domingo, 11 de enero de 2015

DESAYUNO-- CENA--DOMINGO,Luis Rojas Marcos,. / ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ !,.Las rueditas traseras,.

TÍTULO: DESAYUNO-- CENA--DOMINGO, Luis Rojas Marcos,.

  DESAYUNO-- CENA--DOMINGO, Luis Rojas Marcos,.

Luis Rojas Marcos-foto

En Estados Unidos ocurre lo opuesto que aquí: es de mala educación quejarse"
Luis Rojas Marcos. Sevillano, del 43. Desde 1968 vivo en Nueva York, donde fui jefe de los servicios de salud mental y dirigí el sistema de sanidad pública. Tengo nuevo libro: 'Todo lo que he aprendido' (Espasa).
XLSemanal. ¿Todo lo aprendido en su vida cabe en este librito...?
Luis Rojas Marcos. Sí, son 303 ideas muy concentradas que me han ayudado mucho.
XL. ¿Y a qué lo han ayudado?
L.R.M. A entender las cosas y por qué las personas hacen lo que hacen.
XL. Dice que sirven para conseguir una vida mejor. ¿La suya es buena?
L.R.M. Muy buena. Soy muy afortunado. Estoy bien de salud, tengo amigos y amigas, he tenido mucha suerte y no me lo imaginaba. Mi vida es una sorpresa.
XL. De tanto escuchar problemas, ¿el psiquiatra acaba un poco tocado?
L.R.M. [Ríe]. Todos estamos tocados de alguna forma. Y cuando yo lo estuve más de la cuenta, tuve la suerte de recibir ayuda. Lo pasé muy mal tras el 11-S: tenía un trauma muy grande. Oía caer a las personas que se lanzaban desde las torres. He estado bastante tiempo sin poder hablar de esto.
XL. Se fue de España por el régimen político, por una moral muy estricta...
L.R.M. Sí, y en Nueva York tuve la oportunidad de ser un nuevo Luis.
XL. ¿Y qué le parece la España de hoy?
L.R.M. Comparada con aquella, una maravilla. Claro que vivimos un mal momento económico, pero la gente, individualmente, está contenta.
XL. Pero si estamos enfadadísimos con la corrupción, los políticos, el paro...
L.R.M. Individualmente, no. Yo he preguntado a la gente cómo está y me dicen que se sienten muy bien.
XL. ¿Pero con quién se relaciona usted?
L.R.M. Yo separo el movimiento social de indignación y de pobreza del nivel de satisfacción individual. Si pides a quienes hacen cola en un comedor social que valoren, de cero a diez, su nivel de satisfacción en la vida, te dicen «un seis».
XL. Parece increíble su percepción.
L.R.M. El hombre tiene una capacidad increíble para disfrutar, en medio de todo eso, de una paella, de un programa de televisión o de estar con amigos.
XL. Sin embargo, usted dice que los españoles somos fatalistas.
L.R.M. Sí, la queja es aquí el instrumento fundamental de conversación. Siempre hemos hablado de «lo mal que está todo», incluso cuando iba muy bien. El fatalismo es parte de nuestra cultura, como si diera vergüenza ser optimista.
XL. ¿Son muy distintos en EE.UU.?
L.R.M. ¡Sí! Allí ocurre lo opuesto, es de mala educación quejarse. Se cree que la gente feliz tiene más posibilidades de ir al cielo. Aquí, de niño aprendí que para lograrlo debía sufrir.

Desayuno:

Como en Sevilla...«Café con leche y tostadas con aceite de oliva, sal y pimienta. A España vengo tres o cuatro veces al año y, entonces, le agrego al pan el jamón ibérico. ¡Una maravilla!».

 TÍTULO: ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ !,.Las rueditas traseras,.

foto,.

chica guapisima abril 2013.jpegAdmito que las pruebas de ingreso en la edad adulta son menos exigentes que antaño. Nada que ver con la agogé espartana o con la imposición de la toga viril en el templo de Mars Ultor (Marte Vengadora) que Augusto construyó en su Foro luego de matar a todos los asesinos de su padre adoptivo (y no es casual que los romanos ungieran hombres a sus niños en un templo consagrado a la guerra que albergaba los estandartes sagrados). Si he de rescatar algún momento fronterizo entre edades de mi propia vida, lo primero que recuerdo es cuando me fueron retiradas las rueditas traseras de la bicicleta con un destornillador que en realidad me desacoplaba la certeza protectora de la infancia. Salinger habría podido escribir solo con eso uno de sus relatos de chicos abrumados por la expulsión del campo de centeno. La muerte de mi padre supuso tiempo después la expulsión definitiva. Habrá personas que hagan coincidir ese tránsito con el primer sexo. Para mí, fueron unas rueditas desatornilladas y una muerte. El primer sexo me pilló ya en general escéptico, y eso que no fui tan tardío.
Durante las primeras pedaladas, mi padre me prometió que no soltaría la bicicleta. Por supuesto, la soltó sin avisar. Y yo seguí pedaleando sin caerme. Incluso giré. Y al cruzarme con mi padre comprendí que no podía estar al mismo tiempo sujetando la bicicleta. Tampoco entonces me caí, sino que me sentí triunfal. Ese recuerdo de infancia, adaptado ahora a mi condición de padre, me permite saber dos cosas. Que a veces la traición a un voto de protección ayuda más a un chico que la propia protección. Y que nunca sabemos qué momentos compartidos, aparentemente triviales para el adulto, se quedarán grabados para siempre en la memoria del chico, e incluso lo ayudarán a hacerse una idea de cómo era su padre si este falta prematuramente. Para saber qué clase de padre era mi padre yo tengo que apañarme con apenas un puñado de anécdotas muy remotas. Jirones de un retrato incompleto a partir de los cuales hay que construir el resto como hacen los antropólogos partiendo de una mandíbula encontrada en una excavación. Esos pedazos sueltos a veces son una frase alojada en la memoria para cuando tuviera edad de comprenderla. Es un modo de seguir conversando, tantos años después, sin recurrir a la güija.
Ahora que soy padre, y por si acaso llego a faltar demasiado pronto, procuro aplicar ambas enseñanzas. Sobre todo a medida que los chicos van entrando en la edad en la que ya se almacenan recuerdos. Poco a poco, sobre todo al primogénito, les voy retirando las rueditas en cuestiones aparentemente menores como cuando el mayor entrena con su primer equipo de fútbol, el CD Canillas, escuelita de hombres en transición, y yo jamás intervengo para que aprenda solo los códigos solidarios del compañerismo y para que se levante sin ayuda y sin queja cuando lo derriban las primeras patadas de su vida. Ni siquiera se trata de ganar. Se trata de cumplir con los demás como compañero que, como dicen los argentinos, «se la banca» y está ahí para los demás. Me gusta ver cómo los entrenadores instigan eso mismo obligando al grito coral con todas las manos juntas en corrillo. Tan pequeños, y ya tienen una pertenencia distinta de la de la familia, de la de las rueditas protectoras. Además, soy consciente de que todo cuanto digo o hago delante de ellos equivale a los jirones con los que ellos mismos confeccionarán el retrato del hombre que fui cuando me excaven en su memoria. Esto es una responsabilidad formidable. No puedo aspirar a alcanzar la medida del superhéroe, pero tampoco puedo permitir que se avergüencen de un solo recuerdo. Aunque sea agotadora en ocasiones, esa presión termina siendo enriquecedora también para mí. Porque es bajo la mirada de los hijos cuando por primera vez en mi vida he encontrado un motivo para tratar siempre de ser el mejor tipo que pueda haber en mí. Los aciertos de mi edad son, por tanto, obra suya, como si ellos ahora me hubieran soltado la bicicleta.    


No hay comentarios:

Publicar un comentario