DESAYUNO CENA FIN SABADO - La tuberculosis engorda con el hambre,. / Viaje con nosotros - El huevo de colon telecinco - De bajón ,. / POLICÍAS EN ACCIÓN - Detenido tras los robos de una bicicleta de alta gama y un coche,. / 3 RAZONES CON - Marrón verdoso,.
TITULO: DESAYUNO CENA FIN SABADO - La tuberculosis engorda con el hambre,.
DESAYUNO CENA FIN SABADO - La tuberculosis engorda con el hambre,. ,
fotos,.
La tuberculosis engorda con el hambre,.
Lucas
(centro) pertenece a la Organización Masantonio, que trabaja visitando a
enfermos de tuberculosis sin familia, como Jorge (izquierda) y Arturo
(derecha), para ayudarles con su tratamiento y recuperación.
La
crisis que sufre Argentina eleva los casos de esta enfermedad, conocida
como la 'muerte blanca', sobre todo entre los más vulnerables,.
Hay
una visión romántica de la tuberculosis; lo contaba Susan Sontag en su
libro 'La enfermedad y sus metáforas', donde hablaba de ella como la
pandemia emblemática del siglo XIX. Hasta 1882, cuando se descubrió que
era producto de una infección bacteriana, se pensaba que era un mal de
amores por un exceso de pasión, una enfermedad de artistas -como los
pacientes del sanatorio de 'La montaña mágica' de Thomas Mann-, un
proceso que, pese a y porque culminaba con el fallecimiento, conllevaba
cierta elegancia: el colmo de las heroínas románticas era morir de
tuberculosis; la palidez del rostro en contraste con el rojo de la
sangre en el pañuelo, la delgadez, el progresivo deterioro... Margarita
Gautier, encarnada por Greta Garbo en 'La dama de las camelias', decía:
«Nunca estoy más bella que cuando me estoy muriendo». Pero cualquier
'hermosura' desapareció cuando, aquel año, Robert Koch pudo ver en el
microscopio el agente causante de toda esa mortandad.
El
cáncer lo desbancó en el siglo XX como pandemia y con ello acabó el
mito, pero hoy la tuberculosis sigue siendo la enfermedad transmisible
que más víctimas provoca en todo el mundo. De los casi diez millones de
personas que se infectan cada año, resulta mortal para más de 1,5
millones, especialmente en países en vías de desarrollo. Y en otros que
atraviesan épocas de crisis económica, como es el caso de Argentina,
experimenta un auge: en 2017 se notificaron 11.695 casos, una tasa del
26,5 por 100.000 habitantes -frente a las cifras de 2010, con 9.393
casos (23,2)-, y 700 víctimas mortales anuales. El cómputo se inclinaba a
la baja desde 1980, pero la tendencia se invirtió en 2013. Existe una
vacuna contra algunas variedades de este mal, pero no es eficaz en
otras, que son la mayoría -precisamente, un laboratorio zaragozano se
encuentra a la cabeza en la carrera por lograrla-.
Poca
belleza puede verse en esa gran foto que muestra a Jorge, de 40 años,
tumbado en la cama número 6 del hospital público Muñiz de la capital,
Buenos Aires. Le visitan un expaciente, Lucas, en presencia de otro
afectado, Arturo. Los desconchones en la pared ayudan más bien poco a
encontrar siquiera una brizna de romanticismo en todo esto. Aunque
también haya delgadez, palidez, muerte.
Barrios marginales
Pero
estamos en el siglo XXI, y por eso extraña más el aumento de esta
enfermedad en un país como Argentina. El hambre y la pobreza a los que
la crisis ha abocado a los más vulnerables alimentan esta epidemia:
niños y adolescentes, comunidad indígena, población en cárceles,
migrantes, drogodependientes y pacientes de enfermedades que bajan las
defensas, como el sida. Y se ceba en las grandes ciudades, según la OMS,
«donde hay gran concentración de gente empobrecida, hacinada, lo que
favorece la transmisión y que los casos sean más severos». Como en la
casa de Cristian Molina, de 26 años, en el barrio marginal bonaerense de
Luján. Contrajo la enfermedad a principios de año, creen que contagiada
por un hermano suyo que se la trajo de los días que pasó en prisión. El
caso es que, en ese pequeño hogar, Cristian reside con sus padres, sus
seis hermanos y cuatro sobrinos, un hacinamiento que pone a todos ellos
en peligro, pues el bacilo se propaga a través del aire. Y hablamos de
tos, mucha tos.
Para colmo, los enfermos de tuberculosis suelen
toparse con cierto rechazo en algunos centros sanitarios. «Vaya al Muñiz
directamente», suelen decirles a veces de malas formas. Eso hizo Jorge,
el hombre sin familia de la cama número 6, preocupado por que esos
desconchones signifiquen que los recursos no llegan en la medida en que
se necesitan.
TITULO:
Viaje con nosotros - El huevo de colon telecinco - De bajón,.
Javier Gurruchaga lo presenta - Fue estrenado en Telecinco
el 4 de julio de 1992, y se emitía los sábados a las diez de la noche.
Era un programa de variedades que incluía actuaciones musicales, una
sección de cámara oculta y varios juegos de habilidad en antena.
De bajón,.
La
sentencia del Constitucional que valida el despido de un empleado
cuando acumule cierto número de bajas, aunque estén justificadas,
deprime a los trabajadores, especialmente en el sector privado,.
fotos / El
precepto no es nuevo pero, aunque polémico y muy cuestionado, nadie
había llamado a las puertas del Tribunal Constitucional para saber si se
ajustaba a Derecho. Hasta ahora, en que el Alto tribunal ha dictado
sentencia. En ella responde a una cuestión de inconstitucionalidad
planteada por un Juzgado Social de Barcelona sobre el artículo 52
(apartado d) del Estatuto de los Trabajadores, que permite el despido
objetivo (con indemnización de 20 días por año trabajado) si el empleado
falta a su puesto el 20% de los días hábiles en un periodo de dos meses
consecutivos, siempre que el total de faltas en los doce meses
anteriores alcance el 5% de las jornadas hábiles, o el 25% en cuatro
meses discontinuos. Y eso, aunque esas bajas estén justificadas y sean
intermitentes. Según el cómputo del Estatuto y tomando 21 días como
jornadas hábiles en un mes, las bajas durante dos meses consecutivos
deberían ser como máximo de 8,6 días hábiles de un total de 42. A estas
ausencias habría que añadir otras 11 jornadas en el último año, es
decir, a partir de 20 días de bajas intermitentes y justificadas durante
14 meses estaría justificado el despido.
Un aviso a
navegantes en un país donde el absentismo laboral alcanzó cifras
históricas el pasado año y que en lo que va de este no deja de crecer:
algo más de un millón de personas faltan de media cada día a su puesto
de trabajo, 747.000 con baja médica y 267.000 sin justificación alguna.
La tasa de absentismo -entendida como el porcentaje de horas no
trabajadas (sin contar vacaciones, festivos ni horas perdidas debido a
un Expediente Temporal de Regulación de Empleo, ERTE) respecto a la
jornada pactada efectiva- se sitúa así en el 5,3%, un dato que supera
por una décima el pico más alto registrado hasta el momento, que se
produjo en 2009.
Sin
embargo, la sentencia ha caído como un jarro de agua fría sobre los
sindicatos que, desde que se aprobara en 2012, pelean por derogar una
reforma laboral que endureció las condiciones del artículo en cuestión.
Creen que con esta sentencia crecerá aún más el «miedo» de los
asalariados del sector privado. «Muchos temen perder su trabajo por
hacer uso de un derecho tan básico como coger una baja por enfermedad,
aunque no sea de gravedad extrema. Hay trabajadores con dolencias que
les obliga a ausentarse con más frecuencia, pero no por ello son peores
en sus trabajos. Penalizarlos con un despido sería injusto», matiza
Gonzalo Pino, secretario de Política Sindical de UGT.
En tal
situación se vio la trabajadora que buscó amparo en el Constitucional,
una teleoperadora que se ausentó de la oficina nueve días de cuarenta.
En ocho de ellos, la ausencia estaba justificada por una incapacidad
temporal, consecuencia de una «voluminosa hernia discal».
El
juzgado barcelonés tenía dudas sobre si la norma podía vulnerar, en
concreto, tres artículos de la Constitución: los derechos a la
integridad física (art. 15), al trabajo (art. 35.1) y a la protección de
la salud (art. 43.1), porque «establece una regulación del despido
objetivo por causa de absentismo susceptible de condicionar el
comportamiento de los trabajadores en perjuicio de sus derechos».
Los
ocho magistrados que han apoyado la sentencia defienden que la ley
española no vulnera el derecho a la integridad física, porque «despedir a
un trabajador por superar un número de faltas de asistencia al trabajo
intermitentes (justificadas o no), en un determinado periodo de tiempo,
no comporta una actuación que pueda afectarle a su salud».
Antonio
Torrecillas, abogado y magistrado en excedencia, ahonda en el asunto y
asegura que la integridad física «es algo más grave que una enfermedad
que dura menos de 20 días. Por tanto, las propias excepciones que
contempla el artículo 52d, referidas a enfermedades graves o de larga
duración (accidente de trabajo, maternidad, riesgo durante el embarazo,
enfermedad o accidente no laboral que conlleve más de 20 días de
baja...) estarían excluyendo el ataque a la integridad física», aclara.
Recuerda
el también socio-director del área laboral del despacho
Martínez-Echevarría que tanto el derecho al trabajo como el de empresa
(artículo 38) están en el mismo capítulo y al mismo nivel. «Sin embargo,
ante la colisión de ambos, el Constitucional entiende que el derecho al
trabajo no es ilimitado, no faculta a uno para permanecer atado toda la
vida a la compañía y, por tanto, el legislador puede determinar las
causas por las que ese derecho no sea absoluto y las que permiten la
extinción del contrato». En su opinión, el análisis 'Pobrecito el
trabajador que está enfermo y encima lo despiden' es una crítica fácil,
porque una empresa puede ser productiva y el absentismo conlleva unos
costes económicos y organizativos».
Asegura Torrecillas que, pese a
ser un artículo que «siempre ha estado ahí», los empresarios han
recurrido poco a él y descarta que ahora lo vayan a hacer masivamente.
En parte, asegura, porque son muchas las sentencias del Tribunal Supremo
donde queda patente la disparidad de criterio a la hora de hacer el
cómputo de las bajas, tal y como detalla el artículo 52d.
Tal es
la controversia que genera este punto del Estatuto de los Trabajadores
que ni los propios magistrados del Constitucional han logrado ponerse de
acuerdo en el fallo. Cuatro de ellos han mostrado su disconformidad con
los razonamientos de la mayoría. Es el caso de la magistrada María
Luisa Balaguer, que, en su voto particular, reitera su «posición
discrepante» con la resolución, «dado que el legislador ha antepuesto
los intereses empresariales a los derechos de los trabajadores». Expone
que no cabe «encajar» en el artículo 38 cualquier decisión empresarial
dirigida a controlar el absentismo laboral. «No puedo asumir que la
libertad de empresa o la defensa de la productividad puedan ser
antepuestas al derecho de la integridad física y moral (.), ya que
empujaría a los trabajadores a prescindir de su salud para no faltar al
trabajo. Podrían con ello producir graves consecuencias para la salud
individual, aparte de generar serios riesgos para la salud pública».
Destaca, por novedoso, que el precepto incurre en una «clara
discriminación indirecta por razón de sexo». «Las mujeres sufren en
mucha mayor medida que los hombres la carga de la doble jornada, laboral
y familiar. Y esa situación repercute negativamente en su salud».
La
polvareda que ha levantado el asunto tardará tiempo en disiparse
después de que UGT y CC OO hayan anunciado que llevarán el caso ante
Bruselas y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) por
considerar la decisión «inhumana y despiadada». Ambas formaciones han
criticado que la reforma laboral, que modificó el citado artículo 52d
para que los índices de absentismo se computaran individualmente y no en
relación al conjunto de la empresa, y motivó dos huelgas generales,
solo ha servido para precarizar el empleo. «¿Se puede conducir enfermo
un vehículo con material inflamable? ¿O acudir a la oficina con una
gripe y contagiar a los demás trabajadores?», apunta Pepe Álvarez,
secretario general de UGT.
Primer despido tras el fallo
Pese
a que los expertos en derecho laboral no vaticinaban un aumento de
despidos por absentismo a partir de esta sentencia, los sindicatos, que
sí habían alertado del posible «efecto contagio», se han encontrado con
que el tiempo les ha dado la razón. «Vamos a identificar a las empresas
que usen esta artimaña para despedir a los trabajadores», advirtió Unai
Sordo, secretario general de CC OO, tras conocer la sentencia. Solo unas
horas después de hacer esa declaración el pasado martes, se conocía que
el gigante de la atención telefónica Atento había despedido por
absentismo ese mismo día a una trabajadora (presidenta del comité de
empresa de su centro en Lérida) debido a 18 ausencias en dos meses
consecutivos, todas ellas justificadas por baja médica.
Sin entrar
a valorar la sentencia, fuentes de la CEOE han puntualizado a este
periódico que hay que diferenciar entre absentismo justificado, «en el
que todos tenemos que trabajar para que el empleado se recupere cuanto
antes por su propia salud e intentar poner a disposición todos los
recursos disponibles de las mutuas para facilitar esta mejora» y el
fraude en el absentismo, «que es algo difícil de cuantificar, pero que
hay que perseguir, al igual que la economía sumergida, pues supone un
comportamiento desleal de unos trabajadores respecto a otros».
Desde
la Asociación de Mutuas de Accidentes de Trabajo (AMAT) alertan del
«escaso control» que hay en los procesos de bajas (en 2018, hubo 5,2
millones por enfermedad común) y creen que si las mutuas colaboradoras
con la Seguridad Social pudieran encargarse de emitir las altas médicas
en las bajas de enfermedades comunes (ahora lo hace el médico de
familia), «redundaría en una mayor eficacia». Aseguran que ocurriría lo
mismo si pudieran prestar asistencia sanitaria y dar el alta, «al menos,
en patologías traumatológicas». «Sería la mejor manera de reducir el
absentismo estructural y aliviar de carga de los médicos de los
Servicios Públicos», declaran.
Al contrario que las mutuas,
Salvador Márquez, médico del trabajo con más de 30 años de experiencia,
pone el acento en la prevención y el seguimiento de dolencias del
trabajador por parte del médico de empresa. «El problema es que no todas
tienen uno». Lamenta que el cuidado de los trabajadores siga sin ser
una «prioridad» para las empresas, que pecan de una «visión
cortoplacista». «Nuestra función no es controlar el absentismo, pero las
presiones al médico de empresa para que el trabajador se incorpore
cuanto antes existen», denuncia.
En 2018, el coste del absentismo
laboral por una enfermedad común o accidente no laboral ascendió a
85.140 millones, según el VIII Informe Adecco sobre absentismo en
España. Un fenómeno que no ha dejado de crecer en los últimos años,
coincidiendo con la bonanza económica.
Para Valentín Bote,
director de la consultora Randstad Research, tiene una explicación. «Al
indagar, hemos visto que no es que la gente no enferme o no tenga
accidentes cuando la economía va mal, es que en esas épocas las
duraciones de una baja ante una misma patología son más cortas». A
diferencia de las empresas privadas, en la Administración la duración de
las bajas crecía al ritmo de la economía: de 35 días en 2012 a 51 en
2018.
Aunque resulta llamativo, tradicionalmente, los trabajadores
faltan más en regiones como País Vasco, Asturias o Galicia, mientras
que en Andalucía, Baleares y La Rioja es donde se registran las tasas de
absentismo más bajas. ¿Motivo? «Cuando en una región pesa en su
economía un sector con absentismo alto, la tasa se dispara. Pero si
comparamos un mismo sector en distintas zonas, las diferencias no son
tan altas», aclara.
Un mal ambiente de trabajo, falta de
motivación o reiterados accidentes laborales suelen propiciar un clima
proabsentismo. «Por eso, una mayor flexibilidad, reconocer al trabajador
y hacerlo partícipe del proyecto común son medidas sin coste, pero muy
rentables a medio plazo», zanja Bote.
Almudena Moncuerde, funcionaria
«De estar en una empresa privada, me habrían echado»
Su
dolencia no se ve, se sufre. Es invisible, pero hay que convivir con
ella, y no siempre es fácil. Ni la sociedad ni el entorno laboral están a
menudo preparados para relacionarse con estos pacientes, que tienen que
lidiar con su dolor físico y, todavía peor, con juicios populares casi
siempre desacertados. A Alicia Moncuerde (Villanueva de la Vera, 1965)
le diagnosticaron fibromialgia hace dos décadas. Siete años antes había
aprobado unas oposiciones y trabajaba en la Universidad de Málaga.
Hoy,
cuando ve cerca una incapacidad permanente, recuerda el largo tiempo
sin levantar cabeza, acumulando una baja tras otra. «Me incorporo, pero a
los dos días estoy igual. Voy tirando con los días de asuntos propios,
festivos... Incluso he pedido permisos sin sueldo para recuperarme»,
relata. Siempre había padecido fuertes dolores de espalda, pero tiraba
«como podía» para no faltar y llevar una vida «lo más normal posible».
Pero el diagnóstico la hundió y la sumió en una depresión, que le
mantuvo tres meses fuera de juego. Fue su primera baja de larga
duración.
Tras reincorporarse, las cosas no mejoraron demasiado.
Se seguía sintiendo mal. «Lo peor era por las mañanas; porque no
descansas bien y te levantas rígida..., tardas en recomponerte. Casi
siempre llegaba tarde y eso empujó a mi jefe a pedir que me cambiaran
por alguien más productivo. Lo hizo a mis espaldas y aquello me dolió.
Por supuesto, no lo consentí. Esperé a que saliese un concurso para irme
como yo realmente quería», recalca.
En su nuevo puesto, encontró
a compañeros que conocía y eso la animó. Le llevó a pensar que
encontraría el apoyo que necesitaba. No fue exactamente así. «Casi nunca
llegaba a mi hora y, además, no rendía como debía. Eso me hacía sentir
muy mal, impotente y con un gran sentimiento de culpa, porque sabía que
el trabajo que yo dejaba pendiente suponía una sobrecarga para mis
compañeros». No todos estuvieron a la altura, y de algunos tuvo que
aguantar comentarios hirientes, del tipo: «Qué rollo le habrá dicho al
médico para que le haya dado otra vez la baja...».
Ella se declara
consciente de esta «endiablada situación». Sabe que tiene que volver a
trabajar aunque no sea productiva y los colegas estén deseando que sus
bajas sean prolongadas para que puedan sustituirla. «Pero obtener una
incapacidad permanente no es tan fácil. A una semana de cumplir el año
de baja, me llamó la Inspección y me dieron el alta. De haber
sobrepasado los 365 días que marca la ley, me habría llamado la
Seguridad Social y quizá me hubiera derivado a un tribunal médico para
que estudiara una posible incapacidad permanente», confiesa.
Pero
no fue así, y ahora sigue tirando con bajas. «No puedes cogerte una por
la misma dolencia hasta transcurridos seis meses, como si la
fibromialgia se curase», se duele. Moncurde solo piensa en lo
«terrorífica» que hubiera sido su vida de no haber sido funcionaria.
«Una empresa privada no lo aguantaría; si yo he sentido miedo a que me
muevan del puesto de trabajo, ¿qué no sentirán aquellos que pueden
quedarse en calle? Es muy injusto», recalca.
Maite Miravete, en paro
«Sospechaba que tantas bajas acabarían en despido»
Su
primer revés laboral le llegó a los 20 años cuando, tras mes y medio de
baja, le asignaron otro puesto de trabajo muy distinto al que
desempeñaba. Maite Miravete (Barcelona, 1969) era recepcionista en una
gran empresa de supermercados. Al reincorporarse, acabó «trabajando sola
contando congelados». Le habían hecho un contrato de seis meses y todo
iba bien hasta que la endometriosis que sufría (enfermedad producida
cuando el tejido que recubre el útero crece fuera del mismo) la condujo
al quirófano. Aquella baja no gustó a sus jefes y, tras moverla por
distintos departamentos, decidieron no renovarle más. «Era el día de
Reyes. Me acordaré siempre», apostilla.
Esta experiencia fue solo
el principio de una larga peregrinación por distintas empresas, en donde
intentaba cumplir pese a los fuertes dolores que padecía en el vientre y
las hemorragias que le producía el trastorno. «De niña siempre me dolía
la barriga, pero mis padres pensaban que fingía. Ningún médico dio
realmente con lo que tenía hasta que, a los 20 años, un especialista dio
con el diagnóstico. Me operaron, pero también me sentenciaron para
siempre: no podría ser madre».
Miravete decidió ir de frente en su
siguiente oportunidad laboral. «Quería que fuesen conscientes de mi
realidad, de que algún día al mes tendría que faltar porque las reglas
se alargaban mucho, eran dolorosas y los sangrados, abundantes»,
detalla. Empezó a trabajar en una escuela de música para atender la
recepción, y allí permaneció durante ocho años. Hace cinco, la
despidieron. «Al principio todo era perfecto. Estaba cómoda y mi
relación con la empresa y los padres de los alumnos era muy buena. Tanto
es así que, a los tres años, me hicieron fija», rememora.
Los
problemas llegaron cuando, en la etapa final de su afección, las
operaciones de endometrio se sucedían más a menudo. «Fueron seis
intervenciones en cinco años y cada baja era de, al menos, tres meses».
Entre tanto, tuvo tres accidentes de moto, «que también me mantuvieron
'aparcada' laboralmente». Al volver de su penúltima baja, encontró que
su puesto estaba ocupado por otra persona. Las cosas habían cambiado:
«Me trataban con una condescendecia insoportable. Estaba destrozada
emocionalmente, pero aguanté porque era fija». Maite Miravete sabía que
aquel calvario tenía los días contados. Era cuestión de tiempo y,
estando de baja por su último percance de tráfico, le comunicaron que
tenían que hacer «reajustes» en la empresa. Despedida.
Le «dolió»,
pero entendió la decisión. «Cuando mis jefes repararon en que mis bajas
eran reiteradas, vieron que no era rentable -admite-. Las empresas
quieren personas sanas, que rindan y produzcan, pero también los
enfermos debemos estar cuidados. Todos nuestros derechos se han ido al
garete y no hay un buen sistema que nos atienda ni nos proteja». A los
quince días de la rescisión del contrato, le diagnosticaron
fibromialgia. Y, recientemente, fatiga crónica. Pese a todo, hace alarde
de fuerza y no se resigna a quedarse en casa. «Espero volver a trabajar
algún día», dice.
Antonia López, panadera
«Me presionaron para que pidiera el alta voluntaria»
Atravesó
un «calvario» laboral, pero ahora encara el futuro con «optimismo».
Antonia López (Gerona, 1972) abrió hace un año, junto a su cuñada, su
propio negocio. Empieza a levantar cabeza después de la experiencia que
vivió en la última empresa para la que trabajó; una importante cadena de
panaderías, con trece tiendas repartidas por toda Gerona. Llegó a ella
en plena crisis, en 2010, cuando los recortes pasaron factura en el
centro médico en el que estaba empleada como administrativa y la
despidieron. Fue su primer tropezón.
En la panadería donde fue
contratada después pudo refugiarse de la tormenta económica que asolaba
España en aquellos momentos. Ocho años levantándose cada día a las cinco
de la mañana para cumplir con una jornada de siete horas. Nunca faltó,
ni siquiera cuando la empresa dejó de pagarle la nómina. Así los tres
últimos años, antes de entrar en concurso de acreedores y liquidar la
sociedad.
Había deudas y los trabajadores «pagamos los platos
rotos», dice. «Cuando preguntábamos qué ocurría, nos daban siempre
largas. Primero, nos quitaron las pagas extras. Luego, nos recortaron
los sueldos. Unos meses nos ingresaban 300 euros; otros, 200; a veces
500... Lo que querían y cuando querían. Era imposible vivir así. Aquello
no daba para pagar la hipoteca y las facturas del mes, pero tenía miedo
a que me despidiesen e irme sin nada después de lo que llevaba
aguantando», relata.
Se fue mermando la confianza y el ánimo de
todos los empleados, que no encontraban motivación para acudir al
trabajo. «Todo fue a peor cuando la empresa entró en concurso de
acreedores. Nos hacían responsables de lo que estaba ocurriendo, el
maltrato psicológico era continuo. La encargada que nos pusieron durante
ese proceso nos decía que, cuando la empresa cerrase, no íbamos a
encontrar ocupación en ningún sitio. Aquel ambiente era insoportable»,
confiesa.
Antonia recuerda que el miedo a coger una baja se adueñó
de la plantilla. Si alguno se veía especialmente forzado a tomarla,
«volvía precipitadamente». Ella tuvo que ser intervenida de urgencia y
se ausentó tres semanas. Lo justo para recuperarse. «Cuando lo comuniqué
a la empresa, pusieron el grito en el cielo. Me advirtieron que me
tomara lo menos posible. Iba a la mutua cada semana, pero surgieron
complicaciones y entré en quirófano de nuevo. A los pocos días, la jefa
me pidió ir a trabajar estando aún de baja. Tuve que pedir el alta
voluntaria. Era eso o la calle», admite.
Aquella «pesadilla» acabó
en manos de un abogado y con una «mísera» indemnización del Fondo de
Garantía Salarial (Fogasa), que ya se ha agotado. «De los 17.000 euros
que me correspondían, solo recibí 5.000», se lamenta. Antonia López
decidió reemprender la senda laboral por su cuenta y riesgo. Ha montado
una panadería. «En aquellos momentos tan duros, no encontré amparo en la
ley. El abogado nos recomendó que aguantásemos, pero ¿quién soporta
tres años sin apenas cobrar? Estamos en manos de los empresarios; no
tenemos derecho ni a enfermar», resume.
Carmen Cabello, funcionaria
«En la Administración no hay miedo a perder el trabajo»
Carmen
Cabello (Málaga, 1957) está que se sube por las paredes. Desde que en
octubre le mandasen reposo absoluto, no sabe qué hacer para que las
horas pasen más rápido y pueda volver a hacer vida normal. En sus 46
años de actividad laboral, 44 como funcionaria en un centro asistencial
para discapacitados intelectuales perteneciente a la Diputación de
Málaga, ni una sola baja prolongada... Hasta ahora. «La fama que tenemos
los funcionarios de faltar al trabajo no va conmigo», subraya esta
auxiliar clínica.
Una mala caída durante su jornada laboral, que
desarrollaba en turno de noche, rompió la buena racha. «Recuerdo que
salía de una habitación de visitar a un interno cuando, de repente, me
vi en el suelo. Resbalé con la funda de una almohada. Caí de nalgas y
sentí un dolor terrible; soy incapaz de describirlo. Aún así, pensé que
no había sido nada y que podría continuar con mi rutina cuando me
recuperase del golpe». Aquel culetazo, al que Carmen restó importancia
inicialmente, se tradujo pocas horas después en un mal pronóstico: dos
vértebras rotas y 154 días de baja.
Este accidente la mantiene
apartada de su trabajo y la limita en su quehacer diario. «Tras el
reposo absoluto, al menos ahora puedo empezar a andar con un corsé
ortopédico», describe. En sus más de cuatro décadas dedicadas al cuidado
de personas con discapacidad, haciendo turnos de noche, trabajando
festivos y fines de semana, Cabello tan solo ha faltado en dos ocasiones
a su puesto. «En una ocasión me operaron de la vesícula, y en la otra
me tuvieron que intervenir de un neuroma de morton. Fueron, en total,
unas tres semanas de baja. Salvo eso, jamás me he ausentado, y mucho
menos injustificadamente», precisa.
Cabello hace memoria y
recuerda los días que ha acudido con fiebre e, incluso, con infecciones
de orina «terribles» a desempeñar su labor en el centro asistencial.
«Nadie me obligaba a hacerlo. Si no me daba de baja en aquellos momentos
era porque, si faltaba, mi carga de trabajo recaía sobre los compañeros
de mi turno. Yo le llamo ser responsable; otros, hacer el tonto».
Sin
pelos en la lengua, esta trabajadora admite que la mala fama que
arrastran los funcionarios y los empleados públicos de tomarse bajas por
dolencias sin importancia y estirarlas hasta no poder más tiene algo de
verdad. «Quizá sea echarme piedras sobre mi propio tejado, pero es una
realidad que está ahí -reconoce-. Con excepciones, por supuesto, pero no
hay ese miedo que existe en la empresa privada a perder el puesto de
trabajo».
En su opinión, la reciente sentencia del Tribunal
Constitucional dando la razón a una empresa que despidió a una
trabajadora por presentar bajas reiteradas, aunque justificadas
médicamente, «es injusta y crea un mal precedente». «Este tipo de
normas, que en la Administración pública entran por un oído y salen por
el otro, porque no les afecta, es precisamente aquí donde deberían
aplicarse. Es donde más abusos se cometen y donde menos se persigue. No,
no es justo», apostilla la auxiliar clínica.
TITULO:
POLICÍAS EN ACCIÓN - Detenido tras los robos de una bicicleta de alta gama y un coche,.
Detenido tras los robos de una bicicleta de alta gama y un coche,.
La Policía Nacional detuvo al mismo hombre en dos días diferentes por los robos de estos vehículos,.
La Policía Nacionalha detenido a un hombre como autor de un delito de robo con fuerza y días más tarde, lo detuvieron nuevamente como autor de un delito de hurto de uso de vehículo.
Según informa el Cuerpo Nacional de Policía, el pasado día 30 de
octubre agentes de la Comisaría Local de Luarca detuvieron al autor del robo de una bicicleta de alta gama, valorada en más de mil doscientos euros, que se produjo en Avilés. Días más tarde, concretamente el 8 de noviembre y fruto
de las investigaciones llevadas a cabo por los funcionarios, detuvieron
al mismo hombre como autor de la sustracción de un vehículo. Tanto el automóvil que fue sustraído en Luarca y apareció en Raíces (Castrillón) como la bicicleta, que fue robada en Avilés y apareció en Pola de Siero, fueron recuperados y devueltos a sus respectivos dueños. Según informa EFE, el autor fue puesto a disposición judicial quien decretó su libertad con cargos a la espera de juicio.
Por otra parte, el 14 de octubre fue detenida por parte de los policías
nacionales de Luarca una persona de 42 años, al tener interesada
reclamación judicial de detención e ingreso en prisión, por un Juzgado
de Gijón.
TITULO: 3 RAZONES CON - Marrón verdoso,.
Marrón verdoso,.
foto / Recuento de votos en el colegio electoral.
Una
cerveza con unos berberechos es el aperitivo perfecto para un domingo.
Pero este domingo no quedaba ni una lata en la cocina. Entonces, el
domingo frío de noviembre se convirtió en más domingo todavía. Y eso
que, a mediodía, todavía no sabíamos que podía ser peor. Igual, pero
peor.
Con una manta en el regazo, mi santo y yo nos
sentamos en el sofá a verlas venir, que la familia que analiza los
resultados electorales unida permanece unida. Él, economista, examina
los datos por provincias y ciudades, consulta la tablet y el móvil, y
suma, y resta, y hace cálculos como si se hubiera caído a una marmita de
Excel cuando era pequeño; yo, que no sé ni lo que soy, sólo veo que se
nos ha quedado un país que parece una caja de lápices de colores. Rojo,
azul, morado, verde, verde hierba, amarillo limón, amarillo huevo y un
poco de naranja. Ahora hay que ver qué se hace con semejante círculo
cromático; si se van a mezclar entre sí los colores complementarios, los
análogos o los primarios.
De
momento, la mezcla tira a marrón verdoso casi caca porque hemos votado a
partidos que apelan a una patria grande, libre y verde desesperanza o a
patrias pequeñas de color amarillo ácido con un Plastidecor por
bandera. Nos hemos convertido en un país de daltónicos exaltados que
votan a aquellos que les dicen lo que quieren oír. Y todo gracias a la
total y absoluta banalización de la política, al olvido de la ética, al
llamamiento a votar de cintura para abajo, al desprecio por el diálogo,
al egoísmo de muchos, a la estulticia de todos y a la arrogancia de los
que sólo tienen altura para jugar al baloncesto, pero no para hacer
política. A ver quién consigue ahora mezclar bien los colores. Ni Van
Gogh.
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