TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO, UN SITIO AL QUE LLEVAR UNA FLOR,.
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Cuando yo era joven, noviembre era considerado el mes de los
muertos, del frío punzante, de las lluvias initerrumpidas y de los
montones de hojas que se acumulaban sobre las aceras. La tierra había puesto fin a un nuevo ciclo y se preparaba para el reposo invernal,
de manera que era normal pensar también en los que
ya no estaban con nosotros e incluso llevarles una flor a
la tumba. Al fin y al cabo, el clima y la propia naturaleza
se convertían en una excelente excusa para pensar en la
caducidad de nuestras vidas.
Desde hace unos años, la cosa ha cambiado. La misma
naturaleza no puede ya echarse a descansar y un
calor inopinado (que rebasa con creces la estación que le
caracteriza) ha terminado por revolucionarlo todo. A día
uno de noviembre, me he sorprendido recolectando en mi
huerto, junto a los crisantemos, judías verdes, tomates y
calabacines. Todas las rosas se encuentran todavía en fl or,
y lo mismo pasa con las dalias y los cosmos, por cuyas
corolas zumban todavía mis abejas.
Tal vez por culpa de este extraño y prolongado
verano, me acordé tarde de que se echaba encima
la festividad de los muertos y tuve que salir corriendo al
cementerio para adecentar la tumba de mis padres. La
tenía un poco descuidada: nada más entrar, la intensa
maleza me lo recordó. Así que arranqué las malas hierbas
y podé, descepé y rastrillé el pequeño jardín que rodea su
descanso eterno. Cuando acabé la faena, coloqué en un
jarrón un hermoso ramo de crisantemos y me senté en
un banco a conversar tranquilamente con ellos.
Aunque no soy una fanática de estas cosas (es muy
probable que mucha gente del pueblo murmure a mis
espaldas sobre mi carácter descuidado a la hora de mantener
impoluto el nicho), me gusta que mis padres estén
enterrados en este pequeño cementerio rural. Por lo general,
voy a hacerles una visita antes de emprender un
viaje importante o cuando estoy a punto de encarar algo
que me toca especialmente la fibra. Por esa razón, no
puedo sentir más que una honda preocupación por un
fenómeno que se está volviendo cada vez más popular en
los últimos tiempos. Me refiero al hecho de desaparecer
sin dejar rastro alguno y sin que, por tanto, haya un lugar
al que acudir para recordar a la persona que ha fallecido.
Es cierto que el lugar de la memoria es, por
encima de cualquier otro, el corazón pero, desde que el
mundo es mundo (esto es, desde que el hombre es hombre),
el ser humano ha enterrado siempre a sus muertos
y ha cultivado el recuerdo de los que se han ido. Sin ir
más lejos, la casa en la que vivo, en la región italiana de
Umbría, está levantada sobre una necrópolis etrusca. En
esta nueva tendencia que viene a decir “quemadme y tirad
luego mis cenizas donde os dé la gana” me parece que
yace una cierta y sutil violencia para los que no parten,
además de un profundo desprecio por la vida que le ha
tocado en suerte al fallecido.
La memoria nos constituye como seres humanos; solo
logramos avanzar cuando alcanzamos el conocimiento de
aquello que antes nos precedió. ¡Qué tristeza para un niño
ver que su abuelo o su tía desaparecen en la nada! ¡Qué
adiós más triste ese que prescinde de un rito compartido
que nos ayuda a distinguir lo que es la vida de lo que es
la muerte! Es como aceptar que venimos de la nada y
acabamos engullidos por ella, de forma que nuestra vida
viene a ser un simple intervalo entre estos esos dos actos
del abismo. ¿Y si no fuera así? ¿Y si esta erosión de la
memoria no fuese más que un nuevo y atroz empobrecimiento
propio de nuestros días?,.
TÍTULO: NOCHE AMOR, SABER ELEGIR,.
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Charles Darwin tenía un primo. El
primo de Charles
se llamaba Francis
y se apellidaba Galton y,
como su pariente, también
estaba interesado en la
evolución de la especie.
Quién sabe si para
distinguirse de Charles,
que como era mayor que
él empezó a investigar
antes, a Francis lo que
más le interesó no era
dar respuesta a de dónde
veníamos. Lo que quería
saber era hacia dónde
íbamos, como especie y
como individuos.
A Francis Galton se
le ocurrió aplicar los
principios de su primo
sobre las diferencias de
las personas y creó la
psicología diferencial.
También sentó las bases
de la metereología al
identifi car el efecto de
la presión atmosférica,
descubrió los anticiclones,
fue el primero en trazar
digitales. Digo esto para advertir que Francis era primo, pero
no era un primo. Galton, maravillado por los mecanismos
de la selección natural, empezó a preguntarse si la
inteligencia era determinante en el desarrollo de la especie.
Lo estudió. Lo llamó la tasa de eminencia. Calculó
que en Gran Bretaña, una de cada 4.000 personas
era eminente y estableció relaciones entre los que
no lo eran (eminentes) y sus parientes. Elaboró
un método para alterar la selección natural a favor de la
mejora de la raza. Lo llamó eugenesia. Consistía en que las
uniones se planifi caran de modo que solo los eminentes
pudieran tener muchos hijos. También experimentó con
ratones y con guisantes, y hacia el final de sus días la reina
de Inglaterra le nombró sir. El mundo entero aplaudió su
ingenio, pero el tiempo acabó ligando esta teoría con la de la
superioridad de la raza aria elaborada por el nazismo y las
ideas de Galton cayeron en el descrédito.
Será por eso, porque nadie nos ha guiado en la búsqueda
de nuestra media naranja para mejorar la especie, tal como
proponía la eguenesia, por lo que estamos como estamos.
Mal. Nos hemos dado con
alegría a la mezcla de la
eminencia y de la pequeñez
como si no hubiera
mañana y el mundo está
desequilibrado.
Será porque los poetas saben
más que los
científi cos y son
los pensamientos de los
otros los que nos hacen
inteligentes, sencillos,
tiernos y bondadosos (*).
Será por eso que el mundo
está loco. Como el amor.
*Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también
sencillo
y bondadoso.
Muerte en el olvido.
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