TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO, Saturno devorando a sus hijos,.
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En Nochevieja se me ocurrió contactar con algunas personas de las que hacía tiempo que no sabía nada, como es el caso de una amiga de toda la vida que vive en Londres desde los años 70 (y que ahí sigue, como si no hubiera pasado el tiempo); o de otra amiga que, desde el continente africano, tuvo a bien compartir conmigo su
felicidad por haberse convertido en abuela.
Recibí asimismo
un correo electrónico de la hija de una amiga con la que
también llevaba tiempo sin hablar y en el que me ponía al
día sobre una serie de decisiones vitales que se ha visto
obligada a tomar. Tiene 25 años y es hija única. Sus padres
la han tratado siempre con respeto y sin autoritarismo, lo
que ha permitido que crezca en un entorno rico en estímulos,
dando de sí una brillante carrera deportiva y unos
estudios de especialización, durante los últimos meses, en
una universidad extranjera. En un momento determinado,
al hilo de sus proyectos de futuro, añadió: “Eso, siempre y
cuando los ataques de pánico me lo permitan”... “¿Ataques
de pánico? –pensé yo para mí–. ¿Cómo es posible tal cosa
a su edad?”.
Debo confesar que yo nunca los he sufrido,
aunque sí hubo una época en la que varias personas de
mi entorno cercano los padecieron. Pero estoy hablando
de gente de mi edad, esto es, sujetos que habían superado
la barrera de los 50 y que se hallaban, por tanto, en esa
delicada fase llena de cambios que es la antesala de la
vejez. Nada que ver con una chica tan joven, inteligente
y con una vida plena de satisfacciones.
¿Qué es lo que
podría causarle esos ataques de pánico?
No he parado de darle vueltas a esta pregunta en estos
días navideños. Y como en esta época el tiempo parece que
se dilata, acabó por embargarme una intuición al respecto.
Aunque es la festividad más importante en Occidente,
durante las navidades no había prácticamente ningún local
cerrado en toda la ciudad. A pesar de la crisis que no nos
abandona, la gente sigue pululando por los centros comerciales,
aunque, eso sí, más como almas en pena que como
espíritus festivos que salen de compras.
Ese concepto de
los domingos como tiempo de reposo y de recogimiento
en términos anímicos es ya cosa del pasado desde hace
unos años, al menos en Italia. Sin embargo, la Navidad,
junto con la Semana Santa y el 1 de mayo, aún resistía con
obstinación, como si fuera el último bastión de esa idea de
vivir al margen de las horas. Hoy, esa fortaleza también ha
caído. Y esta debacle nos lanza a los brazos de Saturno,
el dios de la mitología que devoraba a sus propios hijos.
¿ Acaso no es esa la única realidad con la
que tenemos que comulgar en nuestros días? Borrada de
nuestro horizonte la misteriosa presencia de un 'antes',
que precede a nuestro nacimiento, y de un no menos
enigmático 'después', que sucederá a nuestra muerte,
no nos dejan ser más que víctimas propiciatorias, esas
que acaban engullidas por el implacable transcurrir del
tiempo. El ser humano, desde que tiene conciencia de
sí mismo, se ha fijado siempre en esa parte inescrutable
que nos rodea, precisamente aquella que nos hace sentir
el aliento de la eternidad.
Pero si nuestra existencia se ve abocada a una vida de
consumo permanente, de compras y recompras, en lo que
viene a ser una bulimia incontrolable e incontrolada, no es
de extrañar que acabemos sintiendo que también nosotros
somos moneda de cambio, puros objetos, intercambiables
unos por otros tan pronto como dejamos de ser eficientes.
Si todo termina sumido en una espiral consumista, sin
lugar alguno para una noción más elevada y compleja de
la vida, ¿cómo va a ser capaz de encontrar el núcleo de
su identidad una muchacha sensible y llena de dudas?
TÍTULO: NOCHE LARGA, POBRE MARYLY,.
NOCHE LARGA, POBRE MARYLY, foto,.
Dicen los psicólogos que, si nos sentamos en la mesa de un bar y observamos a quienes están a nuestro alrededor, no es extraño que pensemos que la mayoría están más contentos que nosotros. Dicen, también, que ignoramos las tragedias de las personas con las que nos cruzamos a diario porque, en general, no nos tomamos la molestia de mirar más allá de la superficie. Y en la superficie hay quien es capaz de aparentar una felicidad que está muy lejos de sentir, por no mencionar a aquellos que se esfuerzan tanto en enmascarar su infelicidad, su imperfección, que parecen ser los seres más felices sobre la faz de la tierra.
Pienso esto mientras leo que se subastan objetos personales de Marilyn Monroe, entre los que están muchas de las cartas que escribió o que le escribieron. Algunas son de amor. De desamor, mejor dicho. "Es dudosamente difícil entender que tú, el más diferente, más bello ser humano, me eligiese a mí como ser amado", le dijo a Arthur Miller en una carta que nunca llegó a enviarle. Ahora, sabiendo todo lo que sabemos, es fácil que a nadie le sorprenda que Norma Jean tuviera una personalidad tortuosa, torturada.
Todo el mundo sabe ya que era una mujer de una inteligencia extraordinaria. Sin embargo, prefirió hacerse pasar por tonta. Tal vez alguien le aconsejó que eso era lo mejor para su carrera, o para su vida. O quizá hubo quien la convenció de que no merecía el amor de nadie porque era rubia y era guapa.
No es tan raro. Hace poco, en la web de una revista leí cuatro consejos para ligar, a saber, y en modo resumen: no parezcas más inteligente que él, so pena de perderle al hacerle sentir inferior; no seas demasiado guapa para él, o le perderás porque temerá que le seas infiel al verle poca cosa; no muestres demasiado deseo (sexual), o le perderás porque creerá que eres capaz de irte acostando con cualquiera si él no te cumple; y, sobre todo, no le demuestres nunca que no necesitas a ningún hombre a tu lado, o acabarás perdiéndolo porque se sentirá amenazado por tu independencia y por tu superioridad.
Me resisto a creer que haya hombres que prefieran que sus parejas sean menos hermosas, inteligentes, independientes y sexuales de lo que son en realidad. Pero la teoría es una cosa y la práctica, otra.
Norma Jean conocía la diferencia entre la teoría y la práctica, porque pasó años intentando encontrarse a sí misma, consciente de que la tarea no era nada fácil. Tal vez por eso sabía muy bien que era mejor vivir sola que estar infeliz con alguien. Al menos, en teoría. Pobre, Marilyn.
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