domingo, 31 de agosto de 2025

DESAYUNO CENA FIN DOMINGO - REVISTA BLANCO Y NEGRO - La mala digestión de la amnistía ,./ Las rutas Capone - El sendero circular más largo del mundo da su primer paso en Portugal,.

 TITULO:  DESAYUNO CENA FIN DOMINGO -  REVISTA BLANCO Y NEGRO - La mala digestión de la amnistía,.

 DESAYUNO CENA FIN DOMINGO - REVISTA BLANCO Y NEGRO -  La mala digestión de la amnistía,. fotos,.

 

La mala digestión de la amnistía,.

La diferencia de esta campaña de crispación contra un presidente socialista respecto a las anteriores es la suma de importantes sectores del Estado,.

 La pesada digestión socialista de la amnistía

Debo confesar que, como estudioso de la política, me fascinan los momentos en los que la derecha española se exalta en su oposición a los gobiernos progresistas. Consigue que parezca que el mundo se desmorona. Hemos vivido tres de esos momentos en la democracia española. El primero fue en la legislatura 1993-96, el segundo en la legislatura 2004-08 y el tercero en la actual legislatura, en la que se inicia en 2023. En las tres ocasiones, el PP y los medios afines transformaron la voz crítica en un rugido y los argumentos en una catarata de insultos, rompiendo las barreras de lo que es habitual y razonable en el ejercicio de una oposición democrática. 

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Hay algo común en los tres periodos: tanto en 1993 como en 2004 y en 2023, el Partido Popular estaba convencido de que iba a gobernar y sus expectativas no se vieron satisfechas. En 1993 José María Aznar estaba seguro de que la etapa de Felipe González había llegado a su fin. Ya habían aparecido algunos escándalos de corrupción en los gobiernos socialistas y en 1992 se produjo una profunda crisis económica. Se daban las condiciones ideales para consumar la alternancia. Sin embargo, el PSOE ganó las elecciones. Tras unas dudas iniciales sobre el resultado electoral que no tuvieron mayor recorrido, pusieron en marcha una gran campaña de crispación, con acusaciones gruesas y un clima mediático pasado de decibelios. Fue una legislatura infernal.

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En 2004 ocurrió algo similar, pero con el PP en el poder. Tenían la certeza de que continuarían al frente del Gobierno, revalidando la mayoría absoluta obtenida en 2000. Durante la campaña electoral apareció un profético artículo en las páginas de este periódico, ¿Habrá sorpresa el 14-M?, en el que Belén Barreiro planteaba, antes del atentado del 11-M, la posibilidad de una victoria socialista. Con la desastrosa gestión del atentado terrorista, se confirmó lo que en el artículo era aún una hipótesis: “Si los indecisos de izquierda se activan a favor del PSOE, [José Luis Rodríguez] Zapatero puede ser presidente”. Así sucedió. La reacción del PP por la pérdida del poder fue descargar una mezcla de odio y desprecio sobre el nuevo presidente socialista, a quien se acusó de todo lo acusable. Asistimos entonces a un segundo episodio de crispación.

En la campaña de 2023, la derecha mediática y casi todas las empresas que realizan encuestas crearon la impresión de que PP y Vox gozarían de una cómoda mayoría absoluta en el parlamento. La encuesta de este periódico fue una excepción y acertó: predijo que el PP sacaría más votos que el PSOE, pero que las derechas quedarían lejos de una mayoría absoluta (el CIS no acertó; predijo una victoria en votos del PSOE). Una vez más, el PP no podía creerse el resultado electoral. Volvieron las especulaciones sobre manipulación electoral, pero, como en 2004, enseguida dieron paso a una campaña durísima contra Pedro Sánchez, cuya apoteosis estamos viviendo en estas semanas.

El patrón es muy parecido en 1993, 2004 y 2023: siempre obedece a una mala digestión de una derrota por parte de la derecha. Lo han sufrido los tres presidentes socialistas, González, Zapatero y Sánchez, aunque el primero parece no acordarse y se ha sumado a la cacería contra el actual líder socialista. En esta legislatura, volvemos a encontrarnos en un ambiente apocalíptico, a pesar de que la economía española crece a buen ritmo y de forma equilibrada; el Gobierno, por lo demás, puede presumir de importantes logros sociales (ingreso mínimo vital, subida del salario mínimo, reducción de la precariedad en el mercado de trabajo, una reforma progresista de las pensiones, etc.). No quiero con ello minimizar el escándalo de corrupción en el que están envueltos los dos últimos secretarios de organización del PSOE; sobre este asunto escribí un artículo anterior en el que sugerí la conveniencia de que Sánchez continúe al frente del Gobierno pero anunciando que no se presentará a las siguientes elecciones. En cualquier caso, por graves que sean los escándalos socialistas, no anulan la gestión realizada.

Reconocido todo esto, creo que hay buenas razones para defender que la crispación de 2023 está superando a la de las dos oleadas anteriores. Y no solo porque ahora haya una extrema derecha muy movilizada, ni porque ahora nos relacionemos mediante redes sociales que antes no existían. Lo que creo que marca la diferencia es que en esta ocasión se han sumado sectores importantes del Estado, incluyendo jueces, altos funcionarios y fuerzas de seguridad. La sensación resultante es la de un Gobierno débil ante un Estado con gran capacidad de intimidación.

Si el frente anti-Sánchez ha adquirido semejante consistencia y virulencia, es, a mi juicio, porque el conflicto catalán ha alterado la conciencia de muchísima gente, culminando en un rechazo a la Ley de amnistía que es tan exagerado que a veces provoca incredulidad (empezando por González y su afirmación de que la amnistía es antidemocrática y constituye un acto de corrupción política). La Ley de amnistía ha tocado una fibra muy sensible en buena parte de la sociedad española porque supone la desautorización definitiva de la manera en la que el nacionalismo español abordó la crisis secesionista: había que defenderse de un “golpe de Estado” con una aplicación severa de la justicia penal, administrando un escarmiento a los líderes independentistas que se quería definitivo y marcaría el triunfo de una nación, la española, sobre la otra, la catalana. La aprobación de la amnistía supone reconocer que aquella estrategia nos llevó a un callejón sin salida. El Gobierno, con sus apoyos parlamentarios, ha conseguido revertir parcialmente la situación creada por el enfrentamiento feroz entre las partes. El riesgo de que se rompa España hoy es mucho menor que el que hubo durante la presidencia de Mariano Rajoy.

No se olvide que lo que cimenta el bloque de investidura es la cuestión nacional. No se explica de otra manera que pudieran unirse las izquierdas con los nacionalistas vascos y catalanes. Frente a esa heterogénea alianza de intereses políticos, se alza el bloque granítico de la visión mononacional de España. A Sánchez lo odian con tanta intensidad porque durante un tiempo pareció un defensor de la visión españolista, pero, “haciendo de la necesidad virtud”, terminó liderando el bloque plurinacional. Eso no se lo van a perdonar nunca y no pararán hasta destruirlo políticamente. Hasta el momento lo habían intentado de varias maneras, pero tocaron hueso. Ahora han encontrado un flanco débil, el de los Ábalos y Cerdanes, y lo van a explotar hasta el final. José María Aznar, en el Congreso del PP, ha verbalizado el programa máximo del nacionalismo español: que Sánchez acabe encarcelado, el mismo destino que aguardaba a los independentistas de no haber sido por la Ley de amnistía.

La política española se ha emancipado por completo de las condiciones objetivas y materiales del país. A pesar de que el conflicto político catalán ha encontrado una vía de normalización, hay demasiada gente que no puede transigir con la posibilidad de que Carles Puigdemont regrese al país sin ser esposado y enviado a prisión. De ahí la rebelión del Tribunal Supremo, que se ha inventado una doctrina desesperada e inverosímil sobre lo que significa “enriquecimiento” con tal de impedir que vuelva el expresident, salvando así la honra de España. Francamente, nos merecemos otra política.

TITULO:  Las rutas Capone - El sendero circular más largo del mundo da su primer paso en Portugal,

El sendero circular más largo del mundo da su primer paso en Portugal,.

EL PAÍS recorre los tramos iniciales de la ruta Palmilhar, que arranca en octubre su plan de recorrer todo el país a lo largo de 6.000 kilómetros y ofrecer actividades culturales a lo largo del camino,.

 Un senderista camina por el pueblo medieval de Óbidos, parte del recorrido de Palmilhar Portugal, en una imagen cedida por el propio municipio. 

foto - Un senderista camina por el pueblo medieval de Óbidos, parte del recorrido de Palmilhar Portugal, en una imagen cedida por el propio municipio,.

 El camino nunca avanza solo. Le acompaña el océano, siempre ahí al lado, inseparable. Ni siquiera hace falta girar la cabeza: el sendero desfila entre brisa, olor a sal y el ruido de las olas quebradas. Un horizonte azul inmenso vigila cada paso, desde la izquierda. A la derecha, arbustos, casitas y tierra tiñen la ruta de verde, blanco y rojo. Hace falta desviarse un poco para encontrar otra presencia, menos evidente, aunque no menos colosal: sobre una piedra descansan improntas de dinosaurios, que también anduvieron por aquí hace millones de años. Y al final del recorrido, una hora y media después, aguardan dos citas más: con la concha perfecta de arena y mar que dibuja la bahía de San Martinho do Porto, en la costa central de Portugal; y con los restos de un puerto donde se construyeron barcos que Vasco da Gama puso rumbo a las Indias. O eso dice la leyenda. La verdad es que la vista quita el aliento.

 Por estas tierras, en unas semanas, arranca otro viaje ambicioso. Está prevista para octubre la inauguración de los primeros tramos de Palmilhar Portugal, que pretende ser el sendero circular más largo del mundo: unos 6.000 kilómetros entre sierras y playas, bosques y viñedos, aldeas y lagunas. EL PAÍS recorrió durante tres días ―y con la colaboración de la organización― los pasos iniciales de un camino que promete, de aquí a cinco años, poner de acuerdo a los turistas y a quienes los odian: una vía sostenible y auténtica, para cualquier persona y mes del año. Del interior a la costa, y viceversa, en busca de exploración, descubrimiento, naturaleza, cultura e historia. Aunque la palabra quizás más repetida por Ricardo Bernardes, impulsor del proyecto, es “interacción”. Con el territorio y, sobre todo, sus gentes.

“Además de ‘ooooh, qué paisaje’, me gustaría que los visitantes pensaran ‘ooooh, qué contacto’. Si esto logra darle algo de vida a las zonas menos transitadas me hará feliz”, define. No quiere prisas, ni una lista de destinos que llenar a la carrera. Al revés, imagina encuentros que surjan a la vuelta de cada esquina. Ante todo, con los lugareños, siempre dispuestos a regalar al menos un “bom día” al forastero; pero también con festivales, conciertos, exposiciones, visitas guiadas y demás actividades culturales que deberán brotar por el itinerario, según Bernardes. Puede que la esencia de Palmilhar Portugal se resuma en dos decisiones: excluirá Lisboa y Oporto, en la elección “más difícil” que ha tomado; a la vez, quiso incluir una aldea donde viven dos pastores con decenas de cabras. La esperanza es que crucen pasos con algún senderista. Durante un paseo por las Sierras de Aire y Candeeiros, otro rebaño amenizó el camino. Un par de carneros andaban con las patas atadas, para evitar embestidas. Aunque sí se produjo otro choque: la asombrosa sencillez del momento.

Bernardes está convencido de que el 14º país más visitado del mundo ―en datos de la Organización Mundial del Turismo― oculta muchas joyas así, lejos de sus ciudades y localidades más famosas. “Somos una nación pequeña, pero en apenas 150 kilómetros pueden encontrarse escenarios completamente diferentes y una enorme diversidad cultural”, subraya. Como espectaculares playas de arena desiertas en pleno agosto; unos 370 metros originales de vía romana, del siglo I, cerca de Alqueidão da Serra; o un atelier dedicado a la artesanía más inesperada: los postres. En un par de días la ruta escala colinas y roza bañistas, cruza ríos o ferias locales. Rebosa variedad, y alianzas insólitas. Como un pecado capital reconvertido en arte por los monjes de Alcobaça, celebrados maestros pasteleros; o un monasterio derruido con vista hacia hectáreas de viñedos: a saber qué diría Nossa Senhora. O novelas y hortalizas a la venta juntas, en una librería del pueblo medieval de Óbidos. “Deje solo improntas; recoja experiencias; llévese memorias”, reza un folleto turístico de este municipio.

Para llenar de recuerdos a los visitantes, Bernardes trabaja a pleno ritmo hacia el futuro. Aunque, ahora mismo, Palmilhar Portugal precisa también resistencia e imaginación. La primera se le presupone a cualquier montañero. Y a todo proyecto de esta magnitud. La mirada creativa, en cambio, sirve para llenar la distancia que aún separa el primer paso del horizonte: de momento, el plan cuenta con seis municipios adheridos (como Alcobaça, Alenquer u Óbidos) de los 100 que espera sumar; tendrá una aplicación para móviles con un mapa y notificaciones en tiempo real sobre los puntos y eventos de interés más cercanos, pero habrá que esperar principios de 2026; y las señales que han realizado con materiales sostenibles están instaladas solo en algunos tramos. En la laguna de Óbidos, un niño arranca una partida familiar de petanca tirando lejos el bolillo. El proyecto de Bernardes también está lanzado. Ahora se trata de seguir arrojando novedades con acierto. Aunque el impulsor parece tener claro el camino.

Cada poco tiempo se para a explicar: “El sendero pasará por aquí, y luego hacia allí”. Ha levantado toda la iniciativa con una inversión personal; quiere que solo pise terrenos públicos y los municipios únicamente aporten una cuota inicial, para poner a andar los senderos de cada área. A partir de ahí, su modelo de negocio prevé pequeñas comisiones para hoteles, restaurantes o cualquier otro establecimiento que quiera participar, y los eventos y actividades culturales como principal fuente de ingreso. Bernardes reconoce riesgos y dificultades, pero rehúye los atajos. Frente a las sugerencias de bautizar su proyecto en inglés, eligió un sinónimo de “caminar” en portugués. Y entre los pocos lugares célebres que Palmilhar baraja tocar está el santuario de Fátima, a escasos kilómetros de aquí. Tal vez, a cambio, la virgen eche su bendita mano. Corredores de maratón ya han contactado a Bernardes para ser los primeros en realizar toda la ruta, cuando esté. Él se alegra, pero reivindica un ritmo más pausado: “Poco a poco”.

El mismo que quiere imprimir al sendero. Solo quien pase despacio notará marcas en algunos muros del monasterio de Santa María de Alcobaça, Patrimonio Mundial de la Unesco: a los obreros del siglo XII se les pagaba por pieza en lugar de horas, de ahí que ficharan sobre el material. El otro lado del edificio, reconvertido en hotel de cinco estrellas por el arquitecto premio Pritzker Souto Moura, refuerza el mensaje: incluso el lujo se dota de minimalismo y ralentí. Hace falta un rato también para avistar aves en la laguna de Óbidos o descubrir que un restaurante de la aldea, Literary Man, sirve platos inspirados en libros y cómics famosos. Un pique sobre quién produce la mejor ginja, el licor local; delicias de queso a la venta en una tienda sin pretensión, dentro de una gasolinera; una iglesia tapizada de azulejos: los mejores secretos solo salen a la luz con tiempo para revelarlos. Sentarse a esperar los manjares en cualquier taberna del país supone una buena cata. En todos los sentidos.

Palmilhar invita a caminar despacio. Aunque, inevitablemente, se cruza con la carrera que hay alrededor. Para pedir camaroes frente a la playa del Bom Successo el camarero solicita recurrir al inglés, donde se halla más cómodo. El mismo idioma que arrincona al portugués en alguna tienda de Óbidos. O que invita a comprar apartamentos de “lux” cerca de San Martinho do Porto. “Hace 20 años aquí no había prácticamente nada”, apunta Bernardes, mientras conduce entre casas exclusivas de propiedad mayoritariamente extranjera. Hace tiempo que su propio sueño de comprarse un terreno sobre el acantilado cercano quedó sepultado por las subidas de precios.

Solo en estas áreas nada el pez ruivaco y gruñe el cerdo malhado, orgullo del pueblo de Alcobaça. Pero aquí también ha llegado la invasión del rentable y nada autóctono eucalipto. Hasta ha conquistado suelos antes dedicados a especialidades típicas como la pera, la manzana o el vino. Por cierto, en Portugal también crecen blanco y rosado, frente al tinto. Y durante agosto, igual que en España, ardieron bosques enteros. Recordatorios de cómo se calienta el planeta. Y de que otro turismo no es solo posible, sino necesario. No basta la fábrica de hielo que los romanos levantaron hace dos milenios en la Sierra de Montejunto para combatir el cambio climático. Celestina, cajera de un supermercado de la zona, tampoco tiene clara la solución ante el frenesí del mundo, aunque sí el diagnóstico. A la cola de sus refunfuñados clientes espeta: “Tenéis todos cara de lunes. ¿Habéis trabajado el finde o qué?”.

La agotadora batalla nuestra de cada día. De ahí que Palmilhar Portugal prefiera narrar otras contiendas. La de Aljubarrota, donde las tropas locales derrotaron a la corona de Castilla y León en 1385, que cada agosto se vuelve a poner en escena en la localidad homónima. O la eterna lucha de Pedro e Inés, otro emblema de Alcobaça, una mezcla de Juego de Tronos y Shakespeare, pero hecha de realidad. Tanto que por el pueblo se venden camisetas con sus nombres, junto a otros dos, tachados: Romeo y Julieta.

 En el siglo XII, el príncipe portugués empezó una relación con la dama de compañía gallega de su esposa. Cuando Constanza falleció, ambos amantes vieron el camino despejado para oficializar su idilio. El rey Alfonso, sin embargo, veía con mal ojo la nueva unión. De ahí que, en una ausencia de su hijo, mandara eliminarla. El enfurecido Pedro se guardó el deseo de venganza hasta su ascenso a la corona: entonces, ordenó asesinar a los ejecutores de su adorada, la exhumó, la sentó por fin en el trono y obligó a toda la corte a besar su descompuesta mano. Hoy ambos yacen en el monasterio de Santa María de Alcobaça, uno frente al otro, por decisión de Pedro I. Así, el fin del mundo los cogerá juntos. A este frenético paso, no parece quedar mucho. Salvo que empecemos a palmilhar por otros senderos.

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