lunes, 23 de marzo de 2015

CABALLERO, SEÑOR , Suárez por Suárez, 1977-1982,.Adolfo Suárez Illana: HIJO,.

TÍTULO: CABALLERO, SEÑOR , Suárez por Suárez, 1977-1982,.
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Este lunes se cumple un año de la muerte del expresidente español -foto-Adolfo Suárez. Coincidiendo con este aniversario, la Universidad de Salamanca recuerda su figura con la exposición 'Suárez por Suárez', una colección de retratos del político y otras instantáneas realizadas durante la Transición por Antonio de Suárez, fotógrafo de la agencia Cover y de 'Diario 16'. La muestra puede verse hasta el 8 de abril. En la imagen, Adolfo Suárez durante un pleno en el Congreso de los Diputados en 1977.
  1. Adolfo Suárez González fue un político y abogado español, presidente del Gobierno de España entre 1976 y 1981.

  2. Fecha de nacimiento: 25 de septiembre de 1932, Cebreros
  3. Fecha de la muerte: 23 de marzo de 2014, Madrid
  4. Cargo anterior: Presidente del Gobierno de España (1976–1981)
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    TÍTULO:  Adolfo Suárez Illana: HIJO,.

     primer aniversario de la muerte de adolfo suárez,.

    Adolfo Suárez Illana: «No asistiremos a más homenajes a nuestro padre, queremos que él sea el protagonista»,.

    Adolfo Suárez Illana: «No asistiremos a más homenajes a nuestro padre, queremos que él sea el protagonista»Cuando se cumple el aniversario de la muerte del que fuera el primer presidente de la democracia, su hijo recibe a ABC y hace balance de su año más duro,.

    -foto-Adolfo Suárez Illana ya no es aquel niño travieso que hace casi 40 años jugaba al escondite con sus hermanos en los jardines de La Moncloa. Cuenta la leyenda que los cinco hijos del primer presidente de la democracia mataban las tardes de la transición disputándose el tricornio de uno de los guardias civiles que velaban por su seguridad como si se tratara de un balón de fútbol. Pero ni el paso del tiempo, ni las penas, ni los reveses de los últimos años han podido aplacar la ilusión infantil del primogénito varón de Adolfo Suárez González y Amparo Illana Elórtegui.
    «Sigo siendo un soñador. Julián Marías definía la ilusión como la capacidad de imaginar un futuro por el que vale la pena luchar. Y yo, imaginación tengo mucha», dice el abogado de 50 años, sentado en la biblioteca de su despacho en el Paseo de la Castellana. En 2012, Suárez Ilana soñó una marca global jurídica denominada Ontier, un bufete internacional con impronta y capitales españoles. Tres años después, la firma cuenta con 18 oficinas en China, Inglaterra, Portugal, EE.UU., Venezuela, Colombia, Brasil, Perú, Bolivia, y Paraguay. El despacho, del que Suárez Illana es su presidente internacional, factura 56 millones de euros al año, cuenta con más de 450 empleados y pronto desembarcará en Italia, Chile, Argentina y Panamá.
    «La realidad ha superado el sueño y cada día es mejor. Eso sí, cada vez que me dicen que esto es un modelo de éxito, me echo a temblar», reconoce con cierta cautela. El año pasado su brillante visión casi se desvanece en las tinieblas de un cáncer, esa maldita enfermedad que persigue a su familia desde la muerte de su madre y de su hermana Mariam. Poco antes del fallecimiento de su padre, Suárez Illana se enteró de que sufría de un tumor en el cuello. Precavido, esperó a despedir al expresidente para anunciar su enfermedad e iniciar el tratamiento. En esas horas dramáticas no perdió su cándido sentido del humor. «Ser un Suárez y no tener un cáncer es como un huevo sin sal», dijo al hacer público su padecimiento.
    —Supongo que 2014 ha sido uno de los años más difíciles de su vida...
    —No, ha sido uno de los mejores. La gente tiende a ver las cosas de una forma, yo las veo de otra. En 2014 murió mi padre, una cosa que yo sabía que iba a suceder. También sé que me voy a morir yo. No sé por qué ese temor a la muerte, cuando es lo único seguro que tenemos en nuestra vida. Y mi padre, que padeció una enfermedad durísima durante once años, murió de una forma dulce, rodeado de los suyos, con los hermanos unidos entorno a él, y recibió el homenaje más espectacular que vi en España.
    —Visto así, más no se puede pedir...
    —Más y mejor no se puede. Todo lo que se haga después es para ir detrás. Tras el funeral de Estado, el último acto público en que participamos sus hijos, decidimos no acudir a más homenajes, y lo voy diciendo por todos lados. No es un acto de despecho, o de soberbia, o de desprecio, todo lo contrario. Nos mueve la humildad. Agradecemos los homenajes, y nos gustaría estar en todos, si pudiéramos acompañar a mi padre. Pero si él no está, sinceramente creo que una silla vacía es el mejor tributo. Nosotros no merecemos el honor que se le rinde. Que hay alguno que quiera ir y salir en la foto, que lo haga, pero no irá en nuestra representación. Los hijos no vamos a asistir ni hacer más homenajes públicos, queremos que él sea el protagonista.
    —Tras el funeral de Estado de su padre llegó su lucha contra el cáncer...
    —El empeoramiento de la salud de mi padre me llevó al hospital, y aprovechamos para hacerme una revisión que en otro caso no me hubiera hecho. Así se me descubrió un cáncer. Todo el mundo se vuelve a fijar en la parte negativa. Yo me fijo en la positiva, en 2014 he superado un cáncer. Me he curado. Que me ha costado, sí. Que no fue fácil, por supuesto que no. Que el tratamiento tiene tela marinera, cierto es. Pero lejos de sentirme un perseguido por la mala suerte, me siento un privilegiado: tengo a mi padre en el cielo, he superado un tumor, los hermanos estamos unidos, y mi mujer y mis dos hijos no pueden ser mejores… chico, si me quejo es para que me den un golpe en la cabeza bien dado.
    —Los Suárez han sido la primera familia, el clan fundacional de la España moderna. ¿Eso pesa?
    —En absoluto. Pero yo no diría que somos la primera familia de España ni mucho menos. Sí somos una familia muy conocida y construida entorno al primer presidente democrático de España y quizá el político más querido de nuestra democracia. Además somos una familia especial porque estamos muy unida y vivimos momentos difíciles de una forma pública; pero insisto, somos una familia privilegiada porque hemos tenido los medios para afrontar los problemas. Se nos han muerto miembros, como a todas las familias. Pero la muerte no es una enemiga, es una compañera que a todos nos llega. Una de las cosas que no nos permitimos es que la enfermedad nos arrebate la alegría. Nos pueden quitar la vida, pero la alegría no.
    —Pero supongo que alguna vez la fama habrá sido un lastre.
    —Nuestra vertiente pública, lejos de ser un lastre, es un compromiso permanente a futuro. Se tienen sobre nosotros unas expectativas que nos deben servir para ser mejores, para caernos menos, para levantarnos antes, para ser ejemplares. No quiero decir que yo sea ejemplar, pero lo intento.

    Un animal político

    Ese deseo de ejemplaridad fue el motor que le empujó a incursionar brevemente en la política. Ahora, Suárez Illana sobrelleva con paciencia que aún se hable más de su año en las trincheras del Partido Popular que de sus dos décadas en la abogacía. En 2002, se afilió al PP y José María Aznar, por aquel entonces presidente del Gobierno, le incluyó en el Comité Ejecutivo y le designó candidato a la presidencia en las elecciones autonómicas de Castilla-La Mancha. Un año después fue derrotado por el entonces presidente socialista de los castellanomanchegos José Bono. El desbarato fue suficiente para que decidiera retirarse de la política activa. «Pero no existen expolíticos, lo eres hasta que te mueres», aclara.
    —¿Se arrepiente de aquella aventura electoral?
    — Yo me arrepiento de mil cosas, pero la política no es una de ellas. Me enriqueció mucho como persona, aunque fue una época muy difícil de mi vida porque centraron sobre mí una cantidad de críticas y una batería de destrucción personal inenarrables. Lamentablemente, la política actual consiste en destruir al adversario personalmente. El resto da igual. Hay una falta de respeto hacia las personas que hace muy difícil que gente nueva entre en política. Desde el punto de vista personal es muy caro entrar en ella, tiene un precio altísimo que no quiero pagar. Te ves sometido a la destrucción personal como eje del debate cuando el foco debería estar en las ideas. Estamos en pleno periodo electoral y no oigo a nadie hablar del modelo productivo de España para los próximos 25 años… es una desgracia.
    —¿Falta un nuevo Adolfo Suárez en la política española?
    —Podría decir que sí y que no. Adolfo Suárez es un prócer al que se le debe rendir homenaje. El mejor tributo a mi padre es que cada uno, desde su propia ideología, sea capaz de hacer política como él la hacía: desde el respeto. Él aprobó la legalización del Partido Comunista y no era comunista. No reclamo que haya más «Adolfos Suárez», pero sí pido que los nuevos políticos sean tolerantes y respetuosos con sus oponentes. Las imposiciones no nos ha traído nada bueno a España.
    —Y, ¿qué opina de aquellos que critican la transición?
    —Me alegra mucho que se debata, incluso con vehemencia. Mi padre, en su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, precisamente hablaba de esto, de lo sano que es debatir, eso es lo que trajo la transición, que se pudiera debatir sobre todo sin miedo. ¿Qué se puede cambiar? Todo. Si la propia transición consistía en cambiar todo el régimen anterior, cómo ahora va a pretender la transición que no se puedan cambiar sus pilares. Lo que sorprendió de la transición es que de una dictadura se pudiera pasar a una democracia con dos condiciones: sin quebrantar ni una sola ley anterior, y sin sangre. Y se hizo. La lección es que todo se puede cambiar si estamos de acuerdo.
    —Reforma de la Constitución, ¿a favor o en contra?
    —La Constitución española de 1978 es la única que ha sido aprobada con el 90 por ciento de apoyo de los españoles. Todas las anteriores, magníficas algunas, siempre eran la imposición de una España sobre la otra. Nuestra defectuosa Constitución es la primera que ha sido pactada por todos y mi padre decía que ofrece un camino lo suficientemente ancho como para que todos pudiéramos transitar por ella.
    —Entonces está a favor de una reforma...
    —Con todo esto quiero decir que, por supuestísimo, se puede cambiar la constitución. Pero la modificación constitucional no es un fin en sí mismo, debe ser un instrumento. Lo que no me pueden decir es que los problemas de España se arreglarán con una reforma constituyente. La ley es solo un instrumento y no debe ser manejada como arma arrojadiza. La reforma no se puede plantear como parte esencial de un programa electoral en contra del vecino con quien tengo que pactarla.
    —¿Le asusta Podemos o Pablo Iglesias?
    —A mí no, en absoluto. En previsiones soy un desastre, incluso perdí unas elecciones así que muy buen previsor no soy. Pero no me asusta nadie que desde una tribuna explique su programa electoral y llame a los ciudadanos a votarle. Mal hijo de Suárez sería yo si me asustase con Podemos o Pablo Iglesias. Todo el mundo tiene derecho a expresarse.
    —¿El programa electoral de Podemos no le inquieta?
    —No les temo y les respeto, otra cosa es que a mí me gusten sus ideas o esa actitud de que cualquier crítica contra ellos es una blasfemia. Están haciendo su trabajo. Ahora, mi desacuerdo con todo lo que representan es brutal. Hablamos del comunismo. Y por muy amigo que yo haya sido de Santiago Carrillo, y por mucho que defienda su papel en la transición, yo no soy comunista.
    —¿Podremos sobrevivir al fin del bipartidismo?
    —Eso es una cosa que me gusta de Podemos. Su surgimiento está permitiendo que el PP y el PSOE reconozcan sus errores. Hemos metido la pata muchas veces y en cosas importantes. Hemos acabado degenerando el sistema, y la «amenaza», entre comillas, de Podemos debe enseñarnos a todos los que hemos votado al PP y al PSOE que hay que cambiar las cosas. No solo no hay que acabar con la transición, sino que hay que volver a su espíritu constitucional. Como decía el Papa, «el futuro está en nuestros orígenes». Hay que dejar gobernar, pero PP y PSOE han caído en manos de los nacionalismos por no garantizarse el uno al otro el gobierno. Ese pecado lo hemos cometido durante 30 años. La amenaza de Podemos debe servir para reconocer las faltas y no volver a caer en ellas.

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