Michelle
suelta un mamporro a un saco de boxeo casi tan grande como ella. bum,
bum, bum. sus golpes son cada vez más violentos y rápidos.
Michelle Knight: "Yo he salido con vida del infierno"
Esta joven es víctima de una historia
tan terrible que cuesta creer que sea real. Durante once años vivió
encadenada y fue violada y maltratada sin piedad en esta casa de
Cleveland. Su secuestrador, Ariel Castro, la dejó embarazada en cinco
ocasiones y la hizo abortar a golpes. Michelle Knight, que compartió
encierro con otras dos chicas, habla por primera vez de su calvario.
Michelle está empezando a rehacer su vida. No es fácil. Tiene problemas de visión tras vivir años en la oscuridad, el estómago machacado de por vida por una combinación de infecciones y palizas y tiene problemas psicológicos. También ha roto lazos con su familia, que nunca se molestó en buscarla, o eso asegura ella. Su vida ahora es solitaria. Aunque lo milagroso es el hecho mismo de que siga viva. Antes de que Castro fuera condenado, Michelle leyó una estremecedora declaración en el juicio en la que especificaba detalles terribles de su secuestro, al tiempo que ofrecía su perdón al captor. Levantó sus diminutos 140 centímetros y con el rostro lloroso dijo: «Buenas tardes. Soy Michelle Knight y quisiera explicarles lo que esos 11 años fueron para mí. Echaba en falta a mi hijo todos los días. Me preguntaba si alguna vez lo volvería a ver. Él solo tenía dos años y medio cuando me secuestraron [...].
Los días se convirtieron en noches. Las noches, en días. Los años, en eternidad». Michelle ha escrito un libro estremecedor, Finding me ('Encontrándome a mí misma'), centrado en su experiencia. ¿Por qué lo ha hecho? «Quiero que la gente comprenda que es posible superar hasta la peor de las situaciones. No hay que dejarse engullir por la oscuridad». Tiene una voz maravillosa, lenta y musical. ¿En algún momento pensó que la oscuridad terminaría por devorarla? «No, siempre tuve claro que lo superaría». Pero Michelle no siempre es tan optimista. Otros días reconoce que quiso morir.
El día del secuestro
El 22 de agosto de 2002, Michelle tenía una cita con los funcionarios de los servicios sociales para hablar de la custodia de su hijo, Joey. Llegaba tarde. Estaba agobiada. Entró en un supermercado para preguntar por la dirección exacta. Cuando Castro le oyó hablar con la cajera, se ofreció a llevarla en su coche. Michelle creyó reconocerlo. Era el padre de una niña de la escuela de su hijo. «Lo miré y dije: 'Me parece que lo he visto antes. Usted tiene una hija que se llama Emily, ¿verdad?'. '¡Qué pequeño es el mundo!', me dijo. Parecía buena gente». En el coche de Castro había un cartel que anunciaba la venta de unos cachorros. Michelle le comentó que a su hijo le encantaban los perrillos. «El tipo puso el coche en marcha e hizo un trompo en el aparcamiento. 'Oiga... pero ¿qué hace?', le dije. Y él respondió: 'Nada. A mis chavales les encantan este tipo de cosas'. Y no le di más importancia. Me equivoqué. Tendría que haberme bajado del coche en ese instante. Aunque lo cierto es que la portezuela no tenía su manija».
Knight tenía entonces 21 años. «Castro dijo que iba a pasar un momento por su casa para regalarme uno de los perritos. Enfiló el camino de arena que llevaba a la puerta de la vivienda y echó el cierre de la entrada al jardín. Me explicó que lo hacía porque aquel vecindario era peligroso. Me lo tragué. Al entrar en la casa, cerró con llave la puerta de entrada. Me dijo que los perritos estaban en el piso de arriba. Me chocó que no se oyera ni un ruido si tenía unos cachorros. Pero me dijo que estaban durmiendo. Al llegar al piso de arriba, de pronto pensé que jamás saldría de allí. El corazón me dio un vuelco. Empecé a temblar. El tipo se fijó y me dijo: 'No tienes de qué preocuparte'. Cuando de repente cerró la puerta, comprendí que todo había terminado. Para siempre. Nunca jamás iba a salir de aquella casa».
Cuando escapó de su encierro, Michelle tenía la mandíbula tan dañada que no podía hablar con claridad. Hoy se expresa mejor. Durante los seis meses posteriores a su liberación vivió en un centro de acogida. Ahora reside en un bonito apartamento en un barrio elegante. El alquiler es alto, pero puede permitírselo gracias al sustancioso anticipo por su libro y a las distintas cuentas corrientes establecidas en su beneficio. En la mesa de la cocina hay multitud de tarjetas donde la felicitan por su cumpleaños. Acaba de cumplir 31. ¿Cómo lo hubiera celebrado el año pasado? «En una habitación con Gina. Compartiendo una chocolatina y cantando Cumpleaños feliz. Lo celebrábamos lo mejor que podíamos. Nos escribíamos tarjetas las unas a las otras».
Las otras chicas
Un año después de secuestrar a Michelle, Castro raptó a Amanda Berry; y al año siguiente, a Gina DeJesus. ¿Le reconfortaba saber que había otras chicas en la casa? «Sí, pero al mismo tiempo me decía que no merecían estar allí. Yo tampoco. Era terrible, porque yo sabía exactamente qué iba a pasarles a partir de ese día y que no iba a gustarles». Durante la década que estuvieron juntas, Michelle y Gina establecieron una profunda relación personal. Michelle adoptó el papel de madre. Las dos pasaban la mayor parte de los días encadenadas o encerradas en el mismo cuarto oscuro (a Amanda Berry le fue concedida su propia habitación, que más tarde pasó a compartir con su hija). Gina y Michelle escuchaban música juntas, leían juntas, comían juntas, iban juntas al baño (un retrete de plástico que era vaciado muy de tarde en tarde). Si una enfermaba, la otra cuidaba de ella; se daban ánimos.
Ariel Castro
Aunque Castro nació en Puerto Rico, llevaba viviendo en los Estados Unidos desde niño. Su pareja, Grimilda Figueroa, y sus cuatro hijos lo habían abandonado. Se habían marchado de Cleveland en 1996. Tres años antes de irse de la ciudad, la Policía había detenido a Castro por agredir a Grimilda. Ella murió hace dos años, pero su hermana declaró que Castro le había roto la nariz, las costillas y los brazos y que la tiró por unas escaleras, fracturándole el cráneo. Los dos hermanos varones de Castro vivían en la ciudad, y en un principio se dio por sentado que estaban implicados en los secuestros. Pero Michelle insiste en que eso no es cierto. Cuando Castro recibía visitas, encerraba a las chicas en el piso de arriba o en el sótano.
«Los hermanos nunca llegaron a enterarse, siempre estaban demasiado borrachos para darse cuenta de lo que pasaba. Antes de llegar a la casa ya se habían tomado media docena de cervezas y eran incapaces de oír algo porque la radio estaba a todo volumen». Michelle dice que Castro achacaba su conducta a los abusos sexuales que él mismo había sufrido de niño. «Decía que no podía controlarse porque era un adicto al sexo y que la única forma de remediarlo consistía en cortarse la... (no llega a pronunciar la palabra)». ¿Castro lo decía en serio? «A veces, sí». ¿Michelle se hubiera prestado a hacerle una cosa así? «Sí. Llegó a pedirme que se lo hiciera. Pero también me dijo: 'A cambio, te haré daño'».
Durante el juicio, el psiquiatra presentó un informe en el que aseguraba que, de las tres chicas, Michelle era la que había sufrido «de forma más prolongada e intensa». Ella lo corrobora. Y lo justifica en su propia actitud retadora durante su cautiverio. «La cosa llegó a un punto en el que, cuando el tipo me derribaba a golpes, yo me lo quedaba mirando sentada en el suelo sin expresión, como si fuera idiota. Y entonces le sonreía, dándole a entender que aquello no era nada. Me convertí en insensible al dolor. '¿Eso es todo lo que puedes hacerme?', venía a decirle con la mirada. No quería darle el gusto de suplicarle. Las súplicas lo alimentaban». Michelle también recibía peor comida que las otras dos cautivas. «Siempre me daba los restos. Con el tiempo, me di cuenta de que a ellas les daba más comida y de mejor calidad, fresca, la mayoría de las veces». ¿Castro se mostró en algún momento bondadoso con ella?
Michelle recuerda con lágrimas el día que le compró un perro. «Yo quería a ese perro con toda mi alma. Lo quería muchísimo. Le puse el nombre de Lobo. Me parecía maravilloso compartir mi vida con otro ser, poder cuidar de él». Unas semanas después, Castro violentó a Michelle en presencia de Lobo. «Y mi perro le soltó un mordisco... El tipo agarró a Lobo por el cuello y... (hace un gesto con las manos) delante de mis narices. Luego fue a la planta baja, metió el cuerpo en una bolsa y lo tiró al cubo de la basura».
Los embarazos
¿Se quedó embarazada cinco veces durante su cautiverio?«Sí», susurra. ¿Usted quería tener esos niños? «Sí. Bajo ninguna circunstancia pensaba en dar muerte a un niñito pequeño. Por muy mal que me fueran las cosas». ¿Cuánto duró el embarazó más largo? «Tres meses». Silencio. No ceso de preguntarle a Michelle cómo se las arregló para sobrevivir. Responde que por las mañanas hacía lo posible por no despertarse. No se levantaba de la cama hasta que Castro la obligaba. «No tenía razones para levantarme ni para hablar». Muchas veces fingía estar dormida. Castro se mofaba de ella constantemente: por su físico, por el hecho de que nadie estaba buscándola. Estaba convencida de que moriría allí.
Michelle es alérgica a la mostaza. Castro lo sabía y un día la obligó a comer un perrito caliente cubierto de salsa de mostaza. El rostro se le hinchó; no podía respirar. «Allí sentada, pregunté a Dios qué motivo tenía para seguir viviendo». Un día llegó a pedirle a Gina que la matara. «Mátame, por favor. Cúbreme la cabeza con la almohada y mátame. Sácame de aquí». Gina respondió: «No puedo, eres mi amiga. Sencillamente no puedo hacerlo». Michelle agrega que en otra ocasión fue ella la que se negó. «Un día, Gina bebió más de la cuenta y me pidió que la ayudara para ahogarse en sus propios vómitos. No podía hacer algo así. Así que le pedí que se olvidara del asunto». Reconoce que su relación con Amanda no era fácil: procedían de entornos diferentes y tenían mentalidades muy distintas. A pesar de ello, ayudó en el alumbramiento de Jocelyn, la hija de Amanda Berry (Castro la amenazó con matarla si la niña no sobrevivía al parto). Todavía sonríe al hablar de lo mucho que quiere a la pequeña. «La niña trajo la felicidad a la casa. Valía la pena vivir y levantarse por la mañana nada más que para ver a la niñita sonreír y jugar». Castro prohibió a Michelle que llamara a la pequeña por su nombre. «Tan solo me dejaba llamarla 'guapa'».
Su vida antes del cautiverio
Michelle no tiene ninguna duda de que las crueldades que sufrió de niña la ayudaron a sobrevivir en el infierno. La joven lleva sufriendo abusos sexuales desde los cinco años. Su madre prefirió no escolarizarla para recibir las ayudas sociales y, cuando finalmente empezó a ir a la escuela, los demás alumnos se dedicaron a acosarla. «Más de una vez me encerraron en las taquillas, recuerda. Cuando tenía diez años, uno de los chavales puso mi mano en una taquilla y cerró la portezuela de un golpe. 'Olvídate de volver a jugar al baloncesto', me espetó. Me rompió el pulgar y la muñeca». Cuando llegó a la adolescencia, escapó de casa y se instaló en un solar bajo un puente. «Ya no tenía que aguantar los gritos de mi madre. No tenía que oír cómo alguien estrellaba cosas contra la pared. Si me daba por ponerme a cantar, no tenía que oír cómo mi madre me soltaba que tenía una voz horrorosa y que cerrara el pico». ¿Alguna vez se ha planteado lo que habría sido de su vida si Castro no la hubiera secuestrado? «Seguramente ahora estaría viviendo en la calle. O muerta, por las drogas o el alcohol». Entonces, ¿el secuestro salvó su vida? Michelle sonríe. «Sí, porque me enseñó lo que es la vida. Me enseñó el tipo de cosas que los demás nunca llegan a ver. Aunque fue doloroso y horrible, salí con vida del infierno».
¿Alguna vez trató de comprender las motivaciones de Castro? «Sí. Él consideraba que las chicas éramos una especie de familia para él». Y en esa familia, ¿qué relación tenían ellas con él? «Una relación de esposas», contesta de forma escueta. Castro solía decirles que quería que fuesen felices. En el juicio declaró: «Espero que lleguen a perdonarme de corazón, pues en nuestro hogar se daba una gran armonía». Es un hecho que Castro las trató de forma un poco más amable durante los últimos años de cautiverio. Ya no las mantenía encadenadas, solo encerradas con llave. Permitía que Michelle y Gina vieran a la niña todos los días. ¿Le parece que Castro en cierta forma las quería? «Sí, a su modo enfermo. A su modo demencial nos quería, porque pensaba que formábamos una familia. Era parte de ese mundo de fantasía en el que vivía. Tenía que ver con el hecho de que quería tener una familia, pero no la tenía. Siempre se quejaba de que su familia lo había abandonado».
Castro fue hallado ahorcado con una sábana el pasado mes de septiembre. Todo el mundo habló de suicidio, pero desde instituciones penitenciarias se afirmó que había muerto de forma accidental al procurarse una asfixia autoinducida con fines sexuales. La forense discrepó y se reafirmó en la tesis del suicidio. Michelle está de acuerdo con ella. «El tipo buscó la escapatoria de los cobardes». ¿Preferiría que Castro siguiera con vida y en la cárcel? «Bueno, en cierta forma preferiría que no se hubiera matado, pero a cada uno lo suyo. El tipo no quería seguir viviendo. No podía vivir con el recuerdo de lo que había hecho. Y lo entiendo. De haber sido él, yo también me hubiera matado».
El día que escapó del infierno
El día de su huida, Amanda Berry se las había arreglado para llamar la atención de unos vecinos, que inmediatamente llamaron a la Policía. Cuando Michelle oyó que alguien aporreaba la puerta, creyó que eran unos ladrones. «Todo el mundo puede decir eso de '¡Policía! ¡Abran!'. Pero entonces oí un walkie-talkie. Nada más ver la placa de una agente, salí corriendo por la puerta, me subí a sus brazos y me agarré a ella con todas mis fuerzas. No podía creerlo. Volví el rostro, vi a Gina y sentí que todo me daba vueltas. '¿Sabes lo que significa esto?', le dije. '¡Volvemos a casa!'». Gina DeJesus y Amanda Berry sí tenían hogares a los que regresar. Michelle Knight, no. Su familia hizo acto de presencia, pero ella no quiso volver a su lado y se marchó al centro de acogida. «Mi madre les dijo a los periodistas que siempre me había querido, pero no es así. Todo lo que dijo en la tele es mentira: que si teníamos una casa en el campo, que si yo tenía un caballo... Yo nunca he vivido en el campo ni he tenido un caballo. Lo único que le pido a mi madre es que deje de mentir».
Michelle tampoco se ha reencontrado con Amanda y Gina. «Ahora mismo, todas tenemos nuestros problemas. Y cada una necesita tiempo para estar a solas».Joey, el hijo de Michelle, ya ha cumplido 14 años. Ella lo ha visto en fotos y le ha escrito cartas. Pero no quiere precipitar las cosas. Cree que Joey seguramente está más unido a sus padres adoptivos. «Está hecho todo un hombrecito, es guapísimo, y lo quiero con locura. Me alegro de que no le falte de nada y me entristece no estar a su lado. Espero que un día volvamos a vernos. Antes me preguntó que cómo me las arreglé para seguir adelante durante esos 11 años me dice, mientras saca un montón de papeles: dibujos, poemas y escritos realizados en la casa. Gran parte de ellos están dedicados a Joey».
Y comienza a leer una de las cartas. «Feliz día de Halloween, hijo mío. Te quiero y me gustaría estar contigo. Tu recuerdo es lo único que me acompaña en este momento». Me enseña una tarjeta en la que dibujó un perro tocado con un birrete de académico. «Lo dibujé para celebrar que Joey habría terminado su último año de guardería». Entre los papeles hay varios listados escritos durante su cautiverio en casa: listas con resoluciones, con sueños, con cosas que necesitaba. Uno de estos listados reza: champú, toallas, toallitas, pasta de dientes... «Son cosas que no teníamos y que soñábamos con tener afirma. Casi nunca teníamos pasta de dientes. El tipo, de vez en cuando, nos daba un poquito y decía que tenía que durarnos seis meses. Si nos hacíamos un corte y nos daba agua oxigenada o alcohol, yo lo utilizaba para cepillarme los dientes».
El sol de la tarde reluce con fuerza. Le pregunto a Michelle si duerme con las cortinas abiertas. «Sí responde. Para contemplar el cielo maravilloso que estuve años enteros sin ver». Y guiña los ojos al mirar hacia el sol. ¿Le duelen los ojos? «Sigo teniendo algún que otro problema. Si la luz del sol es demasiado brillante, tengo que apartarme de la ventana». ¿Su vista está mejorando? «Todavía no mucho. Pero mejorará. Sigo teniendo esperanza».
- Lana del rey habla con esa voz melosa que la ha hecho famosa. Sentada en una terraza de Los Ángeles con unos shorts, un jersey blanco y ...
Entrevista Lana del Rey: "No merezco mi mala fama. Soy buena chica"
Hace tres años irrumpió como un cohete: vendió millones de discos, los diseñadores de moda se la rifaban y sus vídeos echaban humo en Internet. Y se disparó la polémica. Fue acusada de ser el producto de 'marketing' perfecto. Lana del Rey intenta quitarse el sambenito de encima con un nuevo disco... y con esta charla exclusiva con 'XLSemanal'.Lana del rey habla con esa voz melosa que la ha hecho famosa. Sentada en una terraza de Los Ángeles con unos shorts, un jersey blanco y descalza, fuma un cigarrillo tras otro pocas horas después de que el primer sencillo de Ultraviolence, su tercer álbum (a la venta el 17 de junio) haya llegado al mercado. Lejos de comportarse como una estrella, cada vez que se refiere a una fama que parece no creerse del todo, Del Rey utiliza un eufemismo ad hoc: «Desde que me convertí en visible...». Algo que ocurrió en 2011 gracias al videoclip de Videogames y a un look nostálgico que convirtió en su santo y seña. Su segundo disco, Born to die, vendió cinco millones de copias en todo el mundo.
Pero desde que es 'visible', Del Rey vive instalada en la polémica. Sobre todo desde que The New York Times le dedicara un artículo titulado: «Lana del Rey es un fraude». Sus detractores la acusan de ser un producto prefabricado por un padre millonario, de que sus labios son obra de un cirujano plástico, de que su nombre artístico se llama Elizabeth Grant es obra de un publicista sagaz y de que, en un momento de divas extravagantes y sexis, ella es el perfecto contrapunto 'retro' salido de la cabeza de algún genio del marketing. Se le reprocha, en definitiva, no ser auténtica. Pero en las distancias cortas, parece cualquier cosa menos un producto. Amable y cercana, quiere contar su historia. Está harta de que todo el mundo la cuente por ella.
XLSemanal. Ultraviolence es su tercer disco. ¿Qué estado de ánimo refleja?
Lana del Rey. Un estado de ánimo sexi, algo inusual en mí [se ríe]. También es un disco libre. Lo grabé en seis semanas. Fue muy divertido. Antes de eso, todo era muy difícil.
XL. ¿Se refiere a su éxito repentino?
L.R. Sí. Aunque mucha gente compró mi disco anterior, sabía que no le había gustado a casi nadie. Hubo quien escribió que era horrible, incluso dañino.
XL. ¿Se sintió maltratada por la prensa?
L.R. Me adjudicaron una mala reputación [risas].
XL. ¿Y no la merecía?
L.R. ¿Por qué habría de merecerla? Soy una buena chica.
XL. La acusan de ser una estrella prefabricada...
L.R. La autenticidad no me parece un valor. «¡Es auténtica!». ¿Y qué? ¡Qué aburrimiento! Además, ¡yo escribo y produzco todas mis canciones!
XL. En eso tiene razón. Decenas de estrellas no escriben lo que cantan y nadie pone su autenticidad en entredicho...
L.R. Exacto. Fui invisible durante siete años. Ninguna discográfica se interesaba por mí. No había sitio para una cantante lírica en un momento en que solo funcionaban en los Estados Unidos el rap y pop. Ni siquiera el rock estaba vivo.
XL. Y, en 2011, Videogames la pone de pronto en el mapa...
L.R. Hace tres años, me hice visible y la gente empezó a preguntarse: «¿De dónde ha salido?». Había varias páginas en blanco en mi historia y mucho espacio para inventar cosas. Al final, la verdad es lo que se escribe sobre ti, la palabra periodística. Siempre ha sido así. Los titulares dictan la trayectoria de las estrellas.
XL. O la odian o la aman. ¿A qué cree que se debe?
L.R. Quizá mis mensajes resultaran confusos. Yo no hago pop, mi proceso creativo es más psicológico. Cuando la gente empezó a escucharme, llevaba diez años escribiendo y tenía un universo psicológico muy profundo.
XL. La llegaron a tachar de antifeminista...
L.R. Sí, hubo quien creyó que transmitía un mensaje dañino para las mujeres, pero yo hablaba de mis sentimientos. Tengo una relación maravillosa con los hombres. La energía masculina es una gran inspiración para mí.
XL. Da la sensación de que sin cierta dosis de polémica es difícil triunfar...
L.R. No sé. Pero hay gente que lo provoca, lo pide a gritos. Yo no lo he buscado.
XL. También dicen que se ha sometido a algún retoque estético. ¿Le molesta?
L.R. ¡Claro que me molesta! [se ríe]. A mí lo que me gusta es parecer camaleónica, pero no soporto las mentiras.
XL. Da la impresión de que su estilo 'retro' es casi una reacción al look hipersexual de otras estrellas como Miley Cyrus, Rihanna o Lady Gaga. ¿Es así?
L.R. No es una declaración de intenciones frente a lo que representan otras cantantes. Es mi estilo natural. Aunque, si soy sincera, a veces sí que he pensado: «Voy a abotonarme» [se ríe]. Es solo una manifestación de mis orígenes. Mi familia es muy tradicional.
XL. ¿Qué buscaba cuando se metió en este negocio?
L.R. Buscaba una comunidad artística como la de Dylan, Joan Baez o la generación beat Jack Kerouac, Allen Ginsberg... en los sesenta, donde pasaban noches escribiendo novelas o canciones folk. También el respeto como escritora dentro de esa comunidad. Y, la verdad, no encontré ninguna de las dos cosas.
XL. ¿Qué se encontró a cambio?
L.R. Si te soy sincera: nada. Desde que soy visible, nada es realmente claro en mi vida. Cuando el camino se despeja, un nuevo obstáculo lo ensombrece. He tenido muchos altibajos.
XL. Por cómo lo cuenta, parece que ha sido un proceso duro. ¿Pensó en dejarlo?
L.R. Todo el rato. La vida es corta. Estar entre gente que no te entiende no resulta agradable.
XL. Confiesa que no le gusta mucho actuar, ¿por qué?
L.R. En el estudio, con mi productor, es casi como una relación romántica, tenemos una química natural. Pero cuando no conoces a tu público, no puedes confiar en que vayan a aceptarte si pierdes el equilibrio y te caes o desafinas. Ahora sé que eso también es parte del espectáculo y estoy empezando a disfrutarlo.
XL. ¿Qué diferencias hay entre Lizzy y Lana?
L.R. Ninguna. Cambié mi nombre para mostrar a los demás cómo era por dentro. Porque, al nacer, te dan un nombre, una localización geográfica y quizá hasta dictan la profesión que deberías ejercer. Y no quiero responder a un arquetipo.
XL. Por cierto, ¿por qué un nombre artístico tan hispano?
L.R. Tengo mucha afinidad con la cultura hispana. Me encanta su exotismo y su pasión. Y me encanta el nombre Lana, parece que se te cae de la lengua.
XL. De pequeña quería ser poetisa. ¿Qué clase de niña era?
L.R. Era imaginativa, tenía un fuerte diálogo interior, era tradicional y demasiado precoz. Con diez años pensaba que ya era adulta. Mis amigos eran los amigos de mis padres, creía que era uno de ellos. Y me encantaba escribir.
XL. Con 15 años la enviaron a un internado. ¿Le marcó?
L.R. Puede ser... Casi no recuerdo aquella época. Para mí, la vida empezó al irme a Nueva York con 18 años. Lo que ocurrió antes está sumido en la niebla. No me gustaba el internado, no hablaba con nadie. Estaba en el coro, deseaba cantar con todas mis fuerzas y no sabía cómo.
XL. ¿Qué pesa más en esta industria: el talento, el marketing o la suerte?
L.R. Para la mayoría de la gente es sobre todo una cuestión de marketing. Para mí fue persistencia. Era mi sueño.
XL. ¿Y nadie ha tratado de arrastrarla en la otra dirección?
L.R. A veces. Yo hago el disco sola, se lo doy a la compañía y vuelven diciendo: «¡No hay singles!». Y les digo: «¡Lo sé!» [se ríe]. Debes ser muy fuerte. Pero siempre acabo ganando.
XL. ¿Siempre ha tenido tanta confianza en sí misma?
L.R. Como persona, sí; musicalmente, no. Con 20 años, un productor famoso se fijó en mí después de que a ninguna discográfica le gustase lo que hacía. Entendí que no iba a ser una artista comprendida, pero también que había gente a la que le interesaría lo que hacía. Es todo lo que necesito.
XL. Ha trabajado con personas marginadas desde que era adolescente. ¿Qué le ha enseñado esa experiencia?
L.R. ¿Conoces esa expresión: un tigre no puede cambiar sus rayas? Pues la gente puede cambiar sus rayas y hasta convertirse en dragón. He visto cómo personas sin esperanza han logrado transformarse y servir de inspiración para otros.
XL. Estudió Metafísica en la universidad. ¿De dónde surgió ese interés?
L.R. Con 11 años supe que todos íbamos a morir... y me angustié. Los conceptos de infinito y eternidad también me torturaban. En el internado, me apunté a clases de Metafísica. Era la primera asignatura, además de Literatura, que me interesaba. Por primera vez me sentí en buena compañía. Aunque los pensadores antiguos hacía siglos que habían desaparecido.
XL. Suele hablar de un plan divino, ¿a qué se refiere?
L.R. Antes trazaba mi camino y siempre terminaba frustrada. Dejé de intentarlo y acepté que la vida funciona según sus propias reglas. En cuanto lo hice, todo empezó a encajar. Si, por ejemplo, alguien me recomendaba un libro, alguien en el autobús se lo dejaba olvidado a mi lado. Cosas así.
XL. ¿Señales?
L.R. Sincronicidades. Suele decirse que las coincidencias son la manera que Dios tiene de permanecer anónimo. Las sincronicidades son una señal de divinidad. Respiras hondo y dices: «No quiero nada. Voy a dejar que las cosas sucedan».
XL. Requiere mucho autocontrol, ¿no?
L.R. Es paciencia. Como dejar que las letras vengan a mí. A veces es doloroso, pero es la única forma. Siento que mi camino me fue revelado, pero necesitaba ser una vasija vacía para que ocurriera. Como un conducto eléctrico. La electricidad no te atraviesa si estás llena de bloqueos.
XL. Su música es muy melancólica, ¿usted también?
L.R. Me esfuerzo por ser feliz... y lo he sido. Soy solitaria.
XL. ¿Y dónde busca la tranquilidad en medio del barullo que rodea a una estrella?
L.R. Hace tiempo que no estoy tranquila. Mi vida personal es una locura y la profesional está llena de altibajos. Pero no puede ser peor de lo que era [se ríe]. Solo puede ir a mejor.
Privadísimo
1. Nacida en Nueva York en 1986, es hija de un experto en 'marketing' de Internet.
2. Con 15 años, sus padres la enviaron a un internado para superar una adicción al alcohol. «Gran parte de lo que escribí en mi disco Born to die habla de esos años».
3. En 2010 lanzó su primer disco, Lana del Ray a.k.a. Lizzy Grant. Poco después pidió a su discográfica que lo retirara del mercado. No estaba satisfecha con el resultado.
4. El cantante Barrie-James O'Neill, con quien grabó una versión de Nancy Sinatra, es su prometido.
5. En su mano izquierda lleva tatuada una 'M', por su abuela Madeleine, y la palabra 'paradise'. En la derecha, el lema «Trust no one» ('No confíes en nadie'). Y en el anular derecho, «Die young» ('Muere joven').
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