TITULO: España Directo - Economía - Talgo se abre a negociar con Sidenor para su venta total o parcial de su capital social,.
Talgo se abre a negociar con Sidenor para su venta total o parcial de su capital social,.
- La operación cuenta con el respaldo de inversores, del gobierno central y vasco
- El fabricante de trenes ya anunció el 16 de octubre los intereses de Sidenor por entrar en la compañía,.
Talgo ha confirmado este lunes que ha decidido iniciar negociaciones con el grupo industrial Sidenor a fin de analizar una posible transacción que podría implicar la adquisición de un porcentaje significativo del capital social del fabricante ferroviario o de su totalidad.
La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) ha remarcado que el consejo de administración de Talgo velará en todo momento por los intereses de la sociedad y de sus accionistas.
La posibilidad de que Sidenor adquiera una participación relevante del fabricante de trenes ha recibido el respaldo de los inversores y de los gobiernos central y vasco.
La decisión de Talgo, explica la compañía, ha sido tomada por el consejo "tras evaluar la propuesta presentada" por Sidenor. Talgo ha subrayado en su comunicación a la CNMV que velará por los intereses de la sociedad y de sus accionistas.
Una operación anunciada el 16 de octubre
El fabricante de trenes ya confirmó el pasado 16 de octubre, que había recibido una manifestación de interés por parte de Sidenor para adquirir todo o una parte del capital de la compañía. Todo tras los rumores que apuntaban al interés del presidente de Sidenor, José Antonio Jainaga, por entrar en la compañía.
"La sociedad informa que ha recibido en el día de hoy una carta de manifestación de interés por parte del grupo industrial Sidenor, en la cual dice considerar la adquisición total o parcial del capital social de Talgo", señaló la compañía.
El dueño de Sidenor, José Antonio Jainaga y el Gobierno Vasco estaban dispuestos a aportar fondos para comprar el 30% de Talgo al fondo Trilantic.
El gobierno vasco y el español celebran las negociaciones
El ministro de Economía, Carlos Cuerpo, subrayó a raíz del anuncio que la entrada en el capital de Talgo de una empresa industrial solvente y nacional puede ser una solución viable a largo plazo y dar estabilidad a su accionariado.
También el ministro de Transportes, Oscar Puente, ha recalcado este lunes en el programa Cafè d'idees la necesidad de encontrar una compañía para este movimiento que "preserve el carácter estratégico de Talgo, su españolidad y que apuntale el perfil industrial".
Por su parte, el consejero vasco de Industria, Mikel Jauregi, dijo que el Gobierno autonómico apoya la intención de Sidenor de entrar en el capital de Talgo si se mantiene su arraigo en Euskadi y se impulsa el empleo.
El lehendakari, Imanol Pradales, ya confirmó que si se encontraba un socio industrial podrían acompañarle en la entrada en la firma de ferrocarriles.
Asimismo, CCOO sostuvo que cualquier operación sobre Talgo debe llevar asociado un plan industrial que garantice la fabricación y los pedidos actuales del fabricante de trenes español.
Por su parte, UGT FICA valoró la posible entrada del grupo Sidenor como una operación que dote de estabilidad laboral a los trabajadores y promover inversiones a medio y largo plazo, aunque ha reclamado un plan de inversiones y de garantías y crecimiento del empleo, de condiciones laborales y de futuro de la compañía.
Acciones de Talgo, devaluadas en 13% en 2024
En agosto, el Ejecutivo rechazó la opa presentada por el grupo húngaro Ganz Mavag, Magyar Vagon, sobre Talgo alegando riesgos "insalvables" para la protección de los intereses estratégicos de España.
En el marco de todo este proceso, en julio Talgo confirmó que había recibido también una propuesta del grupo checo Skoda Transportation que comprendía una combinación de negocios y de integración industrial.
Talgo dispone de dos plantas de producción y varios centros de mantenimiento en España. La mayor fábrica de trenes la tiene en Rivabellosa, Álava, y cuenta con 700 trabajadores, mientras que la otra se ubica en el municipio madrileño de Las Rozas, con 500 empleados. En toda España, la compañía cuenta con cerca de 2.500 trabajadores directos.
Las acciones de Talgo, que cerraron el viernes en 3,82 euros, se han devaluado en bolsa cerca del 13% en lo que va de año. Sidenor, con sede en Basauri, Vizcaya, se dedica a la producción de aceros largos especiales, además de ser proveedor de productos de calibrado en el mercado europeo.
La compañía dispone de centros de producción en el País Vasco, Cantabria y Cataluña, y cuenta con delegaciones comerciales en Alemania, Francia, Italia y Reino Unido.
Viernes - 1 - Noviembre a las 22.00, en Telecinco, foto,.
Donato,.
Donato, del “Fuerza para vivir” a llamar a la guerra contra Lula,.
El exjugador del Atlético de Madrid y del Dépor es un reconocido admirador de Bolsonaro y asegura que el comunismo no puede volver al poder,.
Donato Gama se hizo famoso en España, aparte de sus cualidades como jugador de fútbol, que le llevaron a nacionalizarse para poder jugar con la selección española, por la campaña del libro «Fuerza para vivir», un mensaje religioso que difundía como representante de los atletas de Cristo.
Ahora, el exinternacional español ha cambiado el mensaje para llamar en las redes a una respuesta militar contra la victoria de Lula en las elecciones brasileñas. «La guerra todavía no ha terminado, el pueblo brasileño ha despertado, no se quedará así. Si el pueblo sale a la calle, puede haber una intervención militar. El comunismo no puede volver al poder. No tires la toalla», dice en un mensaje en su cuenta de Instagram. Y lo acompaña con una imagen en la que una bota militar aplasta una estrella con la hoz y el martillo.
Donato es uno más de los futbolistas brasileños que han pedido el voto para Bolsonaro. Neymar también lo hizo, pero ninguno ha llegado tan lejos en sus mensajes como el exjugador del Atlético de Madrid, que pide una respuesta violenta del pueblo brasileño para sacar a los comunistas del poder.
Las reacciones a su mensaje han hecho que Donato ponga el candado a su cuenta, pero no le han hecho cambiar de opinión. El hispanobrasileño asegura que su apoyo a Bolsonaro es por simpatía personal y que coinciden en muchas de sus ideas, como la lucha contra el aborto y contra la corrupción. Además, declara su admiración por el pasado como paracaidista del ejército del expresidente derrotado en las urnas, algo que a Donato le hubiera gustado ser.
En el fondo el mensaje de Donato en Instagram llamando a dar un golpe de Estado para sacar a Lula del poder, «al comunismo», dice él, no está tan alejado del que difundía cuando anunciaba el libro «Fuerza para vivir». Detrás de aquella campaña estaba una organización de ultraderecha, en línea con las ideas que difunde el exjugador en las redes.
A Jair Bolsonaro le ha costado, pero por fin ha admitido su derrota en las elecciones ante Lula, después de varios días en los que sus partidarios han protestado en las calles, encabezados por los camioneros. que han colapsado las carreteras. Bolsonaro acudió a la sede del Tribunal Supremo brasileño para admitir que las elecciones «terminaron».
«El presidente de la República ha usado el verbo terminar en tiempo pasado, ha dicho terminó. Por tanto, hay que mirar hacia adelante», ha confirmado el juez del Supremo Luiz Edson Fachi. El reconocimiento de la derrota de Bolsonaro permite comenzar la transición para que Lula asuma el poder.
TITULO: Detrás del muro - PÁGINA DOS - Natalia Litvinova y Clara Queraltó , Martes - 5 - Noviembre ,.
PÁGINA DOS - Natalia Litvinova y Clara Queraltó ,.
Martes - 5 - Noviembre , a las 22:00, en La2, foto,.
Página Dos es un magazine divulgativo sobre el mundo de los libros. Dirigido y presentado por Óscar López.
Página Dos revive el accidente de Chernóbil a través de Luciérnaga, una novela de Natalia Litvinova. Clara Queraltó nos traslada al Empordà en Como un latido de micrófono, con una historia de deseo. Además, la historietista Ana Oncina relata cómo vivió haber ganado un premio de manga en Japón.
TITULO: Cartas de amor - Correo electronico amor ,.
Correo electronico amor ,.
foto / Una editora muy perspicaz me pidió que intentara narrar, durante un verano entero, historias de amor y pasiones ocultas de personas comunes y corrientes. Esto sucedió hace catorce años en el diario La Nación de Buenos Aires. Con mi libreta de apuntes y mi experiencia de reportero salí a la calle en busca de esos relatos que iban a ser ilustrados por Liniers y que intentarían capturar tramos secretos e intensos de la vida privada. El periodismo no tiene las herramientas para narrar los sentimientos, y salvo excepciones, tampoco el permiso para exhibir en carne y hueso —más allá de una visión panorámica y sociológica— lo que todos y cada uno ocultan. Muchos argentinos se mostraban deseosos por contarme sus peripecias, sus deleites y sufrimientos amorosos, y sus increíbles vueltas de tuerca. Pero a poco de conversar, me pedían que cambiara los nombres y las circunstancias, las profesiones y los lugares, y que desdibujara sus identidades mezclando su historia con otras, porque el temor a ser reconocidos era paralizante. Fue así que debí recurrir a la ficción para contar la verdad. Tuve que literaturizar las historias ciertas para poder relatarlas de un modo acabado. Utilicé deliberadamente el tono de comedia, porque no otra cosa es a veces el enamoramiento, si uno es capaz de verlo desde fuera. La serie se llamó “Corazones desatados” y se publicaba en la revista dominical, con un éxito estremecedor: llegaban 1500 cartas y correos por semana a mi despacho, donde a la vez yo escribía mis columnas políticas. Al final de esa experiencia, publiqué todo el material en un libro de Alfaguara, en el que se agregaron textos más largos como “El amor es muy puto”, “La teoría de los mamíferos” y “Un mal día lo tiene cualquiera”. A lo largo de los años, muchísimos lectores me han escrito sobre esta serie, que se transformó también en lectura nocturna por Radio Mitre. Llega por primera vez a Zenda Libros una comedia narrativa por capítulos, donde se prueba que el amor crece en las incertidumbres y que te puede dar muchas sorpresas.
Larsen fue un voluntarioso editor de suplementos luego de haber sido un periodista de batalla, pero su vocación secreta e indisimulada era el montañismo. Tenía cuarenta años, un gran estado atlético y mucha atención femenina. Fernández, sin embargo, no le conocía ningún affaire en la redacción, y aunque no eran grandes amigos, llevaban a cabo algunos rituales amistosos. Les tocaba irse de vacaciones más o menos para las mismas fechas. Larsen dedicaba siempre los primeros días a algún arriesgado escalamiento, y el resto a su esposa y a sus tres hijas. Se había hecho rutina que tomaran, para despedirse, una cerveza en la barra del bar de la esquina. A manera de cábala, Larsen decía al chocar las copas: Si me pasa algo, si me quedo congelado allá arriba, si me caigo desde una roca y me quiebro el pescuezo, vos violentás el cajón de mi escritorio y quemás todo, Fernández. No dejás rastro de nada. Quemás todo. Fernández se lo prometió la última vez y se tomó un avión a Córdoba. Cinco días después se enteró de que Larsen había muerto en Mendoza sin el menor esfuerzo: el día previo a la expedición, fumándose una pipa frente a una chimenea de leños, le dio un infarto masivo y murió al instante. Consternado por la noticia y apremiado por la situación, Fernández llamó desde La Cumbrecita a sus compañeros para que abrieran el cajón del escritorio y despedazaran su contenido. Pero ya era tarde: después del sepelio le habían enviado a la viuda una encomienda con todas las pertenencias del finado.
Lleno de remordimientos, Fernández dejó un mensaje de condolencias en el teléfono de la mujer y regresó en silencio a Buenos Aires. No supo nada de ella hasta once meses más tarde, cuando la viuda lo llamó para pedirle un favor y quedaron en tomar un café. Se citaron un martes lluvioso, y ella se sentó en el mismo taburete en el que se sentaba Larsen a ver llover desde la barra. Era una mujer fibrosa y rubia, que fumaba cigarrillos negros y que tenía una mirada verde y lúcida. Se llamaba Mónica. En diez minutos se sacó de encima el trámite y las palabras de circunstancia, y fue directo al grano.
—¿Larsen te habló de Silvia? —le preguntó, clavándole los ojos.
Ante terceros, Mónica no nombraba a su esposo por su nombre sino por su apellido, y eso a Fernández siempre le había causado gracia. Pero esa tarde no se la causaba. ¿Quién es Silvia?, repreguntó sin sentirse culpable ni mentiroso. Larsen nunca le había hablado de Silvia ni de ninguna mujer en especial. Habían elogiado, como hacen todos, los accidentes geográficos de algunas compañeras de trabajo, pero la cosa nunca había pasado de ese deporte masculino que las mujeres también frecuentan aunque con mayor malicia.
—Silvia era la amante de Larsen —dijo la viuda sin pestañear—. En ese cajón tenía trescientas cartas de amor y un pañuelo perfumado.
—No te puedo creer —dijo Fernández, y ahora sí se sintió un miserable. Trató de arreglarla y la empeoró—. ¿Un pañuelo perfumado? Qué cursi.
—No lo puedo ver de la misma manera —dijo Mónica lenta y gravemente, y tomó un sorbo de su capuchino—. Me parece algo muy romántico.
—¡Y trescientas cartas! —replicó Fernández sin escucharla, a ciento veinte pulsaciones por minuto—. Cuánta paciencia y cuánta literatura desperdiciada.
—¿Podemos hablar en serio? —lo cortó. Fernández cerró la boca. Mónica apagó el cigarrillo mirando la calle y habló con otro tono, habló en serio—. Esos trescientos e-mails me aliviaron el dolor. El odio lo tapa todo. No sabés cómo lo odié durante esos días. Le deseaba la muerte. Pero ya estaba muerto, y lamentaba que hubiera sido tan fácil, que no hubiera sufrido nada. Me sentí mal por esos pensamientos, y lo extrañaba, y no le perdonaba que se hubiera muerto y que me hubiera traicionado con otra, y andaba llorando por los rincones de rabia y de pena. Todo como en una licuadora.
Hizo otra pausa tabacal y tomó de un trago el vaso de agua helada. Luego exhaló una larga bocanada de humo que se pareció mucho a un suspiro, y siguió adelante:
—Pero esas cartas me tenían agarrada del cuello. Volvía a ellas una y otra vez. Las leía de adelante para atrás y de atrás para adelante. Estuve varias veces a punto de tirarlas a la basura. Una noche, cuando escuché desde la cama que venía el camión recolector, salí en corpiño y bombacha a la calle para rescatarlas de la bolsa de residuos. ¡Estaba loca con esas cartas! Hasta que después de leerlas diez veces, las leí por primera vez. Me acuerdo que fue una mañana de sábado, las nenas estaban en el club y el jardinero hacía un poco de ruido afuera. Me senté en la cocina con una taza de té y empecé a leerlas sin dolor.
Fernández pidió un jugo de naranja para salir del paso. La esposa de Larsen tenía la vista perdida. Fernández, en ese momento de miedo glacial, la valoró mejor: era una mujer sensual y valiente.
—Trescientos e-mails de ida y de vuelta —dijo ella sin tragar saliva—. Una especie de diario erótico. Comenzó hace tres años y con el correr del tiempo se fue haciendo más espeso. Al principio, hablaban de desesperación por verse y tocarse, después empezaron a hablar de amor, y de irse a vivir juntos. —De repente Mónica movió la cabeza y sonrió con amargura—. Se lo notaba tan feliz a Larsen, vos vieras. Era de nuevo aquel adolescente que noviaba conmigo. Te juro que esa mañana, mientras lo leía y se me helaba el té, además de bronca le tuve una especie… No sé, una especie de envidia. Esa pasión del comienzo no se vuelve a tener nunca más.
Una moza le trajo a Fernández el jugo. Mónica tenía los ojos brillantes.
—Pero lo más importante no estaba en esas primeras cartas, sino más adelante, cuando la cosa se alargaba y Larsen no podía tomar una decisión. Silvia es fonoaudióloga, ¿te conté? Sí, una chica separada que se había enamorado de mi marido. Pero el tipo, creeme, el tipo no hacía más que escribirle sobre mí. Largos textos contando lo grandiosa que yo era, lo que había hecho por él y lo que hicimos aquel fin de semana, y el anterior. Y Silvia, que es inteligente, le llevaba la corriente. Y hubo un momento en el que sólo se escribían para elogiarme, como si fueran mis dos jefes de prensa.
Mónica se empezó a reír y Fernández temió que se pusiera a llorar, pero en el último escalón de la carcajada ella se enderezó y le dijo:
—Conseguí su dirección y estuve varias semanas pensando en ir a verla, en pasarle por encima con la camioneta. Pero lo único que hice fue mandarle un correo electrónico: Sé quién sos. Quiero que nos veamos cara a cara.
—Te lo respondió al toque.
—Tardó diez días en atreverse a responderme. Nos citamos en El Querandí. Ella podía reconocerme fácilmente: Larsen le daba fotos mías para que viera lo bien que me conservaba.
—¿Cómo era Silvia? —se atrevió Fernández, protegido por el jugo.
—Cómo era Silvia —repitió, y se encogió de hombros—. Una cuarentona bien conservada. Otra viuda.
—¿Y qué pasó?
—Hablamos horas y horas. Nos parábamos de vez en cuando para ir a llorar al baño y volvíamos a trenzarnos. Nunca pudimos levantar la voz. En realidad, no discutíamos. Solo hablábamos de Larsen. Lo insultábamos y lo adorábamos. Así, sin solución de continuidad. Al final, cuando ya estábamos pagando la cuenta y nos habíamos pasado todas las facturas, le devolví su pañuelo. Ella se lo quedó mirando, y después me dijo: A vos Larsen te rompió el corazón una vez, a mí me lo rompió diez veces. Vos eras la montaña más alta, y allá arriba vivían solamente ustedes dos. Y yo, por más que escalaba y escalaba, nunca pude llegar. Nunca. Cuando salí del café no sentía tristeza, ni bronca, ni frío ni calor. Estaba limpia. Por primera vez en tanto tiempo estaba limpia, Fernández.
—¿Por qué me contás todo esto?
—Silvia me dijo que Larsen te consideraba su único amigo verdadero, y que tenías la misión de quemar todo si a él le pasaba algo —afuera había dejado de llover. Mónica recogió su cartera para irse—. Te agradezco mucho que hayas llegado tarde.
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