domingo, 22 de marzo de 2015

EN PRIMER PLANO, LOS 500 SOLDADOS MALDITOS DE FUKUSHIMA,./ ENTREVISTA,. JAUME PLENSA,. / SABADO, DOMINGO, CINE, EL PADRINO ( I I ) ,.

TÍTULO: EN PRIMER PLANO, LOS 500 SOLDADOS MALDITOS DE FUKUSHIMA,.

Los 500 soldados malditos de Fukushima--foto

El 11 de marzo de 2011, el portAviones USS Ronald Reagan recibió la orden de dirigirse a la costa oriental de Japón. La zona acababa de ser devastada por un 'tsunami'. El capitán, Thom Burke, cambió el rumbo. La misión recibió el nombre de 'operación Tomodachi'. 'tomodachi' significa 'amigos'.
Tres años y medio más tarde, la oficial Leticia Morales vive atiborrada a pastillas. Ha pasado por oncólogos, radiólogos, especialistas en sangre, en riñones, en glándulas linfáticas... Hace un año y medio empezó a entender. Fue el endocrino quien le puso sobre la pista. «¿Estuvo usted en el Reagan? ¿Durante la Tomodachi?», le dijo.
«Sí», contestó Morales. «¿Por qué?».El médico respondió: «Porque en los últimos meses ya le he extirpado la tiroides a seis miembros de la tripulación que participó en la operación». En ese momento, Morales relacionó por primera vez todos sus males con el mayor desastre en la historia de la energía atómica de uso civil.
La oficial Morales lleva en la Marina desde los 19 años. Es responsable de la cubierta del Reagan desde 2008 y tiene a cientos de personas a sus órdenes. El Reagan, un buque con capacidad para un centenar de aviones, es una verdadera ciudad flotante. Con él, Leticia ha recorrido los mares del mundo. Su misión: extender las fronteras de los Estados Unidos sobre las aguas del planeta.
El 2 de febrero de 2011, el Reagan partió desde San Diego. Se encontraban de camino a Corea del Sur cuando el capitán Burke se dirigió a la tripulación por megafonía. Su mensaje: un importante tsunami había afectado a Japón y tenían que dirigirse hacia allí para prestar ayuda humanitaria. 
Morales no había notado nada. Si estás en mar abierto, dice, la ola te pasa por debajo como si fuera un pez. Las misiones humanitarias tampoco eran algo nuevo para ella. Cuando un tifón golpeó las Filipinas, también los mandaron allí. «Eso es lo que hacemos, ayudar», dice.Ese día, Morales todavía no sabía que habían explotado los reactores de Fukushima. Pero durante el trayecto notó algo raro, un sabor metálico en la boca. Todos lo percibieron. Ahora cree que fue en ese instante cuando atravesaron la nube atómica que Fukushima liberó sobre el Pacífico.
LA LLEGADA AL EPICENTRO DEL HORROR
El USS Reagan alcanzó la costa japonesa el 13 de marzo. La devastación era indescriptible. Casas, coches y cadáveres flotaban a su alrededor. El recuerdo de aquellos días le llena los ojos de lágrimas. No fueron en balde. Hicieron mucho bien.
A esas alturas ya sabían de las explosiones en la central nuclear. El capitán Burke los tranquilizó. No estaban en peligro, los niveles de radiactividad no eran preocupantes. Sus familiares en casa sí estaban inquietos. El padre de Leticia Morales le escribió varios correos electrónicos para avisar del peligro. Había trabajado en una central nuclear. «No salgas a la cubierta», le pedía su padre. Pero cuando solicitaron voluntarios para salir a cubierta y cargar los helicópteros de salvamento, ella se presentó sin dudarlo. También se ofrecieron otros de su equipo. No estaban preocupados, solo inquietos. Pasadas un par de jornadas, los altavoces escupieron un aviso urgente: «¡No bebáis agua del grifo! ¡No os duchéis!». Al día siguiente el capitán anuló la alarma, los niveles eran otra vez normales. Morales volvió a subir a cubierta con su equipo. «No creo que el capitán nos pusiera en peligro de forma consciente. Nadie en la Marina haría algo así. Ellos no sabían lo que estaba pasando», dice.
En un informe de la Secretaría de Defensa dirigido al Congreso de los Estados Unidos se afirmó después que el buque nunca estuvo a menos de cien millas náuticas de la costa. «Pero eso es absurdo», comenta Morales. Estuvieron más cerca, mucho más, afirma. En abril continuaron hacia Sasebo, en Japón. De allí navegaron a Tailandia y luego hasta Bahréin. Morales volvió a casa el 10 de julio de 2011. Dos semanas después fue ascendida, con una subida de sueldo de 400 dólares.
Tres años más tarde empezó a sentir ataques de náuseas. Se le hinchó el brazo. Empezó a tener problemas de visión. Le hicieron escáneres cerebrales, de sangre... Su médica le dijo: «A ti te pasa algo. Y es serio».
Poco después le encontraron un tumor en el hígado. Morales empezó a investigar por su cuenta. Sus síntomas coincidían con las secuelas de la radiactividad. «Me lo confirmaron algunos de los médicos dice. Pero no podían asegurarme que la hubiera recibido a bordo del Reagan. No podían o no querían. No lo sé».
Durante el verano de 2014 empezó a sufrir arritmias. En otoño le localizaron una metástasis en el pecho.Entretanto, la Secretaría de Defensa presentó al Congreso un estudio sobre la actividad de la Marina durante la Operación Tomodachi. En él se afirmaba que la marinería no había estado expuesta a niveles de radiación peligrosos.
UNA DEMANDA MILLONARIA
Eso fue todo. A Leticia Morales solo le quedaba un voluminoso informe médico y las historias de un par de compañeros, también enfermos.
Entonces supo de la demanda conjunta que estaban preparando dos abogados. Querían demandar a Tepco, la propietaria de la central de Fukushima, en nombre de los 70.000 militares norteamericanos que estuvieron cerca. Morales se puso en contacto con los letrados. Para ella, era importante que la demanda no se dirigiera contra la Marina. Leticia es soldado. Y leal. Había perdido su salud, pero no sus principios.
Los abogados le explicaron que en los Estados Unidos no se puede demandar a las Fuerzas Armadas. Los militares no pueden responsabilizar al Estado por pérdida de vidas o salud. Así que Morales sumó su nombre a la lista. Otros compañeros enfermos siguieron su ejemplo.
Enfermos como Brett Bingham. Brett dona sangre dos veces al año. El año pasado recibió un aviso del banco de sangre. Debía presentarse allí inmediatamente. Tenía una hepatitis severa. Un médico le comentó que podía tratarse de la llamada 'hepatitis por radiación'. Es algo que va y viene. Le realizaron dos exploraciones. Y luego una tercera. Todo está bien, le aseguraron. Pero ya no puede volver a donar sangre.
Enfermos como Ron Wright, de 24 años. El viaje a Japón fue su primera misión en el extranjero. Y la última. Recuerda haber estado en cubierta junto con Morales, se acuerda del frío, pero también de la ropa protectora que le dieron a los pocos días: pantalones, chaqueta y fundas para las botas. Cuando terminaba su turno, lo escaneaban y entregaba las cosas contaminadas. Las quemaban y luego arrojaban los restos al mar, cree Wright. «Siempre nos repetían que estábamos seguros», añade.
Un mes más tarde, los testículos se le inflamaron. Los dolores eran insoportables. El barco navegaba por el mar del Japón, y un médico de a bordo recomendó la evacuación por aire del joven marinero. La petición fue rechazada. Wright tuvo que conformarse con reposo y fármacos.
«Cuando pregunté si podía tener algo que ver con la radiación, mi médico contestó un no muy brusco», afirma el soldado. «Me enseñó un informe de la Secretaría de Defensa que lo corroboraba. Pero los dolores no remitían. Me han operado siete veces. Siempre en hospitales militares. No tengo diagnóstico, solo un montón de pastillas».
LA PRIMERA VÍCTIMA MORTAL
El único miembro del equipo de Morales que ha recibido un diagnóstico claro es Theodore Holcomb. Cáncer de la glándula paratiroides. Murió en abril de 2014. Es el primer fallecido de la Operación humanitaria Tomodachi.
Theodore Holcomb murió en Reno en los brazos de su mejor amigo, Manuel Leslie. Se conocían desde sexto curso, se alistaron juntos en la Marina. Ambos estaban separados. Poco antes de las Navidades de 2013, Holcomb empezó a notar que se quedaba sin aire. En enero, los médicos le dijeron que era cáncer de timo. Un cáncer muy poco habitual, a no ser que hayas estado expuesto a radiactividad. Holcomb tenía 35 años. Perdió diez kilos en un mes. No quiso que ni su exmujer ni su hija fueran a verlo. Prefería que lo recordaran como un hombre fuerte. Su último deseo fue felicitar a su hija por su quinto cumpleaños. Leslie sostuvo el teléfono.
La niña dijo: «Pero, papi, faltan días para mi cumple».«Lo sé», dijo Holcomb.
Murió esa noche. Leslie estaba a los pies de su cama.Hoy es el administrador de la herencia de su amigo. En realidad, solo hay dos cosas que administrar: mantener el contacto con la hija de Holcomb y demandar en su nombre a varias empresas. Leslie va a ir al juicio. Su nombre figura en la lista que maneja Paul Garner, el abogado que quiere demandar a Tepco, pero también a Toshiba, Hitachi, Ebasco y General Electric, las empresas que construyeron los reactores de la central nuclear de Fukushima.
DOS ABOGADOS, CONTRA LOS PODEROSOS
El abogado Paul Garner se ha pasado la vida peleando contra las empresas que vulneran los derechos de los ciudadanos. Es un hombre de casi 70 años. A nuestra cita llega con una hora de retraso. Su viejo Mercedes no arrancaba, dice. No parece un hombre que esté trabajando en una demanda con indemnizaciones multimillonarias. Pero fue el primero en abrir fuego, junto con su socio Charles Bonner. Su lema: «Jodemos a la gente que jode a la gente».
Garner saca una gruesa cartera. En su interior están todos los casos que llevan. Han escrito a más de 500 marineros que enfermaron tras la misión; 250 han respondido. La intención es presentarse ante los tribunales con todos ellos. Por ejemplo, la marinera que dio a luz a un niño enfermo; o el mecánico que sufre una atrofia muscular inexplicable...
El abogado quiere algo más que indemnizaciones para los marineros del Reagan, quiere desenmascarar el lobby mundial de la energía atómica. Pero va a ser difícil demostrar que sus defendidos se vieron expuestos a la radiactividad durante su misión. El objetivo último es conseguir mucho dinero, pero todo pasa por lograr que un tribunal de San Diego les permita presentar la demanda, que ya fue rechazada en primera instancia.
Garner les ha pedido a los marineros enfermos que acudan a la vista. Pero la mayoría no se atreve. Leticia Morales, que animó a sus compañeros, tampoco irá. No quiere que la fotografíen. Es soldado, dice. Los marineros no quieren estar enfermos, pero tampoco actuar contra la Marina ni contra su país. Al final, solo uno de ellos acude ante el tribunal de San Diego. Es el teniente Simmons. Va en silla de ruedas. Simmons se ha levantado a las cuatro de la mañana para presentarse puntual a la vista. Ha ido en avión desde Salt Lake City, donde vive con su mujer y sus cuatro hijos, hasta San Diego. Su billete y el de su mujer han sido casi 700 dólares. Pero es importante para él. Necesita respuestas.
UNA VICTORIA MUY TRISTE
Los problemas de salud de Simmons comenzaron al año de volver de Japón. Tenía migrañas y derrames, incontinencia y los dedos se le tiñeron de amarillo, sus valores hepáticos se deterioraron como los de un alcohólico. Y nadie sabe explicarle por qué. Un médico llegó a decirle: «Es mejor que no sepa lo que tiene».
No cree que la Marina esté detrás. No duda de su buena fe. Ha participado en dos acciones humanitarias tras el tsunami y lo haría una tercera vez si sus fuerzas se lo permitieran. Lo que le molesta es la conducta actual del capitán Burke. Su silencio, que calle por su carrera militar. Ahora está en el Pentágono y quiere ser general, afirma Simmons. «Estamos ante una combinación de intereses personales, diplomáticos y económicos», asegura. «Nos han dejado solos. Hay soldados enfermos por todas partes. Son gente humilde, con familia, gente leal. Los que alzan la voz son tachados de antipatriotas, hay que tragar mucho para seguir adelante», dice Simmons.
Y ahora va camino de su nueva misión. Cuando entra con su silla de ruedas en la sala del tribunal, ve en un extremo a los abogados de un gran bufete de Los Ángeles y en el otro lado a Paul Garner y Charles Bonner, los defensores de los derechos civiles. Simmons nunca olvidará los rostros burlones de los abogados de Tepco, con sus trajes de 3000 dólares.La jueza no le hizo ni una pregunta durante la vista. Pero Simmons estuvo allí. Le puso rostro al sufrimiento. Gracias a su presencia, Garner consiguió borrar la sonrisita de los rostros de los abogados de la industria. 
La decisión del tribunal llegó por correo semanas más tarde. «El tribunal acepta la demanda, pueden iniciar el proceso». El escrito de acusación tiene un centenar de páginas. Incluye los nombres de 237 marineros enfermos. Se dirige contra la codicia de las empresas y contra la chapucería de los constructores, contra la política mundial y el cinismo de la humanidad. La acusación es tan completa que parece no tener un objetivo claro, casi parece como si el USS Reagan fuese el último barco de la humanidad. Un barco fantasma cargado de espectros.

TÍTULO: ENTREVISTA, JAUME PLENSA,.

Jaume Plensa: "No quiero que la gente toque mis obras. Quiero que las acaricie",. / foto,.

Jaume Plensa: "No quiero que la gente toque mis obras. Quiero que las acaricie"

Jaume Plensa fue considerado uno de los diez mejores escultores del mundo antes de ser profeta en su tierra. Profesor en la Escuela Nacional de Bellas Artes de París y en la Universidad de Chicago, Jaume Plensa ha vivido en Alemania, Bélgica, Inglaterra, Francia y los Estados Unidos antes de regresar a España para quedarse.
Sin mucho ruido y casi de puntillas, Plensa ha recogido los premios nacionales de Artes Plásticas y Artes Gráficas o el premio Velázquez. Sus grandes cabezas blancas de resina o de alabastro han sido su signo de identidad durante los últimos años en Río de Janeiro, Liverpool, Calgary o Chicago. Sus enormes poetas de fibra de vidrio en Nueva York y Andorra la Vella lo consagraron como artista conceptual. Pero fue la Crown Fountain de Chicago, una fuente entre dos torres, la obra que marcó un antes y un después en su obra. Plensa acaba de presentar en Arco un libro-escultura titulado 58. Una edición limitada de 1198 ejemplares firmados que repasa los últimos diez años de su obra (Editorial Artika). Para celebrarlo, Plensa habla con XLSemanal del verdadero valor del arte. Y también de su precio.
XLSemanal. ¿Por qué este título: 58?
Jaume Plensa. Es la edad que tenía cuando iniciamos el proyecto, hace dos años.
XL. Recoge sus diez últimos años, pero hizo su primera muestra hace 25. ¿Nada que destacar de etapas anteriores?
J.P. Había que acotarlo y se decidió a partir de la Crown Fountain, de 2004, que es una pieza que define todas mis intenciones a partir de la ausencia del ser y de la presencia del ser otra vez. Desde entonces centro mis esculturas prácticamente en el cuerpo humano.
XL. ¿Por qué la escultura del estuche del libro representa la cabeza de una niña?
J.P. La cabeza es el lugar más salvaje de nuestro cuerpo y he querido que arrope el libro como si fuera una caja de sorpresas. En este caso refleja la pureza y la suavidad. La cabeza es el recipiente, la botella; y el mensaje es lo que lleva dentro. Una mirada hacia el interior.
XL. ¿Quién paga 4500 euros por un ejemplar?
J.P. No lo sé. Soy un amante de los libros y lo más bonito de esto es que tenga vigencia en un momento en el que se nos escapan cosas. No hay nada que sustituya a nada.
XL. Se ha hartado de decir que el arte no debe servir para nada. ¿Entonces...?
J.P. Es que cuando no sirve para nada adquiere mayor fuerza, cuando se convierte en un objeto de deseo. El arte tiene que ser algo inútil en la vida material.
XL. Ha costado que lo reconozcan en España, ¿somos muy cicateros con nuestros artistas?
J.P. Es que la cultura y la política están demasiado unidas en este país. Es un problema también de nuestra forma de ser. Profesionalmente he crecido en el exterior, aunque siempre he amado vivir aquí, pero muy anónimamente. No sé si la gente conoce mucho lo que he hecho.
XL. Dice que, cuando la Reina Letizia le entregó el premio Velázquez, en noviembre, ya conocía sus esculturas...
J.P. Sí, yo la conocí cuando era princesa, en Chicago, y vino con el Príncipe a ver la Crown Fountain. La Reina Letizia es una persona hiperculta y conocía muy bien mi trabajo.
XL. Fuera de España tiene una larga lista de obras que, sin embargo, han sido construidas aquí.
J.P. La crisis no solo es económica, también de valores; es difícil trabajar aquí, pero yo prefiero hacerlo en mi estudio.
 XL. ¿Y no le compensa montar un estudio en cada país, ante lo que suponen los traslados de sus piezas y los meses, incluso años, que tarda en construirlas?
J.P. Seguramente, pero me gustan mis técnicos y soy muy fiel a mi gente. Mi taller está en un polígono industrial.
XL. Rechaza los proyectos que pretenden celebrar o conmemorar actos...
J.P. Es que solo quiero celebrar la vida, no actos concretos.
XL. ¿Acepta encargos de particulares?
J.P. Tengo una lista de gente que me dice que cuando tenga una pieza que, por favor, la galería los avise. Los encargos siempre son de instituciones o comunidades.
XL. ¿Tiene una lista de espera interminable?
J.P. Tengo una lista de espera importante [se ríe].
XL. En Río de Janeiro le dijeron: «Hay ciudades muy bonitas, pero tus esculturas hacen que sean inolvidables».
J.P. Eso fue muy bonito, sí. En un pabellón que hice en Japón me cuentan que la gente hace cola para casarse en él. Estas cosas te compensan de muchos esfuerzos, porque en el fondo mi obra está dirigida a la comunidad; y, como la gente no te la ha pedido, no sabes cómo va a responder.
XL. Awilda es la cabeza de una niña dominicana que emergía del agua en la bahía de Río y que compartió durante unos meses paisaje con el Pan de Azúcar; pero, de pronto, dejó de estar allí...
J.P. Cuando la pieza se retiró, el vacío que dejó fue inmenso. Muchas de mis instalaciones o exposiciones empiezan cuando se acaban. Es cuando de verdad empiezan a funcionar, al notar el vacío que pueden crear. La vida nos lo enseña, damos el verdadero valor a una persona cuando ya no está. Y el arte habla también de estas cosas. Las exposiciones temporales se deshacen, pero cada obra queda para el futuro... y esto es de una enorme responsabilidad porque el día que desaparezcas aquello sigue existiendo.
XL. Una curiosidad, ¿es verdad que no sabe nadar, pese a haber nacido junto al mar?
J.P. No, lo que ocurre es que no floto. Para alguien del Mediterráneo es como una vergüenza. Mi madre me llevó a nadar a todas partes: «El niño no flota», le decían [ríe]. Solo he podido nadar en el mar Muerto. Lo pasé bien.
XL. Ha vivido en ciudades de medio mundo antes de regresar a Barcelona...
J.P. Ya no busco un sitio a donde ir, como antes; busco un sitio donde volver. Si me preguntan dónde me gustaría vivir el resto de mi vida, siempre diré que donde viva Laura.
XL. Esto es toda una declaración de amor...
J.P. No lo sé, Laura me facilita la vida. Viaja casi siempre conmigo, se interesa por mi obra... Mis hijos ya no viven con nosotros, tienen su vida ya hecha por su cuenta.
XL. Sus padres se conocieron estudiando música; su madre quería ser cantante de opereta y su padre, pianista; y la posguerra acabó con sus aspiraciones...
J.P. Mi madre fue ama de casa y mi padre, un comercial cuya obsesión era leer y tocar el piano. Tuve unos padres extraordinarios. Supongo que es lo que me ha dado esta actitud tan positiva ante la vida.
XL. Dice que de pequeño se metía dentro del piano y notaba las vibraciones cuando su padre lo tocaba.
J.P. Era una forma de reconocer todo mi cuerpo [sonríe]. Esto demuestra lo importantes que son las experiencias infantiles, lo bueno y lo malo, por supuesto.
XL. Hubo un tiempo en que quería ser médico, ¿también se quedó sin cumplir aquel sueño? 
J.P. Aquello era más poético que otra cosa porque no soporto ver sangre [sonríe]. Entendía la medicina como una manera poética de relacionarme con el cuerpo humano.
XL. Parece un hombre sereno e imperturbable, ¿cómo controla sus emociones?
J.P. No las controlo, simplemente envejezco [ríe].
XL. Da la impresión de ser un artista romántico, incluso utópico, en un mundo violento. ¿Nunca se rebela?
J.P. Por supuesto, pero intento que no cambie mi mensaje. Si tú gritas porque otro te está gritando, te está ganando él. Esto es algo que la gente no acaba de entender y por eso vivimos en una escalada continua de violencia. En el mundo político, por ejemplo, vivimos cada día el «y tú más», y se suceden las guerras y las muertes. La gente que está en una guerra necesita paz, no más guerra.
XL. Ha trabajado en países árabes, ¿nota el choque de culturas entre el islam y Occidente? 
J.P. Siempre he sido bien tratado y he encontrado gente maravillosa en todas partes. El mundo político aumenta más esta imagen de fricciones que la vida y la gente real.
XL. En esta especie de nirvana en el que vive, donde todo es paz y pureza, ¿qué ocurre cuando ve decapitar a alguien ante las cámaras de televisión? ¿No hay quien lo altere? ¿No da un puñetazo en la mesa alguna vez?
J.P. Por supuesto, mis ayudantes ya te contarían cosas de mí... [Sonríe]. Te diré que lo que más me perturba es la muerte. Cuando alguien muere, es como si se quemara la biblioteca de Alejandría, es irrecuperable. Ahora, ¿qué puedo hacer como artista? Como mucho, mandar un mensaje de paz. La capacidad del artista para influenciar a la sociedad es a muy largo plazo, como si llegara tarde.
XL. Dice que casi todos los desnudos que realiza son su propio cuerpo porque es el que mejor conoce; pero ¿esa obsesión por rostros de niñas tan pequeñas?
J.P. Son modelos, son niñas reales de entre 8 y 14 años. Una edad en que poseen una belleza en transición, fugaz. Este sentido de la representación casi idealista, de lo que vemos y a la vez no vemos, me llevó a la obsesión de fijar por un momento esa belleza.
XL. Nunca hay sexo explícito en sus esculturas. 
J.P. Prefiero la sensualidad del contacto a través de las formas y del pulido final de cada pieza. Cuando la gente pregunta que si se pueden tocar, yo digo que se pueden acariciar. Este matiz es importante porque yo quiero que la gente acaricie mis obras, no que las toque.
XL. «No quiero que me conozcan a mí a través de mis esculturas», explíquese. 
J.P. Yo prefiero que conozcáis mi obra antes que conocerme a mí. El arte es una consecuencia de una forma de vida. Intento crecer como persona para ser artista, no intento crecer como artista para ser persona. Si ahora notas una paz inmensa en mi obra, es porque la he buscado. A los 30 años no era capaz de hacer esto.
XL. ¿Cuáles son las preguntas fundamentales que se hace?
J.P. Quién soy, dónde voy, para qué, con quién, por qué... Y estas preguntas que parecen tan obvias se las siguen haciendo igual los jóvenes, generación tras generación.
XL. ¿Y no ha llegado a ninguna conclusión?
J.P. No, yo todavía estoy en el camino; el día que deje de hacerme estas preguntas igual ya no hago más arte porque no merece la pena.
PARA ENTENDER SU OBRA. POR SUZANA MIHALIC
Plensa creció entre libros, en un espacio que el definió como «el gran bosque de las letras». En sus esculturas las letras bailan sobre los cuerpos en un lenguaje universal. Sus esculturas dialogan en silencio con el espectador, al que permiten entrar en esa galaxia de letras flotantes que forman palabras entendibles solo para quien abre la puerta de su mente y sus sentimientos. Las esculturas de Plensa son emociones a las que él dota de forma y materia y en las que el silencio es un pilar fundamental que las sostiene desde el interior.

El Padrino. Parte II TÍTULO: SABADO, DOMINGO, CINE, EL PADRINO ( I I ) ,.
Reparto
Al Pacino, Robert De Niro, Diane Keaton, Robert Duvall, John Cazale, Lee Strasberg, Talia Shire, Gastone Moschin, Michael V. Gazzo, Marianna Hill, Bruno Kirby, Danny Aiello, Harry Dean Stanton, Troy Donahue, Roger Corman, Morgana King, Joe Spinell, Richard Bright, James Caan, Dominic Chianese, Francesca de Sapio, G. D. Spradlin, Frank Siver, Tito Alba, Oreste Baldini,.
 
 Continuación de la historia de los Corleone por medio de dos historias paralelas: la elección de Michael Corleone como jefe de los negocios familiares y los orígenes del patriarca, el ya fallecido Don Vito, primero en Sicilia y luego en Estados Unidos, donde, empezando desde abajo, llegó a ser un poderosísimo jefe de la mafia de Nueva York.

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