viernes, 5 de octubre de 2018

AL FIN VIERNES ,./ EL Cortacésped - UNA FAMILIA ESPECIAL

TITULO: AL FIN VIERNES ,.

 
Resultat d'imatges de al fin es viernes ( foto ) Esther se para ante el espejo jugando a verse con ojos de desconocido. El delicado camisón negro suaviza sus curvas y se introduce provocador entre sus muslos. Respira hondo para comprobar, con satisfacción, cómo la curva de sus senos asoma generosa por entre el escote de encaje. Sólo falta un detalle, extiende la mano y atrapa la barra de labios que ha dejado sobre el tocador, con pulso firme delinea sus labios en rojo explosivo y sonríe seductora a su reflejo. Aprobado alto, decide, mientras se aleja caminando con paso firme sobre altos tacones. El timbre ya ha sonado dos veces. Que espere, piensa, un pequeño pago a cambio de una gran recompensa.
David apoya un hombro contra el marco de la puerta y decide ser paciente. Quizá se ha adelantado. Comprueba el reloj, no, es la hora acordada. Suspira y se afloja un poco el nudo de la corbata. Piensa en el partido que se está perdiendo, quizá hoy se decida el ganador de la liga. Ahora podía estar en el bar, con los colegas, engullendo cerveza y gritando goles hasta quedar afónico. Inquieto, da dos pasos adelante y atrás, y entonces la puerta se abre y un haz de luz araña sus ojos. Ella lo mira con una sonrisa conocedora y lo invita a entrar agitando su dedo índice. Se da la vuelta y se aleja por el pasillo permitiéndole, ofreciéndole en realidad, una fabulosa visión de sus largas piernas sobre sandalias negras, y de sus curvas tentadoras bajo muselina trasparente. David nota la garganta seca. Se ha olvidado del partido, de los amigotes y de la cerveza.
Esther entra en el dormitorio en semipenumbra, sólo iluminado por velas que al arder dejan un suave olor a flores silvestres. Desde un rincón le llega la voz seductora de Norah Jones y las cadenciosas notas de su piano. Se para ante la cama y espera. El llega sin hacer ruido y se detiene a su espalda, posa una mano sobre su cadera, la otra se introduce en su escote dejando un fajo de billetes crujientes que huelen a papel nuevo y tinta fresca. Besa su hombro desnudo y mueve las caderas contra su cuerpo, seductor, mientras comienza a quitarse la chaqueta.
Fundido en negro.
Con el cuerpo satisfecho y la mente en blanco, David se va abandonando poco a poco al sueño reparador que tanto necesita. En la habitación flota el humo dulzón de las velas recién apagadas y al fondo resuenan las últimas notas de un piano. Así soñaba el paraíso.
Esther tarda más en dormirse. Recuerda el fajo de billetes esparcidos por el suelo. Falta le van a hacer mañana, para compensar a los niños por haberlos obligado a dormir en la casa de los abuelos. Bueno, que David lleve al pequeño al cine, o a jugar al fútbol al parque o a esas cosas de padres y chicos; y ella se llevará a la niña de compras, que empieza a hacer buen tiempo y con lo que ha crecido no le va a servir nada de lo del año pasado y...

TITULO: EL Cortacésped -  UNA FAMILIA ESPECIAL 

EL Cortacésped  -  UNA FAMILIA ESPECIAL - fotos.


Resultat d'imatges de UNA FAMILIA ESPECIAL,.UNA FAMILIA ESPECIAL,.

Resultat d'imatges de EL CortacéspedLa familia Pingüino, cansada de vivir siempre entre placas de hielo y no salir nunca de su fría morada, rodeados de iglús y de sosos esquimales, decidió poner un buen día las cartas sobre la mesa. Entre todos sus miembros, sometieron a votación la posibilidad de realizar un viaje a tierras más cálidas. Eran doce en la familia, Mamá Pingüino, Papá Pingüino, el Tío Pingüino que convivía con ellos, y un total de nueve criaturitas inquietas que estaban deseando salir de allí. Además, hay que decir que se trataba de una familia muy peculiar, pues en lugar de vestir el sobrio traje negro y blanco que usaban todos los demás pingüinos, ellos, por caprichos de la genética, habían llegado al mundo con los colores más variados.
Fueron en total once votos a favor y uno en contra. Todos dirigieron su mirada hacia el Tío Pingüino, que últimamente se había vuelto un cascarrabias. No había nada a lo que no le encontrase una objeción. El tío, con cara de circunstancias, comenzó a exponer sus razones por las que le parecía una locura aquel viaje que estaban ya programando en sus mentes los demás miembros de la familia. Ellos eran pingüinos, habituados a ambientes fríos, y no veía lógica aquella locura de viajar hacia zonas más calurosas. Seguro que lo pasaban fatal. Pero como la mayoría había sido abrumadora, a pesar de las quejas del tío de que nueve de los votos no tenían validez por ser menores de edad, se vio envuelto en aquella odisea y en poco tiempo se vio organizando el viaje junto a sus familiares.
Dedicaron bastante tiempo a la planificación de aquel viaje. Si bien era cierto que jamás habían salido de su fría tierra y se tenían bien merecidas unas vacaciones, el tío tenía parte de razón en aquello de que podría ser peligroso para ellos abandonar el clima frío al que estaban habituados. Aparte, claro está, estaba el tema de cómo viajarían, pues en los aviones no estaba permitido que viajaran pingüinos. La cosa se complicaba por momentos y llevaban ya cerca de dos meses cavilando, sin encontrar el lugar al que ir ni el medio en el que llegar hasta él.
Un día Papá Pingüino llegó a casa con una excelente noticia. En su trabajo en el Glaciar número dos, había hecho un excelente trato con el capitán de un buque de carga que partía en tres días hacia tierras españolas. Podría viajar toda la familia en la bodega del buque, que era la zona más fresquita, a cambio de dos cubos de sardinas en salazón de las que ellos guardaban en su despensa.
Al principio la familia se quedó un poco desconcertada, pues como habían estado estudiando la geografía y la climatología de todos los lugares, sabían que en España encontrarían demasiado calor a esas alturas del año, en que todavía era verano. Pero Papá Pingüino argumentó tan bien los motivos por los que no debían preocuparse, que hasta el Tío Pingüino hubo de reconocer que la idea no era mala. Así que, ilusionados, se pusieron a preparar sus pequeñas maletas de inmediato. Tampoco era que tuviesen mucho que llevar ya que, como todos sabemos, los pingüinos no usan ropa. Y menos ellos, que habían nacido con unos colores tan bonitos.
Así lo hicieron. Fue una larga travesía que comenzó cruzando los glaciares, descendió hacia los países nórdicos, pasó por entre las islas británicas y continuó su bajada a lo largo de la costa portuguesa hasta llegar al sur de España. El buque recaló en el puerto de Cádiz y allí fue donde nuestra interesante familia se despidió con agradecimiento del capitán, después de acordar su recogida un mes después para llevarles de vuelta a su hogar.
En aquella zona el agua estaba fría, no tanto como en su tierra, lógicamente, pero sí lo suficiente para que los pingüinos se encontrasen cómodos en ella. Lo único que debían hacer era no cruzar aquella zona que separaba las frías aguas del océano de aquellas más calientes de un mar que llamaban Mediterráneo.
Tras varios días disfrutando de las aguas, mucho más movidas que las del norte, que estaban prácticamente inmóviles todo el tiempo debido a las placas de hielo, y disfrutando también de la diferente, variada y exquisita pesca que había en aquel lugar, la familia decidió aventurarse un poquito más. Como siempre, el Tío pingüino puso cientos de objeciones, pero como nadie le hizo caso, no tuvo más remedio que seguir a su alocada familia. A varios centenares de metros de donde se encontraban, podían divisar algo por completo desconocido para ellos. Una gran acumulación de arena recubría la costa. El Pingüino mayor, que se había documentado muchísimo sobre España durante su estancia en el buque, informó al resto de que aquello que divisaban era una playa.
Y allí fue toda la familia junta, nadando a contracorriente para poder llegar a aquella playa.  Cuando al fin llegaron, se quedaron encantados con el lugar. Descubrieron que tomar un poquito el sol también podía ser muy agradable, y que cuando les subía demasiado la temperatura no tenían más que adentrarse en el océano de nuevo, aunque solo fuese unos metros. Quedaron tan enamorados de la costa gaditana que jamás regresaron a su hogar. Fue la primera familia de pingüinos residentes en España. Si te acercas a su playa, poco antes de la puesta de sol, puedes observar cada día a la familia al completo, con sus llamativos colores, observando con admiración el océano  y ese sol que parecía volverse de fuego al entrar en contacto con el agua.
La familia Pingüino, cansada de vivir siempre entre placas de hielo y no salir nunca de su fría morada, rodeados de iglús y de sosos esquimales, decidió poner un buen día las cartas sobre la mesa. Entre todos sus miembros, sometieron a votación la posibilidad de realizar un viaje a tierras más cálidas. Eran doce en la familia, Mamá Pingüino, Papá Pingüino, el Tío Pingüino que convivía con ellos, y un total de nueve criaturitas inquietas que estaban deseando salir de allí. Además, hay que decir que se trataba de una familia muy peculiar, pues en lugar de vestir el sobrio traje negro y blanco que usaban todos los demás pingüinos, ellos, por caprichos de la genética, habían llegado al mundo con los colores más variados.
Fueron en total once votos a favor y uno en contra. Todos dirigieron su mirada hacia el Tío Pingüino, que últimamente se había vuelto un cascarrabias. No había nada a lo que no le encontrase una objeción. El tío, con cara de circunstancias, comenzó a exponer sus razones por las que le parecía una locura aquel viaje que estaban ya programando en sus mentes los demás miembros de la familia. Ellos eran pingüinos, habituados a ambientes fríos, y no veía lógica aquella locura de viajar hacia zonas más calurosas. Seguro que lo pasaban fatal. Pero como la mayoría había sido abrumadora, a pesar de las quejas del tío de que nueve de los votos no tenían validez por ser menores de edad, se vio envuelto en aquella odisea y en poco tiempo se vio organizando el viaje junto a sus familiares.
Dedicaron bastante tiempo a la planificación de aquel viaje. Si bien era cierto que jamás habían salido de su fría tierra y se tenían bien merecidas unas vacaciones, el tío tenía parte de razón en aquello de que podría ser peligroso para ellos abandonar el clima frío al que estaban habituados. Aparte, claro está, estaba el tema de cómo viajarían, pues en los aviones no estaba permitido que viajaran pingüinos. La cosa se complicaba por momentos y llevaban ya cerca de dos meses cavilando, sin encontrar el lugar al que ir ni el medio en el que llegar hasta él.
Un día Papá Pingüino llegó a casa con una excelente noticia. En su trabajo en el Glaciar número dos, había hecho un excelente trato con el capitán de un buque de carga que partía en tres días hacia tierras españolas. Podría viajar toda la familia en la bodega del buque, que era la zona más fresquita, a cambio de dos cubos de sardinas en salazón de las que ellos guardaban en su despensa.
Al principio la familia se quedó un poco desconcertada, pues como habían estado estudiando la geografía y la climatología de todos los lugares, sabían que en España encontrarían demasiado calor a esas alturas del año, en que todavía era verano. Pero Papá Pingüino argumentó tan bien los motivos por los que no debían preocuparse, que hasta el Tío Pingüino hubo de reconocer que la idea no era mala. Así que, ilusionados, se pusieron a preparar sus pequeñas maletas de inmediato. Tampoco era que tuviesen mucho que llevar ya que, como todos sabemos, los pingüinos no usan ropa. Y menos ellos, que habían nacido con unos colores tan bonitos.
Así lo hicieron. Fue una larga travesía que comenzó cruzando los glaciares, descendió hacia los países nórdicos, pasó por entre las islas británicas y continuó su bajada a lo largo de la costa portuguesa hasta llegar al sur de España. El buque recaló en el puerto de Cádiz y allí fue donde nuestra interesante familia se despidió con agradecimiento del capitán, después de acordar su recogida un mes después para llevarles de vuelta a su hogar.
En aquella zona el agua estaba fría, no tanto como en su tierra, lógicamente, pero sí lo suficiente para que los pingüinos se encontrasen cómodos en ella. Lo único que debían hacer era no cruzar aquella zona que separaba las frías aguas del océano de aquellas más calientes de un mar que llamaban Mediterráneo.
Tras varios días disfrutando de las aguas, mucho más movidas que las del norte, que estaban prácticamente inmóviles todo el tiempo debido a las placas de hielo, y disfrutando también de la diferente, variada y exquisita pesca que había en aquel lugar, la familia decidió aventurarse un poquito más. Como siempre, el Tío pingüino puso cientos de objeciones, pero como nadie le hizo caso, no tuvo más remedio que seguir a su alocada familia. A varios centenares de metros de donde se encontraban, podían divisar algo por completo desconocido para ellos. Una gran acumulación de arena recubría la costa. El Pingüino mayor, que se había documentado muchísimo sobre España durante su estancia en el buque, informó al resto de que aquello que divisaban era una playa.
Y allí fue toda la familia junta, nadando a contracorriente para poder llegar a aquella playa.  Cuando al fin llegaron, se quedaron encantados con el lugar. Descubrieron que tomar un poquito el sol también podía ser muy agradable, y que cuando les subía demasiado la temperatura no tenían más que adentrarse en el océano de nuevo, aunque solo fuese unos metros. Quedaron tan enamorados de la costa gaditana que jamás regresaron a su hogar. Fue la primera familia de pingüinos residentes en España. Si te acercas a su playa, poco antes de la puesta de sol, puedes observar cada día a la familia al completo, con sus llamativos colores, observando con admiración el océano  y ese sol que parecía volverse de fuego al entrar en contacto con el agua.

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