DESAYUNO--CENA--DOMINGO-
"La gente cree que los actores ganamos mucho dinero, y de eso, nada".
Luis Varela: "La gente cree que los actores ganamos mucho dinero, y de eso, nada"
Tengo 72 años y debuté en el teatro a
los nueve. Mi generación me conoció por 'Escala en Hi-Fi'; y los jóvenes
de ahora, por 'Camera café'. En la nueva serie de Antena3, 'Algo que
celebrar', soy el patriarca de la familia.
XLSemanal. Hay quien lo sigue llamando Luisito Varela...
Luis Varela. Es que así figuraba en los carteles cuando empecé en teatro. Y a mí me entusiasma.
XL. De pequeña, lo confundía siempre con Manuel Galiana.
L.V. A muchos les pasaba, y con Emilio Gutiérrez Caba [sonríe]. Es que somos todos de la misma época.
XL. Pues, de los tres, el que mejor mantiene el tipo es usted.
L.V. No me extraña [ríe]: me voy consumiendo con estos horarios... Me levanto a las 5:00 para ir a rodar y no vuelvo a casa hasta las 19:00.
XL. Pues un negocio que obliga a esos horarios no puede ser muy bueno...
L.V. ¡No lo es! No me quejo porque, con todo, he sacado adelante a mi familia, pero la gente cree que los actores nos pasamos el día de juerga y que ganamos mucho dinero, y de eso, nada.
XL. De dinero y santidad, la mitad de la mitad.
L.V. Sí, sí, y menos aun [ríe]. Pero no me quejo: tengo salud, trabajo, una familia que me quiere... Y grabando esta serie nos reímos bastante, incluso en un cementerio como este.
XL. Es la primera vez que hago una entrevista rodeada de tumbas.
L.V. ¡Y yo! [Risas]. Estamos rodando el entierro de una tía mía. Pero nos hemos reído mucho porque, al abrir la caja para despedirnos de la tía, ha aparecido dentro un señor chino.
XL. La serie huele a éxito desde hoy...
L.V. Yo creo que sí, es muy blanca y refleja con mucho humor las cosas que pasan en una familia cualquiera.
XL. Hubo un tiempo en que, entre el doblaje y las zarzuelas, no se le veía...
L.V. Claro, toqué todos los palos para poder salir adelante. Aunque nunca he tenido un paro largo, esta profesión es muy dura. Por eso, el papel de Antúnez en Camera café me devolvió la popularidad de antaño. Aquellas frases de «¡a la puta calle!» o «la Virgen, qué ganas tengo de jubilarme» me las pedía la gente joven por la calle.
XL. Pensó en jubilarse, pero, cuando se quedó viudo, cambió de idea.
L.V. Mis hijos ya tienen sus vidas hechas y yo no quería quedarme solo en casa, adocenado, sin hacer nada. Gracias a Dios, me están llamando más que nunca y para trabajos muy bonitos.
XL. ¿A qué hora estudia los guiones?
L.V. A la hora de cenar, me aprendo de memoria cada día una docena de folios. Yo digo que, en esta segunda juventud, estoy preparando notarías.
Su desayuno: «Un Cola Cao con magdalenas o galletitas. Soy de poco comer. Como desayuno a las cinco de la mañana, si estoy muy dormido, me tomo un café al llegar al rodaje».
La cena, una tortilla de jamón, pan, beber agua, postre una manzana,.
TÍTULO: LOS ALBARICOQUES,. CUANDO JUGABA PIRRI,.
LOS ALBARICOQUES,.foto,.
Luis Varela. Es que así figuraba en los carteles cuando empecé en teatro. Y a mí me entusiasma.
XL. De pequeña, lo confundía siempre con Manuel Galiana.
L.V. A muchos les pasaba, y con Emilio Gutiérrez Caba [sonríe]. Es que somos todos de la misma época.
XL. Pues, de los tres, el que mejor mantiene el tipo es usted.
L.V. No me extraña [ríe]: me voy consumiendo con estos horarios... Me levanto a las 5:00 para ir a rodar y no vuelvo a casa hasta las 19:00.
XL. Pues un negocio que obliga a esos horarios no puede ser muy bueno...
L.V. ¡No lo es! No me quejo porque, con todo, he sacado adelante a mi familia, pero la gente cree que los actores nos pasamos el día de juerga y que ganamos mucho dinero, y de eso, nada.
XL. De dinero y santidad, la mitad de la mitad.
L.V. Sí, sí, y menos aun [ríe]. Pero no me quejo: tengo salud, trabajo, una familia que me quiere... Y grabando esta serie nos reímos bastante, incluso en un cementerio como este.
XL. Es la primera vez que hago una entrevista rodeada de tumbas.
L.V. ¡Y yo! [Risas]. Estamos rodando el entierro de una tía mía. Pero nos hemos reído mucho porque, al abrir la caja para despedirnos de la tía, ha aparecido dentro un señor chino.
XL. La serie huele a éxito desde hoy...
L.V. Yo creo que sí, es muy blanca y refleja con mucho humor las cosas que pasan en una familia cualquiera.
XL. Hubo un tiempo en que, entre el doblaje y las zarzuelas, no se le veía...
L.V. Claro, toqué todos los palos para poder salir adelante. Aunque nunca he tenido un paro largo, esta profesión es muy dura. Por eso, el papel de Antúnez en Camera café me devolvió la popularidad de antaño. Aquellas frases de «¡a la puta calle!» o «la Virgen, qué ganas tengo de jubilarme» me las pedía la gente joven por la calle.
XL. Pensó en jubilarse, pero, cuando se quedó viudo, cambió de idea.
L.V. Mis hijos ya tienen sus vidas hechas y yo no quería quedarme solo en casa, adocenado, sin hacer nada. Gracias a Dios, me están llamando más que nunca y para trabajos muy bonitos.
XL. ¿A qué hora estudia los guiones?
L.V. A la hora de cenar, me aprendo de memoria cada día una docena de folios. Yo digo que, en esta segunda juventud, estoy preparando notarías.
Su desayuno: «Un Cola Cao con magdalenas o galletitas. Soy de poco comer. Como desayuno a las cinco de la mañana, si estoy muy dormido, me tomo un café al llegar al rodaje».
La cena, una tortilla de jamón, pan, beber agua, postre una manzana,.
TÍTULO: LOS ALBARICOQUES,. CUANDO JUGABA PIRRI,.
LOS ALBARICOQUES,.foto,.
A veces me siento en el parque, siempre en el mismo
lugar. Y a veces, mientras estoy sentado en el parque, noto que me
observa, como queriendo decirme algo, un hombre anciano y grueso,
supongo que jubilado, que suele llevar sombrero y un periódico deportivo
debajo del brazo. El otro día me habló por fin. Quería
contarme que me parezco mucho a un amigo suyo de hace cuarenta años. Un
amigo que llevaba barba cuando no era usual verla, con el que había
trabajado en la construcción, con el que había compartido la decisión de
mudar a ambas familias a unos edificios residenciales recién
construidos en San Blas durante la expansión de la ciudad. Allí, los
chicos crecieron juntos entre partidos de fútbol, meriendas en las
chuleterías con patios cubiertos de parras que hubo donde ahora
discurre, hegemónico, el asfalto de la M-30, e incluso expediciones
estivales conjuntas. Su amigo era alegre y chistoso. Toda una
personalidad. Pronunció su nombre como tanteando, para averiguar si yo
estaba emparentado.
Lo cierto es que algunos de los recuerdos que mencionó, como el de los merenderos ya desaparecidos o el crecimiento de los barrios que ahora lucen fatigados, evocan mi propia infancia. Hablamos de cuando jugaba Pirri. Nosotros nos mudamos a otra expansión residencial, la de la Ciudad de los Periodistas al norte del barrio del Pilar, donde todavía pastaban ovejas como si los pastores se resistieran a abandonar espacios abocados a la siembra de grandes termiteros humanos. Y a lo mejor hasta nos cruzamos bajo alguna parra, esas familias y la mía, algún domingo de cuando apetecía salir a disfrutar del primer sol de primavera y el concepto de helado sofisticado era un corte de vainilla.
Un par de días después de nuestra primera conversación, el hombre se me sentó al lado, ya en confianza. Y varias otras veces volvió a hacerlo después. Admito que me resultaba un poco enojoso verlo llegar, porque al parque voy a estar solo un rato, a leer el periódico, a pensar en mis cosas, a sacarle una tregua al día entre una ocupación y otra. Pensé incluso en no regresar para evitarlo. Hasta que sucedió algo. Poco a poco. El hombre que al principio se fijó en mí porque me parecía, no ya a un amigo, sino a una época de su vida ya remota, de repente empezó a hablarme como si yo fuera el amigo y estuviéramos paseando juntos cualquier mañana de hace cuarenta años. Estaba contento porque yo no representaba un recuerdo, sino un reencuentro. Como cuando recuperas el tiempo perdido y te pones al día con alguien a quien la vida te hizo perder de vista hasta que cesaron incluso las llamadas telefónicas. Eso también me lo dijo el hombre, que en algún momento perdió mi número.
Yo ya había sabido de ancianos afectados por males semejantes, que confundían a personas contemporáneas con otras de su pasado y que se instalaban mentalmente en otra edad, en otro lugar. Mi propia abuela, durante sus últimos meses en Madrid, creía ver al otro lado de la ventana el puerto de Blaye (Aquitania) en el que fue niña. Allí se refugió, de allí no regresó más. Empezó a haber en la conversación una intimidad no correspondida. Me estaban adjudicando una vida que no era la mía, un amigo al que no recordaba. Solo por jugar, empecé a preguntarme. ¿Y si él tiene razón? ¿Y si soy un septuagenario sentado en un parque al que los estragos de la edad han dejado tan deteriorado que se cree un cuarentón activo al que alguien espera en alguna parte? ¿Y si vivo en San Blas? ¿Y si soy como ese personaje amnésico de Modiano que se investiga a sí mismo y va reconstruyendo su existencia con los retazos que le procuran antiguos amigos que no pueden creerse que no los recuerde? A lo mejor el hombre del parque estaba siendo paciente conmigo y prefería dosificarme la información porque se había dado cuenta de que yo estaba afectado por algún tipo de demencia senil o de estrés postraumático. Tengo prisa por volver al parque para seguir averiguando cómo fue mi vida y qué suerte corrieron los de entonces.
Lo cierto es que algunos de los recuerdos que mencionó, como el de los merenderos ya desaparecidos o el crecimiento de los barrios que ahora lucen fatigados, evocan mi propia infancia. Hablamos de cuando jugaba Pirri. Nosotros nos mudamos a otra expansión residencial, la de la Ciudad de los Periodistas al norte del barrio del Pilar, donde todavía pastaban ovejas como si los pastores se resistieran a abandonar espacios abocados a la siembra de grandes termiteros humanos. Y a lo mejor hasta nos cruzamos bajo alguna parra, esas familias y la mía, algún domingo de cuando apetecía salir a disfrutar del primer sol de primavera y el concepto de helado sofisticado era un corte de vainilla.
Un par de días después de nuestra primera conversación, el hombre se me sentó al lado, ya en confianza. Y varias otras veces volvió a hacerlo después. Admito que me resultaba un poco enojoso verlo llegar, porque al parque voy a estar solo un rato, a leer el periódico, a pensar en mis cosas, a sacarle una tregua al día entre una ocupación y otra. Pensé incluso en no regresar para evitarlo. Hasta que sucedió algo. Poco a poco. El hombre que al principio se fijó en mí porque me parecía, no ya a un amigo, sino a una época de su vida ya remota, de repente empezó a hablarme como si yo fuera el amigo y estuviéramos paseando juntos cualquier mañana de hace cuarenta años. Estaba contento porque yo no representaba un recuerdo, sino un reencuentro. Como cuando recuperas el tiempo perdido y te pones al día con alguien a quien la vida te hizo perder de vista hasta que cesaron incluso las llamadas telefónicas. Eso también me lo dijo el hombre, que en algún momento perdió mi número.
Yo ya había sabido de ancianos afectados por males semejantes, que confundían a personas contemporáneas con otras de su pasado y que se instalaban mentalmente en otra edad, en otro lugar. Mi propia abuela, durante sus últimos meses en Madrid, creía ver al otro lado de la ventana el puerto de Blaye (Aquitania) en el que fue niña. Allí se refugió, de allí no regresó más. Empezó a haber en la conversación una intimidad no correspondida. Me estaban adjudicando una vida que no era la mía, un amigo al que no recordaba. Solo por jugar, empecé a preguntarme. ¿Y si él tiene razón? ¿Y si soy un septuagenario sentado en un parque al que los estragos de la edad han dejado tan deteriorado que se cree un cuarentón activo al que alguien espera en alguna parte? ¿Y si vivo en San Blas? ¿Y si soy como ese personaje amnésico de Modiano que se investiga a sí mismo y va reconstruyendo su existencia con los retazos que le procuran antiguos amigos que no pueden creerse que no los recuerde? A lo mejor el hombre del parque estaba siendo paciente conmigo y prefería dosificarme la información porque se había dado cuenta de que yo estaba afectado por algún tipo de demencia senil o de estrés postraumático. Tengo prisa por volver al parque para seguir averiguando cómo fue mi vida y qué suerte corrieron los de entonces.
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