XLSemanal. Cuando usted era corresponsal en Casa Real, coincidió en Televisión Española con Letizia Ortiz.
Carmen Enríquez. Claro. Llegó pisando fuerte. Tenía ambiciones profesionales muy legítimas, quería llegar a lo más alto.
XL.
Habla del giro que ha dado Felipe VI en materia de transparencia, pero
también del paso atrás que se ha dado en temas de comunicación.
C.E. Don
Juan Carlos y Doña Sofía siempre nos recibían a los periodistas
habituales y hablaban con nosotros durante los viajes. Los actuales
Reyes no lo hacen y dan muy pocas facilidades.
XL. Protesta porque la Reina limita la aparición de sus hijas en los medios.
C.E. En
Suecia, Dinamarca, Holanda... los reyes salen con sus hijos en los
medios. La Reina Letizia se ha propuesto que las niñas estén fuera de
los focos, para que tengan una infancia lo más normal posible. Pero
estas niñas son un poco patrimonio nacional. Este año apenas las hemos
visto dos veces, y eso es una barbaridad.
XL. Dice que Doña Letizia lo pasó mal, sobre todo por las críticas tan ácidas que de ella hacía el Rey Juan Carlos.
C.E. Lo
llevaba mal, sobre todo al oír que el Rey no abdicaba porque ella no lo
haría bien. Además, se sentía examinada y criticada, dentro y fuera de
la Zarzuela. Una situación muy frustrante para alguien que llega con
ganas de hacerlo bien y comprueba que la ponen a parir haga lo que haga.
XL. Recuerda el verano que se fue de Marivent a los dos días de llegar, ¿se habló incluso de un posible divorcio?
C.E. Quizá
Don Juan Carlos tenía la secreta esperanza de que se divorciaran porque
no le tiene especial simpatía y porque, desde el principio, no hubo
buena sintonía. Las cosas se pusieron bastante peliagudas ese verano.
Zarzuela tuvo que dar una explicación y se nos dijo que «había
altibajos». Después, las cosas se arreglaron. Letizia tiene un carácter
fuerte y rebelde, pero Felipe VI es todo lo contrario: reposado,
tranquilo, reflexivo y componedor. Creo que se complementan muy bien.
XL. ¿Ha cambiado su actitud desde que es Reina?
C.E. Sí, mucho. Se siente más segura, más relajada y más satisfecha con su propio papel.
XL. ¿Pasó su libro por Zarzuela antes de publicarse?
C.E. No, nunca los enseño antes. Sí les dije que lo estaba escribiendo y les pedí de todo, pero de ellos recibí muy poco.
Desayuno,.
Como una reina
«Lo
hago abundante, sobre todo en fruta. Tomo un zumo de naranja y un buen
plato de mango, papaya, melón, fresas... Un café con leche y una tostada
con aceite y miel».
Cena -- Un huevo frito con patatas , unas salchichas, lechuga y tomate, pan, beber agua, postre un platano,.
TÍTULO: TRAZOS - ¡ DERECHO AL TORO !.
foto
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Coger el toro por los cuernos, caerse del cartel, hacer un brindis al
sol, cambiar de tercio, ver los toros desde la barrera, venirse
arriba......Estas son apenas media docena de expresiones de uso común
que el lenguaje popular ha tomado del mundo de los toros. Decía Tierno
Galván que no es santo de mi devoción, pero en esto tiene más razón que
un mono sabio, que nada explica mejor la importancia social de la fiesta
que el conjunto de significaciones que ha incorporado a nuestro idioma.
Se reedita estos días un delicioso libro de Carlos Abella que quiero
compartir con ustedes y en el que se habla de esta y de otras
particularidades de la fiesta desde el rigor, la amenidad y sobre todo
desde el amor a los toros, un mundo que personalmente me es muy querido.
Se preguntarán quizá qué hace una sudaca, del Cono Sur además,
enamorada de los toros. El asunto tiene mucho de freudiano y está
relacionado con mi padre. Él era, incluso desde antes de que viniéramos a
vivir a Europa, un gran aficionado y gracias a él aprendí a distinguir
una buena estocada de otra que está en el rincón de Ordóñez o a
distinguir los nombres de todas las capas o pelajes que puede tener un
toro. Albahío, berredo, ensabanado, zaino, jabonero o sardo... Se ama lo
que se aprende con amor, y ahora, para una devota de Frascuelo y de
María o, lo que es lo mismo, de todo lo que huele a albero, no existe
nada parecido a disfrutar de una tarde de toros con alguien que sepa de
estas lides. Tengo la suerte de que, cada año por San Isidro, Carlos
tiene la generosidad de invitarme a ver con él un par de corridas desde
el callejón, un ritual por cierto completamente distinto a hacerlo desde
el tendido. Y es que al festival de colores, sonidos, olores y
sensaciones que se perciben desde las gradas, unos metros más abajo y a
ras de arena, hay que sumar un sentir difícilmente explicable, mezcla de
expectación y responsabilidad, temor y pasión. ¿Qué hace tan fuera de
lo común la fiesta de los toros? ¿Por qué ha fascinado desde siempre y
por igual a intelectuales y artistas? Y, sobre todo, ¿cómo defenderla
ahora que está tan cuestionada? Lo cierto es que no es fácil, porque el
arte no se entiende, se siente, y el toreo es arte. Cruel, es cierto,
pero por mucho que les moleste a los antitaurinos, ambos conceptos no
son incompatibles ni mucho menos antagónicos. El arte, igual que la gran
belleza, puede ser cruel y así lo sabe cualquiera que se haya dejado
fascinar por una gran tormenta o cualquier otra manifestación extrema de
la naturaleza. Dicho esto, el toreo tiene para mí una cualidad en la
que aventaja a todas las demás manifestaciones artísticas. Y es que algo
tan fugaz como una chicuelina, una verónica o un natural quedan
grabados para siempre en la memoria de quien los presencia en la plaza,
de modo que veinte, treinta, cuarenta años después aún se habla de aquel
quite de Curro Romero una tarde en la Maestranza o de esa manoletina
sublime de Luis Miguel Dominguín. ¿Por qué? Pues porque, a diferencia de
otras artes, cada lance es único, irrepetible. Sí, tal vez sea esa la
palabra que mejor explica el arte de Cúchares. Los escritores cuentan
con la palabra para lograr crear belleza en la mente del lector, los
cineastas con la imagen, los músicos con el sonido. Sus obras pueden ser
vistas u oídas tantas veces como se desee, pero el torero en la plaza,
en cambio, dibuja con el capote o la muleta un lance que nunca será el
mismo y su misma cualidad de efímero e irrepetible hace que perviva para
siempre en la retina de quien lo ve. Es arte en creación, algo así como
si tuviera uno la suerte de presenciar el momento mismo en que
Velázquez dibujó el contorno de la Venus del espejo o espiar los dedos
de Mozart mientras recorrían por primera vez el teclado dando vida a una
de sus sinfonías. Podrá decirse lo que se quiera del toreo, pero nadie
pone en duda que se trata de algo distinto a todo lo demás. Por eso no
es de extrañar que nuestra cultura y, por supuesto, también nuestro
lenguaje estén preñados de él. De estas y de otras lides lingüísticas,
sociológicas e incluso psicológicas habla ¡Derecho al toro! Háganmÿe
caso. Apriétense los machos, ábranse de capa y disfruten de su lectura,
me lo van a agradecer.
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