiago
Calatrava, el valenciano aclamado por las estructuras nervudas y formas
orgánicas de sus diseños, es estos días una estrella estrellada,
fustigada por la prensa neoyorquina por los errores, retrasos y
desajustes presupuestarios de su proyecto para la Zona Cero, mientras
salen a relucir las goteras, grietas y pistas de patinaje que brotan de
cada una de sus construcciones por medio mundo.
Pero no hace falta irse tan lejos para encontrar edificios
enfermos. En Bilbao, los policías que ocuparon la recién inaugurada
comisaría central de Miribilla amenazaban con pedir indemnizaciones por
las alergias que les provocaba y exigían su traslado inmediato porque la
fachada acristalada les producía quemaduras, mientras, a escasos
metros, los bomberos se quejaban del ruido insoportable en sus propias
dependencias. La arquitectura parece ser, hoy en día, una ciencia con
cimientos muy poco sólidos.
«La profesión se ha degradado hasta límites extremos»,
critica el presidente de la Asociación Nacional para la Arquitectura
Sostenible, Luis de Garrido. «Muchos arquitectos han ido reduciendo su
ámbito de actuación hasta quedarse en meros fachadistas, trabajan sólo
con la cáscara. Luego un ingeniero les resuelve el aire acondicionado,
otro calcula las estructuras, otro les hace los conductos, otro les
soluciona las telecomunicaciones, otro se encarga de la
sostenibilidad... ¿qué coño hace el arquitecto? Una fachada y una
estructura espacial absurda con la que sabe que va a salir en las
revistas porque es lo que la gente valora. Aunque esa misma gente se
ponga enferma, no pueda vivir ahí dentro o se le derrita el coche si lo
aparca delante».
Garrido se ha convertido en el azote de la «arquitectura
tonta» y muchos de sus colegas le temen. En cambio, le adoran famosos
como Beyoncé, Naomi Campbell, Shakira, Leo Messi o Ferran Adrià, que
tienen la suerte de habitar mansiones biosostenibles que llevan su
firma. Y también muchos otros anónimos propietarios de sus edificios,
como el profesor de instituto valenciano que desde hace tres años vive
sin necesidad de adquirir agua, energía o alimentos en Ramat Ecohouse,
la primera casa totalmente autosuficiente del mundo. «Que ningún humano
tenga que depender de otro» es el lema de Garrido, y el hombre del
Renacimiento su referencia como arquitecto. «Miguel Ángel era tan buen
escultor porque lo tenía todo: sabía de dibujo, anatomía, cálculo,
física... Él no encargaba un bloque de granito; se iba a la cantera,
hablaba con los obreros y de mil bloques que le enseñaban cogía el
mejor, porque veía el resplandor de la luz de primera hora de la mañana
en sus caras. Hasta se hacía su propio martillo y sus propios cinceles.
Pintor, escultor, ingeniero, arquitecto... lo era todo a la vez, tenía
información global. ¿Cómo le iban a salir objetos malos? Alguno dirá: es
que los edificios son cada vez más complejos. Falso, cualquiera de
nuestros bloques es más sencillo que una pilastra de la cúpula de San
Pedro del Vaticano. Y Miguel Ángel era responsable de todo».
Los bastardos de Van der Rohe
Este valenciano, reconocido internacionalmente como una
eminencia en la edificación sostenible, ha decidido dedicar su vida a
luchar contra el despilfarro, la estupidez y la ignorancia, los pecados
capitales de la arquitectura actual. Su determinación y la valentía con
que se mantiene al margen del 'establishment' recuerdan a aquel otro
arquitecto, Howard Roark, que en la novela 'El Manantial' de Ayn Rand
luchaba contra los convencionalismos estilísticos, los cánones y la
sacrosanta tradición en aras del racionalismo incipiente.
«La situación es aún peor que entonces. Se ha cambiado un
dogmatismo por otro todavía peor», asegura Garrido. Hace un siglo, en
oposición al neoclasicismo imperante se escribieron las reglas del
movimiento moderno. Luchando contra el ornamento, Mies van del Rohe
comenzó a utilizar el acero en conjunción con el vidrio para crear
formas simples y puras. «El problema es que, como quedaba muy bonito,
una camada de hijos bastardos se dedicó a repetirlo, y ahora todo el
mundo quiere tener su edificio de vidrio para quedar moderno y
racionalista. Se han cumplido la friolera de 85 años y las mismas
fórmulas que usó Van der Rohe cuando ni siquiera se adivinaban los
enormes problemas medioambientales que hoy tenemos se han convertido en
un dogma, de forma que los que no lo cumplen están fuera del redil y no
son buenos arquitectos. Pero ¿cómo se van a dar respuestas con
paradigmas de hace 85 años a problemas que se han generado hace
veinte?», se pregunta.
Lo peor, añade, es que el modelo supuestamente sostenible
que se inculca a la sociedad «es absolutamente falso. Es un modelo
consumista, aditivo: propone seguir haciendo lo mismo pero añadiendo
nuevos materiales o tecnologías para que aquello sea ecológico. Es el
mismo edificio pero con nuevas bombas de calor, nuevos aislamientos, más
materiales, más masa, más tecnología. La primera consecuencia negativa
es que el ciudadano percibe que lo ecológico es más caro, cuando debería
ser al revés. La segunda, que no resuelve el problema, porque estamos
generando precisamente lo contrario de lo que queremos conseguir: más
recursos, consumo de energía, residuos y emisiones... Por eso, el mayor
enemigo de la sostenibilidad es la sostenibilidad. Ese es el gran timo,
la gran mentira: se aprovecha la enorme ignorancia de la gente para que
compre este aire acondicionado 'ecológico' y tire el de antes, añada
estos paneles solares carísimos y con un aprovechamiento energético
irrisorio, conduzca un coche híbrido con más motores, peso y dependencia
tecnológica... La auténtica sostenibilidad es: haga usted el edificio
de tal modo que no se necesite aire acondicionado. Pero a la industria
no le interesan los edificios sencillos y ecológicos, sólo al ciudadano,
que no tiene ningún poder».
China y los rascacielos tontos
¿Hay solución? Garrido ha definido 39 indicadores de
sostenibilidad, de los que la mayoría de los arquitectos, asegura,
apenas utiliza tres o cuatro. «Sabemos que es muy difícil cumplirlos
todos, porque algunos tienen un cierto grado de incompatibilidad, pero
lo importante es que el edificio tenga buena nota global», dice. Pero
para aplicarlos habría, primero, que conocerlos. Y no parece ser el
caso.
Ahora que árabes y chinos disputan una desenfrenada carrera
por erigir el edificio más alto del mundo, secundados con entusiasmo
por rusos y japoneses, De Garrido intenta aportar algo de racionalidad
al desafío. Buscar la altura, admite, es una forma de trascender las
limitaciones humanas, llegar a otro nivel de conciencia superior. Antes
la motivación era religiosa, ahora es económica y política. Pero ¿es
ecológico? «Hay que crecer en altura, pero no mucho», sentencia. «Si
crecemos demasiado aparecen las diseconomías de escala y muchos
indicadores empiezan a dar valores negativos. Por ejemplo, hay que
añadir muchos ascensores, y eso puede dar lugar a edificios donde éstos
ocupan más espacio que las oficinas. Es el colmo de la estupidez pero se
hace; especialmente en China, el lugar del mundo donde más edificios
tontos se están construyendo actualmente».
El presidente de la Asociación Nacional para la
Arquitectura Sostenible defiende que la única razón de ser del
rascacielos en países como España, donde no se necesita por cuestiones
de espacio, es la búsqueda de notoriedad. «Las cuatro torres de la
Ciudad Deportiva de Madrid no tienen otro sentido que buscar la
diferenciación, ¿te has dado cuenta de que desde cualquier parte de la
ciudad parecen más altas de lo que son, destacando en un entorno de
construcción horizontal? -plantea-. Cambian el 'skyline' de Madrid para
que todo el mundo sepa quiénes son estas cuatro corporaciones. Eso no es
ecológico. Consumen demasiados recursos y energía, generan demasiados
residuos frente a, por ejemplo, la calle Serrano».
Y es que de cualquier tipo de construcción, defiende, la
más ecológica es la ciudad compacta europea. «En Berlín se tuvo una
oportunidad de oro de hacer la mejor ciudad del planeta porque hubo que
empezar de cero. Eligieron el modelo de catorce alturas en bloques de
manzanas porque implica el mínimo consumo de recursos y energía, la
mínima emisión de residuos y el máximo bienestar humano. Ciudades
españolas como San Sebastián, Valencia, Murcia, Barcelona o el Ensanche
de Madrid están entre las mejores del mundo. Curiosamente, San Francisco
y otras ciudades americanas están asumiendo ahora este modelo mientras
nosotros, que teníamos que exportarlo, nos lo estamos cargando».
En su lugar, ocupamos filas y filas de adosados en los
extrarradios de las ciudades, haciendo realidad un tardío sueño
americano. «El modelo triunfa porque los promotores compran un suelo
rústico que no vale nada, tienen un amigo político que se lo recalifica,
hacen edificios muy fáciles de construir y siempre habrá algún bobo que
se lo compre seducido por ese ansia tan humana de ser propietario,
aunque ir y venir del trabajo a casa le cueste cada día dos horas de su
vida», expone el arquitecto. «Yo fui uno de esos tontos hasta que se me
abrió la mente. Si evaluáramos ese tipo de edificación sacaría una de
las peores notas en ecología, sostenibilidad y calidad de vida, mucho
peor que el rascacielos». Garrido califica al chalé como el máximo
depredador de recursos ambientales, pues exige llevar infraestructuras,
gastar muchísimos recursos, disparar el consumo energético y la
generación de residuos y emisiones, pagar más dinero... Y todo para
restar calidad de vida y bienestar. «Casi todos sus indicadores son
negativos. Se está fomentando el peor tipo de edificio que puede haber,
cuando siempre hemos tenido el mejor».
Hace unas semanas, en el corazón de la City londinense,
los rayos solares reflejados en un edificio de nueva construcción
conocido como 'el walkie talkie' achicharraron un lujoso Jaguar aparcado
enfrente, la alfombra de una barbería y hasta un huevo puesto a freír
en la acera. El mismo arquitecto que lo perpetró, el uruguayo Rafael
Viñoly, había dotado a otro de sus edificios, el hotel Vdara de Las
Vegas, de parecidos 'superpoderes': sus huéspedes se quejaban de que el
'efecto lupa' les chamuscaba el pelo en la piscina.
En Leeds, también en Reino Unido, la torre de Bridgewater
Place se ha apuntado ya un muerto y varios heridos graves por el túnel
de viento huracanado que genera su diseño. La torre Taipei 101 de
Taiwán, hasta hace poco el edificio más alto del mundo, es sospechosa de
haber abierto con su peso una falla sísmica en la zona. Santiago
Calatrava, el valenciano aclamado por las estructuras nervudas y formas
orgánicas de sus diseños, es estos días una estrella estrellada,
fustigada por la prensa neoyorquina por los errores, retrasos y
desajustes presupuestarios de su proyecto para la Zona Cero, mientras
salen a relucir las goteras, grietas y pistas de patinaje que brotan de
cada una de sus construcciones por medio mundo.
Pero no hace falta irse tan lejos para encontrar edificios
enfermos. En Bilbao, los policías que ocuparon la recién inaugurada
comisaría central de Miribilla amenazaban con pedir indemnizaciones por
las alergias que les provocaba y exigían su traslado inmediato porque la
fachada acristalada les producía quemaduras, mientras, a escasos
metros, los bomberos se quejaban del ruido insoportable en sus propias
dependencias. La arquitectura parece ser, hoy en día, una ciencia con
cimientos muy poco sólidos.
«La profesión se ha degradado hasta límites extremos»,
critica el presidente de la Asociación Nacional para la Arquitectura
Sostenible, Luis de Garrido. «Muchos arquitectos han ido reduciendo su
ámbito de actuación hasta quedarse en meros fachadistas, trabajan sólo
con la cáscara. Luego un ingeniero les resuelve el aire acondicionado,
otro calcula las estructuras, otro les hace los conductos, otro les
soluciona las telecomunicaciones, otro se encarga de la
sostenibilidad... ¿qué coño hace el arquitecto? Una fachada y una
estructura espacial absurda con la que sabe que va a salir en las
revistas porque es lo que la gente valora. Aunque esa misma gente se
ponga enferma, no pueda vivir ahí dentro o se le derrita el coche si lo
aparca delante».
Garrido se ha convertido en el azote de la «arquitectura
tonta» y muchos de sus colegas le temen. En cambio, le adoran famosos
como Beyoncé, Naomi Campbell, Shakira, Leo Messi o Ferran Adrià, que
tienen la suerte de habitar mansiones biosostenibles que llevan su
firma. Y también muchos otros anónimos propietarios de sus edificios,
como el profesor de instituto valenciano que desde hace tres años vive
sin necesidad de adquirir agua, energía o alimentos en Ramat Ecohouse,
la primera casa totalmente autosuficiente del mundo. «Que ningún humano
tenga que depender de otro» es el lema de Garrido, y el hombre del
Renacimiento su referencia como arquitecto. «Miguel Ángel era tan buen
escultor porque lo tenía todo: sabía de dibujo, anatomía, cálculo,
física... Él no encargaba un bloque de granito; se iba a la cantera,
hablaba con los obreros y de mil bloques que le enseñaban cogía el
mejor, porque veía el resplandor de la luz de primera hora de la mañana
en sus caras. Hasta se hacía su propio martillo y sus propios cinceles.
Pintor, escultor, ingeniero, arquitecto... lo era todo a la vez, tenía
información global. ¿Cómo le iban a salir objetos malos? Alguno dirá: es
que los edificios son cada vez más complejos. Falso, cualquiera de
nuestros bloques es más sencillo que una pilastra de la cúpula de San
Pedro del Vaticano. Y Miguel Ángel era responsable de todo».
Los bastardos de Van der Rohe
Este valenciano, reconocido internacionalmente como una
eminencia en la edificación sostenible, ha decidido dedicar su vida a
luchar contra el despilfarro, la estupidez y la ignorancia, los pecados
capitales de la arquitectura actual. Su determinación y la valentía con
que se mantiene al margen del 'establishment' recuerdan a aquel otro
arquitecto, Howard Roark, que en la novela 'El Manantial' de Ayn Rand
luchaba contra los convencionalismos estilísticos, los cánones y la
sacrosanta tradición en aras del racionalismo incipiente.
«La situación es aún peor que entonces. Se ha cambiado un
dogmatismo por otro todavía peor», asegura Garrido. Hace un siglo, en
oposición al neoclasicismo imperante se escribieron las reglas del
movimiento moderno. Luchando contra el ornamento, Mies van del Rohe
comenzó a utilizar el acero en conjunción con el vidrio para crear
formas simples y puras. «El problema es que, como quedaba muy bonito,
una camada de hijos bastardos se dedicó a repetirlo, y ahora todo el
mundo quiere tener su edificio de vidrio para quedar moderno y
racionalista. Se han cumplido la friolera de 85 años y las mismas
fórmulas que usó Van der Rohe cuando ni siquiera se adivinaban los
enormes problemas medioambientales que hoy tenemos se han convertido en
un dogma, de forma que los que no lo cumplen están fuera del redil y no
son buenos arquitectos. Pero ¿cómo se van a dar respuestas con
paradigmas de hace 85 años a problemas que se han generado hace
veinte?», se pregunta.
Lo peor, añade, es que el modelo supuestamente sostenible
que se inculca a la sociedad «es absolutamente falso. Es un modelo
consumista, aditivo: propone seguir haciendo lo mismo pero añadiendo
nuevos materiales o tecnologías para que aquello sea ecológico. Es el
mismo edificio pero con nuevas bombas de calor, nuevos aislamientos, más
materiales, más masa, más tecnología. La primera consecuencia negativa
es que el ciudadano percibe que lo ecológico es más caro, cuando debería
ser al revés. La segunda, que no resuelve el problema, porque estamos
generando precisamente lo contrario de lo que queremos conseguir: más
recursos, consumo de energía, residuos y emisiones... Por eso, el mayor
enemigo de la sostenibilidad es la sostenibilidad. Ese es el gran timo,
la gran mentira: se aprovecha la enorme ignorancia de la gente para que
compre este aire acondicionado 'ecológico' y tire el de antes, añada
estos paneles solares carísimos y con un aprovechamiento energético
irrisorio, conduzca un coche híbrido con más motores, peso y dependencia
tecnológica... La auténtica sostenibilidad es: haga usted el edificio
de tal modo que no se necesite aire acondicionado. Pero a la industria
no le interesan los edificios sencillos y ecológicos, sólo al ciudadano,
que no tiene ningún poder».
China y los rascacielos tontos
¿Hay solución? Garrido ha definido 39 indicadores de
sostenibilidad, de los que la mayoría de los arquitectos, asegura,
apenas utiliza tres o cuatro. «Sabemos que es muy difícil cumplirlos
todos, porque algunos tienen un cierto grado de incompatibilidad, pero
lo importante es que el edificio tenga buena nota global», dice. Pero
para aplicarlos habría, primero, que conocerlos. Y no parece ser el
caso.
Ahora que árabes y chinos disputan una desenfrenada carrera
por erigir el edificio más alto del mundo, secundados con entusiasmo
por rusos y japoneses, De Garrido intenta aportar algo de racionalidad
al desafío. Buscar la altura, admite, es una forma de trascender las
limitaciones humanas, llegar a otro nivel de conciencia superior. Antes
la motivación era religiosa, ahora es económica y política. Pero ¿es
ecológico? «Hay que crecer en altura, pero no mucho», sentencia. «Si
crecemos demasiado aparecen las diseconomías de escala y muchos
indicadores empiezan a dar valores negativos. Por ejemplo, hay que
añadir muchos ascensores, y eso puede dar lugar a edificios donde éstos
ocupan más espacio que las oficinas. Es el colmo de la estupidez pero se
hace; especialmente en China, el lugar del mundo donde más edificios
tontos se están construyendo actualmente».
El presidente de la Asociación Nacional para la
Arquitectura Sostenible defiende que la única razón de ser del
rascacielos en países como España, donde no se necesita por cuestiones
de espacio, es la búsqueda de notoriedad. «Las cuatro torres de la
Ciudad Deportiva de Madrid no tienen otro sentido que buscar la
diferenciación, ¿te has dado cuenta de que desde cualquier parte de la
ciudad parecen más altas de lo que son, destacando en un entorno de
construcción horizontal? -plantea-. Cambian el 'skyline' de Madrid para
que todo el mundo sepa quiénes son estas cuatro corporaciones. Eso no es
ecológico. Consumen demasiados recursos y energía, generan demasiados
residuos frente a, por ejemplo, la calle Serrano».
Y es que de cualquier tipo de construcción, defiende, la
más ecológica es la ciudad compacta europea. «En Berlín se tuvo una
oportunidad de oro de hacer la mejor ciudad del planeta porque hubo que
empezar de cero. Eligieron el modelo de catorce alturas en bloques de
manzanas porque implica el mínimo consumo de recursos y energía, la
mínima emisión de residuos y el máximo bienestar humano. Ciudades
españolas como San Sebastián, Valencia, Murcia, Barcelona o el Ensanche
de Madrid están entre las mejores del mundo. Curiosamente, San Francisco
y otras ciudades americanas están asumiendo ahora este modelo mientras
nosotros, que teníamos que exportarlo, nos lo estamos cargando».
En su lugar, ocupamos filas y filas de adosados en los
extrarradios de las ciudades, haciendo realidad un tardío sueño
americano. «El modelo triunfa porque los promotores compran un suelo
rústico que no vale nada, tienen un amigo político que se lo recalifica,
hacen edificios muy fáciles de construir y siempre habrá algún bobo que
se lo compre seducido por ese ansia tan humana de ser propietario,
aunque ir y venir del trabajo a casa le cueste cada día dos horas de su
vida», expone el arquitecto. «Yo fui uno de esos tontos hasta que se me
abrió la mente. Si evaluáramos ese tipo de edificación sacaría una de
las peores notas en ecología, sostenibilidad y calidad de vida, mucho
peor que el rascacielos». Garrido califica al chalé como el máximo
depredador de recursos ambientales, pues exige llevar infraestructuras,
gastar muchísimos recursos, disparar el consumo energético y la
generación de residuos y emisiones, pagar más dinero... Y todo para
restar calidad de vida y bienestar. «Casi todos sus indicadores son
negativos. Se está fomentando el peor tipo de edificio que puede haber,
cuando siempre hemos tenido el mejor».
TÍTULO; EL PERIODICO LA RAZÓN,. LUJO ASIÁTICO PARA LOS HEROES,.
Lujo asiático para los héroes
Como hicieron antes otras
dictaduras, Corea del Norte trata de utilizar el deporte como forma de
estar y ser aceptada en el mundo-foto y el periodico la Razón,.
Como hicieron antes otras dictaduras, Corea del Norte trata
de utilizar el deporte como forma de estar y ser aceptada en el mundo.
No deja de resultar sorprendente que un país sometido a la hambruna y el
aislamiento sea capaz de ocupar el puesto 20 en el medallero de los
últimos Juegos Olímpicos de Londres 2012, con cuatro oros y dos bronces.
Dos años antes, el régimen del iluminado Kim Jong-un (todavía en
tiempos de su padre, el 'Querido líder' Kim Jong-il), mascullaba los
fracasos deportivos castigando a sus protagonistas: la selección de
fútbol tuvo que soportar seis horas de insultos en medio de la calle por
no brillar en el Mundial de Sudáfrica.
Ahora, el dictador comunista premia a sus medallistas
olímpicos con lujosos apartamentos junto al río Pothong en la capital
Pyongyang. Tan inusuales, que las familias admiran las paredes
empapeladas, los sofás y las discretas mesas de comedor como si les
invitaran a visitar el Palace de Madrid. El régimen les concede esta
«vida glorificada» mientras algún medallista, como el halterófilo Om
Yul-chul, confiesa que batió el récord del mundo y se colgó la medalla
por «la fuerza que me dió la mirada de nuestro líder».
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