Mi trabajo no me define. No soy esclava de la moda,.
Era cuestión de tiempo que la mejor modelo de la historia entrara en el universo del perfume más legendario. Gisele da vida a la mujer más real de Chanel nº 5 en su nueva campaña. Un soplo de aire fresco que huele a amor y a mar,.
Era cuestión de tiempo que la mejor modelo de la
historia entrara en el universo del perfume más legendario. Gisele da
vida a la mujer más real de Chanel nº 5 en su nueva campaña. Un soplo de aire fresco que huele a amor y a mar.
Hoy, convertida en una de esas escasas mujeres-marca a las que no les hace falta ni apellido, sigue siendo de alguna manera 'rara avis'. Su silueta, sin apenas curvas pero tampoco aniñada, no encuentra acomodo en los estándares publicitarios que proyectan a la mujer-mujer o a la etérea adolescente. Desde que le dijo al ojeador que la fichó en un McDonalds que le interesaba más el voleibol que la moda (tenía 13 años), está por encima de cánones. Ella es su propio canon.
Su último trabajo, broche dorado de otro año de éxito, rompe también con las fórmulas. Gisele protagoniza el anuncio navideño de Chanel Nº 5, toda una institución en el negocio,privilegio de contadas mujeres (Nicole Kidman, Audrey Tautou, Catherine Deneuve, Marilyn...) y un solo hombre (Brad Pitt). Narra una historia de amor: no puede ser de otra manera, siendo el ideólogo Baz Luhrmann, director de 'Romeo y Julieta', 'Moulin Rouge' y de aquel otro spot para Chanel Nº 5 que protagonizara Kidman.
Pero la heroína no es solo el objeto de deseo de un hombre guapísimo (Michiel Huisman, Daario Naharis en 'Juego de tronos', el mercenario que enamora a Daenerys de la Tormenta). La mujer que encarna Gisele es, además de mujer enamorada, madre, trabajadora y... surfera. Un 'twist' genial que conecta mucho más con la realidad multifacética de muchas mujeres, capaces de desdoblarse cuantas veces haga falta en su vida.
Bella... y multitarea
“Las mujeres de hoy en día tienen muchas facetas, son muchas cosas a la vez –explica la modelo, que luce su legendaria melena surfera y el brillo en los ojos de quien ha disfrutado con un trabajo excepcional–. Dirigen empresas, forman familias, son hermanas, hijas, esposas... Desempeñan muchos papeles distintos. Por eso me alegró tanto que me eligieran para representar a esa mujer; me identifico con ella”.
El spot muestra el desencuentro de una pareja en la que, sorpresa, los papeles se invierten. Es él el que mira y espera tras el cristal de la terraza XXL de su casa playera mientras ella, despampanante, surca las olas, cuida de su hijita o trabaja como modelo. El final –feliz, claro– se tiñe del icónico y barroco rojo Luhrmann en el palco de un teatro donde Lo Fang canta 'You are the one that I want', el clásico de Travolta y Newton John en Grease, deconstruida románticamente para la ocasión.
“Soy tan fan de Baz... –continúa Gisele, que no disimula su pasión por el cine (ha hecho sus pinitos en 'El diablo se viste de Prada', 'Taxi')–. Él es genial y lo pasamos bomba rodando. Es muy apasionado, nos parecemos en eso. Fue maravilloso trabajar con alguien con quien conectas tan bien a ese nivel y que está tan completamente comprometido con su trabajo. La energía que despliega es asombrosa. Por otro lado, en moda es raro poder disfrutar de rodajes que duren ocho días, como este. Fue muy muy divertido”.
A su impresionante currículo, un paseo triunfal por las marcas de lujo más exclusivas, sólo le faltaba entrar en el dream team de Chanel Nº 5. “Es un honor. Nº 5 es un perfume intemporal, muy femenino, que asocio a mujeres muy fuertes y seguras de sí mismas. Es un perfume con una fuerte presencia. Eso me encanta”.
La número uno
Presencia es, justamente, algo que la naturaleza le ha concedido en dosis generosas a esta modelo ajena a paparazzi, escándalos y salidas de tono. Es una robaplanos natural. Eso explica que año tras año, desde hace ocho, la revista Forbes la señale como la modelo mejor pagada del mundo (y de la historia), aunque ella niegue una y otra vez las cifras que la revista publica. “Me gano bien la vida, pero no hasta ese extremo. Las personas que confeccionan esa lista no tienen mi número de cuenta. Y, sinceramente, me da lo mismo aparecer o no en ella. Mis preocupaciones son las mismas que las de cualquier mujer: criar bien a mis hijos, ser una buena esposa, trabajar. Lo único que ha salido de todo esto es que me han auditado las autoridades”, declaró sobre los 35 millones de euros que, según Forbes, se había embolsado en un solo curso escolar.
Sea cual sea su fortuna, los clientes hacen cola a su puerta. “Confían en mí porque saben que lo mínimo que doy es el 100%. Jamás he llegado tarde, respeto a la gente con la que trabajo y trato de ofrecer lo mejor de mí misma cada minuto. Cuando pierda eso, dejaré de trabajar. Me han hecho millones de fotos a lo largo de mi carrera, pero mi ilusión permanece intacta”. Por esta fiabilidad, hace tiempo que Gisele ha trascendido la categoría de supermodelo para coronarse como übermodel, un término que la sitúa más arriba aún, en un conveniente alemán (debe sus perfectos rasgos a la ascendencia de su familia, cuarta generación de alemanes en Brasil).
Desde ese trono, inalcanzable de momento para las Kates, Caras o Mirandas, puede dedicarse tranquilamente a cultivar su papel de perfecta esposa y madre sin que nada le turbe el ánimo. Es prácticamente imposible verla en alfombras rojas, fiestas promocionales y photocalls a los que otras colegas han de asistir para seguir en el candelero o por imperativos de sus contratos.
Madre y modelo
“Mi trabajo no define quién soy como persona y, aunque me divierto haciendo moda, no me siento su esclava”, declaró en la São Paulo Fashion Week. De nuevo la persona antes que la modelo, una mujer rebelde ante la idea de que la reduzcan a una cara y un cuerpo. Desde que formó una familia con Tom Brady, guapísimo quarterback de los Patriots de Boston y padre de Benjamin Rein, de cuatro años, y Vivian Lake, de uno, reconoce que la moda ha pasado a un segundo plano.
“Trato de mantener un equilibrio constante. A veces, cuando me acuesto, estoy feliz por haber hecho un buen trabajo. Otras habría querido hacer las cosas de forma distinta. Pero cada vez es más difícil lograr que viaje por trabajo. He de llevar a mi hijo al colegio y ocuparme de mi bebé. De momento, la verdad, prefiero quedarme en casa. Por suerte, a estas alturas de mi carrera estoy en disposición de escoger”.
No puede negar que el momento, profesional, familiar y personal es dulce. Dulcísimo. Pero Gisele no descansa en su búsqueda. Confiesa que, últimamente, piensa en sí misma. “Quiero aprender más sobre mí. Puedo ser madre, esposa, amiga, modelo... pero, a la hora de la verdad, la relación más importante que tengo es conmigo. ¡He de vivir con la persona que soy el resto de mi vida!”.
Dicen los que la conocen bien que el secreto de su éxito es, precisamente, su natural inclinación hacia la excelencia. En los prolegómenos del Mundial de Fútbol de Brasil, cuando le preguntaron si iba a asistir a alguno de los partidos (es forofa del Grêmio), no dudó en contestar: “Bueno, lo que realmente me gustaría sería marcar un gol”.
Historia de una pasión... y un perfume
Karl Lagerfeld la eligió para el anuncio más espectacular del año y Baz Luhrmann ('Moulin Rouge') la dirigió. La historia de una crisis de pareja, con final feliz, rodada entre Hawái y Nueva York.
TÍTULO: PROTAGONISTA, MARGARET KEANE, .ARTISTA,.
-foto--Margaret Keane o devuélveme mis ojos.
Durante años, su marido se atribuyó la autoría de
sus cuadros. Después de sobrevivir a una pesadilla, la artista
logró recuperar su obra y su dignidad en los tribunales. Ahora, Tim Burton lleva su historia a la gran pantalla en 'Big Eyes'.
“Cuando me casé con mi marido, pensaba que era un artista. Había pintado muchos cuadros de las calles de París. Luego, me enteré de que todo era mentira”. Se refiere a Walter Keane, tan protagonista como ella de esta historia. Se casaron en 1955 y para ambos fue el segundo matrimonio. Ella se dedicaba a pintar; él había estudiado en París a finales de los años 40 y también era artista. O eso decía. Su historia empezó a desmoronarse poco después de casarse. “Yo pintaba y él vendía mis cuadros. Dos años después, me enteré de que iba diciendo que eran obra suya”.
Walter contaba una lacrimógena historia para explicar cómo empezó a dibujar aquellos ojos enormes y tristes. Eran, explicaba a clientes y galeristas, las miradas de los niños que se peleaban por la comida de la basura en las calles de París después de la Segunda Guerra Mundial. Años más tarde, escribió en sus memorias: “Esbocé aquellas pequeñas víctimas de la guerra llenas de magulladuras, con sus cuerpos y mentes laceradas, su pelo enmarañado… Así comencé a pintar”.
Vida de impostura
La verdad era muy diferente. “En el colegio, siempre dibujaba ojos en los márgenes de los libros. Cada vez eran más grandes. Al principio, no sabía por qué, pero luego me di cuenta de que era mi forma de buscar respuestas a las preguntas de siempre: ¿por qué estamos aquí? ¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? ¿Por qué tenemos que morir?”, explica Margaret sobre cómo empezó a pintar aquellos enormes ojos que en los años 60 fascinaron al mundo.
Mientras sus cuadros de niños, perros, gatos o payasos se exponían en galerías de San Francisco, Chicago o Nueva Orleans, y sus obras alcanzaban precios astronómicos (algunos llegaron a venderse por 50.000 dólares de la época), los críticos de arte e intelectuales como Woody Allen se burlaban de su estilo kitsch y populista. “Entonces, me hacía daño, pero ya no: hay gente a la que le gusta lo que hago y gente a la que no. No pasa nada”, explica.
“Mis cuadros cada vez eran más famosos y la mentira se convirtió en una gran bola de nieve –comenta Keane–. Él me prometió que aprendería a pintar si le enseñaba y yo quise creerle... Durante un tiempo, firmé los cuadros como W. Keane porque él me aseguraba que nadie los compraría si sabían que los pintaba su mujer. Así que me pasaba todo el día trabajando. Era horrible”.
Los Keane vivían en una gran casa, con piscina y servicio, pero mientras Walter disfrutaba de su existencia de estrella del arte, Margaret estaba recluida en una habitación. A veces, pintaba durante 16 horas al día. Nadie, ni el servicio ni su propia hija (fruto de un matrimonio anterior), sabían lo que pasaba dentro. Las cortinas estaban echadas y la puerta, cerrada con llave. En aquella prisión con barrotes de oro, Margaret pintó sus cuadros más oscuros y sus ojos más tristes. “Con cada cuadro, me hacía más conocida. La situación cada vez era peor y yo no sabía cómo salir de ella”, explica.
Walter la había amenazado de muerte si se atrevía a dejarle o si le contaba la verdad a alguien. Pero después de 10 años de matrimonio, Margaret decidió pedir el divorcio. “No sabía cómo iba mantenerme y pensé que perdería la custodia de mi hija. Era una pesadilla. Pero mentirle a ella me estaba destrozando. No sé cómo encontré el valor, pero finalmente hice las maletas”. Aun así, Margaret le prometió guardar silencio e, incluso, siguió pintando cuadros y enviándoselos a su marido. Hasta que cinco años después, en 1970, por fin, contó la verdad en un programa de radio. “Me costó reunir valor para desvelar que yo era la verdadera artista. Me daba mucho miedo, porque él había amenazado con matarme. Pero llegó un momento en el que decidí que no iba a mentir más. Fue un alivio”.
Margaret retó a su exmarido a un concurso de pintura público, al que él nunca se presentó. Walter, que se comparaba con genios como Rembrandt, El Greco o Miguel Ángel, contestó con una demanda, que fue desestimada. Y en los 80 volvió a la carga diciendo que, si Margaret se había adjudicado la autoría, era porque pensaba que él estaba muerto. Fue demasiado. Decidida a recuperar su dignidad, le llevó a juicio en 1986.
Artista supercotizada
“El juicio fue traumático. Después de casi cuatro semanas, el juez me dejó pintar delante de él y del jurado. Walter alegó que no podía hacerlo por una lesión en un hombro, aunque todos los días llegaba al juzgado cargando un maletín con el mismo brazo con el que, supuestamente, no podía levantar un pincel”. Margaret pintó su cuadro en 53 minutos. Era la prueba definitiva e irrefutable. “Estaba asustada, pero fue maravilloso enfrentarme, por fin, a él y probar que yo era la artista”, cuenta. La sentencia obligó a su exmarido a compensarla con cuatro millones de dólares. Jamás vio un céntimo. Walter murió arruinado en el año 2000, a los 85 años.
La artista se trasladó a Hawai y se casó con el periodista deportivo Dan McGuire. Durante años, recibió propuestas para llevar su vida al cine, pero las rechazó. Hasta que los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski, responsables del libreto de Ed Wood, le mostraron el guión que habían escrito y Keane les dio su bendición. El proyecto se estancó, pero Tim Burton llegó al rescate. Él y Keane se conocían. “Había comprado algunos de mis cuadros y vino a verme con su novia de entonces para que le hiciera un retrato… Me encanta Tim, es una persona muy sensible –recuerda Margaret–. Sabía que Tim haría un gran trabajo, porque tiene mucho talento, pero al mismo tiempo estaba abrumada…”.
Hace unos meses, Keane vio el resultado: “Contemplar mi vida en la gran pantalla fue… profundamente traumático. Christoph Waltz es exactamente igual que Walter, habla y se mueve de la misma manera. Es increíble. Y Amy Adams, que hace de mí misma, refleja muy bien cómo me sentía. Mi hija y yo estuvimos en shock varios días… Es muy realista”.
La artista hace un pequeño cameo en la cinta y, a sus 87 años, sigue pintando cada día. “Para mí es como un juego. A veces, me siento culpable de divertirme tanto”. Su obra, denostada en un tiempo, ahora está considerada como una de las joyas de la cultura pop y se ha convertido en objeto de deseo para coleccionistas, que pagan hasta 200.000 dólares por sus cuadros. Hoy Margaret es una persona distinta, feliz: “La fe cambió totalmente mi vida. Por fin, encontré todas las respuestas a mis preguntas. Estaban en la Biblia. De hecho, no creo que estuviera viva si no me hubiera convertido en Testigo de Jehová”. Sus ojos ya no están tristes. Ahora, como en aquel primer cuadro que pintó, vuelven a sonreír.
Una doble de cine
A Amy Adams, que interpreta a la pintora, le costó aceptar el papel, pero cuando leyó el guión, la atrapó. “Margaret es muy tímida y humilde. Creo que por eso fue manipulada”, explica la actriz. Nominada cinco veces al Oscar, podría volver a optar a la estatuilla.
Para su intrepretación, estudió a fondo la historia y viajó a San Francisco para conocer a la pintora. “Me ayudó a entender que, aunque es humilde, también es una mujer muy fuerte”. Pasaron un día juntas y Adams le preguntó por qué había accedido a contar su vida: “Ella me dijo que quería enseñar que por muchas cosas que te pasen, es posible encontrar la redención. Sentí que me dio permiso para dar a conocer su historia, porque la entendí,.
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