TITULO: El
paisano - Viernes - 4 , 11 - Octubre - El Carmel (Barcelona),.
Viernes - 4 , 11 - Octubre a las 22:10 horas en La 1 , foto,.
El Carmel (Barcelona),.
Los Búnkers del Carmel, tal y como su propio nombre deja entrever, tuvieron en origen un papel militar. Hoy, afortunadamente, este rol ha evolucionado hasta convertirse en uno de los lugares más animados de Barcelona y, por supuesto, uno de los mejores miradores de la Ciudad Condal dada su altitud y su perspectiva de prácticamente 360 grados. Esta amplitud de miras lo convierte también en un punto ideal para disfrutar del atardecer en la ciudad de Barcelona y en punto de encuentro cuando cae el sol.
TITULO: VACACIONES - EUROPA DE PELICULA - Venecia ,.
Venecia ,.
Venecia agoniza convertida en parque de atracciones: del turismo masivo al cambio climático,.
La Unesco ha vuelto a amenazar con incluir a la ciudad de los canales en su lista negra de Patrimonio Mundial en peligro: cuenta con varios «daños irreversibles» y con el riesgo de convertirse en un futuro en un parque de atracciones,.
En pleno corazón de la ciudad, las alarmas ya están saltando desde hace un tiempo, pero es el ruido del turismo y del negocio el que no deja que las escuchemos con claridad. A pocos metros del puente Rialto, en la plaza San Bortolomio, se erige desde 1908 la farmacia Morelli, que además de desempeñar su labor original, se encarga de advertir lo obvio a «viva voce»: Venecia está sufriendo. Cuando una ciudad se deteriora o está a punto de colapsar, el termómetro más fiable es el de sus habitantes: huyen de ella, ya no se sienten como en casa. Y en dicha farmacia así lo demuestra un contador electrónico, en el que van especificando a tiempo real cuántos venecianos quedan en la ciudad de los canales. Una forma de compartir las verdades más crudas a pie de calle, aunque nos esforcemos en que pasen desapercibidas. Los venecianos que siguen viviendo en la que llaman La Serenissima ya son menos de 50.000 –se han perdido unos 14.000 en los últimos 20 años–, en una ciudad de más de 260.000 habitantes, lo que sugiere una despoblación acelerada, fomentada por el turismo, por ende los altos precios, y por la paulatina transformación de Venecia en un parque de atracciones. No podemos permitir que eso le ocurra a uno de los grandes tesoros de Europa. Venecia no puede ser Disneyland. Ni lo quieren los venecianos, ni aquellos que valoramos a ese lugar como una joya patrimonial, que aguanta, que sigue sufriendo, y que está en peligro. Así lo ha advertido (de nuevo) la Unesco: Venecia podría entrar en su lista negra.
En 2021, ya ocurrió algo parecido: ante la advertencia (o amenaza) de la Unesco de incluir a Venecia en dicha lista, la ciudad declaró los canales como monumento nacional. Con ello, el paso de los grandes cruceros por la laguna y el canal de San Marco se prohibió para siempre, lo que hizo que el sufrimiento de la ciudad disminuyera. Pero no ha sido suficiente. Venecia sigue siendo un hervidero turístico, por lo que sus heridas cada vez son más grandes. En septiembre, durante la reunión prevista entre el 10 y el 25 en Ryad (Arabia Saudí), el Comité del Patrimonio Mundial votará la inclusión de la ciudad italiana en la lista de patrimonio en peligro, lo que la situaría en una posición delicada y de urgente cuidado. Una, podríamos decir, etiqueta que, además, no es solo simbólica, sino que tiene consecuencias. Más que una sanción, sería un impulso hacia remediar los riesgos, pues esta inclusión implicaría la limitación de la autonomía de decisión sobre la ciudad por parte de la región del Véneto. Están en la lista negra zonas amenazadas por desertificación, guerras o calentamiento global: desde las ruinas de Chan Chan en Perú hasta las selvas tropicales de Madagascar. Lugares, como Venecia, en peligro, o con riesgos a desaparecer o a perder su estatus de patrimonio mundial. De no actuar al respecto, los expertos temen respecto a Venecia «daños irreversibles por los efectos del continuo deterioro», motivados por la intervención humana, el constante desarrollo urbanístico, los impactos del cambio climático y el turismo de masas, por lo que aseguran que «urge una nueva visión y estrategias adecuadas».
La principal petición por parte de la Unesco está dirigida a las autoridades italianas, a quienes les instan de «aumentar los esfuerzos para proteger la ciudad». Venecia, añaden, «afronta un peligro probado y unas amenazas que provocan efectos nocivos en sus características intrínsecas». Esto es, si hay algo que hace especial a La Serenissima son sus canales, sus góndolas y sus innumerables puentes, pero su encanto y unicidad no podrán ser para siempre más fuertes que el maltrato que conlleva el turismo masivo, unido al cambio climático, a la subida del nivel del mar o a las continuas renovaciones a las que una ciudad, de por sí, en la actualidad se ve sometida.
«Cambios irreversibles»
La Unesco ha reconocido que toda ayuda es tan necesaria como bien recibida. Al igual que valora que en los últimos años se haya tratado de frenar este deterioro, a través de, por ejemplo, la prohibición de los cruceros cerca de la ciudad o las barreras de protección ante inundaciones, explican que es necesario también vigilar el proyecto de construcción de rascacielos e inmuebles que se ha puesto en marcha en los alrededores de la ciudad. Alertan que estas edificaciones podrían ser «susceptibles de tener un significativo impacto visual negativo». Asimismo, reclaman un estudio más profundo de los fenómenos naturales que afectan a Venecia, así como del impacto del cambio climático o de la llegada de cruceros a canales próximos. Y es que, si debemos citar un problema principal al que se enfrenta la ciudad de los canales, ese es el turismo masivo. Si han estado en Venecia, no deberán hacer uso excesivo de la imaginación. Basta con un paseo por sus laberínticas calles, repletas de comercios, fotógrafos, gondoleros solicitados, excursiones y «vaporetti» hasta los topes. La Unesco advierte de la urgencia de «un modelo sostenible de turismo», que reduzca «el número excepcionalmente elevado de visitantes». Insistimos: no exageran. En estas fechas, en plena temporada alta del turismo en Venecia y en Europa, se llegan a contabilizar unos 100.000 turistas alojados en la ciudad, sumados a los miles de visitantes diarios. Esto, además de afectar la calidad de vida de los residentes, puede provocar «cambios irreversibles y una pérdida sustancial de la autenticidad histórica y la importancia cultural» del lugar.
Estas advertencias vienen de largo, y continúan pidiendo la detención «de todos los nuevos proyectos a gran escala», así como la aprobación de «medidas relacionadas con la planificación, la gestión y la gobernanza». No obstante, hasta el momento en que se redactan estas líneas, la reacción por parte de las autoridades italianas no ha sido ni ambiciosa ni radical. Según los medios italianos, el Ayuntamiento de Venecia ha asegurado que «leerá atentamente» la propuesta de la Unesco, así como la confrontarán al Gobierno. Ya sabemos que las cosas en Palacio van despacio, pero Venecia, bella y frágil, atractiva y enferma, necesita de toda ayuda urgente, veloz, que ofrezca soluciones palpables lo más antes posible. «Necesita una respuesta concreta, a partir del plan nacional de adaptación al clima que el país aún está esperando. Si el turismo se ve como el petróleo, este es el momento de transformar a Venecia de una fuente fósil a una renovable y sostenible. No deben perder esta oportunidad», afirma el responsable de territorio e innovación de Legambiente, Sebastiano Venneri, a la publicación medioambiental italiana «La nuova ecologia». Es el momento, por tanto, de apagar las alarmas.
DE VERONESE A TIZIANO: JOYAS ARTÍSTICAS EN RIESGO
Por Pedro Alberto Cruz
La Unesco ha anunciado la introducción de Venecia en la lista de patrimonio en peligro. Por desgracia, no es el primero ni será el último caso de conjuntos patrimoniales que, en este periodo crítico de la humanidad, son introducidos en la lista negra que alerta sobre su futuro. El turismo ha dejado de ser ese «gran invento» para convertirse en una de las amenazas más letales para no pocos lugares del planeta. Que una ciudad como Venecia reciba hasta 100.000 turistas diarios tiene un impacto sobre su amplio patrimonio cultural que lo sitúa al borde del abismo. Hace unos años, la UE advertía sobre el hecho de que el futuro del turismo en Europa habría de pasar por un turismo de calidad que las autoridades de Bruselas identificaban con el turismo cultural. Pues bien, en 2023, ese diagnóstico se ha quedado completamente obsoleto. Ya no se trata de la motivación que los turistas tengan para viajar a un destino concreto, sino de la cantidad de visitantes que un lugar sea capaz de asimilar antes de que alcance su punto de colapso y de inexorable deterioro.
El caso de Venecia es paradigmático en este sentido: se trata de uno de los destinos culturales más importantes del mundo. Sus joyas arquitectónicas que abarcan desde el periodo bizantino hasta el barroco –y que llevan la firma de grandes nombres de la historia del arte como Palladio o Longhena–; bienes muebles –pinturas, retablos, esculturas–creados en el esplendor del Renacimiento, Barroco y Neoclasicismo por Veronese, Tintoretto, Tiziano, Bernini o Canova; cientos de puentes y palacios; fundaciones de arte contemporáneo como la de Peggy Guggenheim; y eventos globales como las bienales de arte y de arquitectura o su celebérrimo y glamuroso Festival Internacional de Cine. Venecia, en suma, es el paradigma del destino cultural; y este hecho no ha traído consigo un turismo de mayor calidad y sostenible. Por cuanto la definición del producto no es la clave para poner freno al deterioro manifiesto de Venecia ni de otros grandes destinos turísticos. Solo queda una opción: el decrecimiento; restringir el número de visitantes totales por año. Cualquier otra opción, a estas alturas, llega tarde y será a todas luces insuficiente.
Pero, claro está, esta solución del decrecimiento choca frontalmente con los intereses de una industria como la turística, hiperdesarrollada y locomotora de los grandes países de la Unión Europea. Cualquier palo que se ponga en la rueda de esta locomotora la haría descarrillar y supondría una catástrofe económica de proporciones inimaginables.
Cuando la maquinaria está montada, solo hay una opción: alimentarla. Y alimentarla para que funcione a pleno rendimiento supone la destrucción del producto en torno al cual se ha desarrollado. Nos encontramos, por tanto, ante un nudo gordiano que implica o sacrificios o destrucción del patrimonio cultural. El clásico «susto o muerte». Cualquier solución tendrá consecuencias negativas. Así que toca pensar en grande y decidir qué es lo que más nos conviene como sociedad.
TITULO: HOSPITAL - El primer mapa de un cerebro adulto abre una nueva puerta para investigar la mente ,.
El cerebro es una red de neuronas interconectadas. Un equipo de científicos ha trazado el mapa de las 139.255 neuronas y 54,5 millones de conexiones de la mosca de la fruta adulta. El resultado es una especie de Google Maps para cerebros con grandes implicaciones en la investigación neurocientífica.
"Muchos de ustedes se preguntarán por qué debería interesarnos el cerebro de la mosca de la fruta. Mi respuesta es sencilla: si podemos entender realmente cómo funciona cualquier cerebro, eso nos dirá algo sobre todos los cerebros", dijo en una rueda de prensa virtual Sebastian Seung, de la Universidad de Princeton (EE.UU.).
La revista Nature publica este miércoles nueve artículos en los que se expone el mapa del cableado del cerebro (conectoma) de una hembra de la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) y cómo la conectividad de neuronas específicas impulsa comportamientos como la comunicación entre regiones cerebrales o el movimiento.
Aunque el cerebro de este insecto es menos complejo que el de un ser humano, los circuitos neuronales de todas las especies procesan la información de forma muy similar.
Este trabajo ofrece la oportunidad de estudiar el funcionamiento del cerebro con más detalle de lo que era posible y allana el camino para cartografiar los de otras especies como el ratón, un proyecto ya en marcha.
Google Maps para cerebros
Un segundo estudio, capitaneado por la Universidad de Cambridge (Reino Unido) ofrece una anotación de las clases neuronales y grupos funcionales, identificando en total 8.400 tipos celulares, de ellos 4.581 nuevos.
Además, se pudo predecir el neurotransmisor que segrega cada neurona y si sus conexiones con otras (sinapsis) son excitatorias o inhibitorias, es decir, si promueven o reducen la probabilidad de la continuación de una señal eléctrica, explicó Gregory Jefferis, de Cambridge.
El investigador comparó los trabajos presentados con un "Google Maps, pero para cerebros. El diagrama del cableado entre neuronas es como saber qué estructuras de las imágenes por satélite de la Tierra corresponde a calles, edificios y ríos".
Anotar las neuronas, podría compararse "con poner nombres a las calles y ciudades, la hora de apertura de los comercios, los números de teléfono (...) se necesita el mapa base y esas anotaciones para que sea realmente útil para los científicos", que ahora pueden navegar por el cerebro mientras intentan comprenderlo.
Hasta ahora no existía ningún conectoma completo de un animal adulto de esta complejidad y una de las principales cuestiones que se aborda con él es "cómo el cableado del cerebro, sus neuronas y conexiones, pueden dar lugar al comportamiento animal", destacó Mala Murthy, de Princeton.
El mayor conectoma de la mosca de la fruta era de un hemisferio cerebral, con unas 20.000 neuronas y 14 millones de sinapsis, también se conoce el de la larva de este animal (3.016 neuronas) y el de un gusano nematodo (302 neuronas).
¿Por qué una mosca?
Las moscas de la fruta son un importante modelo para la neurociencia, ya que sus cerebros resuelven muchos de los mismos problemas que nosotros y son capaces de comportamientos sofisticados como el vuelo, conductas de aprendizaje y memoria e interacciones sociales, explicó Murthy.
Además, este insecto comparte el 60% del ADN humano, y tres de cada cuatro enfermedades genéticas nuestras tienen un paralelismo en esas moscas, por eso comprender su cerebro es un peldaño más hacia la comprensión del cerebro de especies más complejas.
Por el momento, pensar en un conectoma humano completo es algo fuera de lo posible, nuestro cerebro tiene unos 86.000 millones de neuronas y billones de conexiones. Solo en datos sería un zettabyte, que es aproximadamente el tráfico total en internet durante un año.
Pero lo logrado ahora sirve como precursor de nuevos avances de la Iniciativa Brain, que quiere hacer estos mismos mapas en mamíferos, empezando por el ratón.
"Sabemos muy poco sobre los circuitos del cerebro humano como para poder idear curas y medidas de prevención (...), en pocas palabras no podemos arreglar lo que no sabemos y por eso creemos que este es un momento tan importante para la neurociencia", según John Ngai, de la Iniciativa Brain.
Jefferis vaticinó que, "con suerte", en los próximos cinco a diez años no solo se tendrá un cerebro de ratón completo, sino varios para empezar a comparar cómo las experiencias vividas pueden aportar cambios.
IA y ciencia abierta
El científico apuntó que "si ponemos a las mejores mentes a trabajar juntas, el cielo es el límite". Esto es lo que hizo el Consorcio FlyWire, que ha coordinado los trabajos y reúne a casi 300 investigadores.
Los investigadores abrieron desde el principio a la comunidad científica el mapa neuronal que estaban elaborando y otros grupos ya han empezado a intentar simular cómo responde el cerebro de la mosca al mundo exterior.
Junto a ellos, el uso de la inteligencia artificial (IA) sin la que habría sido imposible reconstruir el cableado neuronal. "Es una muestra de cómo la IA puede hacer avanzar la neurociencia", en palabras de Seung, de Princeton.
Pero como los programas no son infalibles, se creó un sistema informático de herramientas que permitía a una gran comunidad de investigadores en línea examinar los segmentos, corregir su exactitud y anotar tipos y clases de células de una manera.
El mapa se construyó a partir de 21 millones de imágenes tomadas del cerebro de una mosca, que mide menos de un milímetro de ancho, en total más de cien terabytes de datos de imagen o, en otros, términos, el almacenamiento de cien ordenadores portátiles normales.
TITULO: VUELTA AL COLE - Salto generacional ,.
Salto generacional,.
foto / Desde que Marc Prensky acuñara en 2001 el término “nativos digitales” para referirse a los jóvenes nacidos en los noventa que se acercaban sin miedo a la tecnología y como modo de diferenciarlos de los “inmigrantes digitales”, aquellos nacidos con anterioridad a dicha década y para quienes la tecnología suponía un esfuerzo de aprendizaje, solemos pensar que los jóvenes actuales vienen con la tecnología aprendida de serie y como si de algo genético se tratara. Damos por hecho que a los jóvenes y, en concreto, a nuestros hijos, no hay que enseñarles a utilizar la tecnología, dado que partimos de la falsa premisa de que no sólo ya saben utilizarla sino que probablemente la dominan con mayor destreza que nosotros mismos.
Error. Craso error. Los jóvenes no tienen un mayor conocimiento de la tecnología por el simple hecho de haber nacido con ella. O, tal y como reza el título del libro coordinado por Susana Lluna y Wicho y recientemente publicado por Ediciones Deusto, Los nativos digitales no existen. Muy al contrario, no se trata de una generación especialmente dotada de conocimientos, habilidades o intereses en lo que al uso de las llamadas «nuevas tecnologías» se refiere, y cuando manejan programas distintos a Instagram, Snapchat, YouTube u otros que utilizan para descargarse música y películas, su desconocimiento es generalmente absoluto. Más bien deberíamos hablar de huérfanos digitales con una preocupante falta de formación.
Considerar que estos jóvenes van a saber aprovechar el enorme potencial de estas tecnologías en su desarrollo como personas y en el progreso de nuestra sociedad de forma casi instintiva, sin que tengan el apoyo de la familia y sin que diseñemos y apliquemos planes educativos al respecto, resulta absurdo.
En otras palabras, los nativos digitales, más que existir, sobreviven, y nosotros como padres, políticos y educadores debemos ayudarles. Este libro, en el que colaboran expertos en la materia tales como Borja Adsuara, Anna Blázquez, Marga Cabrera, Claudia Dans, Fernando de la Rosa,Eparquio Delgado, Rebeca Díez, Juan García, Fátima García Doval, Jordi Martí, Nuria Oliver, Dolors Reig, Genís Roca, Josefina Rueda, Andy Stalman y cuyo prólogo escribe Enrique Dans, aporta una visión distinta, desmonta la absurda creencia de que el aprendizaje de la tecnología es algo innato en las nuevas generaciones y explica cómo debemos educar a nuestros hijos en un mundo digital como el nuestro.
Muchos padres esperan, equivocadamente, que sea en el colegio quien los eduque, cuando en realidad esa educación ha de tener lugar sobre todo en casa, y seguramente empezando con la adquisición de las competencias digitales necesarias por parte de la familia. Hay que acompañar a nuestros hijos en sus incursiones en Internet. Explicarles qué es, cómo funciona, qué peligros tiene. Qué hay más allá de Google o de Amazon. Y explicarles cuáles son sus derechos y deberes en la era digital. En cuanto a la escuela, en este libro encontramos capítulos que dedican especial atención a quienes se están encargando de formar, inadecuadamente en su mayoría, a estos jóvenes en un sistema educativo no siempre preparado para este desafío. Debemos, en consecuencia, idear un nuevo modelo que se pueda incorporar en una sociedad digital avanzada para responder a las nuevas y cambiantes necesidades del mercado laboral al que tendrán que adaptarse estas generaciones en el futuro.
Prólogo
Si hay una cosa segura que todos aquellos que han sido padres saben perfectamente, es que los niños vienen sin manual de instrucciones. Una de las funciones más importantes de toda sociedad humana o incluso muchas animales, el preparar a la progenie para la supervivencia en el entorno, es confiada, en el caso de nuestra especie, a individuos que, en la mayor parte de los casos, tienen un nivel de experiencia bastante escaso, y que se apoyan únicamente en su intuición y en algunas claves transmitidas socialmente. De ahí que el consenso social nos lleve a delegar una parte de la educación en profesionales, en entornos que aseguren la transmisión de unos conocimientos que proporcionen una serie de bases culturales y sociales comunes que faciliten la convivencia y el funcionamiento de la sociedad como tal.
El problema, claro está, surge cuando el entorno se complica. En las sociedades humanas contemporáneas, muchas personas viven en entornos que no tienen demasiado que ver, en numerosos aspectos, con los que predominaban cuando recibieron su educación. La desactualización de muchos adultos con respecto a determinados elementos de la sociedad resulta patente, y da origen a tópicos como el de la lucha generacional. Decididamente, pocos adultos son especialmente competentes a la hora de mantenerse actualizados en el desarrollo de los elementos que definen la sociedad: la mayoría suelen, mas bien, responder a la tercera ley del escritor británico de ciencia-ficción Arthur C. Clarke, “toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”, o a aquella frase del programador norteamericano Alan Kay que afirma que “tecnología es todo aquello que no existía cuando tú naciste”.
Indudablemente, crecer en presencia de una tecnología hace que la consideremos como una parte integrante de nuestro entorno, como algo dado. Aunque no existan registros escritos de ello, cabe imaginarse que las primeras sociedades humanas que dispusieron del fuego verían un salto generacional entre aquellas personas acostumbradas a ingerir alimentos crudos o a no disponer de calor ni iluminación, y aquellas que lo conocieron como algo habitual en su vida desde la infancia. Sin duda, ingerir alimentos cocinados se convertiría en una costumbre habitual para los más jóvenes mientras era todavía algo nuevo y relativamente sorprendente para aquellos de sus mayores que no conocieron el fuego en su infancia. Sin embargo, la custodia y el manejo del fuego, según afirman los estudiosos de las culturas prehistóricas, no se entregaba a los más jóvenes, sino a miembros de la comunidad con suficiente experiencia y sentido común como para generarlo, preservarlo y hacer un buen uso de él.
Entre enero de 2013 y marzo de 2014, llevé a cabo un experimento que terminó por resultarme inquietante: de forma completamente casual, tuve la oportunidad de impartir una charla sobre el uso de la web social no a mi público habitual en la escuela de negocios en la que trabajo desde hace más de dos décadas y media, sino a alumnos de segundo año de Comunicación Publicitaria sensiblemente más jóvenes. Recuerdo aquella charla porque, contrariamente a lo que me ocurre habitualmente, me encontré especialmente incómodo y con sensación de desconexión total con la gran mayoría de los asistentes.
Se trataba de un público sensiblemente más joven que el que suelo tener habitualmente en mis clases, pero su desconocimiento de los temas tratados me resultó completamente contraintuitivo: ¿no eran estos los famosos “nativos digitales” con los que nos llevaban calentando la cabeza desde que Marc Prensky escribió su artículo “On the horizont” en el año 2001?
Intrigado, decidí incrementar mi exposición a ese rango de edades, y acudí a varias citas más, para impartir tanto un curso completo de Digital Literacy como alguna conferencia adicional sobre el uso de redes sociales. Las conclusiones fueron similares: al descender en el rango de edad, los estudiantes parecían ser no solo más ignorantes, sino incluso más escépticos, más reactivos, más descreídos con respecto a los posibles beneficios que la tecnología podía aportar. No era solo que no supieran... es que tampoco parecían querer saber.
En paralelo, la evolución de las tendencias refleja el mismo fenómeno: a medida que la web se desarrolla y ofrece cada vez más posibilidades, los jóvenes parecen abandonar muchas de las herramientas sociales y refugiarse en la simple mensajería instantánea, en una comunicación extremadamente poco sofisticada. Las promesas de una generación capaz de entender el funcionamiento de las herramientas desde todos los niveles han resultado ser completamente falsas: salvo en casos excepcionales, hablamos de una generación que se limita a utilizar aplicaciones que les vienen dadas, e incluso de usuarios simplistas, que utilizan un número muy limitado de herramientas para muy pocas funciones.
¿Programación? Buena suerte encontrando adolescentes que sepan convertir ideas en código ejecutable, porque el porcentaje con respecto a generaciones anteriores parece estar disminuyendo, no aumentando. Precisamente cuando el mercado de trabajo parece estar demandando profesionales cada vez más preparados en su capacidad de relacionarse con objetos programables o para entender los nuevos fenómenos comunicativos generados por la adopción masiva de las redes sociales, los jóvenes parecen usar sus smartphones simplemente para jugar a juegos triviales, para escribirse mensajitos, para compartir fotografías y vídeos... y para muy poco más.
El problema parece provenir, precisamente, de una cuestión de expectativas. Llevados por el irracional optimismo de creer que por nacer en un año determinado, los niños sufrían algún tipo de modificación genética que les llevaba a relacionarse mejor con la tecnología, muchos padres abandonaron su deber de educarlos. El absurdo tópico propagado por algunos irresponsables que decía aquello de “¿qué les voy a contar, si saben más que yo?” se impuso a la evidencia de que, por mucho que tecleasen rápido o entendiesen mejor algunos interfaces gracias a no tener que “desaprender” los anteriores, había una serie de carencias importantes que era preciso cubrir.
En el fondo, el entorno digital no es diferente de cualquier otro. Cuando los niños jugaban en la calle, sus padres se preocupaban, por una mera cuestión de sentido común, de explicarles adecuadamente y con insistencia todo aquello de la luz roja y la luz verde de los semáforos, que no se podía salir corriendo detrás de una pelota si esta se iba a la calzada, o que no se podían aceptar caramelos de un extraño.
En el entorno digital, sin embargo, muchos padres han actuado de manera completamente diferente: llevados a creer que sus hijos les aventajaban, decidieron hacer una auténtica cesación de responsabilidad. El resultado fue el que ahora estamos comprobando: más que tener una generación de nativosdigitales, lo que tenemos son, tristemente, huérfanos digitales, que han aprendido malamente a base de ensayo y error, y que muestran una preocupante falta de formación incluso en los niveles más básicos. El uso de filtros parentales, por ejemplo, es un caso patente y preocupante: muchos padres se limitan a instalarlos y, tras ello, a abandonar toda supervisión, aunque ello implique que cuando en otro contexto – en otro ordenador, en otro sitio – sus hijos se encuentren con aquello que el filtro supuestamente detenía, se encuentren completamente indefensos y sin preparación alguna para afrontar esos estímulos.
Resulta relativamente habitual observar el uso de la tecnología como “apaganiños”: padres que cuando sus hijos les resultan molestos en alguna situación, se limitan a poner en sus manos una consola, un smartphone o una tableta con un juego, un vídeo o algún otro tipo de entretenimiento. Y que, curiosamente, se extrañan algunos años después cuando esos niños se niegan a soltar su smartphone durante la comida o la cena, o cuando van a casa de sus abuelos, mostrando una más que preocupante e imperdonable falta de educación – habitualmente, además, ante la clara permisividad de sus obviamente irresponsables progenitores.
¿Qué absurdo concepto nos lleva a pensar que unos niños en plena fase de desarrollo de su sentido común van a ser “mágicamente” capaces de adquirir la compleja serie de valores, intereses, actitudes y aptitudes necesarias para extraer partido a una herramienta como la tecnología? ¿Por qué razón hay tantos padres que, en lugar de preocuparse por la transmisión de unos conocimientos tan importantes para el futuro desarrollo de sus hijos, optan por no formarse, por mostrarse como unos completos ignorantes carentes de criterio que no merecen respeto alguno, y por inhibirse ante el uso que sus hijos puedan hacer de herramientas tan poderosas? ¿De verdad nos extraña que esos mismos niños puedan tener problemas derivados del hecho de haber sido criados como auténticos salvajes en un aspecto tan fundamental para su desempeño social como ese?
Citando a Derek Curtis Bok, ex-presidente de la Universidad de Harvard, “si cree que la educación es cara, pruebe con la ignorancia”. Si piensa que va a educar bien a sus hijos con frases como “yo de tecnología ni idea” o “a mí es que todos esos temas se me escapan”, se equivoca. No solo se equivoca, sino que es usted un irresponsable, y está dando a sus hijos una muestra de que no pasa nada por ser educados por un completo ignorante. Un ignorante no es únicamente aquel que no ha estudiado o retenido una serie de materias, sino también, en gran medida, alguien que se niega a seguir educándose pasada una cierta edad. Y mostrarse como un ignorante ante sus hijos no es, sin duda, la mejor manera de situarse en una posición adecuada para educarlos.
Déjese de tópicos. La tecnología no es difícil, no más que muchas asignaturas a las que se ha enfrentado en su educación. Su cerebro no se ha vuelto más espeso, no se ha convertido en un incapacitado y no se trata de aprender desde cero los saberes de los sabios judíos de Amsterdam: simplemente, no le está poniendo el adecuado interés. O, como he comprobado en muchos casos, no le está poniendo ninguno. Por alguna extraña razón, algunos padres esperan que su falta de capacitación a la hora de enseñar a sus hijos algo tan importante como el uso de la tecnología sea algo que asuma su colegio o su entorno social.
No, educar a nuestros hijos no consiste en dejarlos utilizar determinadas cosas completamente por su cuenta y riesgo. Supone poner interés en que empiecen lo antes posible a interesarse por su entorno, estudiar las herramientas e informarse sobre su uso, entender las precauciones necesarias, explicarles lo que deben y no deben hacer, interesarse por las cosas que hacen, con quién se relacionan, qué les dicen, qué hacen... no es un trabajo full-time, pero casi. Nadie le dijo que fuese a ser fácil, y corresponde a muchas cosas que llevamos generaciones y generaciones haciendo. Educar sin reprimir y sin generar temores irracionales o sin fundamento, prepararlos para la vida en lugar de pretender mantenerlos en una burbuja, poner las reglas necesarias y sostenerlas sin miedo pero sin caer en rigideces absurdas, y buscar un compromiso adecuado de control que no se convierta en una vigilancia agobiante.
Si quiere respuestas concretas a preguntas concretas, en este libro encontrará muchas de ellas. No espere para dar a sus hijos un smartphone: a partir del momento en que sean capaces de no llevárselo a la boca, deben comenzar a familiarizarse con lo que será un elemento permanente en su vida y en su bolsillo. No deje de aprovechar la oportunidad para que aprendan jugando: la tecnología puede ser muy divertida, y convertir elementos como la programación o la robótica en oportunidades para jugar con sus hijos es algo maravilloso y muy recomendable. Si le parece caro, no se preocupe: la ley de Moore ha hecho que este tipo de cosas sean cada vez más baratas. Si está muy ocupado para ello, busque tiempo, sáquelo de debajo de una piedra, otórguele prioridad. No, no es fácil. Pero pocas cosas son más importantes.
Y sobre todo, déjese de tonterías. Que los niños no vengan con manual de instrucciones no es una excusa para abandonarlos a su suerte. Sus hijos le podrán parecer los más guapos y los más listos del mundo, pero no son nativosdigitales, se lo diga quien se lo diga. La tecnología no viene en los genes, y el sentido común para darle buen uso, tampoco. Usted, sin embargo, sí puede desarrollarlo: solo hace falta ponerle interés. Si ha comenzado a leer este libro, asumo que lo tiene. Para todo lo demás, está internet.
TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles - - 2 , 9 - Octubre - Álex Fidalgo - Fuerza Interior,.
En la tuya o en la mía - Miercoles - 2 , 9 - Octubre ,.
En la
tuya o en la mía', presentado por Bertín Osborne, acerca a los espectadores
el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante
aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer
mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en La 1 a las 22:30, el
miercoles- 2 , 9 - Octubre , etc.
Conocí a Álex Fidalgo hace varios años, y he tenido la suerte de poder vivir de cerca el crecimiento de su pódcast Lo que tú digas. Más allá de que me parezca un producto exitoso, serio, original y de gran calidad, lo que siempre me llamó la atención fue Alex y su tremenda personalidad, su gran capacidad para abrirse y contar aquello que a muchas personas les daría autentico pavor, y en muchos casos hacer que este tipo de sentimientos los compartan invitados en su programa con su audiencia.
Hace un tiempo descubrí el análisis DAFO, que entre otras cosas se utiliza para poder trabajar tus debilidades y convertirlas en fortalezas. No sé si Álex se lo planteó alguna vez, pero desde luego que ha seguido ese proceso y le ha llevado a muy buen puerto. Durante el verano hablamos de la creación de su nuevo estudio (estaba con la obra del local) y concretamos que una vez lo tuviese listo me acercaría por allí para hacer este reportaje.
—¿En qué ha cambiado el Álex de las primeras entrevistas de LQTD al de hoy?
—Me gusta pensar que hoy soy más seguro, más maduro y más sereno. El Álex que empezó el pódcast no tenía dinero, no tenía empleo y no tenía autoestima. Tenía una depresión grave, miedo y autocompasión. Necesitaba pastillas para salir de la cama y más pastillas para volver a ella. Paradójicamente yo, el de hoy, admiro a aquel. No me explico cómo, en las circunstancias en las que estaba, pude iniciar un proyecto y sacarlo adelante. Me veo incapaz de repetirlo. En lo estrictamente profesional, sigo lleno de dudas e inseguridades, pero creo que muy en el fondo sé que ya no tengo que demostrar nada a nadie. Y eso es lo que me aporta una serenidad, que para mí, con mi historia personal, es inédita.
—¿Cómo ha sido levantar un proyecto desde cero sin ayuda ni patrocinadores? ¿El hambre agudiza el ingenio?
—Hay que tener en cuenta que yo no empecé Lo que tú digas pensando que iba a vivir de ello, pero es que era impensable. Estamos hablando de mayo de 2017. Yo tenía que explicarle a mis compañeros periodistas lo que era un pódcast, y era un formato que los profesionales de la comunicación miraban por encima del hombro; lo veían como un hobby, una forma de ocupar el tiempo que te dejaba el desempleo. Como si fuese un futbolista que no da la talla para vivir de ello y tiene que conformarse echando pachangas con los amigos del barrio mientras busca un trabajo que le pague las facturas. Nadie vivía de su pódcast. Así que ganar dinero con ello era, como te decía, impensable. No estaba en mis planes. Mi idea era que, por algún casual, alguien con mando en un medio de comunicación o en algún programa de radio escuchase Lo que tú digas y pensase en recuperarme aunque fuese para presentar una sección o llevar cafés. Yo venía de estar en Onda Cero y en la Televisión de Galicia, dos sitios donde, a todas luces, no me querían, y veía desesperado cómo cada vez se iba haciendo más difícil que volviese a entrar en esa rueda. Las puertas se iban cerrando un poco más cada día. Viviendo en casa de mis padres, en Coruña, intenté trabajar en Decathlon y en el almacén de Inditex, donde antes lo había hecho un primo mío, pero me descartaron en ambos sitios. Después hice una entrevista para repartir revistas puerta a puerta —juraría que era para Círculo de Lectores—, y ahí sí me seleccionaron. Iba a empezar a trabajar en eso cuando me salió una sustitución de un mes en verano, en un periódico en Sarria, un pueblo de 10.000 habitantes del interior de Galicia (donde por cierto tuve el placer de hacer un reportaje sobre unas vacas que ganaban muchos concursos de belleza). Yo creo que de este periplo salía la fuerza que tenía entonces: de la desesperación y de la sensación, a pesar de mi autoestima agonizante, de que merecía algo más. De que yo tenía algo más que ofrecer a la gente. En definitiva, del hambre, como bien dices.
—¿Lo que tú digas ha sido tu mejor terapia?
—Sin duda. Los oyentes han sido los mejores terapeutas. Empecé el pódcast con unas expectativas muy bajas, ridículas, que pronto se vieron ampliamente superadas por los resultados. Y la audiencia me dejaba comentarios llenos de buena energía, valorando positivamente lo que hacía y dándome a entender que quizá había un sitio para mí en el mundo de la comunicación después de todo. Por fin entraba algo de oxígeno en mis pulmones. Además, yo en aquel momento hablaba abiertamente en el pódcast de mis problemas de salud mental, tratando de encontrar orientación por parte de mis invitados. Es importante subrayar que en aquellos años, aunque hoy —y más en el mundo del pódcast— nos parezca asunto recurrente, el tema de la enfermedad mental era tabú. A mis padres y conocidos, comprensiblemente, les aterraba que yo estuviese hablando a tumba abierta de ello y con tal crudeza y honestidad en mis charlas, y me pedían que no lo hiciese, porque creían que nadie querría contratarme ni tenerme cerca. Nadie querría en su trabajo a una persona inestable y con tendencia a la melancolía, ya no digamos como pareja. Sin ir más lejos, en el episodio 3 hablo con un psiquiatra que investigó acerca de los escritores e intelectuales que sufrían estas dolencias del alma y terminaron por quitarse de en medio. En aquel momento, yo estaba pasando por el mismo proceso y fantaseando con el mismo final.
—¿Cómo es la planificación y la producción de un episodio?
—Pues el primer paso es elegir al invitado: normalmente un experto en un tema que quiero tratar o alguien a quien me gustaría conocer y con quien me gustaría charlar. Afortunadamente, en estos momentos me están ayudando Cristina y Gianfranco a contactar con los protagonistas y buscar fechas. Los primeros años lo hacía yo absolutamente todo, como imaginarás. Después me preparo las conversaciones, principalmente leyendo. Para mí es más fácil estudiar información escrita; tengo menos paciencia para ponerme vídeos o escuchar entrevistas. Dependiendo de con quién vaya a hablar, la preparación es más o menos concienzuda, pero mi trabajo, tal y como yo lo concibo, es encontrar el difícil equilibrio entre saber quién es la persona que tengo delante y que continúe siendo un misterio para mí.
—¿Necesitaba esta evolución y renovación el proyecto? ¿Ha sido una decisión más personal o una necesidad por los cambios en el sector?
—Lo necesitaba el proyecto y lo necesitaba yo. Lo necesitaba yo, porque después de siete años no puedo apoltronarme. Al contrario, tengo que ilusionarme de nuevo y tengo que hacer una serie de cambios para que mi cerebro diga: «¡Eh! Esto es nuevo, ¿no?». Que haya cosas que no reconozca, que tenga que adaptarse de nuevo, que se sienta estimulado. La forma de hacer Lo que tú digas ha cambiado; el espíritu es el mismo, yo soy el mismo, pero ahora tenemos un estudio, cámaras, luces, un técnico… Es un formato nuevo. Por otra parte, el proyecto lo necesitaba. Lo que tú digas figura prácticamente desde su nacimiento en el top 10 – top 20 de las principales plataformas de podcasting del país. En YouTube también está entre los más consumidos, con alrededor de 700.000 suscriptores y más de 125 millones de visualizaciones. Me parecía imperativo ofrecerle a su audiencia y a sus espectadores algo a la altura, lo mejor que esté en mi mano, en coherencia con la confianza y la fidelidad que han ido depositando en lo que hago. Hasta ahora —y tú lo sabes bien— todo se llevaba a cabo en una habitación diminuta de mi piso, iluminada con una bombilla desnuda y con tres teléfonos móviles de segunda mano que yo dejaba grabando con la esperanza de que no se apagasen (cosa que alguna vez pasó). A pesar de que muchos seguidores ahora echan de menos la pizarra o recuerdan con cariño aquel espacio, no era un sitio cómodo. Era bastante asfixiante. La calidad de vídeo era deplorable, y a mí también me estaba pasando factura lo de estar metiendo a gente en mi modesto piso día sí y día también. Era todo muy estresante. El de ahora es un estudio al mismo nivel que los que tenían aquellos que me inspiraron a empezar esta travesía hace tantos años. Diría que es la culminación de un sueño pero, como te he explicado, mis sueños no apuntaban tan alto.
—¿Te has dejado llevar en algún momento de este proyecto por los números, seguidores, visitas o impactos de personas para invitarlas a charlar, o siempre te has mantenido al margen de ello?
—¿Me he sentido tentado? Mucho. Casi a diario. ¿He llegado a caer? Nunca. Mi actor favorito es Daniel Day-Lewis. Dejando a un lado el talento y la relevancia (que nadie piense que me comparo, por el amor de Dios), me siento conectado a él. Daniel es un obseso con su trabajo, se involucra hasta lo insano y eso le drena. Acaba cada rodaje sumido en una profunda depresión. Ha renunciado a taquillazos seguros a cambio de películas mucho más modestas pero con papeles que le daban sentido a su oficio. Daniel es celebrado y respetado entre sus compañeros y entre los cinéfilos, pero no es especialmente famoso entre el público palomitero. Además, tiene infinitamente menos dinero que sus compañeros hollywoodienses. Pero ese es el camino que ha escogido. Su plan B cuando empezó a actuar era ser carpintero, y creo que esa profesión está más en concordancia con su mentalidad. Es un artesano. Es algo que va en detrimento de tu ego y de tu bolsillo, pero que es superior a ti. No lo puedes evitar. Es casi temperamental. Yo me siento muy cerca de él en este sentido, y me inspira. Sería muy fácil para mí, y para cualquiera mínimamente avispado, poner patas arriba YouTube y las demás plataformas de pódcast. Petarlo, que se dice ahora. No somos tontos. Todos sabemos cómo funciona Internet y la viralidad. Un invitado que venga a decirme que el rey es reptiliano o que deberíamos salir a las calles con bazucas va a tener mejor acogida que un diálogo filosófico con José Antonio Marina o hablar de paleoantropología con María Martinón-Torres. Lo hemos visto. Es triste, pero es el tiempo que nos ha tocado vivir. Está en nuestra mano no sucumbir a lo fácil y vacuo, tanto consumidores como creadores de contenido. A mí me han ofrecido conversaciones con perfiles con decenas de millones de seguidores que he rechazado sin miramientos. Tú mismo, Jeosm, sabes que apenas se pueden encontrar influencers o streamers en mis conversaciones, y que es un mundo que me es totalmente ajeno. No me interesa, y apenas conozco tres nombres. Me pasa también con la televisión.
—¿Qué te quita el sueño? Son conocidos por muchos de tus oyentes tus problemas para conseguir dormir.
—Creo que en ese infierno del insomnio, en el mío personal, hay dos temas recurrentes: mi trabajo y la muerte. Ambos son árboles con infinidad de ramas por las que me desplazo errático como un mono (mi animal favorito). Respecto al primero, la neurosis se manifiesta en preguntas de este estilo: “¿Cuánto podré seguir así?”. “¿De qué voy a hablar con tal persona si no tengo ni idea de nada?”. “¿Sobreviviría sin esto?”. “¿Por qué tal o cual pódcast tiene mejores datos, qué estoy haciendo mal?”. “¿Soy un impostor?”. “¿Me estoy perdiendo la vida mientras hago esto?”… Hay una frase en una biografía no autorizada de Daniel Day-Lewis, precisamente, que dice: “Quizás en mi lecho de muerte descubra al fin si el trabajo al que dediqué mi vida me estaba manteniendo vivo o me estaba matando. Ahora mismo, realmente, no lo sé”. Aquí es cuando más cerca me he sentido de él. Cada noche, al meterme en la cama, inmerso en mis rumiaciones, pienso lo mismo. Respecto a la muerte, sobre todo mi obsesión se centra más en tener que despedir a gente que quiero, en que la enfermedad les afecte. Creo que desde muy pequeño he estado obsesionado con ese tema, pero el fallecimiento de un buen amigo muy joven en un accidente de coche me descubrió que la fatalidad no responde a un orden, no hay previsión posible ni justicia. Y el descontrol y la incertidumbre son mi kryptonita. Lo es también la certeza, casi absoluta, de que lo peor que voy a vivir aún no ha pasado. Es muy difícil de gestionar para mí.
—¿Qué se va a encontrar el espectador en esta nueva temporada?
—El mismo espíritu y la misma curiosidad. El mismo mimo en la selección de los invitados, en la conducción de los diálogos y en el uso de las palabras. Intento mejorar cada día, aprender y desaprender, para poder ofrecer unos diálogos que aporten e importen. Que tengan peso y dejen poso. Hace poco el neurobiólogo Alfred Sonnenfeld se lamentaba conmigo de que estamos perdiendo el pensamiento profundo y el espíritu crítico. Felizmente, ambos convinimos en que mi pódcast trabajaba, precisamente, en pro de recuperarlos. Esa es la pretensión, ¡otra cosa es que lo consiga! Creo que el oyente encontrará conversaciones aún más íntimas y más cercanas, amparadas y espoleadas por el ambiente tan especial que se crea en el estudio. Quien se acerque a los episodios a través del vídeo, descubrirá que el espacio de encuentro de Lo que tú digas se ha convertido en una suerte de cabaña cálida y acogedora en la que a uno le gustaría pasar las horas dialogando, leyendo y jugando. Ese era mi objetivo y creo que lo hemos conseguido.
TITULO :EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA
SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 4 , 11 - Octubre - Isabel Coixet - Caperucitas ,.
MI CASA ES LA TUYA - VIERNES - 4 , 11 - Octubre ,.
MI CASA ES LA TUYA -', presentado por Bertín Osborne,.
acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en Telecinco a las 22:00, el viernes - 4 , 11 - Octubre ,etc.
EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 4 , 11 - Octubre - Isabel Coixet - Caperucitas ,.
Isabel Coixet - Caperucitas ,.
Isabel Coixet - foto ,.
Nos encontramos así con objetos inusualmente bellos sobre los que pesa una maldición, seres que crecen en tu inodoro a base de desechos, dedos gélidos moviéndose en la oscuridad, pastillas anticonceptivas que embarazan, androides melancólicos, trampas para zorros capaces de hacerte rico, seres picudos que moran al fondo de cuevas, parejas que compran al contado extraños edificios, princesas valientes que caminan por el desierto o amantes traumatizados con gusto por las cuerdas. Diez piezas cortas que, aun conservadoras en la forma, logran remover tripas y conciencias: Chung no teme ensuciarse las manos en las poco más de doscientas páginas que arman el libro, poniendo bajo la lupa conceptos sacrosantos como la maternidad, las relaciones de pareja, las normas sociales, la juventud o el progreso económico.
Pero más allá de la elección de la mujer —y del asedio físico y psicológico al que suele estar sometida— como eje temático, junto a otros como la soledad, la codicia, la violencia estructural o la falta de empatía, lo que verdaderamente caracteriza a Conejo maldito es el uso desprejuiciado de lo fantástico, lo terrorífico y lo surrealista. No es arriesgado apreciar cierto parentesco con el modo en que Stephen King (1947) muestra el trauma y sus consecuencias, y la huella de Ursula K. Le Guin (1929-2018) queda patente en el humanismo crítico con el que la autora mira los adelantos tecnológicos o los dramas sociales. Si nos apuramos, hay trazas del siempre delirante Yasutaka Tsutsui (1934), experto en abrir la puerta a lo grotesco, y la indudable influencia de Franz Kafka (1883-1924) en las no pocas ocasiones en las que ni los protagonistas ni quienes los rodean parecen advertir el absurdo que invade su existencia aunque, a su modo, se rebelen contra ella. El coqueteo con la ciencia ficción de baja intensidad —como en los buenos tiempos de Black Mirror— convive con textos cercanos al cuento clásico, a caballo entre la tradición europea —la de las Caperucitas, los Hanseles y las Greteles— y el estilo oriental —como en las narraciones de Las mil y una noches. Es posible incluso hallar pequeñas joyas de lo inquietante, como el último relato, que entronca con la literatura más expresionista y desencantada posterior a la Segunda Guerra Mundial, y que sirve como una más que oportuna denuncia de la miseria moral que sigue a todos los conflictos bélicos. Y es que la impronta de la cultura occidental es clara en los relatos de Chung, ella misma traductora al coreano de obras provenientes de la literatura rusa y polaca, aunque no por ello deje de dar cabida a situaciones propias de su realidad sociocultural.
Conejo maldito logró ser finalista del prestigioso Booker Prize en 2022, y se publica por primera vez en castellano gracias a la acertada traducción de Álvaro Trigo Maldonado, bajo la habitual elegancia de las ediciones marca Alpha Decay y con una hipnótica ilustración de cubierta obra del artista Jaehoon Choi. De modo que, si se encuentran ustedes deambulando por su librería de confianza en busca de caramelos raros, si toquetean nerviosos las hojas de cada libro que se les cruza, si anhelan descubrir títulos desafiantes y apellidos novedosos no le pierdan la pista a Bora Chung. Porque puede que, como en aquella tiendecita mágica al principio de Gremlins (1984), hayan abierto la caja en la que mora su propio mogwai. Eso sí: cuidado, que muerde.
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