Con peineta y aire fresco. Apuestan por rescatar del olvido el pasado musical español y fusionarlo con jazz, rock o hip hop. Sin complejos.
Parece que ha pasado el tiempo suficiente. La imagen de una España de faralaes y castañuelas que tanto horrorizaba en los 80 o los 90 ya no nos molesta. Ahora resulta cool. Tras décadas de abrazar lo nuevo y foráneo, huyendo de aquella identidad nacional folclórica, vivimos un deshielo interior.
Una generación a caballo entre la transición y la globalización es capaz de mirar al pasado con otros ojos y valorarlo sin prejuicios. El flamenco lleva tiempo considerado como la forma suprema de arte que es. Pero con los géneros populares no ocurría lo mismo. La modernidad los miraba con cierto paternalismo condescendiente, o los usaba asociándolos a un cierto kitsch hispano, tamizado por la ironía de la posmodernidad: Almodóvar, Paco Clavel, Martirio... Ahora no es así. No hacen falta excusas: resulta lo suficientemente audaz o exótico. Suena nuevo porque esas generaciones apenas lo han escuchado. Hay mucho que salvar: material sobre el que trabajar transformándolo, revolucionándolo y haciéndolo avanzar.
Estas neofolclóricas igual no quieren ser definidas así. Ellas mezclan y fusionan, distorsionan el folclore tradicional y lo llevan a un presente distinto. No les parece sagrado, pero tampoco maldito. Aquí hay cuatro, muy distintas, pero existen muchas otras: La Shica, premiada por su revisión de la rumba catalana; La Bernardina, y su mezcla de cuplé y cabaret; o Lorena Álvarez y su banda, que pone letras sobre la cotidianidad de hoy a ritmos asturianos. Pero también Carmen la Hierbabuena, que lleva el cuplé a la música techno-disco; o La Terremoto de Alcorcón, que hace justo lo contrario: llevar el disco pop al cuplé. Todas están logrando crear nuevos arquetipos sobre una tradición que contiene buena parte de nuestro ADN cultural.

Julia de Castro
"El cuplé significa libertad, aunque haya gente que lo asocie con una época traumática"
Como una ola de fuego y de caricias. Así llega Julia de Castro a nuestra sesión de fotos: habladora, dicharachera y cargada de fuerza. La noche antes regresaba de la Berlinale. Su figura alta y sinuosa no delata cansancio.
Cantante y actriz –como demostrara en 2012 junto a Daniel Brühl en la película 'The Pelayos', donde ambos susurran el tema de los títulos de crédito–, lleva sus dos carreras en paralelo. Se licenció en la Real Escuela de Arte Dramático, pero sigue estudiando: ahora Historia del Arte.
Su banda, De La Puríssima, la creó en 2009 junto al contrabajista Miguel Rodrigáñez. "Surgió a pesar de nosotros –cuenta Julia–. Al terminar de estudiar, me vi frente al abismo del ¿Y qué hago yo ahora?". Llamé a Miguel y le propuse montar algo. Me respondió fríamente: como yo, otras 100 le habían pedido cantar jazz. Decidimos juntarnos y ver qué pasaba, sin compromiso. Nunca lo olvidaré: tocamos un par de temas, dejó el contrabajo y me dijo: "Lo que quieras".
Cinco años después de aquello, lo que en principio iba a ser un grupo de versiones de jazz y canción napolitana, ha dado con una fórmula escénica basada en lo que a ella le gusta definir como 'sicalipsis', nombre de su espectáculo, que no es otra cosa que aquella picardía sexual característica del cuplé. "Surgió de una forma espontánea. Un día me dio por cantar uno sola, sin acompañamiento. Y encantó: era algo que estaba en el público, pidiendo a gritos que lo sacáramos", alega.
'Sicalipsis' salta entre géneros musicales, nunca es igual un día que otro, es también malicioso y canalla, e incorpora versiones de cantantes míticas, como Raquel Meyer o Lilian de Celis, la que fuera rival de Sara Montiel. Todo bajo un toque castizo –versionan hasta el Pichi–, tan de verbena que le ha valido el adjetivo de 'neorrealismo madrileño' a lo que hacen.
"En nuestras canciones novelamos cosas que nos pasan, al modo de Henry Miller o Anaïs Nin", argumenta, aludiendo al tono autobiográfico de muchos de sus temas. De La Puríssima parece tener claro por qué el cuplé ha adquirido sentido ahora: "Aunque fue un género que acabó casi con la dictadura, sigue asociado a esa imagen de una España folclórica y traumatizada. Entiendo que la gente criada en aquel entonces lo rechace. Pero mi generación lo ve con más distancia, sin rencor ni dolor. El cuplé significa libertad, es un género creado y practicado por mujeres en las que me puedo reconocer, que se curraban solas sus repertorios y puestas en escenal, y vivían libremente su sexualidad. Me siento una de ellas: me gusta definirme como cupletista".
www.delapurissima.com

La Niña del Cabo
"Hago flamenhop" con alegría, humor y vocación experimental"
Noemí Maldonado ha encontrado en Latinoamérica mucha más difusión que en España. Aun a pesar de que el origen de su fusión está en el flamenco de sus raíces andaluzas, combinado con el jazz, el rap, el hip-hop y el folclore patrio. De hecho, su vocación experimental la llevó desde su primer disco, 'Zum' (2011), hacia lo que hoy denomina 'flamenhop'.
Trotamundos y bohemia, grabó su primera maqueta como La Niña del Cabo en 2002, años después de terminar la carrera en Comunicación Audiovisual. Su tesón la llevó a viajar en busca de nuevas escenas: primero a México y luego a Cuba.
En la isla grabó su segundo disco, 'Matahari Maldonado' (2014), donde recrea un nuevo personaje escénico mitad ella misma, mitad el reflejo de esa espía "que, como muchas otras mujeres que rompen con lo establecido, terminan siendo incomprendidas".
Su paso por el país caribeño le dio varias lecciones; la primera, que es posible sacar algo de la nada: "Aprendes que incluso en las condiciones más extremas puedes salir adelante". La segunda fue esa capacidad empática: "Aman la música y quieren oírte, no viven en compartimentos estancos: los trovadores invitan a los raperos a tocar, y viceversa. Eso aquí no ocurre".
Esta conciencia crítica de La Niña del Cabo está presente en los temas de sus dos discos. Pero sin indignación ni lamentos: su música está cargada de lirismo, buen rollo, alegría y mucho humor. "Si me he acercado al rap es porque me permite tener una lírica más abierta y decir muchas cosas. Soy una cantante con conciencia social y el feminismo es una parte vital de mí. Pero con alegría y sentido del humor".

María Rodés
"Me ilusionaba rescatar parte del folclore". Los jóvenes no valoramos lo nuestro"
Con 28 años y cuatro discos a sus espaldas, la barcelonesa María Rodés simboliza el boom creativo que está viviendo la canción de autor española. Si con su primer disco, 'Sin técnica' (Cydonia, 2009) sorprendió a la crítica con ambientes sonoros extraídos de la cotidianidad, con el último, 'María canta copla' (2014), ha dado literalmente la vuelta al género hispano más popular de los últimos 70 años.
"Fue una idea un poco loca. Nunca había escuchado coplas ni tenía un interés especial por el folclore español. Más bien no lo conocía. Pero un día oí 'Pena, penita, pena' cantada por Lola Flores, y comencé a revisar viejos musicales: encontré canciones buenísimas".
María llegó a la música casi sin pretenderlo, mientras estudiaba Comunicación Audiovisual. "La carrera no me convencía y me fui a París unos meses. Allí conocí a un músico que componía al piano sin tener unos conocimientos profundos. Entendí que yo también podía hacer cosas que pensaba que estaban fuera de mi alcance".
De vuelta a Barcelona, tras pasar por un postgrado en Arte Sonoro, algo cambió en su cabeza.
 "Me valió para escuchar de todo sin prejuicios y experimentar mucho más". Y esta falta de prejuicios es la que la llevó a la copla: "Quería probarme un poco como arreglista. Cuando adapté 'Pena, penita, pena', me gustó el contraste de llevarla a un terreno más íntimo, cantarla con la guitarra a mi manera: en vez de tan desgarrada y grande, como algo pequeño e introspectivo. Además me hacía ilusión rescatar algo del folclore del país en el que vivo. Los músicos jóvenes estamos muy enfocados en la cultura anglosajona, y no valoramos lo nuestro".
www.mariarodes.net

Soleá Morente
"Mi padre no quería que me dedicara a esto, pero ha sido la crónica de una cantante anunciada"
Rodeada de música y baile desde su infancia, era casi imposible que la mediana de los Morente se dedicara a otra cosa. Según los que la rodean, es la más sensata del clan. "Creo que mi padre [Enrique Morente] quería que me olvidara de cantar. Pero esto ha sido como la crónica de una cantante anunciada", reconoce entre risas.
Terminada la carrera de Filología Hispánica, se plantó delante de él y le pidió que trabajaran en un disco. La inesperada muerte del cantaor truncó el proceso. "Era de canciones más clásicas, pero no es en absoluto un proyecto abandonado. Sigo trabajando en él, se lo debo: saldrá después de este primero", cuenta.
Cuatro años después, Soleá prepara el lanzamiento de su primer disco en solitario. Llevará por título 'Tendrá que haber un camino' (El Volcán, 2015) y saldrá en septiembre. No esconde la influencia de su padre: igual se titulaba una canción de 2007, grabada por Enrique con el grupo de rock 'indie' Los Planetas. La enorme cultura y curiosidad musical del cantaor lo llevó no ya a recuperar cantes antiguos, sino a probar fusiones modernas, en temas como ese o discos como 'Omega' (1996), que interpretó con otro grupo de rock granadino, Lagartija Nick.
Músicos de estas dos bandas son los que acompañan hoy la artista. Soleá insiste durante toda la conversación en el respeto que siente por la música y lo importante que es para ella cantar desde la verdad. "El flamenco es mi identidad, mis raíces. Pero me atrevo a probar las posibilidades de la escena alternativa, el rock menos comercial y más independiente".
Una fusión que le permite jugar con su presente y su pasado, hablar del amor y también cantar a la literatura: pone voz a poesías de San Juan de la Cruz, Lorca y otros poetas que la han tocado. Su padre también lo hizo. "Él es mi gran referente, también mi hermana Estrella o las voces –de Lole de Lole y Manuel– o La Bien Querida. Pero de él aprendí a no tener miedo, a hacerlo todo con respeto y a fondo, no por capricho".