Temas para escribir,.
En las tertulias y conversaciones callejeras palpita lo que interesa,.
Tengo una amiga que es capaz de pararse con diez personas en el trayecto de la plaza Mayor de Cáceres a Cánovas y desmenuzar con cada una un tema durante 15 minutos. El otro día, en 20 metros habló de los cuñados con una señora, de la importancia de la respiración con dos amigas y de cómo se desvela uno por las noches con otra persona. Iniciaba los temas, les daba la vuelta, los analizaba desde diversos ángulos, los relacionaba con diferentes personajes y teorías, ponía ejemplos prácticos, contaba anécdotas sobre un médico con insomnio, sobre un cuñado de chiste, sobre sus trucos para respirar despacio.
¡Eso sí que me parece maravilloso! Tres temas analizados de manera divertida y en profundidad en diez metros de calle. Eso y no escribir artículos a diario es lo que tiene mimbres para asombrar. Si hubiera grabado las tres conversaciones de mi amiga, habría podido darle forma para componer entretenidas columnas sobre cuñados, insomnios y respiraciones, pero no lo hice porque parece que las conversaciones callejeras no tienen profundidad suficiente para ser escritas, sin embargo, en ellas están las claves de la cotidianidad, las historias que merecen la pena.
La otra noche estuve en casa de mis padres con mi hermana, mi mujer y mi suegra, Llevé mojicones e hicimos chocolate. Empezamos a merendar a las ocho y acabamos a las once. A lo largo de esas tres horas, se fueron sucediendo temas variadísimos en los que el dato y la ocurrencia conformaban piezas susceptibles de convertirse en artículo de periódico.
Empezamos hablando del Fairy y de la cantidad que ha de echarse en el estropajo. Debatimos sobre si es mejor echarlo directamente del bote o de un dispensador. La conversación analizó la grasa y sus secretos, la historia local del jabón y el asperón y acabamos alabando un dispensador de cerámica y metal que habían comprado mis padres en Rosso por 1,50 euros.
Aquí surgió el segundo tema de artículo y conversación: Rosso, la tienda más popular de Cáceres, reinventándose frente a la competencia de los bazares chinos: ahora es 'sírvase usted mismo' y en Cáceres no se habla de otra cosa porque en estas fechas, no hay lugar como esa tienda para encontrar el regalo más inverosímil. Es más, conozco a madrileños muy sofisticados que, cuando vienen a Cáceres, pueden dejar para después la parte antigua y la gastronomía, pero en ir a Rosso no tardan ni un minuto.
De la tienda pasamos a los pisos de estudiantes. En el edificio donde viven mis padres hay varios y mi madre está escandalizada por el jaleo que se monta en esas viviendas durante la noche. Entre mojicón y mojicón, las conversaciones se sucedían, se entremezclaban, se enriquecían y hablábamos de las gentes que viven de las ayudas sociales, pero tienen perros con varios trajecitos, de mi primo policía, al que habían mandado de Oviedo a Madrid para que vigilara el Boca-Ríver, de los nuevos pasteles de Isa, la dulcería castiza de siempre, a saber: el morito y la quesada.
Preparamos la recogida de la aceituna, la cena de Nochebuena y debatimos sobre si es mejor el chocolate en polvo o en tabletas para hacer y de lo molesto que es caminar por las aceras de Cáceres entre bicicletas y patinetes. Hubo más temas y en todos se teorizaba, se ironizaba, se divagaba... Contenidos que pedían a gritos una columna periodística.
TITULO: Minuto para Ganar KIDS -'Yuli', el niño negro que no quería bailar ,.
'Yuli', el niño negro que no quería bailar,.
Icíar Bollaín sube al espectador a las tablas del teatro en este atípico biopic sobre el bailarín cubano Carlos Acosta,.
Dice la cineasta madrileña que a menudo este género cinematográfico corre el peligro de resultar «plano» porque acostumbra a abordar la vida del protagonista de una forma más bien lineal. Su película trata de romper con esa norma no escrita. Lo hace colocando al Acosta real ya de vuelta en La Habana. Tras una vida llena de éxitos, el bailarín ha abierto una compañía con su nombre -un detalle extraído de la realidad que incluso permite a la directora jugar con la ruptura de la cuarta pared- y se encuentra ahora coreografiando su propia vida. Así, el largometraje va intercalando la narración tradicional, que aborda cómo aquel niño aficionado al breakdance dejó las calles, por empeñó de su padre, ingresó en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba y acabó triunfando en los escenarios de medio mundo, con la traslación de ciertos momentos y emociones de su vida al territorio de la danza.
Y es en ese acercamiento donde la mirada de Bollaín sorprende. «Fue un reto total», admite la directora, que decidió evitar los teatros llenos y apostar por el tono intimista que ofrecen los ensayos. Dado que el baile es movimiento, hubo que encontrar el lugar idóneo donde colocar la cámara. «En el patio de butacas la acción hubiese resultado demasiado plana, pero con los planos cortos propios del cine se perdía el movimiento», añade. Al final tiró por la calle del medio y, con la ayuda del director de Fotografía, Álex Catalán, puso «una steadycam a bailar con ellos». De esta forma el espectador sube al escenario, «lo que le permite ver a los bailarines de cerca, sentirlos, escuchar su respiración y el repiqueteo de sus pies sobre las tablas», explica la madrileña.
«Era una negociación entre el camarógrafo y nosotros. Él debía entender por dónde iba la coreografía y nosotros debíamos olvidarnos de su presencia», explica Acosta. Para el cubano ha sido «muy doloroso» revivir su historia. No en vano escribió 'Nunca mirar atrás', la autobiografía en la que se ha inspirado el guionista Paul Laverty para la película, «como una especie de terapia para dejar todo ese pasado». Al participar en 'Yuli', se encontró nuevamente reviviéndolo todo y, en especial, la relación con su padre, Pedro Acosta, que vertebra todo el largometraje. Pedro inculcó en aquel joven el amor por sus raíces y también el valor del esfuerzo, un esfuerzo que, entendía, debía ser triple por el color de su piel. Pero también le acabó propinando tremendas palizas que se llevan a la película en forma de danza. Carlos encarna en esa coreografía a su padre. «Tuvimos que parar la tercera vez porque se me saltaban las lágrimas, me salí del libreto y parecía que el espíritu de mi padre se había apoderado de mí», confiesa.
Pese a todo, no queda rencor alguno. «Mi padre es bello. Me daba golpes pero porque a él le dieron golpes, porque es como se impartía disciplina en aquella época. Hizo lo imposible para que yo tuviera una vida mejor, con un resultado que yo jamás pude soñar», señala. Y vaya si lo consiguió. Procedente del barrio de Los Pinos, una zona periférica de la capital donde apenas había artistas -«Yo no sabía ni lo que era el ballet ni la danza clásica», explica- y se vivía sin un duro en el bolsillo, Acosta recuerda ahora la ingenuidad de quien daba entonces sus primeros pasos. Cuenta anécdotas que se mueven entre lo cómico y lo desgarrador como que al llegar a Londres con 18 años descubrió que la compañía ingresaba su nómina en un sitio llamado banco o esa sensación de aislamiento que le embargó al asistir a los primeros ensayos generales siendo el primer bailarín y sin saber una palabra de inglés. «Adaptarte a esas cosas te llena de dureza, por eso he llegado a donde he llegado. La soledad hizo que yo tomara el ballet como un refugio. No tenía a nadie, pero tenía una cosa que se llamaba ballet, era mi mejor amigo».
Hay mucho de esa soledad y de esa nostalgia hacia Cuba en el metraje de 'Yuli', pero «mereció la pena», dice quien regresó a La Habana para abrir su propia escuela de danza, hace un par de años. «No se trata de que le debiera nada a mí país, al fin y al cabo la educación gratuita era para todos y solo yo llegué a donde llegué con el esfuerzo y el talento personales, pero estoy muy agradecido a Cuba por darme la posibilidad de hacerme el bailarín que fui», concluye.
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