¡ QUE GRANDE ES EL CINE ! ,.
¡Qué grande es el cine! fue un programa de cine dirigido por José Luis Garci y emitido por Televisión Española por su cadena La 2.
El programa comenzaba con una presentación de la película que se emitía esa noche, posteriormente esta película se emitía y acababa con una tertulia entre Garci y los invitados del día sobre ella.1 El programa comenzó a llevarse a cabo en enero de 1995 y comenzó sus emisiones el 13 de febrero del mismo año., etc.
AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - María Teresa Revilla,.
María Teresa Revilla,.
María Teresa Revilla - foto,. | ||
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Teresa Revilla (2006)
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Diputada en Cortes Generales de España por la provincia de Valladolid | ||
5 de julio de 1977-31 de agosto de 1981 | ||
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Información personal | ||
Nombre en español | María Teresa Revilla López | |
Nacimiento |
1936 Tetuán, Marruecos | |
Nacionalidad | Española | |
Partido político | UCD | |
Educación | ||
Educada en | Universidad Autónoma de Madrid | |
Información profesional | ||
Ocupación | abogada y política | |
Fue la única mujer miembro de la Comisión Constitucional creada en la Legislatura Constituyente para elaborar la Constitución Española de la que formaron parte 39 miembros y defendió la plenitud de derechos de las mujeres en el artículo 14 de la Constitución de 1978.2
La Constitución supuso un salto fundamental y decisivo para la mujer en España. A partir de ella se empezaron a corregir las desigualdades existentes en las leyes la mujer comenzó realmente a poder ser lo que ella misma consiguiera con su esfuerzo (...) Yo creo que ninguna de las diputadas de aquella legislatura constituyente estuvimos conformes en la regulación de la Corona en lo que se refiere al orden sucesorio. ¿Cómo se pudo entonces discriminar a la mujer en flagrante contradicción con lo que se decía en el artículo 14 de la propia Constitución? Aún hoy no encuentro razón suficiente3
En su labor como diputada de la I Legislatura formó parte de la Comisión de Asuntos Constitucionales y libertades públicas.
Publicó artículos de tema político en El Norte de Castilla.
TITULO: ABANICO - ME RESBALA - Y todo se hace añicos, de repente · Manuel Rivas ,.
ABANICO - ME RESBALA - Y todo se hace añicos, de repente · Manuel Rivas , fotos.
Y todo se hace añicos, de repente · Manuel Rivas,.
Oír disparos siempre es inquietante. Pero si estás en un bosque, tienes la sensación de que los disparos de la caza siempre te alcanzan,.
ESTÁS EN EL BOSQUE, con la cabeza llena de pájaros. Como en los
cuentos, el lugar del miedo te va acogiendo como un refugio. Te has
despojado del tiempo del reloj. Tu mirada ya no quiere depredar. Los
ojos escuchan y eso amplia el área de visión, como en la becada, la
centinela del bosque. Pensar y sentir van de la mano, se aparean. Todo,
lo conocido y lo desconocido, tiene aura de un descubrimiento. Llámalo
sagrado, no te avergüences, hombre.
Y todo se hace añicos, de repente. Oír disparos siempre es inquietante. Anula cualquier otra escucha. Pero si estás en un bosque, en la montaña, en la marisma, o acompañando a un río por la orilla, tienes la sensación de que esos disparos, los de la caza, siempre te alcanzan. Se cobren la pieza o no, siempre se cobran algo. Penetran una entraña común. El silencio amigo, tras los estampidos, se vuelve un silencio mudo. Te quedas atónito, víctima de una violencia catastral, por más que estén acotados los terrenos. Ahora, los ladridos de la jauría lo llenan todo. El otro tiempo se ha escondido en el hueco de un castaño. Quisieras entrar allí. Como en un poema de Tonino Guerra, “ser un hombre sentado dentro de un árbol”.
Lo único que tendríamos que tomar de un paisaje son fotografías. Y añade el artista y andarín Hanish Fulton: “Lo único que tenemos que dejar en él son nuestros pasos”. ¿Por qué las sociedades de cazadores no se refundan como sociedades fotográficas? No es nada fácil fotografiar a un animal salvaje. Incluso, a veces, es más fácil cazarlo que hacer una buena toma. Hablo de la caza con armas de fuego, cada vez de más alcance y precisión, y con ayuda de canes que, por decirlo así, hacen el trabajo de zapa en lo invisible, el más laborioso y duro, el descubrir lo oculto y ponérselo en bandeja a los humanos. La llaman “caza deportiva”. No sé si los animales entienden de eufemismos, pero para ellos y para quienes escapamos de esa intimidación ambiental sí que se trata de un deporte altamente exigente.
Esta apelación a lo deportivo, e incluso a lo ecológico, es muy utilizada por lo que podríamos llamar la vanguardia cinegética cada vez que se desencadena un debate sobre el sentido de la caza en países donde ya nadie la necesita para sobrevivir. No quiero meter todo en el mismo saco, pero también se presentan como “deportistas” tipos como Walter Palmer, rico dentista de Minneapolis, que acabó con la existencia del viejo león Cecil, ídolo en vida en Zimbabue, o Tess Thompson Talley, una millonaria de Kentucky, que se jactó en Facebook, posando al lado de la víctima, de haber dado muerte a una jirafa negra, especie en extinción, en un parque en Sudáfrica: “Oraciones porque mi sueño de caza único se cumplió hoy”. Gente así debería figurar en los carteles de búsqueda y captura de Interpol.
En España, en 1953, se promulgó una ley de extinción de alimañas, que permitía y fomentaba la caza, con recompensa, de animales salvajes considerados “dañinos”. Ese estado de excepción brutal en la naturaleza desaparecería también con la dictadura. Pero todavía hoy, en algunas comunidades, se siguen autorizando batidas para la caza masiva de animales como el zorro. Deberían mostrarse estas imágenes en televisión, tal vez después de una película infantil de Disney. Ver a medio centenar de cadáveres de personas no humanas, rodeados de cazadores ufanos, es una estampa de horror que debería interpelar a toda la sociedad. Son matanzas de seres inteligentes, con conciencia, memoria y sentimientos. No son los seres silvestres los que generan desequilibrios en la naturaleza. Somos nosotros, los sapiens, los más dañinos. Los causantes de un desequilibrio letal para muchas especies, incluida la humana.
Después de la cacería de Herreruela, en Cáceres, en la que se despeñaron por un barranco 12 perros y el venado que perseguían, procuré leer los mensajes de quienes se decían cazadores. Uno de ellos, y no era el más irracional, comparaba lo sucedido, “un lance de caza”, con una caída en MotoGP o la lesión de un futbolista. Ni una palabra, en ningún mensaje, sobre el ciervo. Como si fuese un autómata o un bulto y no un habitante más de este territorio. Si en una cacería los perros hacen ver a los cazadores lo “no visto”, el animal oculto, el vídeo de lo sucedido en el barranco de Herreruela tiene el valor histórico de mostrar lo “no visto”. Una brevísima secuencia, conocida por azar, del oculto horror infinito de la guerra contra la naturaleza.
Y todo se hace añicos, de repente. Oír disparos siempre es inquietante. Anula cualquier otra escucha. Pero si estás en un bosque, en la montaña, en la marisma, o acompañando a un río por la orilla, tienes la sensación de que esos disparos, los de la caza, siempre te alcanzan. Se cobren la pieza o no, siempre se cobran algo. Penetran una entraña común. El silencio amigo, tras los estampidos, se vuelve un silencio mudo. Te quedas atónito, víctima de una violencia catastral, por más que estén acotados los terrenos. Ahora, los ladridos de la jauría lo llenan todo. El otro tiempo se ha escondido en el hueco de un castaño. Quisieras entrar allí. Como en un poema de Tonino Guerra, “ser un hombre sentado dentro de un árbol”.
Lo único que tendríamos que tomar de un paisaje son fotografías. Y añade el artista y andarín Hanish Fulton: “Lo único que tenemos que dejar en él son nuestros pasos”. ¿Por qué las sociedades de cazadores no se refundan como sociedades fotográficas? No es nada fácil fotografiar a un animal salvaje. Incluso, a veces, es más fácil cazarlo que hacer una buena toma. Hablo de la caza con armas de fuego, cada vez de más alcance y precisión, y con ayuda de canes que, por decirlo así, hacen el trabajo de zapa en lo invisible, el más laborioso y duro, el descubrir lo oculto y ponérselo en bandeja a los humanos. La llaman “caza deportiva”. No sé si los animales entienden de eufemismos, pero para ellos y para quienes escapamos de esa intimidación ambiental sí que se trata de un deporte altamente exigente.
Esta apelación a lo deportivo, e incluso a lo ecológico, es muy utilizada por lo que podríamos llamar la vanguardia cinegética cada vez que se desencadena un debate sobre el sentido de la caza en países donde ya nadie la necesita para sobrevivir. No quiero meter todo en el mismo saco, pero también se presentan como “deportistas” tipos como Walter Palmer, rico dentista de Minneapolis, que acabó con la existencia del viejo león Cecil, ídolo en vida en Zimbabue, o Tess Thompson Talley, una millonaria de Kentucky, que se jactó en Facebook, posando al lado de la víctima, de haber dado muerte a una jirafa negra, especie en extinción, en un parque en Sudáfrica: “Oraciones porque mi sueño de caza único se cumplió hoy”. Gente así debería figurar en los carteles de búsqueda y captura de Interpol.
En España, en 1953, se promulgó una ley de extinción de alimañas, que permitía y fomentaba la caza, con recompensa, de animales salvajes considerados “dañinos”. Ese estado de excepción brutal en la naturaleza desaparecería también con la dictadura. Pero todavía hoy, en algunas comunidades, se siguen autorizando batidas para la caza masiva de animales como el zorro. Deberían mostrarse estas imágenes en televisión, tal vez después de una película infantil de Disney. Ver a medio centenar de cadáveres de personas no humanas, rodeados de cazadores ufanos, es una estampa de horror que debería interpelar a toda la sociedad. Son matanzas de seres inteligentes, con conciencia, memoria y sentimientos. No son los seres silvestres los que generan desequilibrios en la naturaleza. Somos nosotros, los sapiens, los más dañinos. Los causantes de un desequilibrio letal para muchas especies, incluida la humana.
Después de la cacería de Herreruela, en Cáceres, en la que se despeñaron por un barranco 12 perros y el venado que perseguían, procuré leer los mensajes de quienes se decían cazadores. Uno de ellos, y no era el más irracional, comparaba lo sucedido, “un lance de caza”, con una caída en MotoGP o la lesión de un futbolista. Ni una palabra, en ningún mensaje, sobre el ciervo. Como si fuese un autómata o un bulto y no un habitante más de este territorio. Si en una cacería los perros hacen ver a los cazadores lo “no visto”, el animal oculto, el vídeo de lo sucedido en el barranco de Herreruela tiene el valor histórico de mostrar lo “no visto”. Una brevísima secuencia, conocida por azar, del oculto horror infinito de la guerra contra la naturaleza.
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