sábado, 26 de octubre de 2013

TRAZOS, Cernuda y sus amigas,./ TRAZOS, VIDAS EN TRANSITO,./ TRAZOS, LOS PREMIOS DEL RECUERDO, OVIEDO LOS PRINCIPE DE ASTURIAS,.


  1. Cernuda y sus amigasLa muerte de Luis, tan completamente inesperada, me ha causado una pena inmensa. Me he quedado como sorda desde que lo sé. Era un ...

    SOCIEDAD

    Cernuda y sus amigas

    El poeta sevillano amó a algunos hombres pero vivió y murió rodeado de mujeres. Fue a ellas a las que abrió su corazón -foto

    La muerte de Luis, tan completamente inesperada, me ha causado una pena inmensa. Me he quedado como sorda desde que lo sé. Era un gran solitario. Creo que su sensitividad no le permitía tener muchos amigos. A su entierro, según me escribe mi madre, fueron veinte personas; cuatro de ellos de mi familia. No puedo hacer comentarios sobre lo ocurrido. Estoy no solo sorda sino también como sin palabras. No puedo creer que Luis ha desaparecido».
    Con estas palabras, una aturdida Concha Albornoz relató por carta a María Zambrano la muerte de Luis Cernuda, ocurrida en México hace ahora 50 años. La autora de estas líneas, hija del ministro republicano Álvaro de Albornoz, fue -en palabras de Sánchez Barbudo- «la gran, única, amiga» del poeta sevillano. Ella le presentó a la escritora Rosa Chacel y los tres formaron un trío inseparable. «Eran tres personas muy diversas, pero que sabían estar juntas», escribió de ellas María Teresa León, compañera de Alberti.
    Cernuda fue «un gran solitario». Tímido y pudoroso, tuvo relaciones tormentosas con sus parejas masculinas y la rara habilidad de quedar mal con todos sus amigos. Su biógrafo Antonio Rivero (autor de la obra de referencia sobre el poeta, publicada en dos volúmenes en 2008 y 2011) recoge unas palabras del premio Cervantes José Emilio Pacheco que lo definen con precisión: «Vivió en una arisca soledad, cercada de rencor por todas partes: legítima defensa de un ser vulnerable en extremo, de un caído en el infierno que acepta el mal y, al expresarlo, lo conjura».
    Sólo con algunas mujeres, el poeta bajaba la guardia. El periodista Rafael Martínez Nadal fue testigo de ello. Durante su estancia en Londres en el año 1938, Cernuda acudía con frecuencia a cenar a su casa. Vivía entonces como un «cervato desbandado, ansioso de cariño y lleno de desconfianza». En aquellas veladas, el poeta exiliado despotricaba contra todo y contra todos, presa del mal humor. Sólo la compañía de la madre y de la hermana de su amigo le tranquilizaba. Con ellas se sentía en lugar seguro: «A veces venía a ver a mi madre cuando sabía que yo no estaba en casa, o mucho antes de que yo pudiera regresar. Y hablaba con ella de sus recuerdos de infancia», cuenta Nadal.
    Encuentro con Salinas
    Cernuda tuvo una infancia solitaria. Nacido en Sevilla, en 1902, fue el tercer hijo, único varón, del matrimonio formado por el comandante de Ingenieros Bernardo Cernuda y Amparo Bidón. Educado en un ambiente austero y castrense, cursó el bachillerato con los Escolapios y en 1919 comenzó la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla. Allí coincidió en un curso de Literatura española con el joven catedrático Pedro Salinas. De la importancia de este encuentro nos habla él mismo en 'Historial de un libro', su autobiografía literaria: «No sabría decir cuánto debo a Salinas, a sus indicaciones, a su estímulo primero; apenas hubiera podido yo, en cuanto poeta, sin su ayuda, haber encontrado mi camino».
    Publicó sus primeros versos en la 'Revista de Occidente' en 1924 y su primer libro, 'Perfil del aire', en 1927. La muerte de su madre, en julio de 1928, le permitió abandonar Sevilla y empezar una nueva vida, primero en Málaga y después en Madrid. En la capital andaluza trabó amistad con Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, editores de la revista 'Litoral'. Y ya en Madrid frecuentó a Vicente Aleixandre y Federico García Lorca, entrando a formar parte de la llamada generación poética del 27, que él siempre denominó del 25. El tema del amor se convirtió en una constante en la obra de estos tres autores, pero -en palabras de José Costero- «mientras Aleixandre lo concibe como asunción panteísta y el poeta granadino como motivo gozoso, para el sevillano, en cambio, es algo oculto y prohibido».
    En 1931 la aparición de 'Los placeres prohibidos' es saludada como un acontecimiento literario en la España republicana. Pero fue en la primavera del 36, con motivo del homenaje que se le tributó en Madrid para celebrar la aparición de 'La realidad y el deseo', cuando Lorca, en presencia de Neruda, lo proclamó «cisne renovador» de la poesía en lengua castellana. Allí estaba rodeado ya de algunas de sus mejores amigas: María Zambrano, Rosa Chacel, Concha Albornoz, María Teresa León y Concha Méndez. El exilio añadirá otros nombres de mujer a esta lista: Nieves Madariaga, hija mayor de Salvador de Madariaga; Sara Hernández-Catá o las escritoras María Dolores Arana y Guadalupe Dueñas.
    La muerte le llegó de sopetón, en Coyoacán, donde vivió los últimos 10 años de su exilio americano alojado en la casa de Concha Méndez, viuda de Manuel Altolaguirre. El 5 de noviembre de 1963, extrañada de que Cernuda no bajara a desayunar a las 8 como era su costumbre, Concha envió a su hija a buscarlo a su habitación de la primera planta. Antes de que terminara de subir, la mujer lo vio en el suelo, tendido delante de su cuarto de baño, en batín y zapatillas, con la pipa en la mano derecha y las cerillas en la izquierda. En el dormitorio, su cama ya estaba hecha y sobre la mesilla de noche quedó el libro que el poeta leía en ese momento: 'Novelas y cuentos', de Emilia Pardo Bazán. 

    TÍTULO; TRAZOS, VIDAS EN TRANSITO,.

    Mil vidas en una.-foto,.

    Ciudad: Murcia
    Su ajetreada y ya longeva vida, le hacía ser respetado y querido por la gente que lo conocía.

    Desde que nació hace ahora noventa y dos años, había vivido tiempos de gloria, un atentado, dos secuestros y muchas portadas de periódico, pero no, no era policía.

    Se le consideraba elegante y elitista, pero también cercano y agradable. Era apreciado por todas y cada una de las personas que habían pasado por su vida, tanto por su servicio y como por su cordial hospitalidad.

    Se le recordaba entre otros motivos, por dar cobijo a uno de los mayores gánster de la historia, pero no, no era un delincuente.

    Nunca distinguió entre personas de distintas, razas, religiones o ideológicas.

    Aunque también había conocido a la mayor estrella del rock de todos los tiempos y algunos de los presidente mas memorables de los Estados Unidos de América, no era un famoso.

    Distintas vidas en una sola, esa era la mejor descripción que podrían hacer sobre él. Pero desde hace unos años, los rumores sobre su edad, sobre su fuerza, todo se desmoronaba. La gente luchaba en las calles por él, manifestaciones aludiendo a su longevidad y a su historia. Su fachada era extraordinaria, pero su interior ya no era nada.

    La decisión estaba tomada, querían acabar con él. Nada ni nadie podría pararlo, eran demasiadas voces en contra, socios, inspectores, era su fin y se preparaba para ello.

    El principio de su fin empezó con aquel fatal atentado que sufrió hace apenas doce años, lo recordaba con nitidez. Estuvo apunto de derrumbarse después de aquello, pero resistió, como siempre había hecho, era fuerte como una centenaria encina. Fue una mañana de Noviembre y dejo sus fuerzas muy mermadas.

    Fue un veintiséis de Enero del dos mil trece cuando a las doce y media de la mañana acabaron con él. Lo hicieron ante la atenta mirada de cientos de personas, algunos lo defendieron hasta ese momento, otros se acercaron para ver su fin.

    Se hizo de manera limpia, rápida. Cuatro explosivos que acabaron con las pocas defensas que tenía, todo había sido planeado. Se escucharon aplausos de aquellos que acabaron con su vida, pero hubo muchas más lágrimas entre los que lo defendieron. Uno de ellos se acercó con un ramo de flores, se agachó y lo dejó a su lado.

    Lo único que quedó de él tras la explosión fue aquel cartel que decía:

    "Bienvenidos al maravilloso y acogedor Hotel Mirador del Mar, disfrute de su estancia.” 
     
    TÍTULO: TRAZOS, LOS PREMIOS DEL RECUERDO, OVIEDO LOS PRINCIPE DE ASTURIAS,.
     
    1. Los premios del recuerdoMirada al cielo. Rápida, fugaz. Con beso incluido. Casi imperceptible para el hombre que le dijo hace 24 años que iba a ser honrado con el ...foto,.
       
      Mirada al cielo. Rápida, fugaz. Con beso incluido. Casi imperceptible para el hombre que le dijo hace 24 años que iba a ser honrado con el premio Príncipe de Asturias de los Deportes. El cántabro que descubrió a los españoles qué era eso del golf. Ese Severiano Ballesteros que guió en todo momento a José María Olázabal, compañero en mil batallas en el campo deportivo y amigo del alma, casi provoca que el golfista guipuzcoano llorara de la emoción. Las lágrimas se quedaron para sus entrañas, como las de Annie Leibovitz. Tampoco quiso llorar en público, de romper ese muro de rudeza que ha construido a su alrededor a lo largo de estos años y que en Oviedo se ha comenzado a resquebrajar. Incluso llegó a hacerse fotos con los reporteros gráficos en los días precedentes. Pero al igual que Olazábal, a la fotógrafa estadounidense le acompañaba el recuerdo de otro premio Príncipe de Asturias. El que recibió la ensayista alemana Susan Sontag, su pareja durante muchos años, en 2003, catorce años después que Ballesteros.
      Leibovitz mostró su rostro más humano al recoger el galardón de Comunicación en el teatro Campoamor, donde realizó una defensa de la imagen, que «retiene el presente antes de que desaparezca en el pasado». De un arte que algunos dicen que «está muerto», que permite recordar cómo eran nuestros hijos y que tiene mucha más energía de la que pensamos. «La fotografía es poder compartir con otras personas, ver las cosas y los lugares que amamos», explicó la estadounidense durante su discurso. «La fotografía no es solo lo que queda registrado, sino el punto de vista del fotógrafo», apuntó Leibovitz, que cazó a Richard Nixon dejando la Casa Blanca o logró que la reina Isabel II posara como ella quería.
      Más serio se puso Antonio Muñoz Molina en su discurso. El premio de las Letras recordó y defendió el viejo oficio de escribir, «más útil de lo que parece» y que requiere «tantas horas y tantos años como un artesano al suyo y que, sin esa dedicación, no logrará completar nada de valor». Una profesión que también sufre, no solo por los enemigos propios de la literatura -como la piratería-, sino por el mundo que le rodea, «donde los que trabajan ven menguados sus salarios mientras los más pudientes aumentan obscenamente sus beneficios». Y en un país «asolado por una crisis cuyos responsables quedan impunes mientras sus víctimas no reciben justicia» y donde «millones de personas» carecen de un trabajo. El reivindicativo escritor jienense lamentó que España se haya convertido en un país «donde la rectitud y la tarea bien hecha tantas veces cuentan menos que la trampa o la conexión clientelar».
      Ante esta situación, donde también se aprecia el desprecio «por el trabajo intelectual y conocimiento», Muñoz Molina solo encuentra una salida al desaliento del oficio de escribir que es el oficio mismo y practicarlo «sin concederse la menor indulgencia» para cambiar la realidad desde «una visión cervantina melancólica», como apuntó el Príncipe de Asturias en sus loas a los premiados con los galardones que entrega desde hace más de tres décadas.
      Además de resaltar el valor y las capacidades de todos los premiados, don Felipe apeló en su discurso -el más importante del año- a la solidaridad y a la unidad frente a la adversidad, tanto económica como política. Recordó el accidente del Alvia en Galicia, donde el pueblo de Angrois dio una lección de «coraje y solidaridad», y su visita al lugar del siniestro junto a doña Letizia. «Nos reconocían tan solo haber cumplido con su deber como seres humanos y ciudadanos», recordó el Heredero, que subrayó el ejemplo de este pequeño pueblo como un estímulo para superar «la frustración, el pesimismo o la desconfianza que afectan a muchos españoles». «No podemos permanecer indiferentes o inmóviles; debemos reaccionar», apostilló el príncipe de Asturias.
      Batalla por salir adelante
      Un movimiento al que se han sumado millones de personas que «cada día batallan para salir adelante con honestidad, con esfuerzo, con valentía y con humildad» y que han conseguido que España sea una gran nación en la que «vale la pena vivir, y querer, y por la que merece la pena luchar». Un país, dijo don Felipe, que no es el que Miguel Unamuno describió como «vive cada uno solo entre los demás», sino que necesita de todas sus partes para seguir trabajando juntos. «Creo firmemente que entre nosotros están muy presentes los sentimientos fraternales generados a lo largo de muchos siglos de convivencia; de compartir profundos vínculos familiares e históricos, tantas emociones sufridas o disfrutadas colectivamente», afirmó en su parlamento, sin citar expresamente en ningún momento las tensiones soberanistas.
      «Sentimientos de estima y de afecto que nos han dado forma y que debemos preservar y alimentar siempre, y en todo momento, por encima de las tensiones, de las discrepancias y de los desencuentros», apostilló don Felipe. Además llamó a la responsabilidad de construir el «proyecto compartido» de España. «Una nación que nunca ha claudicado frente a la diversidad ni ha renunciado a ningún sueño», añadió antes de cerrar el acto.
     

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