XLSemanal. Nat, el
personaje de Laia, es una de las mujeres más odiadas de la literatura
reciente, sometida incluso a linchamiento en las redes sociales. A la
hora de aceptar el papel, ¿eso jugó a favor o en contra?
Laia Costa. A favor, claro [sonríe]. Me molestaba que hubiera sido linchada, víctima de un montón de prejuicios sobre las mujeres. Pensé: «Seguro que hay algo más ahí».
XL. ¿Y qué descubrió?
L.C. Eso se lo dejo al espectador. Solo espero que
la gente no se quede en «este personaje me cae mal o me cae bien». Se
perderían lo que de verdad te quiere contar esta historia.
XL. ¿Está advirtiendo al público que le será difícil empatizar con estos personajes?
L.C. No, pero deberán poner de su parte. En el
mundo literario de Sara Mesa, a priori todo parece alejado de tu propia
vida..., hasta que descubres que no tanto.
XL. ¿Y en su caso, Hovik…?
Hovik Keuchkerian. En mi caso, ¿qué?
XL. … ¿que qué le atrajo de Andreas, su personaje?
H.K. Pues que me llamó Coixet y, como comprenderás, eso
es un regalo acojonante. Luego me leí la novela, que es un libro que
nunca hubiera leído, la verdad…
«Yo dejé el boxeo, me pasé año y medio borracho como una rata,
empecé a trabajar como jefe de seguridad y, un buen día, un amigo me
invitó a subir a un escenario»
Hovik Keuchkerian
XL. ¿Por qué?
H.K. Porque no tenía ni puta idea de quién era Sara
Mesa. Pero la leí y me flipó cómo escribe. Leía y me preguntaba qué
cojones está pasando, ¿por qué esta tía escribe así? Seco, directo. Y me
dije: «Hostia puta, cómo escribe esta tía».
XL. Le preguntaba por Andreas, su personaje…
H.K. Yo no estoy tan lejos de él. Sentí que lo
entendía. Aunque el Andreas de la novela y el del guion no son la misma
persona. Yo he construido a mi Andreas combinando a ambos, más lo que yo
le pongo, claro.
XL.
En la película, su personaje es de origen armenio, como usted, cosa que
no ocurre en la novela. ¿Lo puso como condición para aceptar el papel?
H.K. Condición no, pero le dije a Coixet: «No puedo
hacer un personaje con madre turca. Si es turca, no lo voy a hacer». Y
al leer el guion me encontré con una madre armenia.
L.C. ¿En serio? No sabía eso.
H.K. Sí, lo cambió por mí. Y si yo ya tenía a Coixet en un altar, a nivel humano eso me la hizo más grande todavía.
XL. Entendió el conflicto que es implica para un armenio...
H.K. Claro, es que hay 1.600.000 armenios asesinados
por los turcos enterrados sin tumba, con sus almas vagando por ahí, sin
que nadie les haga justicia. Como tú comprenderás, no voy a salir en una
peli haciendo de hijo de una turca.
XL. Lo comprendo perfectamente. De hecho, cobra más vigencia este argumento ahora que han sido expulsados de Nagorno Karabaj…
H.K. Sí, totalmente, pero es que no quiero meterme en política. Mejor hablemos de la película.
XL. Bueno, esta es una entrevista abierta a hablar de algo más que de la película que han hecho…
H.K. Ah, pero nosotros hemos venido a hablar de la
película… [Cambia repentinamente de expresión]. A ver, oye, y ¿por qué
nadie le ha traído a Laia su vaso de agua? ¡Que esta mujer necesita
agua, cojones! [Se levanta y se dirige como un ciclón hacia la barra].
L.C. Bueno, ya conocías a Hovik, ¿no?
XL. La verdad es que no... Bueno Laia, Nat es una mujer sola acosada en un mundo de hombres. ¿Se ha sentido alguna vez así?
L.C. Yo no he vivido nada tan gordo, pero a todas
nos persiguen pequeñas agresiones, hostilidades del día a día que te van
mermando. A Nat todo el mundo le dice: «¿Pero vas a vivir tu sola en
esa casa? ¿No tienes miedo?». Porque es mujer. Y así la van induciendo a
tener miedo.
XL. Estos sutiles comentarios es algo que se les dice a las niñas desde pequeñas…
L.C. Sí, es cierto, tengo una hija y veo cómo las
chicas absorbemos estas cosas desde la infancia; es una constante. Son
formas de minar tu autoestima ocultas bajo capas de sobreprotección.
XL. No hay hombre bueno en esta historia, todos buscan algo de Nat, ¿no creen que…?
H.K. ¿Cómo que ninguno es bueno? ¿Andreas te parece malo?
L.C. [Se ríe]. Uy, ya sabía yo que ibas a saltar.
XL. Muy bueno no es: mata a
cuatro gatitos sin que le tiemble el pulso y se aprovecha de la
vulnerabilidad de Nat. Como ella tiene goteras y no tiene dinero para el
arreglo, le dice que si le deja «entrar en ella» se las repara…
H.K. Pero no la engaña. Va de frente. Le ofrece eso,
ella acepta, ambos cumplen con su parte y se acabó. Él necesitaba eso y
ya está satisfecho, pero después es ella la que vuelve con él porque
quiere más. Hay algo en Andreas que a Nat le atrae de forma inesperada;
ve en él algo oculto, salvaje, y regresa a por más.
L.C. La cuestión es que todos los hombres quieren algo de Nat y ninguno es capaz de verla por completo; ninguno la respeta.
«A todas las mujeres nos persiguen, desde la infancia, pequeñas
agresiones, hostilidades del día a día que te van mermando»
Laia Costa
XL. Son, cada uno a su manera, ejemplos de masculinidad alfa. ¿Creen que muchos hombres se sentirán aludidos?
H.K. Te refieres a los hombres que son gilipollas, ¿no?
Pues ya está. Pero eso es otra conversación, nos salimos otra vez de la
película.
XL. Bueno, la película también habla de eso.
H.K. La masculinidad alfa, no me jodas. ¿Y yo qué soy?
XL. No tengo ni idea…
H.K. No, no, te pregunto, ¿y yo qué soy?
XL. Tranquilo, si no quiere contestar, no hay problema.
H.K. No, no, es que lo de la masculinidad… A mí, desde
luego, nadie me va a venir a decir cuál es mi parte masculina y cuál la
femenina, porque tengo las dos perfectamente claras. Ya está. Todo esto
me parece una payasada. Masculinidad alfa… Me indigna ese discurso que
se extiende entre muchos hombres, que no son otra cosa que retrasados
mentales. Mi mamá y mi papá me han educado maravillosamente y sé
perfectamente cómo tratar a una mujer. Y trato a las mujeres
maravillosamente bien.
XL. A las mujeres igual, pero a mí…
H.K. A ver, que no me enfado contigo, Fernando, es mi
modo de hablar, que tengo una voz y una forma de expresarme un poco
bruscas, pero no te llamo payaso a ti, sino a los hombres en general,
que, me incluyo, nos hemos ganado a pulso todo de lo que nos acusan,
hostia. Hay que dejar de ver a las mujeres como enemigos y a tratarlas
como a iguales, coño. Pero, perdóname, por favor.
«Lo de la masculinidad alfa me parece una payasada. Mi mamá y mi
papá han educado maravillosamente y sé perfectamente cómo tratar a una
mujer, como iguales, coño»
Hovik Keuchkerian
XL. Vale, vale, no pasa nada...
L.C. Sí, Hovik es muy vehemente y muy pasional. Hay que conocerlo.
H.K. ¿Sabes qué pasa también? Que no me gusta hablar de
esto ni de política. Que estás en un bar tomando un café, te entra uno
de estos tipejos diciendo: «Oye, que habrá que parar a las mujeres
porque se están viniendo un poco arriba, ¿no?» Y solo hay dos opciones: o
le saltas encima o dices: «¿Qué se debe?», pagas lo tuyo y te vas a tu
casa, porque a esa gente ya no la sacas de su cuadrícula. Pero
perdonadme los dos. Será mejor que hable Laia que yo... [se ríen].
XL. Pues veamos… Ambos son
actores que nunca soñaron con serlo. Llegaron al cine tras haber
desarrollado otras profesiones. ¿Qué los llevó a la interpretación?
L.C. Yo jugué 17 años al baloncesto hasta que me
puse a trabajar como ejecutiva de cuentas y lo dejé. Un día, mi hermana
me llevó a una escuela de interpretación, me encantó, empecé a hacer
teatro, me salió trabajo... y hasta hoy.
XL. ¿Y en su caso, Hovik?
H.K. Lo mío fue un accidente absoluto. Yo dejé el
boxeo, me pasé un año y medio borracho como una rata, luego empecé a
trabajar como jefe de seguridad y, un buen día, un amigo me invitó a
subir al escenario; lo hice bien y me convertí en monologuista. En esas
estaba cuando me llamó Ramón Campos para la serie Hispania. Eso
lo cambió todo. Con suerte, esta será mi profesión definitiva. Le viene
bien a mi personalidad, porque me aburro rápido y aquí cada papel es un
mundo nuevo.
XL. ¿Y esto de vivir las vidas de otros se traduce en hallazgos sobre uno mismo?
H.K. A ver, que no tengo nada en contra de ti, pero...
XL. ¿Me lo advierte porque va a ponerse intenso otra vez [risas]?
H.K. Eso me temo [se ríe]. Pero no, a ver, es que nunca
he pisado una escuela de arte dramático, tronco, y no necesito métodos
de esos de buscar en tu interior. Hostia, es que hay muchas escuelas de
estas que hacen un flaco favor a los jóvenes. Les ponen a esas edades a
hacer Chéjov, Chéjav y Chújuv y luego salen muchos con 23 años con una
pedrada en la cabeza que no saben ni dónde meterse para investigar un
personaje. Por suerte, cuando a mí me salió Hispania, con 37
años, ya había vivido mucha vida y me había metido en muchos jardines,
que es lo que tiene que hacer un actor: vivir. No sé mucho de cine, pero
he robado mucho de todo el mundo, me he currado mucho mi modo de
trabajar y punto.
XL. ¿El glamour y la fama formaron parte de la atracción de ustedes por el cine?
L.C. Al contrario. Lo mío fue un enamoramiento
progresivo. Me di cuenta de lo poco que sabes de este mundo cuando eres
público. Todo esto del glamour, los festivales y galas no nos hacen
justicia. Es más, recuerdo que lo primero que pensé fue: «Tía, es que,
si quieres una profesión glamurosa, no te hagas actriz, porque no hay
nada de glamuroso en pegarte unos madrugones tremendos, pasar frío,
trabajar jornadas interminables en rodajes de muchas semanas o meses…».
Lo que a la gente le fascina es solo el final del trabajo: estrenos,
premios, alfombras rojas…
H.K. Yo creo que a Laia y a mí nos favorece venir de otro sitio; te hace valorarlo más.
L.C. No sé quién decía: «Esto es tan fácil y tan difícil como ponerte en la marca, saber el texto y decir la verdad».
XL. ¿Han sido tratados como intrusos en algún momento?
H.K. La cuestión es que nos hemos hecho el hueco, ¿no?
Primero te dicen que no sabes jugar, pero le metes dos goles y le has
ganado 2-0 [se ríe]. «Así que no te gusta como juego. Pues te he ganado.
Te jodes» [se ríe]. Claro que ha habido obstáculos, pero estamos aquí. Y
punto.
XL. ¿Ya está otra vez en plan roca [risas]?
H.K. Calla, calla [se ríe]. Es que no es plan de hablar ahora mal de cierta gente.
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