sábado, 29 de noviembre de 2014

SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO, UN SITIO AL QUE LLEVAR UNA FLOR,./ NOCHE AMOR, SABER ELEGIR,./

TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO, UN SITIO AL QUE LLEVAR UNA FLOR,.

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Cuando yo era joven, noviembre era considerado el mes de los muertos, del frío punzante, de las lluvias initerrumpidas y de los montones de hojas que se acumulaban sobre las aceras. La tierra había puesto fin a un nuevo ciclo y se preparaba para el reposo invernal, de manera que era normal pensar también en los que ya no estaban con nosotros e incluso llevarles una flor a la tumba. Al fin y al cabo, el clima y la propia naturaleza se convertían en una excelente excusa para pensar en la caducidad de nuestras vidas.
Desde hace unos años, la cosa ha cambiado. La misma naturaleza no puede ya echarse a descansar y un calor inopinado (que rebasa con creces la estación que le caracteriza) ha terminado por revolucionarlo todo. A día uno de noviembre, me he sorprendido recolectando en mi huerto, junto a los crisantemos, judías verdes, tomates y calabacines. Todas las rosas se encuentran todavía en fl or, y lo mismo pasa con las dalias y los cosmos, por cuyas corolas zumban todavía mis abejas.
Tal vez por culpa de este extraño y prolongado verano, me acordé tarde de que se echaba encima la festividad de los muertos y tuve que salir corriendo al cementerio para adecentar la tumba de mis padres. La tenía un poco descuidada: nada más entrar, la intensa maleza me lo recordó. Así que arranqué las malas hierbas y podé, descepé y rastrillé el pequeño jardín que rodea su descanso eterno. Cuando acabé la faena, coloqué en un jarrón un hermoso ramo de crisantemos y me senté en un banco a conversar tranquilamente con ellos.
Aunque no soy una fanática de estas cosas (es muy probable que mucha gente del pueblo murmure a mis espaldas sobre mi carácter descuidado a la hora de mantener impoluto el nicho), me gusta que mis padres estén enterrados en este pequeño cementerio rural. Por lo general, voy a hacerles una visita antes de emprender un viaje importante o cuando estoy a punto de encarar algo que me toca especialmente la fibra. Por esa razón, no puedo sentir más que una honda preocupación por un fenómeno que se está volviendo cada vez más popular en los últimos tiempos. Me refiero al hecho de desaparecer sin dejar rastro alguno y sin que, por tanto, haya un lugar al que acudir para recordar a la persona que ha fallecido.
Es cierto que el lugar de la memoria es, por encima de cualquier otro, el corazón pero, desde que el mundo es mundo (esto es, desde que el hombre es hombre), el ser humano ha enterrado siempre a sus muertos y ha cultivado el recuerdo de los que se han ido. Sin ir más lejos, la casa en la que vivo, en la región italiana de Umbría, está levantada sobre una necrópolis etrusca. En esta nueva tendencia que viene a decir “quemadme y tirad luego mis cenizas donde os dé la gana” me parece que yace una cierta y sutil violencia para los que no parten, además de un profundo desprecio por la vida que le ha tocado en suerte al fallecido.
La memoria nos constituye como seres humanos; solo logramos avanzar cuando alcanzamos el conocimiento de aquello que antes nos precedió. ¡Qué tristeza para un niño ver que su abuelo o su tía desaparecen en la nada! ¡Qué adiós más triste ese que prescinde de un rito compartido que nos ayuda a distinguir lo que es la vida de lo que es la muerte! Es como aceptar que venimos de la nada y acabamos engullidos por ella, de forma que nuestra vida viene a ser un simple intervalo entre estos esos dos actos del abismo. ¿Y si no fuera así? ¿Y si esta erosión de la memoria no fuese más que un nuevo y atroz empobrecimiento propio de nuestros días?,.

TÍTULO: NOCHE AMOR, SABER ELEGIR,.

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Charles Darwin tenía un primo. El primo de Charles se llamaba Francis y se apellidaba Galton y, como su pariente, también estaba interesado en la evolución de la especie. Quién sabe si para distinguirse de Charles, que como era mayor que él empezó a investigar antes, a Francis lo que más le interesó no era dar respuesta a de dónde veníamos. Lo que quería saber era hacia dónde íbamos, como especie y como individuos.
A Francis Galton se le ocurrió aplicar los principios de su primo sobre las diferencias de las personas y creó la psicología diferencial. También sentó las bases de la metereología al identifi car el efecto de la presión atmosférica, descubrió los anticiclones, fue el primero en trazar digitales. Digo esto para advertir que Francis era primo, pero no era un primo. Galton, maravillado por los mecanismos de la selección natural, empezó a preguntarse si la inteligencia era determinante en el desarrollo de la especie.
Lo estudió. Lo llamó la tasa de eminencia. Calculó que en Gran Bretaña, una de cada 4.000 personas era eminente y estableció relaciones entre los que no lo eran (eminentes) y sus parientes. Elaboró un método para alterar la selección natural a favor de la mejora de la raza. Lo llamó eugenesia. Consistía en que las uniones se planifi caran de modo que solo los eminentes pudieran tener muchos hijos. También experimentó con ratones y con guisantes, y hacia el final de sus días la reina de Inglaterra le nombró sir. El mundo entero aplaudió su ingenio, pero el tiempo acabó ligando esta teoría con la de la superioridad de la raza aria elaborada por el nazismo y las ideas de Galton cayeron en el descrédito.
Será por eso, porque nadie nos ha guiado en la búsqueda de nuestra media naranja para mejorar la especie, tal como proponía la eguenesia, por lo que estamos como estamos. Mal. Nos hemos dado con alegría a la mezcla de la eminencia y de la pequeñez como si no hubiera mañana y el mundo está desequilibrado.
Será porque los poetas saben más que los científi cos y son los pensamientos de los otros los que nos hacen inteligentes, sencillos, tiernos y bondadosos (*). Será por eso que el mundo está loco. Como el amor.
*Tu pensamiento me hace inteligente, y en tu sencilla ternura, yo soy también sencillo y bondadoso. Muerte en el olvido.

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