LUNES -28- ENERO - EN EL PUNTO DE MIRA ,.
En el punto de mira es un programa de televisión que se emite en el canal Cuatro y que se estrenó el 26 de julio de 2016.1 En este se tratan temas de actualidad y de investigación, ofreciendo como novedad en el formato, imágenes de cámaras 360° junto a grabaciones panorámicas hechas desde drones y sistemas de grabación oculta. Así, a manos de varios reporteros, profundizan en temas como la trata de animales, el negocio de las farmacéuticas o la caza ilegal. Lunes - 28- ENERO - a las 22:40h, etc.
La guerrilla de Marx, el Che y Jesucristo .
foto / El Che vive y gana la batalla de la imagen, al menos en Google. Un millón cien mil imágenes contra 124 mil de Emiliano Zapata, 155 mil de la Virgen de Guadalupe y 156 mil de Eva Perón, por citar sólo algunos de los íconos que forman parte de este número de Caravelle. Un bloguero ha compilado 659 fotografías de Guevara que van desde su infancia en Argentina, hasta su muerte en Bolivia1. Parte importante de este corpus fue producido entre 1959 y 1964. Los autores son casi siempre los mismos: Raúl Corrales, Liborio Noval, Oswaldo y Roberto Salas –padre e hijo–, Ernesto Fernández, Perfecto Romero, Alberto Korda.2 Este puñado de nombres representa lo mejor de la fotografía comercial cubana. En 1960, las agencias de publicidad fueron intervenidas y los estudios de fotografía comercial, clausurados. Entonces, los mejores fotógrafos integraron las filas del periódico Revolución.
- 3 Roberto Salas, en el documental Chevolución de Trisha Ziff.
2Al
parecer, Fidel Castro comprendió la importancia de rodearse de grandes
fotógrafos que documentaran la revolución y su presencia en ella. De
esta manera se producía material que pudiera ser utilizado como
propaganda para difundir una bella imagen de la revolución cubana en el
resto del mundo. Los fotógrafos se dedicaron a representar a Castro y
por añadidura también al Che. Pero había una diferencia entre ambos.
Roberto Salas, uno de los que más fotografías hizo del Che, dice que a
Guevara no le gustaba ser fotografiado, pues prefería hallarse detrás
del objetivo3.
Pero las fotos dicen lo contrario. El Che gustaba de la cámara, pues
sonreía con facilidad al objetivo. Además era fotogénico, mucho más que
Castro. Y tenía un estilo. En las fotos del Che se destaca un mismo
simbolismo: barba, cabello largo, boina, estrella, cigarro. Todos estos
elementos se volvieron marcadores de reconocimiento del Che.
- 4 Larousse, Diccionaire de la photo, Paris, Larousse, 1996, p. 68.
3Me concentraré en dos imágenes que permiten comprender cómo funciona el ícono Che: el retrato tomado por Alberto Korda en 1960 y dos fotos de su cadáver realizadas por Freddy Alborta en 1967. Las escogí por su importancia. El retrato de Korda, bautizado Guerrillero Heroico, es considerado una Monalisa de la fotografía. El diccionario Larousse de la photographie lo ha entronizado al decir que es la foto más reproducida del siglo XX4.
Las imágenes de Alborta, también fueron consagradas como emblemas de la
fotografía de prensa por su semejanza con la imagen de Cristo. En
cierta forma, estas dos imágenes inmortalizaron al Che.
- 5 Joly Martine, L’image et les signes, Nathan, 1994.
TITULO: LUNES - 28- ENERO - Madridistas por el mundo -El practicante de Burguillos,.
Realmadrid TV emite - LUNES -28- ENERO - noche, a partir de las 22:30 horas, una nueva entrega de Madridistas por el mundo - El practicante de Burguillos ,.
El practicante de Burguillos
Para los niños de los 60, el señor de las inyecciones era un ogro armado de aguja y jeringuilla,.
Antiguamente, quienes inyectaban hierro o penicilina en vena recibían el siniestro nombre de practicantes. Porque llamar a esos sanitarios enfermeros, auxiliares de clínica o ATS queda aséptico e indoloro, pero desde el momento en que los llamabas practicantes, se convertían en ogros, en verdugos, en practicantes... de la tortura.
Antiguamente, la visita del practicante a una casa significaba el comienzo de una ceremonia inquietante que culminaba en alaridos. Mi practicante, en Cáceres, se llamaba Torres. No recuerdo su nombre ni su segundo apellido. Solo sé que cuando se desmadraban las anginas o tosías con mucha flema, se escuchaba la frase definitiva: «Hay que llamar a Torres». Y comenzaba un calvario lleno de incertidumbre hasta que aparecía Torres con su caja plateada.
La caja de los practicantes es el más diabólico instrumento de tortura que los niños de los 60 hemos conocido. A veces, ni te dolía la inyección porque tanto Torres como el practicante de Burguillos eran grandes profesionales. Pero en la tortura, lo que duele no es la sensación física, sino la incertidumbre psicológica: no sabes exactamente cuándo vas a sufrir, pero el dolor es inminente y no tienes escapatoria. A la hora de la verdad, no era para tanto, pero el daño ya estaba hecho bastante antes de que te pincharan, en concreto, desde que mi padre decía: «Hay que llamar a Torres» o desde que mi mujer veía la bicicleta con rejilla de colores del practicante de Burguillos apoyada en la pared de su casa.
No me digan que no se acuerdan de las espeluznantes cajitas plateadas de los practicantes. Eran alargadas y se diría que de acero inoxidable si no fuera porque ese acero era bastante desconocido 'antiguamente'. En la cajita había jeringuillas de cristal y agujas. Como se utilizaban continuamente y no eran desechables, había que desinfectar las herramientas antes de cada pinchazo.
El rito, en el que participaban el fuego y el alcohol como en cualquier sacrificio que se precie, consistía en impregnar un poco de algodón en alcohol y prenderle fuego. Casi todo lo que hacían los practicantes 'antiguamente' sería hoy delito. Porque ya me dirán cómo era posible aquella temeridad de prender un algodón en alcohol junto a la cama de un niño con anginas. Después, colocaban la cajita plateada con agua encima del algodón ardiente, hervía el agua con las agujas y las jeringas en aquel mini baño maría y, ya desinfectadas, se pasaba a la fase sadismo extremo.
El practicante cogía la gran jeringuilla de cristal, encajaba la espectacularmente larga aguja en la punta, una aguja que, además de larga, era gruesa, aspiraba del bote la penicilina y se acercaba, empuñando la jeringa, hacia tus nalgas, convenientemente colocadas en pompa por tu santa madre. El ambiente era asfixiante, se mascaba una tensión irresistible, olía intensamente a alcohol quemado, el practicante pasaba por tu nalga un algodón con alcohol para desinfectarte unos centímetros de culete y al instante clavaba la aguja kilométrica, inyectaba la penicilina y tú aullabas, llorabas, chillabas y quedabas baldado, dolorido y, lo peor, a la espera de la siguiente visita de Torres o del practicante de Burguillos.
Ahora, las jeringuillas son pequeñitas y desechables, las agujas son cortitas y estrechas. Además, te puedes pinchar tú mismo y cada inyección es como un pellizco de monja. Sufrir está prohibido y la vida y las inyecciones duelen menos. Entonces, ¿por qué no somos felices?,.
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