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Aquellos eran tiempos de furor ideológico, un furor que, a menudo, tomaba un cariz de lo más aburrido. Pero también eran tiempos de una enorme creatividad. Vista desde hoy, dicha creatividad no puede más que despertarnos añoranza. De todas aquellas reuniones, hay una que no he olvidado nunca: aquella en que una compañera de clase confesó que estaba esperando un hijo de su novio.
En esa época, como ya he contado otras veces, quedarse embarazada era un fenómeno bastante frecuente; lo que no era tan común fue la respuesta que nos ofreció la compañera "Voy a tener a este niño". ¿Pero cómo?, nos miramos asombradas. En todas las manifestaciones gritábamos: "Mi cuerpo es mío y yo decido", como una forma de defender nuestro derecho al aborto; y resulta que ella, una de las más fervientes defensoras de la causa, parecía estar dispuesta a traicionar nuestra lucha. "¿Cómo es posible? ¿Lo vas a tener? ¿Estás loca? Vas a tirar tu vida por la borda con solo 16 años". No recuerdo el nombre de esta chica, pero sí –y perfectamente– la expresión radiante de su rostro cuando repuso: "Pero es que yo amo a mi novio. Y también de este niño, al que siento crecer dentro de mí, estoy ya locamente enamorada."
Me ha venido a la cabeza esta anécdota de hace ya tantos años a raíz de eso en lo que hoy se ha convertido el cuerpo de la mujer. Bien mirado, nuestro cuerpo ya no nos pertenece, sino que es patrimonio, a partes iguales y de un modo cínico y feroz, del mundo consumista (con la imposición, cada vez más imperante, de no envejecer jamás) y de aquel otro de la ciencia y la tecnología aplicadas a la fertilidad.
Las mujeres que no pueden quedarse embarazadas se sienten hoy fracasadas, y de ahí que se vean impelidas cada vez más por la sociedad y los medios de comunicación a recurrir a unas técnicas reproductivas que son las mismas que se emplean en la zootecnia para inseminar a las vacas. En nuestros días, la 'bovinización' de las mujeres se ha convertido en un acontecimiento mundial. Lo que nadie dice, sin embargo, es que, con la excusa de favorecer la realización femenina, se vienen cometiendo sobre nuestro cuerpo abusos de todo tipo. Claro que el deseo de tener un hijo es algo importante y hermosísimo, pero deberíamos empezar a preguntarnos, por ejemplo, qué consecuencias se derivan de la aplicación de estas técnicas sobre nuestro cuerpo.
¿Qué efectos secundarios, por ejemplo, puede conllevar el bombardeo hormonal que precede a los intentos de fecundación? Sabemos que las hormonas que andan fuera de control alteran el organismo y, muy a menudo, se corre el riesgo de que se inicie una serie de procesos degenerativos imposibles de dominar.
¿Se les advierte expresamente de estos peligros a las mujeres que deciden someterse a un ciclo de procreación asistida? ¿Se les avisa de a qué van a tener que hacer frente exactamente? Lo dudo. Tengo la sensación de que, tras tantos años de luchas y peleas por defender nuestro cuerpo, hemos dado, de alguna forma, un paso atrás, víctimas de esa tiranía imperante que nos obliga a estar siempre bellas y en edad reproductiva, sea al precio que sea.
TÍTULO: NOCHE LARGA, SPTIFY Y LOSEX,.
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He descubierto que Spotify, el único sitio donde me creía a salvo (siempre que escuche mis 'playlists' inconfesables en sesión privada) es también un amplificador de la angustia de las rupturas. Tras varios meses, el chico con el que medio salía tuvo conmigo una conversación del tipo: "No eres tú, soy yo... bla, bla, bla". Resulta que me dejaba porque su anterior relación estaba muy reciente y necesitaba espacio. Bla, bla, bla. Poco podía yo añadir, así que nos deseamos suerte y se despidió con un: "Y ya, si eso, te llamo". Todas sabemos qué significa "y ya si eso": "No existe ni existirá circunstancia sobre la faz de la tierra que me haga volver a llamarte". Así que me dispuse a hacer borrón y cuenta nueva. Pero, ay, había olvidado que nos seguíamos mutuamente en Spotify y ese vínculo se reveló como indisoluble. De repente, yo podía ver toda la música que escuchaba y qué canciones ponía en bucle durante dos horas.
Nadie puede imaginar una tortura más refinada. Él es un tío duro que ama el rock. Pero, cuando lo dejamos, se puso en modo moñas, y de sus 'playlists' salían melodías dulzonas, que hablaban del pasado y de dar otra oportunidad. Empecé a elucubrar: ¿se arrepentía de su Bla, bla, bla? Sabe que espío su música.
¿Quién no lo haría? Así que he empezado a escuchar las canciones que ponen en el bar al que íbamos, a ver si se da por aludido. Y he pensado que puede estar haciendo ojitos a su ex, que quizás también le sigue, así que me he metido en Google a ver su foto (la de su ex) y, sin remedio, he caído en su LinkedIn. Sigue en el mismo trabajo, por cierto. Desde aquí pido a los cerebros de Silicon Valley y a la Seguridad Social de mi comunidad autónoma que me quiten internet hasta que consiga controlar mi pasión por la investigación Spotify de mis ex.
Moraleja
-Un tío también puede escuchar 'All by myself' hasta 15 veces en un día.
Cosas que hacer
-Pedir hora a mi médico de cabecera para que me quite de internet.
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