Tánger, Castillejos, El Príncipe: El triángulo del miedo-foto-
Las autoridades calculan que unos 2000
marroquíes y más de 50 españoles se han unido a la yihad. La mayoría
procedía del eje Tánger-Castillejos-Ceuta. ¿Cuál es el motivo? Viajamos
hasta allí para averiguarlo.
Para entender Marruecos, hay que estudiar física cuántica. Aquí hemos inventado la política cuántica.Porque es un país donde todo es y no es, donde cualquier cosa puede estar prohibida y permitidaal mismo tiempo».
Estoy en Tánger, en el barrio de Messallah, a una caminata del puerto viejo. Mi guía es un hombre de negocios tangerino. «Marruecos ha sido amenazado por el Estado Islámico (aquí lo llamamos DAESH para no asociar 'Estado' e 'islam'). Pero la yihad recluta a muchos marroquíes a pesar de la vigilancia de las fuerzas de seguridad. La gente se mofa de los salafistas, que quieren vivir como en tiempos de Mahoma, pero también los teme. Cualquier chaval intercambia whatsapps con parodias en los que los radicales aparecen como unos paletos. El problema es que nuestro enemigo se toma muy en serio a sí mismo. Por cierto, ellos también intercambian whatsapps, pero con vídeos de salvajadas y adoctrinamiento».
Se calcula que se han ido unos 2000 marroquíes a la yihad y más de 50 españoles; la mayoría, del eje Tánger-Castillejos-Ceuta. ¿Por qué? Estoy aquí para indagar los motivos. Se sabe también que unos 800 quieren volver. Han llamado a sus familias para decírselo. Y los servicios de inteligencia lo saben. «Pero la Policía los está esperando. Todos saben quiénes son. Ya se ha condenado a unos cuantos a cadena perpetua. Juicios rápidos. Algunos se marcharon porque eran fanáticos. Otros, por desesperación. Si tienes hambre y los yihadistas te prometen 3000 euros para tu familia, te marchas. Y que al menos tus hijos tengan una oportunidad. Pero luego te ves en una guerra, en el desierto, pasándolo mal. Y la mayoría solo habla dariya (el dialecto popular), no entiende el árabe clásico de Siria e Irak. Al conductor de aquel camión bomba, el taxista ceutí, le dieron a leer un papel antes de la matanza. Se notaba que no se enteraba. Se reía... Usan a marroquíes y españoles como carne de cañón, como suicidas».
VIAJE DESDE LA PENÍNSULA.
Llegué en un ferri de Algeciras con bandera chipriota; los aduaneros marroquíes indagaron el nombre de mi publicación cuando les dije que soy periodista. «Leerán lo que escriba. Lo leen todo», me informa mi interlocutor. Me cuenta su historia en un español repujado de galicismos. Trabajó en Arabia Saudí, donde fue condenado a recibir 80 latigazos por ir al zoco con una mujer con la que no estaba emparentado. Se libró alegando la permisividad de la tradición suní de Marruecos, en contraste con el rigorismo de los saudíes. Hace poco ha cambiado de mezquita para no tener que mezclarse con los que critican a los que no siguen la coreografía exacta de gestos a la hora de rezar. «Uno me dijo que debíamos mantener no sé cuántos centímetros de distancia entre los que orábamos para mantener fuera al demonio». ¿Significa eso que el integrismo avanza? «Depende, pero véalo usted mismo».`
NADA ES LO QUE PARECE.
Salimos a dar una vuelta. ¿Ley seca? Veo tiendas donde se vende alcohol. «El único veto es el precio». Veo locales de apuestas similares a los que han proliferado en España. «El juego está prohibido por el Corán, pero genera buenos ingresos para el Estado». Veo bancos y cajeros con pinta occidental. «Pero ahora se han puesto de moda los bancos islámicos, que dan créditos sin intereses, porque la religión prohíbe la usura. Para que se te conceda un préstamo, los avalistas deben dar testimonio de que eres buen musulmán». En los locales nocturnos puedes pedir un gin-tonic. «Para mantener tranquilos a los islamistas, de vez en cuando la Policía hace una redada. Pero antes alguien avisa al dueño para que alerte a los clientes habituales».
Veo que nueve de cada diez chicas jóvenes llevan velo. «Sí, un poco por miedo, otro por obediencia al padre, incluso por moda... Es más fácil encontrar marido si vistes según el código islámico. Pero hay mucha hipocresía. Y las reconstrucciones de himen se practican por unos 500 euros. Incluso se vende un kit chino de 'virginidad' que endurece las paredes vaginales durante un rato».
Tánger se acuesta a las tantas. Y se levanta tarde. Hoy comparto dolor de cabeza con media ciudad porque ha rolado el viento en el Estrecho. Voy caminando con mi guía hasta las inmediaciones de un antiguo cementerio ocupado por indigentes. Crecen los matojos entre las lápidas y las basuras. En la zona de Sidi Bouabid hay unas casas que comparten un patio de tierra, lleno de ropa y alfombras que se secan al sol en tendederos hechos con ramas. Aquí vivió Richard Robert, alias Yacoub, el terrorista de los ojos azules, proclamado emir en 2001 por un grupo takfirí, la corriente más secreta y mesiánica del salafismo. Puede decirse que el califato empezó aquí y entonces. Robert, un expatriado francés convertido al islam, fue apresado tras los atentados suicidas de Casablanca en 2003 (45 muertos, 20 de ellos en Casa España); y condenado a cadena perpetua por la justicia marroquí como ideólogo. Robert se defendió diciendo que era un agente francés infiltrado. Lo sorprendente es que fue trasladado a una cárcel francesa tras su oportuna reconversión al catolicismo. Y que su pena está siendo revisada.
De aquellos barros (un año más tarde fueron los atentados del 11-M) vienen estos lodos... La yihad siempre ha conseguido rehacer su infraestructura en Tánger.
Bajamos hasta la plaza del 9 de Abril, donde un policía patrulla es escoltado por dos soldados. «Es así en todas partes desde la irrupción del Estado Islámico. Una medida de seguridad. Pero la verdadera seguridad es la idiosincrasia de la Administración. ¿Sabe lo que es el m'kadem? Es un funcionario peculiar. Hay en cada distrito. Cualquier papel tiene que firmártelo él. Pero su auténtica misión es conocer a todo el mundo en las calles que tiene asignadas». Y mi guía me cuenta que la Primavera Árabe fue flor de un día en Marruecos. Literalmente. Ese día hubo manifestaciones. La Policía se limitó a grabar con cámaras. Luego reunieron a los m'kadem en un polideportivo y los pusieron a visionar las imágenes. Poco después se arrestó a los cabecillas.
CASTILLEJOS.
Cojo un taxi hasta esta ciudad marroquí que, en árabe, se llama Fnideq. Un Mercedes del 79. Por la carretera veo la enorme terminal portuaria, las urbanizaciones de playa, a los subsaharianos que malviven en cuevas. Y controles de los gendarmes. Hay transportistas que les lanzan la mordida por la ventanilla, un billete de 20 dírhams hecho una pelotita, sin detenerse... Castillejos es una ciudad mercadillo nutrida de las mercancías que llegan de Ceuta. Contrabando por el paso de El Tarajal. Veo desmontar un coche y sacar decenas de quesos del hueco de una rueda. La ciudad ha duplicado su población en unos años. Si te empadronas aquí, consigues un permiso especial para entrar a Ceuta. Difícil que con tanto trasiego los m'kadem puedan 'fichar' a la gente. También sucede en los barrios marginales de Tánger, Nador y Tetuán, donde los delincuentes usan espadas fabricadas por herreros. De Castillejos es Kokito, un comerciante del zoco que exhibía en Facebook las cabezas degolladas de sus víctimas. También es una ciudad de reclutadores. Funcionan como una secta. Eligen a sus 'presas' en los institutos. Criban a los candidatos. Se los 'trabajan' durante meses. Y cada vez captan a más jóvenes. Y a más chicas.
EL PRÍNCIPE.
Al otro lado de la frontera, El Príncipe. Un laberinto de casas sin escrituras, pero que pagan el IBI, donde viven unas 12.000 personas. Llego de noche, acompañado por un vecino que saluda «¡eh, primos!» a los agentes de la Unidad de Intervención Rápida de la Policía Local apostados a la entrada. «No se atreven a meterse, pero por lo menos están ahí...», dice mi guía. Veo pintadas contra los 'chotas' ('chivatos'). «Mire, esa es la iglesia del Cristo de Medinaceli. Casi todos somos musulmanes. Pero nunca le hemos hecho nada. En la selva hay leones y hienas, pero también hay gacelas, ¿fhamti ('entiende')? En El Príncipe, igual. Esto es un barrio. Si una viuda no tiene para celebrar la Pascua, le compramos un borrego entre todos. Porque todos nos conocemos. Aquí puedes comprar lo que quieras, armas cortas, largas, fusiles... Pero lo que queremos la mayoría es un futuro para nuestros hijos. Yo estoy pensando en emigrar. Si un hombre es hombre, lo es en cualquier parte. Sí, conozco a los chavales que se fueron a la yihad. Cada cual tendría sus razones... Casi todos han muerto. Pero en realidad todos habían muerto antes de irse, porque cuando te vas ya has renunciado a tu vida, ¿fhamti?».
"Recuperar" El Príncipe
Una brigada de limpieza trabaja en las laderas que circundan El Príncipe, junto al hospital de Ceuta. El Ayuntamiento ha prometido inversiones de 20 millones de euros hasta 2020 para regenerar el conflictivo barrio.
Castillejos, el trampolín
La ciudad marroquí de Castillejos, pegada a la frontera de El Tarajal, es usada por los yihadistas como trampolín. Estar empadronado allí facilita el tránsito por la frontera de Ceuta. En la imagen, taxis en el zoco de Castillejos.
Barrios infiltrados
El experto Gil Garré alerta sobre la infiltración yihadista en los barrios marginales de Castillejos. Dos marroquíes detenidos allí reclutaban a mujeres para enviarlas a Siria; algunas, para emparejarse con militantes del EI.
Fátima (Vecina de la casba)
"Solo queremos vivir tranquilos"En la casba de Tánger, nadie quiere acordarse de Jamal Zougam, que vivió en una de sus callejuelas. Fue condenado a 42.917 años de prisión por los atentados del 11-M en Madrid (191 asesinatos). Por las manos de Zougam pasaron los teléfonos móviles que sirvieron para activar las bombas. «Solo queremos vivir tranquilos y en paz», cuenta una vecina. «Dos de las víctimas de ese día eran de Tánger: una niña y un muchacho», recuerda otra.
Hassan Filali (marmolista de Tánger).
"Cuando te amenazan, es normal que haya tensión". Hay tensión aquí; normal si el Estado Islámico te amenaza. En el puerto atracaron fragatas marroquíes antimisiles para defendernos a los civiles». Su taller está sostenido con un puntal para que no se venga el techo encima. Hassan ya ha fabricado su propia lápida... con un hueco para la fecha. En la pared tiene un calendario musulmán y otro gregoriano. Un símbolo de la dualidad de Marruecos, que se debate entre los siglos XV y XXI.
Mohamed (Carnicero de Tánger).
"Con la religión, no te ganas la vida". La gente se ha dado cuenta de que la vida se gana trabajando, no solo con la religión», dice este carnicero, que resume así el descontento desde las elecciones que ganaron los islamistas. El recibo de la luz se ha disparado. Me cruzo con una manifestación en la que hay gritos de «Gobierno de barbudos, corrupción y sobornos». La Policía vigila, pero no interviene. En cuanto a los yihadistas, un barbero de la medina reconoce: «Mientras se vayan lejos de aquí, allá ellos».
Isma Mohamed (Trabajadora social y vecina de El Príncipe)
"Si El Príncipe fuera radical, no podría vestir así". El Príncipe es un barrio, para lo bueno y lo malo. La gente se ayuda, pero también cierra filas. Está harta de ser estigmatizada. El paro (65%) y el fracaso escolar (90%) son nuestros problemas. La lengua materna de los niños es el dialecto árabe local, y al llegar a la escuela, que es en español, les cuesta mucho adaptarse. Hay gente que ni sabe llamar al 112. No puedo decir nada de las chicas que se han ido a la yihad. Unas lo harían porque tienen familiares que se fueron; otras, por convencimiento. Pero si esto fuera un barrio radical, yo no podría ir por la calle vestida como quiero. No obstante, hay zonas donde, si sacas una cámara, algunos reaccionan como si fuera una pistola». Isma posa en una replaceta al costado de la calle San Daniel.
Los reclutadores actúan como una secta. Eligen a sus 'presas' en los barrios populares y se los 'trabajan' durante meses.
Algunos se enrolan en la yihad por fanatismo; Otros, por hambre. Los islamistas les prometen 3000 euros para su familia. de los que se han ido, la mitad quiere volver.
Funcionarios marroquíes, los 'm'kadem', controlan cada distrito, calle a calle. Tardaron solo un día en detener a los líderes de su brevísima primavera árabe.
Estoy en Tánger, en el barrio de Messallah, a una caminata del puerto viejo. Mi guía es un hombre de negocios tangerino. «Marruecos ha sido amenazado por el Estado Islámico (aquí lo llamamos DAESH para no asociar 'Estado' e 'islam'). Pero la yihad recluta a muchos marroquíes a pesar de la vigilancia de las fuerzas de seguridad. La gente se mofa de los salafistas, que quieren vivir como en tiempos de Mahoma, pero también los teme. Cualquier chaval intercambia whatsapps con parodias en los que los radicales aparecen como unos paletos. El problema es que nuestro enemigo se toma muy en serio a sí mismo. Por cierto, ellos también intercambian whatsapps, pero con vídeos de salvajadas y adoctrinamiento».
Se calcula que se han ido unos 2000 marroquíes a la yihad y más de 50 españoles; la mayoría, del eje Tánger-Castillejos-Ceuta. ¿Por qué? Estoy aquí para indagar los motivos. Se sabe también que unos 800 quieren volver. Han llamado a sus familias para decírselo. Y los servicios de inteligencia lo saben. «Pero la Policía los está esperando. Todos saben quiénes son. Ya se ha condenado a unos cuantos a cadena perpetua. Juicios rápidos. Algunos se marcharon porque eran fanáticos. Otros, por desesperación. Si tienes hambre y los yihadistas te prometen 3000 euros para tu familia, te marchas. Y que al menos tus hijos tengan una oportunidad. Pero luego te ves en una guerra, en el desierto, pasándolo mal. Y la mayoría solo habla dariya (el dialecto popular), no entiende el árabe clásico de Siria e Irak. Al conductor de aquel camión bomba, el taxista ceutí, le dieron a leer un papel antes de la matanza. Se notaba que no se enteraba. Se reía... Usan a marroquíes y españoles como carne de cañón, como suicidas».
VIAJE DESDE LA PENÍNSULA.
Llegué en un ferri de Algeciras con bandera chipriota; los aduaneros marroquíes indagaron el nombre de mi publicación cuando les dije que soy periodista. «Leerán lo que escriba. Lo leen todo», me informa mi interlocutor. Me cuenta su historia en un español repujado de galicismos. Trabajó en Arabia Saudí, donde fue condenado a recibir 80 latigazos por ir al zoco con una mujer con la que no estaba emparentado. Se libró alegando la permisividad de la tradición suní de Marruecos, en contraste con el rigorismo de los saudíes. Hace poco ha cambiado de mezquita para no tener que mezclarse con los que critican a los que no siguen la coreografía exacta de gestos a la hora de rezar. «Uno me dijo que debíamos mantener no sé cuántos centímetros de distancia entre los que orábamos para mantener fuera al demonio». ¿Significa eso que el integrismo avanza? «Depende, pero véalo usted mismo».`
NADA ES LO QUE PARECE.
Salimos a dar una vuelta. ¿Ley seca? Veo tiendas donde se vende alcohol. «El único veto es el precio». Veo locales de apuestas similares a los que han proliferado en España. «El juego está prohibido por el Corán, pero genera buenos ingresos para el Estado». Veo bancos y cajeros con pinta occidental. «Pero ahora se han puesto de moda los bancos islámicos, que dan créditos sin intereses, porque la religión prohíbe la usura. Para que se te conceda un préstamo, los avalistas deben dar testimonio de que eres buen musulmán». En los locales nocturnos puedes pedir un gin-tonic. «Para mantener tranquilos a los islamistas, de vez en cuando la Policía hace una redada. Pero antes alguien avisa al dueño para que alerte a los clientes habituales».
Veo que nueve de cada diez chicas jóvenes llevan velo. «Sí, un poco por miedo, otro por obediencia al padre, incluso por moda... Es más fácil encontrar marido si vistes según el código islámico. Pero hay mucha hipocresía. Y las reconstrucciones de himen se practican por unos 500 euros. Incluso se vende un kit chino de 'virginidad' que endurece las paredes vaginales durante un rato».
Tánger se acuesta a las tantas. Y se levanta tarde. Hoy comparto dolor de cabeza con media ciudad porque ha rolado el viento en el Estrecho. Voy caminando con mi guía hasta las inmediaciones de un antiguo cementerio ocupado por indigentes. Crecen los matojos entre las lápidas y las basuras. En la zona de Sidi Bouabid hay unas casas que comparten un patio de tierra, lleno de ropa y alfombras que se secan al sol en tendederos hechos con ramas. Aquí vivió Richard Robert, alias Yacoub, el terrorista de los ojos azules, proclamado emir en 2001 por un grupo takfirí, la corriente más secreta y mesiánica del salafismo. Puede decirse que el califato empezó aquí y entonces. Robert, un expatriado francés convertido al islam, fue apresado tras los atentados suicidas de Casablanca en 2003 (45 muertos, 20 de ellos en Casa España); y condenado a cadena perpetua por la justicia marroquí como ideólogo. Robert se defendió diciendo que era un agente francés infiltrado. Lo sorprendente es que fue trasladado a una cárcel francesa tras su oportuna reconversión al catolicismo. Y que su pena está siendo revisada.
De aquellos barros (un año más tarde fueron los atentados del 11-M) vienen estos lodos... La yihad siempre ha conseguido rehacer su infraestructura en Tánger.
Bajamos hasta la plaza del 9 de Abril, donde un policía patrulla es escoltado por dos soldados. «Es así en todas partes desde la irrupción del Estado Islámico. Una medida de seguridad. Pero la verdadera seguridad es la idiosincrasia de la Administración. ¿Sabe lo que es el m'kadem? Es un funcionario peculiar. Hay en cada distrito. Cualquier papel tiene que firmártelo él. Pero su auténtica misión es conocer a todo el mundo en las calles que tiene asignadas». Y mi guía me cuenta que la Primavera Árabe fue flor de un día en Marruecos. Literalmente. Ese día hubo manifestaciones. La Policía se limitó a grabar con cámaras. Luego reunieron a los m'kadem en un polideportivo y los pusieron a visionar las imágenes. Poco después se arrestó a los cabecillas.
CASTILLEJOS.
Cojo un taxi hasta esta ciudad marroquí que, en árabe, se llama Fnideq. Un Mercedes del 79. Por la carretera veo la enorme terminal portuaria, las urbanizaciones de playa, a los subsaharianos que malviven en cuevas. Y controles de los gendarmes. Hay transportistas que les lanzan la mordida por la ventanilla, un billete de 20 dírhams hecho una pelotita, sin detenerse... Castillejos es una ciudad mercadillo nutrida de las mercancías que llegan de Ceuta. Contrabando por el paso de El Tarajal. Veo desmontar un coche y sacar decenas de quesos del hueco de una rueda. La ciudad ha duplicado su población en unos años. Si te empadronas aquí, consigues un permiso especial para entrar a Ceuta. Difícil que con tanto trasiego los m'kadem puedan 'fichar' a la gente. También sucede en los barrios marginales de Tánger, Nador y Tetuán, donde los delincuentes usan espadas fabricadas por herreros. De Castillejos es Kokito, un comerciante del zoco que exhibía en Facebook las cabezas degolladas de sus víctimas. También es una ciudad de reclutadores. Funcionan como una secta. Eligen a sus 'presas' en los institutos. Criban a los candidatos. Se los 'trabajan' durante meses. Y cada vez captan a más jóvenes. Y a más chicas.
EL PRÍNCIPE.
Al otro lado de la frontera, El Príncipe. Un laberinto de casas sin escrituras, pero que pagan el IBI, donde viven unas 12.000 personas. Llego de noche, acompañado por un vecino que saluda «¡eh, primos!» a los agentes de la Unidad de Intervención Rápida de la Policía Local apostados a la entrada. «No se atreven a meterse, pero por lo menos están ahí...», dice mi guía. Veo pintadas contra los 'chotas' ('chivatos'). «Mire, esa es la iglesia del Cristo de Medinaceli. Casi todos somos musulmanes. Pero nunca le hemos hecho nada. En la selva hay leones y hienas, pero también hay gacelas, ¿fhamti ('entiende')? En El Príncipe, igual. Esto es un barrio. Si una viuda no tiene para celebrar la Pascua, le compramos un borrego entre todos. Porque todos nos conocemos. Aquí puedes comprar lo que quieras, armas cortas, largas, fusiles... Pero lo que queremos la mayoría es un futuro para nuestros hijos. Yo estoy pensando en emigrar. Si un hombre es hombre, lo es en cualquier parte. Sí, conozco a los chavales que se fueron a la yihad. Cada cual tendría sus razones... Casi todos han muerto. Pero en realidad todos habían muerto antes de irse, porque cuando te vas ya has renunciado a tu vida, ¿fhamti?».
"Recuperar" El Príncipe
Una brigada de limpieza trabaja en las laderas que circundan El Príncipe, junto al hospital de Ceuta. El Ayuntamiento ha prometido inversiones de 20 millones de euros hasta 2020 para regenerar el conflictivo barrio.
Castillejos, el trampolín
La ciudad marroquí de Castillejos, pegada a la frontera de El Tarajal, es usada por los yihadistas como trampolín. Estar empadronado allí facilita el tránsito por la frontera de Ceuta. En la imagen, taxis en el zoco de Castillejos.
Barrios infiltrados
El experto Gil Garré alerta sobre la infiltración yihadista en los barrios marginales de Castillejos. Dos marroquíes detenidos allí reclutaban a mujeres para enviarlas a Siria; algunas, para emparejarse con militantes del EI.
Fátima (Vecina de la casba)
"Solo queremos vivir tranquilos"En la casba de Tánger, nadie quiere acordarse de Jamal Zougam, que vivió en una de sus callejuelas. Fue condenado a 42.917 años de prisión por los atentados del 11-M en Madrid (191 asesinatos). Por las manos de Zougam pasaron los teléfonos móviles que sirvieron para activar las bombas. «Solo queremos vivir tranquilos y en paz», cuenta una vecina. «Dos de las víctimas de ese día eran de Tánger: una niña y un muchacho», recuerda otra.
Hassan Filali (marmolista de Tánger).
"Cuando te amenazan, es normal que haya tensión". Hay tensión aquí; normal si el Estado Islámico te amenaza. En el puerto atracaron fragatas marroquíes antimisiles para defendernos a los civiles». Su taller está sostenido con un puntal para que no se venga el techo encima. Hassan ya ha fabricado su propia lápida... con un hueco para la fecha. En la pared tiene un calendario musulmán y otro gregoriano. Un símbolo de la dualidad de Marruecos, que se debate entre los siglos XV y XXI.
Mohamed (Carnicero de Tánger).
"Con la religión, no te ganas la vida". La gente se ha dado cuenta de que la vida se gana trabajando, no solo con la religión», dice este carnicero, que resume así el descontento desde las elecciones que ganaron los islamistas. El recibo de la luz se ha disparado. Me cruzo con una manifestación en la que hay gritos de «Gobierno de barbudos, corrupción y sobornos». La Policía vigila, pero no interviene. En cuanto a los yihadistas, un barbero de la medina reconoce: «Mientras se vayan lejos de aquí, allá ellos».
Isma Mohamed (Trabajadora social y vecina de El Príncipe)
"Si El Príncipe fuera radical, no podría vestir así". El Príncipe es un barrio, para lo bueno y lo malo. La gente se ayuda, pero también cierra filas. Está harta de ser estigmatizada. El paro (65%) y el fracaso escolar (90%) son nuestros problemas. La lengua materna de los niños es el dialecto árabe local, y al llegar a la escuela, que es en español, les cuesta mucho adaptarse. Hay gente que ni sabe llamar al 112. No puedo decir nada de las chicas que se han ido a la yihad. Unas lo harían porque tienen familiares que se fueron; otras, por convencimiento. Pero si esto fuera un barrio radical, yo no podría ir por la calle vestida como quiero. No obstante, hay zonas donde, si sacas una cámara, algunos reaccionan como si fuera una pistola». Isma posa en una replaceta al costado de la calle San Daniel.
Los reclutadores actúan como una secta. Eligen a sus 'presas' en los barrios populares y se los 'trabajan' durante meses.
Algunos se enrolan en la yihad por fanatismo; Otros, por hambre. Los islamistas les prometen 3000 euros para su familia. de los que se han ido, la mitad quiere volver.
Funcionarios marroquíes, los 'm'kadem', controlan cada distrito, calle a calle. Tardaron solo un día en detener a los líderes de su brevísima primavera árabe.
TÍTULO: A FONDO, Españoles contra los piratas del petróleo,.
Españoles contra los piratas del petróleo
En aguas del Índico hay 300 soldados
españoles en pie de guerra. De su misión depende el suministro de crudo a
Europa y la seguridad de miles de barcos. Forman parte de la Operación
Atalanta, una misión militar que desde 2008 ha detenido a más de 1300
piratas. El escritor Javier Reverte se fue de patrulla frente a la
peligrosa costa somalí para contarnos el día a día de estos vigilantes
del mar.ü
Son unos 300 soldados españoles, al servicio de una de las misiones militares más importantes de estos días: la Operación Atalanta. es la primera acción bélica conjunta de la Unión europea.
En el golfo de adén, entre el mar rojo y el océano Índico, con un navío militar de patrulla permanente y el destacamento aéreo Orión, la fuerza española combate la piratería desde 2008, protegiendo a los cargueros y a los petroleros que cruzan estas aguas para nutrir a Europa del 33 por ciento de sus necesidades de crudo. El área de vigilancia es inmensa, casi del tamaño de toda Europa. Si Atalanta fracasara, Occidente entraría en una crisis energética de incalculables consecuencias. Llegamos un día de finales de noviembre a Yibuti, un Estado de 800.000 habitantes y más pequeño que Cataluña, con la forma de una lengua de arena hincada en el golfo de Adén, una suerte de tierra de chacales asomada a un mar de tiburones.
Allí fondean los barcos de la Operación Atalanta y están las bases de los aviones de reconocimiento. Al norte se extiende la misteriosa Eritrea; al oeste, la poderosa Etiopía; y al sur, la salvaje Somalia. Son territorios históricos de violencia extrema, arrasados a menudo por la guerra y hoy convertidos en zona sensible en la geoestrategia de un mundo cambiante, con el amenazante Estado Islámico casi a las puertas. En el verano, durante las horas de sol, el termómetro puede superar los 55 grados.
Apenas llegados, nos embarcamos en la fragata Navarra, un buque español a punto de concluir su periodo de cuatro meses de servicio en el área. Es una nave con una dotación de algo más de 200 hombres, bajo el mando del capitán de fragata Alejandro Cuerda. Tiene unos 130 metros de eslora y va armada con portamisiles, lanzatorpedos, cañón de larga distancia y ametralladoras. Su misión es controlar las costas en donde pueden encontrarse establecimientos piratas y proteger el corredor de seguridad que, a través del centro del golfo de Adén, utilizan los cargueros, petroleros y barcos del Programa Mundial de Alimentos que viajan por el mar Rojo y el canal de Suez. Son días frescos en la mar, los mejores del año en la región, cuando los monzones soplan desde el noreste y la Navarra costea las ariscas riberas de Somalia, abordando cualquier barco sospechoso de dedicarse a la piratería. Los hemos acompañado en algunas de estas misiones durante los 12 días que permanecemos a bordo.
En sus acciones se sigue un protocolo estricto: cuando un dhow (en árabe, el faluco tradicional de aquellas aguas) es detectado por los radares de la fragata o de los aviones y helicópteros de reconocimiento, el barco se aproxima y ordena a la embarcación sospechosa quedar al pairo. Luego, la Navarra arría una o dos lanchas neumáticas, con infantes de Marina armados con fusiles de asalto y protegidos con chalecos antibalas y cascos de acero, que alcanzan en pocos minutos la borda del dhow. Los hombres suben a la nave con escalas de cuerda y proceden a registrarla. Después, un oficial interroga al capitán y, si no son piratas, se le permite seguir viaje. Son operaciones en las que cuentan, sobre todo, la precisión en la maniobra y una gran rapidez, algo que se logra a base de un intenso entrenamiento y buena forma física.
Donde mandan los piratas
Los años duros de la piratería fueron 2009 y 2010, con 46 y 47 navíos secuestrados; entre ellos, dos atuneros españoles: el Playa de Bakio y el Alakrana. Ahora, ante la presencia de los buques y aviones europeos, la piratería se ha contenido. Pero el peligro sigue latente, pues los jefes del negocio mantienen sus equipos en establecimientos a lo largo de toda la costa somalí: armas ligeras, lanchas rápidas (balleneras y esquifes) y depósitos de combustible intactos. Al ocupar pequeñas localidades también habitadas por civiles, es imposible atacarlos desde los barcos o los aviones, acciones que, por otra parte, no contempla en su mandato la Atalanta.Y, entretanto, los piratas se dedican a otros sustanciales negocios: cobran tasas de pesca en las aguas costeras a los barcos que, desde el Yemen o Irán, se acercan a faenar, a razón de 8000 dólares por navío y por cada periodo de estancia en su área. Además de eso, imponen a cada barco vigilantes armados, que cobran 400 dólares por sus servicios de protección, hombres que no son otra cosa que antiguos piratas. Un sistema, pues, muy parecido al de las mafias tradicionales.
Subir a uno de los dhows es como cabalgar en las olas del Índico en el barco de Simbad, varios siglos hacia atrás, o rememorar los fantasiosos libros de Emilio Salgari y sus piratas de Mompracén. Son barcos indios, omaníes, iraníes y yemeníes cuyos diseños tienen más de un milenio de antigüedad y que, hasta hace pocos años, usaban vela latina, recientemente sustituida por motores de gasoil. En general se dedican a la pesca, a la carga de mercancías y, en ocasiones, al tráfico de emigrantes ilegales, tarea cuyo control queda al margen de la misión de la operación de la Unión Europea. Sus bordas están pintadas con motivos de colores vivos. Son anchos, barrigudos, resistentes a los vientos monzones; a menudo navegan sin papeles y muchos de ellos incluso carecen de radio. Si las tierras de aquellas regiones son salvajes, sus aguas desconocen las leyes.
La Navarra cuenta con un helicóptero a bordo y tres pilotos que se turnan en sus vuelos de reconocimiento de la costa somalí y del corredor de seguridad. Hay más de 50 campamentos piratas localizados entre Yibuti y Mogadiscio, capital de Somalia, y se conocen los nombres e incluso los teléfonos móviles de una veintena de jefes piratas reconvertidos momentáneamente en capos de la pesca.
Volamos una mañana de sol radiante y mar llana en el helicóptero de la Navarra. La misión del día es la vigilancia del corredor. Y abajo, a menos de cien metros de altura, vemos la fila india de los cargueros y petroleros, un convoy que navega en dos direcciones: rumbo al Índico por el norte, rumbo a Suez por el sur. Durante la hora y media que dura la misión, hemos dado varias vueltas a baja altura alrededor de un dhow cargado de vacas y camellos, camino de Arabia Saudí. Los bichos miran asustados hacia la altura.
El fin de los secuestros
En la base militar francesa de Yibuti tiene su base de operaciones el destacamento Orión, una fuerza de 48 hombres que participan en las tareas de vigilancia aérea de la Atalanta. Manda el grupo el teniente coronel Francisco Javier Alameda, que acaba de dar el relevo al contingente anterior. Los periodos de estancia en Yibuti son de dos meses para los integrantes del destacamento aéreo.
En sus operaciones cuentan con un avión Delta-4 de la empresa española Casa. Su tarea consiste en vigilar la costa somalí y el corredor de seguridad del golfo de Adén, en misiones de ocho horas. El avión no lleva armas, sino los más sofisticados sistemas de radar y de control del espacio aéreo. Por eso, para pilotarlo, se precisa un sólido conocimiento tecnológico. Durante la misión hemos controlado a más de una veintena de cargueros y petroleros y, sobre todo, inspeccionado la procedencia de nueve dhows desconocidos, para comprobar que no eran piratas. Cercano ya el atardecer, mientras regresamos a la base, un sol de forma de melón, anaranjado y rudo, ilumina el cielo.
En 2013 y 2014 no se ha producido ni un solo secuestro de barcos, todo un éxito para la Atalanta. Si uno compara las lanchas piratas, de hombres armados con fusiles ligeros, con las fragatas y aviones europeos, convendrá en que esta misión es algo parecido a matar moscas a cañonazos. Pero no es así. Abandonar la zona sería como darle una patada a un avispero: los piratas saldrían de sus guaridas y la región volvería a convertirse en un territorio de latrocinio y riesgo. Esa es la razón por la que la Unión Europea ha decidido prolongar las tareas de Atalanta hasta finales del año 2016. Y España seguirá prestando sus fuerzas militares en aquellas remotas regiones en donde se juega mucho más que el futuro de los barcos atuneros.
Buscar agujas en un pajar
El teniente de navío Javier Aparicio Prada y sus hombres y mujeres, en la fragata Navarra. Desde el 8 de diciembre de 2008, buques y aviones españoles participan en la Operación Atalanta contra la piratería en el Índico, en una zona de operaciones tan grande como el Mediterráneo.
Caridad Vélez Pérez: "Lo peor es estar fuera de casa sin ver al crío" Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). 35 años. Casada con otra mujer empleada de la Armada y madre de un niño de siete meses. Sargento artillera de montaje de cañón y lanzamisiles. Entró en la Armada en 2001. En la Navarra desde 2011. «Lo peor es estar fuera de casa sin ver al crío. Pero esta misión es una experiencia única. No tengo problemas con los hombres, aquí no hay machismo: todos somos uno».
Juan Pablo Cotorruelo Garbayo: "Que 200 personas dependan de ti durante cuatro meses en un barco es un reto". Madrid. 31 años. Enfermero de dotación y teniente de los llamados Cuerpos Comunes. Trabajó siete años en la UCI del hospital Ruber de Madrid. A bordo de la Navarra desde el 8 de julio de 2014. «Este empleo me da la oportunidad de hacer cosas que no puedes hacer fuera del Ejército. Que 200 personas dependan de ti durante cuatro meses en un barco es un reto. La soledad hay mucha en la mar ayuda a madurar. Repetiría la experiencia».
José Antonio Rufino Castro: "Esta misión da experiencia y madurez"San Fernando (Cádiz). 35 años. Tiene dos hijos. Cabo primero y jefe de cocina. Fue repostero del comandante del portaviones Príncipe de Asturias y participó en la ayuda a las víctimas del tsunami de Indonesia. «Esta misión da experiencia y madurez. Aprendes a valorar mucho a la familia que dejas atrás».
María Cruz Acero: "Me relaciono no solo con mis compañeros, sino con los habitantes del país". Palencia. 35 años. Estudió Magisterio, pero decidió de pronto ingresar como soldado en el Ejército. Hizo en San Javier los cursos de alférez de complemento y, luego, de teniente. Capitán desde 2012. Participa, por tercera vez, en la Operación Atalanta. «Esta es una misión real. Y también es cercana a la gente. Me relaciono no solo con mis compañeros, sino con los habitantes del país. ¿Los hombres? Estoy acostumbrada a trabajar con ellos».
Noelia Iñiguez Gudiel: "A bordo, no siento ninguna discriminación por el hecho de ser mujer". Madrid. 31 años. Teniente de Intendencia de la Armada. Hizo la carrera de Dirección de Empresas y pasó un año en Londres antes de ingresar en la Armada. Desde 2013 forma parte de la dotación de la Navarra, con base en Rota. Es la única mujer oficial a bordo de la fragata. Dice: «Me siento muy a gusto en el barco. Aprendo mucho de mi profesión. No hay tradición marinera en mi familia. A bordo, no siento ninguna discriminación por el hecho de ser mujer».
José Tamame Nicolás: "En cierta forma, siento que aquí combato el islamismo radical". Zaragoza. 37 años. Casado y con un hijo. Estudió en la Academia General del Aire, en San Javier. Comandante y piloto, en 2002 fue destinado como piloto de aviones Hércules a la base de su ciudad, desde donde realizó misiones a Nicaragua, Afganistán y a los desastres producidos por el ciclón Katrina y el tsunami de Indonesia. Desde 2009 está destinado en Palma de Mallorca. «La Operación Atalanta es una misión europea de enorme importancia. Participar en ella me da experiencia y me hace sentir que hago algo útil. En cierta forma, siento que aquí combato el islamismo radical».
En el golfo de adén, entre el mar rojo y el océano Índico, con un navío militar de patrulla permanente y el destacamento aéreo Orión, la fuerza española combate la piratería desde 2008, protegiendo a los cargueros y a los petroleros que cruzan estas aguas para nutrir a Europa del 33 por ciento de sus necesidades de crudo. El área de vigilancia es inmensa, casi del tamaño de toda Europa. Si Atalanta fracasara, Occidente entraría en una crisis energética de incalculables consecuencias. Llegamos un día de finales de noviembre a Yibuti, un Estado de 800.000 habitantes y más pequeño que Cataluña, con la forma de una lengua de arena hincada en el golfo de Adén, una suerte de tierra de chacales asomada a un mar de tiburones.
Allí fondean los barcos de la Operación Atalanta y están las bases de los aviones de reconocimiento. Al norte se extiende la misteriosa Eritrea; al oeste, la poderosa Etiopía; y al sur, la salvaje Somalia. Son territorios históricos de violencia extrema, arrasados a menudo por la guerra y hoy convertidos en zona sensible en la geoestrategia de un mundo cambiante, con el amenazante Estado Islámico casi a las puertas. En el verano, durante las horas de sol, el termómetro puede superar los 55 grados.
Apenas llegados, nos embarcamos en la fragata Navarra, un buque español a punto de concluir su periodo de cuatro meses de servicio en el área. Es una nave con una dotación de algo más de 200 hombres, bajo el mando del capitán de fragata Alejandro Cuerda. Tiene unos 130 metros de eslora y va armada con portamisiles, lanzatorpedos, cañón de larga distancia y ametralladoras. Su misión es controlar las costas en donde pueden encontrarse establecimientos piratas y proteger el corredor de seguridad que, a través del centro del golfo de Adén, utilizan los cargueros, petroleros y barcos del Programa Mundial de Alimentos que viajan por el mar Rojo y el canal de Suez. Son días frescos en la mar, los mejores del año en la región, cuando los monzones soplan desde el noreste y la Navarra costea las ariscas riberas de Somalia, abordando cualquier barco sospechoso de dedicarse a la piratería. Los hemos acompañado en algunas de estas misiones durante los 12 días que permanecemos a bordo.
En sus acciones se sigue un protocolo estricto: cuando un dhow (en árabe, el faluco tradicional de aquellas aguas) es detectado por los radares de la fragata o de los aviones y helicópteros de reconocimiento, el barco se aproxima y ordena a la embarcación sospechosa quedar al pairo. Luego, la Navarra arría una o dos lanchas neumáticas, con infantes de Marina armados con fusiles de asalto y protegidos con chalecos antibalas y cascos de acero, que alcanzan en pocos minutos la borda del dhow. Los hombres suben a la nave con escalas de cuerda y proceden a registrarla. Después, un oficial interroga al capitán y, si no son piratas, se le permite seguir viaje. Son operaciones en las que cuentan, sobre todo, la precisión en la maniobra y una gran rapidez, algo que se logra a base de un intenso entrenamiento y buena forma física.
Donde mandan los piratas
Los años duros de la piratería fueron 2009 y 2010, con 46 y 47 navíos secuestrados; entre ellos, dos atuneros españoles: el Playa de Bakio y el Alakrana. Ahora, ante la presencia de los buques y aviones europeos, la piratería se ha contenido. Pero el peligro sigue latente, pues los jefes del negocio mantienen sus equipos en establecimientos a lo largo de toda la costa somalí: armas ligeras, lanchas rápidas (balleneras y esquifes) y depósitos de combustible intactos. Al ocupar pequeñas localidades también habitadas por civiles, es imposible atacarlos desde los barcos o los aviones, acciones que, por otra parte, no contempla en su mandato la Atalanta.Y, entretanto, los piratas se dedican a otros sustanciales negocios: cobran tasas de pesca en las aguas costeras a los barcos que, desde el Yemen o Irán, se acercan a faenar, a razón de 8000 dólares por navío y por cada periodo de estancia en su área. Además de eso, imponen a cada barco vigilantes armados, que cobran 400 dólares por sus servicios de protección, hombres que no son otra cosa que antiguos piratas. Un sistema, pues, muy parecido al de las mafias tradicionales.
Subir a uno de los dhows es como cabalgar en las olas del Índico en el barco de Simbad, varios siglos hacia atrás, o rememorar los fantasiosos libros de Emilio Salgari y sus piratas de Mompracén. Son barcos indios, omaníes, iraníes y yemeníes cuyos diseños tienen más de un milenio de antigüedad y que, hasta hace pocos años, usaban vela latina, recientemente sustituida por motores de gasoil. En general se dedican a la pesca, a la carga de mercancías y, en ocasiones, al tráfico de emigrantes ilegales, tarea cuyo control queda al margen de la misión de la operación de la Unión Europea. Sus bordas están pintadas con motivos de colores vivos. Son anchos, barrigudos, resistentes a los vientos monzones; a menudo navegan sin papeles y muchos de ellos incluso carecen de radio. Si las tierras de aquellas regiones son salvajes, sus aguas desconocen las leyes.
La Navarra cuenta con un helicóptero a bordo y tres pilotos que se turnan en sus vuelos de reconocimiento de la costa somalí y del corredor de seguridad. Hay más de 50 campamentos piratas localizados entre Yibuti y Mogadiscio, capital de Somalia, y se conocen los nombres e incluso los teléfonos móviles de una veintena de jefes piratas reconvertidos momentáneamente en capos de la pesca.
Volamos una mañana de sol radiante y mar llana en el helicóptero de la Navarra. La misión del día es la vigilancia del corredor. Y abajo, a menos de cien metros de altura, vemos la fila india de los cargueros y petroleros, un convoy que navega en dos direcciones: rumbo al Índico por el norte, rumbo a Suez por el sur. Durante la hora y media que dura la misión, hemos dado varias vueltas a baja altura alrededor de un dhow cargado de vacas y camellos, camino de Arabia Saudí. Los bichos miran asustados hacia la altura.
El fin de los secuestros
En la base militar francesa de Yibuti tiene su base de operaciones el destacamento Orión, una fuerza de 48 hombres que participan en las tareas de vigilancia aérea de la Atalanta. Manda el grupo el teniente coronel Francisco Javier Alameda, que acaba de dar el relevo al contingente anterior. Los periodos de estancia en Yibuti son de dos meses para los integrantes del destacamento aéreo.
En sus operaciones cuentan con un avión Delta-4 de la empresa española Casa. Su tarea consiste en vigilar la costa somalí y el corredor de seguridad del golfo de Adén, en misiones de ocho horas. El avión no lleva armas, sino los más sofisticados sistemas de radar y de control del espacio aéreo. Por eso, para pilotarlo, se precisa un sólido conocimiento tecnológico. Durante la misión hemos controlado a más de una veintena de cargueros y petroleros y, sobre todo, inspeccionado la procedencia de nueve dhows desconocidos, para comprobar que no eran piratas. Cercano ya el atardecer, mientras regresamos a la base, un sol de forma de melón, anaranjado y rudo, ilumina el cielo.
En 2013 y 2014 no se ha producido ni un solo secuestro de barcos, todo un éxito para la Atalanta. Si uno compara las lanchas piratas, de hombres armados con fusiles ligeros, con las fragatas y aviones europeos, convendrá en que esta misión es algo parecido a matar moscas a cañonazos. Pero no es así. Abandonar la zona sería como darle una patada a un avispero: los piratas saldrían de sus guaridas y la región volvería a convertirse en un territorio de latrocinio y riesgo. Esa es la razón por la que la Unión Europea ha decidido prolongar las tareas de Atalanta hasta finales del año 2016. Y España seguirá prestando sus fuerzas militares en aquellas remotas regiones en donde se juega mucho más que el futuro de los barcos atuneros.
Buscar agujas en un pajar
El teniente de navío Javier Aparicio Prada y sus hombres y mujeres, en la fragata Navarra. Desde el 8 de diciembre de 2008, buques y aviones españoles participan en la Operación Atalanta contra la piratería en el Índico, en una zona de operaciones tan grande como el Mediterráneo.
Caridad Vélez Pérez: "Lo peor es estar fuera de casa sin ver al crío" Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). 35 años. Casada con otra mujer empleada de la Armada y madre de un niño de siete meses. Sargento artillera de montaje de cañón y lanzamisiles. Entró en la Armada en 2001. En la Navarra desde 2011. «Lo peor es estar fuera de casa sin ver al crío. Pero esta misión es una experiencia única. No tengo problemas con los hombres, aquí no hay machismo: todos somos uno».
Juan Pablo Cotorruelo Garbayo: "Que 200 personas dependan de ti durante cuatro meses en un barco es un reto". Madrid. 31 años. Enfermero de dotación y teniente de los llamados Cuerpos Comunes. Trabajó siete años en la UCI del hospital Ruber de Madrid. A bordo de la Navarra desde el 8 de julio de 2014. «Este empleo me da la oportunidad de hacer cosas que no puedes hacer fuera del Ejército. Que 200 personas dependan de ti durante cuatro meses en un barco es un reto. La soledad hay mucha en la mar ayuda a madurar. Repetiría la experiencia».
José Antonio Rufino Castro: "Esta misión da experiencia y madurez"San Fernando (Cádiz). 35 años. Tiene dos hijos. Cabo primero y jefe de cocina. Fue repostero del comandante del portaviones Príncipe de Asturias y participó en la ayuda a las víctimas del tsunami de Indonesia. «Esta misión da experiencia y madurez. Aprendes a valorar mucho a la familia que dejas atrás».
María Cruz Acero: "Me relaciono no solo con mis compañeros, sino con los habitantes del país". Palencia. 35 años. Estudió Magisterio, pero decidió de pronto ingresar como soldado en el Ejército. Hizo en San Javier los cursos de alférez de complemento y, luego, de teniente. Capitán desde 2012. Participa, por tercera vez, en la Operación Atalanta. «Esta es una misión real. Y también es cercana a la gente. Me relaciono no solo con mis compañeros, sino con los habitantes del país. ¿Los hombres? Estoy acostumbrada a trabajar con ellos».
Noelia Iñiguez Gudiel: "A bordo, no siento ninguna discriminación por el hecho de ser mujer". Madrid. 31 años. Teniente de Intendencia de la Armada. Hizo la carrera de Dirección de Empresas y pasó un año en Londres antes de ingresar en la Armada. Desde 2013 forma parte de la dotación de la Navarra, con base en Rota. Es la única mujer oficial a bordo de la fragata. Dice: «Me siento muy a gusto en el barco. Aprendo mucho de mi profesión. No hay tradición marinera en mi familia. A bordo, no siento ninguna discriminación por el hecho de ser mujer».
José Tamame Nicolás: "En cierta forma, siento que aquí combato el islamismo radical". Zaragoza. 37 años. Casado y con un hijo. Estudió en la Academia General del Aire, en San Javier. Comandante y piloto, en 2002 fue destinado como piloto de aviones Hércules a la base de su ciudad, desde donde realizó misiones a Nicaragua, Afganistán y a los desastres producidos por el ciclón Katrina y el tsunami de Indonesia. Desde 2009 está destinado en Palma de Mallorca. «La Operación Atalanta es una misión europea de enorme importancia. Participar en ella me da experiencia y me hace sentir que hago algo útil. En cierta forma, siento que aquí combato el islamismo radical».
TÍTULO: REVISTA GIGANTES, LIGA BALONCESTO, REAL MADRID-75- BASKONIA-74-,.
-foto-Madrid y Baskonia disputan un clásico con objetivos dispares,.
Resultado Final,.
REAL MADRID-75- BASKONIA-74-,.
Gana al Laboral Kutxa en un mal partido
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