Viernes - 26 - de julio a las 22:00 en La 1, foto.
Ullate se retira con una Antígona que roza la perfección en escena,.
La obra del Festival de Teatro Clásico de Mérida, que narra con danza la tragedia de Sófocles, carecía de texto, pero llegó al espectador por su emoción,.
¿Cómo entender la historia de Antígona
a través de un ballet sin diálogo? ¿Cuántos tipos de sentimientos
diferentes puede despertar el ballet? ¿Cómo puede ser una danza delicada
y firme y fuerte a la vez? Las respuestas a estas preguntas solo las
conoce el creador de la versión de 'Antígona' en forma de danza para el Festival de Teatro Clásico de Mérida, Víctor Ullate.
Contar una historia sin mencionar una sola palabra y que el público la entienda, sin perderse en ningún momento, es una capacidad atribuible al maestro que firma el montaje junto a Eduardo Lao, director artístico. El ballet fue su única herramienta para mover al espectador a su antojo de un lado a otro, a través de la tragedia de Sófocles.
El día del estreno de la quinta obra de la programación del festival en el Teatro Romano de esta obra de arte, el coreógrafo regaló al público emeritense durante una hora y media un espectáculo lleno de detalles, bailes perfectamente coordinados y una iluminación que no dejó indiferente al espectador.
Además, el sonido de Miguel Lizarraga,
que comenzó simulando una tormenta en el mar, ayudó durante toda la
función al gentío que observaba desde unas gradas casi llenas para
adentrarse de lleno en la historia.
El vestuario de Iñaki Cobos, elegante, bello y práctico a la vez, dejaba a los bailarines total libertad para realizar unos movimientos delicados y precisos.
Los tonos ocres predominaban en el vestuario de estilo grecolatino, exceptuando los de color violeta de los bailarines principales. La detallada iluminación de Luis Perdiguero acompañaba siempre a la tonalidad del vestuario, de manera que cuando salía un grupo de ballet con trajes predominantemente de colores terrosos, la iluminación se tornaba anaranjada. Pero cuando salían a escena Antígona y Hemón, con sus atuendos violeta, el suelo del teatro y el fondo, decorado con pilas de barriles, formaban un conjunto de luces homogéneas.
Los danzantes, más que bailar, parecían deslizarse flotando por el suelo del Teatro Romano y, como movidos por el viento, volaban como si de hojas se tratasen.
Destacable en este juego de bailes es el personaje de Antígona interpretado por Lucía Lacarra, una de las principales figuras del ballet clásico actual. Desde 2018, Lacarra es directora artística del Víctor Ullate Ballet.
No es de extrañar que los bailarines de una compañía profesional como la de Víctor Ullate consiguieran una perfecta coordinación y gran carga expresiva en los bailes tanto grupales como en pareja. La danza clásica, acompañada de música de estilo parecido al árabe, dejó apreciar algunos pasos típicos de este baile oriental.
Notable fue también la actuación y el diseño de la capa con capucha, típica de adivino, del bailarín Dorian Acosta, dando vida al vidente Tiresias. Así como la interpretación de Keiko Oishi, haciendo el papel de Eurídice, madre de Hemón.
Durante la danza, los bailarines congelaban algunos de sus movimientos para que el público pudiera deleitarse por unos segundos. Como la imagen de la típica bailarina de la caja de música.
Hubo momentos en los que el público se quedó hipnotizado al ver la combinación de luces, bailes, trajes y música, ya que lo único que desprendía este montaje era belleza.
Una pila de barriles, también en tonos ocres, era la única decoración de este escenario que ayudó a dar simbolismo a la obra, al reflejarse en ellos las figuras de los bailarines. En estos toneles también se recreó, sin dar lugar a dudas, el trono de Creonte y la ciudad de Tebas.
En su última obra como director, Ullate quiso alcanzar la perfección. Y a juzgar por los cerca de 10 minutos de aplausos del público, parece que lo consiguió. Con esta Antígona, Ullate se despide del mundo artístico. Pero como dijo en la presentación, le seguiremos viendo en los teatros, aunque a partir de ahora, como espectador. Además, se viene a vivir a Villanueva de Vera, por lo que los extremeños le veremos más.
TITULO: 'Imprescindibles' estrena en La 2 - El periodista gracias al que vimos a Neil Armstrong pisar otro mundo ,. , Domingo -28- Julio,.
Domingo 28 de julio, a las 21:30 horas en La 2, fotos,.
A la Luna se puede viajar con el cuerpo o con la mente. El primero que puso allí el cuerpo fue Neil Armstrong, hace exactamente 50 años. Pero el primero que puso la mente fue uno de los padres de la ciencia, Johannes Kepler. A principios del siglo XVII, Kepler era el matemático oficial del emperador Rodolfo II del Sacro Imperio Romano Germánico. En una de sus reuniones cotidianas, el emperador preguntó a Kepler qué eran esas zonas oscuras que se veían en la Luna. “Seguramente, señor, son las sombras que proyectan las montañas lunares”. No lo eran, pero esa respuesta improvisada presagió, en efecto, la literatura de ciencia ficción. Y el primer viaje a la Luna de la historia de la humanidad. Con la mente, por supuesto.
Entonces, ¿en qué cambió nuestra percepción del mundo la misión del Apolo 11 que celebramos ahora? Es una buena pregunta. Al menos desde Kepler, todas las generaciones de científicos que habían nacido en cuatro siglos estaban seguros de que la hazaña de Armstrong, Collins y Aldrin era posible, y que la única cuestión pendiente era desarrollar la tecnología necesaria para ello. Hoy sabemos que tenían razón, pero también que costó siglos convertir el enorme salto conceptual de los pioneros de la carrera espacial —Copérnico, Kepler, Galileo, Newton— en un viaje real de un cuerpo humano a nuestro satélite. La cantidad de escollos técnicos que había que resolver resultó enorme, y aquellos hacedores de nuestro mundo murieron sin comprobar la certeza de sus ideas. Aunque también, seguramente, sin dudar de ellas.
Pero Newton ni había nacido cuando Kepler viajó a la Luna (también
con la mente, desde luego). Allá atrás en 1609, cuando Rodolfo le
preguntó por las manchas lunares, Kepler no estaba solo con el
emperador. Asistía también a la reunión Wackher von Wackenfels, el
asesor religioso del monarca, y fue él, más que Rodolfo y hasta más que
Kepler, quien se quedó mesmerizado por la mera idea de que la Luna
pudiera tener montañas, no hablemos ya de sus sombras. Wackenfels, como
cualquier otro espécimen del género Homo, llevaba viendo la Luna todas
las noches desde que nació, pero jamás había imaginado que aquel disco
de luz que arrullaba a los amantes pudiera ser un mundo, con sus valles y
montañas, sus días y sus noches y su historia particular e irrepetible.
Todos éramos Wackenfels hasta 1969, cuando el Eagle, el módulo lunar de la misión Apolo 11 que llevaba dentro a Armstrong y Aldrin, tocó suelo en el Mar de la Tranquilidad, un gran depósito basáltico generado por primitivas erupciones volcánicas en nuestro satélite. Los mares (o maria) lunares son esas zonas oscuras que se aprecian en la Luna a simple vista, y se llaman así porque los astrónomos antiguos los confundieron con mares auténticos. Hace 50 años, los ingenieros de la NASA sabían perfectamente que no lo eran, pero mandaron allí a los astronautas porque parecía una región bastante plana y uniforme. No lo era.
Cuando el Eagle se aproximó al suelo lunar, Armstrong percibió que aquello era un pedregal de mil demonios. El módulo lunar tenía cuatro patas, y cada una con un sensor avanzado para la época, pero con todo y con ello alunizar allí parecía una idea de bombero. Y Armstrong no lo era en absoluto. Los ingenieros que trataron con él conocen bien el acero frío de su mente racional.
Iba muy corto de combustible, al menos si quería volver a casa, pero tomó la decisión correcta de gastárselo casi entero en buscar un aeropuerto mejor y alunizar allí. “Houston, aquí Base Tranquilidad”, transmitió el astronauta a Tierra. Lo de la “base” se lo había inventado, pues ninguna había allí, pero el lapsus reveló seguramente el plan original de la NASA, que era construir una base lunar permanente. El programa se suspendió por falta de entusiasmo político, y la Base Tranquilidad sigue sin existir. Pero allí estaban aquellos dos tipos en la Luna, como hubiera soñado Kepler cuatro siglos antes.
Hasta ese momento, en efecto, todos éramos Wackenfels, gente que
llevaba toda su vida viendo la Luna cada noche, pero incapaz de percibir
lo que ese círculo luminoso significaba sobre nuestra posición en el
cosmos, en el gran esquema de las cosas, en el plan del Old One,
como llamaba Einstein a ese Dios en el que no creía. Sí, los astrónomos
conocían las posiciones, los físicos las ecuaciones y los ingenieros
las técnicas, pero mientras no vimos pasear por el suelo lunar a
Armstrong y Aldrin todos seguíamos siendo Wackenfels, el asesor
religioso del emperador Rodolfo.
Aldrin no salió del módulo lunar inmediatamente tras Armstrong, sino 15 minutos después. Armstrong le preguntó por qué había tardado tanto, si tal vez había encontrado algún problema con la escotilla o la escalerilla. Y lo que respondió Aldrin dejó de piedra a los controladores de Fresnedillas. Justo mientras bajaba, Aldrin se dio cuenta de que la puerta del módulo lunar no tenía una manecilla por la parte de fuera.
Entre las 29 toneladas de material de alta tecnología que cientos de ingenieros habían puesto en la nave espacial, a nadie se le había ocurrido adosar a la puerta del módulo un picaporte
que podían haber comprado en una chatarrería. Gracias a Dios, en la
Luna no hay corrientes de aire, puesto que no hay aire, pero la mera
posibilidad de que se hubiera cerrado la puerta con los dos astronautas
por la parte de fuera produce una mezcla de escalofrío y risa tonta que
es difícil de parar.
Y esa es una eventualidad que no se le ocurrió a Kepler en su viaje mental. La crisis del picaporte ilustra bien la diferencia de textura narrativa que ofrecen los viajes reales y los imaginarios. Kepler publicó el suyo en la primera novela de ciencia ficción de la historia, Somnium (El sueño, o El sueño de la Luna en algunas versiones). Salió en 1634, con Kepler ya muerto y editada por su hijo, pero la historia se gestó, precisamente, a partir del asombro que Wackenfels había sentido al oír hablar a Kepler de las montañas de la Luna. Los dos asesores del emperador Rodolfo, el religioso y el matemático, se enzarzaron en una serie interminable de conversaciones nocturnas sobre la posibilidad de viajar a la Luna, sobre el descubrimiento de otros mundos y la naturaleza de sus habitantes. Y fue el religioso quien convenció al científico de que escribiera su novela.
Cincuenta años después de que El sueño de la Luna pasara a la estantería de no-ficción, cabe preguntarse en qué cambió el Apolo 11
nuestra cultura y nuestra concepción del mundo. Un primer efecto,
paradójicamente, fue desincentivar la carrera espacial. Una vez que
Estados Unidos había clavado su bandera en el Mar de la Tranquilidad —o
la “Base de la Tranquilidad”, como dijo Armstrong desde allí en su
célebre lapsus—, no sólo los soviéticos perdieron interés en llegar
allí, sino que también lo perdieron los propios norteamericanos. Tras
Armstrong y Aldrin, otros diez astronautas estadounidenses pisaron suelo
lunar, pero esas misiones ya ni abrían los telediarios. La gente, y en
particular los congresistas que financiaban a la NASA, se habían
empezado a aburrir de todo eso. El programa fue suspendido, y la Luna
solo está empezando en estos años a aflorar de nuevo en los sueños de
los científicos y los discursos de los políticos.
Las consecuencias científicas y tecnológicas de las misiones Apolo han sido grandes -del conocimiento de la geología lunar al GPS- y otros artículos de este diario han dado buena cuenta de ellos. ¿Y los efectos culturales? ¿Ha perdido magia la Luna desde que Armstrong plantó la bota en su suelo? Hay un sentido en que sí: muchos intelectuales y activistas empezaron de inmediato a hacer frases del tipo “¿sabemos poner un hombre en la Luna y somos incapaces de arreglar esto o aquello en nuestro planeta?”, “si gastáramos todo ese dinero en paliar las desigualdades en casa…” y “Objetivo: la Tierra”. Esta discusión sigue hasta hoy y merece la pena seguirla. Sobre cómo asignar mejor unos presupuestos siempre escasos, nadie está en posesión de la verdad absoluta.
La novela de Kepler, en el fondo, acabó mucho peor que todo esto. Como los protagonistas eran el propio Kepler y su madre, y como esta última se revelaba en el relato como una especie de bruja —un recurso de guion necesario para hacer llegar la nave a la Luna con la pobre tecnología de la época—, Katharine Kepler fue acusada de brujería y condenada en 1620. Su hijo logró salvarla de la hoguera, pero solo para verla morir al poco de abandonar la cárcel. Fue la primera víctima del sueño de la Luna. Vendrán más. Está en nuestra naturaleza.
Contar una historia sin mencionar una sola palabra y que el público la entienda, sin perderse en ningún momento, es una capacidad atribuible al maestro que firma el montaje junto a Eduardo Lao, director artístico. El ballet fue su única herramienta para mover al espectador a su antojo de un lado a otro, a través de la tragedia de Sófocles.
El día del estreno de la quinta obra de la programación del festival en el Teatro Romano de esta obra de arte, el coreógrafo regaló al público emeritense durante una hora y media un espectáculo lleno de detalles, bailes perfectamente coordinados y una iluminación que no dejó indiferente al espectador.
El vestuario de Iñaki Cobos, elegante, bello y práctico a la vez, dejaba a los bailarines total libertad para realizar unos movimientos delicados y precisos.
Los tonos ocres predominaban en el vestuario de estilo grecolatino, exceptuando los de color violeta de los bailarines principales. La detallada iluminación de Luis Perdiguero acompañaba siempre a la tonalidad del vestuario, de manera que cuando salía un grupo de ballet con trajes predominantemente de colores terrosos, la iluminación se tornaba anaranjada. Pero cuando salían a escena Antígona y Hemón, con sus atuendos violeta, el suelo del teatro y el fondo, decorado con pilas de barriles, formaban un conjunto de luces homogéneas.
Los danzantes, más que bailar, parecían deslizarse flotando por el suelo del Teatro Romano y, como movidos por el viento, volaban como si de hojas se tratasen.
Destacable en este juego de bailes es el personaje de Antígona interpretado por Lucía Lacarra, una de las principales figuras del ballet clásico actual. Desde 2018, Lacarra es directora artística del Víctor Ullate Ballet.
No es de extrañar que los bailarines de una compañía profesional como la de Víctor Ullate consiguieran una perfecta coordinación y gran carga expresiva en los bailes tanto grupales como en pareja. La danza clásica, acompañada de música de estilo parecido al árabe, dejó apreciar algunos pasos típicos de este baile oriental.
Notable fue también la actuación y el diseño de la capa con capucha, típica de adivino, del bailarín Dorian Acosta, dando vida al vidente Tiresias. Así como la interpretación de Keiko Oishi, haciendo el papel de Eurídice, madre de Hemón.
Hipnotizado
Gracias a la fuerza expresiva del baile, los espectadores podían sentir desesperación, tristeza o angustia por el destino injusto que le había tocado a Antígona y rabia al conocer la intransigencia de Creonte, rey de Tebas. Mario Cardano, que da vida a Creonte, bordó un papel en el que, gracias a la destreza de sus movimientos, se pudo ver fácilmente que él era el malo de la obra.Durante la danza, los bailarines congelaban algunos de sus movimientos para que el público pudiera deleitarse por unos segundos. Como la imagen de la típica bailarina de la caja de música.
Hubo momentos en los que el público se quedó hipnotizado al ver la combinación de luces, bailes, trajes y música, ya que lo único que desprendía este montaje era belleza.
Una pila de barriles, también en tonos ocres, era la única decoración de este escenario que ayudó a dar simbolismo a la obra, al reflejarse en ellos las figuras de los bailarines. En estos toneles también se recreó, sin dar lugar a dudas, el trono de Creonte y la ciudad de Tebas.
En su última obra como director, Ullate quiso alcanzar la perfección. Y a juzgar por los cerca de 10 minutos de aplausos del público, parece que lo consiguió. Con esta Antígona, Ullate se despide del mundo artístico. Pero como dijo en la presentación, le seguiremos viendo en los teatros, aunque a partir de ahora, como espectador. Además, se viene a vivir a Villanueva de Vera, por lo que los extremeños le veremos más.
TITULO: 'Imprescindibles' estrena en La 2 - El periodista gracias al que vimos a Neil Armstrong pisar otro mundo ,. , Domingo -28- Julio,.
Domingo 28 de julio, a las 21:30 horas en La 2, fotos,.
A la Luna se puede viajar con el cuerpo o con la mente. El primero que puso allí el cuerpo fue Neil Armstrong, hace exactamente 50 años. Pero el primero que puso la mente fue uno de los padres de la ciencia, Johannes Kepler. A principios del siglo XVII, Kepler era el matemático oficial del emperador Rodolfo II del Sacro Imperio Romano Germánico. En una de sus reuniones cotidianas, el emperador preguntó a Kepler qué eran esas zonas oscuras que se veían en la Luna. “Seguramente, señor, son las sombras que proyectan las montañas lunares”. No lo eran, pero esa respuesta improvisada presagió, en efecto, la literatura de ciencia ficción. Y el primer viaje a la Luna de la historia de la humanidad. Con la mente, por supuesto.
Entonces, ¿en qué cambió nuestra percepción del mundo la misión del Apolo 11 que celebramos ahora? Es una buena pregunta. Al menos desde Kepler, todas las generaciones de científicos que habían nacido en cuatro siglos estaban seguros de que la hazaña de Armstrong, Collins y Aldrin era posible, y que la única cuestión pendiente era desarrollar la tecnología necesaria para ello. Hoy sabemos que tenían razón, pero también que costó siglos convertir el enorme salto conceptual de los pioneros de la carrera espacial —Copérnico, Kepler, Galileo, Newton— en un viaje real de un cuerpo humano a nuestro satélite. La cantidad de escollos técnicos que había que resolver resultó enorme, y aquellos hacedores de nuestro mundo murieron sin comprobar la certeza de sus ideas. Aunque también, seguramente, sin dudar de ellas.
Órbita
La primera persona que puso un objeto en órbita (con la mente) fue Newton, que concibió un experimento mental difícil de refutar. Si lanzas una bomba con un cañón, el impulso inicial hará que la bomba se mueva en horizontal, mientras que la gravedad la hará ir cayendo al suelo. El resultado es el famoso tiro parabólico que todos, incluidos los militares, estudiamos en el colegio. Pero, si el cañón es lo bastante poderoso, ocurre algo extraordinario. La bomba quiere caer al suelo, pero la curvatura de la Tierra se lo impide, porque aleja el suelo cada vez más. La bomba, calculó Newton, no tendría otra opción que ponerse en órbita alrededor de la Tierra. Esas bombas de Newton son nuestros cohetes, incluido el que llevó a Armstrong a la Luna.Todos éramos Wackenfels hasta 1969, cuando el Eagle, el módulo lunar de la misión Apolo 11 que llevaba dentro a Armstrong y Aldrin, tocó suelo en el Mar de la Tranquilidad, un gran depósito basáltico generado por primitivas erupciones volcánicas en nuestro satélite. Los mares (o maria) lunares son esas zonas oscuras que se aprecian en la Luna a simple vista, y se llaman así porque los astrónomos antiguos los confundieron con mares auténticos. Hace 50 años, los ingenieros de la NASA sabían perfectamente que no lo eran, pero mandaron allí a los astronautas porque parecía una región bastante plana y uniforme. No lo era.
Cuando el Eagle se aproximó al suelo lunar, Armstrong percibió que aquello era un pedregal de mil demonios. El módulo lunar tenía cuatro patas, y cada una con un sensor avanzado para la época, pero con todo y con ello alunizar allí parecía una idea de bombero. Y Armstrong no lo era en absoluto. Los ingenieros que trataron con él conocen bien el acero frío de su mente racional.
Iba muy corto de combustible, al menos si quería volver a casa, pero tomó la decisión correcta de gastárselo casi entero en buscar un aeropuerto mejor y alunizar allí. “Houston, aquí Base Tranquilidad”, transmitió el astronauta a Tierra. Lo de la “base” se lo había inventado, pues ninguna había allí, pero el lapsus reveló seguramente el plan original de la NASA, que era construir una base lunar permanente. El programa se suspendió por falta de entusiasmo político, y la Base Tranquilidad sigue sin existir. Pero allí estaban aquellos dos tipos en la Luna, como hubiera soñado Kepler cuatro siglos antes.
Fresnedillas
Sobre la distancia que media entre el conocimiento teórico y la evidencia práctica —entre Kepler y Armstrong— no se me ocurre una mejor ilustración que una anécdota aportada por José Manuel Grandela, uno de los ingenieros de la NASA que recibieron las comunicaciones del Apolo 11 desde la estación madrileña de Fresnedillas de la Oliva, un pueblo al oeste de Madrid que en la época tenía 700 habitantes (hoy el doble) y una amplia y desenvuelta población de gallinas, vacas y otros semovientes que se revelaron como un peligro para los visitantes norteamericanos. Fresnedillas fue uno de los tres puntos con que la NASA cubrió el planeta a intervalos de 120º (los otros dos estaban en Estados Unidos y Australia) para tener la misión a la Luna en contacto permanente pese a la rotación de la Tierra. Y esto es lo que escucharon en los momentos críticos.Aldrin no salió del módulo lunar inmediatamente tras Armstrong, sino 15 minutos después. Armstrong le preguntó por qué había tardado tanto, si tal vez había encontrado algún problema con la escotilla o la escalerilla. Y lo que respondió Aldrin dejó de piedra a los controladores de Fresnedillas. Justo mientras bajaba, Aldrin se dio cuenta de que la puerta del módulo lunar no tenía una manecilla por la parte de fuera.
Y esa es una eventualidad que no se le ocurrió a Kepler en su viaje mental. La crisis del picaporte ilustra bien la diferencia de textura narrativa que ofrecen los viajes reales y los imaginarios. Kepler publicó el suyo en la primera novela de ciencia ficción de la historia, Somnium (El sueño, o El sueño de la Luna en algunas versiones). Salió en 1634, con Kepler ya muerto y editada por su hijo, pero la historia se gestó, precisamente, a partir del asombro que Wackenfels había sentido al oír hablar a Kepler de las montañas de la Luna. Los dos asesores del emperador Rodolfo, el religioso y el matemático, se enzarzaron en una serie interminable de conversaciones nocturnas sobre la posibilidad de viajar a la Luna, sobre el descubrimiento de otros mundos y la naturaleza de sus habitantes. Y fue el religioso quien convenció al científico de que escribiera su novela.
Las consecuencias científicas y tecnológicas de las misiones Apolo han sido grandes -del conocimiento de la geología lunar al GPS- y otros artículos de este diario han dado buena cuenta de ellos. ¿Y los efectos culturales? ¿Ha perdido magia la Luna desde que Armstrong plantó la bota en su suelo? Hay un sentido en que sí: muchos intelectuales y activistas empezaron de inmediato a hacer frases del tipo “¿sabemos poner un hombre en la Luna y somos incapaces de arreglar esto o aquello en nuestro planeta?”, “si gastáramos todo ese dinero en paliar las desigualdades en casa…” y “Objetivo: la Tierra”. Esta discusión sigue hasta hoy y merece la pena seguirla. Sobre cómo asignar mejor unos presupuestos siempre escasos, nadie está en posesión de la verdad absoluta.
La novela de Kepler, en el fondo, acabó mucho peor que todo esto. Como los protagonistas eran el propio Kepler y su madre, y como esta última se revelaba en el relato como una especie de bruja —un recurso de guion necesario para hacer llegar la nave a la Luna con la pobre tecnología de la época—, Katharine Kepler fue acusada de brujería y condenada en 1620. Su hijo logró salvarla de la hoguera, pero solo para verla morir al poco de abandonar la cárcel. Fue la primera víctima del sueño de la Luna. Vendrán más. Está en nuestra naturaleza.
- TITULO: De seda y hierro - Las uvas de la revancha ,. Domingo -28- Julio,.
- El Domingo -28- Julio a las 20:20 por La 2, foto,.
-
Las uvas de la revancha,.
Angelina Jolie podría estar preparando una nueva ofensiva contra Brad Pitt para arrebatarle el 'château' que ambos comparten en la Provenza,.
En su implacable batalla por un divorcio de 'diferencias irreconciliables', Pitt y Jolie parecían haber firmado un armisticio, gracias a que ella ha aceptado que sus hijos pasen este verano con su padre. Pero la precaria tregua podría estar a punto de saltar por los aires por culpa precisamente del rutilante 'Château Miraval'. Angelina acaba de pasar allí unos días y, según la publicación 'Radar Online', ha descubierto que ama tanto ese lugar que mataría por él. Y por matar se entiende dar en las mismísimas narices a su exmarido arrebatándole la mitad que le corresponde. Hasta ahora, la pareja había mantenido un pacto para compartirlo, igual que durante años Michael Douglas y Diandra, ya divorciados, se repartían las vacaciones en otro enclave paradisiaco: la 'possessió' mallorquina de S'Estaca. Pero la armonía dura lo que dura... Ahora los Douglas venden su finca. Y los Jolie Pitt parecen estar a punto de pelear por la suya.
Jolie podría haber descubierto que para ser realmente feliz ella, como Julita Salmerón, necesita muchos hijos, un mono y un castillo. Los hijos ya los tiene: seis entre biológicos y adoptados. El 'mono' (al que dar leña) podría ser su ex. Le falta hacerse por completo con el castillo. Y Miraval es mucho castillo. No de esas casonas rurales a las que los franceses, en sus infinitas ínfulas, suelen denominar 'château', sino un imponente palacete rústico de estilo provenzal que reúne 35 habitaciones, además de una capilla, un helipuerto y una propiedad circundante de mil hectáreas.
La actriz parece haber descubierto que para ser feliz necesita muchos hijos, un mono y un castilloHa servido como fondo de algunos videoclips de Sting, The Cranberries y Pink Floyd, y fue en 2014 el marco incomparable de la boda de Angelina y Brad. También el lugar donde la actriz se refugió con su prole tras dar a luz a sus gemelos Knox Léon y Vivienne Marcheline. Ahora, semejante Arcadia feliz podría verse transformada en campo de batalla o escenario de un cruento 'remake' de 'Las uvas de la ira'.
Técnica del sangrado
El aire puro, la exuberancia vegetal y las embriagadoras fragancias de la campiña francesa que enamoraban a Russell Crowe en 'Un buen año', hasta hacerlo pasar de amargado tiburón de la City londinense a feliz viticultor de la Provenza, sedujeron también en su día a Pitt y Jolie. Hoy las dos estrellas de Hollywood están familiarizadas con el 'coupage' de garnacha, monastrell y cariñena con el que se elaboran sus exitosos vinos. Con un precio que ronda los 22 euros, el 'Château Miraval Rosé' se macera parcialmente con los hollejos de la uva Syrah, cuyo mosto se obtiene por el método del sangrado... Dicho así, la técnica suena un tanto escalofriante, sobre todo si se tiene en cuenta que Angelina podría estar pensando en aplicársela a su exmarido, Brad Pitt.
No hay comentarios:
Publicar un comentario