TITULO: REVISTA FARMACIA - La esperanza de la terapia más cara del mundo,.
La esperanza de la terapia más cara del mundo,.
Un equipo del hospital de La Paz, liderado por el doctor Antonio Pérez Martínez, logra la remisión de la leucemia en un niño gracias a un nuevo fármaco que anima a ver el futuro de la cura del cáncer con otros ojos,.
En casos como el de este niño, hablar de cura no es lo más adecuado. Tienen que pasar muchos años para emplear esta palabra con propiedad. Pero el retroceso que ha mostrado la enfermedad sí es suficiente para celebrar que él es uno de los primeros 'casos de éxito' de la nueva terpia. Como él, un centenar de niños al año podrían ser tratados con ella de su leucemia y, en breve, se empezarán a ver los efectos en otros pacientes. En adultos también se aplica y se estima que cada año puedan beneficiarse unos 200.
Santi es paciente del doctor Antonio Pérez Martínez, jefe del Servicio de Hemato-Oncología Pediátrica de La Paz y director del grupo de investigación en terapias innovadoras contra el cáncer del mismo centro hospitalario. Él lidera el equipo de especialistas (desde genetistas a bioquímicos) que trabajan con ahínco para dar con nuevas fórmulas para tratar las formas de cánceres infantiles más devastadoras. El éxito que han experimentado con su joven paciente merece la alegría que demuestra por duplicado: por el paciente y su familia, que por primera vez en dos años ven luz en el camino contra la leucemia, y porque se demuestra la eficacia –hasta el momento– de las llamadas terapias CAR-T en España. «Este caso viene a decirnos que otra forma de tratar el cáncer es posible», explica el doctor Pérez Martínez desde la planta de La Paz en la que son tratados otros niños.
Hasta ahora las estrategias para curar este y otros cánceres han sido las clásicas farmacológicas, quimioterapias, radioterapia y cirugía. Pero ahora hablamos de un medicamento que «está vivo» porque está hecho con las propias células del paciente para dotar al sistema inmune de nuevas herramientas para luchar contra el cáncer. El proceso es el que sigue: en el hospital se extraen las células del paciente, se criopreservan, y se mandan a un laboratorio en EE UU donde tardan unas cinco semanas en modificarlas genéticamente, esto es, reprogramarlas para que sean ellas mismas las que ataquen a la leucemia. «El CAR-T es un virus (un vector) con el que se 'infecta' la célula del paciente y que funciona como un caballo de troya. Está dentro de ella para que cuando se abra la célula exprese la información que lleva este. El CAR-T es como un robot que está programado para atacar una molécula (la CD19) propia de leucemia de células B. Así, cuando llega al cuerpo, mata todo lo que lleve esta molécula que ya previamente ha sido identificada y asociada a este tipo de cáncer en el laboratorio», explica el doctor con auténtica pasión docente.
El principal efecto secundario es la «tormenta de fitoquinas». Eso es un cuadro inflamatorio que, de no poder ser controlado, puede llevar al paciente a la muerte. «En la respuesta inmunitaria tiene que darse una inflamación pero tienes que ser capaz de controlarla, sino puede ser devastadora», precisa el Pérez Martínez. De lograrlo, la peor complicación es una inmunodeficiencia común variable, una enfermedad derivada de la falta de linfocitos B pero tratable. Y es que el CAR-T es un 'robot' muy selectivo, pero no tan inteligente. Porque en su batalla contra las moléculas de la citada leucemia también mata a los linfocitos B sanos.
Sobre el riesgo de recaída, el estudio pivotal realizado en EE UU indica que el 90% de los pacientes responde positivamente al mes y casi un 60% mantiene esta respuesta a partir del año. «Esperamos que estos resultados se reproduzcan en España», donde aún no ha pasado el tiempo suficiente para saberlo. Son terapias «tremendamente complejas y desconocidas» que requieren del conocimiento y la experiencia. De ahí que solo hayan sido asignados por el Ministerio y certificados por el laboratorio que 'vende' la producción del medicamento unos pocos centros españoles para aplicarlas.
-¿Genera esta selección una desigualdad en el acceso al tratamiento?
-La equidad no es que los pacientes tengan acceso al diagnóstico o el tratamiento en su provincia. La equidad real es que los pacientes tengan acceso al diagnótico y al tratamiento al mismo nivel que el resto, allá donde sea. No tiene sentido que la leucemia se trate en todas las provincias de una comunidad autónoma, porque son enfermedades raras, muy complejas, que necesitan muchísimo 'expertise', con muchos investigadores de diferentes ramas trabajando y esto solo se puede tener en centros grandes. Acabo de salir de una reunión en la que había 18 especialistas. Y esto no lo pueden tener centros pequeños. Esto queda más en evidencia cuando hablamos de terapias complejas como las CAR-T. El ministerio lo que ha hecho ha sido poner reglas, porque se quiere asegurar de que los centros que hagan estas terapias tengan un coste/efectividad ajustado. Eso sí, creemos que por cuestiones ajenas a la experiencia médica han sido asignados más centros en Cataluña, que ha generado fricciones entre los especialistas que estamos en esto. Creo que habría que tratar de compensar estas diferencias.
Estas terapias son también sorprendentes por su precio. No en vano son conocidas como las más caras del momento. Cada tratamiento cuesta 370.000 euros. Pero Sanidad ha llegado al acuerdo de pagar la mitad cuando se le aplique al paciente y la otra mitad cuando, pasados 18 meses, no haya recaído. «Esto dice mucho de las dos partes. Del ministerio, que quiere aplicar las terapias más innovadoras y a la vez procurar la sostenibilidad del sistema; y del laboratorio, que acepta porque está muy seguro de la eficacia del tratamiento. Es muy interesante», valora el pediatra, que defiende una colaboración de la industria y de la academia para avanzar en el desarrollo de las terapias CAR-T e investigar para aplicarlas en otros tumores, como ahora hace con su equipo de investigación en tres ensayos (sarcoma refractario, méudoblastomas y lucemias no B), financiados por la Fundación Cris y Sanidad, además de otras aportaciones de fundaciones y organizaciones.
«Hemos visto que en estos casos, en los que el medicamento actual no sirve, nuestro CAR-T, enfocado a otras moléculas, en condiciones experimentales, no clínicas, es tremendamente efectivo. Eso nos ha permitido dar el paso para ver si somos capaces de producir el CAR-T, pero no en un tubo o en un modelo animal, sino fabricarlo para hacer la celularidad suficiente para ponerlo a un paciente. Ahora mismo hemos demostrado que es posible, que ronda los 40.000 euros y, tras publicar, a partir del año que viene comenzamos los ensayos para los que hemos recibido financiación», explica el especialista.
En las CAR-T, él no ve el futuro de la cura del cáncer: «Esta enfermedad se curará, pero las CAR-T no serán la solución definitiva. Tendrán un papel importante y serán complementarias. Eso sí, son una esperanza. Sin duda».
FUNDACIÓN CRIS
- Objeto.
- Tiene como objeto la investigación contra el cáncer infantil. Por ejemplo, sostienen el equipo de terapias innovadoras de La Paz. Todos los fondos proceden de las aportaciones de socios particulares.
- Contacto para colaborar.
- 900813075 | Página web | Mail. cris@criscancer.org.
¿CAR-T académico o comercial? Una cuestión más allá del precio
Existe polémica entorno al precio de las terapias CAR-T porque hospitales como el Clinic de Barcelona las han desarrollado con un coste de 50.000 euros. ¿Por qué entonces pagar más de 300.000 a los laboratorios? La pregunta es una reacción lógica a la diferencia que existe, pero la respuesta que lo explica no es menos razonable.Cuando hablamos de la terapia fabricada en un centro hospitalario, hablamos de un producto de investigación, no de un medicamento. ¿Cuál es la diferencia? Que los laboratorios han pasado por ese proceso de fabricación, pero también por dos ensayos clínicos. Una vez superados estos, el producto alcanza la categoría de medicamento. Y estos ensayos, en fase I y en fase II, tienen también su coste.
En el caso de los hospitales catalanes, ya han superado un ensayo en la primera fase y comenzarán en breve la segunda y, quién sabe, podría hacer falta una tercera hasta poder certificar la seguridad y la eficacia del medicamento. Cuando estos ensayos hayan terminado, ya se podrá hablar del coste real y cerrado que ha tenido el desarrollo de este medicamento. Hasta ahora no puede ser denominado como tal, sino como un producto de investigación.
Mientras este momento llega, el foco se ha puesto en tratar de salvar vidas, en este caso de niños con leucemia, con el medicamento ya testado, no con el producto de una investigación en desarrollo, poniendo a disposición de los pacientes las terapias más punteras del mundo ahora disponibles. El futuro, que en opinión de muchos expertos pasa por la colaboración entre los laboratorios y la academia, pasa por apoyar la investigación que ya se está llevando a cabo en los distintos centros dotados para ello.
TITULO: CAFE, COPA Y Es muy arriesgado que el dinero golee al romanticismo” ,.
Es muy arriesgado que el dinero golee al romanticismo”,.
En julio de 2000, Jorge Valdano charló con el mítico Johan Cruyff para EL PAÍS. El argentino reflexiona con Jordi Cruyff, también articulista de EL PAÍS, sobre su padre y el futuro.
En la Fundación Johan Cruyff, Jordi Cruyff espera a Jorge Valdano.
Tiene ganas de conversar con el argentino, una charla que evoca la que
su padre tuvo con el columnista de EL PAÍS en julio de 2000. “¿Esas
botas eran de tu padre?”, le pregunta Valdano. Jordi Cruyff, también hoy
articulista en este periódico, las coge y observa si están rotas por
dentro. “Calzábamos igual, pero él tenía un sobrehueso”. Valdano y
Cruyff, siempre con del mentor del Dream Team presente, recuerdan el pasado y piensan en futuro.
Jorge Valdano. Hace 20 años entrevisté a tu padre en Santander y, como siempre, se anticipaba a los tiempos. Una de las cosas que me dijo fue que había demasiados intrusos en el mundo del fútbol. Desde entonces, el número de intrusos ha crecido exponencialmente, como también la industria. Tu experiencia es más itinerante: estuviste en Inglaterra, en Israel y ahora en China. ¿Tienes una visión de hacia dónde vamos?
Jordi Cruyff. Mi padre tenía las ideas muy claras y las explicaba a su manera y con su vocabulario. Él, respecto a los de los intrusos, pensaba que las decisiones futboleras tienen que ser tomadas por gente del fútbol. Hoy, un empresario que ha tenido éxito en los negocios, compra un equipo y se cree que es lo mismo. Y no lo es. Mi padre siempre decía que lo importante no eran los directivos, sino los futbolistas y los entrenadores. Y que las decisiones sobre estos las tiene que tomar gente que conozca un vestuario.
J. V. Ahora hay otro tipo de intrusos: la tecnología y el big data. Antes, para tener autoridad tenías que ir a ver los partidos. Llegó un momento en el que la pereza nos llevó a ver vídeos en lugar de ver partidos. En la actualidad, directamente vamos a los algoritmos para analizar a un futbolista.
J. C. Mi padre, por ejemplo, tomaba las decisiones sobre la marcha, según lo que se olía. Estoy convencido de que habrá cambiado alineaciones en el último momento. Y, por ejemplo, él podía tener el plan de entrenamiento escrito en un papelito y, en el camino del vestuario al campo, en esos 100 o 200 metros, se olía lo que había en la plantilla y le decía a Charly [Rexach, su segundo]: “Esto los vamos a cambiar”. Y desmontaban todo sobre la marcha. Hoy, hacer eso es imposible.
J. V. ¿Guardiola le puso método a la intuición descomunal de tu padre?
J. C. Creo que sí. A veces miro algunas de las alineaciones de mi padre y pienso que estaba loco. ¡Qué valiente! No hay explicación. Jugaba con un extremo como Goikoetxea de lateral izquierdo, un mediocampista como Eusebio de lateral derecho, Koeman y Pep… Era lo menos defensivo del mundo.
J. V. ¿Cómo se hace para ser hijo de él?
J. C. Desde pequeño entendí que era imposible compararse. A la gente le gusta pensar que el hijo puede ser mejor que el padre, pero yo no me engañé nunca. Me di cuenta de que era uno del 99% de los futbolistas. Era una comparación que no podía ganar, ni yo ni la mayoría. También hubo una etapa en el Barça en la que me costó y preferí tener un crecimiento pacífico, sin esas guerras que siempre había porque mi padre no era fácil, sobre todo para un directivo.
J. V. Tenía amigos y enemigos.
J. C. Sí. Y era una batalla en la que me veía involucrado sin que realmente me importara.
J. V. ¿Eres optimista respecto al fútbol?
J. C. No tanto como mi padre. Me acuerdo, por ejemplo, de que había un jugador del Atlético de Madrid que se desmarcaba bien [MANOLO]. Y él decía: “Entonces no lo marcamos. No sabrá qué hacer con el balón”. Son cosas muy lógicas, pero parece una locura ponerlas en práctica.
J. V. ¿Por qué dices que eres menos optimista que tu padre?
J. C. Cuando encaraba un partido solo miraba una parte. La de cómo atacar, no se preocupaba tanto de defender. Pensaba que, si su equipo tenía el balón, iba a dictar lo que pasaría en el partido. Pero hay muchos equipos que no tienen plantilla para poder hacerlo y entonces tienen que pensar un poco en cómo evitar que les hagan daño. Mi padre tuvo la suerte de poder elegir. Y era listo: Ajax y Barcelona son dos clubes en los que podía hacer lo que él quería.
J. V. ¿Disfrutaría hoy del fútbol y la invasión tecnológica?
J. C. Menos, pero hay muchos equipos que juegan desde atrás y que son valientes. Él también fue de los primeros en hacer esto: en el Ajax puso un portero que era mejor con los pies que con las manos y jugaba a 40 metros de la portería.
J. V. Tu padre hablaba de que el fútbol en España era muy federal, que había demasiadas autonomías y que eso perjudicaba a la selección porque convivían demasiados estilos y resultaba difícil crear algo homogéneo. El tiempo demostró que ese antecedente le favoreció al jugador español precisamente para perder el miedo a los diferentes estilos. Y se terminaron adaptando muy bien a la globalización. No solo ganaron un Mundial, sino que también han salido de España para ir a otras ligas donde son grandes referentes.
J. C. Hubo una época en la que el jugador español se quedaba en España. Para ir al extranjero tienes que aprender el idioma. Como holandés es más fácil, porque Holanda nunca es una estación final. La liga holandesa es una plataforma mientras que la española es donde quieres llegar, mantenerte y acabar. España ha tenido que hacer este cambio y Holanda siempre ha tenido entrenadores y jugadores viajeros. Nadie habla holandés. Entonces o aprendes tú o no te entiende nadie. Mi padre lo llevaba dentro. No hablaba perfecto ningún idioma, pero tenía su lógica para todos.
J. V. La revolución del fútbol holandés, que empezó con tu padre como jugador, partió de una idea. En España se la debemos más a una generación de jugadores: a la complicidad alrededor de Xavi, Iniesta, Xabi Alonso, Busquets… Un buen número de jugadores de gran nivel que terminaron creando una escuela.
J. C. El futbolista español era bueno técnicamente,
pero siempre se hablaba más del carácter y de la furia. Hoy, el jugador
español es de los que más cómodo se siente con balón en el mundo. Con
una ventaja, mantiene el carácter. Han mezclado las dos cosas. Un equipo
holandés tiene que estar en forma para ganar; uno español, en cambio,
cuando tiene un día malo también saca resultados. Eso es carácter y
capacidad futbolística.
J. V. Me interesa tu visión sobre la famosa Superliga europea, que hará mucho más ricos a los ricos, pero que ya sabemos cual será la consecuencia.
J. C. Mi padre era un romántico. Y yo creo que tienen mucho más interés algunos partidos de una liga local que otros de la Champions. Entiendo la idea de los clubes grandes porque, cuando se comparan con cualquier deporte americano, observan que no se llega al nivel de negocio de Estados Unidos. Pero romper lo tradicional, que es lo que le gusta a la gente, es muy arriesgado. En el momento en el que das ese paso ya no se puede volver atrás. En Inglaterra la gente prefiere un derbi City-United que ver un Inter-United. Los equipos grandes quieren tener su presencia asegurada, pero la belleza del deporte en general —y también del fútbol— es ver que equipos pequeños se puedan colar. El fútbol también necesita casos como el del Leicester [increíble campeón de la Premier en 2016].
J. V. El dinero va ganando por goleada en su pulso con el romanticismo. Ya en la Champions se obliga a jugar al campeón checo tres eliminatorias.
J. C. El Ajax, semifinalista, ha tenido que jugar dos previas.
J. V. Pero el cuarto clasificado de España o Inglaterra se planta en la fase de grupos.
J. C. Hay ligas que son mejores que otras.
J. V. El problema es que mejores significan más ricas. Las cinco ligas más ricas son las que tienen todos sus representantes en octavos. Y yo me pregunto: cuando sea muy rico China, ¿futbolísticamente también habrá que integrarla al negocio?
J. C. Es arriesgado perder el romanticismo. Hay que mantener el equilibrio. Al final, los equipos buenos siempre se van a clasificar. Pero es más importante cuidar al campeón de Holanda, de Bélgica o de la República Checa, que al número cuatro de España. Se llama la Liga de Campeones y no siempre participan los campeones.
J. V. El fútbol es imprevisible. ¿Cómo crees que recibirá el aficionado común un cambio tan rotundo? De pasar de una liga nacional, en la que hace mucha ilusión ganarle al pueblo de al lado, a una liga internacional en la que nos vamos a tener que habituar a ver grandes partidos con grandes actores.
J. C. No lo tengo claro. Europa se hizo para unir, pero cada vez hay más gente que quiere salir. No tengo claro el sentimiento general. Los estadios en Inglaterra y Alemania se llenan y eso significa que están contentos con lo que tienen.
J. V. ¿No crees que el romanticismo es cosa de las generaciones anteriores? La gente joven que tiene una relación amorosa con la tecnología, que quiere impacto y que ama los grandes jugadores y nombres estelares, ¿va a empezar a pedir cosas distintas? Recuerdo unas declaraciones de Pablo Aimar en las que aseguraba que pertenecía a la última generación que verá partidos enteros. Me asustó, pero me pareció real. No sé cómo va a tener que hacer el fútbol para adaptarse.
J. C. Estoy de acuerdo en que la nueva generación quiere información rápida. No quiere ver 90 minutos, sino un clip de tres con las mejores acciones del partido. Todo cambia. Hace muchos años se esperaba hasta el día siguiente para leer algo de un gran acontecimiento. Hoy, a los 20 segundos ya tienes 20 sitios diferentes donde lo puedes leer. No hay tiempo para reflexionar. Pero es en todo, no solo en el deporte. La tecnología genera esto, o seguimos o nos quedamos atrás. No hay freno.
J. V. Siempre he dicho que en el hombre hay una trastienda animal y que hay que contentarla. Hay que darle de comer con grandes emociones. Y el fútbol sirve para contentar a través de una ficción, muy emocional, a ese primitivismo y salvajismo, que ayuda a que nos desfoguemos en un sitio civilizado. Pero si civilizamos demasiado al fútbol servirá para otra cosa, pero no para eso.
J. C. Se está robotizando. A lo mejor, en 20 años, no habrá ni árbitro. Nos reímos pensando que es imposible, pero todo puede pasar. A mí me gusta coleccionar camisetas de los años 80. A veces, las cojo y casi se me caen de las manos. Cuando llovía no podías correr con ellas. Hoy, son de plástico. Formo parte de una generación que se ha tenido que adaptar a las novedades, sobre todo a la tecnología y a la información. Pero en una parte del corazón se ha quedado el niño al que le gustaban los cromos.
J. V. Seguimos esperando que regreses a España...
J. C. Llegará el momento. Cada vez tengo más ganas de volver. Me marché con 21 años y, salvo la etapa del Alavés y el año del Espanyol, he estado siempre fuera. Veintitantos años...
J. V. ¿Te sientes de Barcelona?
J. C. Sí, cuando digo casa pienso en Barcelona. Tengo 45 años y en Holanda he vivido solo cinco o seis. Mi padre nos arrastró por todo el mundo. Cuando había que irse veía una montaña en tener que dejar amigos y en cambiar de colegio. Al final, le doy las gracias porque tener experiencias por todo el mundo y conocer diferentes sitios es lo más enriquecedor que hay.
J. V. Como te hemos devuelto a casa, es el momento de terminar la conversación. A la espera de tus próximas decisiones. Gracias por traernos a tu casa.
J. C. Y ahí está él [señala una fotografía de su padre marcando un golazo de espuela al Atlético]... Siempre por encima de nosotros.
J. V. Siempre vigilante. Está de perfil, pero nos mira.
Jorge Valdano. Hace 20 años entrevisté a tu padre en Santander y, como siempre, se anticipaba a los tiempos. Una de las cosas que me dijo fue que había demasiados intrusos en el mundo del fútbol. Desde entonces, el número de intrusos ha crecido exponencialmente, como también la industria. Tu experiencia es más itinerante: estuviste en Inglaterra, en Israel y ahora en China. ¿Tienes una visión de hacia dónde vamos?
Jordi Cruyff. Mi padre tenía las ideas muy claras y las explicaba a su manera y con su vocabulario. Él, respecto a los de los intrusos, pensaba que las decisiones futboleras tienen que ser tomadas por gente del fútbol. Hoy, un empresario que ha tenido éxito en los negocios, compra un equipo y se cree que es lo mismo. Y no lo es. Mi padre siempre decía que lo importante no eran los directivos, sino los futbolistas y los entrenadores. Y que las decisiones sobre estos las tiene que tomar gente que conozca un vestuario.
J. V. Ahora hay otro tipo de intrusos: la tecnología y el big data. Antes, para tener autoridad tenías que ir a ver los partidos. Llegó un momento en el que la pereza nos llevó a ver vídeos en lugar de ver partidos. En la actualidad, directamente vamos a los algoritmos para analizar a un futbolista.
J. C. Mi padre, por ejemplo, tomaba las decisiones sobre la marcha, según lo que se olía. Estoy convencido de que habrá cambiado alineaciones en el último momento. Y, por ejemplo, él podía tener el plan de entrenamiento escrito en un papelito y, en el camino del vestuario al campo, en esos 100 o 200 metros, se olía lo que había en la plantilla y le decía a Charly [Rexach, su segundo]: “Esto los vamos a cambiar”. Y desmontaban todo sobre la marcha. Hoy, hacer eso es imposible.
J. V. ¿Guardiola le puso método a la intuición descomunal de tu padre?
J. C. Creo que sí. A veces miro algunas de las alineaciones de mi padre y pienso que estaba loco. ¡Qué valiente! No hay explicación. Jugaba con un extremo como Goikoetxea de lateral izquierdo, un mediocampista como Eusebio de lateral derecho, Koeman y Pep… Era lo menos defensivo del mundo.
J. V. ¿Cómo se hace para ser hijo de él?
J. C. Desde pequeño entendí que era imposible compararse. A la gente le gusta pensar que el hijo puede ser mejor que el padre, pero yo no me engañé nunca. Me di cuenta de que era uno del 99% de los futbolistas. Era una comparación que no podía ganar, ni yo ni la mayoría. También hubo una etapa en el Barça en la que me costó y preferí tener un crecimiento pacífico, sin esas guerras que siempre había porque mi padre no era fácil, sobre todo para un directivo.
J. V. Tenía amigos y enemigos.
J. C. Sí. Y era una batalla en la que me veía involucrado sin que realmente me importara.
J. V. ¿Eres optimista respecto al fútbol?
J. C. No tanto como mi padre. Me acuerdo, por ejemplo, de que había un jugador del Atlético de Madrid que se desmarcaba bien [MANOLO]. Y él decía: “Entonces no lo marcamos. No sabrá qué hacer con el balón”. Son cosas muy lógicas, pero parece una locura ponerlas en práctica.
J. V. ¿Por qué dices que eres menos optimista que tu padre?
J. C. Cuando encaraba un partido solo miraba una parte. La de cómo atacar, no se preocupaba tanto de defender. Pensaba que, si su equipo tenía el balón, iba a dictar lo que pasaría en el partido. Pero hay muchos equipos que no tienen plantilla para poder hacerlo y entonces tienen que pensar un poco en cómo evitar que les hagan daño. Mi padre tuvo la suerte de poder elegir. Y era listo: Ajax y Barcelona son dos clubes en los que podía hacer lo que él quería.
J. V. ¿Disfrutaría hoy del fútbol y la invasión tecnológica?
J. C. Menos, pero hay muchos equipos que juegan desde atrás y que son valientes. Él también fue de los primeros en hacer esto: en el Ajax puso un portero que era mejor con los pies que con las manos y jugaba a 40 metros de la portería.
J. V. Tu padre hablaba de que el fútbol en España era muy federal, que había demasiadas autonomías y que eso perjudicaba a la selección porque convivían demasiados estilos y resultaba difícil crear algo homogéneo. El tiempo demostró que ese antecedente le favoreció al jugador español precisamente para perder el miedo a los diferentes estilos. Y se terminaron adaptando muy bien a la globalización. No solo ganaron un Mundial, sino que también han salido de España para ir a otras ligas donde son grandes referentes.
J. C. Hubo una época en la que el jugador español se quedaba en España. Para ir al extranjero tienes que aprender el idioma. Como holandés es más fácil, porque Holanda nunca es una estación final. La liga holandesa es una plataforma mientras que la española es donde quieres llegar, mantenerte y acabar. España ha tenido que hacer este cambio y Holanda siempre ha tenido entrenadores y jugadores viajeros. Nadie habla holandés. Entonces o aprendes tú o no te entiende nadie. Mi padre lo llevaba dentro. No hablaba perfecto ningún idioma, pero tenía su lógica para todos.
J. V. La revolución del fútbol holandés, que empezó con tu padre como jugador, partió de una idea. En España se la debemos más a una generación de jugadores: a la complicidad alrededor de Xavi, Iniesta, Xabi Alonso, Busquets… Un buen número de jugadores de gran nivel que terminaron creando una escuela.
J. V. Me interesa tu visión sobre la famosa Superliga europea, que hará mucho más ricos a los ricos, pero que ya sabemos cual será la consecuencia.
J. C. Mi padre era un romántico. Y yo creo que tienen mucho más interés algunos partidos de una liga local que otros de la Champions. Entiendo la idea de los clubes grandes porque, cuando se comparan con cualquier deporte americano, observan que no se llega al nivel de negocio de Estados Unidos. Pero romper lo tradicional, que es lo que le gusta a la gente, es muy arriesgado. En el momento en el que das ese paso ya no se puede volver atrás. En Inglaterra la gente prefiere un derbi City-United que ver un Inter-United. Los equipos grandes quieren tener su presencia asegurada, pero la belleza del deporte en general —y también del fútbol— es ver que equipos pequeños se puedan colar. El fútbol también necesita casos como el del Leicester [increíble campeón de la Premier en 2016].
J. V. El dinero va ganando por goleada en su pulso con el romanticismo. Ya en la Champions se obliga a jugar al campeón checo tres eliminatorias.
J. C. El Ajax, semifinalista, ha tenido que jugar dos previas.
J. V. Pero el cuarto clasificado de España o Inglaterra se planta en la fase de grupos.
J. C. Hay ligas que son mejores que otras.
J. V. El problema es que mejores significan más ricas. Las cinco ligas más ricas son las que tienen todos sus representantes en octavos. Y yo me pregunto: cuando sea muy rico China, ¿futbolísticamente también habrá que integrarla al negocio?
J. C. Es arriesgado perder el romanticismo. Hay que mantener el equilibrio. Al final, los equipos buenos siempre se van a clasificar. Pero es más importante cuidar al campeón de Holanda, de Bélgica o de la República Checa, que al número cuatro de España. Se llama la Liga de Campeones y no siempre participan los campeones.
J. V. El fútbol es imprevisible. ¿Cómo crees que recibirá el aficionado común un cambio tan rotundo? De pasar de una liga nacional, en la que hace mucha ilusión ganarle al pueblo de al lado, a una liga internacional en la que nos vamos a tener que habituar a ver grandes partidos con grandes actores.
J. C. No lo tengo claro. Europa se hizo para unir, pero cada vez hay más gente que quiere salir. No tengo claro el sentimiento general. Los estadios en Inglaterra y Alemania se llenan y eso significa que están contentos con lo que tienen.
J. V. ¿No crees que el romanticismo es cosa de las generaciones anteriores? La gente joven que tiene una relación amorosa con la tecnología, que quiere impacto y que ama los grandes jugadores y nombres estelares, ¿va a empezar a pedir cosas distintas? Recuerdo unas declaraciones de Pablo Aimar en las que aseguraba que pertenecía a la última generación que verá partidos enteros. Me asustó, pero me pareció real. No sé cómo va a tener que hacer el fútbol para adaptarse.
J. C. Estoy de acuerdo en que la nueva generación quiere información rápida. No quiere ver 90 minutos, sino un clip de tres con las mejores acciones del partido. Todo cambia. Hace muchos años se esperaba hasta el día siguiente para leer algo de un gran acontecimiento. Hoy, a los 20 segundos ya tienes 20 sitios diferentes donde lo puedes leer. No hay tiempo para reflexionar. Pero es en todo, no solo en el deporte. La tecnología genera esto, o seguimos o nos quedamos atrás. No hay freno.
J. V. Siempre he dicho que en el hombre hay una trastienda animal y que hay que contentarla. Hay que darle de comer con grandes emociones. Y el fútbol sirve para contentar a través de una ficción, muy emocional, a ese primitivismo y salvajismo, que ayuda a que nos desfoguemos en un sitio civilizado. Pero si civilizamos demasiado al fútbol servirá para otra cosa, pero no para eso.
J. C. Se está robotizando. A lo mejor, en 20 años, no habrá ni árbitro. Nos reímos pensando que es imposible, pero todo puede pasar. A mí me gusta coleccionar camisetas de los años 80. A veces, las cojo y casi se me caen de las manos. Cuando llovía no podías correr con ellas. Hoy, son de plástico. Formo parte de una generación que se ha tenido que adaptar a las novedades, sobre todo a la tecnología y a la información. Pero en una parte del corazón se ha quedado el niño al que le gustaban los cromos.
J. V. Seguimos esperando que regreses a España...
J. C. Llegará el momento. Cada vez tengo más ganas de volver. Me marché con 21 años y, salvo la etapa del Alavés y el año del Espanyol, he estado siempre fuera. Veintitantos años...
J. V. ¿Te sientes de Barcelona?
J. C. Sí, cuando digo casa pienso en Barcelona. Tengo 45 años y en Holanda he vivido solo cinco o seis. Mi padre nos arrastró por todo el mundo. Cuando había que irse veía una montaña en tener que dejar amigos y en cambiar de colegio. Al final, le doy las gracias porque tener experiencias por todo el mundo y conocer diferentes sitios es lo más enriquecedor que hay.
J. V. Como te hemos devuelto a casa, es el momento de terminar la conversación. A la espera de tus próximas decisiones. Gracias por traernos a tu casa.
J. C. Y ahí está él [señala una fotografía de su padre marcando un golazo de espuela al Atlético]... Siempre por encima de nosotros.
J. V. Siempre vigilante. Está de perfil, pero nos mira.
TITULO: Víctimas del misterio - Los 200.000 cadáveres sin nombre de Colombia,.
Los 200.000 cadáveres sin nombre de Colombia,.
El hallazgo de una fosa común con víctimas atribuidas a ejecuciones extrajudiciales enfrenta al país con su pasado,.
Fueron, según el testimonio de un exmilitar y los indicios del caso, asesinadas por miembros del Ejército y después presentadas como guerrilleros caídos en combate a cambio de recompensas. Estas ejecuciones, el enésimo caso de una práctica sistemática llamada falsos positivos, ocurrieron entre 2005 y 2007 y son una pequeña muestra de los números de vértigo que dejó más de medio siglo de violencia. Además de los más de 260.000 muertos, según los cálculos del Centro de Memoria Histórica, un organismo público, hubo entre 80.000 y 100.000 desaparecidos, aunque el Instituto de Medicina Legal estima que todavía hay 200.000 cuerpos sin identificar. Víctimas de la guerrilla, de los paramilitares, de las Fuerzas Armadas.
Oliva Rueda, de 55 años, también se presenta como víctima. Su marido, relata, desapareció hace 19 años mientras trabajaba en el campo. Ya bajo el porche de su casa, se disculpa por no poder ofrecer nada y afirma que su familia denunció a unos militares y recibió 12,5 millones de pesos (unos 3.400 euros actuales) de indemnización. “Entonces trabajaba en la gasolinera, salía en torno a las dos de la mañana y tenía miedo”. El temor era no llegar a casa. “Quienes hemos sufrido más la guerra hemos sido los campesinos”, continúa. “Ahora es más seguro, pero siempre había un combo de unos y de otros”, dice en referencia a combatientes y los grupos ilegales de la contrainsurgencia Jesús Abraham Cartagena, de 70 años, una vida trabajando la tierra.
Dabeiba, en el departamento de Antioquia (noroeste del país), fue azotada durante décadas por una tormenta perfecta de muerte e injusticias. Combatientes, paramilitares y sectores desviados del Ejército convirtieron este municipio en uno de los epicentros del conflicto. En el plebiscito sobre los acuerdos de paz con las FARC de 2016, en esta zona ganó el sí, como sucedió en casi todas las poblaciones más castigadas por la violencia. Hoy es un pueblo caótico y alegre que busca dejar atrás el pasado y celebró la Navidad con salsa y, sobre todo, reguetón hasta la madrugada. Pero el drama de las desapariciones, de la búsqueda de familiares y del cierre de las heridas va más allá. Tres años después de la firma de la paz, Colombia se enfrenta no solo a la transición que, de forma directa o indirecta, determina el debate político, sino a su memoria.
Una de las que siguió de primera mano los trabajos de la Jurisdicción Especial para la Paz hasta el cementerio de Dabeiba fue Adriana Arboleda, abogada y portavoz del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes del Estado. Defiende que estas exhumaciones continúen y prosiga la investigación para que no se queden en buenas intenciones. Y para que todos los colombianos entiendan que “estos son crímenes atroces”. El tribunal señala, por ejemplo, sobre el último hallazgo: “Los indicios preliminares indicarían que se trata de hombres entre los 15 y los 56 años, con domicilio en Medellín y entre los que se encontrarían personas en condición de discapacidad”. En febrero, la corte escuchará el testimonio del general Mario Montoya Uribe, jefe del Ejército hasta 2008, a quien esta semana fue notificada una orden de comparecencia. La JEP explica que “podrá hacer un reconocimiento de verdad y responsabilidad o negar los hechos o aducir que carecen de relación con el conflicto”.
El presidente, Iván Duque, apoyó esa investigación. En los últimos meses, las Fuerzas Militares han estado en el ojo del huracán por el regreso de esos fantasmas al imaginario colectivo. El ministro de Defensa Guillermo Botero tuvo que renunciar a principios de noviembre tras conocerse que ocultó una operación contra unas disidencias de las FARC en las que murieron menores. Y el comandante del Ejército, Nicacio Martínez Espinel, cuestionado por una directriz que alentaba a los soldados a mejorar resultados y por su pasado como segundo al mando de una brigada señalada por ejecuciones extrajudiciales, dejó su cargo el viernes alegando motivos familiares.
Pero los llamados falsos positivos solo representan un porcentaje muy pequeño de las desapariciones forzadas. Según la Fiscalía, entre 1998 y 2014 hubo casi 2.250 asesinatos de civiles perpetrados por militares, la inmensa mayoría durante los dos mandatos del expresidente Álvaro Uribe.
Las extintas FARC, que hoy son un partido político y se sientan en el Congreso con diez escaños, y los grupos paramilitares encadenaron crímenes durante décadas y en Dabeiba todos tienen alguna historia de horror relacionada con unos otros y con otros. Los miembros de las autodefensas siguen delinquiendo bajo el disfraz del Clan del Golfo, principal cartel de narcotraficantes de Colombia. Y la mayoría de exguerrilleros en fase de reinserción están concentrados en la cercana vereda de Llano Grande, escondida entre las montañas a una hora del casco urbano.
—Buscamos a Isaías Trujillo.
—¿Quién lo busca?
—Somos periodistas, queremos visitar la vereda.
—Me llamo Óscar Úsuga Restrepo.
Más abajo, cerca de la escuela, el campo de fútbol y el centro de salud, el sargento López reparte regalos a los niños junto a unas religiosas. Peluches y juguetes, sobre todo. Este año han recibido 130 gracias a una fundación. “Quiero darle las gracias para hacer que nuestra Navidad sea más feliz”, escribió uno de ellos en una tarjeta de agradecimientos. Mientras tanto, todos se preparan para celebrar la noche. Alexandra Restrepo, 18 años y unos estudios de Medicina en La Habana en el horizonte, asegura que tendrán permiso para bailar hasta las cinco de la mañana. Igual que en el pueblo, la urgencia de la memoria se entremezcla con el deseo de pasar página.
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